"Yesterday", comedia romántica al compás de los Beatles. La filmografía del cineasta británico Danny Boyle es de lo más variada, incluyendo una larga lista compuesta por grandes obras cinematográficas (Tumba al ras de la Tierra, Trainspotting, 127 horas) y otras fallidas que son un tropiezo más que un acierto en la carrera del director (La Playa, Slumdog Millionaire, Trainspotting 2). Yesterday, su último film hasta la fecha, llega para posicionarse en la segunda categoría. Basado en un guion de otro reconocido cineasta del Reino Unido como lo es Richard Curtis (Realmente amor, Una cuestión de tiempo) el film plantea una realidad en la que los Beatles jamás existieron. Así, lo que comienza como una interesante idea para un cortometraje, termina decayendo por un rápido agotamiento de su propuesta. La historia sigue a Jack (Himesh Patel), un joven que intenta sin éxito ser descubierto como músico y que solo cuenta con el apoyo de su representante y amiga de toda la vida Ellie (Lily James). Luego de que todo el planeta sufriera un masivo corte eléctrico por tan solo unos segundos, haciendo queJack sea atropellado en la oscuridad de la noche, al volver en sí, el protagonista se dará cuenta de dos cosas: ha perdido dos dientes y los Beatles jamás existieron. De esta manera, a medida que comienza a ser más consciente de lo sucedido —otras bandas y productos como Oasis, la Coca-Cola, el cigarrillo o Harry Potter también desaparecieron— y al notar que solo él los recuerda, Jack decide cambiar su repertorio de canciones por el de los cuatro de Liverpool… o al menos las canciones que recuerda. La trama gira en torno al proceso del protagonista en busca de lograr notoriedad por medio de las canciones más importantes de la historia de la música, un camino de fama y reconocimiento a nivel mundial que construye su ascenso tomando el crédito de lo que otros compusieron. Y si bien todo lo referido a la génesis del proceso funciona muy bien humorísticamente, acompañado por la rápida y enérgica edición con la que decide narrar Boyle algunos momentos, igual de rápido es que la historia no puede sostenerse por sí sola mucho tiempo en pantalla. Es así como la mirada se desvía del problema ético del protagonista para centrarse en los lugares típicos de las comedias románticas. Es allí donde el film recae puramente en la relación entre Jack y Ellie con conflictos que impiden el acercamiento romántico y que poco tienen que ver con la fama y las grabaciones de la nueva vida de la estrella internacional en ascenso, ahora con su exigente nueva representante Debra (Kate McKinnon) y sus colaboraciones artísticas con el músico Ed Sheeran. Narrativamente ambos arcos se esfuerzan por ser unidos a través del encuentro entre Jack y un, aún vivo, y avejentado John Lennon (Robert Carlyle). Así, tiene lugar un diálogo que mantiene el protagonista con Lennon y que, además de resultar carente de sutilezas, opta por reflejar un mensaje bastante básico y naif acerca del valor del amor y la vida —claramente en esta realidad Lennon vive pero perdió su capacidad de inspiración. La comicidad del film logra funcionar al comienzo y esporádicamente en otros pasajes de la trama. Esto, sumado al repertorio de los Beatles, hace que, dentro de su hundimiento, el film logre mantenerse a flote en su mayor parte. La música de la banda es universal, al igual que el apagón, e invita a cantar y a mover la cabeza a su ritmo sin importar que sea otro el elegido para interpretarla. Son temas como Let It Be, Eleanor Rigby, Hey Jude o el propio Yesterday del título los que transmiten una sensación de bienestar al ver el film, incluso cuando la historia en sí no logra cumplir del todo el mismo cometido. Danny Boyle no será el mismo gran director que alguna vez fue, pero al menos sin importar el tiempo o la realidad, la música de los Beatles sigue siendo la misma, lo que hace que las cosas se vean siempre un poco mejor de lo que son.
Todos flotan pero sin mucho vuelo. La mente olvida pero las cicatrices recuerdan. 27 años después de los eventos de la primera parte, el grupo de amigos conocidos como “Los perdedores”, debe recordar la promesa hecha y regresar al pueblo de Derry para terminar de una vez por todas con el maléfico ser conocido como Pennywise (Bill Skarsgård). Quien regresa también detrás de cámara (y también delante por un breve momento) es el director Andrés Muschietti en la difícil labor de darle forma a la conclusión. Y si bien su dirección se destaca en cómo les da vida a los personajes y los pone en conjunto dentro de la construcción de mundo, es en lo narrativo donde esta segunda parte encuentra problemas similares a los que sufría en la primera, pero en mayor cantidad. El ahora adulto Bill Denbrough (James McAvoy) es un escritor de novelas de terror con la dificultad de no poder darle buenos finales a sus historias. Paradójicamente, ese pareciera ser el problema para Muschietti en IT: Capítulo 2. Gran parte del encanto y corazón de la primera parte y de la novela de Stephen King, se debe al grupo principal de niños, a la manera en que es captada la amistad de los personajes y el reflejo de una etapa que supone el fin de la niñez y todos los miedos que el crecer conlleva. Si bien este factor la novela de King jamás lo pierde, ya que el autor alterna las líneas del tiempo narrativo para variar entre las vivencias de los personajes tanto en su infancia como en la adultez, es algo que sufre la secuela al centrarse prácticamente en el tiempo presente de los protagonistas, personajes que luego de 27 años y alejados del pueblo en el que crecieron, olvidaron por completo tanto lo bueno como lo malo que vivieron juntos. Todos menos Mike (Isaiah Mustafa), el único en quedarse en Derry y el encargado de reunir a todos una vez que Pennywise vuelve a atacar. Los condimentos del relato original se hallan presentes, con algunos