Contra el sistema El guionista y director Paul Haggis (Vidas cruzadas) se inspiró para Sólo tres días en el film francés Anything for her, opera prima del cineasta Fred Cavayé (colaborador junto a Haggis de la elaboración del guión) protagonizada por Vincent Lindon y Diane Kruger en los respectivos roles de marido y mujer que en esta oportunidad quedaron en manos de Russell Crowe y Elizabeth Banks. Básicamente la premisa de la original pone en contexto la lucha de John, abnegado esposo, profesor de literatura y de conducta ciudadana ejemplar, quien frente a la indiferencia del sistema judicial que acusó injustamente a su esposa Lara a la pena de cadena perpetua por considerarla autora material del asesinato de su jefa con muy pocas pruebas en su contra, urde un complejo plan para liberarla una vez agotadas las instancias judiciales. Consciente del riesgo que implica adentrarse en un mundo marginal y completamente oscuro para conseguir documentos falsos, así como tomar contacto con gente peligrosa y en algún momento quedar expuesto ante la policía cuando se comiencen a atar cabos sueltos, John (Russell Crowe) sabe que una vez puesto en marcha el plan de fuga no hay vuelta atrás y para eso tal vez deba arriesgar el futuro tanto de su hijo pequeño Luke (Simpkins) como el de su esposa (Elizabeth Banks), resignada a terminar sus días detrás de las rejas. Las diferencias más notables entre ambas películas marcan precisamente los desaciertos de Paul Haggis al organizar la trama que, pese a la buena dosis de tensión dramática, acumula giros y vueltas de tuerca intrascendentes con un epilogo vergonzoso que por supuesto en el film francés se descartó desde el primer minuto. Parte de ese defecto lo constituye claramente el hecho de adaptar la estructura narrativa al nivel intelectual del público norteamericano como parte de la quintaesencia de todo film Hollywoodense. El reduccionismo y la redundancia con fines exclusivamente efectistas para resaltar el drama interno del personaje convierten a lo que era una buena historia que en sus raíces planteaba las contradicciones humanas frente a las situaciones extremas en una película vacía de contenido pero indudablemente entretenida, así como refleja que Paul Haggis escribe mucho mejor de lo que filma.
La mira que juzga Más allá del indudable fantasma de aquel magistral film de Wolfang Petersen El barco, el director israelita Samuel Maoz logra con Líbano –galardonada con el León de Oro en el Festival de Venecia en 2009- un film que además de mostrar la deshumanización a partir de la guerra entre Israel y El Líbano es un interesante relato claustrofóbico que mantiene la tensión del espectador y reflexiona sobre la idea de representación cinematográfica desde la yuxtaposición de dos puntos de vista: el subjetivo de una mira de un tanque y el objetivo repartido entre cuatro tripulantes inexpertos dentro del vehículo. Todo comienza en el primer día de la citada guerra el 6 de Junio de 1982 (cabe aclarar que la guerra entre Israel y El Líbano arrastra las consecuencias de un conflicto que comenzó en los 70, donde la presencia del terrorismo de la Hezbolá y los palestinos fueron el principal blanco para los israelíes que invadieron el sur de Beirut, ayudados por los falangistas católicos) cuando luego de una misión de reconocimiento de un pueblo, que fue arrasado por la artillería israelí, un tanque queda en el medio de la zona de conflicto a merced del enemigo y sin apoyo de los altos mandos para rescatarlo. Sus cuatro tripulantes (Yoav Donat, Itay Tiran, Oshri Cohen, Michael Moshonov), jóvenes inexpertos, comienzan a vivir en carne propia el horror de la guerra que minutos antes sólo veían por el sesgado punto de vista de las miras en un rol de espectadores absolutamente pasivos. En medio de tribulaciones, charlas triviales y un nerviosismo en aumento, a medida que avanza el tiempo y las condiciones de salir ilesos son cada vez más adversas, la trama se desarrolla prácticamente en su conjunto en el interior del tanque –otro personaje más en la historia- donde la destreza en la dirección es notable tanto en lo que concierne a la atmósfera agobiante que envuelve el relato y a la tensión dramática que va modificando paulatinamente la convivencia entre la tripulación. A pesar de caer a veces en lugares comunes y de un desenlace demasiado previsible, el detalle resulta anecdótico ante la poderosa alegoría que rodea al film, así como su despojo de posiciones políticas o bajadas de línea ideológicas que podrían haber malogrado cualquier propuesta con el objetivo de resaltar los aspectos humanos sin importar desde qué bando se cuente la historia. Por otro lado, el escenario donde transcurren la mayor parte de los hechos no cambió demasiado hoy en relación al conflicto político que subyace en la trama entre Israel y Sirios libaneses, que arrojan como saldo una enorme cantidad de muertos civiles como parte de los daños colaterales de una guerra absurda, la cual ya cuenta entre sus episodios nefastos con la masacre de mil refugiados palestinos llamada Matanzas de Sabra y Chatila, retratadas con crudeza en el film animado Waltz For Bashir.
