Anexo de crítica: Para quienes hayan seguido su obra no es nada novedoso el recurso del homenaje en el director Neoyorkino en películas como La rosa purpura del Cairo, en la cual también un elemento fantástico actúa como puente para fusionar dos mundos antitéticos, por no citar claro está a su obra maestra Manhattan. Claro que Manhattan no es París en un doble sentido: como película y como espacio cinematográfico en sí mismo y además Woody Allen tampoco es el mismo de aquellos años dorados. Sin menospreciar este nuevo intento que es justo decir apuesta al romanticismo y a la nostalgia desde el minuto cero, despojado de toda la impronta nihilista y psicoanalítica del siempre presente universo Allen, Medianoche en París es un sentido y honesto folletín que realza las postales de la ciudad luz como sólo el director puede hacerlo, aunque el desfile de personajes reconocibles a la larga se vuelve caricaturesco y poco interesante teniendo en cuenta las personalidades y la época retratada, donde la reconstrucción de cada detalle merece toda nuestra atención. Por ese motivo y en sintonía con la experiencia del protagonista, quien escribe prefiere el pasado del director de Crímenes y pecados y no tanto su presente, aunque eso implique obstinarse en volverlo a soñar...
Anexo de crítica: Como un chico con juguete nuevo, Bay juega a que hace cine y pone muñequitos caros en pantalla; los hace volar en pedazos con explosiones y metal retorcido que inunda el encuadre y eso es prácticamente todo lo que ocurre durante la trama insípida de esta mega Blockbuster ultra fantasía pro militarista y misógina. Salvo la escena esmerada de la primera secuencia en Chicago, lugar elegido para que robots malos y buenos se trencen en una lucha feroz destruyendo absolutamente todo, -incluso humanos que se interponen en el camino- la torpeza del director de La Roca se multiplica con el correr de los minutos al demostrar su incapacidad para narrar y su ego a prueba de balas para que su cámara de videoclip corone cada plano.
Anexo de crítica: Si de comedias románticas fallidas se trata, No me quites a mi novio es un elocuente botón de muestra de la torpeza a niveles insólitos que confunden histeria femenina con algo parecido al humor. Si sólo se tratase de la poca química de las dos parejas en cuestión con una Kate Hudson más ridícula que de costumbre no hubiese sido tanto el mal rato aunque la gracia y la comicidad nunca lleguen al convite. Nada funciona y eso en una película liviana es muy pesado para el espectador.
Anexo de crítica: A pesar de las buenas actuaciones de Nicole Kidman y Aaron Eckhart, sumadas las del elenco en general, puede decirse que esta adaptación de la obra teatral queda a medio camino de convencer dada su liviandad y poca profundidad en el desarrollo del conflicto suscitado a partir del duelo por la pérdida de un hijo en un accidente. Es indudable su parecido por la temática con otra película estrenada meses atrás como Prueba de amor que también exploraba el proceso de pérdida en el seno de una familia desgarrada como en este caso. Sin embargo, más allá de la tibieza de tratamiento y el poco desarrollo dramático alcanza para tomar contacto con un drama que no recurre al golpe bajo pero que adolece de grandes emociones.
