Anexo de crítica: -Tarsem Singh, director del recordado film La Celda, toma el clásico relato sobre Blancanieves y los 7 enanos para ensayar una relectura no sólo del personaje sino de la historia en sí misma para añadirle un costado más político que lo despoja de la ingenua mirada sobre la heroína y la bruja antagonista. Imagen y reflejo; mito y destrucción del mito son las coordenadas que atraviesan esta interesante versión libre de Blancanieves, mezcla de película hindú con kitsch, que tendrá mayor recepción por parte de los adultos que de los niños seguramente.-
El problema de repetirse Luego de un alentador y aplaudido debut cinematográfico con su ópera prima Pranzo di Ferragosto (2008), el guionista y director Gianni Di Gregorio vuelve a la carga con otra comedia autorreferencial que también gira en torno a su problemática con el mundo femenino y exalta como parte de la crítica cultural ese modelo de personaje que va en contra de los rasgos de masculinidad y virilidad prototípicos del macho italiano, al someterse a la voluntad y capricho de las féminas que lo rodean. En este caso particular y ya como síntoma de repetición aparece una vez más la figura de la madre castradora y demandante (Valeria De Franciscis Bendoni); la esposa (Elisabetta Piccolomini), la hija (Teresa Di Gregorio), la vecina que busca despertar el interés amoroso del protagonista (Aylin Prandi) y la aparición fugaz de un viejo amor (Valeria Cavalli) que servirán de pretexto para que el director italiano ensaye a partir de apuntes humorísticos algunas reflexiones sobre su existencia, teñidas de un dejo de melancolía. El problema central de este segundo opus intitulado por la distribuidora local como La sal de la vida (título que no hace justicia al original Gianni y sus mujeres, menos comercial por cierto) es la sensación de que al realizador no le queda demasiado por explorar del microcosmos femenino y poco por reflexionar tanto en su carácter de director como de protagonista del derrotero de un cincuentón con muy poca vida propia, quien pese a los intentos de torcer su propia inercia cae rendido a los pies de la impotencia y de la constante postergación. En materia cinematográfica y de puesta en escena es justo rescatar el estilo de frescura y despojo de formalismo que abrigan la propuesta de Gianni Di Gregorio de fuerte corte realista, quien ya dejara sus primaras marcas estilísticas en su debut aclamado por la crítica allá por el 2008. Con esos reparos, sin embargo, la comedia cumple con su cometido a pesar de resultar excesivamente anecdótica y por ciertos momentos un tanto anquilosada en su propio estado de latencia.
Entre distancias y segundas oportunidades Las distancias, las geográficas que marcan recorridos, definen tiempos y oportunidades y las otras que van de la mano de los afectos y los vínculos que se reciclan en el devenir de la vida, operan en el universo de La suerte en tus manos, nuevo opus del realizador Daniel Burman que vuelve a apostar a la comedia romántica como plataforma de lanzamiento, tal como en un pasado lo intentase con su film Todas las Azafatas van al Cielo (2002). La otra gran apuesta –nunca término más propicio para definir una decisión importante en un film sobre azar y decisiones- está concentrada en la revelación actoral del músico uruguayo Jorge Drexler en un co protagónico junto a Valeria Bertucelli, con quien no sólo existe la química necesaria para este tipo de propuestas sino el complemento para que ambos se luzcan en sus respectivos roles, que van creciendo en el desarrollo de la historia. El destino y el azar son las ideas rectoras sobre las que Burman bucea a partir de las reacciones y acciones de sus personajes en una dialéctica atractiva de encuentros y desencuentros entre ambos en un microuniverso, que marcan el ritmo de la trama donde se reproducen situaciones particulares en escenarios particulares también: cuarto de albergue transitorio, el casino, las calles de Rosario, etc. Por un lado, la ciudad de Rosario, definido dentro del relato como el espacio de menos exposición tanto para Uriel (Jorge Drexler) como para Gloria (Valeria Bertucelli), quienes se reencuentran allí luego de muchos años en que habían intentado en la juventud estar en pareja, plan que fracasó y los alejó durante largo tiempo modificando el rumbo de sus vidas. Ella, en Francia con un novio al que no ama y él, divorciado y con dos hijos, protagonista de relaciones fugaces pero sin sentar cabeza y aterrado por volver a ser padre al punto de querer someterse a una vasectomía. Sin embargo, el azar lleva a que Gloria deba regresar desde Francia tras el fallecimiento de su padre para arreglar unos asuntos familiares con su madre Susan (Norma Aleandro) y por casualidad aparezca en el camino de Uriel, un extrovertido y verborrágico ex amante que tiene la compulsión de no decir la verdad y la afición por el juego del póker a niveles