LA TRAMPA DEL PROGRESO Taranto es una pequeña localidad italiana que fue, luego de la Segunda Guerra Mundial, uno de esos territorios que mejor representó el ascenso económico de la Italia rica. La relación con el sector industrial, con las acerías y la producción pesada, fue lo que convirtió a Taranto en un destino ideal para aquellos que buscaban el progreso. De aquel pasado, señala este documental de Víctor Cruz, queda apenas una ilusión. Taranto, la película, cruza lo medioambiental con lo político y lo social. El carácter contaminante de las industrias que están insertas en el medio de la ciudad ha producido muchísimo dolor y muerte, y el reclamo medioambiental se vuelve cada vez más masivo ante un Estado que no sabe o no puede o no quiere resolver el conflicto: de estas fábricas dependen unas 12.000 personas. El encierro conceptual de buena parte de la sociedad actual se sintetiza en esta ciudad y en este documental: morir de hambre por la desocupación o morir de cáncer por respirar el aire nocivo de las acerías. Un aire que ni siquiera deja morir en paz a los muertos: uno de los testimoniantes se pasea por el cementerio con un imán, levantando el polvo de hierro que se deposita sobre las tumbas. Cruz ofrece un relato urgente, pero lo hace con elegancia y precisión cinematográfica, lejos del panfleto. Una gran escena resume la potencia de Taranto: mientras uno de los ciudadanos reclama por el cierre de las industrias contaminantes, una señora se mete en el plano y comienza a discutirle. El pasaje resume italianidad, pero también dos puntos de vista antagónicos que no parecen poder acercarse ni hallar una respuesta. Esa parece ser la trampa del progreso.
NEOLIBERALISMO Y TRISTEZA En Retiros (in)voluntarios, Sandra Gugliotta parte de un asunto personal para llegar a uno general: la depresión en la que cayó su padre en los 90’s, cuando las privatizaciones menemistas lo dejaron sin trabajo, y sin motivaciones. Con inteligencia, la directora se aparta del típico documental yoístico para profundizar en las políticas implementadas por empresas multinacionales que, para achicar personal, humillan a sus empleados para forzarlos al retiro y evitar los despidos injustificados. Lo que pasó en la Argentina de los 90’s rebota en la Francia de la primera década de este siglo: una veintena de empleados de France Telecom que se suicidan, dejando en evidencia el daño psicológico de la empresa. Gugliotta toma testimonios de las víctimas, de los que no lograron suicidarse (aunque varios lo intentaron), se acerca a ellos y si bien el documental está recorrido por una mirada cuestionadora de esas políticas neoliberales, en verdad gana en potencia cuando se acerca al componente humano, cuando le da voz a esas vidas destrozadas que demuestran en su mirada un vacío existencial enorme. Retiros (in)voluntarios es angustiante y triste, y también el registro de una generación que tenía un vínculo diferente con el empleo y el sistema laboral. Hay un asunto cultural que atraviesa toda le película y le da también otro nivel de lectura. Por encima de lo político, la película de Gugliotta es profundamente humana. Y eso es invalorable.
