Desde la trinchera, siempre Documental sobre un médico tenaz y altruista. Cuento Chino, Clasista y Combativo (CCCC) es, en más de un sentido, un documental de trinchera. Un filme de personaje, sí, pero también un fresco social de vastos sectores oprimidos. Una película hecha con deliberada precariedad: coherente con el mundo que retrata. En el centro, un médico, El Chino (jamás sabremos su nombre), que atiende a multitudes de pacientes en una salita de un barrio carenciado, casi sin apoyo estatal. Dice él a cámara: “A veces siento que este lugar es el centro del mundo; otras, me doy cuenta de que somos casi inexistentes”. Usa el nosotros . Lo vemos, casi siempre, trabajando: superado, ampliamente, por la realidad. Como bien explica la gacetilla: destinado de antemano a derrota, pero sabiendo que la mera lucha es una victoria en sí. El Chino combate y, por lo tanto, triunfa: le gana espacios al nadie nunca nada. Pero aclaremos: el que espere una historia feliz, o al menos luminosa, deberá ver otra película. El Chino es, efectivamente, luminoso; no el mundo que pretende cambiar (muchas veces sin éxito). En una de las tantas secuencias sencillas pero no convencionales, lo vemos hablando con jóvenes marginales, adictos. El Chino no intenta imponerse sino comprender. La escena, del lado de los muchachos, transcurre entre el cariño, la empatía y la burla. El protagonista sabe esto último, como también sabe que no lograría nada con autoritarismo ni con didáctica vacía. Pero, entre “derrotas” (que lo hacen más tenaz), él obtiene grandes logros a pequeña escala. Algunos: los cursos de “agentes de salud” que les da a vecinos que quieren colaborar. El tendido de redes sociales, la creciente solidaridad, la emoción de los que reciben los diplomas conmueven al espectador, aunque esa conmoción no es ingenua. Sin intervención del Estado, será imposible un destino digno. Con subtítulos que subsanan el caótico sonido, y ensayos estéticos a pesar de la precariedad, Pepe Salvia sigue el derrotero de un hombre común capaz de actos nobles. Los vecinos pobres lo consideran un héroe. Pero, bien pensado, el Chino no hace más (ni menos) que ayudar a aquellos marginados que reciben el castigo suplementario del odio o la desidia.
En un mundo bipolar Comedia infantil, parodia de las películas de espías, se destaca por su humor y frescura. Los zoocinéfilos tienen, en esta comedia que parodia a los filmes de espías y a ciertos thrillers, un producto digno dentro del subgénero mascotas reales “ayudadas” por la animación. Con gags de acción y chistes -por encima de la media, para este tipo de productos- que están al servicio de una trama simple: Kitty Galore, agente de MIAU, más malvada que nunca tras haber tenido un accidente depilatorio en el que perdió todo su pelaje, quiere enloquecer a sus archienemigos caninos, apoyados por algunos felinos (a los que Kitty considera borocotizados ) y aves (una paloma no muy brillante). Las características de perros y gatos -enfrentados en un mundo bipolar- son usados para hacer humor, no para provocar una mera, típica, tediosa, ternura. El guión, sencillo y aceitado, apto para niños y adultos de buena voluntad, se destaca por sus guiños a filmes famosos. En especial, a El silencio de los inocentes , con un gato psicópata que, desde prisión, con el bozal de Hannibal Lecter, da pistas sobre Kitty Galore, no sin antes intentar la destrucción psicológica de sus interlocutores. Es el principal ejemplo; no el único. Otra escena efectiva es una con gatos “fumones”. Pero no adelantemos información, ni les demos pasto a los guardianes de la moral y las buenas costumbres. Como perros y gatos 2 , que se exhibe -según la sala- en 2 y en 3 D, no pone el énfasis en sus moralejas, que las tiene, sino en la gracia. Por momentos, funciona como una suerte de sitcom para niños. Y pierde, como de costumbre, en el doblaje. Entre las voces originales se destacan (destacaban) las de Bette Midler y Nick Nolte.
