Cine crepuscular. Dentro del marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, la enorme sala llena del Auditórium pudo disfrutar de la función de clausura con la proyección del último film del legendario Martin Scorsese. Un disfrute que no muchos podrán tener ya que tan solo un puñado de salas contará con funciones antes de que el film esté al alcance de todos por medio del servicio de streaming de Netflix, algo que entra en un juego paradójico ya que si bien El Irlandés es una producción de la ene roja, al mismo tiempo es un film de tal grandeza narrativa que abraza el estilo y el espíritu de un cine clásico prácticamente desaparecido. Se trata del opus final de la trilogía temática que incluye a Buenos Muchachos y Casino, un film que, de manera reflexiva, nos acerca a la mirada del ayer de su director y la realidad de su presente. Situada a lo largo de tres décadas y contada a través de tres horas y media, la historia basada en la novela Oí que pintas casas, se centra ágilmente en el armado de posguerra de la política y la mafia en Estados Unidos, siendo los personajes quienes funcionan como hilos de unión para esa duradera amistad y rivalidad entre el poder político y el criminal. Y es que la amistad es un término clave para describir a esta historia. El trío protagónico tiene como eje principal a la figura de Frank Sheeran (Robert De Niro) y la leal amistad que este veterano de la Segunda Guerra, luego devenido en camionero y asesino, termina formando con el mafioso Russell Bufalino (Joe Pesci) y el conocido y desaparecido sindicalista camionero Jimmy Hoffa (Al Pacino). Así como el film realiza una extensa descripción de la amistad que une y divide a estos personajes, se sirve al mismo tiempo del detallado y característico lenguaje audiovisual de Scorsese para realizar una metalectura de su cine y de la amistad del director con De Niro y Pesci, la cual hasta este punto trasciende la pantalla. Es así como, en la forma de una épica crepuscular, el director dialoga acerca de la amistad, la vejez y el tiempo, convirtiéndolos en elementos temáticos y narrativos del film, pero también utilizándolos como reflejos personales. Scorsese, personalidad elemental en la concepción del cine como lo conocemos, se toma todo el tiempo necesario para construir un relato contado de manera clásica, que en su mayor parte es ágil y disfrutable, para reflexionar sobre el cambio de los tiempos, de la evolución del arte que lo vio crecer y envejecer en la pantalla. Es cierto que en su aspecto de puesta en escena, el film es por momentos algo desparejo, recordando en ocasiones el medio para el que fue realizado, pero también cuenta con el aspecto refinado de su director, quien sabe contar como los mejores. Esto le brinda una identidad algo cambiante a la propuesta, remarcando con más énfasis las diferencias que separan y unen al cine más clásico del moderno. Con el relato que tiene en manos, Scorsese se permite continuar hablando del arte que lo apasiona y volver a un tipo de cine que, al que contando con algunas excepciones, ya no se puede volver. Allí es donde reside la importancia del protagonista y narrador de esta historia. Frank es un hombre que se ve ligado a grandes cambios, personales y profesionales y a una serie de toma de decisiones de las cuales no podrá volver atrás….ni querrá. Este hombre que en tiempos de guerra hacía que sus enemigos caven sus propias tumbas, no tiene reparo en “pintar casas”, eufemismo para describir el asesinato de sus objetivos. El acto criminal en sí mismo se ve presentado como la actividad en común que iguala a Frank con el hombre que respeta y admira, su amigo y mentor Russell. Ambos sujetos se conocen cuando Russell le soluciona un problema mecánico de la cadena de tiempo, algo que estaba roto y que al solucionarse iniciará su propia cadena de eventos, de cambios a través del tiempo. Con estilismos de sobra, siendo el director consciente de su edad y la de sus actores, el espectador es testigo de los distintos aspectos físicos de los personajes gracias a los efectos visuales presentes para rejuvenecer o envejecer más al trío protagónico. Estos efectos digitales, complementados con el uso estético de Scorsese, son otras de las herramientas de las que se sirve el director para abordar la importancia del tiempo. Los cambios sociopolíticos que brindan contexto histórico son hacedores y resultados de los distintos conflictos que ponen a la política y la mafia en la misma equilibrada balanza. Es así como entra en escena, en el triángulo de amistad, Jimmy Hoffa. El sindicalista camionero se ve enlazado en ambos mundos de poder con el fin de lograr un cambio, aunque sea por medio de actos criminales que lo terminarán privando de su libertad y finalmente de su vida. La interpretación de Al Pacino como Hoffa es uno de los elementos más fuertes del film, construyendo su personaje a través de sus ideales, el poder de la oratoria y la incapacidad de dar el brazo a torcer. Estos aspectos son utilizados tanto en el carácter dramático como en el cómico, logrando que el personaje sea la fuerza imparable que suponía para sus aliados/enemigos; una energía actoral a la que el film acude cuando pareciera que corre el riesgo de perder su poderío debido a la larga duración —el personaje de Pacino realmente se roba el film, si bien De Niro y Pesci ofrecen interpretaciones sobresalientes. La historia es narrada por un anciano Frank que se encuentra en un geriátrico, al que el film vuelve en más de una ocasión para dar cuenta del poder del paso del tiempo y la caducidad de los días. La imagen frágil y vulnerable juega un importante contraste con las distintas acciones y la violencia que lleva a cabo en su historia de vida. Y si bien en principio el espectador desconoce a quién le está contando los hechos, paulatinamente se caerá en la cuenta de que la historia es únicamente para el público. El mismo que, al igual que Peggy (Anna Paquin), lo observa en cada momento de su vida, siendo testigo de la persona que es y juzgando sus acciones. La soledad y la ausencia de arrepentimiento son las únicas compañías de un avejentado Frank, que ve la vida pasar en su silla de ruedas, así como el público ve pasar la vida del protagonista desde su asiento. Con El Irlandés, Martin Scorsese y su guionista Steven Zaillian escriben una carta de despedida a una época del cine, a un tipo de cine, recordándolo con añoranza y a la vez siendo conscientes de la evolución del mismo. De alguna manera, al igual que Frank, Scorsese no se arrepiente de lo logrado en aquellos tiempos. Así, logra crear la cumbre final de una época, relacionándola con el cine de sus pares (como por ejemplo el de Francis Ford Coppola) y le da forma al ocaso de ese cine con una intensa master class de un director que se observa a sí mismo y también a nosotros, su público. El personaje de Frank, al igual que lo hacía con los soldados enemigos, cava su propia tumba cuando escoge el ataúd y la cripta para su reposo eterno. Ser enterrado o cremado no es una opción, ya que eso sería definitivo y el ser humano desconoce que hay después de la muerte. De alguna manera, Scorsese deja en claro con su nueva obra que las distintas miradas y los tipos de cine tampoco son definitivos. Todo cambia y nada se puede dar por sentado. Es mejor dejar la puerta entreabierta. Frank lo hace. Scorsese también.