CRECER DE GOLPE Reconozco que encerrar este documental de Luciana Gentinetta en el contexto de las calificaciones y los puntajes, y de la lógica de la crítica de cine, es un poco injusto. Algo se enciende es sí un documental que recurre a sus mecanismos y resortes genéricos y expositivos, pero es sobre todo una necesidad, casi una catarsis. El origen de la película es seguir a un grupo de estudiantes del último año del secundario de un colegio de Banfield y cómo atraviesan el duelo de la desaparición y muerte de una compañera, ocurrida años atrás. No solo el tema genera un compromiso, sino que además la propia directora (de apenas 24 años) estudió en esa misma institución y hasta llegó a convivir con esos estudiantes. Por lo que hay en el documental no solo una necesidad de registrar un fenómeno social, sino además una rabia, un dolor, que se observan auténticos y vivenciales, y que vuelven un poco innecesario el trabajo del crítico. El caso que toma Algo se enciende es el de Anahí Benítez, una joven de 16 años que engrosa la lamentable lista de crímenes de mujeres que atraviesan a la sociedad argentina. Fue uno de esos casos que salen en la televisión, con movileros instalados en el lugar y acompañando a los familiares y amigos en las marchas. Gentinetta lo que hace es entrevistar a los compañeros de Anahí, ubicándolos estratégicamente en diferentes espacios del colegio al que concurren: el lugar es la pertenencia de los entrevistados (e incluso de los documentalistas), pero también es donde se forjaron los vínculos y las relaciones con el calor de la adolescencia. Lo que surge de los testimonios es estupor y bronca, pero especialmente un sentido melancólico de pérdida de la inocencia, de jóvenes que crecieron de golpe a la luz de una noticia tremenda. Gentinetta es inteligente en el recorte que hace de los testimonios, que a su manera forman un coro doloroso. Pero por otros momentos el documental va tomando caminos un tanto zigzagueantes, que desde las buenas intenciones buscan connotar también el carácter artístico de Anahí. Ahí es donde la simpleza de Algo se enciende se engrosa un poco en la búsqueda de diferentes tonalidades, que no ayudan a la solidez del relato, a la denuncia, a la exposición. El documental pierde el centro y se vuelve tal vez demasiado ambicioso. Pero en el fondo se entiende que el compromiso delante y detrás de cámaras, la cercanía con la víctima, vuelven todo un tanto borroso y atropellado. A Algo se enciende le alcanza con los testimonios de esos pibes que de un día para el otro ingresaron en el horroroso mundo de los adultos.
UN ASUNTO DE FAMILIA Cuando en 2016 Paul Feig estrenó su versión de Cazafantasmas con Melissa McCarthy, Kristen Wiig, Kate McKinnon y Leslie Jones muchos vieron herido su orgullo masculino y desde ahí la fustigaron. Injustamente, porque la comedia de Feig era muy buena; aunque no solo eso, era también una reinterpretación ajustadísima de la película original. Me explico: Los Cazafantasmas surgió en los ochentas en pleno auge del cine fantástico, pero en verdad su relación con la ciencia ficción y el terror era lateral. Si bien no creo que haya surgido como contra-respuesta a todo aquello, Los Cazafantasmas era fundamentalmente una comedia hecha detrás y delante de cámaras por gente probada en el género y que llegaba aquí, tal vez, a un público que nunca imaginó llegar. No es muy ilógico entonces pensar en las actrices de la versión de 2016 -todas geniales comediantes- como otro grupo dispuesto a romper con lo establecido a través de la risa, como lo hicieron Reitman, Aykroyd, Murray y compañía. Entre tanto reboot, remake, secuela, franquicia y saga interminables, llega entonces una nueva película de Cazafantasmas, que en verdad busca borrar lo hecho por la película de Feig, hacer como que eso nunca sucedió, y trazar lazos directos con la original de 1984. Lo primero que se observa es una operación extraña: no estamos específicamente ante una comedia (aunque haya algo de humor), sino más bien frente a una película de ciencia ficción y horror adolescente, como muchas de las películas de ciencia ficción y terror adolescentes que se hacían en los 80’s, fundamentalmente con Steven Spielberg como productor. Y si aquel artefacto extrañamente exitoso dirigido por Ivan Reitman se apropiaba de la fantasía en el Hollywood de entonces, también es cierto que parecía jugar en sorna con algunas humoradas un poco pasadas de rosca para el ATP. Es decir, Ghostbusters: El legado es Cazafantasmas pasado por el filtro de la serie Stranger things, incluyendo a Finn Wolfhard en el reparto y a una Mckenna Grace en plan Millie Bobby Brown. Y todo esto que parecería una traición al material original, en verdad encuentra su coherencia a partir de la presencia de Jason Reitman en la dirección. Reitman no solo que demuestra saber balancear su registro más indie con las exigencias del mainstream y los efectos especiales, sino que además es el hijo de Ivan, y por eso la película termina siendo sobre todo un homenaje. Uno justo, medido, controlado y fundamentalmente honesto. Cuando papá estrenó Los Cazafantasmas, Jason tenía 7 años. No suena ilógico, pues, que todo lo que hay dentro de esta película forme parte de la educación sentimental del director. Ghostbusters: El legado es cine familiar, porque está hecho para la familia y producido por familia. Y es una película que habla de recomponer vínculos, en un final que es puro fanservice, pero del bueno, del que encuentra un justificativo en los materiales que trabaja.