Una épica vacía Fallido filme de aventuras de M. Night Shyamalan. Ante los estrenos de M. Night Shyamalan, cada crítico se siente obligado a decir desde qué lugar escribe: desde la devoción o el odio. En este caso, no hay posición extrema ni lógica compartida por las mayorías. Al autor de estas líneas no le gustó, por ejemplo, Sexto sentido -su carga manipuladora-, pero sí disfrutó de La aldea o, en menor grado, de El fin de los tiempos . Ah, y El último maestro del aire -que de eso se trata esta breve crítica- le pareció uno de los puntos más bajos de la carrera del director de origen indio. El filme, que procura ser el primero de una saga épica (una más), transcurre en un mundo dividido en cuatro comunidades: Aire, Agua, Tierra y Fuego (que quiere colonizar e imponerse a las tres anteriores). Pero existe un joven Avatar que puede, debería poder, controlar los cuatro elementos y, que junto con dos hermanos del reino del Agua (Jackson Rathbone y Nicola Peltz), intentará salvar al mundo. Breve sinopsis. Punto. Ahora, el humilde análisis del humilde resultado. La película, que combina leyendas combativas, artes marciales y pseudobudismo, resulta tan vertiginosa como tediosa y confusa (por su pobreza para meternos en la historia). Los diálogos, excesivos y ampulosos, sólo cumplen una función explicativa: el desarrollo de la narración cinematográfica es pobre. Los personajes no generan empatía: sólo un par de veces en 102 minutos provocan algo así como humor. El resto: batallas en las que las creaciones digitales exhiben, sin pudor, su carácter de artificio. La música, tan artificiosa y acartonada como los diálogos, procura crear climas. En vano. Y no hablemos del 3D. Sorprendido por la falta de efectividad del recurso, este periodista hizo la prueba, durante toda la función, de ponerse y sacarse los anteojos especiales: sin lentes, casi nunca vio borroso, lo que le demostró que el efecto tridimensional era muy limitado. Pero al menos fue un divertimento extra. El bonus track de una película que, a pesar de sus 150 millones de dólares de presupuesto, deja una sensación de deuda.
Agridulce infancia Fábula delicada y serena sobre un chico que busca a su padre. Un cuento...parece, en el mejor sentido, una película antigua; deudora, en parte, del cine de Truffaut y del neorrealismo italiano. En épocas de vértigo e impacto visual, muchas veces vacío, Andrzej Jakimowsy opta por narrar -desde el punto de vista de un niño- una fábula delicada, sencilla, contemplativa, de ritmo sereno, salpicada de humor agridulce. El resultado es bello y sutilmente melancólico, conmovedor. Remarquemos el “sutilmente”, porque el punto más fuerte del filme es su falta de sentimentalismo. La historia, que transcurre en un humilde pueblito polaco, se centra en Stefek, un niño de 6 años, criado (a los tumbos) por su hermana de 17, Elka. La madre vive con ellos, pero es un personaje ausente. El padre está ausente de verdad: se fue con otra mujer. Stefek, que suele recorrer la estación de tren, cree que un hombre al que suele ver en un andén es su papá. Con estos elementos, el lector imaginará una historia lacrimógena, plagada de mensajes de vida. No. Stefek -gracioso y simpático incluso en su gestualidad; un acierto absoluto de casting- aplica pequeños trucos y manipulaciones para que el desconocido tenga que acercarse a su madre. La película avanza desde el naturalismo hacia una suerte de fábula sin grandilocuencias ni moraleja, matizada por cierto misterio y una pintura social sin estridencias. Más algo de metafísica: la pregunta de qué parte de nuestro destino podemos modificar si de verdad lo deseamos. Un cuento..., como toda buena obra, no da respuestas: va dejando estelas de interrogantes mientras navega (con buen timón) desde la costa de la infancia hacia la del mundo adulto. Elka tampoco llegó a destino. Está tan lejos de una orilla como de la otra: cría, como puede, a Stefek; busca, con poca suerte, entrar en el mundo laboral postcomunista; se relaciona con un novio, mecánico, que se maneja mejor con motos y autos que con mujeres. Todos estos personajes -interpretados por actores profesionales y por debutantes- podrían ser dignos de lástima, pero, gracias al director polaco, provocan ternura y sonrisas (tal vez) amargas. “Este filme está dedicado a mi hermana. Ella me sentaba encima del ropero cuando era niño, y yo quedaba temporalmente inhabilitado para hacer tonterías. Desafortunadamente, ese tiempo ya terminó”, declaró Jakimowski. Disculpe el lector la transcripción gacetillera. Pero la frase contiene las virtudes de la película.