Investigación tortuosa. Reporte Clasificado es un atrapante e interesante thriller político que se mete de lleno en todo lo que fue el proceso de investigación y denuncia del programa de detención e interrogación de la CIA —o más bien, dejando de lado las denominaciones formales, los actos de tortura y sadismo cometidos contra el pueblo árabe. El film de Burns se presenta como un thriller más, bastante formal y prolijo en su forma. Pero es el nivel crítico de denuncia, que se atreve a narrar los hechos con el mayor detalle posible, lo que lo dota de un fuerte e importante contenido. El espectador, atrapado ante el horror y el minucioso trabajo que busca exponer los hechos, se ve absorto en la historia, incapaz de hacer a un lado el poder de la verdad. El film se centra en la figura de Daniel Jones (Adam Driver), un agente del departamento antiterrorista que en principio lidera, y luego proseguirá en solitario, una ardua investigación de cinco años y un reporte de más de 5.000 páginas. Es interesante como el proceso investigativo y las trabas impuestas en su desarrollo por los altos jerarcas, se puede presenciar y sentir en su registro visual como una épica odisea. El trabajo de Daniel responde a los mandos de la senadora Dianne Feinstein (Annette Bening), quien al igual que su subordinado lucha contra el propio servicio de inteligencia al que pertenece, ambos sirviéndose de las propias herramientas burocráticas con las que luchan. Esto se debe que, mientras que ellos las usan con el objetivo de exponer la verdad, la institución hace lo mismo en pos de ocultar las atrocidades cometidas por el gobierno federal de los Estados Unidos. Si bien la historia sigue principalmente los pasos del agente Jones, también utiliza con criterio el recurso de flashbacks con el fin de dramatizar la verdad incómoda que el protagonista va descubriendo conforme avanza la investigación. Es así como el espectador puede encontrarse con los actos de tortura en sí, al igual que con la arrogante falta de escrúpulos de las decisiones de los responsables a cargo. El film desarrolla los hechos paso a paso con el fin de poder dar un minucioso y detallado panorama del abuso antidemocrático del país líder del mundo libre. De esta manera, responsabiliza a agentes gubernamentales como Bernadette (Maura Tierney) y Thomas Eastman (Michael C. Hall), así como también a James Mitchell (Douglas Hodge) y Bruce Jessen (T. Ryder Smith), los perpetradores de su ineficiente “sistema de interrogación”. La serie de actos de tortura que el film presenta abarca desde la exposición por horas a fuertes niveles de música, la privación de sueño hasta el hostigar a los prisioneros por ahogamiento o hidratación anal, palabras que no llegan a expresar la bajeza y el horror provocado que atenta contra todo derecho humano. El film de Burns no da nunca lugar al respiro, de allí su atrapante intensidad que captura por completo la atención, cautivando con el fuerte nivel interpretativo de su protagonista y abordando con ímpetu la intrincada red de situaciones que se entreteje de principio a fin. Sin nunca detenerse al arremeter con la criminalidad de los actos, la película refleja la obsesiva dedicación y las frustraciones por parte de Daniel Jones para que la verdad vea la luz, y las maniobras de los agentes de poder que mueven los hilos para sacar provecho político. El film es una poderosa carta de denuncia en la forma de un sobresaliente material audiovisual. Si bien muchos de los temas que toma fueron trabajados recientemente en Vice (Adam McKay, 2018), el film de Burns dialoga en más de un sentido con el de McKay, ya que lo termina complementando al ahondar y aportar una mirada más incisiva en algunos de los temas en común que ambos trabajos comparten. Si bien Reporte Clasificado funciona con un tono de exploración muy diferente, más acorde a lo convencional en este tipo de thrillers políticos, el mismo guarda su valor en la forma en que opta por no guardarse nada de lo que tiene para exponer y decir. El informe de Daniel Jones habrá sido resumido en un total de 500 páginas, pero la importancia detrás de las palabras impresas queda fuertemente grabada con el poder del cine.