Anexo de crítica: A diferencia de lo que ocurría en El tren de la vida, el realizador rumano Radu Mihaileanu no acierta con el tono y el humor en su despareja El concierto, dejando entrever en una trama donde subyace el contexto de la Rusia comunista un mejor resultado a la hora de volcarse hacia el melodrama como pasaba en Ser digno de ser. Pese a estos desniveles en la estructura general del film, que toma la premisa de un viaje de un director de orquesta y su reencuentro con afectos y sobre todo con la música clásica, la fibra emotiva se moviliza promediando el desenlace en lo que sin lugar a dudas es uno de los mejores segmentos de la película. El actor Aleksei Guskov entrega a su personaje un sesgo de nostalgia y sensibilidad que aporta la épica necesaria a su travesía, aspecto que desde el guión se malogra considerablemente...
Una visita inesperada Escrita, dirigida y protagonizada por Gianni Di Gregorio, Un feriado particular es una de esas pocas comedias deliciosas que hacen de la cotidianidad un verdadero tesoro. Por su honestidad a la hora de abordar el tema de la vejez desde un punto de vista positivo, pero sobre todas las cosas volcado a la naturalidad de sus personajes: cuatro ancianas no profesionales que se entregan plenamente al juego de la actuación con una cámara que las observa en un registro cuasi documental. La ópera prima de Di Gregorio acusa su rabiosa cinefilia donde el fantasma del neorrealismo italiano dice presente. Por otra parte, en su carácter de guionista y colaborador de Matteo Garrone (Gomorra) es notable el trabajo sobre los diálogos y la sutil elección de las pequeñas situaciones que van contando la historia. Prácticamente una anécdota desde el punto de vista narrativo sobra para construir este relato pequeño donde quedan establecidas -sin subrayados- las relaciones humanas y, en un segundo plano, el vinculo entre las madres y los hijos, que llegada la etapa de la vejez supone naturalmente un intercambio de roles en el cuidado del otro. Gianni vive con su madre en unos departamentos en Roma y debe varios meses de expensas por lo que el encargado le propone un trato: hospedar por unos días a su propia madre a cambio de ir saldando las deudas. A Gianni no le queda otra alternativa que agachar la cabeza y aceptarlo pero recibe la sorpresa de otra intrusa que acompaña a la madre del encargado: una tía de edad parecida a la que luego se sumará la visita inesperada de la madre de un médico amigo, a quien también el protagonista le debe favores. De inmediato, la tranquilidad del hogar se ve interrumpida dado que las demandantes huéspedes entablan amistad y se sienten como en vacaciones. La particularidad de este film ganador del festival de Venecia en 2008 la constituye la capacidad de observación y poder de síntesis para abordar el proceso de la vejez tanto desde lo físico con una fuerte presencia de primeros planos que acusan el paso del tiempo en cada personaje como desde lo espiritual y mental a partir de la vitalidad y lucidez de las ancianas llamadas al convite, aspecto que hace prácticamente invisible a la cámara.
