Tras haber recorrido festivales nacionales y del exterior en los últimos dos años, finalmente El Sol de Ayar Blasco tiene su estreno en los cines argentinos. Lo hace a tan solo semanas del cuestionado lanzamiento de Soledad y Larguirucho, otra producción animada hecha en el país, y en ese sentido se presenta como su antítesis. Animación con Adobe Flash de bajo presupuesto, compensa las limitaciones técnicas con originalidad y libertad creativa, ejemplo concreto de un cine hecho puertas adentro con más ideas que plata. Con una influencia clara de Mercano, el Marciano, de la que el director fue dibujante, se trata de un relato post-apocalíptico y marginal, en el que dos jóvenes buscan su lugar en un mundo en ruinas. La adicción a las drogas y la violencia son tópicos que perduran aún frente a una tierra devastada, en la que el Sol quema como nunca y la muerte tiene diferentes formas. Con un lenguaje agresivo repleto de insultos, se conduce una historia cargada de humor, en la que la línea que separa al héroe del villano es más bien tenue, y la corrupción cala profundo en la naturaleza de los hombres, aún liberados de la excusa de los políticos. Si bien por momentos abusa del vocabulario soez, a tal punto que la escalada de malas palabras se convierte en un recurso repetido, la película transita una muy lograda primera parte, en la que se desarrolla la historia de Once y La Checo, como dos versiones argentinas de los personajes de South Park, y se delimitan los principales puntos a tener en cuenta en este deformado paisaje. Llamará la atención entonces el descontrol que se desprenda de este rico planteo, con secuencias inconexas que parecen tender a cubrir tiempo de pantalla, detalle que no se puede pasar por alto cuando tiene una duración de escasos 65 minutos. El corto derrotero hasta el final será en la forma de una suerte de viaje onírico complicado de seguir, bien musicalizado pero con las mismas dificultades de sonido presentes en toda la producción. El Sol es un proyecto personal y ambicioso que, aún con sus fallas, se constituye en un raro exponente, y en ese sentido valioso, de la ciencia ficción y la animación nacional dirigida a un público adulto, a la cual le ha costado trascender la frontera de la Internet.
"Soy un hombre de gustos sencillos, me gusta la dinamita, la pólvora y la gasolina. ¿Y sabes que tienen en común? Que son baratas". (The Joker, The Dark Knight, 2008) Pocas películas se han convertido en semejante objeto de atención y generado expectativas tan importantes como las que provocó The Dark Knight Rises a lo largo de los últimos dos años. En torno a ella se edificó una esperanzada estructura que acompañó la larga espera desde el lanzamiento del primer vistazo, hace poco más de doce meses, hasta la inevitable saturación de la campaña publicitaria, a sólo semanas de su estreno. Los rumores y supuestos estuvieron a la orden del día, se engulló cada imagen o noticia con hambre voraz, con un incontrolable apetito por este cierre de trilogía a cargo de Christopher Nolan. Este fanatismo de un público masivo, que más allá de los próximos estrenos de grandes realizadores ha convertido a este en el acontecimiento cinematográfico del año, la ha dotado de un valor único que entiendo la llevó a trascender el cerco que impone la formalidad del puntaje. Considero que será interesante plantear desde este momento y en forma sencilla algunas conclusiones, para luego desmenuzar los motivos de las mismas sin revelar detalles de la trama. El Caballero Oscuro Asciende es una buena película que, no obstante, comportará cierta decepción para aquel cuya aspiración no sea una incondicional defensa ciega. Es, al menos durante buena parte, un final coherente para una saga que alcanzó su punto más elevado con The Dark Knight, diferenciándose de aquella en numerosas cuestiones que llevan a dudar de lo sólido del resultado. Si la anterior era anárquica y rabiosa, caos controlado en la figura de uno dispuesto a llevar a todos al filo de la cornisa para ofrecerles el salto, esta funciona por oposición directa. Bane es frío y calculador, ejecuta un plan en forma sistemática en el que cada una de sus piezas es un engranaje de un gran mecanismo de relojería adosado a una bomba, dispuesto a estallar en un tiempo cronometrado. Desde su explosiva presentación, en la que se percibirá un notorio cambio de voz que le resta cierto encanto a raíz de los criticados adelantos, el villano se constituirá como una presencia magnética en pantalla. Con un Tom Hardy que fácilmente se perfila como uno de los grandes de esta generación, cada palabra que provenga de su máscara cortará el aire y provocará