cambios que varían entre los que favorecen a la historia y los que no, pero es la falta de naturalidad en la manera en que se escogen narrarlos lo que hace que en su desarrollo los eventos pierdan fuerza y encanto. A su vez, esto se aplica a la química entre el elenco adulto, donde si bien está justificada la ausencia de carisma entre sí y en una amistad a flor de piel al tratarse de gente más grande, ni siquiera cuando el relato recupera la vieja camaradería logra trasladarse a las interpretaciones. Esto sucede con gran parte de los personajes, a excepción Richie (Bill Hader), ya que tanto su versión del pasado (interpretada por Finn Wolfhard) como la del presente son la mejor construcción de personaje con la que cuenta el film y su director, consciente de ello, le saca el mayor provecho posible. En la relación entre Bill y Beverly (Jessica Chastain) el film también goza de cierta química encantadora entre ellos, pero así como cada uno de los miembros de “Los perdedores” tiene su momento para lucirse, es en la totalidad del relato que, por más que se intente, solo se trata de un pequeño atisbo de lo que esos lazos significan.., o al menos significaron. La trama continúa siendo una oda a la amistad y a la importancia de enfrentarse a los miedos, y el film goza de grandes ejemplos de dichos momentos, pero cuando lo hace se ven mayormente ligados a los recuerdos protagonizados por el elenco joven, que a los protagonistas adultos de esta segunda parte. Muschietti, siendo también conocedor de lo que mejor sabe hacer, incluye de manera elegante y con originales transiciones un vistazo a la época olvidada y que los protagonistas poco a poco vuelven a recordar. Regresan los recuerdos y con ellos los sentimientos y el valor de sus personajes. Al igual que en la entrega de 2017, lo que menos resalta de este film de horror son los momentos escalofriantes. Algunos de ellos están construidos y desarrollados en torno a una increíble atmósfera inquietante. Así ocurre con la secuencia inicial en la cual vemos a una pareja gay siendo atacada para luego uno de ellos terminar siendo víctima de Pennywise, o el momento en que el payaso devora a una pequeña niña atraída hacia él por medio de la manipulación. Pero en gran parte del metraje se vuelve a repetir el problema de que los sustos se dan por turnos individuales, cada uno con una referencia al protagonista en cuestión que es atacado. Así, esto vuelve inevitable que, por más buena que sea la construcción de la escena, el film caiga en un ritmo episódico, reiterativo y predecible. De esta manera, IT: Capítulo 2 resulta un film con mucho encanto y que se destaca todavía más cuando el ritmo y los personajes acompañan de gran manera lo bello de su búsqueda y mensaje. En el camino, al igual que los protagonistas, sufre de muchos inconvenientes que se relacionan a cómo están dispuestos los eventos y el reiterado efectismo de sustos que están allí para justificar más que nada que se trata de un film de terror que en construir mejor el trasfondo y contexto del villano. Muschietti dirige un film un tanto problemático que, cuando apela a su potencial, saca lo mejor. La fuerza y el corazón con la que alcanza el punto final de su segundo capítulo deja ver a fin de cuentas que Muschietti no sufre del problema de Bill para lograr un buen final, pero tal vez sí del tartamudeo del personaje en la manera de desarrollar el film en su totalidad.
La mano que mece el baúl. Neil Jordan, responsable de films como Entrevista con el Vampiro y El juego de las lágrimas, regresa a la dirección con un thriller de suspenso que nunca deja de ser entretenido, pero que en su ejecución cae en una serie de lugares comunes con los que pierde atractivo y originalidad. Sosteniéndose únicamente sobre la actuación de la siempre magistral Isabelle Huppert, La viuda apela a ella para sostener una historia que se esfuerza demasiado en lograr lo contrario. El film de Jordan retrata el encuentro y relación entre Frances (Chloë Grace Moretz), una joven que hace pocos meses vive en New York y que decide devolver a su dueña el bolso que encontró olvidado en un vagón de subte, y Greta (Huppert), una triste y solitaria mujer que perdió hace años a su marido y que extraña a su hija que vive en Francia. En poco tiempo, ambos personajes forjan un fuerte vínculo, nacido del hecho de que Frances intenta sobrellevar la muerte de su madre y Greta en cierta forma llega para llenar ese vacío en su vida. Así, la ausencia de amor familiar en la vida de ambas mujeres se suple con la compañía y el entendimiento que hay entre ellas. Y si bien los encuentros entre las protagonistas, que van desde ir a la iglesia, adoptar un perro o cenar juntas, poseen ciertos comportamientos de Greta que generan señales de extrañeza, la tensión entre ellas no aparece hasta que Frances encuentra una variedad de bolsos exactamente iguales y con nombres de otras chicas. Allí es donde el film pasa a convertirse en una acosadora persecución con una intensa Greta que hará lo imposible para recuperar a su reemplazo de hija; y así es también como comienzan a darse una serie de momentos con intenciones inquietantes que resultan entre ridículos y clichés. El director desarrolla la historia con una estructura acumulativa de situaciones que terminan deviniendo en el secuestro de Frances, quien se ve conviviendo con su desequilibrada figura materna, encerrada en un cuarto secreto y en ocasiones obligada a dormir dentro de un baúl con candado. Son dichas situaciones y la búsqueda del film la que la perfilan como una propuesta que hoy en día se siente antigua y desgastada. Una fórmula que remite a otros films similares como Atracción fatal o La mano que mece la cuna. La idea de la mujer obsesiva que representa un peligro para otros era algo que funcionaba hace 25 o 30 años atrás, y que hoy resulta poco original y de más anticuada.
