Una franquicia que no agota su capacidad de reinventarse. Mejor no intentemos racionalizar acerca de la supervivencia permanente del villano más temido. Milagroso escape mediante, un incendio brutal no cumplirá con su amenaza de acabar con la bestia diabólica. Hechizos del cine comercial. Aperitivo para “Halloween Ends”, refrito de próxima factura. Acorde a la fecha calendario en donde fija su estreno(¿trick-or-treat?), entrega cuerpos masacrados por doquier; todo sea por prolongar el legado del trauma que revive la mitología de Michael Myers. El retorno a la fatídica noche concebida por la madre original, autoría de John Carpenter, en 1978, fue el mecanismo de ignición para la producción estrenada en 2018, un sorprendente producto autoría de David Gordon Green. El autor (¿dónde ha quedado aquel cineasta independiente emergente para el nuevo cine americano?) se coloca nuevamente tras de cámaras, dando vida a la pesadilla ignorando múltiples secuelas desechables. En “Halloween Kills” abunda la violencia que no genera miedo, en tanta proporción como la nostalgia hacia aquellos personajes que convirtieron a este ejercicio del cine de terror en un clásico atemporal. Más de cuarenta años y doce películas compendian una historia profusa. Una franquicia que no se queda a morir. Un eterno reboot insuflado de sangre vieja. Solo hay algo que hace llamativamente bien: la maldad contrastada de la esencia humana (la histeria colectiva) con las motivaciones asesinas de un desequilibrado mental otorga cierto específico a una trama superficial de principio a fin. Puede la crítica norteamericana pronunciarse sobre las barbáricas masas enfurecidas que hicieran tambalear su régimen democrático en pleno brote pandémico. Serias fallas narrativas quitan todo tipo de propósito y complejidad a la más reciente producción. Atisbos quedan de la noche alborotada de fines de los años ’70. Poca dignidad traduce el impávido rostro de Jamie Lee Curtis. ¿Realmente era necesario un enésimo regreso? “Halloween Kills” da rienda suelta al apetito asesino de Meyers. El recuento de cadáveres que se apilan nos hace perder la cuenta. Un serial killer que bate su propio récord de matanzas estimula nuestra más inconfesable perversión. Existen formas creativas de asesinar que siempre atraerán al espectador. Tras los rastros de sangre, pervive la inutilidad de una secuela que atenta contra la leyenda en buena ley ganada. Artilugios para desvirtuar al mito.
A la manera de antiguos pero nunca obsolescentes discos de vinilo, los lados A y B de “Nocturna” nos traen el encanto de dos películas que se complementan entre sí. Ambas formaron parte de la última edición del Festival Buenos Aires Rojo Sangre, el más antiguo festival de cine fantástico de Latinoamérica. A lo largo de las últimas dos décadas, hemos podido encontrar aquí y solo aquí el tipo de cine fantástico, bizarro e independiente con el que los amantes del género pueden deleitarse. Es el lugar indicado para conocer un film como “Nocturna”. Su concepción se conforma como un ambicioso díptico contracultural de arte y ensayo, que ofrece un abordaje audiovisual de lo más provocativo dentro de nuestra cinematografía. Una serie de situaciones espeluznantes y paranormales ocurridas en su apartamento inquietan la imaginación del director Gonzalo Calzada. El ejercicio cinematográfico del fuera de campo lo lleva a indagar en aquel aspecto misterioso que conforma una realidad paralela, en las antípodas de la búsqueda estética que representara su debut con el largometraje “Luisa”. Puede un evento de tintes fantasmagóricos atravesar la noche eterna de esta interesantísima ficción. Dos mitades complementadas, dos películas que enfocan una misma historia. Mientras el “LADO A” persigue formalismos narrativos y una puesta en escena que conforma sus elementos mediante el paradigma clásico. El “LADO B” encuentra su anverso perfecto, más disruptivo y experimental, abriéndose a nosotros como un prisma de múltiples caras. Rodada en fílmico (en súper 8 y 16 mm), cintas de celuloide de distintas emulsiones y formatos se adaptan a un contexto de escritura y dirección actoral improvisado. La variedad de texturas estimula nuestros sentidos. Sin forzar la propuesta, Calzada encuentra puntos de conexión cronológica con lo relatado en su lado opuesto. El viaje ha comenzado bordeando la circunferencia de su propia cinta de Mobius, y el autor buscará demostrarnos que toda historia posee su costado oculto. La cinta pretende reflexionar acerca de la pérdida de la memoria, examinando pros y contras de una moneda de dos caras. Un ser humano en crisis también disfraza la posibilidad redentora. Cambiamos, al fin, nuestra piel. Inquiriendo en la (aparente) mitología acerca del acto migratorio de los elefantes a la hora de morir -aspecto que se nos sugiere en el subtítulo del film-, el film funciona también en su aspecto reflexivo acerca de nuestra condición de finitud. En la calidad y singularidad que desprenden sus casi setenta minutos de duración, algunas virtudes destacan de modo preponderante: el tour de forcé interpretativo del legendario Pepe Soriano y la utilización el dispositivo audiovisual como una amalgama de forma y contenido que potencia el valor intrínseco del miedo como elemento genérico. Finalmente, una historia que nos habla de perdón y redención desde un sentido dramático en extremo dificultoso de encasillar.