asombro. Un personaje tanto físico, los descontrolados y sucesivos golpes al cuerpo de Batman y el entorno son de temer, como mental, se trata en todo sentido de un equivalente directo al alter ego de Bruce Wayne. Uno de los primeros problemas que presentará The Dark Knight Rises se dará alrededor del fastuoso despliegue de producción que se requiere para lograr un objetivo. Si The Joker necesitaba sólo algo de fuego y nafta para empujar a Gotham al borde de la autodestrucción, en este cierre de trilogía se precisa de un argumento propio de James Bond para lograr el cometido. Es evidente que Christopher Nolan se ha valido del Caballero Oscuro para abordar tópicos que han sido de su interés a lo largo de su filmografía, no obstante pareciera que su estudio de la personalidad humana habría agotado todas sus fuerzas con el film del 2008. Durante la mayor parte de su metraje, esta tercera parte se ofrece como aquello que uno realmente estaba esperando. Una película que satisface al fanático y que otorga al resto del público dosis de cine del bueno, cargado de espectacularidad, con un desarrollo sostenido de cada instancia de la trama, con un tratamiento intensivo sobre cada uno de sus personajes. Sería injusto no destacar así la importancia de los fundamentales Gary Oldman y Michael Caine, como los rostros más humanos de la trilogía, así como omitir el buen desempeño de Anne Hathaway o Joseph Gordon-Levitt, dos que sorprenden con papeles disímiles. Para encontrar el problema central de este cierre hay que remitirse a los libros, al guión firmado por los hermanos Nolan. El enredo (Memento, The Prestige) y la sobreexplicación (Inception) suelen ir de la mano en las películas del director, priorizando lo uno o lo otro según corresponda. En el caso de The Dark Knight Rises habrá de lo segundo en abundancia, subrayando en forma innecesaria cuestiones claves del argumento que abren la puerta a la previsibilidad. Estos problemas en lo escrito se potencian sobre su descuidado final, con el cual no sólo se traiciona la totalidad de la película sino también la de la saga completa. Si el valor de la misma trasciende el mero puntaje, como planteé al comienzo de la crítica, es porque se inscribe en el marco de un año clave para las superproducciones en el que, en forma inversa a lo que se suponía, fueron más las que sorprendieron que las que confirmaron sospechas. En el mismo sentido que Prometheus, cuya decepción es también producto de un guión problemático, la riqueza de la nueva Batman se halla en la posibilidad de generar intensos debates que la tengan como centro. Si bien se trata de un buen film, dista de igualar el nivel de las expectativas. Asciende, pero no a la altura de las circunstancias.
Esta crítica se publicó en el marco de la 13 edición del BAFICI. Tilva Ros es el filme debut del serbio Nikola Lezaic, que obtuvo el premio a la Mejor Película y Mejor Actor (Marko Todorovic) en el Festival de Cine de Sarajevo, la competencia más importante de la región centro-este de Europa. Dos amigos, Toda y Stefan, forman parte de un grupo de skaters en una ciudad balcánica que vive el ocaso de su prosperidad tras la caída de la industria minera. La realidad de protesta social y falta de oportunidades penetra la vida de unos jóvenes al final de su adolescencia, quienes empiezan a distanciarse de a poco al enfrentarse con los problemas que conlleva crecer. Como en el caso de la estadounidense Kids o la argentina Somos Nosotros, el director logra captar un espíritu adolescente, reflejando las inquietudes y el desconcierto de una generación. El trabajo, el amor, la amistad, son algunos de los tópicos a los que se recurre a lo largo de la película, dividida en cuatro partes. Acompañada de una muy buena banda sonora internacional, con sólo uno o dos temas locales, se construye una historia entretenida, cargada de situaciones cómicas, sostenida con duelos de diálogos muy bien manejados por sus actores. A esto hay que sumar también aquellos efectivos momentos suspendidos en el tiempo, bellamente musicalizados, así como los divertidos cortos al estilo Jackass que filman una y otra vez. El problema recae entonces en que esos 99 minutos terminan por ser demasiado, tendiendo a repetir algunas secuencias y extendiéndose más de la cuenta. Más allá de esto la película alcanza muy buenos resultados, no sólo como reflejo de un grupo que se impone desafíos y riesgos físicos con tal de no enfrentar un dolor emocional, sino que es más lo que abarca ya que se convierte en un retrato generacional. Es la juventud que madura en un lugar estancado, con un futuro más brillante a sólo unas fronteras de distancia.