casi obsesivos pero controlables. Quizás para salir de la rutina de la financiera en la que trabaja continuando el negocio de su padre, de prestar dinero a cambio de un interés, o para decidir sin riesgo y dejar todo en manos de la suerte. El conflicto central que atraviesa el derrotero de Uriel es que ya no quiere tomar decisiones sobre su destino porque es consciente de que cada una de ellas atrae consecuencias indeseadas y en el caso de Gloria haber decidido sobre su vida amorosa también trajo aparejada la desilusión. Por eso, cada uno volverá a jugar al juego del amor con las cartas que le tocan en suerte, no las mejores del mazo sino aquellas salidas del reparto de los azares y los encuentros fugaces para torcer el rumbo del destino en un film que fuerza el verosímil a consciencia porque en definitiva de eso se trata: de una película sobre segundas oportunidades, que Daniel Burman desarrolla con frescura, humor y un elenco impecable que incluye buenos secundarios también.
Pasiones versus ideas Como las capas de una cebolla, el antecedente de este último film del canadiense David Cronenberg, Un método peligroso, es la novela homónima de John Kerr que a su vez ha inspirado al dramaturgo Christopher Hampton (autor del guión) para montar una obra teatral The Talking Cure que sirve como punto de partida para este ambicioso proyecto del realizador de Videodrome, protagonizado por Viggo Mortensen, Michael Fassbender y Keira Knightley en los roles estelares. Lo de ambicioso no obedece exclusivamente a la temática explorada, los albores del novedoso método del psicoanálisis en el contexto de la Europa próxima a disgregarse por la Primera Guerra Mundial, sino por la abultada lista de tópicos que Cronenberg intenta repasar sin perder de vista la idea cinematográfica de ficción y la manifiesta lejanía de cualquier género que pudiera encasillar la historia narrada. Así, nociones básicas sobre la teoría psicoanalítica a la hora de hablar de represión sexual o de tensión de pulsión de vida y de muerte ocupan el eje teórico y conceptual del que emanan diferentes disquisiciones entre maestro y discípulo, léase una rivalidad incipiente entre Sigmund Freud (Viggo Mortensen) y su colega Carl Gustav Jung (Michael Fassbender) a partir de la consulta y el tratamiento de una paciente rusa, Sabina Spielrein (Keira Knightley), quien presenta síntomas de lo que luego se conocería como histeria. Pero eso es tan solo la cáscara que atizará las llamas de la rivalidad, los celos y las admiraciones encubiertas, en el trasfondo de un perturbador relato que trasciende la simpleza de un triángulo amoroso causado más que por el deseo sexual reprimido por un cruce de egos y la afirmación de la cuota de poder que da el conocimiento, al punto de convertir al paciente en un objeto de estudio fascinante opacando su condición de contradicción humana para caer en las redes de la seducción femenina y perder todo sentido de objetividad ante el fenómeno psicoanalítico. Conceptos tales como el de transferencia y contratransferencia operan dialécticamente como uno de los vértices de este triángulo, así como las interpretaciones psicoanalíticas de los sueños entre Freud y Jung en un vínculo que sufre los embates de las pasiones y las ideas con la misma intensidad en que cada uno defiende su posición intelectual frente al otro con un discurso mucho más radical y cientificista por parte del padre del psicoanálisis ante una mirada próxima al misticismo en el caso de Jung, algo que muchos expertos en la materia consideran en algún sentido una teoría superadora de Freud y en otros un craso error producto de la especulación. No obstante, en un film en el que la impronta de la palabra conlleva por un lado la esperanza de una cura de una enfermedad mental y por otro potencia la fuerza de una crítica destructiva; la retórica aplastante que eleva o destruye prejuicios con la misma energía que los inventa a cada rato, la importancia de un guión sólido que se ajuste al desafío es prácticamente ineludible a la hora de dar un veredicto final. En ese sentido cualquier avezado en elementos del psicoanálisis generales pondrá sus reparos en la liviandad y licencias que el film se toma, así como en la caricaturización de Sigmund Freud espléndidamente construida por Viggo Mortensen y la de su par Jung desde la máscara turbadora de Michael Fassbender, sin olvidar claro está la entrega corporal y dramática de Keira Knightley para un personaje intenso, ambiguo, seductor y cruel en lo que sin lugar a dudas es el mejor papel de su carrera hasta el momento. David Cronenberg nuevamente se ubica en el territorio de los privilegiados a fuerza de coherencia e inventiva para organizar una puesta en escena que escapa del corset teatral y juega de forma constante con lo visible y lo no visible en un guiño sutil a la idea de representar ese universo misterioso y lejano llamado inconsciente.
