Otra saga para adolescentes Después del irrefutable boom de la saga Crepúsculo resulta inevitable que aparezcan productos destinados al público adolescente, la mayoría de ellos originados a partir de versiones literarias. Este es el caso de esta nueva franquicia que ha adquirido Disney/Dreamworks bajo el titulo Soy el número cuatro, que forma parte del primero de seis libros escritos por Jobie Hughes y James Frey -quienes firmaron bajo el pseudónimo de Pittacus Lore- y cuya versión cinematográfica quedó a cargo del impersonal D.J Caruso (Paranoia y Control total). Algo de thriller y poco de ciencia ficción sobrevuela la atmósfera del film que se basa en una premisa básica: un adolescente extraterrestre, John Smith (Alex Pettyfer), debe pasar lo más desapercibido posible en la tierra para que unos asesinos alienígenas, los mogadorianos, no lo terminen matando como al resto de los nueve sobrevivientes de un planeta extinto. Sin embargo, pese a las órdenes de su guardián y protector Henri (Timothy Olyphant) de no sobresalir dentro de la escuela secundaria en Ohio –nuevo destino- para no llamar la atención, el muchacho pretende ser igual al resto de sus compañeros y no estará dispuesto a vivir recluido. Además, conoce a Sarah (Dianna Agron) y se enamora, así como intenta salvar a Sam (Callan McAuliffe) de las humillaciones diarias por ser el chico diferente de la escuela. No obstante, con la amenaza latente de que los mogadorianos hallen su paradero, John irá descubriendo ciertos poderes y una conexión con los otros adolescentes de su raza, con quienes deberá unirse para acabar con el enemigo (ese es el gancho de la continuidad de la aventura en sucesivas entregas). Así conoce a la número seis (Teresa Palmer), quien gracias a su popularidad en internet lo encuentra fácilmente. Ambos saben que la próxima víctima es él, dado que los asesinatos siguen en orden numérico. El principal problema de esta producción de Michael Bay es que la parafernalia de efectos especiales y la acción prometida aparecen promediando más de la mitad del metraje. Si bien es cierto que la primera parte funciona como presentación de la historia, los conflictos adolescentes y los personajes, el relato se vuelve demasiado anecdótico sin un buen desarrollo de subtramas que quedan a medio camino. Seguramente el espectador adolescente encuentre atractivo en la pareja protagónica; disfrute con alguna que otra ocurrencia de Sam y se deleite con un final explosivo pero sin sorpresas ni nada que pueda destacarse para un producto prolijo que por tratarse de su primera presentación deja varios interrogantes sobre su futuro. Con Crepúsculo había ocurrido algo parecido y luego la saga encontró su camino, en este caso habrá que esperar.
Cuerpo, cabeza, cuerpo Hay varias zonas por las que transita El ganador, uno de los diez títulos que ha recibido varias nominaciones a los premios Oscar incluyendo Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor y Actriz de reparto. Narrativamente, puede decirse que la estructura de la película es un gran flashback anclado en el rodaje de un documental de la cadena HBO protagonizado por una fugaz figura pugilística, Dicky Ecklund (interpretado maravillosamente por Christian Bale, quien seguramente se alce con la estatuilla), caído en desgracia por su adicción al crack con un anecdotario rico que le otorgó fama tras haber vencido en 1978 a la leyenda Sugar Ray Leonard. Luego de un par de peleas, debió retirarse por su enfermedad y contentarse con el rol de entrenador de su hermano Micky Ward (Mark Wahlberg), bajo la égida protectora de Alice (Melissa Leo), madre de ambos y de siete hijas que vivían junto a ella y su pareja en la misma casa de familia. Pese a sus diferencias, los hermanos se amparaban en las palabras de su madre, quien además oficiaba de mánager pero que no podía ocultar frente a Micky su predilección por Dicky, tal vez el más vulnerable e influenciable de los dos. El boxeo más que el deporte significó para la familia la posibilidad de sobrevivir a las penurias económicas por lo que la necesidad de pelear a cualquier precio era un factor determinante en el decurso de la vida de Micky, quien debía demostrar que podía llegar más lejos que su hermano cuando los ojos se concentraban en el fracasado Dicky y en su momento de esplendor en el cuadrilátero. Ese cuadrilátero de box es un perímetro con límites y reglas que controlan las acciones y los movimientos pero el otro