Ciudad romántica. “Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas”. La cita que pertenece a un poema de E.E. Cummings es referenciada en un clásico del cine como lo es Hannah y sus hermanas. Ese mismo romanticismo en relación a la lluvia se encuentra presente en lo más reciente de Woody Allen, quien vuelve una vez más a su amada Nueva York, luego de una serie de inconvenientes que parecían peligrar el estreno de su último film. A raíz de las denuncias de abuso por parte de su hija Dylan Farrow, el estreno y distribución de Un día lluvioso en Nueva York fue cancelado, haciendo que la productora encajonara al film y que por primera vez en años Allen no estrenara su habitual producción anual. Sin embargo, el último trabajo del director neoyorkino finalmente vio la luz y trajo consigo una nueva visión romántica de la ciudad de la gran manzana. Con un uso ágil del humor y una hermosa fotografía a cargo de la leyenda cinematográfica viva que es Vittorio Storaro, la nueva comedia de Allen es toda una invitación al disfrute. El protagonista de esta historia es Gatsby (Timothée Chalamet), personaje que nuevamente funciona como alter ego de la personalidad del director, un joven bohemio con un gran coeficiente intelectual que reniega de su vida privilegiada perteneciente a su círculo familiar de clase alta. Neurótico y brillante, Gatsby vuelve por un día a su ciudad natal junto a su novia Ashleigh (Elle Fanning). Mientras él planea un día perfecto para su pareja conozca la gran ciudad, ella lleva la tarea de entrevistar a Rolland Rollard (Liev Schreiber), un reconocido cineasta en crisis. Así, los distintos enredos que ambos protagonistas vivirán a lo largo del día los mantendrá separados el uno del otro, atravesando sus propios miedos y anhelos que Nueva York y sus habitantes despiertan en ellos. La trama que concierne a Ashleigh se rige por un registro de humor mucho más absurdo que el de su contraparte protagónica, algo que tiene que ver con el hecho de tratarse de una joven de no muchas luces y algo inexperta que comienza a vivir las primeras oportunidades que le ofrece la ciudad de los rascacielos. Es así como su joven espíritu ingenuo representa una bocanada de aire fresco para las distintas estrellas que halla en su camino: una suerte de musa inspiradora para el director que perdió la pasión por el arte; un fuerte anhelo de deseo para el guionista Ted Davidoff (Jude Law) que siente la pérdida de su hombría ante una infidelidad, o un afrodisíaco al ego para el galán de cine Francisco Vega (Diego Luna). Mientras que desde las líneas de dialogo del guión el encanto de Ashleigh reside en su torpe inocencia, el realce fotográfico con el que la describe Storaro refuerza las ideas de ese esplendor nuevo y genuino que nace del personaje femenino y la forma en que afecta a quienes la rodean, siendo un elemento que funciona a la perfección en oposición con el enfoque que la luz le brinda a Gatsby, donde la personalidad insegura y nerviosa juega un rol más acorde al clima lluvioso. El encuentro con Shannon (Selena Gomez), una vieja conocida y hermana de una ex novia, y las diferencias entre los personajes sumado al factor humorístico como resultado de ellas, permite explorar a fondo las dicotomías y conflictos de Gatsby. La mirada y el deseo de un romanticismo que solo puede existir en esa ciudad y, más aún, en el mundo de la ficción cinematográfica, se ve resaltado por el equilibrio de las tonalidades doradas y grises como descripción de las personalidades y sentimientos tanto de Ashleigh como de Gatsby. Las diferencias y similitudes de ambos personajes se ven enlazadas por la comicidad y esa idea ingenua pero romántica del amor y los sueños que tan bien funcionan dentro de la diégesis cinematográfica. De esta manera, Allen explora la relación de los personajes consigo mismos, y sobre todo con los rincones de una ciudad que es recorrida por ellos y que a la vez los recorre sentimentalmente a ellos. Los personajes de Un día lluvioso en Nueva York son jóvenes, intelectuales y nostálgicos, algo que evidencia más las diferencias generacionales entre ellos y el director, pero eso no supone un problema. Todo lo contrario. El film funciona perfectamente debido a esa falta de realismo que crea y acentúa con el trabajo de su director de fotografía, haciendo uso del encanto de una escritura tan propia del autor. El mismo no busca realismo alguno, sino resaltar la importancia y el artificio del cine que tan bien nos hace —lo logra, y por un instante, la lluvia de un día gris no resulta molesta sino que es placentera en la compañía de la persona adecuada… o del film acorde para disfrutar acompañado del sonido del repiquetear de las gotas de fondo.
Pesadilla diurna. Con su ópera prima El legado del Diablo, Ari Aster creaba una excelente pieza de horror asentada en el drama, con un agobiante y claustrofóbico uso de los espacios del hogar familiar. Siendo Midsommar su segundo trabajo en la dirección, en él revisita ciertos condimentos pero con un cambio de género y locación, dándole otros matices a la historia. El terror abandona el drama, al menos en parte, y se complementa con un género opuesto: la comedia. De esta manera, con un logrado balance entre el humor y la incomodidad, el segundo film de Aster lleva su particular visión de autor a terrenos inexplorados —en este caso, dentro de la geografía de una campiña en Suecia. El director vuelve a centrarse en la brujería y los ritos, en este caso para que el clima de extrañeza y peligro dialogue sobre algo mucho más terrenal: las relaciones tóxicas. Es a través de los personajes de Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor) que ambos elementos temáticos entran en juego para dar forma a la inquietante visión y descripción del terror diurno que vivirá la pareja, junto a los amigos con los que emprendieron viaje. Pero la pesadilla en la relación comienza mucho antes de llegar a las festividades del solsticio sueco. Dani es una chica que no encuentra consuelo en su pareja cuando más lo necesita al vivir preocupada por su hermana con problemas de bipolaridad, más aún cuando la misma se suicida llevándose consigo la vida de sus padres. En el polo opuesto de la relación se encuentra Christian, quien no se atreve a dar el paso de terminar la relación y que está más interesado en el futuro viaje y en pasarla bien con su grupo de tres amigos. Pelle (Vilhelm Blomgren), el encargado de conducirlos a la extraña comunidad en la que vive su familia, Josh (William Jackson Harper) quien