En las últimas dos semanas, desde el momento en que finalizó la función de prensa de Soledad y Larguirucho, se produjo una discusión con dos posiciones enfrentadas por aspectos diferentes de la misma producción. Están los detractores, entre los que me cuento, que cuestionan la mala calidad de esta anacrónica propuesta, y por el otro lado los defensores que, probablemente sin haber visto la película, valoran su condición de realización argentina. Creo que vale la pena iniciar la crítica con estas breves líneas porque la nueva creación de la factoría García Ferré abre una cuestión que, al menos desde mi punto de vista, parecía superada. El cine nacional creció lo suficiente en los últimos años como para que su condición de autóctono acarree una defensa ciega de algún producto de cuestionable resultado. El esfuerzo se valora, pero no siempre se premia. Defender una película así por "hecha en casa" no solo supone que se tenga en alta estima a una de las peores realizaciones de los últimos años, sino que implica un muy bajo concepto del cine argentino en general. Si bien la animación no es buena, desde luego que sería injusto mirar a Soledad y Larguirucho a través del cristal de Pixar o Dreamworks. La cuestión es que, si se juzgara desde lo presupuestario, solo habría críticas positivas para lo que llega de Hollywood. El cine necesita ideas, pero estas están ausentes de la película de García Ferré, cuyo argumento es nulo y la sola mención de las pocas líneas de la sinopsis podría considerarse un spoiler. En ella, los cuatro villanos intentan, sin lograrlo, evitar el éxito de la cantante Soledad, a quien se considera una "estrella indiscutida de los niños". Siendo esa la totalidad del argumento, se conduce al espectador en círculos, con diferentes planes frustrados que derivan en un final abrupto. En este viaje por diferentes paisajes de la Argentina se encontrarán elementos propios de lo peor, y más avejentado, del cine nacional. El hecho de que esté producida por San Luis Cine, obliga a un recorrido por esa ciudad, en la que Neurus asume el rol de guía turístico. Es tal el descaro con que se promocionan los logros arquitectónicos de la anterior gestión, que sorprende que no se haga presente uno de los políticos para un breve cameo. El villano oficiará además como maestro, con viaje en el tiempo incluido, impartiendo contenido educativo inútil para los niños a quien está destinada. Con ese mismo adjetivo se deberán calificar las breves participaciones de las figuras del espectáculo, como Guillermo Andino, Pablo Codevilla (en una intervención ilógica) o Diego Capusotto (completamente desaprovechado), además de un papel de no acabar para el Chaqueño Palavecino. Los mismos son, evidentemente, un fallido guiño para el público adulto que por obligación ocupará las butacas junto a sus hijos, al igual que la breve y poco noble presencia de Carlitos Balá, quien repite todas las muletillas que lo hicieron famoso mientras hace un chivo de una casa de electrodomésticos. Junto a niños con cara de incomodidad, Soledad Pastorutti tendrá múltiples números musicales, prácticamente todos referidos a la comida, en los que busca el coro del espectador en la sala. Serán muchas las ocasiones en la que la artista y Larguirucho se dirigirán en forma directa a la audiencia, para pedir alguna opinión o para que acompañen en alguna canción. Los personajes creados por Manuel García Ferré acompañaron la infancia de muchas generaciones desde los años '50, pero la falta de evolución de los mismos llevó a que, con el correr del tiempo, queden relegados de manera excluyente a públicos cada vez menores, no en cantidad sino en rango etario. Secuencias en las que se imita, en forma pobre, un enfrentamiento a la Kill Bill, en las que se pinta de color el rostro de la protagonista para que cante como una candombera (algo que por pudor o consciencia no se debe ni hacer en las escuelas) o la permanente mención a los modernos artefactos tecnológicos, que ninguno de los involucrados sabe usar, dan cuenta de lo vetusto de la apuesta. Las pésimas actuaciones, el guión inexistente, el uso permanente de frases hechas y latiguillos gastados, el burdo panfleto publicitario y demás elementos mencionados de esta crítica deberían ser suficientes razones para entender que aquí el "patriotismo cinematográfico" no cuaja. Más aún si se considera que, aún lejos de los abultados presupuestos de los tanques de Hollywood, la producción contó con uno de 10 millones de pesos, cifra de ensueño para la mayoría de los realizadores argentinos.