Los planes para una secuela o los planes para el desastre. El agotamiento de superhéroes de Marvel encuentra, merced a la flamante producción de Columbia Pictures, la enésima puesta en práctica del fenómeno, buscando sacar rédito de un personaje previamente adaptado a la gran pantalla en 2018. Andy Serkis, el otrora Gollem de la trilogía fantástica sobre la obra de J.R.R. Tokien, se coloca tras las cámaras y dirige el guión de Kelly Marcel, sobre el icónico supervillano cuya primera aparición en cómic data desde 1988. Se rodea de un gran elenco: Tom Hardy, Woody Harrelson, Michelle Williams y Naomi Harris se prestan a semejante despropósito, dilapidando cada uno de ellos su potencial interpretativo. ¿Qué falla, concretamente, en “Venom”? Unos efectos especiales completamente descuidados, un humor absurdo pésimamente implementado y una fatigada puesta en práctica en bucle infinito, todo ello confluyendo. La resultante de un producto que se encumbra como el epítome de un Hollywood anémico, consumido por el cine de superhéroes previsible y vacuo que circula, a mansalva, a lo largo y ancho de la cartelera contemporánea. Una copia certificada que omite la palabra originalidad y prescinde de todo argumento sustancioso, en pos de acumular escenas de confrontación en un todo desechables. Sin noción de auténtico ritmo cinematográfico, la elegancia impostada decepcionará al más férreo fan. La superficialidad como regla sine qua non completa la mentada fórmula. Con absoluto desprejuicio y dibujando el contorno de sus personajes con trazo grueso, “Venom” nos recuerda que hay una gran porción del cine industrial evasivo que sustenta su principio de existencia en la incongruencia. Lo peor es que no siente el más mínimo remordimiento.
La compleja novela de Samantha Schweblin (escritora argentina, radicada en Berlín y cuya obra ha sido traducida a múltiples idiomas) es transpuesta a la gran pantalla, renovando la inagotable búsqueda literaria. Co-guionada y dirigida por la directora peruana Claudia Llosa (la lograda “La Teta Asustada”), “Distancia de Rescate” se observa en su adaptación una laborioso acabado para un sentido estético notable. El nivel de abstracción literario tensa sus fuerzas con la concreción visual del lenguaje cinematográfico, por enésima vez. El cine acomete el desafío de relatar lo abstracto, tramando una relación con los mecanismos literarios que nos retrotrae a los orígenes mismos del séptimo arte. La pregunta se balancea, reiterándose inconclusa: ¿fidelidad espíritu original o inventiva bajo rasgos de autor? “Distancia de Rescate” cobra cuerpo y forma, espejando su vida paralela bajo la maquinaria cinemática. Un thriller sobrenatural que nos habla acerca de aquellos instintos que terminan por imponerse; es el retrato de un envenenamiento progresivo. Es la angustiante noción de que lo familiar puede volverse extraño. ¿En quién podremos confiar? El terreno de lo siniestro roza los pliegues de la fascinación erótica y la mirada infantil pareciera interrogarnos desde el rincón más oscuro de la pérdida de la inocencia. La directora exhibe sutileza visual, una narrativa pausada y especial atención en pequeños detalles que exigirán la completa atención del espectador, tal cual se nos remarca. La mutua atracción entre sendas protagonistas femeninas da paso al extremo terrorífico, ejercitando una poética mirada del mal. Innovadora, la película plantea un punto de vista narrativo fluctuante, que elude todo convencionalismo. En la voz del relato, quizás, se resguarden ciertas llaves poseedoras de sentido. Los elementos de la naturaleza y el paisaje geográfico otorgarán suficiente simbolismo a la hora de desentrañar el misterio. El silencio revela lo inesperado: el tamiz de lo aberrante reflejará un objeto observado con idéntica inquietud. “Distancia de Rescate” es cine de género en expansión bajo la poderosa lente de la realizadora latinoamericana.