Morir mil veces La mezcla de patrioterismo, alusiones a ataques terroristas y una incipiente necesidad de encontrarle un sentido a la muerte de los soldados de Afganistán resulta inocua e inofensiva frente a esta entretenida e ingeniosa propuesta de ciencia ficción 8 minutos antes de morir. Pareciera que tras la exitosa serie Lost y en estos momentos desde la serie Fringe, tomar elementos prestados de la física cuántica es una buena excusa para argumentos que lavan -por decirlo de alguna manera- las concepciones filosóficas sobre la finitud y el destino a partir de la creencia –casi religiosa- de la existencia de realidades alternas y universos paralelos donde las coordenadas espacio-temporales no guardan una relación lineal ni cronológica, existiendo bucles o brechas donde confluyen pasado, presente y futuro. ¿Por qué pensar entonces que con la muerte acaba todo cuando cualquiera puede estar viviendo en otras realidades simultáneamente? Esa es la explicación superficial de una de las teorías de la física cuántica que forma parte de la trama del film, protagonizado por Jake Gyllenhaal, quien es sometido a un experimento por el cual gracias a su memoria, que puede registrar los últimos minutos de sus experiencias, revivirá una y otra vez una situación donde deberá en el lapso de ocho minutos -en los que muere y vuelve a vivir- resolver un enigma para salvar de futuros ataques terroristas en suelo americano a un montón de personas inocentes. No diremos más que eso para mantener el atractivo del relato que el director Duncan Jones (Moon -En la luna-) dirige con solvencia gracias al aporte de un buen elenco que cuenta con las participaciones de Michelle Monaghan y Vera Farmiga en los roles femeninos y Jeffrey Wright, entre otros. Tratándose de un film de ciencia ficción que introduce tanto elementos de la realidad, el melodrama y las chances de redención para dejar todo en orden antes de partir, la insistencia por parte de Duncan Jones y equipo por reforzar cualquier costado humano y emocional le quitan a la historia la frialdad y solemnidad que todo film ‘serio’ debería tener, de a cuerdo a los códigos hollywoodenses.
Anexo de crítica: A pesar de sus buenas intenciones, Los Agentes del Destino (The Adjustment Bureau, 2011) no funciona ni como drama romántico ni como thriller de ciencia ficción debido a la torpeza del director y guionista George Nolfi. Sin dudas lo mejor de la propuesta pasa por la participación del gran Terence Stamp y la química entre Matt Damon y Emily Blunt: la levedad general y la poca garra del relato no se condicen para nada con la obra de Philip K. Dick…
Anexo de crítica: Una vez más el marketing de la autoayuda encuentra su lugar de privilegio en el cine. En este caso la directora Jodie Foster vende castor por liebre en una película que se acerca mucho más al melodrama convencional de familia de clase media disfuncional que a la supuesta tragicomedia que pretende ser La doble vida de Walter. Mel Gibson con este rol intenta lavar culpas de sus atropellos públicos y lo consigue a medias atravesando el camino del ridículo hasta el de la complacencia por verlo sufrir. El resto es pura fórmula disfrazada de audacia.
Una encrucijada moral Identidad; territorio; nación; país; lugar de pertenencia son conceptos abstractos que se pueden desintegrar con el correr del tiempo y que recién cobran sentido cuando el olvido amenaza arrasar con todo. Y cuando la muerte llega repentina y golpea las puertas de alguien completamente ajeno todas esas palabras vacías se llenan de historia y en un sentido aún más profundo de significado. Ese es el proceso que experimenta a partir de su viaje, suerte de odisea burocrática que parte de Jerusalén hasta un ignoto pueblo de Rumania, el protagonista de este nuevo opus del realizador Eran Riklis. Una misión en la vida (ese es el título local) es un drama con dosis de comedia mezclado en la estructura de una road movie que se centra en el periplo que debe realizar un gerente de recursos humanos de una panificadora de Jerusalén, la cual se ganó mala prensa al recibir acusaciones de negligencia tras la muerte de una de sus empleadas oriunda de Rumania en un atentado terrorista. A partir de la identificación del cadáver -que ningún familiar reclama en la morgue por razones obvias- se llega a la conclusión de que la víctima había sido despedida de su trabajo y gracias a un cheque que sobrevivió entre sus pertenencias se pudo averiguar su paradero. Sin embargo, para el gerente de recursos humanos no es más que un legajo y una carpeta que necesita acumular un papel más para cerrarse definitivamente, aunque para ello deba enterrar el cuerpo en su tierra natal de Rumania. Desde ese momento, el film transita por los caminos convencionales de toda burocracia donde entrarán en juego tanto los intereses de la empresa por lavar su imagen ante la opinión pública; las inquisidoras preguntas del periodista que puso el caso en primera plana y acompaña al gerente en sus viajes; las improvisaciones de la vice cónsul junto a su marido que intenta sacarse el ataúd de encima, entre otros personajes que se irán sumando al raid. Entre ellos, el principal afectado será el hijo adolescente de la víctima (Noah Silver), con quien el protagonista entabla una relación singular que modifica paulatinamente su conciencia y lo obliga a replantearse los errores de su vida y su misión en el mundo. El realizador de El árbol de lima no cae en verdades absolutas respecto a lo que se debe y no hacer ante situaciones como la planteada, simplemente construye, a partir del derrotero que atraviesa el protagonista, una encrucijada moral que intersubjetivamente reflexiona sobre el valor de la historia y la identidad. Al despojarse de un tono grave y adoptar un estilo desenvuelto el film gana atractivo gracias a la excelente entrega del elenco con un destacado trabajo de Marck Ivanir en el rol de este gerente diferente.