El brillo de una época… en un film poco brillante. El noveno film de Quentin Tarantino, y el penúltimo de su carrera si cumple su promesa de retirarse, revisita el final de una era en la ciudad de Los Ángeles de 1969. El director recrea esa época soñada a través de la nostalgia de su infancia y su siempre desbordante pasión por el cine. Y si bien está presente esa pasión por el séptimo arte y la ocurrente manera de crear divertidas piezas cinematográficas de aquellos años, es la escasa sustancia en lo que tiene para contar lo que hace que se trate tal vez del film menos logrado de Tarantino; retazos de una hermosa era pasada, del fin de la contracultura, que en su conjunto se pierde a sí mismo en medio del estilismo y el dinamismo referencial de su director. La historia sigue los pasos de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt), el alguna vez héroe del género western en la ficticia serie Bounty Law y su doble de riesgo. Ambos personajes se encuentran perdidos en un tiempo donde la popularidad y el reconocimiento de lo que alguna vez fueron quedó en el pasado, haciendo que Rick acepte pequeños papeles de villano en distintas series televisivas y Cliff sea su chofer y asistente. El film se estructura en torno al ocaso de estas estrellas a la vez que toma a la figura de Sharon Tate (Margot Robbie) como representación del ascenso de una actriz de la futura generación, alejándola del estigma de su trágico final a manos del clan Manson para centrarse en parte de la inocencia y pureza que se extinguiría con el fin de la década. El film cuenta con grandes pasajes memorables, allí se encuentra el hilarante enfrentamiento entre Cliff y Bruce Lee (Mike Moh) o la terrorífica secuencia en el rancho Spahn con los acólitos del clan Manson. La narrativa se conforma en la estructura de un día en la vida (o dos días en este caso), algo representativo de varios de los films de la década del 60. Y si bien muchas de las situaciones que presenta Tarantino resultan entretenidas o dignas de ser apreciadas por la grandeza en su dirección, es en el conjunto donde termina fallando, ya que dichas situaciones funcionan como fragmentos independientes pero no dentro de la totalidad de la obra, algo que se percibe mayormente con el personaje de Sharon Tate, el cual no tiene mayor valor que en la reescritura de su final con lo cual vuelve obsoletas a la mayoría de las breves escenas en las que aparece. Si se toma de ejemplo a Rick como el protagonista principal de la historia, es interesante ver los conflictos de un personaje que pone en dudas sus cualidades actorales a la vez que es consciente de que su momento de fama quedó atrás. Todo ello representado en su mejor forma en la magnífica escena donde comparte diálogo con su compañera de elenco, una niña de ocho años con mayor profesionalismo que él. Pero si bien Tarantino se sirve de la excelente interpretación de DiCaprio para que cada aparición suya valga su tiempo en pantalla, nunca dejan de ser momentos que dan vueltas sobre el mismo tema, sin cambio o crecimiento drástico para el personaje. A su vez, la amistad entre Rick y Cliff, que posee maravillosos momentos, se ve afectada por la separación narrativa que pone a ambos personajes en puntos distintos en la mayor parte del film, resultante del fragmentado desarrollo con el que el director escoge contar su historia. Así, es innegable el amor que Quentin Tarantino tiene por el cine, y siendo que esta es la primera vez que realiza un film que dialoga sobre el mundo del cine, se percibe dicha pasión en cada momento. Es una carta de amor a un tiempo pasado, al cual no se puede regresar, así como el personaje de Rick sufre con triste nostalgia sus momentos de gloria. Con esa búsqueda como eje central, el director retrata el esplendor de la época con humor y emotividad, dejando entrever los factores importantes que marcarían, entre tantos otros, el fin de una forma de hacer cine, el fin de la contracultura del movimiento hippie y de los valores de una sociedad que cambiaría para siempre. Es por ello que el director escoge centrarse en los buenos aspectos —los más esperanzadores— al mismo tiempo que juega rozando a la oscuridad que atentaría contra todo ello. De esta manera, la elipsis temporal que se plantea en el film acerca al espectador a los eventos de la fatídica noche del 9 de agosto de 1969, y así como en Bastardos sin gloria Tarantino castigaba los actos de Hitler asesinándolo de la manera más brutal, aquí vuelve a cambiar la historia dándole su merecido a los miembros del clan Manson. Y es que Había una vez… en Hollywood es el registro cinematográfico de alguien que añora con cariño un tiempo que, tal vez no haya sido mejor, pero que se lo rememora con todos los aspectos buenos de la época. Es el cine cambiando la historia ya que es el medio que puede revivir un tiempo pasado, y si con ello se pueden alterar los hechos para bien… entonces por qué no. La búsqueda de Tarantino resulta entretenida y, cuando es necesario, conmovedora. Una de las mejores secuencias del film es aquella que, al son de Out of Time de los Rolling Stones, la voz de Kurt Russell nos narra los eventos del 9 de agosto, dando una sensación de cierre que resulta sincera, melancólica y que, junto al virtuosismo en la dirección de Tarantino, subraya de manera hermosa la idea del fin. La despedida de unos amigos, la transformación de la industria cinematográfica y los cambios de los tiempos por venir, todo ello a medida que Los Angeles se ilumina al caer la noche con el brillo especial de lo que alguna vez fue. Es en esos momentos cuando el film pareciera resaltar todo su verdadero potencial, pero gracias a su narrativa fragmentada no llega a ser explorado del todo con mayor profundidad. Había una vez… en Hollywood es una sentida oda al cine de la época y a los días en la vida que se describen mucho más simples que los tiempos que corren. Tarantino es fiel en su búsqueda y en lo que le quiere brindar a su espectador, sin importar que sea el guion el que sufre más las consecuencias de sus elecciones narrativas. Tal vez sea mejor quedarse con el recuerdo y la imaginación de cómo se recrea el pasado, con la magia propia del cine, y no ahondar demasiado. Si lo hiciéramos, nos encontraríamos una vez más con la cruda verdad y aunque eso signifique tener a un Tarantino menos inspirado en la escritura, siempre tendremos cine.