El de Ken Loach es un cine que radiografía, de modo realista y con mirada comprometida, a las clases trabajadoras. Heredero del Free Cinema y del documental social; un exponente del ‘British Film Socialism’ como se verifica en la grandiosa “Agenda Oculta” (1990). Loach muestra las dificultades de la vida de la clase obrera, la tragedia humana de la mayoría de sus protagonistas y las injusticias sociales de un sistema neoliberal, tal como lo escenifica “Tierra y Libertad” (1997). Para el británico, su cámara es un instrumento de conciencia y su obra se emparenta en la línea del compromiso ejercido por Mike Leigh, Stephen Frears o Laurent Cantet. Las historias de Loach se desenvuelven mayormente en el Reino Unido, tratando conflictos políticos y sociales de aquellos países y están protagonizadas por antihéroes, trabajadores, eternos perdedores y sobrevivientes del sistema. El cineasta retrata a sus personajes y los muestra con sus dudas, solitarios, luchando contra sí mismos y contra el gobierno de turno, tal como lo ejemplifica la huelga de trabajadores retratada en “Pan y Rosas” (2000). Su obra destaca por su carácter didáctico, analítico y crítico del sistema político inglés, aspecto visible en la lograda “El Viento que Acaricia el Prado” (2006). A sus 85 años de edad, es uno de los cineastas contemporáneos más comprometidos socialmente, protagonista cabal de la profusa historia del cine de denuncia. En “Lazos de Sangre”, su cámara atrapa las miserias cotidianas: Ken Loach es un experto del drama social de visión pesimista. Intenta empatizar con seres emocionalmente quebrados, se lamenta por aquello que a su alrededor respira un gran sentido de injusticia. De su autoría son retratos marginales, que prefieren el trazo transparente y poco artificioso. Esta mínima intervención sobre el material lo ha convertido en un singular estandarte del cine independiente, experto en escudriñar a la clase trabajadora. Loach se compadece de la comunidad obrera explotada, al punto que, a veces, pareciera que lleva toda su vida filmando la misma película. Bajo el tamiz melodramático, apela a la fórmula inagotable que a cierto ojo espectador puede resultar cansino o reiterativo. “Lazos de Familia” reivindica la austeridad como máxima y explicita lazos en común con su anterior “Yo, Daniel Blake”. No obstante el desenlace de su presente obra bordea lo explícito, el realizador inglés es el adalid de una nobleza de la cual, y bajo su atenta mirada, la vida moderna pareciera carecer.
Una historia hecha de trizas. Su director, Gonzalo Calzada, ensaya puntos de conexión para su propio viaje sensorial. En “Nocturna” existe algo maravillosamente inasible. Fantasmas mentales rodean a sus protagonistas. Percibimos cierta fragmentación temporal, espacios que convergen. Nos encontramos ante una propuesta radicalmente experimental. El ejercicio audiovisual llevado a cabo por el realizador de “Resurrección” (2’15) y “Luciferina” (2018) explora el resquebrajado estado mental de un personaje (el inmenso Pepe Soriano) perdiendo su memoria. Con espíritu evocativo, reflexiona acerca de la vejez, el deterioro físico, la pérdida de la identidad y el espacio reservado a las personas adultas en las grandes ciudades. Sin embargo, el autor no expone la debacle de su criatura, sino su redención, en diálogo directo con el tejido social en donde se encuadra. Podemos trazar cierta analogía con el malestar de la cultura, tamizado a través de la mirada de Oscar Wilde y aquello de que ‘toda vida se define en un instante’. Para ello, Lozada lleva a cabo un enfoque atractivo desde lo cinematográfico, como es apropiar los recursos literarios del narrador objetivo y el fluir de la conciencia. No obstante, en “Nocturna”, el realismo muta en fantasía circunscripta al thriller psicológico. La imagen degradada nos devuelve el reflejo espejado: la carencia de humanidad nos interpela. Allí está el dispositivo cinematográfico y el misterio atávico que encierra una imagen en celuloide. Lozada, con cierto carácter filosófico, expone cierto carácter simbólico existente entre la degradación del cuerpo en relación al cuerpo de la imagen y sus texturas proyectadas en la pantalla. El suyo es un teorema audiovisual que desnuda cierta trascendencia mitológica.