"Todo el mundo es especial. Todos. Todo el mundo es un héroe, un amante, un tonto, un villano, todos. Todos tienen su historia que contar". (V for Vendetta, Alan Moore) Todos tenemos algo que decir, pero la vida de algunos tiene ribetes cinematográficos más importantes que otros. Rubén Plataneo lo entiende y encuentra en su carismático protagonista la razón de ser de su película. Un joven de Conakry, Guinea, se juega la vida y su futuro en una sola mano: con los riesgos que supone el ser descubierto, se cuela en un barco con destino incierto en busca de un horizonte más próspero que el que propone su África natal. A su llegada a "la tierra de Maradona", no a la Europa que apuntaba, se adapta, forma un grupo de amigos y consigue changas, al tiempo que persigue su carrera como rapero. El director rosarino sigue la vida de Black Doh en la Argentina, no con un documental clásico que rastrea testimonios, sino compartiendo su cotidianeidad y permitiéndole develar su historia. A la hora de la narración esquiva lugares comunes para contar su pasado, de hecho lo resume en breves segundos con el recurso de la lectura del legajo de Tribunales con el que pidió asilo político, y convierte al espectador en un conocido más a quien se le comparte una larga anécdota. La película transita con ligereza buena parte del metraje hasta que, en lo que supondrá el mayor esfuerzo de la producción, se traslada hacia la lejana tierra de su personaje para entrar en contacto con su familia. A partir de entonces la misma se convierte en un vehículo de comunicación entre el músico, que si bien está presente en los diálogos de los otros desaparece de la pantalla hasta el final, y los que quedaron en África, desplazando el foco de atención y concentrándose en el sentir de los parientes respecto al hijo que se fue. Con una historia tan rica como la del protagonista, Plataneo se concentra exclusivamente en ese aspecto en detrimento de otros puramente cinematográficos de su presente, como el amor que se va del país o el ser víctima de un disparo, que pudo haberlo matado, en un hecho confuso que no acaba de entenderse. Lo que ocurre es que, al haber pasado cerca de una hora y media con Black Doh, uno siente que ha compartido algo de su vida, y en ese sentido quiere saber más de ella.
La historia del cine reciente celebra al verano de 1982 como el mejor que existió, con una seguidilla de estrenos como The Thing, E.T., Poltergeist, Rocky III, Star Trek: The Wrath of Khan, Tron y demás películas, hoy ya convertidas en clásicos, separadas por tan solo semanas de distancia. Hoy, a treinta años de semejante acontecimiento, la industria se encuentra frente a una situación fuera de la común en la que, si bien las críticas en torno a la modalidad de los reboots, remakes o la falta de ideas en general están a la orden del día, pareciera que con cualquier elección no hay posibilidad de fallar. Para que se entienda el concepto en general, de por sí para este 2012 quedan esperados lanzamientos de afamados directores como Spielberg, Tarantino, Zemeckis o Paul Thomas Anderson, pero lo cierto es que prácticamente cualquier tanque de Hollywood que llegó en esta primera mitad del año superó las expectativas. Esta introducción no es bajo ninguna forma casual, porque la realidad es que The Amazing Spider-Man se eleva muy por encima de lo esperado. Que se recuerde, pocas películas han tenido tan mala publicidad antes de su llegada a los cines. Más que a la realización en sí por la cercanía con las de Sam Raimi, uno de los aspectos más criticados fue, paradójicamente, la agresiva campaña de difusión (los altos números de The Avengers son tentadores para cualquier superhéroe), que abusó del material de prensa al punto de revelar en un spot la escena post-créditos. Las razones del relanzamiento deberían ser obvias hasta para el más obtuso. En un tiempo en el que se filma con la mente puesta en secuelas, Sony estaba sentada sobre una mina de oro que había terminado de la peor forma con Spider-Man 3. De esta manera, con un logrado reposicionamiento del arácnido por parte de Marc Webb y la instalación de dos jóvenes figuras como Andrew Garfield y Emma Stone, quienes además se ven como adolescentes, el estudio tendrá a Peter Parker asegurado por muchos años más. The Amazing Spider-Man se sitúa en las