Anexo de crítica: -Pese a los esquematismos y a un desenlace un tanto previsible, el director Daniel Espinosa se maneja con pulso y soltura en un thriller de acción trepidante y sin pausas que atrapa desde el primer minuto gracias a las sólidas interpretaciones de Denzel Washington en un papel a su medida y el contrapunto con Ryan Reynolds que genera empatía desde el comienzo hasta el final. Conspiraciones y un juego de lealtades y traiciones con el frenético estilo de la cámara en mano y los rabiosos raccords coronan este atractivo producto de manufactura impecable.-
Anexo de crítica: -Sin dejar de lado el escandaloso parecido conceptual y temático con Battle Royale de Kinji Fukasaku, como todo proyecto concebido con fines especulativos desde el punto de vista comercial y atento a las prédicas conservadoras hollywoodenses para mantener intacto el parasitario vínculo con el rentable nicho adolescente mundial, Los Juegos del Hambre llegó con mucho ruido y marketing detrás para malograrse como otro producto de consumo y descarte que seguramente destrone al saliente Crepúsculo y eleve con este reciclado de ideas ya explotadas la figura de la ascendente Jennifer Lawrence y transforme a su escritora Suzanne Collins en un fenómeno literario, que la meca del cine se encargará de despersonalizar en el futuro como ya ha hecho con tantas obras donde las alegorías están a la orden del día.-
El Torrente de Irlanda Corrupción policial; narcos que filosofan sobre los avatares de la vida y se trenzan en discusiones sobre los aportes de filósofos como Bertrand Russell a la cultura en el medio de una trama de policial, con un dúo de uniformados que se las trae son las principales marcas distintivas de esta ópera prima del director John Michael McDonagh (guionista del film Ned Kelly) y protagonizada por Brendan Gleeson, Don Cheadle, Liam Cunningham, David Wilmot, Rory Keenan y Mark Strong entre otros. El guardia es un relato que procura evadir los caminos conocidos de toda película centrada en lo que podría denominarse comedia policial convencional como lo fuera por ejemplo la mediocre Showtime, haciendo hincapié en un guión rico en diálogos y en una galería de personajes atractivos. Entre ellos, el antihéroe Gerry Boyle en la piel de Brendan Gleeson que puede definirse como el Torrente creado por Santiago Segura pero en el contexto de Irlanda: racista, amante de las prostitutas y consumidor esporádico de drogas, que, a diferencia del español, guarda una relación afectiva con su madre (Fionnula Flanagan) internada en un asilo con una enfermedad terminal. Boyle es un hombre duro y de pocas pulgas que conoce al dedillo su entorno salpicado de corrupción pero que se rige por un código moral propio que lo distancia considerablemente de un Sérpico a secas. Chocará de buenas a primaras cuando tome contacto con el agente del FBI Wendell Everett (Don Cheadle), quien sigue la pista de unos traficantes de drogas que esperan un cargamento de cocaína cuyo monto asciende a medio billón de dólares. Así las cosas, desde el estructuralismo del norteamericano que llega a tierras extrañas donde no se habla inglés al comportamiento anti institucional de su colega irlandés la trama va tomando color cuando una serie de eventos desafortunados y pistas conduzcan hacia los traficantes que intentarán a toda costa comprar el silencio de Gerry con sobornos o extorsiones que lo obligarán a tomar el caso con su particular estilo. Más allá de los aciertos en la elección de los secundarios y más precisamente en el grupo de traficantes integrado por Liam Cunningham como la voz líder, David Wilmot como el psicópata que hace siempre el trabajo sucio y Mark Strong en otro gran papel como el reflexivo, los laureles se los lleva el dúo de policías que hacen del contraste de personalidades y los opuestos la mayor virtud de un film que oscila entre el humor ácido y la estética de Quentin Tarantino pero sólo como referencia cinematográfica obligada.
