Humanos como presas. Depredador es un bicho fierísimo extraterreno que apareció en pantalla en 1987 con Schwarzenegger como puching ball. Vino la 2, luego un par de contiendas con los Aliens y ahora Robert Rodríguez (capo de la fantasía bizarra, pero en su rol de productor) se lleva a un grupo de humanos de violencia comprobada (mercenarios y esa calaña) al planeta de los monstruos. En esa selva se desarrolla una batalla por la supervivencia en la que abundan los FX, las referencias a la saga, la lucha entre el mal y el bien (sic), el suspenso y la matanza secuencial de las presas. Así, la quinta pata de esta historia no tiene nada nuevo que ofrecer, pero gracias a un relato simple, una puesta en escena efectista, actores que responden bien (Brody es el mismo de “El pianista”) y fans del género incondicionales, consigue atrapar y entretener.
Otra dosis de violencia. “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” es la saga de “Los hombres que no amaban a las mujeres” (que se vio en marzo), una trilogía convertida en best seller del escritor sueco Larsson Stieg. Este segundo filme no escapa a la lógica de suspenso, violencia y añosos silencios que van saliendo a la luz gracias a un periodista de investigación (dueño de la revista Millenium del título) y a una joven maltratada que, sin nada más que la vida para perder, busca a quien regenteó un esquema de trata de mujeres, entre las que estaba su madre. A veces impúdico, el filme construye una galería de personajes tan feroces que dan escalofríos. Aunque lo más impactante sea la trama que se teje en una Suecia desavisada de los peligros de haber recibido a la resaca de la II Guerra Mundial.
Un largo e intrincado paseo por el laberíntico mundo de los sueños. “El origen” refiere a la raíz de las ideas que se producen en nuestras mentes. Es un principio a través del cual se construye el mundo. Forma parte, en lo más profundo del ser, de lo que los psicoanalistas llaman inconsciente, al resguardo de la propia realidad. Es aquello que motoriza sin que nos anoticiemos de ello. Hasta allí espera llegar Dom Cobb, un especialista en robar pensamientos que se encuentra con su mayor desafío: implantar una idea-raíz en la cabeza de un poderoso empresario (la “Inception” de la que habla el título en inglés). Intrincada, larga y desaconsejada para los cultores de la acción lisa y llana, el último filme del director de la batmaníaca “El caballero de la noche”, protagonizado por Leo DiCaprio, se introduce en un laberinto onírico del que no consigue salir del todo airoso. El argumento intenta hacer más complicado todavía, como si no lo fuera, el mundo de los sueños. Y la apuesta es introducirse en el sueño de otro a través de un sueño propio. O mejor, crear el ambiente para un sueño con imágenes inducidas. O peor, hacer soñar un sueño dentro de otro sueño. Sea así o asá, la trama es una superposición de sueños donde uno nunca sabe dónde está parado, si en la realidad real (convencidos de que la hubiera), en el sueño de la víctima del robo mental o en el del victimario, un DiCaprio suelto, de ceño fruncido, compenetrado con su personaje, aunque sea fácil de asociar con el Teddy Daniels de “La isla siniestra”, de Martin Scorsese, el filme anterior del actor de “Titanic”. Llaman la atención los efectos especiales (de una factura casi siniestra), la innecesaria secuencia final en la nieve (nunca se explica por qué, excepto que la municipalidad de Alberta, en Canadá, le haya regalado al equipo de filmación la estadía), la belleza de Ellen Page (la misma de “La joven vida de Juno” y de “Hard Candy”) y de Marion Cotillard (aunque parezca imposible su caracterización de Edith Piaf en “La vie en rose”), los casi cameos de Michael Caine, Tom Berenger y Pete Postlethwaite, las tomas de las peleas en unos pasillos sin gravedad y la extendidísima resolución de la historia. De todas maneras y presentada como un thriller, la película (un boom de taquilla en Estados Unidos y con exhibición restringida en México por problemas de distribución) tiene partes entretenidas y otras no tanto, atrapa con su promesa de manipulación mental y con su elenco de estrellas, insiste en construir laberintos de difícil salida y alimenta el género con una novedosa propuesta. Pero la experiencia de falta de ubicación y la falsa temporalidad construida por Nolan terminan confundiendo, con el peligro de desatención y digresión que eso implica para un espectador medio.