emprende el viaje con la meta de investigar para su tesis sociológica, y por último Mark (Will Poulter), quien va al lugar con fines recreativos como drogarse y tener sexo, lo que lo vuelve el personaje con mayor desarrollo cómico. Es el trauma sufrido por Dani y la culpa de Christian de no estar allí para ella, lo que hace que él la termine invitando a sumarse a su viaje a Suecia. Es allí cuando el relato, previamente teñido de oscuridad, se abre paso a los campos abiertos y soleados, donde lo oscuro se halla presente en forma de amabilidad y extrañas costumbres europeas ante la mirada curiosa de los turistas extranjeros. Acompañado de una admirable e inquietante puesta en escena, el director logra que los rituales y costumbres de la comunidad sostengan en un mismo plano un aura de extrañeza que convive con el factor humorístico nacido de su relación con los personajes. Así, la oscuridad se halla presente en cada espectro de tonalidades, tanto en la colorida paleta que describe al verano sueco como en los arreglos florales que abundan en su entorno, elemento que es bello a la vista e intrigante en contextos que perturban poco a poco el ambiente. El film se compone de diversas situaciones o personajes que muchas veces parecieran no tener demasiada relevancia. No obstante, es la manera por la cual el director nos hace ingresar a ese nuevo mundo y descubrir cada aspecto de las costumbres y su iconografía, lo que transforma al total de la obra en lo que podría describirse como toda una experiencia —sensorial, cómica, atemorizante, un deleite estético que resulta imponente y extraño al ser recorrido. El primer encuadre con el que el film se presenta es un mural pintado a mano que narra las festividades que se celebran durante los 9 días del solsticio de verano, algo que solo ocurre cada 90 años. El nivel de detalle y la síntesis narrativa con la que se logra expresar lo que el espectador se encontrará en su experiencia de viaje, es una invitación y un aviso: la promesa de una experiencia única con la que el autor cumple de forma intensa. Midsommar encuentra sus paralelismos con el clásico El hombre de mimbre (Robin Hardy, 1973), otro film acerca de una comunidad un tanto particular. Con una mayor búsqueda de refinamiento estético y una irónica mirada a los tóxicos apegos emocionales, el film de Aster aplica una mirada retorcida que expone como elemento de maldad más a la relación de los protagonistas que a los inquietantes rituales suecos. Esto se debe a que si bien algunos de ellos son excesivamente cruentos, otros de ellos expresan un goce y sabiduría que difícilmente algunos personajes, o espectadores, puedan aceptar o entender. La tragedia familiar de Dani es el comienzo del proceso de transformación que le brinda un mayor entendimiento y sanación por medio de lo trágico, de lo visceral, y de igual manera será el proceso de ruptura de los lazos negativos en su vida. El crecimiento y cambio de actitud de Dani se verá reflejado en muchos de los pasos ritualísticos que conforman las festividades. La composición de los planos y la puesta en escena que describen dichos momentos son de tal fuerza estética y sensorial que encuentran una reacción tanto en la protagonista como en aquel que se entregue a la experiencia frente a la pantalla. Al contrario que en su film anterior, Ari Aster busca en su nuevo largometraje una calma y una mejoría para la vida de su protagonista, lo que no hace que los métodos para alcanzarlo sean menos enfermizos. De allí también la búsqueda de hacer cohabitar en un mismo espacio al horror con la comedia, no solo porque el perturbador humor genera una sensación de incomodidad en la risa del público, sino también porque es un claro elemento de liberación, utilizado por el director como medio de expresión, como elemento inesperado de transición constante entre la tranquilidad, el temor, y todos los estados intermedios que nos transforman a nosotros, el público, en turistas vulnerables de lo impredecible.
Más muerto que un zombie. Cuando en la década pasada se desató, tanto en cine como en televisión, el fanatismo por relatar historias acerca de muertos vivientes, el film Zombieland de Ruben Fleischer fue uno de los mejores ejemplos en el terreno de la comedia en contexto del apocalipsis zombie, aunque claramente el primer puesto sigue perteneciendo a Muertos de risa de Edgar Wright. La comedia de 2009 se sentía fresca e ingeniosa en un género que aún no había agotado sus ideas ni sobreexplotado la pantalla. Diez años después de su estreno, y con la temática de muertos resucitados ya habiendo pasado su época de furor, llega su segunda parte en la que el director y su elenco original vuelven a la aventura con un uso del humor mucho menos logrado —lo que funcionaba en el primer film no tiene porque hacerlo una década después. Bienvenidos a Zombieland. Abrochen sus cinturones, porque es la única forma de mantenerse viendo este film. Han pasado 10 años y el grupo de sobrevivientes protagonistas se encuentra mucho más habituado y experto en la caza de los no vivos. Ahora habitando la abandonada Casa Blanca, los protagonistas deben aprender a funcionar como una verdadera familia, y ello conlleva aceptar los sentimientos en vez de correr hacia el próximo objetivo hambriento de carne humana. Es así como, por un lado, el iracundo cowboy moderno Tallahassee (Woody Harrelson) ahora cumple el rol de padre protector de Little Rock (Abigail Breslin), quien ya es una típica adolescente con ganas de huir de casa, tener novio y conocer el mundo por cuenta propia. Por otro lado, Columbus (Jesse Eisenberg), el neurótico y creador de reglas para sobrevivir hace tiempo que se encuentra manteniendo una relación con Wichita (Emma Stone) y está listo para dar el siguiente paso. Ante la propuesta de casamiento, y la imposibilidad de ambas hermanas de abrazar los lazos afectivos, huirán una vez más de la idea de construir un verdadero hogar, al menos hasta que Wichita recurra a la ayuda de sus viejos compañeros para ir en busca de su hermana que huyó con un joven pacifista llamado Berkeley (Avan Jogia). Es así como los tres compañeros vuelven a las andadas, sumándose a la aventura Madison (Zoey Deutch), una chica de pocas luces que sirve como un alivio cómico con el que, irónicamente, se sufre mucho su presencia. El personaje representa al viejo estereotipo de “la rubia tarada”, pero con una gracia para nada eficiente. Una de las clases de zombies del film es denominada Homero, haciendo alusión, por su falta de