Personajes en viaje alucinado Sátira, con Diego Capusotto, que mezcla hippismo y futurismo. La adoración a Diego Capusotto, la justa adoración a Diego Capusotto, será un arma de doble filo para Pájaros volando . Por un lado, funcionará como imán, como gancho; por otro, forzará una comparación -tal vez injusta- con el imbatible programa Peter Capusotto y sus videos . Pero la nueva película de Néstor Montalbano, quien ya dirigió a la dupla Capusotto-Luis Luque en el filme Soy tu aventura , y brilló al frente de Cha, cha, cha , Todo por dos pesos y De la cabeza en TV, tiene méritos y lagunas propias. Y un resultado disfrutable, pese a los reparos. El libro es de Damián Dreizik. Con el equipo mencionado, más un elenco ecléctico (desde el ex Titanes...) Julio César, pasando por Miguel Zavaleta y Miguel Cantilo hasta Antonio Cafiero), la base de locura, irreverencia, bizarría y antiheroísmo está garantizada. El filme luce, además, un despliegue visual y una resolución técnica -la fotografía y la cámara son de Marcelo Iaccarino- notables para el cine nacional. La historia, en cambio, es irregular: por momentos, alcanza picos de delirio y humor; por otros, parece diluirse en los 110 minutos de película. Claro que Capusotto y Luque, de notable manejo del absurdo, funcionan siempre (causan gracia siempre) en sus roles de “adolesdultos”. Verónica Llinás los acompaña muy bien, con un registro menos desmesurado. Juan Carlos Mesa, Osqui Guzmán y el propio Dreizik secundan al trío protagónico. Luego, una enorme lista de personajes -la mayoría de fulgor setentista y ochentista- desplegada en gags, a través de cameos que cooptan la atención y la distraen -de la trama- al mismo tiempo. La película, una sátira en clave de ciencia ficción sobre el hippismo, o viceversa, es rockera en su temática y concepción. Capusotto y Luque interpretan a dos primos (José y Miguel) que, en el pasado remoto, tuvieron una banda apenas recordada por (algo así como) un hit: Pájaros volando . Ahora, José vive amargado con su padre y trabaja en una remisería. Hasta que deja Buenos Aires y viaja hacia Las Pircas, Córdoba, donde Miguel -que reemplazó las drogas por el misticismo- vive haciendo artesanías de extraterrestres. Ah, además jura que lo abdujeron seres de otro mundo, quienes, por efecto de la realidad o de las sustancias tóxicas, podrían ser percibidos más adelante como... ¡peronistas! En resumen: la esencia del Capusotto televisivo ronda este filme. Pero, a la vez, se recomienda no buscar a Peter Capusotto en la película. Los guiones brillantes -breves, condensados- y la variedad interpretativa del programa no son extrapolables a un largometraje. Mejor disfrutar de las virtudes de Pájaros... Y del tema del mismo nombre -letra de Capusotto; música de Lebón- en vivo, con los protagonistas en voces, más los galácticos Héctor Starc, Rodolfo García, Willy Quiroga y Ciro Fogliatta.
