Planteada inicialmente como la precuela de “El juego del miedo”, este filme primero se preocupó por renovar la sarta de atrocidades que un descolocado mental puede infligir a sus víctimas. Y se olvidó del resto. Los personajes están mínimamente delineados al punto que ni del propio monstruo se conoce filiación ni intención. Un hombre con problemas económicos decide robarle a su empleador. Para ello se mete una noche en su casa sin saber que alguien más ha tenido la misma intención. Allí comienza a desenvolverse una serie de perversiones que, torturas mediante, se lleva la vida de los integrantes de una familia, mientras el infiltrado (ahora bueno) trata de salvarla. Quizás a los fanáticos del gore les sirva para ir completando su álbum de atrocidades y su sed de sangre. Para el resto de los mortales, es solamente un muestrario innecesario de sufrimientos y humillaciones que promete una segunda parte. Puaj.
Paranoias de una nueva cacería de humanos. Primer acto: mostros (así mostros) extraterrenos corren para comérselos a humanos que huyen como cucarachas. Segundo acto: mostros extraterrenos corren para comérselos a humanos que huyen como cucarachas. ¿Cómo se llama la película?: “Skyline”. La nueva saga sobre una nueva invasión alienígena llega al cine acusada de ser un producto para preparar a las masas a aceptar una farsa de esta naturaleza y con ella a un gobierno mundial. Paranoicos aparte, el filme es un frankenstein con retazos de “Día de la independencia”, de “La guerra de los mundos” y de “La noche de los muertos vivientes”, es decir, hay naves espaciales que chupan gente para sacarles el cerebro. Y entre innumerables explosiones y derrumbes, muertes, corridas y desesperación, el amor es más fuerte. No se puede creer, y menos que la película no termine y deje la puerta abierta a una segunda parte. Vade retro.
Un clarísimo ejemplo de desperdicios varios. “Un buen día” es un clarísimo ejemplo de desperdicios varios. El más doloroso es el de tiempo, de quienes realizaron la película y de quienes se sienten a verla. Le sigue el de recursos y continúa el de esfuerzos (intelectuales y materiales). Manuel y Fabiana son dos emigrados argentinos que cruzan sus vidas en Long Beach, California, Estados Unidos. Interesados uno en el otro, despliegan sus plumas para seducirse no sin algunos cortocircuitos. Así la historia se resume a un flirteo de connotaciones adolescentes plagado de lugares comunes, personajes, voces y mitos de la cultura argentina impuestos a un guión anodino, esperable y falto de creatividad. Pero falta lo peor: las pésimas actuaciones de los protagonistas, un problema insalvable cuando no existe un reparto que los secunde. Así a Silveyra le sobran poesías de escuela y a Solá no le alcanza con ser la novia de un gran actor como Al Pacino.
Con “Resident Evil: After Life” y “El juego del miedo 7” en la cartelera, llega la segunda parte de un filme que en 2007 utilizó sólo 15 mil dólares para alzarse con 160 millones de ganancia. El dato, más allá del dinero, destaca la novedad y aceptación que significó su estreno dentro del llamado terror psicológico, aquel que insinúa más de lo que muestra. Un eventual espíritu maligno se adueña de una casa y sus dueños, una pareja, coloca cámaras para dilucidar el misterio. Haciendo explícita la presencia fantasmal, apelando a la sorpresa como disparadora de la adrenalina, ubicando el pavor en las horas de falta de vigilia y contextualizando el relato en un ámbito cotidiano (reafirmando la moraleja “a cualquiera le puede pasar”), ambos filmes consiguen su objetivo supremo: asustar. Sólo que es difícil resolver la 2 si no se ha visto la 1.
Dos grandes corazones. Franzie contrata a Emanuel para que la acompañe cuando, debido a una enfermedad, deja de trabajar. Aunque joven, ella tiene cuentas pendientes y él ha fracasado como escritor. Ambos personajes y la relación que traban es el tejido principal del segundo filme como directora de esta rosarina. Y mientras los deseos conectan a los protagonistas, un guión estirado hace rudo el esfuerzo por comprender su psicología. Más aún cuando una historia se estructura en la lenta construcción de las dos criaturas y, a la usanza del teatro, apoya todo el dramatismo de la obra sobre sus espaldas. Es allí donde Mimí Ardú se diferencia de Enrique Liporace, quizás, debido a una marcación actoral demasiado libre. Lo demás es un relato mínimo sobre grandes corazones.