IDEAS DESORGANIZADAS Como las imágenes caleidoscópicas que aparecen en algún pasaje, este documental de Ximena González es el retrato de un espacio determinado (un barrio construido alrededor del Cementerio Municipal de Avellaneda y el Cementerio Israelita) que se abre, refractándose infinitamente y formando otras figuras. En el eco de las historias que cuentan los vecinos se evocan historias fantásticas, pero también otras realidades que tal vez algunos desearían conservar como fantasías. Historias de aparecidos y de desaparecidos, rumores y verdades que acechan en los rincones de un barrio influenciado por la presencia de la muerte, incluso en su apariencia más burocrática. Ese parece ser el combustible principal de El ritual del alcaucil, un documental que se termina perdiendo en su ambición y que se vuelve demasiado disperso en su recorrido. Hay aciertos formales en la película de González. El más notorio es la forma de registrar los testimonios, mayormente voces en off sobre planos de rostros difusos, ocultos detrás de vidrios, atravesados por filtros o reflejados en espejos hechos añicos. Ese aspecto de la película le aporta un tono espectral, casi onírico, que es acompañado por un uso muy particular del sonido, plagado de ruidos que vuelven a la experiencia sonora casi una pesadilla. Eso también acompaña el carácter líquido del film, elemento que precisamente abre y cierra el relato, y que le da cohesión al fondo y la forma. Si la directora quiere instalar la vivencia de sus protagonistas como si se tratara de un sueño, lo logra. Hay relatos que parecen pertenecer a esa tierra sin reglas, surrealistas, o incluso de cuento infantil como muy bien ilustran unas imágenes que funcionan como separadores entre episodios. Ahora bien, así como González toma algunas decisiones formales acertadas, hay otros pasajes que parecen propios de cierto capricho. Como por ejemplo esa escena con unos chicos jugando e imaginando lo que sucede adentro del cementerio o esa otra en la que un grupo de vecinos comparten unos vinos en una parrilla. En ambos pasajes ocurre lo mismo, una tensión que se sostiene dentro de la escena durante unos minutos pero que en determinado momento comienza a ceder hasta volver repetitiva e intrascendente cada imagen. Y si bien el documental parece buscar una progresión que lleve desde el género fantástico hasta el horror real de la dictadura, lo cierto es que lo hace a partir de un recorrido un poco confuso, caótico, con demasiadas bifurcaciones que no ayudan a centrar la mirada del espectador. El ritual del alcaucil imbrica formas, temas, tonos; cruza lo religioso con las supersticiones; aborda mitos y costumbres; en una narración demasiado ambiciosa, que no termina de hacer sistema. Así la película se pierde en sus propias ideas, que son muchas pero que no están organizadas.
UN CUERPO Y SU LEGADO El documental de Liliana Furió y Lucas Santa Ana avanza seguro acerca de cuál es su objetivo y la forma de registrarlo. Y lo hace a sabiendas de que tiene en primer plano a un personaje que sintetiza esa búsqueda. Ilse Fuskova la película, es un recorrido por la historia de Ilse Fuskova, la protagonista; militante lésbica que allá por los 80’s resultó clave en el incipiente entramado de la comunidad homosexual que asomaba en la post dictadura. Fuskova, hija de una mujer checa y un padre alemán, nació en 1929 y vivió una vida tradicional en un sentido sexual, con un matrimonio heterosexual que duró tres décadas. Pero en determinado momento, entre sus propias inquietudes y el estímulo de la mucha bibliografía que le llegaba de Europa, comenzó un recorrido personal que es a la vez uno colectivo, el del reconocimiento de los derechos de las mujeres -primero- y -posteriormente- los de la comunidad gay. Y como si fue poco, es también un muestrario de los cambios culturales ocurridos en Argentina en las últimas tres décadas. Fuskova, a los 92 años, es una suerte de mito viviente pero también de leyenda que ha dejado un legado indispensable. No solo por las causas que militó, sino además por las formas en que lo hizo. Cuando aquellos movimientos pensaban su acción un poco desde las sombras, decidió tomar protagonismo y llevar sus temas a la televisión y en horario central: la película recuerda un momento clave, cuando Ilse fue al programa de Mirtha Legrand. También aparece enfrascada en intensos debates, expresándose siempre a través de un cuerpo de ideas formado pero a la vez inteligente en sus métodos. Por eso cuando el documental sigue su presencia en las movilizaciones del “Ni una menos”, el sentido que emerge es el de continuidad, el de legado que ha seguido en otros cuerpos y en otras voces. Lo que está claro es que no se puede pensar ese hoy sin aquel ayer. Y ahí Fuskova se vuelve clave, fundamental, pero básicamente fundante. Furió y Santa Ana resumen, en algo más de 80 minutos, no solo una vida, sino además la causa a la que esa vida se entregó y el recorrido histórico de una comunidad que proveyó cambios culturales que hoy siguen en ebullición. En ese sentido el documental podría ser tildado de demasiado ambicioso, pero bien es cierto que goza de un encomiable trabajo de montaje y síntesis, entregando la información indispensable y dejándonos conocer al personaje tanto en su costado íntimo como en el público. Claro está que el hecho de que la historia de los movimientos LGTBIQ+ se haya desandado casi en paralelo a la construcción de la identidad de la propia protagonista, sirve para que podamos relacionar los diversos niveles por donde transita la película sin que las cosas se vuelvan demasiado fragmentadas o derivativas. Ilse Fuskova es también un documental bastante tradicional en sus formas, una película pensada más en la mostración de un personaje que en el exhibicionismo de sus realizadores. Casi una característica que se condice con los deseos de su protagonista.