inteligencia, al personaje de Los Simpson. De igual manera, Madison pareciera caer en la clase de gags que no recuerdan a la mejor época de la familia amarilla sino al humor torpe y banal que la serie tiene hace tiempo. El film no cuenta con ningún elemento nuevo o amenaza importante que se deba afrontar más que el hecho de ir en busca de Little Rock. Al salir nuevamente a la ruta tendrán enfrentamientos con los zombies de turno, contando con otra clase nueva como los indestructibles T-800, o se toparán con personajes que funcionan como el cameo ocasional. Pero el film deja de lado cualquier intención original para recaer en una continuidad de gags humorísticos que en gran parte no funcionan, evitando enfocarse en desarrollar mínimamente elementos que le den forma o relevancia a la historia. Incluso el tema principal de la trama que podría decirse que es la búsqueda del hogar solo se hace presente como moraleja del film de manera subrayada en palabras de los personajes. Y si bien el ingenio humorístico que podría ser el motor del film se siente pasado de moda o forzado a remates que son poco o nada efectivos, aún así cuenta con grandes momentos que resultan un oasis de comedia. La química entre Nevada (Rosario Dawson) y Tallahassee le brinda gracia y encanto, pudiendo ver el costado vulnerable y de seducción de un personaje que siempre intenta aparentar ser el macho alfa. Por otro lado, el efecto reflejo que produce el encuentro de los protagonistas con sus dobles exactos es de las ideas más divertidas con las que cuenta esta secuela. Albuquerque (Luke Wilson) y Flagstaff (Thomas Middleditch) son los personajes nuevos que solo están allí para que Columbus y Tallahassee puedan verse en la piel de otros que funcionan tanto como némesis y aliados, teniendo que odiar y aceptar las mismas características que los describen a ellos. El encuentro ofrece un memorable enfrentamiento entre las reglas de Columbus y los mandamientos de Flagstaff, además del uso de un deslumbrante plano secuencia cargado de acción y humor, algo que tendría que haberse balanceado más a lo largo de todo el desarrollo de la trama. Y si de grandes momentos de comedia hay que hablar, uno de ellos está presente como escena durante los créditos finales y se ve enlazado a la presencia del personaje de Bill Murray de la primera parte, lo cual refuerza la idea de un film que se ve obligado a tomar lo bueno de su primera parte para funcionar. Así, Zombieland: Tiro de gracia es una secuela que llega demasiado tarde pero que, de haber salido unos pocos años después del estreno de la primera tal vez hubiese funcionado mejor. En cambio, ahora es imposible no notar una falta de ideas en comparación a su antecesora y un humor que se siente trillado y de más utilizado. Por más que los muertos insistan en salir de sus tumbas, como director, Fleischer debería optar por enterrarlos lo más profundo posible. Porque los muertos viven, pero la comedia muere.
Fantasía sin imaginación En 2014, Maléfica supuso uno de los primeros intentos de tomar un clásico animado de la casa del ratón y adaptarlo, como ahora ya es costumbre, al formato live-action. Y si bien era un film que cumplía moderadamente, lo interesante yacía en su propuesta como reescritura de la fábula clásica de La bella durmiente centrada en la villana del relato, la hechicera Maléfica (Angelina Jolie). Quien alguna vez fuera la temida Némesis del relato, ahora obtenía un nuevo trasfondo que la transformaba en víctima y victimaria para terminar convirtiéndose en la salvadora de la princesa Aurora (Elle Fanning). Cinco años después de su estreno, llega Maléfica: Dueña del mal, una secuela mucho menos inspirada que su primera parte y que atenta principalmente contra la base de su origen, al tratarse de una fantasía sin imaginación. En esta segunda parte, Aurora es quien rige como justa soberana del reino mágico del Páramo, que se mantiene alejado del reino humano Ulstead, al menos hasta que la princesa acepta la propuesta de matrimonio del príncipe Philip (Harris Dickinson). El compromiso significaría la unión entre ambas comunidades, entre los humanos y los seres mágicos. Pero, más allá de que el título implica que la dueña del mal es Maléfica, en realidad la villana que se opone a toda costa a dicha unión es la madre del príncipe, la reina Ingrith (Michelle Pfeiffer). Es así como la organización del gran casamiento no es más que un ardid dentro del plan para deshacerse de Maléfica al inculparla de hechizar al rey y así poder llevar a cabo una guerra para acabar con el reino mágico. Vista una vez más como la villana, ganándose el rechazo de su ahijada Aurora, Maléfica en su soledad se encuentra por primera vez con los de su especie, un grupo de hadas oscuras que vive en la clandestinidad, liderado por Conall (Chiwetel Ejiofor). Y si bien el film trata de traer a colación temas como la cercanía a los seres queridos y la búsqueda de aceptación, la historia narrada opta por recaer en lugares estereotipados. Los mismos, son acompañados por una falta rotunda de ritmo, contando con una narrativa monótona y carente de interés. Incluso, la protagonista que da nombre al film se ve desdibujada, sin tener un desarrollo o labor importante más que la de liderar a los suyos hacia la inminente guerra. Los aspectos visuales y de creación de mundo son llevados a cabo con una saturación de creaciones CGI y estridentes colores que, en los mejores casos cuando hay ciertos pasajes con algún encanto geográfico, se presentan de manera excedida y estridente, algo que termina volviendo caótico y enervante al mundo descripto. Es cierto que se trata de un producto para niños, pero incluso teniendo eso en cuenta, lo que se hace con el material dista mucho de lograr entretener a los más pequeños. A esto se suma una duración de casi dos horas que, si colma la paciencia de un adulto, también logrará hacerlo con la de los niños en menos tiempo. De esta manera, Maléfica es la dueña del mal uso narrativo, otorgando una aventura que busca entretener y no lo logra, ya que i la primera parte reescribía la fábula y traía una vuelta de tuerca más moderna, aquí se busca ir por el camino más clásico con mucho menos vuelo (imaginativo y narrativo) que el que le vemos emplear a la protagonista con sus alas negras surcando el cielo. Si el film de 2014 encontraba la forma al apelar tanto al relato clásico a la vez que le otorgaba nuevos elementos, el de 2019 escribe su propia historia borrando con el codo todo lo bueno y novedoso logrado por su antecesora.