Error de cálculo Algunos relatos del escritor Philip K. Dick han sido llevados a la pantalla grande con resultados adversos y muy dispares. Por caso, Blade Runner sea entre otros proyectos -como El vengador del futuro o Sentencia previa- la más completa y acertada traspolación del universo de este autor de ciencia ficción. Es por ello que Agentes del destino (pésima traducción local para The adjustement bureau) es más que una sencilla película que mezcla acción con historia de amor como anticipa el trailer de promoción, más allá de torcer el rumbo del relato hacia ese cómodo lugar explotando las figuras de Matt Damon y Emily Blunt que se la pasan corriendo por las calles de Nueva York. Fiel a los tópicos del escritor, el elemento fantástico dominante no es otro que el tiempo y su cara menos visible: las causalidades y las casualidades. De ahí la confrontación básica con la idea de lo predestinado como parte de un plan universal en constante tensión irresuelta con la libertad, el libre albedrío y la voluntad, expresada en lo que se hace y se deja de hacer por amor. Ese coctel de ideas bien trabajadas por el guión de George Nolfi, quien también debuta en la dirección, eclosiona en la apacible vida de David Norris (Matt Damon), un joven y pujante aspirante a senador de Nueva York que por un desliz de su vida personal pierde las elecciones y su carrera política se ve seriamente afectada (cualquier similitud con la vida política de un saxofonista que gustaba de becarias horripilantes es mera coincidencia). Sin embargo, en el mismo instante que ensaya su discurso admitiendo la derrota conoce a una sensual joven, Elise Sellas (Emily Blunt), aspirante a bailarina profesional, por quien siente una terrible atracción pero un hecho fortuito los obliga a separarse y pierde el rastro de ella. En paralelo, un grupo de hombres con sombrero (símil Hombres de negro) ultiman detalles para proseguir con un plan, cuyo encargado Harry tiene encomendada la tarea de provocarle a Norris un accidente doméstico en una hora y lugar exactos. Pero eso no pasa y entonces el protagonista vuelve a encontrarse con su musa Elise en un medio de transporte hasta que otra vez se separan al llegar a destino pero esta vez promete contactarse. Su decisión de volver a verla interfiere directamente con los planes de los hombres del sombrero que no tienen otro remedio que amenazarlo con un reseteo completo de su memoria si es que persiste en su búsqueda desoyendo que el destino no los quiere juntos. Sin anticipar más que esta introducción -por obvios motivos- puede decirse que la compleja trama incorpora a esta sencilla historia de amor imposible varias capas de subtramas que paulatinamente irán desnudando la idea del título original: existen unas personas encargadas de mantener las coordenadas espacio temporales para que las cosas se produzcan y los destinos de cada uno se cumplan a rajatabla. Sin embargo, paradójicamente no se puede controlar todo y a todos en cada segundo por lo que se debe ajustar el devenir y al mismo tiempo anticiparse a los cambios. En esa lucha contra el tiempo y la predestinación se involucra Norris y su persistencia de ir contra los mandatos que le ordenan detenerse en lo que podría simbolizar nada menos que la batalla existencial de un individuo contra todos aquellos preceptos que lo determinan como tal y coartan su margen de decisión cuando eleva la apuesta a la autodeterminación. Lo más interesante de la propuesta es el despojo de maniqueísmos en la construcción de los personajes dado que no hay villanos o buenos que libren una guerra sino dos modelos filosóficos en pugna pese a un simplismo referencial poco feliz con la concepción de un Dios que mueve sus piezas en un gran tablero.