La vida salvaje…sin vida. Como ya viene haciendo hace años, Disney toma otro de sus grandes clásicos animados para llevarlo al realismo en su versión live-action. En manos de Jon Favreau —quien supo demostrar hace unos años sus habilidades de adaptación con su muy buena reversión de El Libro de la selva— el clásico animado de 1994 que marcó a toda una generación y dejó con fuerza su huella en la historia del cine, se presenta ahora como un ejercicio cinematográfico que no le hace para nada justicia al original: El rey león es despojado de su encanto y de la emotividad de su narrativa en pos de un preciosismo visual que sacrifica a la historia en pos de ello. El film de Favreau es un ejercicio técnico alucinante que se destaca en el registro y creación de la vida animal en el territorio africano a base de efectos digitales que tranquilamente podrían ser imágenes reales. Cada paisaje, cada especie animal y escenario del film es una recreación digital de la sabana africana. La clásica secuencia que inaugura al film con todo el esplendor de la vida natural o aquellos momentos libres de todo diálogo son los que permiten que el film resplandezca con todo su potencial visual. Pero el problema se presenta cuando los animales comienzan a hablar o cantar en escena, ya que genera un efecto inconexo entre el aspecto sonoro y el visual. Es el realismo extremo cuasi documental con el que es tratada la estética y el diseño de los personajes lo que les resta expresividad y, por ende, lo que termina resultando en una pérdida de todo elemento emotivo. La clásica historia a lo Hamlet es conocida por todos: el justo y soberano rey león Mufasa (voz de James Earl Jones en ambas versiones), es traicionado y asesinado por su hermano Scar (Chiwetel Ejiofor). De esta manera, Simba (voz de Donald Glover en su versión adulta), es el futuro rey que huye y que deberá aprender y recordar quién es para hacerse cargo de sus responsabilidades para exigir el trono que le pertenece. El arco del personaje, la relación que mantiene con su padre, la aceptación de la muerte y el dolor como proceso de crecimiento, aquí se encuentran presentes de igual manera que en el original. La diferencia se da en que el espíritu y la poética de esos mismos conceptos, los cuales eran trabajados con el simbolismo de la animación y lo caricaturesco de la misma, lo cual enlazaba la ternura y gracia de sus personajes con la relación emocional entre ellos y el espectador. En el caso de la nueva versión, el desarrollo de los temas centrales y la empatía hacia los personajes se hallan impregnados de una falta de dinamismo y corazón. Al tratarse de un film que recrea perfectamente la vida salvaje, resulta llamativo que justamente sea la vida de sus personajes e historia lo que está ausente. Así, el film resulta carente de toda emoción y conexión alguna, lo que genera un fuerte rechazo en el espectador esa frialdad que le impide el ser interpelado. Esa imagen madre que es el momento en que un joven Simba pone su pequeña pata dentro de la inmensa huella dejada por su padre, ahora se encuentra resignificada en la forma de un film que no pudo cubrir el legado dejado por la inmensa huella del original. Es cierto que gracias a personajes como Timón y Pumbaa (Billy Eichner y Seth Rogen), la historia goza de ciertos momentos más coloridos y divertidos que amenizan al film, pero dicho elemento humorístico no es suficiente como para dejar de lado todos los demás aspectos que le restan al total de la obra, ya que es el buscado tono exageradamente realista el que hace que el relato no funcione ni para grandes ni para chicos, porque le fue quitada toda la relación y el reflejo posible que, dentro de la animación tradicional, se puede lograr. Esta vez el espectador llora al igual que Simba, pero no debido a la muerte de Mufasa, sino por un film innecesario que carece de toda vida.