Film pequeño, corazón grande. Richard Linklater es un cineasta que siempre aborda su cine desde una gran concepción de las relaciones humanas y un registro realista de la vida de sus personajes, logrando capturar mejor que nadie los momentos en la vida, sucesos que se sienten cotidianos e íntimos y que, a través de su simpleza, dejan expuesta su grandeza oculta. Haciendo honor a su reputación, el director apela una vez más a su precisa visión de mundo y a la complejidad de las relaciones en una comedia que, a través de su sencillez, logra mucho apostando a poco. Esto se debe a que el film deposita su fuerza en el protagonismo de Cate Blanchett, quien impulsa y sostiene al film con gracia y emotividad, siendo esto un reflejo de la intensidad y las acciones tomadas por su personaje. Basado en el bestseller de Maria Semple, ¿Dónde estás, Bernadette? es un film que, aferrándose al humor, sabe retratar con responsabilidad las dificultades de una mujer en crisis que sufre de depresión y ansiedad. Bernadette Fox (Blanchett) es una prestigiosa arquitecta que hace 20 años se ha retirado de la profesión y que se mudo del estrellato de Los Angeles, para vivir con su familia en la mundana ciudad de Seattle. Alejada del proceso creativo, Bernadette es testigo del triunfo comercial de su marido Elgie (Billy Crudup) diseñando sistemas para Microsoft, al mismo tiempo que asimila el hecho de que su hija Bee (Emma Nelson) se prepara para irse pronto a estudiar a un internado. Es así como la protagonista se ve estancada en el día a día, siendo la gente a su alrededor, mayormente su “perfecta” y molesta vecina Audrey (Kristen Wiig), la que se ve afectada como efecto colateral de su siempre tempestuoso comportamiento y la imposibilidad de expresar honestamente sus problemas internos. Bernadette siempre se muestra resuelta y con una respuesta precisa e irónica para cada ocasión, lo que hace que el film posea un ritmo ligero y demás divertido, pero en manos del director se halla una dualidad discursiva que describe a los distintos y humorísticos incidentes, como cicatrices de sus problemas y de su comportamiento errático. Incluso el hogar en el que habita, una vieja casona de la cual se está encargando de refaccionar, describe su fragilidad emocional a la vez que representa el riesgo cada vez más cercano de derrumbar el amor entre los suyos. Algo que Linklater trabaja muy bien desde lo dramático es la manera en que, cuando Bernadette y Elgie logran poner en palabras lo que les sucede, abre un diálogo entre los protagonistas donde cada uno está analizando sus problemáticas con personas fuera de su círculo de intimidad —Elgie con una psiquiatra que pueda ayudar a su mujer, y Bernadette con su viejo mentor de arquitectura. Construidos a través de un montaje en paralelo, ambos personajes le dan vida a sus sentimientos y frustraciones en la forma de dos monólogos que dialogan entre sí, sintiéndose reales y permitiendo que se entienda a cada personaje desde sus distintas percepciones. El director juega con los espacios y las emociones y de allí surge la importancia de la región geográfica de la Antártida en el film. Algo que comienza como un próximo viaje familiar, termina siendo la ruta de escape de Bernadette para resolver sus problemas en la distancia y la soledad otorgada por la gélida naturaleza. La narración del film deposita a la protagonista en un entorno donde se abre la posibilidad de recuperar la inspiración artística perdida, mientras que su pareja e hija se encuentran en el mismo territorio intentando hallarla, en otro ejemplo de cómo a pesar de tratarse de un film pequeño y sencillo, la puesta en escena y la grandiosidad de la naturaleza reflejan de manera tierna la igualdad y cercanía, el espacio que se comparte y atraviesa sin importar distancias o diferencias. ¿Dónde estás, Bernadette? difícilmente sea uno de los mejores trabajos de Linklater, no obstante es una experiencia que sin aspirar a demasiado logra mucho con el gran corazón que tiene para con sus personajes y la íntima relación que forma entre ellos y el espectador. El director describe las complejidades de una mujer en crisis como si de algo fácil de lograr se tratara. Así, en la sencillez de su construcción, termina sobresaliendo la fuerza con la que retrata las dificultades humanas, y lo hace con el optimismo necesario, algo de lo que se encarga la identidad cómica del film, para hacer que quien lo vea se pueda sentir muy bien de haberlo hecho.
El dilema de Pagliacci. “Así es la vida”. Con esa línea de diálogo finalizan las emisiones del show televisivo del comediante Murray Franklin (Robert De Niro). De igual manera, la búsqueda del film de Todd Phillips, donde hay tanto grandes logros como fallas, es sumergirse en los lugares más sucios de la mente y la sociedad para reflejar la tragedia detrás de la risa. Para ello, el director se sirve de la imagen, o más bien del nombre, del icónico antagonista de Batman. El payaso del crimen nacido en las páginas de historietas es una mera excusa, o un simple atractivo comercial, para dar forma a una cruda lectura sobre alguien con un desequilibrio mental. De esta manera, la historia del Guasón, aquí con el nombre propio de Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), retoma a un conocido personaje del imaginario popular y lo deposita en un terreno realista, delicado y frágil donde el único camino posible es la caída hacia el infierno. La realidad del film, que se sitúa en algún punto entre fines de los 70 y comienzos de los 80, recorre las calles de una ciudad en constante conflicto, que sufre entre los abusos que se dan día a día entre sus habitantes, así como también entre la gente de poder que tiene el medio para hacer de la ciudad un lugar mejor en el que vivir y que sin embargo lo hunde aún más en el caos desesperanzador de la suciedad y el crimen. Aquí, la injusticia social no será ajusticiada por un caballero de la noche, sino que se plantea una imposibilidad de escape, sobre todo cuando se trata de una persona que sufre de trastornos mentales. Arthur, que hace lo que puede con su vida trabajando como payaso para cuidar a su anciana madre Penny (Frances Conroy), también aspira a convertirse un reconocido comediante, además de ser una persona con un fuerte conflicto interno que padece de un trastorno de risa patológica —en los momentos de mayor ansiedad y angustia, el protagonista no puede evitar reír a carcajadas. Mientras que ante los ojos ajenos se ve como alguien que ríe descontroladamente, para la mirada del espectador el gran trabajo actoral de Phoenix