antípodas de aquella con la que Raimi cerró su trilogía. Si la del 2007 tenía un argumento nulo y se acercaba más a un videojuego, con la presencia de tres enemigos a los que derrotar en múltiples combates, esta propone absolutamente lo contrario, con una repetición de la fórmula de la Spider-Man del 2002. La búsqueda de la identidad del protagonista, su primer amor, la relación con sus familiares, son temas que el director de (500) days of Summer aborda en profundidad, con un amplio desarrollo del hombre detrás de la máscara. Si bien habrá momentos de acción, en los que el personaje central deberá probarse como el héroe que puede ser, es indudable que la mejor cara de la película se encuentra más del lado de Peter Parker que en la del Hombre Araña. Aún con la gran responsabilidad que acarrean sus poderes, este no alcanza la madurez en forma repentina, después de todo no deja de ser un adolescente. Impulsivo y socarrón, se divierte con sus habilidades y eso se refleja perfectamente en pantalla, con buenas dosis de humor que nacen de la comodidad y la química de los actores involucrados. Es así que, en contra de lo que uno podría suponer, tiene mayor peso el romance de Peter con Gwen Stacy que el resultado del enfrentamiento con el Lagarto, más allá del buen trabajo de Rhys Ifans. El némesis de nuestro héroe se toma su tiempo en mostrar su rostro y, a diferencia de lo que ocurría con el Duende Verde en la original, el alter ego de ambos no supone un misterio para ninguno. Más allá de que los efectos sean de primer nivel (sorprende la falta de uso del ya gastado slow-motion) y que las secuencias de combate estén bien dispuestas, en ningún momento se llega a la altura alcanzada con el personaje sin el traje. En este sentido es un gran logro del realizador que, aún con todas sus repeticiones y la falta de sorpresas en la historia del joven, se pueda olvidar a la primera de la saga, una producción con plena vigencia de la que sólo ha pasado una década desde su estreno. Resta entonces esperar los resultados de The Dark Knight Rises y demás propuestas para esta segunda mitad del 2012 con la certeza de que este año se perfila como uno de los más ricos del último tiempo.
Es difícil no ser redundante a la hora de escribir sobre To Rome with Love cuando la ciudad supone la cuarta parada dentro del tour europeo de Woody Allen. Tiene sabor a poco volver a hablar de la fascinación del prolífico realizador por las capitales del viejo continente porque, aún con diferencias de argumento, se ha hecho lo mismo con sus últimos trabajos. Ya no es una cuestión de comparación entre los films del presente con los que hizo en los años '70 u '80, la repetición conduce a que se considere cada nuevo trabajo del neoyorquino a la luz del anterior, con la consecuencia de que su originalidad natural se vea resentida desde el principio. Esta comedia coral sigue cuatro historias independientes que en ningún momento se conectarán, aunque aborden un tópico similar. Si bien pueden inscribirse bajo la idea general de las nuevas experiencias u oportunidades, todas se pueden leer a partir de temáticas diferentes que por décadas han sido del interés del director, como la infidelidad, la música, el sexo, la psicología o la fama y la felicidad. El problema central reside en lo irregular de las ficciones que se tratan ya que, si bien la creatividad de Woody Allen se mantiene intacta, en general sólo dos de las cuatro anécdotas resultan efectivas. Por el lado norteamericano, tanto las historias de Jesse Eisenberg, un alter ego del realizador, como la protagonizada por el propio director funcionan y cautivan al público, con esa frescura y el timing preciso que caracterizan a su obra. Es por el lado italiano que se encuentran las patas más flojas, con una narrativa en círculos que sólo se rompe al final, en donde recién se puede apreciar un poco el relato, original pero no atractivo, que se contó durante 100 minutos. Al momento de la evaluación, To Rome with Love da cuenta del desgaste del formato turista del director, a la vez que prueba que su ingenio para el guión y su sentido del humor todavía perduran. Así como aquel que canta como los dioses desde la comodidad de la ducha, es evidente hasta para el propio Woody Allen que ya es hora de regresar a su zona de confort, su amada Nueva York.