Yo soy tu amigo fiel. Chucky, el muñeco icónico del género de terror regresa una vez más pero de una manera inventiva y divertida para las nuevas audiencias. El otrora muñeco poseído por el alma de un asesino, y que tuvo nada menos que 6 secuelas desde aquella primera entrega en 1988, ahora es traído una vez más a la pantalla grande presentando una nueva versión del personaje. El reboot, a cargo de Lars Klevberg, ofrece una versión más moderna del muñeco asesino al hacer que esta vez las dosis de terror y violencia vengan de la mano de un juguete interactivo de avanzada tecnología que sale a la venta tras haber sido hackeado por uno de los esclavizados empleados vietnamitas de la empresa. Es así que con ese cambio drástico en el origen de Chucky (voz de Mark Hamill) el film se presenta como una relectura moderna del clásico de horror, conservando muchos elementos del original pero sabiendo cuándo innovar y tomar autoconciencia del tipo de relato que es. Es por ello que la trama puede pasar del horror a la comicidad más absurda de un momento al otro, porque no deja de tratarse de un film algo tonto en su forma y planteo: nunca se toma en serio a sí mismo y allí es donde reside su divertido encanto. En su desarrollo se percibe como un film algo desparejo, pero que cuando decide apelar y centrarse en el tono de comedia funciona de gran manera; al menos mucho más que cuando intenta sin éxito ser una producción de terror hecha y derecha. El tono cómico y absurdo de la historia se logra principalmente gracias a dos factores. Por un lado se debe a la presencia del malhablado y macabro juguete, que así como no escatima en crear un baño de sangre a su alrededor, también brinda sus grandes dosis de risa con el ridículo uso de expresividades o las interacciones con los humanos. Por otro lado, es gracias al joven Andy (Gabriel Bateman) y su grupo de amigos conformado por Falyn (Beatrice Kitsos) y Pugg (Ty Consiglio), que la historia funciona como una suerte de clásica comedia de amistad — hay una gran cantidad de referencias a E.T.— pero tomando los estereotipos para tratarlos de una forma más retorcida y burlona. Incluso, el rol de la madre de Andy, a cargo de la actuación de la comediante Aubrey Plaza, está al servicio de un tono humorístico que se halla presente la mayor parte del tiempo. Situaciones como el intento por parte de los niños, y el juguete, de asustar al novio de su madre para deshacerse de él o los momentos en que los jóvenes protagonistas deben librarse de un cadáver como si se tratara de una comedia de enredos, funcionan gracias a la frescura carismática que poseen y la ligereza narrativa con la que es llevado el relato. El muñeco diabólico —o más bien el muñeco hacheado— no es una gran película, de hecho está lejos de ser considerado como un producto bueno. Pero es la elección de un encantador elenco que funciona con lo justo y necesario que el film termina funcionando con el mero fin de divertir a su audiencia. Los momentos más característicos del género de horror son los que no terminan de funcionar, ya que hay un cambio muy notorio en su ritmo y en la simpleza con la que se desea apelar al susto más burdo, algo que termina entorpeciendo y dificultando un tanto a la totalidad del film. Sin embargo, es en el resultado final y en la reacción inmediata con la que el espectador se queda tras verlo, que el film prevalece como una opción divertida y original que se separa de todo lo visto anteriormente del personaje creado por Don Mancini a finales de los ochenta. Una sonrisa de maldad se dibuja en el nuevo rostro de plástico del juguete y una sonrisa de diversión en el rostro de su espectador.
Ilusiones adolescentes. El clásico arco del camino del héroe alcanza nuevas escalas en la nueva aventura del arácnido de Queens. Siguiendo los eventos ocurridos en Avengers: Endgame, Peter Parker (Tom Holland) se encuentra en un nuevo punto de quiebre de su vida adolescente luego del desolador chasquido, o debería decir blip, que acabó con la mitad de la vida en el universo. Por un lado debe lidiar con la trágica pérdida de su mentor Tony Stark (Robert Downey Jr.), lo que deposita en sus hombros el peso de deber estar a la altura del hombre que confío en él. Por el otro, se encuentra su intento por vivir su juventud libremente con las expectativas generadas por un viaje escolar al continente europeo y el deseo de declararle su amor a MJ (Zendaya). Los malabares que debe hacer Peter para sobrellevar sus dos vidas son narrados con un balance que integra perfectamente el humor dentro del género de acción superheroico y viceversa, lo que hace que incluso por momentos logre superar al excelente tono de la primera entrega. Si bien esta secuela se encuentra fuertemente anclada al MCU, no olvida que se sigue tratando de la visión de mundo de un adolescente. Es así que aunque muchos de los elementos principales de la historia ronden en torno a lo ocurrido en otros films, la narración prioriza los sentimientos más a flor de piel de un joven como lo es Peter. Y es que sin importar los cósmicos o monstruosos peligros a los que debe enfrentarse el protagonista, el desarrollo y el entendimiento con el que es llevado el personaje a la pantalla se ven reflejados en el carácter fresco e íntimo de su construcción narrativa, un tratamiento que busca reflejar el espíritu joven —y lo logra. Los gags humorísticos casi siempre están al servicio de la trama y, más importante aún, son acordes al carisma de sus personajes. Entendiendo esto, la historia toma las intenciones amorosas de Peter como uno de los ejes principales de la trama, a través del cual un film de superhéroes también puede funcionar como una buena comedia romántica de enredos. Son las interacciones y encuentros con MJ, que varían entre lo tierno y lo vergonzoso gracias al encantador carisma de la pareja, lo que le brinda una calidez a la historia que resalta su valor en la humanidad de los personajes. Incluso, esas mismas intenciones se pueden ver en la intensa pero fugaz relación de Ned y Betty (Jacob Batalon y Angourie Rice), convirtiendo la apropiada mirada juvenil en un efectivo comic relief a lo largo de todo el film, debido a que la frescura y la agilidad para el humor con la que se desarrolla la trama se ve ligada a las esperanzas e ilusiones, no solo de Peter, sino de todo el conjunto de compañeros de escuela que lo acompañan. Y es por ello que temáticamente también