cuadrilátero sin límites, sin reglas y donde los golpes se reciben cuando menos se esperan es el de la vida. Por eso el paralelo entre las hazañas deportivas y las victorias personales, tanto para uno como para el otro, son evidentes en el film, que casualmente cuenta con la producción ejecutiva de Darren Aronofsky, responsable de El luchador. El primer golpe sin aviso lo marca la llegada de Charlene (Amy Adams), novia de Micky que de a poco comienza a abrirle los ojos y alejarlo del matriarcado para terminar confrontando su lugar dentro del negocio del box con la temible Alice. En ese círculo vicioso que por un lado representa una familia asfixiante y el de la competencia en el ring se desencadenan los avatares de este melodrama con resabios de película de box, dirigido eficazmente por David O. Russell (Tres reyes), que se destaca por contar con un excelente reparto. Resulta interesante cómo desde un guión muy bien escrito por Scott Silver y Paul Tamasy se desarrolla con sutilezas y grageas de humor costumbrista el camino ascendente de Micky, quien al despojarse de la sombra de su hermano busca su propio camino como boxeador y en contrapartida la pendiente descendente que atraviesa Dicky a partir de su adicción y su alejamiento paulatino del ring. Por otro lado, es atractivo en relación al relato no haber caído en un juego binario de opuestos entre ambos hermanos -literalmente hablando- sino bordear las diferentes aristas por las que pasa la relación. No obstante, lo que no ocurre en la historia se plasma paradójicamente en el film ya que Christian Bale eclipsa a su partenaire cada vez que interviene y eso se nota en pantalla, aunque no quiere decir que lo de Mark Wahlberg no sea meritorio. Los roles femeninos en este caso particular tienen un peso muy importante dado que tanto la madre, su séquito de hijas y la novia cuentan con una personalidad arrolladora que funciona como sostén emocional de estos boxeadores tan golpeados dentro del cuadrilátero como fuera de él. Con todas estas implicancias sería injusto enrolar a El ganador dentro de la nómina de películas sobre el box como Toro salvaje o Cinderella man ya que las instancias deportivas con sus peleas de rigor operan como contexto o trasfondo de esta biografía (cabe recordar que Dicky Ecklund existe y sigue entrenando boxeadores mientras que su hermano Micky se retiró en el 2003) cruda y melodrama familiar, cuya nominación como mejor película resulta comprensible pese a tener como rivales títulos que en la pelea le ganarían por puntos.
Anexo de crítica: Un festival de vísceras, humor tonto y pechos frondosos para una remake a la que sólo Alexandre Aja podía sacarle el jugo. Fiel a su enfermiza mente, a su morbo protoadolescente, el realizador francés sabe mezclar homenaje, trash, gore, ironía y un cinismo feroz en un convite tóxico y contagioso para amantes de lo bizarro y del género. Entretenida y sólida narrativamente dentro de los parámetros de una historia que puede sintetizarse en un renglón, no hay nada por objetarle a estas temibles y voraces criaturas prehistóricas...
Danza con lobas Los personajes torturados tanto emocional como psicológicamente son afines al cine de Darren Aronofsky, si bien con su anterior película El luchador el director de Pi se alejó un tanto de ese universo traumático ahora con El cisne negro vuelve a cargar las tintas sobre la gradual transformación y metamorfosis que sufre su protagonista, Nina (gran desempeño actoral de Natalie Portman). Ella es una joven bailarina clásica, obsesionada por la búsqueda de la perfección en un mundo altamente competitivo y destructivo como el de una compañía de ballet. Admira secretamente a la experimentada Beth (Winona Ryder), cuyo cuarto de hora de fama ha llegado a su fin porque así lo dispone la dinámica del ballet siempre en busca de sangre joven y nuevas caras. Las candidatas a reemplazarla recién comienzan a sentir la presión y se disputan la atención del director de la compañía. Si bien la rivalidad con Lily (Mila Kunis), con quien debe medirse en los ensayos para ver quién termina siendo la elegida para interpretar a la reina Cisne en una nueva versión de la pieza El lago de los cisnes, es una amenaza latente, el mayor conflicto para Nina está relacionado con sus propios demonios internos que le revelan un costado de su personalidad diferente al que exterioriza en su vida cotidiana. Ese encuentro con lo más oculto de su ser; con la oscuridad que la