El infierno tan temido Si el mundo carcelario representa para los ojos de cualquiera la postal del infierno, su contracara debería mostrar la paz y la tranquilidad siempre que las ovejas no se desvíen del camino de la rectitud y las leyes imperantes. Pero el que juzga del otro lado; el que está delante de las rejas y sentencia en realidad no es tan diferente al que se encuentra -por haber cometido algún acto punible- detrás de las rejas. Así las cosas, el universo moral de La revelación, film dirigido por John Curran (Adulterio) pone en tela de juicio las acciones de sus cuatro personajes, despojados de toda chance de redención para revelar los aspectos más oscuros de las personas, sea el rol que les toque cumplir en el juego de la vida. En términos de traducción, la palabra del título original Stone, más allá de tratarse del apodo del personaje interpretado por Edward Norton, también remite a una piedra. Esa piedra para cada personaje implica una carga; un peso imposible de liberar sin alterar el entorno. En el caso de Jack (Robert de Niro), un oficial de libertad condicional a punto de jubilarse, el peso de la religión episcopalista (ligada siempre a la ultra derecha norteamericana) y el de un matrimonio infeliz es el principal obstáculo para ceder a la tentación de Lucetta (Milla Jovovich), pareja del convicto Stone (Norton), quien está acusado de haber encubierto el crimen de sus abuelos con un incendio provocado. Ella intentará acercarse por medio de las artimañas de la seducción a Jack para persuadirlo de que su novio puede resocializarse, para lo cual necesita un informe positivo en su evaluación final. Sin embargo, a partir de una serie de entrevistas de Jack cara a cara con el convicto, éste comienza a revelarle aspectos ocultos de su personalidad que lo acercan peligrosamente a un brote místico y que con el correr de los días Jack no podrá discernir entre la manipulación y la transformación espiritual que el condenado transparenta. Esa ambigüedad comienza a hacer estragos en los propios conflictos internos de Jack, atravesando una profunda crisis de fe que se potencia con la llegada de la sensual y calculadora Luceta, su amante y factor detonante de su crisis conyugal. La virtud del film, sin duda, reside en la construcción de los personajes y en los meticulosos diálogos a cargo del guionista Angus MacLachlan, que van conformando una trama repleta de sutilezas y metáforas que se van complementando en este juego dialéctico entre lo moral y lo amoral; entre el libre albedrio y los determinismos, con una fuerte carga crítica sobre la religión y las instituciones penitenciarias. Robert de Niro y Edward Norton se cruzan en un duelo actoral intenso donde cada uno aporta a su personaje una impronta personal, que puede apreciarse y disfrutarse a lo largo del film, donde los papeles femeninos tanto de la mujer de Jack (Frances Conroy) como el de su amante (Milla Jovovich) no desentonan en lo más mínimo.
Anexo de crítica: Esta ópera prima de Nicolás Goldbart es un claro ejemplo de las grandes posibilidades que tiene el cine argentino de aproximarse a los géneros sin perder un ápice de identidad. La virtud en este caso viene por partida doble: un elenco fabuloso que se adapta perfecto al tono buscado por el film y por otra parte la prolijidad narrativa para dosificar elementos de la ciencia ficción, el western y el relato claustrofóbico, con un inteligente manejo de los tiempos y los desplazamientos de cámara en interiores que dadas las condiciones de producción merecen un reconocimiento aparte. Sin embargo, el plus lo marca el humor negro; la mirada aguda del director sobre la otredad y la pérdida de solidaridad en situaciones extremas que vuelve a algunos de los personajes en zombies sociales, por decirlo de algún modo. Daniel Hendler, Yayo Guridi y Federico Lupi conforman un trío maravilloso...
Yo, ¿el peor de todos? ¿Alejandro González Iñárritu es culpable de que el mundo globalizado y excluyente esté atravesado por la miseria humana?; ¿Cómo debería actuar un cineasta que pretende contar una historia de culpa y redención en un contexto tan explícito como el de la inmigración ilegal en Barcelona? Cuando ciertos directores de prestigio filman y representan, por ejemplo, el Holocausto o la guerra son artistas comprometidos; pero si otros intentan encontrar poesía en la basura y hacer de eso una obra de arte rápidamente son acusados de regodearse en la tragedia ajena y de carecer de profundidad. Biutiful no es una obra maestra del director de Amores perros; pero tampoco un film hipócrita y especulativo como se intenta argumentar, porque básicamente está dedicado a la memoria del padre del realizador (el espectador que llegue al final se dará cuenta) y por ese motivo guarda una intensa carga emocional y personal que se intensifica en una trama lineal que atraviesa el derrotero de un hombre intentando dejar en orden el mundo que lo rodea (ese mundo está compuesto de miserias, dolores, malas decisiones, miedos y deseos como el de cualquier mortal) antes de morirse. Pero como es habitual en el director de Babel, Biutiful también es un film que reflexiona sobre la muerte y sus misterios, despojado de toda respuesta religiosa y espiritual, dejando en evidencia simplemente que la muerte es algo inevitable e inexplicable. González Iñárritu extrae lo mejor de Javier Bardem en esta película donde la ausencia del guionista Guillermo Arriaga se nota pero no se siente, así como tampoco la colaboración autoral de los nietos de Víctor Bo aporta algo de sustancia a un guión sencillo que apela al poder de las imágenes más que a las palabras.