Un diccionario de moral. No sin antes advertirle a los pochocleros que esto no es Hollywood, es necesario remontarse a 2005, cuando comenzó a verse por estas tierras el nuevo cine rumano. “La muerte del Sr. Lazarescu”, “4 meses, 3 semanas y 2 días” y “Bucarest 12:08” pusieron en el mapa a Cristi Puiu, Cristian Mungiu y Corneliu Porumboiu, directores que despuntaron relatos íntimamente atados a las cicatrices dejadas por la dictadura de Nicolae Ceau?escu. Anacronismo, autoritarismo y arbitrariedad pesan sobre los hombros de un joven policía que persigue a jóvenes por el crimen de fumar hachís. Objetor de la ley, deberá responder ante sus superiores. Con escenarios decadentes, acciones minúsculas, largas secuencias estáticas y sin música, el filme es exasperante en su lógica temporal y moral. Sobre todo si la vida se lee a través de un diccionario.
Un ejemplo de que los años no pasan solos. Después de ver “Ropa limpia negocios sucios”, “Ambiciones prohibidas” y por supuesto “Relaciones peligrosas” es difícil entender cómo un director como Frears se puede enredar en una película romántica de tal llanura. Lea es una prostituta de la Belle Epoque que ha perdido su juventud y a la que económicamente no le ha ido nada mal. Hasta que se enamora del hijo de una vieja colega, el tal Cheri del título del filme. La París de antes de la Primera Guerra Mundial sirve de plató para un relato chato sin aristas interesantes ni en los personajes ni en el guión. Con un poco de cariño puede destacarse la actuación de Pfeiffer, pero es más un tributo a su carrera que a su papel en este filme. Bien ambientada y corta (menos mal), la película pone al espectador en la disyuntiva de creer (o no) que ese mismo director es quien asombró al cine en los 80 con historias tan crudas como creativas.
Es imposible desligarse del poder estructurante de la serie que en la TV y durante seis temporadas construyó una legión de fanáticas. Las cuatro chicas neoyorquinas que desnudaban actitudes y reflexiones sobre sus vidas amorosas y laborales se convirtieron en una marca de los tiempos y su llegada al cine fue celebrada el año anterior con gran despliegue de marketing y un respeto por el corazón de la historia sobre el que, en esta segunda versión, se imaginaron los giros de actualización argumental. Ahora Carrie está casada, Samantha decidida a no envejecer, Charlotte cansada de las hijas que tanto buscó y Miranda desbordada por su profesión. Y el viaje, que primero fue a México, es a Abu Dabi. Allí se desteje una historia flácida, sin la acostumbrada brillantez del relato en off y con dudosas intenciones ideológicas. Un final inmerecido para una de serie de colección.
Las comedias tiene comúnmente un público avisado, es decir, espectadores que van al cine a reirse o al menos a divertirse. Y quizás los hacedores cuenten con esa preferencia. La presencia de Steve Carrell pone en alerta a la platea y, considerándolo un famoso comediante, espera que su arte lo sorprenda. Pero finalmente tal seducción no sucede. Aquí una pareja intenta salir de sus rutinas encarando una noche especial, pero son confundidos con dos ladrones y perseguidos por la mafia y la policía. Así se desanuda un relato de enredos, situaciones inesperadas y desencuentros a granel. Sin embargo, la risa no aparece aunque uno haga fuerza. Se trata de un filme sólo para divertirse un ratito, porque con la disposición no alcanza.