entra en sintonía perfecta el villano de esta entrega, el hacedor de ilusiones Mysterio (Jake Gyllenhaal). Mysterio es un personaje que se presenta como un aliado que une fuerzas con Nick Fury (Samuel L. Jackson) y el arácnido para detener el ataque de los seres mitológicos conocidos como los elementales. Criaturas de tierra, agua, fuego y aire que se encuentran asolando distintas regiones geográficas del planeta. Lo cierto es que el personaje se sirve de la credulidad de Peter —y del espectador de este tipo de cine que acepta todo tipo de elemento fantástico— para engañarlos por igual gracias al experto manejo de su tecnología de lo ilusorio. Es en este punto donde el film impacta con sorpresa para bien con un cambio que funciona en todo sentido, porque si bien la espectacularidad de las escenas de acción contra los elementales están muy bien logradas —sobre todo gracias a esa integración del humor dentro de la acción— lo cierto es que a las mismas les faltaban intenciones argumentales y la presencia de un villano que respondiera a ellas de manera más acorde a la historia. Así, el director se sirve del engaño de Mysterio para forjar una relación con Peter y de allí nace otra relación entre personajes donde Peter puede sentirse cercano a una figura masculina que lo entiende y lo aconseja como alguna vez supo hacer su anterior mentor. La cercanía de estos personajes hace que el espectador pueda entender más a fondo los miedos de Peter— como el héroe que debe ser— pero más importante aún, como el joven repleto de temores e inseguridades que todavía es. De esta manera, Jon Watts unifica de forma temática los elementos cómicos y dramáticos del film por medio de las distintas relaciones que forjan el carácter del protagonista y, por ende, se enfoca más en la humanidad del mismo, lo que refuerza la empatía del espectador para con él. Una vez que Mysterio revela sus verdaderas intenciones, en cierta forma lo que sería cuando un mago nos revela su truco, el enfrentamiento y los peligros que devienen de sus planes se intensifican apelando más al nivel actoral de la performance de Gyllenhaal y al virtuosismo visual, logrando un mayor impacto que las enormes secuencias de destrucción masiva en lugares como Venecia o Praga. La secuencia de manipulación ilusoria un tanto lisérgica en la que el villano utiliza todo su dominio del engaño para desorientar a nuestro héroe, pone en juego una serie de imágenes que respiran el peligro que corre el protagonista al mismo tiempo que las distintas ilusiones se abren paso como salidas de gigantes viñetas de historieta, una amalgama entre el vuelo imaginativo y lo sensorial de las peores pesadillas. De esta manera, Spider-Man: Lejos de casa mantiene, y en ocasiones supera, el carácter humorístico con el que Jon Watts abordó al personaje en su primer film, en esta ocasión haciendo crecer al personaje a través de sus vivencias sin perder de vista que todavía es un chico y debe comportarse, actuar y fallar como tal, y lo hace aprendiendo y equivocándose de las personas que lo rodean y marcan el camino que apenas ha comenzado a transitar. Las ilusiones de lo próximo a venir están presentes y no son parte de un efecto engañoso. Es cuestión de confiar en el sentido arácnido, en la persona que es, para alcanzarlas, sea esto el derrotar a un criminal o invitar a salir a la persona que ama. El director entiende esto y trata a todos los elementos en juego en la vida de su personaje con la misma importancia, guiándolo en su viaje de la forma más divertida posible. Y nosotros, los espectadores, nos sentimos dichosos de acompañarlo y disfrutarlo, sin importar hacia donde nos lleve.
Adiós vaquero. Con la tercera entrega, Toy Story supo terminar de consagrarse como la gran pieza cinematográfica de animación que es y de conformarse como una de las mejores trilogías de toda la historia del cine. Gozando de, hasta entonces, un final perfecto cargado de emotividad, nadie en su sano juicio podía pensar que la historia continuase. Sin embargo, cuando los estudios Pixar confirmaron una cuarta parte de las aventuras de Woody (Tom Hanks), Buzz (Tim Allen) y el resto de los entrañables juguetes, era imposible no sentir que se trataba de algo totalmente innecesario. Pero lo que ocurre con Toy Story 4 es todo lo contrario, ya que no trata de borrar el hecho de que la historia terminó junto a Andy convirtiéndose en un adulto y legándole sus juguetes a la pequeña Bonnie, sino que lo que hace es culminar la historia de los protagonistas, del leal vaquero Woody puntualmente, en la forma de un maravilloso y sentido epílogo. Con —ahora sí— una verdadera última aventura, Woody se ve obligado a cambiar el rol de liderazgo que mantenía ante los otros juguetes en el hogar de Andy, para ocupar uno más semejante a la de una figura paternal. Esto sucede cuando Bonnie crea a Forky (Tony Hale), un neurótico cuchador a base de plastilina, un palito de helado y mucha imaginación, que se niega a ser un juguete y que solo desea volver al lugar del que salió: la basura. El cuidado y las enseñanzas de Woody para el pseudo juguete, antes y durante de la ya clásica situación de pérdida que suelen sufrir los personajes, son las herramientas con las que cuenta el film para reformular al protagonista de la saga. Ya sin la presencia de su antiguo dueño y sin la notoriedad del pasado, hay un aprendizaje de todo lo vivido que se termina poniendo en práctica, tanto para el cuidado de Forky como también para la supervivencia, lo que demuestra que no solo los humanos crecen. El conflicto interno de Woody está en aceptar que no es el mismo juguete de esa primera Toy Story. El tiempo pasó para él al igual que para los espectadores que crecieron con su historia, de allí también nace el importante vínculo en el cual hay una suerte de negativa por ambas partes de dejar atrás lo que alguna vez fue. Woody se muestra reticente a la idea de no vivir para hacer feliz a un niño, un tipo de vida que descubre una vez que su camino lo lleva a reencontrarse con su viejo amor perdido, la querida Bo Peep (Annie Potts). La muñeca, que ahora cuenta con un look conforme a los tiempos que corren pero que también es acorde a los nueve años que pasó viviendo en el mundo exterior, es una muestra de la elección de cambio que puede llegar a tomar Woody. Nuevamente desde un punto de vista paternal, el arco del personaje en esta entrega encuentra su semejanza en