habita y la seduce comienza a manifestarse sutilmente en un camino de introspección, en contraste con el de observación permanente (una cámara que acecha y espia) al que es sometida Nina, quien depende de la mirada del otro; de su aprobación o rechazo, para huir de sus fantasmas y obsesiones, alimentado por las terribles exigencias del director de la compañía Thomas Leroy (Vincent Cassel). Para él Nina debe dejarse llevar por el deseo más que por la técnica del baile y así desentumecer su cuerpo para fluir con el movimiento, la sensualidad y la intensidad de la fragilidad. Todo eso representa El cisne negro no sólo desde la dialéctica de opuestos con el contrapunto explicito desde lo visual entre blancos y negros; luces y sombras, espejos y dobles que se van distorsionando levemente para romper la frontera entre realidad y alucinación, pero que unidos -gracias a una eficaz puesta en escena- conforman el universo de la protagonista en quien el cineasta ancla el punto de vista del relato y de alguna forma dirige la mirada del espectador para no perder de vista el verosímil, en constante ruptura al introducir elementos fantásticos que desvían la historia hacia zonas de mayor ambigüedad de las que habitualmente puede proponer un thriller psicológico focalizado en el enfrentamiento y lucha despiadada entre dos bailarinas, o en un simple relato de autodestrucción como el que podía plantearse en Requiem por un sueño. Sin embargo, para Nina perder el control sobre sus actos supone un riesgo que se va trasparentando en pequeños rasgos de imperfección de su cuerpo: marcas visibles de esa metamorfosis que pretende esconder ante la presencia invasiva de una madre (Barbara Hershey) sobreprotectora, quien ha depositado en ella todas sus frustraciones por no poder seguir la carrera de bailarina al tener que darla a luz. Celos y castraciones de todo orden van dejando sus cicatrices y detonan los mecanismos de autoflagelación que se vinculan estrechamente con el proceso de asimilación de la obra, donde por un lado deberá interpretar al cisne blanco, pura, virginal y frágil y por otro a su antagonista el cisne negro deshinibida, sensual, trágica. Y en paralelo la metamorfosis se consuma en tres actos o comportamientos -que aquí no se revelarán- estableciéndose un principio de simetría entre los personajes de la historia del ballet propiamente dicho y aquellos que deben encarnarlos en el escenario. Simbólica y psicológicamente las represiones que padece Nina se conectan también con la incapacidad de sentir y con el despertar sexual también ambiguo en cuanto al género, aunque en realidad sufre una enorme represión y castración maternal que trasparenta en su errático deambular y su percepción paranoica del entorno. Darle a Aronofsky la posibilidad de bucear en el mundo interior de un personaje tan complejo y exquisitamente construido por Mark Heyman, Andres Heinz y John McLaughlin en un guión sin subrayados que desborda matices y derriba estereotipos implicaba el desafío de encontrar el tono indicado para la tragedia y la actriz capaz de desdoblarse dramática y corporalmente. Por eso lo de Natalie Portman sin dudas marca la distinción y se transforma en el mejor papel de su carrera, aspecto que seguramente le valga el Oscar ya que se destaca y carga con el film sobre sus espaldas desde el primer minuto hasta el último, completamente transformada y creíble para este quinto largometraje de un talentoso realizador que recién comienza a desplegar sus alas.
Anexo de crítica: Las posesiones demoníacas -sean o no inspiradas en hechos reales- han perdido todo atractivo luego de la magistral El exorcista (1973), salvo honrosas excepciones como la alemana Requiem. El resto de los títulos que giran en torno a este tópico no llegan nunca a los niveles tanto desde lo narrativo, los personajes y los climas como aquella película que rezaba que el infierno era una construcción mental despojada de todo elemento sobrenatural. Siempre resulta más intrigante ligar un acto de posesión diabólica con cierta patología mental, pero sin caer en las redes de la racionalización pura como sinónimo de negación de los hechos. Ese es el principal problema que arrastra esta película de Mikael Håfström (1408), excesivamente solemne, cuyo único mérito es contar con la presencia de Anthony Hopkins para darle lustre a su personaje a pesar de no poder salir airoso de un caprichoso guión que busca desesperadamente a Hannibal Lecter...