Prohibido enamorarse Atracción inmediata, luego enamoramiento, en el medio una separación y finalmente la reconciliación. ¿No vimos una y mil veces esta película? Pero como aparecen Natalie Portman y Ashton Kutcher en los roles protagónicos, entonces pareciera ser otra cosa pero al final es más de lo mismo. La comedia romántica murió hace rato con películas como Cuando Harry conoció a Sally, icono indiscutido de los 90 que le dijo adiós al género. Luego de deplorables y mediocres intentos por revivirla, algunos directores inteligentes comprendieron que el romanticismo sin una cuota de ironía o cinismo es tan falso como las historias que se pretenden contar. Por eso, cuando todo indica que Amigos con derechos es un film que contrapone la idea de comedia sexual típica de estos tiempos con la de comedia romántica el resultado está a la vista: no funciona y apenas un puñado de chistes la sacan de la cursilería habitual pro San Valentín. Las vueltas de la vida marcan los reencuentros entre Adam y Emma (le podrían haber puesto Adam y Eva y la obviedad hubiese sido demasiada), quienes se conocen desde su adolescencia y transitando la treintena deciden mantener relaciones sexuales casuales, con el compromiso de no enamorarse. Ella es una médica residente que encuentra en el sexo el escape ideal a la rutinaria vida y al trabajo en el hospital; él intenta de todas formas despegarse de la sombra de un padre que lo avergüenza (Kevin kline) y que -como frutilla del postre- le robó a la ex novia. Su trabajo como asistente de dirección en un programa de televisión que emula a High School Musical -o a la reciente Glee- también se lo consiguió su padre, estrella de televisión ya retirada que no soporta sentirse viejo. No es necesario aclarar que el pacto de no enamorarse empieza a flaquear y surgen una serie de contratiempos que precipitarán el futuro de las relaciones entre Adam y Emma. Amigos con derechos, del experimentado director Ivan Reitman (Junior) no aporta singularidad alguna a un género desgastado que no encuentra recambio hace varios años y se empecina en aplicar fórmulas efectistas valiéndose únicamente de la convocatoria de taquilla de sus figuras. Ashton Kutcher una vez más hace de Ashton Kutcher y la diáfana Natalie Portman cumple con un rol menor su cuota de carisma para encontrar el complemento justo con su coequiper. Podría decirse que entre ambos hay lo que comúnmente se denomina química y que la dirección del creador de Los cazafantasmas es correcta, sin ningún otro mérito que el de aggionarse a los ritmos impuestos por estos tiempos.
El triunfo de la voluntad Es evidente que al director Danny Boyle le apasionan las situaciones humanas extremas y la capacidad del hombre para superarse y vencer adversidades gracias a la voluntad. Sin duda en perspectiva los mejores momentos de Trainspotting eran aquellos de la lucha del protagonista en la etapa de abstinencia; los de Slumdog millonaire aquellos en que se retrataban con crudeza las peripecias de los niños en la India, del otro lado de Bollywood. En todas ellas quedaba marcada la diferencia entre el hombre y la hostilidad del mundo que habita, el cual a veces saca a relucir el mejor instinto de supervivencia cuando la fe -en fenómenos externos- se pierde. Por eso 127 horas quizás sea la mejor película del realizador Danny Boyle hasta la fecha, y no sólo por su impecable factura cinematográfica sino por su coherencia y honestidad. De antemano no resultaba nada fácil trasladar a la pantalla la anécdota del escalador Aaron Ralston (magistral interpretación de James Franco), un joven temerario, poco amigo de las reglas y con un espíritu de libertad que choca contra los postulados de la esclavizante sociedad de consumo, que decidió desafiar al imponente Cañón del Colorado (Utah) metiéndose entre sus intersticios montañosos hasta quedar atrapado entre las paredes internas de uno de ellos tras el desprendimiento de una roca sobre uno de sus brazos. Sin ninguna chance de sacar el miembro atascado contra una de las paredes, Ralston pasó cinco días allí sin prácticamente alternativas para salir con vida, salvo la decisión de amputárselo para escapar. Una cantimplora con escaso suministro de agua potable; una cámara digital; un cortaplumas y algunas provisiones para un día eran los únicos elementos con que contaba Aaron antes de que la gangrena avanzara, así como las inclemencias del tiempo en amenaza