la posición de un padre que debe entender, por más doloroso que sea, que los hijos crecen y deben realizar su propio camino. Así, tomar un camino separado, alejarse de una niña como Bonnie, de un juguete que comienza a dar sus primeros pasos como Forky o de los amigos que siempre supo cuidar y guiar, implica trazar de forma independiente la propia historia de Woody. Y el film en sí mismo nos prepara para ello en un desarrollo que paulatinamente presenta nuevos personajes y se aleja de los ya tan queridos y conocidos, lo que dota a la historia de su carácter individual tanto en relación a los personajes como también en comparación con sus predecesoras. Es así como el grupo de personajes clásicos se encuentra presente sin mucho protagonismo, otorgándole un mayor lugar a Woody, Buzz y Bo Peep junto a la variedad de los más nuevos. El film consta principalmente de dos locaciones en los que ocurre la aventura, una feria de carnaval y un local de antigüedades. Estos dos mundos inmensos —para los pequeños personajes animados— catapultan una serie de momentos de peligro, comicidad e incluso horror, que se encuentran muy ligados a los temas centrales que aborda la historia. Buzz lidia con escapar de ser un premio de feria, guiado por su voz interior —o más bien el sistema de audio de su diseño— y acompañado por los peluches Ducky y Bunny (los comediantes Keegan-Michael Key y Jordan Peele), quizás los menos efectivos de los nuevos integrantes y que sin embargo cuentan con el mejor gag humorístico de esta entrega. A la vez, Woody y Bo Peep deberán rescatar a Forky que fue secuestrado por Gabby Gabby (Christina Hendricks), una defectuosa muñeca de los años 50 que anhela tomar la caja de voz de Woody para funcionar correctamente y poder ser amada por una niña. Ambos espacios donde se suceden las tramas paralelas le brindan al film un carácter muy humorístico que hace que sea una de las entregas más divertidas. Pero es más que nada todo lo sucede en la tienda de antigüedades lo que funciona como una amalgama entre la comicidad y la tensión. Esto último, subrayado por el aura tétrica que rodea a Gabby Gabby y a los escalofriantes muñecos de ventrílocuo que obedecen sus órdenes, pero también con la gran dosis de humor que desata la fallida figura acrobática canadiense Duke Caboom (Keanu Reeves), una genialidad de personaje. Y si bien la comicidad es un factor predominante, no le quita para nada el lugar a lo mucho que gana en emotividad; tal vez no al mismo nivel que logró la tercera, pero manteniendo el respeto y cariño por este mundo creado hace ya más de 20 años. El director Josh Cooley entiende perfectamente que el verdadero final de Andy y su lazo con Woody y los demás juguetes se dio en el film anterior. Es por ello que Toy Story 4 mantiene la identidad de la saga a la vez que se aparta de ello para que funcione en su totalidad como un epílogo, como el cierre a algo distinto. La cuarta parte es la menos coral de todas y eso se debe a que en su forma se desarrolla como una sentida carta de despedida a Woody, al vaquero que muchos vimos crecer y que él, del otro lado de la pantalla, nos vio a nosotros hacer lo mismo. Sin nunca perder la diversión y el cariño que despierta este viejo amigo fiel, el film es una despedida que se desconocía que hacía falta y que se agradece haya llegado. Con lágrimas en los ojos y una sonrisa en el rostro, el punto final de la historia es escrito. Al igual que Andy, esta fue la oportunidad de disfrutar jugando una última vez. Adiós vaquero.
Una dupla para votar La nueva comedia de Jonathan Levine (50/50, The Night Before) reúne al director con Seth Rogen en un rol protagónico, quien se pone en la piel del periodista Fred Flarsky. Acompañado por Charlize Theron como Charlotte Field, la mujer por quien alguna vez estuvo perdidamente enamorado en su adolescencia y ahora es una importante candidata a la presidencia de los Estados Unidos, la comedia romántica pone en conjunto a estos actores tan dispares y logra hacerlos funcionar con los condimentos típicos del género en torno a la política, todo cubierto por el tono característico de humor incorrecto al que suelen tenernos acostumbrados Rogen y compañía. La historia, de manera simple, se estructura en las diferencias entre el mundo de Charlotte y Fred. Mientras que la primera debe cuidar su imagen para ganar las elecciones en base a un plan para proteger el medioambiente, el segundo es un descuidado periodista sin empleo al renunciar al medio en que trabajaba cuando fue absorbido por el monopolio del magnate Parker Wembley (Andy Serkis). Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Estos dos mundos se unen y entran en mayor contraste cuando Charlotte decide contratar a Fred como encargado de escribir los discursos de su campaña. La honestidad de las palabras de Fred y las buenas intenciones de Charlotte son el medio a través del cual la pareja protagónica entra en sintonía en más de un sentido. No solo porque el amor comienza a florecer entre ambos, sino porque desde lo actoral hay una gran química que es de lo mejor que tiene el film y de ello nacen los momentos más graciosos. Situaciones que reescriben momentos típicos de las comedias románticas o los thrillers políticos, aquí se encuentran en función de la comicidad. Tal es el caso de Fred y Charlotte bailando It Must Have Been Love de Roxette en contraposición con el baile cliché de tango al ritmo de Por una cabeza entre Charlotte y el primer ministro canadiense James Steward (Alexander Skarsgård); o el momento en que Charlotte debe manejar una situación contra terroristas bajo los efectos del éxtasis. Si bien dichos momentos brindan algunas de las mejores escenas del film, lo cierto es que el mismo se siente un tanto dispar al variar entre situaciones cómicas poco efectivas o vaivenes innecesarios dentro de una trama demasiado simplista, algo que también se ve afectado y prolongado por su poco más de dos horas de duración. Así, Ni en tus sueños está lejos de ser una gran comedia, pero cumple con lo justo y necesario para brindar una dosis de risas y ligero entretenimiento. El film de Levine sabe muy bien que su fuerte se encuentra únicamente en la dupla protagónica, y tan es así que la interacción de ambos en pantalla es lo que termina siendo lo más provechoso, haciendo que la historia no sea olvidada al instante, dejando consigo el buen recuerdo del carisma de sus protagonistas.