PATRIA Y FAMILIA En 2014 Dios mío, ¿qué hemos hecho? fue una de las películas más exitosas en los cines franceses, lo que comprueba que esos lugares comunes de “el cine francés” para darse aires de importancia son una tontería. Si la premisa de aquella película (los Verneuil, un matrimonio conservador de clase alta de provincias con cuatro hijas que se casan con hombres de diferentes etnias) era bastante forzada, podíamos justificarla por el lado de la hipérbole que la comedia busca como combustible para el humor. Seguramente, dado el éxito, el director y guionista Philippe de Chauveron habrá buscado la forma de rizar el rizo y construir otro relato sostenido en la potencialidad de lo improbable. Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho? es la secuela que pone ahora a las cuatro hijas en una situación crítica: los cuatro maridos, el musulmán, el judío, el africano y el asiático, se cansan de la discriminación de los franceses y amenazan con irse a vivir a otros países. Todos juntos, en el mismo momento, para terror del matrimonio Verneuil. Si decimos “el musulmán, el judío, el africano y el asiático” es porque en verdad ese es el plan de la película: jugar al límite en los bordes de los estereotipos étnicos y raciales, rozando la incorrección política y el cuidado con el que el cine aborda esos temas en el presente. En verdad De Chauveron pretende con su comedia reflejar un asunto de la Europa del presente, y especialmente de Francia: la convivencia entre diferentes, la “invasión” que vive aquel país de esos otros que en el pasado eran los invadidos, los desclazados, las minorías. El problema de la película en todo caso es que carece de imaginación para interpretar esos temas por el lado de la comedia y lo que termina haciendo es caer en esos estereotipos que supone combatir. Por eso que, en definitiva, los mejores momentos sean aquellos en los que precisamente el patriarca de Christian Clavier cae en los comentarios más racistas y discriminadores. No por avalar lo que dice el personaje, sino por divertirse con una película que parece atrasar 40 años en el concepto de la comedia, una salvajada a destiempo hecha con un grado de desvergüenza inusitada e imposible en el cine del presente. Es ahí, cuando Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho? se vuelve demodé y una antigualla despreocupa del qué dirán, que la película funciona, no porque sea graciosa sino porque resulta honesta. Si la primera hora parece una serie de viñetas pegadas con Plasticola, en una sucesión de chistes malos y actuaciones pésimas, los últimos cuarenta minutos encuentran algo parecido a un plan y la narración se concentra en un hecho, lo cual es mínimamente positivo para la película. La idea es cómo el matrimonio Verneuil convencerá a los cuatro maridos (porque las mujeres acá mucho no deciden) de que Francia es el mejor país del mundo y anulará sus deseos de irse a otros destinos. Lo que surge de eso entra en el terreno de lo patriótico y lo ofensivo, entre la tontería de un guion que nos toma por idiotas y la peor apología de la manipulación y el maniqueísmo. El último plano, con las cuatro mujeres llegando con sus hijos y la idea de familia francesa fortalecida, ingresa en el panteón de las cosas más horribles del año. Pero cuidado que hay una tercera parte anunciada para el año que viene. Todo puede ser peor.