Héroe contemporáneo. Después de tantas biografías y reseñas sobre la vida del rosarino Ernesto Guevara no es fácil encarar otro documental sobre el mito más importante de la política latinoamericana. Y aunque la distinción se construya aquí a partir de una mirada al hombre más que al revolucionario, su importancia radica en los materiales inéditos que en el trabajo se muestran. De todas maneras, el filme de Bauer tiene en su contra un relato bastante lineal y repetitivo; y a su favor la misma sensación que experimenta quien conoce Cuba y sobre todo La Habana, y que podría denominarse algo así como “la ventaja de tener un héroe contemporáneo”. De “Che” impactan fotos y videos de un hombre considerado un mito, iconografías que hacen de Guevara nada menos que un hombre.
Una familia muy normal Describir las nuevas constelaciones de relaciones amorosas parece a esta altura una empresa poco novedosa. Por eso ya desde el título (“Los chicos están bien” según la traducción literal de su nombre original) la directora quiere, no hacer foco en la pareja conformada por Nic y Jules, sino en sus hijos, Joni y Laser. Concebidos a través de un donante de esperma, los chicos llegan a la adolescencia y deciden buscar a su padre. Hallan a Paul, un hombre que entrará rápidamente en la vida de los cuatro, y en algunos de ellos más profundamente. Presentados los personajes, el conflicto se suscita entonces en la capacidad de esa familia de absorber a un nuevo integrante. Y no pasa de allí. Lo demás es una visión naturalizada de las parejas gay y un tratamiento más que superficial de la psicología de los pibes.
Otra novela de las ocho. Imposible sustraer esta biografía fílmico-romántica de su contexto político. El presidente Luis Inácio da Silva será relevado por el ganador de la elección de hoy en Brasil y, como “Carancho”, fue elegida esta semana para competir por el Oscar al mejor filme extranjero. Calificada por la oposición a Lula como “propaganda disfrazada”, el filme es una crónica de los sucesos privados y públicos que marcaron la vida de este nordestino que inmigró con su familia a San Pablo, donde se convirtió en el líder del poderoso sindicato de los metalúrgicos del ABC paulista y del Partido de los Trabajadores (PT). Inclinada hacia la determinante figura de su madre (los brasileños piden Oscar para Gloria Pires), reflejo de la estética e ideología de la novela de las ocho, y decidida a elevar la figura del obrero que llegó a presidente, “Lula” peca de oficialista.
Vidas extraordinarias. En la comuna 7 de París, un elegante condominio cerca de la Torre Eiffel sirve de escenografía para ilustrar vidas en apariencia comunes y extraordinarias en sus profundidades. Renée es su portera, una empedernida lectora de filosofía; y Paloma es una residente de 11 años, crítica a ultranza del mundo de los adultos. Esos son los personajes principales de la adaptación del best-seller de Muriel Barbery y los encargados de poner en funcionamiento la metáfora del erizo, un animalito con espinas que luego de domesticado no pincha. Aquí las púas de Renée son su desaliño, su soledad y la negación del futuro, y las de Paloma su cruel inteligencia, una cámara de video y su escepticismo cuasi suicida. Pero como en el erizo son formas de repeler a los otros mientras ayudan a esconder la necesidad de ternura y comprenisón.
La paranoia autoritaria. Adaptado del libro “Ciencias morales” de Martín Kohan, decidido a construir un clima tan sofocante como represivo, afirmado sobre actuaciones sobresalientes y llevado con un tempo repetitivo propio de las rutinas más desalentadoras, el filme de Lerman halla un terreno más que fértil en el Colegio Nacional de Buenos Aires en marzo de 1982 para garabatear una cruel metáfora de la última dictadura militar. Marita es una preceptora coptada por su jefe en pos de seguir en la escuela “la guerra contra la suberversión”. Es así como esta joven de vida anodina se convierte en una espía de alumnos con vigilancia hasta dentro del baño de varones, poniéndole explícitamente el cuerpo a la paranoia autoritaria de encontrar en cualquier actitud juvenil el germen del mal. Un filme que termina como Malvinas.