Con marcadas referencias a la potencia visual de “El Cisne Negro” (2010) y cierta inspiración en la oscuridad del cine de David Cronenberg, “El Prófugo” combina con acierto drama existencial y horror psicológico, también proliferando en experiencias auditivas inquietantes. Bajo la intención de reflexionar acerca de desórdenes mentales, como las fobias y los traumas no resueltos, Natalia Meta dirige a Érica Rivas y Daniel Hendler, en esta adaptación de la novela “El Mal Menor”, publicada en 1996 y autoría del prematuramente desaparecido escritor C.E. Feiling. Estrenada en el marco de la última edición de la Berlinale, la investigación de género llevada a cabo, mediante la transposición literaria en imágenes, prevalece el uso de la forma por parte de la cineasta, traduciendo con sutileza un estudio de complejas relaciones y escindidas realidades. Meta, que debutara tras las cámaras con el policial “Muerte en Buenos Aires” (2014), es también productora del film “El Futuro que Viene” (2017) y socia editorial de “La Bestia Equilátera”. Aquí, su territorio preferido de exploración se construye de materia onírica; plano sobre plano que subjetiviza aquello que denominamos como real; pesadillas y fantasías operan para diagramar esta suerte de cartografía mental extrañada. Claustrofóbica, “El Prófugo” nos anima a perder el miedo a lo amenazante, interpelándolo directamente a los ojos. Jamás explícita y prefiriendo la duplicidad, se reserva para el final una jugada maestra: lo aparentemente inofensivo suele camuflarse bajo las engañosas máscaras del amor y el deseo.
Una pérdida familiar desata un resquebrajamiento vincular. Recientemente estrenada, “El Lugar de la Desaparición” bucea, de modo mixto, entre el registro documental y el relato de ficción fragmentario. Generadora de suficiente interés, relata un drama personal, configurando los pormenores emotivos de un evento trágico. Evidencia un dilema de tintes melodramáticos, estallado en el seno de una familia confrontada por su propio destino. Aquí, el realizador Martin Farina utiliza el cine documental como dispositivo para interpelar su propio recuerdo. Con solvencia e indudable sesgo autorreferencial, indaga en dirimir los conflictos de dos linajes que construyen un gran paradigma familiar. Al salvataje de todo sedimento de memoria expulsado al olvido, el material de archivo al que recurre el autor deconstruye sucesos extraños. Con tal motivo, resulta atractiva la forma en que Farina lleva a cabo su tratamiento del discurso, como excusa para teorizar acerca de que es, finalmente, aquello que podemos denominar o circunscribir como real. “El Lugar de la Desaparición” moldea el material documentado a manera de tensar fuerzas contrarias hasta el punto de lo indescifrable. Farina fundó, en 2010, la productora Cinemilagroso, y sus películas fueron exhibidas en festivales como BFI London, BAFICI, Mar del Plata IFF, La Habana, Queer Lisboa y Moscow IFF. La presente obra, cierra una trilogía que comenzara en 2017 con “Cuentos de Chacales”.