Anexo de crítica: El director Ben Stassen dirige esta simpática animación digital en 3D, deudora de la magistral Buscando a Nemo, con la gran diferencia de un contexto hostil y un mensaje de conciencia ecológica para los más pequeños. Los desniveles narrativos se notan en la mitad del relato y la dispersión de personajes sin peso le juegan un poco en contra a la trama sencilla y con pocos elementos conflictivos. Sin embargo, para los más chicos esta historia de una tortuga que intenta sobrevivir y transformarse en adulta, en un viaje a la deriva por diferentes latitudes, resulta lo suficientemente atractiva para que no se aburran y de paso aprendan algo del mundo marino...
Lady vengeance A los hermanos Coen les faltaba revisitar el Western para sacarle el jugo a sus relatos, pero esta vez optaron por adaptar la novela de Charles Portis (no así la película original dirigida por Henry Hathaway y protagonizada por John Wayne en 1969) en esta nueva versión de Temple de acero. El film cuenta con las actuaciones estelares de la revelación adolescente Hailee Steinfeld (merecería una nominación al Oscar como actriz de reparto por lo menos) junto a Jeff Bridges, Matt Damon y Josh Brolin, reparto que se ajusta a la perfección ante las exigencias de un guión muy bien escrito, que requiere de sus personajes una cadencia y léxico particular. El fuerte de la propuesta cinematográfica de los Coen -más allá de los diálogos exquisitos- no lo constituye tanto la anécdota de la venganza, sino el trasfondo en el que esta se pone en marcha. Y así como la venganza es el motor de la acción de la protagonista Mattie Ross, una niña de 14 años a quien le asesinaron a sangre fría a su padre y busca atrapar a su asesino (Josh Brolin) con la ayuda de un caza recompensas (Jeff Bridges), el honor y los deberes morales también forman parte de la trama. No obstante, ella resulta mucho más interesante que el personaje que se juega ese honor, Rooster Cogburn (gran actuación de Jeff Bridges) quien es un Marshall alcohólico, gatillo fácil, transitando por el crepúsculo de su vida y cuyo su antagonista es nada menos que un Texas Ranger (Matt Damon), quien se une a la empresa para atrapar al asesino que huyó a territorio indio, con quien rivaliza constantemente por sus métodos. La diferencia entre la justicia como parte del deber ser y de la búsqueda de la justicia como parte de un negocio de mercenarios queda bien expuesta en esta lucha de ambos personajes ante la mirada inocente y pura de una víctima adolescente, quien debe actuar como adulta y hacerse valer frente al poder machista que la rodea. Quizás la originalidad de este western con el sello inconfundible de Joel y Ethan Coen sea precisamente romper con la tradición del género y dejar en manos de una mujer muy joven aquellas características de coraje y valentía exclusivas de los hombres de armas tomar. Y ese cruce de heroína con antihéroes es el mayor atractivo de una historia a la que tal vez le falte un villano de mayor fuste y algo de épica que recién se consuma promediando el final del film. Sin embargo, no faltan los duelos; las panorámicas propias del género donde se destaca sin lugar a dudas la fotografía de Roger Deakins y una banda sonora (parecida a las de Clint Eastwood, es cierto) de Carter Burwell a tono con el ritmo cadencioso y parsimonioso que nunca se detiene en las casi dos horas, que pasan realmente muy rápido. Tratándose de los creadores de Fargo, el humor también dice presente en Temple de acero y por supuesto la cuota de cinismo habitual para terminar redondeando un western atípico, sólido, aunque no deslumbrante.