Con un guión simple y entretenido, una animación basada en el vértigo de los movimientos acrobáticos en el aire, un creativo menú de dragones, personajes entrañables, profundos valores puestos en consideración y una inteligente resolución de la historia, “Cómo entrenar a tu dragón” cuenta con los elementos necesarios para divertir sin intenciones solapadas ni golpes bajos y con un muy buen ritmo cinematográfico. El cuento está ambientado en una aldea habitada por vikingos, rudísimos personajes que hacen de la guerra a la plaga de dragones el motivo principal de sus vidas. Estoico, el jefe de la tribu, es el padre de Hipo, un joven débil y escuálido que no hace honor a la brusquedad de sus ancestros. Pero él quiere sobresalir, matar a un dragón, ganar reconocimiento y abordar el corazón de Astrid, la chica más linda y más aguerrida de la comarca. Pero siempre hay un pero. Cerca de uno de los monstruos por pura casualidad, Hipo se da cuenta de un detalle que puede cambiar la existencia de los vikingos, aunque esa percepción primero lo exalte y luego lo suma en el desprecio de su propio padre. Y si bien el argumento es simple y llano (para que disfruten los más chicos), se esconden tras la fachada de una atractiva animación valores de muy importante promoción. Así, lealtad, amistad, amor, convicción y honestidad forman parte de la resolución del conflicto, mientras van in crescendo grandes momentos de acción y entretenimiento. Quizás sea por la creatividad de los animadores que se refleja en la ambientación y especialmente en las diferentes especies de dragones que sobrevuelan la cinta. Unos más espeluznantes que otros, son el fiel del entrenamiento al que históricamente son sometidos los niños de la aldea. Saber defenderse de los bichos es un conocimiento básico de supervivencia. No solamente porque los dragones echan fuego por la boca sino porque además vuelan y en este filme ese no es un dato menor. Sobre todo para quienes tienen la posibilidad de experimentar la tecnología de 3D. A semejanza de una montaña rusa, las secuencias con los acrobáticos movimientos de los animales en el aire hacen, con picadas y contrapicadas, cosquillas en la panza. Con el novela infantil de Cressida Cowells como musa inspiradora, “Cómo entrenar a tu dragón” aparece hoy como un filme atractivo y aleccionador, aunque su futuro nose juegue en la pantalla grande. Lo hará en las personales, si logra popularizarse como un video game. No sólo de cine viven los hombres y de los dragones, ni hablar...
Un detective del FBI llega a una isla en busca de un prófugo de la ley. Allí está instalada una clínica donde se alojan los mayores criminales de EEUU con problemas mentales. Hace pocos años que el detective volvió de la Segunda Guerra y visiones de un campo de concentración lo persiguen. Pero nada es lo que parece. Planteada inicialmente como una película de suspenso, el cuarto trabajo de la dupla DiCaprio-Scorsese va lentamente convirtiéndose en un drama de corte psicológico, obligando al espectador, al mismo ritmo, a reordenar sus propios pensamientos sobre el personaje principal y la trama que lo envuelve. Un ejercicio que resulta dificultoso si se espera un thriller de factura tradicional. Sin embargo, allí está el magistral guión de Laeta Kalogridis en las manos de quizás el más grande de los cineastas vivos.
La trilogía “Millennium” del sueco Stieg Larsson está en las librerías y justo llega la película basada en la primera parte de esa novela. Un periodista es contratado para investigar la desaparición hace 40 años de una mujer. Con la colaboración de una joven outsider encara una pesquisa que lo lleva a sorprendentes conclusiones. Pero esto se trata de cine y no de literatura. Aquí cuenta el guión, la escenificación y los intérpretes. A primera vista se trata de un thriller con un asesino suelto, pero rápidamente impulsa un debate sobre las relaciones de la burguesía industrial sueca con el nazismo. Y hasta abusa de las escenas de violencia (sobre todo en el caso de una violación). Aunque su fuerte está en la ética de los personajes que deciden exponer sus vidas para dilucidar la intriga. Para ver.