Un cohete que no se estrella. El director Dexter Fletcher, que estuvo a cargo de completar la filmación de la fallida Bohemian Rhapsody luego de que Bryan Singer debiera abandonar la dirección tras las acusaciones de abuso, ahora se pone detrás de cámara para contar la historia de Elton John. Muy lejos de los resultados que tuvo la biopic sobre el líder de Queen, el film dedicado al extravagante músico británico se sostiene por muchas más razones que la mera música del artista. Gracias a la interpretación de Taron Egerton que se pone en la piel y la voz del cantante, la historia del hombre, el músico y el adicto se siente como una celebración y mirada respetuosa sobre el talento y maldición del mismo. A nivel narrativo, el film funciona como un largo flashback relatado por Elton en una reunión para adictos. El mismo se describe como adicto al alcohol, la cocaína, la marihuana, el sexo y demás excesos. Y si bien dentro de este género de films muchas veces solo se pasa a narrar retazos de los eventos más importantes de la figura en cuestión, aquí esto se da de una forma que se siente mucho más natural y progresiva al estar hilada a través de muchos de los temas de Elton que se encuentran dispuestos para servir como reflejo de los distintos sentimientos y situaciones que formaron a su persona, todo ello acompañado por una importante presencia en escena del género musical que brinda una colorida variedad de escenarios y coreografías, resonando en pantalla con cierto encanto de los musicales de la vieja escuela. Esta dinámica sobre la que se basa la narrativa hace que cada escena y momento relevante del artista se vea cargado del carisma y la excentricidad del mismo, desenvolviéndose como si cada situación vivida fuera un aspecto que vibra de su personalidad. La labor de Taron Egerton resulta excepcional al destacarse en todos los frentes que debe cubrir como protagonista, ofreciendo pruebas de sobra el talento para la actuación y el canto que posee, sin necesidad de recaer en la imitación (Rami Malek, guiño guiño). Así, el film decide centrarse en la vida de Elton celebrando su talento pero no idealizando su imagen o glorificándolo, sino abordando sus sentimientos y las complejidades de su identidad para lograr entender la carga y las disconformidades de ser una estrella y de no haber sabido encontrarse a sí mismo. A medida que la trama avanza, y con ello pasamos de los primeros pasos en la música de Reginald Dwight (verdadero nombre de Elton), incluyendo el desafecto de sus padres hasta alcanzar su grandioso éxito una vez que debuta internacionalmente en Estados Unidos, se puede atestiguar como poco a poco se va despojando de toda la parafernalia que lo rodea. En un comienzo, y siguiendo la lógica de que la imagen artística de Elton siempre ha sido acompañada por un excéntrico uso de su vestimenta, lo primero que vemos en pantalla de él es su llegada a la clínica utilizando un traje de un demonio alado con un fuerte tono naranja. Pero una vez que el espectador conoce más de su vida, y especialmente esa idea de matar a la persona que alguna vez fue en su juventud y convertirse en otro para alcanzar el éxito, el personaje comienza a desprenderse de cada prenda de su traje. El director, a su vez, desnuda al protagonista al mismo tiempo que expone las razones de la verdadera identidad que se esforzó en ocultar y disfrazar Elton John para enterrar a Reginald Dwight. El relato rodea al personaje principal de las personas que funcionaron de apoyo y castigo en su vida, dando un lugar de importancia co-protagónica a la fuerte relación de amistad y trabajo que formó junto a Bernie Taupin (Jamie Bell), quien compuso las letras de su discografía desde el comienzo hasta la actualidad, además de una de las pocas personas que llegaron a conocerlo y comprenderlo realmente. La forma en que está retratado el fuerte vínculo y la colaboración de ambos permite que el film no solo se preocupe por la figura de Elton, sino de brindar crédito e importancia a la persona que es tanto parte de él como de su música, algo que se transmite desde lo actoral por parte de ambos actores y que encuentra su puntó máximo en los momentos donde Elton crea la música que acompaña las sentidas letras de Bernie, como es el caso de la composición de temas como Your Song, o la forma en que la presencia de Tiny Dancer o el propio tema Rocketman contextualizan a través de la música el sentimiento de perdición y soledad del personaje. A pesar de estos logros, el film no puede evitar caer en algunos lugares típicos de las biopics como es el caso de una rápida edición que funciona como elipsis del ascenso artístico del protagonista o algunos diálogos discursivos que se sienten forzados en la boca de los personajes, subrayando su propósito más de lo que deberían. No obstante, es la sentida honestidad que deconstruye la imagen más conocida de Elton John para entender el sufrimiento del hombre detrás de ella lo que hace que también se aparte de muchos de los lugares comunes de las biopics. La fuerza de las escenas musicales que se perciben y disfrutan como una fiesta tienen su lado más oscuro en el discurso y la introspección que significan para el protagonista, dando como resultado un balance bien logrado digno de ser mirado, escuchado y, por supuesto, cantado.