Lo que dura una pasión La opera prima de Nia Vardalos se centra en una mujer que descree en los vínculos duraderos. La protagonista de Al diablo...descree del amor y por eso es feliz. Al menos, es lo que repite durante media película. Dice: “Nadie completa a nadie” Dice: “Las relaciones son jaulas emocionales”. Y también: “Cuando se acaba la seducción es hora del adiós. Así quedan buenos recuerdos y nadie sale herido”. ¿Honestidad brutal? ¿Pragmatismo escéptico? En todo caso, ella -que parece tan segura de sí misma- sí cree en el romanticismo y quiere vivirlo a pleno. ¿Entonces? Su fórmula es mantener relaciones de cinco citas: disfrutar de las vísperas, eludir las heridas y erosiones de la rutina. Lo de las cinco salidas suena a manual de autoayuda. Peor: a perezoso artificio cinematográfico. Pero aceptemos esta licencia en una comedia romántica de sencillas pretenciones. El problema es que su trama entera es esquemática, previsible, carente de empatía, salpicada de gags fallidos. Para colmo, el desenlace toma el transitado sendero del psicologismo y la moraleja vindicatoria de la familia tradicional. Uf. Hablamos de la opera prima de Nia Vardalos, quien comparte protagónico con (un insulso) John Corbett, su pareja en Mi gran casamiento griego , “apuntalados” por una excesiva cantidad de personajes secundarios sin desarrollo, arquetípicos. Ejemplos: el amigo machista de él; y los amigos gays de ella: Vardalos procuró que fueran tan simpáticos y livianos que los tornó estereotipados e insustanciales. Como el filme entero. Alguna vez Oscar Wilde escribió que la única diferencia entre un amor eterno y un capricho es que el capricho dura un poco más. Nadie le pide a Vardalos tales niveles de ironía ni provocación. Sí que, al menos, haga películas que no transmitan la cómoda resignación de un matrimonio aburrido.
Una postal bien opresiva Drama colombiano que transcurre en Bogotá. Por su título y sus fuertes secuencias iniciales, La sangre y la lluvia , opera prima de Jorge Navas, parece un thriller puro y duro. Pero no: el que busque una buena película de género saldrá del cine frustrado. La trama policial de este filme es elemental y, llegado el caso de evaluarla, endeble. En defensa (parcial) de Navas hay que aclarar que su intención fue hacer un fresco urbano de Colombia, con tempo y estilo que no se parecen, que no debían parecerse, a los de Hollywood. Sus elementos: una noche tormentosa, las violentas y semidesiertas calles de Bogotá, la marginalidad, el desamparo de dos personajes que comparten horas de realismo pesadillesco. Y algo así como una pasión efímera, sin destino. En el comienzo de este después de hora desesperado, Jorge, taxista apocado, hermano de un hombre asesinado dos semanas antes, es apaleado bajo la lluvia, sobre el asfalto. A la misma hora de la madrugada, Angela se droga en una discoteca y termina en su cama con un desconocido. La escena de sexo es densa y realista: los personajes, desbocados por la cocaína, se masturban en soledad, ajenos el uno al otro: idos, sin rastros siquiera de deseo mutuo. Ella y Jorge se conocerán, por azar, un rato después: irán a parar, por accidente, a una sala de hospital. Hasta acá, La sangre...ensaya un registro documental y promete tensión -y el reflejo de un estado de cosas- casi en tiempo real. Pero, con el correr de los minutos, los logros iniciales se van empañando, como los vidrios del taxi. Algunas conductas inverosímiles de los protagonistas y sobre todo la construcción de ciertos personajes secundarios -ampulosos, cercanos a la caricatura trillada- vulneran la eficacia y la originalidad del filme. En definitiva, a pesar de sus buenas intenciones, y de haber obtenido una postal descarnada y ominosa de la sociedad en la que vive, Navas no hizo ni Pizza, birra, faso ni Por tu culpa , dos grandes filmes -muy distintos entre sí-, con los que La sangre...mantiene vínculos desgraciadamente lejanos.