expresa la mayor de las tristezas en forma de risa. De allí surge esa atmósfera envolvente que posee el film entre la locura y la tragedia, en un drama que utiliza el humor para que el comediante se presente ante su audiencia de la forma más vulnerable. El clásico teatral Pagliacci relata el drama de un artista de la comedia; el film de Phillips hace lo mismo con un crudo realismo que sacude a personaje y espectador. La dolorosa risa de Arthur deviene en la enajenación producida ante una sociedad que no ayuda a los menos favorecidos y que al intentar prevalecer pese a ello, la respuesta siempre será un escupitajo violento que coarta toda posibilidad de prosperar. Y si bien esto no trae nada nuevo, se trata de entender, más no justificar, lo que ocurre cuando algo así se da ante alguien con problemas psicológicos y con un historial de constantes abusos que el personaje afronta día y día y se agravan al indagar sobre su pasado e identidad. Así, cuando todo deviene en un brote que grita basta y termina con la muerte de tres personas, el relato entra en una mayor vorágine de caos en la sociedad que no solo refleja el hartazgo anárquico de la población, sino que también refleja el goce de Arthur con un baile que se lee como una liberación emocional. El film en ningún momento intenta celebrar el comportamiento de su protagonista ni la idea de acabar con los poderosos, sino que lo que hace es plantear la raíz, el hecho de tratar con una persona desequilibrada demostrando lo que el mal social puede provocarle a alguien a quien se le quitó el debido cuidado. De esta manera, el factor criminal de sus actos más monstruosos es, al igual que su inquietante risa, la única manera de exteriorizar el enojo y la tristeza de una vida sin futuro o mejoría alguna. El film trabaja muy bien sobre todas sus temáticas, casi enteramente gracias a la excepcional labor actoral de Joaquin Phoenix. Sus emociones y expresiones le brindan matices más profundos a una historia que sería mucho menos impactante sin su presencia. El actor se pone el film sobre los hombros y lo eleva a un mayor nivel, mucho más significativo que todo lo que logra cinematográficamente, ya que el relato no evita sufrir unos cuantos tropiezos narrativos y una desprolijidad estética que varía entre la hermosa recreación de época y su paleta de colores que emula al cine de la década del 70, con un caprichoso cambio de tono fotográfico en el cual se pierde por completo el reflejo temporal de la historia. En ese sentido, cada uno de los momentos que hacen que el film pierda fuerza se deben a inclusiones caprichosas, como lo es un flashback o una mala elección musical. Y eso hace que por momentos se perciba una falta de conocimiento narrativo o una indecisa búsqueda del relato. Cuando dichos momentos ocurren, es su protagonista una vez más quien se pone el film a cargo para deslumbrar y generar esas sensaciones de nerviosismo y tristeza que, más allá de las fallas narrativas, nunca dejan de estar presentes. En resumen, Guasón es un film que impacta, para bien o mal, y nos invita a ser parte de los sentimientos de Arthur, a la vez que nos obliga a no celebrar la figura del personaje, pero tampoco a condenarla. Unos labios manchados de sangre forman una sonrisa, pero así como el problema patológico solo es una exteriorización de los peores sentimientos del personaje, es tras ver el film que en el público se dibuja una sonrisa invertida, para expresar su estado emocional.
Reflexiones cósmicas. “Existen dos posibilidades: o estamos solos en el Universo o no lo estamos. Ambas son igualmente terroríficas”. Bajo esta cita, perteneciente a El fin de la infancia de Arthur C. Clarke, el director James Gray encuentra la base reflexiva a explorar en Ad Astra, una nueva clase de odisea espacial que toma a la inmensidad del cosmos como territorio inexplorado para crear una historia íntima y personal. Se trata de un film que se apoya en el desarrollo de conceptos profundos a la vez que los unifica con eventos propios del género de aventura, lo que genera un perfecto equilibrio entre los elementos de entretenimiento y el condimento intelectual de la ciencia ficción más pura y dura. La ausencia de algo puede ser tan mortal como su presencia. Esta idea, que será abordada desde distintos ángulos a lo largo del film, funciona como núcleo central de la historia, englobando las motivaciones, la visión de mundo, los sentimientos y la forma de accionar del protagonista. Pero al mismo tiempo, encuentra su mayor importancia en el simbolismo, la representación descriptiva del lugar ocupado por el hombre en el universo. Ese pálido punto azul, como describía Carl Sagan a la Tierra, es el pequeño reflejo resplandeciente de vida. Solitario, flotando en la negrura infinita del espacio. Como extensión de ello, el astronauta Roy McBride (Brad Pitt), simbolizará lo mismo al viajar por la galaxia en su misión para descubrir que ocurrió con su padre, el teniente Clifford McBride (Tommy Lee Jones), perdido años atrás en su búsqueda de vida en el espacio. Es bajo este planteo que el film describe como ningún otro la soledad en el abismo espacial, no solo como una realidad de lo que ocurre con el protagonista, sino también como un profundo y sentido reflejo de la condición humana. A través de diversos elementos y estratos planteados por la narrativa, la historia se encarga de desarrollar el concepto de soledad en todas sus formas, incluyendo la ausencia sufrida por el personaje ante la falta de una figura paterna que, por omisión, también representa el estar a la altura de todas las grandes metas que se propuso Roy como profesional. A su vez, el film demuestra la lejanía afectiva, impuesta en relación con Eve (Liv Tyler), la novia del protagonista, en pos de ser funcional en su labor, o la pregunta innata de replantearse la existencia humana ante la vasta soledad inexplorada del espacio. En gran parte del film, Roy mantiene un diálogo interno donde expone las ideas nacidas de las experiencias vividas a través de la misión que recorre distintos escenarios, desde la Luna, base espacial y centro turístico que hace que el concepto de satélite natural se vea invadido por el artificio y tecnología humana, pasando por el terreno habitable de Marte hasta llegar a la impotente presencia de los anillos de Neptuno, escenarios que si bien en la realidad del film se encuentran hace tiempo habitados, no hacen más que exponer la esencia de la soledad humana que necesita ser más grande y alcanzar lo inalcanzable con el fin de validar su importancia en el cosmos. De esta manera, el viaje