constante. En eso se resume toda la historia ya conocida y que forma parte de una novela autobiográfica del propio Aaron Ralston, quien pese al episodio del año 2003 hoy sigue asumiendo aventuras extremas a fuerza de omnipotencia, locura, espíritu y vitalidad sin las cuales no hubiese podido superar el trauma. Ahora bien, las cualidades que resaltan en la figura del intrépido montañista son equivalentes a las de Danny Boyle a la hora de encarar el proyecto y hacerlo suyo desde el primer minuto hasta el último. Esto lo logra con una energía que trasciende la épica y en una mezcla de tono confesional (brillante recurso de la cámara digital) e intimista, acompañado de un monólogo interno que se va ordenando en reflexiones, miedos, contradicciones, revelaciones por fragmentos, en el que se puede experimentar -gracias al encomiable trabajo de Franco- la curva de degradación y deterioro tanto físico como psicológico del personaje, con su contracara de la perseverancia y la necesidad de no entregarse a la muerte. El realizador decide ir de lo general a lo particular comenzando con el vértigo y la adrenalina propia de una ciudad en acción y grandes masas trasladándose hacia ninguna parte. Un aspecto de la crítica social y a la sociedad de consumo se ve plasmada en este juego de opuestos que, transportado a la situación límite, no hace otra cosa que mostrar su cara de banalidad, reforzada por la parodia de un símil reality show donde el protagonista expone su dolor y miserias personales ante cámara mientras las últimas horas se le escapan. Dentro de ese conglomerado humano y amorfo destaca un hombre en plan de fuga o excursión o de viaje interior (si el término se acepta) que representa sintéticamente al norteamericano promedio. A partir de allí, la cámara se encargará del resto midiendo constantemente la distancia entre el protagonista y el contexto; entre la soledad de un espacio geográfico majestuoso y la del encierro, que la excelente fotografía de Anthony Dod Mantle y Enrique Chediak enriquece sobremanera, además de la banda sonora del hindú A. R. Rahman que complementa el cuadro a la perfección. Esa atmósfera solitaria que no hace más que resaltar la insignificancia del hombre frente a la naturaleza (uno de los pilares fundantes del romanticismo) va impregnando el tono del relato sumiéndolo en un terreno de abstracción pese al fuerte realismo de las imágenes y a la textura prácticamente documental de algunos segmentos; pero también da lugar a lo onírico o alucinatorio desde el punto de vista del protagonista. La idea de la puesta en escena integrada a los flashbacks es sublime y un recurso inteligente del director para despojarse del lastre de los recuerdos y su forma convencional de representación, con el propósito de darle cierto respiro al espectador y sacarlo de la opresión y desesperación que avanza con el correr de los minutos. Para lograr semejante conjunción de aspectos tanto formales como conceptuales resulta indispensable un actor con las características adecuadas para no sobreactuar una situación límite (eso es lo que ocurría en el film Enterrado) y hacer de su performance un tour de force verosímil y conmovedor como el que entrega James Franco. 127 horas es una película difícil de sobrellevar si uno no está preparado para emociones fuertes que exacerban cualquier aspecto de debilidad humana, así como recuperan la confianza en el poder de la voluntad y del cine para encontrarle un lenguaje universal, poético y único para el que no hace falta absolutamente nada más que sensibilidad e inteligencia: palabras que al cine Hollywoodense prefabricado le quedan tan grandes como las montañas que Aaron escala.
Anexo de crítica: El director catalán Jaume Collet-Serra se disfraza de Alfred Hitchcock pero en la mitad de la fiesta queda al descubierto en este thriller de espionaje protagonizado por un convincente Liam Neeson, que le debe mucho a Intriga internacional y a la trilogía de Jason Bourne. Si partimos de la base de una idea bastante poco creíble, que apela a la aceptación de un verosímil sumamente endeble, es justo reconocer que el realizador de La casa de cera se toma su tiempo para intentar no dejar ningún cabo suelto; imprime tensión a un relato por momentos trepidante que atrapa al espectador pero no logra resolverlo de la mejor manera y en ese punto débil es donde se nota que se trataba de un disfraz del gran maestro del suspenso...