En pocas palabras En un rincón de Europa hay un político con aspiraciones a rey que arenga a las masas alemanas con un discurso efervescente y pleno de retórica, capaz de convencerlos de que esa nación merece dominar el mundo. Varios kilómetros lo separan de un pequeño hombrecito, elegante y refinado, que porta la estirpe aristocrática en su andar; que soporta las humillaciones de su padre Jorge V (Michael Gambon), un soberano más cerca de la muerte que de seguir ocupando el trono de Inglaterra, y que padece de una profunda tartamudez. Ambos saben en su fuero interno que el poder no sólo se define por los actos sino también por la capacidad de liderazgo para lo cual es imprescindible expresarse adecuadamente. Por eso, este hombrecito que no es otro que el duque de York (conocido luego tras su reinado que se extendió desde 1936 a 1952 como Jorge VII) debe intentar por todos los medios superar su problema lingüístico, dado que su hermano Eduardo VIII (Guy Pearce) abdica luego de un año en el trono por romper protocolos y tradiciones, además de no ocultar ante el pueblo su simpatía por Adolf Hitler y frente a sus funcionarios una evidente ineptitud. Despojado de toda intriga palaciega, dejando en un segundo plano el contexto político y concentrándose mayoritariamente en sus personajes, El discurso del rey se inscribe en el tipo de películas como La reina. Para sorpresa de varios es la gran candidata a destronar a la supuestamente imbatible Red social en la próxima entrega de los premios Oscar el 27 de febrero. Ocupó el podio de los rubros más importantes de los premios Bafta; fue tenida en cuenta por los productores norteamericanos en la premiación anual y hace pocos días también recibió un apoyo incondicional por parte del sindicato de actores. Su director Tom Hooper logra por un lado transformar una anécdota en una interesante historia de amistad entre dos representantes de castas sociales diametralmente opuestas, que comparten secretos, miedos e intimidades en un acuerdo de confianza y respeto admirables. Algo del estilo teatral sobrevuela en la estructura narrativa, cuyo fuerte es sin lugar a dudas las reuniones entre ambos personajes y el progresivo tratamiento al que se somete el rey. Sin embargo, gracias a la deslumbrante actuación de Colin Firth el relato transita por los carriles de la historia de autosuperación, siempre bien recibida por la Academia, aspecto que vaticina la justificada entrega de la estatuilla dorada como mejor actor a Firth. Pero no sólo él deja su marca gracias al eximio guión de David Seidler sino que su coequiper, el australiano Geoffrey Rush, interpreta magistralmente a Lionel Logue como el encargado de acompañarlo en el proceso de transformación poco convencional que terminará por ayudarlo a superar el trauma del habla y para el que el soberano deberá abrirse emocionalmente. No se trata aquí de desarrollar la relación particular entre un plebeyo y un aristócrata simplemente, sino de desentrañar las responsabilidades sociales frente al poder, ya sea político en el caso del rey o médico en el caso del logópeda sin dejar de lado claro está los aspectos humanos, denominador común entre ambos más allá de su condición social. Así, las presiones por gobernar un país que acaba de perder a su autoridad máxima frente a la amenaza latente de la guerra mundial marcan el conflicto psicológico del protagonista pero hay otro que subyace y no cicatriza jamás como el trauma infantil, encerrado en el balbuceo cortante y en el silencio abrumador que lo hace vulnerable pese a la imagen de todo poderoso que debe transmitir ante sus súbditos y familia, donde la presencia de su esposa, la reina Isabel (Helena Bonham Carter), es fundamental. En pocas palabras puede decirse que El discurso del rey es un film de impecable factura, tanto desde el punto de vista técnico como cinematográfico, que cuenta con un reparto lujoso dirigido implacablemente por Tom Hooper, y que seguramente continúe por la senda de los premios internacionales con justo merecimiento.
Anexo de crítica: Afortunadamente, el director francés sortea con eficacia los convencionalismos de la industria y deja una pequeña muestra de su sello personal en la puesta en escena e imaginería visual: uso de cámara lenta, encuadres escorzados, imagen acelerada y otros recursos propios de su estilo, todos en función de agilizar el relato y llevarlo a un ritmo constante. Un renovado Avispón verde; aggiornado a la moda retro tan en boga últimamente y a los códigos de las comedias de acción bien ejecutadas. La incorporación de Rogen aporta el humor justo a la historia, que sumado al cinismo de su mirada sobre los superhéroes y a una autoparodia consciente imprimen frescura al relato y lo sacan de esquematismos tratándose de una película de acción con pasos de comedia. La paradoja del guión demuestra las verdaderas intenciones de Rogen y compañía para desmitificar tanto la figura de héroe como la de villano. Una divertida parodia, que seguramente alterará los ánimos de aquellos seguidores ortodoxos de la solemnidad y poco amigos de la bufonería. Sin embargo, es justo aclarar que El avispón verde 2011 no quedará en la memoria de nadie como si se tratara de un picotazo que no deja marca ni cicatriz en el cuerpo...