planteado por el director es uno de emociones, y es en los diferentes significados y definiciones del concepto de soledad donde deposita el trayecto a recorrer. Las reflexiones que desarrolla en cuanto al dolor y la ira son resultado de esa idea general del sentirse aislado y el director lo trabaja no solo por medio del manejo discursivo, sino también llevándolo al plano de la tensión y la acción. Tal es el caso de la secuencia en que se responde a un llamado de auxilio donde Roy y otros astronautas son atacados por unos encolerizados mandriles. De esta manera, el film goza de climas y momentos de tensión muy bien logrados que son resignificados en la humanidad de los personajes principales, explorando lo que se halla detrás de esa ira una vez que se logra hacerla a un lado. De esta manera, la historia superpone sus momentos más reflexivos con grandes secuencias como la mencionada o la dinámica persecución en rovers por la superficie lunar. Sin nunca resultar pretenciosa, la película acompaña las ideas abordadas con el inspirador entorno que supone el espacio exterior. Las deslumbrantes imágenes acrecientan las vívidas emociones que, temática y visualmente, el film despierta. Los pensamientos en boca de Roy y el increíble despliegue de imágenes, con una fotografía que se percibe como salida de otro mundo, recuerdan a muchos de los trabajos de Terrence Malick como La delgada linea roja o El árbol de la vida. Sin embargo, el director nunca se propone dejar fuera de la historia a su público, dándole la misma importancia a los elementos más profundos como también a aquellos pertenecientes al entretenimiento de género, con lo cual la historia en sí misma resulta una verdadera experiencia inmersiva en todo su desarrollo. Resta decir que si el film encuentra problemas, lo hace en parte de su tercer acto. Cierto desarrollo del clímax final y conclusión se dan de tal forma que la historia pareciera perder su fuerte contenido por uno más efectista y un tanto naif, además de romper la seria credibilidad del relato con situaciones poco probables dentro del imaginario de la ficción, algo más acorde a un blockbuster masivo que a un film como éste que se perfila en casi toda su totalidad con una búsqueda más profunda y honesta. Sin embargo, a pesar de perder su fuerza en el tramo final, Ad Astra es literalmente un increíble viaje que demuestra tener una pasión argumental que se posiciona como de los mejores exponentes de su género y una de las mejores producciones del año. El director cumple su misión y alcanza las estrellas a través de los sentimientos más humanos, el valor de la existencia hallado en la inmensidad del cine.
"Sr. Link", aventuras alrededor del globo. Laika, productora de films stop-motion, vuelve a demostrar una vez más la increíble labor artesanal llevada a cabo para dar vida a sus proyectos, algo que se evidencia desde el comienzo de su corta historia, hace diez años con Coraline y que vuelve a reafirmar y seguir creciendo con cada nueva producción, como ahora es el caso de Sr. Link. El film dirigido por Chris Butler ofrece pruebas de sobra de la calidad y el amor que se respira en cada cuadro que da forma y carácter a los personajes y sus historias; un arte inmenso que deslumbra y deja sin palabras, con el corazón en el lugar correcto en cada diseño, plano y movimiento que dan vida a la historia. Ambientado a fines del siglo XIX, el film comienza con dos imágenes evocadoras. Una huella gigante perdida en la nieve que da paso a la marca de la pisada de un hombre en tierra firme. Estas imágenes, que se encuentran por separado y sobresalen por la diferencia entre la una y la otra, marcarán también los pasos del camino y unión de los personajes principales: el locuaz y un tanto egoísta Sir Lionel Frost (Hugh Jackman), un apasionado buscador de criaturas mitológicas que terminará ante el hallazgo del siglo, la existencia del eslabón perdido, mejor conocido como Sr. Link (Zack Galifianakis) o Susan para los amigos. La enorme y peluda criatura, que a pesar de su bestialidad sabe hablar y escribir muy bien, recurre a Sir Lionel para formar una alianza. El hombre se compromete a llevarlo con los de su especie en el Himalaya para dejar de estar solo, a cambio de obtener pruebas de la existencia de Link para ganarse el respeto del círculo de paleontólogos. De esta manera, ambos personajes comienzan un largo viaje alrededor del globo para cumplir su cometido, encontrándose con amigos y enemigos en el camino, como la intrépida y aventurera Adelina (Zoe Zaldana) o el asesino a sueldo Willard Stenk (Timothy Olyphant), todo en una carrera en busca de amistad, entendimiento y respeto que tiene como obstáculos los esfuerzos de quienes representan al mal llamado mundo civilizado, que atentan contra el descubrimiento y los vientos de cambio. Con ternura y mucha diversión, algo que tiene de sobra el film gracias a esa fantástica creación de pareja dispareja que brinda grandes dosis de humor físico, el film de Butler se arriesga a constantes cambios de eventos y escenarios, los cuales lo convierten en la gran aventura. Y no solo lo logra desde el elemento de entretenimiento, sino también gracias a la grandiosa construcción que se propone desarrollar y evolucionar en torno a la amistad de estos dos personajes, cada uno incomprendido a su modo. Casi de manera imperceptible, los lazos y el cariño que une el camino de Sir Lionel y Link se vuelven un elemento palpable dentro de la artesanía de la animación, una prueba más que suficiente de la existencia empática que nos une y comunica como sujetos. De esta manera, lo que comenzaba con caminos separados marcados por dos tipos de pisadas, termina trazando un sendero recorrido por huellas diferentes que caminan a la par. Sr. Link resulta, entonces, un film entrañable que funciona como registro del gran espíritu aventurero: los estudios Laika dialogan acerca de lo que nos hace evolucionar como seres sujetos al cambio constante, a pequeña y gran escala —desde la búsqueda por saber de dónde procedemos hasta la transformación más personal nacida de los lazos y vínculos formados. De igual manera, es el propio estudio el que demuestra una evolución constante ante los ojos del espectador en sus diez años de historia. La misma nace de la dedicación y la pasión puesta en cada producción, y son las historias que llevan a la pantalla la prueba indiscutible de la grandeza y transformación que puede tomar en todas sus formas, y sobre todo en las manos de sus artistas. Hoy más que nunca, queda demostrada la evolución de Laika, un estudio que sigue creciendo.