En las últimas semanas se han estrenado dos películas que en nada se relacionan desde lo argumental, pero que comparten un trasfondo similar y han generado notables efectos a nivel crítica y audiencia como hace tiempo no se percibían. Tanto Prometheus como Dark Shadows supusieron para Ridley Scott y Tim Burton sendos retornos a los comienzos de sus carreras como directores, con Alien para el primero (aunque sea Blade Runner sobre todo la que se tenga que revisitar) y Beetle Juice para el segundo. Con sus respectivas fallas y aciertos, ambos trabajos se han convertido en objeto de debate, con acaloradas objeciones y defensas que acabaron polarizando las opiniones entre los que se han visto desilusionados y los que recibieron el 10 que esperaban. En el caso de Sombras Tenebrosas estamos frente a una posibilidad desaprovechada, en el marco de una prometedora propuesta que, si bien vale la pena, se diluye con el correr del metraje. Antes de comenzar me parece necesario retomar dos cuestiones que anteceden a este estreno. En muchos casos el árbol no deja ver el bosque, y se ha hecho una mala costumbre plantear que Burton está desorientado o en caída, algo que de ninguna forma se desprende de su rica filmografía. Es cierto que Alice in Wonderland es muy pobre, pero eso no debería ser suficiente para hacer apresurados juicios de valor sobre un director con una decena de grandes películas. Por otro lado cabe señalar las críticas negativas recibidas en torno a su enfoque sobre la creación de Dan Curtis, una serie que dejó de emitirse hace cuarenta años pero que resultó tener un acérrimo séquito de defensores. Evidentemente estos consideran que una versión debe ser servil a la original, porque de lo contrario se trataría nuevamente de una crítica infundada. Si, Dark Shadows tiene problemas y se encuentra lejos de lo que este realizador tiene para ofrecer, pero ello no se debe a ninguna de las cuestiones aquí rebatidas. Es difícil ignorar el hecho de que esta última producción del director de Ed Wood o Edward Scissorhands no tuvo la acogida esperada en su país de origen. Es por cierto difícil de entender el por qué de tales críticas cuando, durante una buena parte al menos, estamos delante de un trabajo muy logrado. Desde su comienzo se percibirán grandes interpretaciones de la bella Eva Green y de Johnny Depp (quizás es cierto que la dupla merece un descanso, lo cual no implica que la colaboración de ambos haya perdido un ápice de calidad), así como un notable uso de la música, que transporta en una VW hippie directo al corazón de los '70. A partir de allí Burton se encuentra cómodo en su territorio, en uno de esos mundos únicos nacidos de su mente creativa, poblados por personajes disfuncionales que respetan los valores tradicionales y excluyen a quienes no lo hacen. Con el correr de los minutos la película mostrará ciertas dificultades a la hora de fijar el tono, con una articulación a medias entre el humor y el terror. Si bien es cierto que hay muy buenas secuencias cómicas (el apasionado encuentro entre el vampiro y la bruja es un premio), básicamente se corresponden con un único recurso que es el de Barnabas Collins frente a una época a la que no pertenece. El mismo, más allá de que resulte efectivo en numerosas oportunidades, se agota por repetición y hace que en su totalidad el film pierda originalidad. A esto se debe sumar un final que bordea el ridículo y se muestra como lo peor de la película, efecto que se acrecienta en comparación con su excelente apertura. Resta preguntarse por la figura de Seth Grahame-Smith, quien ha tomado Hollywood por asalto en el último tiempo a base de parodias (Abraham Lincoln: Vampire Hunter es su próxima creación en estrenarse) pero cuya capacidad como guionista hasta el momento no había sido puesta a prueba. El ingenio de su propuesta se desinfla con rapidez, por lo que recae en el realizador y su gran elenco sostener a una Dark Shadows floja de papeles a la que lentamente se le escapa su frescura. No es cuestión de que la última película de Tim Burton sea mala o genial, se trata de una fallida apuesta que no acierta el rumbo y se estaciona a una considerable distancia de aquello que él ha sabido entregar a lo largo de los años. No obstante es, por encima de todo, una bienvenida muestra de que el director retoma sus primeros trabajos (Frankenweenie viene a confirmarlo) y eso es, como en el caso de la Prometheus de Ridley Scott, algo que tiene mayor peso que el resultado final.