Una fábula ecologista El filme nacional animado, que va el jueves, recrea personajes del libro de Horacio Quiroga. Cuentos de la selva , filme animado de Liliana Romero y Norman Ruiz que se estrena el jueves, no adapta a la animación a cada uno de los relatos de este libro de Horacio Quiroga. Toma y transforma a ciertos personajes, intenta capturar el ambiente vívido y sensorial del escritor uruguayo, y los utiliza en una suerte de fábula ecologista para chicos, que, en el plano visual, combina técnicas de 2D y 3D. Romero y Ruiz conocen el ida y vuelta entre literatura y cine de animación: su anterior trabajo fue Martín Fierro , que contaba con dibujos originales de Roberto Fontanarrosa. “En el caso de Cuentos... recibimos el guión terminado de manos de Jorge Maestro. Se trata de una historia particular con nudos basados en las historias de Quiroga. Pero la animación es muy dinámica y todo fue modificándose, tomando otra dimensión, a medida que avanzaba la producción de la película. A veces por un actor que encontraba un tono propicio para un personaje; a veces por el hallazgo de un dibujante. Armamos este filme como a un verdadero rompecabezas”, explica Romero, licenciada en artes plásticas. Para diseñar a cada animalito de animación, los directores se basaron en máscaras guaraníes. “De ahí tomamos a representaciones autóctonas, como la del yaguareté -agrega Ruiz-. Pero, nobleza obliga, los diseños respondieron sobre todo a nuestro presupuesto, que no era precisamente holgado para una estética 3D. No podíamos, por ejemplo, hacer animales con pelaje ni plumas. No podíamos intentar parecernos a Pixar. Así fue como trabajamos las texturas con pinturas, lápices y pinceles. Le dimos el perfil estético de esas artesanías misioneras. Trabajamos combinando óleo, para representar el paisaje selvático, y animeé: como en Martín Fierro ”. Cuando se les pregunta con qué armas piensan competir contra los tanques extranjeros animados en cartel, Romero apela a la honestidad brutal: “Sobre todo, rezamos mucho. No dejamos un solo Dios del Olimpo afuera. Y, en lo cinematográfico, tuvimos claro lo que queríamos contar y confiamos en nuestra línea de producción, digamos, más artesanal, aunque la palabra artesanal puede sonar despectiva. Lo claro es que no tenía sentido intentar imita a Pixar o a Disney. Ellos trabajan en un nivel que no se puede superar en países como la Argentina. Lo mejor es mirar sus productos comiendo pochoclo y apostar a una alternativa que nos representara más”. En la película, los animales -algunos desde este mundo y otros, de especies extinguidas, desde el más allá- se muestran temerosos o indignados con “La Bestia”. Acertó: el hombre destruyendo su habitat. Pero los seres humanos no son mostrados de un modo plano: algunos son brutales y materialistas; otros ingenuos o genuflexos; otros (otro) bondadosos y comprensivos: es el caso de Tomy, un chico de 8 años, hijo de un trabajador. Una rareza: hasta la hora de película -a quince minutos del final- no aparecen los rostros de los humanos adultos. Dice Ruiz: “Decidimos no mostrar a los humanos hasta que tomaran la decisión de desforestar. Acomodamos la línea de producción a mover cuerpos y no mostrar los gestos. La cámara encuadra a la altura del nene y de los animalitos”. Algunos de los principales, un coatí, su pareja (heterosexual) y un yaguareté son interpretados -vocalmente- por Abel Pintos, Eugenia Tobal y Rubén Stella. “Ese trabajo es muy complejo porque tienen que grabar cuando todavía no vieron nada. Gabriel Rovito le puso la voz a un personaje muy simpático, el loro que habla con acento paraguayo, y también a los flamencos. Para encontrar estas voces se puso broches en la nariz”, cuenta Romero, quien ya está trabajando en su próxima película, Anida