Gotas que queman en la piel Posiblemente a partir del estreno comercial de Sudor frío, la nueva propuesta de terror argentina de la mano de la productora platense Paura Flics –en sociedad con la productora Pampa Films- el público local apoye con mayor entusiasmo al cine de género nacional. El próximo estreno de Fase 7 parece confirmar que algo está cambiando en las distribuidoras locales, siempre que exista el apoyo de la televisión para una promoción y difusión seria. Las condiciones de producción están más que garantizadas cuando detrás de los proyectos aparecen buenas ideas y un trabajo meticuloso e impecable dentro de los parámetros técnicos que confirman por un lado que no se necesita de grandes presupuestos para lograr películas interesantes y dignas como la que nos espera con Sudor frío, galardonada en el Festival de Cine Mórbido de México en su última edición. Ya con Habitaciones para turistas, ópera prima de Adrián y Ramiro García Bogliano del año 2004 (editada en DVD) se vislumbraba en primer lugar la inclusión de tópicos locales (pueblos fantasmas, sectas, aborto) encubiertos bajo el pretexto de un género muy poco permeable a desarrollar temáticas distintas y en segunda instancia una conjunción de elementos estéticos que, gracias a la economía de recursos, definían un universo propio y verosímil, donde era apreciable la afición y devoción de los hermanos García Bogliano por el género y sus máximos referentes. Esas cualidades cinematográficas se multiplican en Sudor frío por tratarse de una historia que busca respetar los códigos del cine de terror, sin despojarse de una identidad propia y arriesgando el empleo de un imaginario popular y los fantasmas que aún habitan en el inconsciente colectivo de la sociedad argentina, más precisamente en lo que se refiere a la dictadura militar con referencias directas a la Triple A y al Ejército Revolucionario del Pueblo. No es para nada gratuito a esta altura relacionar la historia del Proceso argentino con una trama macabra y terrorífica donde la tortura y la impunidad del torturador quedó garantizada gracias a la idiosincrasia que supimos conseguir. Por eso el siniestro relato, esbozado a partir del guión coescrito junto a Hernán Moyano (ver entrevista), toma los resabios de la época de los años de plomo para definir a los personajes maquiavélicos, en este caso una pareja de ancianos (uno de ellos recuerda al mítico Natan Pinzón) que además de arrastrar el paso de los años cargan con la cuota precisa de miserabilidad en los oscuros rincones del alma. En una vieja casona a plena vista de todos y de una ciudad dormida y autista se llevan a cabo las peores aberraciones utilizando el señuelo de un chat para convocar a chicas incautas y así someterlas a un verdadero infierno. Allí, llegarán un joven (Facundo Espinosa), quien con la ayuda de una amiga (Marina Glezer) siguen el rastro de su novia (Camila Velasco), quien supuestamente conoció a otro joven por vía del chat y se ha reunido con él en la mencionada casona. Sin prolegómenos y con un prólogo que rescata material de archivo de la época, Adrián García Bogliano nos introduce en los interiores del tenebroso refugio, a fuerza de tensión y una atmósfera claustrofóbica que no da respiro y en la que la mezcla de sonidos aporta un interesante clima perturbador, muy bien acompañado por la banda sonora a cargo de Facundo Espinosa. El tratamiento de la imagen es cuidado y meticuloso en materia de texturas y colores, así como el juego permanente de contrastes y clarososcuros que remiten al cine de terror de otras épocas. También los primerísimos primeros planos sobre el cuerpo realzan el aspecto físico y visceral del film con una justa dosis de sangre y extremidades por los aires, sumada a una que otra sorpresa que por motivos obvios no revelaremos y donde se destaca el prolijo trabajo de maquillaje. El elenco cumple desde el punto de vista dramático y físico. Es destacable y meritorio del guión que la mayoría de las acciones están justificadas –inclusive los pechos de Camila Velasco- dentro del verosímil permitido que de antemano escapa al registro realista cuasidocumental bastante vapuleado últimamente por otras propuestas de igual corte. Tal vez donde no se hayan consumado las intenciones del guión es en los intentos de humor y escenas bizarras, a pesar de que estas aparecen en cuentagotas. Teniendo en cuenta que el antecedente más cercano de cine de terror vernáculo fue el film de Sergio Esquenazi, El visitante de invierno, y sus resultados formales quedaban a medio camino, el caso de Sudor frío no transita por los mismos desniveles narrativos; utiliza de manera más inteligente los recursos cinematográficos en pos de la funcionalidad de la historia y abre de forma definitiva el camino para que la industria aletargada del cine argentino comience a mirar desde adentro hacia afuera y no al revés, y por fin se quite el lastre del prejuicio ante el cine de género.