Una biopic explosiva Pese a que Carlos, nuevo opus del interesante Olivier Assayas, es una versión reducida de 165 minutos recortados a una miniserie que cuenta con casi seis horas de metraje, la esencia de esta fascinante biopic sobre uno de los terroristas más buscados durante la década de los 70 y 80 permanece intacta. No son pocas las virtudes de un film que de antemano se declara como ficción pero que reúne una batería de datos históricos reales, presentados con el mismo rigor empleado en una minuciosa descripción del contexto político comprendido entre la guerra fría y el nuevo escenario mundial a partir de la caída del muro de Berlín. Ese proceso de desintegración (ciertas voces proclamaban para entonces el fin de las ideologías) que concluye en los noventa con la unificación de las dos Alemanias es el marco ideal para mostrar las transformaciones del terrorismo como herramienta anti sistema que al tomar contacto con ideas fundamentalistas se fue transformando en otra cosa y aún hoy muta en diferentes direcciones, donde está claro el alejamiento de doctrinas en reemplazo de intereses financieros de numerosos grupos sin patria ni banderas. La polémica figura de este terrorista interpretado brillantemente por el venezolano Edgar Ramírez, más conocido internacionalmente como El Chacal (llevado al cine en más de una oportunidad), se va construyendo desde un guión meticuloso de Olivier Assayas y Dan Franck con el claro objetivo de explorar varias aristas del personaje: su pensamiento estratégico y no tanto político; su natural cualidad de líder; su temperamento y sangre fría para llevar hasta las últimas consecuencias operaciones de alto riesgo; su debilidad por las mujeres y sus contradicciones humanas, que muchas veces lo llevaron a tomar decisiones equivocadas. Estructurado en un orden cronológico ascendente, que comienza a principios de los setenta para terminar a mediados de los noventa, el relato incorpora una amplia galería de personajes que surgen relacionados directamente con la dinámica narrativa y que pueden dividirse de acuerdo a su nivel de jerarquía y peso dentro de una trama de la que derivan varias subtramas. Estas responden a reuniones, negociaciones y operaciones terroristas, donde el trasfondo político juega un rol primordial. En ese complejo entramado se juegan varias cartas: las diferencias ideológicas entre dogmatismos y pragmatismos; las disputas de poder dentro de las propias organizaciones terroristas y las estrechas conexiones entre el terrorismo y el estado como su activo financista. Sin embargo, el punto a resaltar de este atrapante thriller político es el contexto histórico en el que se desarrollan los acontecimientos que definen con exactitud el convulsionado orden mundial en una época donde el poder de los países árabes era mucho mayor al de ahora a pesar de que los conflictos en Medio Oriente continúen por la misma senda. En ese teatro de operaciones, Carlos se involucra activamente con la causa Palestina agrupándose en diferentes células terroristas que tienen como principal enemigo a los israelíes, al sionismo y a los países árabes aliados de Estados Unidos. Su intensa y comprometida lucha se extiende a lo largo del film por diversas geografías donde la amenaza de captura crece y los apoyos de diferentes grupos de poder comienzan a mermar. Bajo esta premisa que se despoja de toda mirada romántica o inquisidora sobre su personaje, el realizador francés maneja a la perfección el pulso narrativo aportando un dinamismo inusual a una película atractiva, que sortea con inteligencia las convenciones habituales de toda biopic y logra un estilo muy personal, tanto desde el punto de vista del relato ficcional como cinematográfico.