No es habitual encontrar en una tercera parte el signo de que una saga se ha fortalecido. En el común de los casos, el film que completa la trilogía tiende a verse deslucido, como una repetición de las formas originales que no obtiene los mismos resultados. DreamWorks ha visto desde un costado como Pixar se burlaba de esa tendencia con Toy Story 3, una película enorme a la que Shrek Tercero o La era de hielo 3 tienen mucho que envidiarle. Con los personajes del zoológico neoyorquino, el estudio revierte aquello que colaboraron a instalar con las secuelas en productos de animación, con un trabajo fresco, ágil y cargado de humor absurdo. Uno de los mayores logros de esta película es que, en los 85 minutos que dura, no se permite bajar la intensidad. El ridículo ha quedado demostrado que no es para todos, las secuelas del ogro verde son el ejemplo, pero en esta oportunidad se lo explota como corresponde, en la forma de un chiste detrás de otro. Este ritmo frenético obliga al espectador a colgarse del trapecio y dejarse llevar por los animales. No hay posibilidad de detenerse a pensar por qué no funciona el primer canto de la cebra Marty, con un despliegue de la a veces insoportable voz de Chris Rock… si el intento fue fallido, se rebota en la red de seguridad y se vuelve al ruedo. El balance acabará por dejar una lista interminable de secuencias cargadas de gracia, algunas muy cómodas en lo obvio, otras sencillamente geniales, como la historia del tigre Vitaly (una lástima no poder oír la voz del gran Bryan Cranston) o la notable conversión de la capitana Chantel DuBois en la mítica Edith Piaf. Con Eric Darnell y Tom McGrath nuevamente detrás de cámaras, esta vez junto a Conrad Vernon (Shrek 2), el gran cambio corre por cuenta de Noah Baumbach, escritor de films como The Life Aquatic with Steve Zissou, The Squid and the Whale, Fantastic Mr. Fox y Greenberg. El guionista, que ha trabajado una variada gama de tópicos a lo largo de su carrera, ha sabido cómo abordar personajes en crisis, de aquellos que no terminan de definir su rumbo en la vida, así como también formaciones dispares, que funcionan cuando todos apuntan hacia un mismo lado. Esa experiencia aplicada sobre el grupo de animales y un humor constante que surge de cualquier acción, hacen que esta tercera parte sea la mejor. Madagascar 3: Europe's Most Wanted es la vencida.
Con las adaptaciones a la orden del día y la vuelta al centro de la escena de los cuentos infantiles, era solo cuestión de tiempo a que alguien conectara los puntos y desarrollara la idea de las reinterpretaciones de clásicos. Y si bien estas historias de niños pueden ya tener un origen oscuro (Caperucita Roja se muere con su abuela en el original de Charles Perrault), estas nuevas versiones buscan hacer madurar a las obras de los hermanos Grimm para llevarlas a un público más adulto. Si el año pasado hubo un intento fallido de la mano de la pobre Red Riding Hood, es con Snow White and the Huntsman donde se explora el potencial que las segundas lecturas puedan ofrecer cuando están bien trabajadas. Después de todo, y por obvio que resulte, no hay que olvidar que hace menos de dos meses se estrenó otra película completamente diferente aunque basada en la misma historia. Rupert Sanders, director de comerciales al que se le auguró buen futuro, hace su debut cinematográfico con esta adaptación, que construye sus logros a partir de una sorpresiva elusión de ciertos lugares comunes. Si bien hay puntos de contacto con la mencionada La Chica de la Capucha Roja (un villano desquiciado, un "trío" amoroso que asoma), es en sus diferencias donde reside su principal fuerza. Que en un film de sólido anclaje en el público adolescente lo romántico se haga completamente a un lado en pos del desarrollo de la aventura, hoy por hoy parece impensable y sin embargo sucede. Ese enfoque "oscuro" que se promete se encuentra en muchas oportunidades, con pasajes propios del cine de terror o escenas de una inusitada violencia. Por estos detalles es que se descubre el tono justo desde el guión, entre la solemnidad y la corrección de John Lee Hancock (The Blind Side, The Alamo) con la energía y ferocidad de Hossein Amini (Drive). Snow White and the Huntsman ofrece también una muy buena interpretación de la gran Charlize Theron, quien entrega una reina siniestra fuera de sí. Chris Hermsworth por otro lado cumple, más allá de que parezca apoyarse demasiado en su Thor, mientras que Kristen Stewart persiste en un loop actoral que, si bien funcionó particularmente en Adventureland, hace que todos sus papeles se vean similares. A esto hay que sumar la muy buena calidad de efectos especiales, con un paisaje de cuento de hadas incluido, así como las apreciables participaciones de destacados intérpretes de estatura normal como los combativos enanitos. Si bien se hace notorio que esto supone una revitalización de la película, también es justo señalar que por momentos se infantiliza, especialmente con las intervenciones del sabio Muir (Bob Hoskins). Con dos horas de duración que, si bien en su mayoría son fáciles de digerir, acaban por resultar algo estiradas, la primera película de Rupert Sanders supone otra verdadera sorpresa en este 2012 plagado de tanques que superan las expectativas.