NO NECESITO TU LÁSTIMA Así como el cuerpo de Vika (la joven estrella israelí Shira Haas) lucha contra una enfermedad degenerativa que le contrae los músculos y le va limitando los pulmones progresivamente, la película de Ruthy Pribar hace chocar un drama social de mujeres con los clichés de las películas sobre enfermedades terminales. El acierto de la directora es nunca dejar tentarse por el lado más lacrimógeno del asunto y centrarse en la experiencia de sus protagonistas, pero también en aquello que una película con semejante premisa puede hacer para escapar de la encerrona del golpe bajo. Asia, la madre pero también la película, tienen pequeñas huidas, salidas laterales que siempre las devuelven al centro en una lucha constante por nunca dejarse vencer. El esfuerzo es encomiable pero también sutil, gracias a un guion que siempre encuentra la forma de decir las cosas sin tener que subrayarlas o gritarlas a los cuatro vientos. Lo laboral, la vida de los inmigrantes, la ancianidad, la diaria de la clase trabajadora, las mujeres solitarias que crían a sus hijos sin presencia masculina (“vos sos lo único que me dio un hombre”, le dirá Asia a Vika) son dramas que se muestran sutilmente. Que la película lleve el nombre de la madre y no de la hija enferma es un detalle interesante. Es también la demostración de que el punto de vista del film será ese, el de la persona que se enfrenta a la pérdida y no tanto de la que padece y sufre. Pribar lo deja en claro dedicándole desde el primer hasta el último plano a esa mujer y madre laburante, y algo desconcertada por lo que le toca vivir. Y ahí tenemos a Alena Yiv, actriz enorme que construye un personaje atravesado por múltiples pesares pero que tiene la capacidad de afrontar lo suyo con enorme hidalguía. Si la película es por momentos un vehículo al servicio de la joven Haas y su figura explotada internacionalmente a partir de la serie Poco ortodoxa (por las características del personaje, es la actuación evidente de la película), lo de Yiv es impresionante, sin un gesto de más, transmitiendo una paleta de emociones que no elude el humor y la complicidad materno/filial con un grado de ternura enorme. Asia es siempre un relato de dos, que en un comienzo están distantes y lentamente se van acercando y fortaleciendo un vínculo un poco a los golpes. En las primeras escenas seguimos a la madre en su trabajo en el hospital y asistiendo a fiestas, mientras la hija escapa con sus amigos y zigzaguea entre los múltiples estímulos de la adolescencia. Y si bien cuando la enfermedad se hace presente representa un cisma para el relato, Pribar tiene en claro lo que quiere contar: la historia de una madre solitaria, atrapada en un trabajo en el hospital que no le permite respiros económicos y una situación afectiva pendiendo de un hilo mientras mantiene una relación extramarital (por parte de él) con un médico. Básicamente Asia es un drama social de gente a la que le pasan cosas extraordinarias. En todo caso la enfermedad es un detalle, que se escenifica perfectamente en esa escena en la que Vika se descompone pero la cámara mira por la ventana mientas divide el plano entre el interior del departamento y la calle con su vida habitual, indolente ante lo que sucede con los individuos. Como ejemplifica Vika en una escena clave (clave para la película porque es un momento incómodo y porque representa una de esas tantas instancias en las que parece romper su ética y merodear lo innecesario) no hay que tenerle lástima. Porque Asia es un relato que exhibe el dolor no como una forma de extorsión emocional, sino para representar que la vida está llena de momentos horribles y bellos, y que incluso a veces conviven como en la última terrible escena. Asia no es una película de consecuencias, sino más bien de decisiones.