Precuela de “Los Soprano”, emitida entre 1999 y 2005, “Los Santos de la Mafia” nos trae los orígenes de un gángster modélico. Catorce años después, el guionista y creador, David Chase firma el guión de la presente película en compañía de Lawrence Konner. Preámbulo de la célebre obra de culto, el film, con dirección de Alan Taylor, nos atrae mediante su lograda y potente óptica un hito memorable de la pantalla chica. Observamos la formación de un líder en calles nevadas de sangre. En la piel del joven Tony Soprano se encuentra Michael Gandolfini, hijo de James Gandolfini, icónico intérprete fallecido en 2013. La remisión a eventos que se dan por sentado nos confirma que se trata el film de un producto enfocado a fanáticos de la serie. El odio racial, las revueltas sociales y la lucha territorial sazonan el relato. Uno que conforma su identidad a través del crudo muestrario acerca de quienes dominan las calles de Newark, New Jersey. En “Los Santos de la Mafia”, la violencia es regla de negocio para héroes y villanos, tan fatales como falibles. Existen patrones típicos de atracos, alianzas y traiciones perpetradas por el crimen organizado, que elevan al carácter de caricatura la exploración profana llevada a cabo por el cine de Martin Scorsese, en films como “Buenos Muchachos” (1990), “Casino” (1995) y “El Irlandés” (2019). La iconografía del cine de mafiosos, que proliferara en Hollywood, mayormente durante los años ’70 y ’80, gracias a crudos retratos llevados a cabo por Francis Ford Coppola y Brian de Palma, inspira a la presente propuesta. Una puesta en escena y recreación de época inobjetables colaboran al disfrute de la propuesta. La puerta abierta a una futura película, como deducida bisagra a la temporalidad intermedia existente entre el film y la serie, nos indica que la balacera recién ha comenzado
En tiempos de cine de super héroes absolutamente superfluos y sin el más mínimo realismo concebidos, James Bond supo encarnar el prototipo de héroe de acción de carne y hueso, habitante de un tiempo infinitamente más romántico. Fenómeno de la cultura de masas y producto del cine industrial, representa un prototipo protagónico masculino que ha pervivido en el universo cinéfilo durante las últimas seis décadas. Este personaje de ficción, inspirado en tiempos de la Guerra Fría, fue creado por el periodista y novelista inglés Ian Fleming en 1953, quien, hasta su fallecimiento (en 1964) publicaría un total de doce novelas, con el intrépido agente secreto afiliado al servicio de inteligencia, como exclusivo protagonista. James Bond extrapoló su encanto al cine, al cómic y a los videojuegos, convirtiéndose en ese tipo de emblemas que exceden la forma artística para maravillar a diversas generaciones. Con licencia para matar y de cara a intrépidas misiones, este personaje encarna el glamour y el estilo desfachatado de un bon vivant experto en seducir mujeres tanto como en derrotar a los más temibles villanos. Amante de los autos rápidos, las bebidas de etiqueta y la ropa elegante, Bond es un galán, playboy y conquistador, cuyo magnetismo fuera observado por el productor Albert Broccoli (hoy sucedido por su hija Barbara), encargado de llevar a la pantalla sus andanzas en más de una veintena de ocasiones. Este mito serial, eje de una de las franquicias cinematográficas más taquilleras de todos los tiempos, ha vivido épocas de gloria en los años ’60, gracias al personaje que interpretara el recientemente fallecido Sean Connery (protagonista de “El Satánico Dr. No”, “Goldfinger”, “Desde Rusia con Amor”). Luego de vivir un renovado esplendor en la piel de la otrora estrella de TV Roger Moore (“Vive y Deja Morir”, “Octopussy”), su fama decaería hasta ser rescatada de la mediocridad por el irlandés Pierce Brosnan (“Otro Día Para Morir”, “Goldeneye”). Atravesando una segunda juventud, el 007 del nuevo milenio ofrecería su costado más oscuro y falible cuando el británico Daniel Craig se calzara el traje del protagónico más cotizado. Luego de una década y media y cinco películas (entre las que destacan “Casino Royale”, “Spectre”, “Quantum of Solace”), Craig dice adiós en la recientemente estrenada “Sin Tiempo para Morir”. Veamos que valores arroja para el análisis la última película del ¿inmortal? Bond: Bastante más podíamos esperar del talentoso cineasta Cary Fukunaga (tan efectivo en las películas “Jane Eyre” y “Beasts of No Nation”, como en las series “Maniac” y “True Detective”). Escrita por los habituales Neal Purvis y Robert Wade, en “Sin Tiempo para Morir” abundan una concatenación de escenas de lucha resueltas livianamente; nos ilustran que la faceta más aguerrida de James Bond brillará por su ausencia en la presente entrega. Todo se resuelve demasiado rápido