Apenas el fin del mundo Bajo la apariencia de un filme futurista de zombies se despliega una tragedia individualista. Portadores puede generar confusión. Su gráfica y su trailer, incluso su trama y su estética, parecen remitir a una película (más) de zombies. Pero en la opera prima de los catalanes Alex y David Pastor sólo hay vivos -muchos, agonizantes- y muertos. Su esencia, sí, tiene algo en común con el cine de George Romero: detrás de la acción, fobias sociales. Portadores es un drama oscuro, una tragedia, sobre el individualismo feroz. La historia, centrada en una enfermedad contagiosa, alude a cualquier ámbito. Los enfermos son una molestia, una amenaza: gente que por error o displicencia merece su destino. Lo único que puede hacerse por ellos es compadecerse -un instante, no mucho- y dejarlos atrás: mirar para otro lado y seguir camino. Salvarse. La película empieza con idílicas “imágenes caseras” en Súper 8: dos chicos juegan con sus padres en una playa desierta. Tras un salto temporal, los chicos ya son jóvenes que viajan con sus novias por una ruta, en un universo con guiños a Mad Max . Los muchachos se escapan hacia la utopía infantil, a orillas del mar. Pero se ahogan en un mundo apocalíptico, asolado por un virus muy contagioso que no sólo mata sin atenuantes: fomenta rechazos e indolencia extrema. Un mundo sin héroes ni redenciones. Uno de los hermanos es pragmático, además de insufrible, y está dispuesto a todo por sobrevivir (Chris Pine); el otro (Lou Taylor Pucci) es temeroso y siente algo parecido a la culpa. Portadores es una road movie : el camino -desolador, claustrofóbico aun a cielo abierto- espera con acechanzas, aunque la principal va creciendo en las mentes de los protagonistas. Inspirados en la Gripe A y el terror infundido por los medios, los realizadores hacen futurismo llevando simplemente el presente a un extremo. Y manejan muy bien las compulsiones neurótico-obsesivas, basándose en rituales de barbijos y líquidos antisépticos, mientras el terror se impone por encima de la racionalidad y el espíritu colectivo. Aunque los Pastor saben mantener la tensión y componer imágenes siniestras con pocos medios, los amantes del cine de terror pueden sentir que el filme no concreta las subtramas que promete. Los que busquen algo menos convencional -dentro de los códigos de género- disfrutarán y sentirán, con razón, que la verdadera pesadilla se agazapa en uno mismo.
Un mundo infeliz Drama familiar en un extrañísimo universo onírico o futurista. Mientras en la realidad muchos quieren imponer el inexistente concepto de familia normal (o natural), July Massaccesi estrena la onírica, inclasificable Cabeza de pescado , su irregular opera prima, acompañada por una las frases más famosas de Anna Karenina: “Las familias felices se parecen entre sí; las infelices lo son cada una a su manera”. La familia de Cabeza..., como las creadas por Tolstoi, ¿como todas?, es singularmente infeliz (¡a pesar de que su núcleo es un matrimonio heterosexual!). Veamos: un gris, autómata taxidermista (Martín Pavlovsky), con un hijo cada vez más siniestro a causa de una rara enfermedad, una esposa adicta y desquiciada (Ingrid Pelicori), y una suegra terrorífica. Opresión pura. Hasta que el personaje de Pavlovsky se acerca a una mujer casada, esencialmente triste (Laura Nevole), en la que encuentra algo así como pasión y evasión. Por ella, comete actos de amor y deslealtad: comienza a ser un poco menos resignado, bastante más egoísta, un poco más humano. Pero, si bien la película tiene una trama definida, su atmósfera, sus personajes -duales, solitarios, alienados- y el mundo en el que se mueven -extrañísimo, retrofuturista, ominoso- son ambiguos: de pesadilla.Cabeza...-un filme más propicio para los amantes de la novedad nacional que de la sutileza- tampoco se encuadra en un género: combina ciencia ficción, drama, terror y un melancólico romanticismo. Por momentos, parece querer acercarse a la estética de Lynch, Cronenberg o Maddin, no siempre con buenos resultados. Fotografiada en blanco y negro, con un verde sólo para el “ green” , la droga que consume la esposa del protagonista, Cabeza...tiene la virtud de experimentar sin aburrir, de crear universos sin explicarlos. En el fondo, tiene algo de La tregua en clave futurista.