HISTORIA Y VEROSÍMIL Un poco en la senda de la nacional El secreto de sus ojos, la alemana El caso Collini toma hechos políticos e históricos para jugar con la ficción y construir un terreno donde la justicia por mano propia termina siendo justificada. Pero lejos de la ucronía sangrienta y festiva del Tarantino de Bastardos sin gloria, este film de Marco Kreuzpaintner intenta ser todo lo riguroso que puede para terminar desarrollando un thriller judicial que progresivamente vaya revelando sus cartas y deje al espectador pensando, con la mano en el mentón. Lo que tenemos de arranque es al jubilado Fabrizzio Collini (Franco Nero) haciéndose pasar por periodista para dar con el empresario Hans Meyer y matarlo a balazos, además de romperle la cabeza a patadas. El porqué del virulento crimen es lo que el inexperto abogado de origen turco interpretado por Elyas M’Barek tratará de dilucidar. Y no le será sencillo puesto que el anciano Collini, ahora preso, permanece inmutable e inaccesible. Sin volverse demasiado seria o solemne, El caso Collini es una película que busca legitimización a partir de los temas importantes que flotan en la superficie: sin adelantar demasiado, digamos que se irá desenredando una trama que involucra crímenes de guerra cometidos por jerarcas nazis. Kreuzpaintner apuesta por la fuerza de su tema para tapar varias arbitrariedades de la historia, y algunas situaciones forzadas que buscan una complejidad dramática innecesaria. Ahí sobresale el vínculo que tenía el abogado con don Meyer y, especialmente, con la nieta de aquel. Lazos que podrían no existir y la película no perdería mucho. Pero también la aparición demasiado casual de una piba que labura en un delivery y sabe hablar italiano o el reencuentro con un padre ausente que trabaja en una librería, personajes ambos que terminarán siendo clave y ayudando al letrado en la investigación de la causa. Pero si así y todo El caso Collini funciona, se debe en parte al oficio del director para llevar la narración sin que las groseras casualidades hagan demasiado ruido. O que en todo caso las toleremos porque el movimiento nos distrae. Más allá de los temas importantes que la integran y de lo discutible que puede ser su resolución desde un punto de vista ideológico, este film alemán aprovecha todos los resortes clásicos de este tipo de relatos y los ejecuta con notable sabiduría. Porque en el fondo El caso Collini no deja de ser la historia de un abogado débil y un acusado con todas en contra, que terminarán imponiendo su verdad contra viento y marea. Es ahí donde la película revela su cualidad de film de género y exhibe su aliento pastichero, bien lejos de la lógica festivalera o la búsqueda de prestigio que parece encausar. Lo disimula bien, aunque no deja de ser como un capítulo estirado de cualquier serie sobre abogados.
UNA QUE SABEMOS TODOS El subtítulo que le pusieron aquí a esta secuela producida entre China y EE.UU. parece un guiño y un mal chiste, pero en verdad se ajusta bastante a la historia: Bodi, el perro protagonista, se deja seducir por un empresario discográfico que le promete el oro y el moro, y termina abandonando a sus compañeros de ruta musical a la vez que avanza en un proyecto solista que anula completamente su esencia. Bodi entonces atravesará un ascenso meteórico y posteriormente una caída estrepitosa, para recuperarse en el lugar donde se recuperan los personajes de todas estas películas con moraleja: junto a la familia y los amigos. Rock Dog: Renace una estrella es una película que apuesta por las convenciones y no logra correrse un centímetro, ni sorprender en el camino. Hay que reconocer, no obstante, que Rock Dog: Renace una estrella nos regala una pequeña epifanía a partir de una idea del villano. Resulta que hay un parque donde se juntan a tocar los músicos independientes y que sufre la amenaza de ser cerrado y edificado. En verdad esa amenaza es un invento del villano (un lobo con una máscara de cordero, así de sutil es todo), que quiere lograr que los músicos se agrupen para protestar y convertirlo a él en una suerte de líder espiritual cuando se presente como salvador. Es que a decir de él esos músicos son unos “necesitados” y cooptarlos es muy sencillo. No puedo negar que me divertí mucho haciendo una analogía con la relación entre el kirchnerismo y buena parte de la colonia artística del país, aunque en verdad es algo que está muy lejos de las intenciones de la película. En fin, que como en la hipócrita Luna de Avellaneda el que tiene razón es el villano, pero el film de Mark Baldo no tiene la honestidad de aceptar la realidad. Y edifica una fábula edulcorada sobre el regreso a los orígenes donde el mayor problema en sí no es ese, sino más bien el fragmentario recorrido de su narración. Porque no están claros los objetivos del villano y porque acumula personajes de su primera entrega que quedan relegados en la historia, pero inventa subtramas para que tengan participación sin que eso esté demasiado integrado. Sin demasiado vuelo y con un humor que no supera la medianía, a la película se le nota además su carácter de segunda selección en una animación que no supera los estándares de la producción hecha para el consumo hogareño.