Peor el remedio que la enfermedad Este tercer opus del alemán Ulrich Kohler, representante de la Escuela de Berlín, ganador en la última Berlinale por su trabajo de dirección, que debutara en el 2002 con Bungalow, es un film extraño que se instala en el derrotero de tres médicos muy diferentes entre sí, los cuales tienen en común la lucha contra la malaria en Camerún, atravesados por las contingencias de un continente condenado a muerte que es pretexto de la puja económica del sistema de salud mundial y laboratorio de experimentación de compañías farmacéuticas que especulan con lanzamientos de vacunas en tanto y en cuanto se detecten los indicios de una pandemia que amerite la inversión. Ese sistema perverso del capitalismo salvaje encuentra su cara más cruel en las víctimas africanas, quienes viven en condiciones deplorables, escenario al que llega el protagonista, un médico alemán (Pierre Bokma) que opta por su proyecto de salud en detrimento de la atención de su familia por lo que su vida cotidiana entra en crisis. A este doctor se suma otro médico francés (Hippolyte Girardot), quien debe relevar un informe de situación sobre la existencia o no de una epidemia para activar el financiamiento en esa zona pero que nunca ha tomado contacto con la pura realidad de la miseria y mucho menos con la gente enferma, más allá de su cómoda mirada burócrata desde Europa sin meter los pies en el fango de la coyuntura sociopolítica africana. El tercer médico es oriundo de Camerún (Jean-Christophe Folly) y trabaja junto al alemán desde hace años, personaje que funciona dentro del relato como el contraste entre ambos modelos. Sin embargo, la clave de esta película no la constituye su registro realista sino su progresivo despegue de lo cotidiano para introducir una atmósfera ambigua que, promediando la parte final, se apodera de manera hipnótica de la trama -recordando por ejemplo al film tailandés Tropical malady- mezcla de alegorías y resabios oníricos que guardan cierto sentido con el adormecimiento de la conciencia. El mal del sueño pertenece a ese tipo de cine personal e inclasificable que fomenta una relación muy particular con el espectador al desestructurarlo constantemente y sumirlo en un saludable tedio que lo obliga a estar despierto pero que asume los riesgos de pertenecer a un grupo de películas de difícil empatía.
Anexo de crítica: -Más allá de tener un guión endeble, el principal acierto que pondera por encima de su antecesora a esta secuela Ghost Rider: Espíritu de Venganza, es la elección del dúo dinámico de los inadaptados Mark Neveldine y Brian Taylor, responsables de las desaforadas Crank 1 y 2, quienes consiguen para esta nueva aventura de venganza y redención trash del justiciero motoquero, interpretado por un Nicolas Cage alocado que está en su salsa, todo aquello que le faltaba a la primera: acción desatada, humor adolescente, violencia pop y la estética comic para despojarla de solemnidad.-
Anexo de crítica: -La propuesta de Esto es guerra se agota apenas iniciada la premisa trillada de los dos hombres que persiguen el mismo objeto amoroso. Y la palabra objeto encaja perfecta en la piel de Reese Witherspoon porque esta vez a la actriz no le sale nada bien: no es sexy, no tiene química con ninguno de los dos actores que la cortejan más allá de su pobrísimo nivel en las interpretaciones y tampoco cuando intenta buscar el tono de comicidad que en ningún momento llega por naturaleza sino más bien por caprichos de los guionistas a quienes el ABC de toda comedia de acción les queda demasiado grande.-