aunque Daniel Craig deje, como de costumbre, la entrega total en cada plano, en cada escena. El presente film ostenta serias lagunas narrativas. Los motivos de la reinserción del expatriado Bond al circuito del servicio de inteligencia carecen de timing en su forzada resolución. Para colmo de males, su vínculo junto a la novata 007 no acaba de cuajar y cierta premeditada mutua incomprensión, convertida luego en recíproca aceptación, tiñe de liviandad el vínculo. Una ligereza que cotiza alto en la historia del agente secreto más famoso, pero que resiente la intención cuando la previsibilidad de la forma se amolda a un endeble contenido. Aunque bien, si James Bond nunca se tomó demasiado en serio a sí mismo, ¿porqué deberíamos preocuparnos? Visualmente impactante, nada que objetar al respecto, Cary Fukunaga imprime sapiencia y dinamismo a su propuesta más mainstream a la fecha. La acción espectacular, eje central de este tipo de propuestas, sintetiza el dinamismo visual de “Misión Imposible” y la grandilocuencia omnipresente de la saga “Bourne”. La factoría Bond hace lo que mejor sabe para contentar a su audiencia. No obstante, nótese que las secuencias más vertiginosas se ven invadidas por el cliché: la resistencia corporal es sobrehumana y la eliminación del enemigo parece copiar, de modo automático, el estilo sistematizado de un videogame. Quebrando las leyes de la física como último resquicio de lógica posible, Bond sale indemne de durísimos enfrentamientos en donde lleva las de perder. Es un super héroe inexpugnable de esos que la meca industrial adora replicar por generación espontánea. Este es un aspecto que el cine de acción ha echado a perder. Los masculinos del nuevo milenio poseen capacidades sobrehumanas para desafiar los más absurdos obstáculos. En tal sentido, la desproporcionada balacera ocurrida en el medio de un bosque cubierto de niebla y la poco feliz persecución de mil ruedas que sirviera como prólogo se ve resuelta de la manera más sorprendente, burda y exagerada. Bond roza el ridículo y ni se da por enterado. Es el cine de acción impostado y en absoluto verosímil que imperdonables franquicias como “Rápido y Furioso” han patentado. Sin bien la última aventura de un reflexivo y crepuscular James no llega a tan aberrante extremo, un diseño caricaturesco de sus malvados de turno (desaprovechados los geniales Rami Malek y Christoph Waltz) y la insufrible gravitación de un científico desquiciado se suman a un par de decisiones narrativas francamente pueriles en su concepción. Una galería de intérpretes de gran valía adosa sus talentos a la presente propuesta. Una sugerente Ana de Armas, un circunspecto Ralph Fiennes y un entregado Jeffrey Wright completan el reparto de lujo. Mientras tanto, dos personajes femeninos de fuertes convicciones, como los interpretados por Lea Seydoux y Lashana Lync enriquecen el abultado metraje (casi dos horas y cuarenta y cinco minutos), aggiornando la pertinencia ideológica a los tiempos que corren. Aunque ninguna de ambas féminas sea responsable total del destino que les cae en gracia (Madelaine es secuestra y la ‘nueva 007’ es echada a un lado), es exigua la oportunidad de genuino protagonismo que les aguarda. Para beneficio del más puro espectáculo, no nos detengamos a pensar acerca de la lógica endeble tras la propagación de un virus letal que traza siniestras líneas paralelas con la coyuntura mundial contemporánea. El uso de un arma bacteriológica y la condena terminal por el mero contacto llama la atención poderosamente (la película ya estaba lista para estrenarse en abril de 2020, pero debió ser pospuesta a causa de la emergencia sanitaria a nivel mundial), si nos remitimos a un peligro terrorista de escalada incontrolable. Allí está Bond para entronarse como el salvador que haga frente al mal invisible que amenaza con purgar la población mundial del modo más maquiavélico posible. Nada que no haya hecho antes…por el bien del entretenimiento. La historia sabe ponerse lo suficientemente nostálgica cuando la partitura compuesta por Hans Zimmer lo requiere. Allí está la imperecedera melodía, para continuar dando vida al mito, sesenta años después. La magia no ha cambiado. El sarcasmo presente en ciertas líneas de diálogo recupera algo del misticismo de la franquicia, mientras el final épico que dinamita el peligro inoculado, en un acto de emotivo sacrificio, marcará un antes y un después en la historia del inigualable Bond. Guarden en su cineteca más espacio para la nostalgia. Un cuadro de la inolvidable M, encarnada alguna vez por Judi Dench, podría acompañarlos durante el visionado del film, solo si permanecen atentos a observar las paredes que revisten el interior del lujoso cuartel de operaciones.