La otra postal Hay un axioma que reza menos es más y que encuentra su mayor expresión algunas veces en el documental que tiene la capacidad de mostrar la totalidad de un fenómeno a partir del recorte de la realidad pero sin reducir el todo a la sumatoria de las partes. Por partes pueden entenderse aquellos tópicos que abarca en su microcosmos particular de detalles. Lo único que resta es saber dirigir la mirada para que el recorrido tenga una cohesión o lógica interna, capaz de revelar aspectos ocultos que a simple vista pasan desapercibidos a un ojo poco lúcido o atento a lo que pasa en el devenir de las imágenes. Todas esas cualidades son necesarias para concebir una buena película más allá de los resultados estéticos posteriores cuando el foco se concentra en la historia y en su contexto. La realizadora Laura Linares lo logra con creces en su film Dulce espera, protagonizado por tres personajes: Valeria (Valeria Quiñelen), su novio Lucas (Lucas Jaime Torre) y su madre (Ana Torre). La joven adolescente Valeria conoce a Lucas a partir de las cartas que le envía durante su estadía en prisión y producto de la visita conyugal queda embarazada, mientras él purga la condena por haber robado a pesar de los consejos y reproches de su madre, devota de la religión metodista pentecostal que cree que Dios es el único que castiga y salva con su perdón divino. Sin embargo, para Lucas la vida no debe implicar sacrificio alguno y mucho menos si de trabajo se trata por lo que su redención es prácticamente imposible. Esa a grandes rasgos es la historia que Linares desarrolla inteligentemente sin caer en el derrotero de los lugares comunes y tomando como posición ética- y porque no estética- la idea de no juzgar a sus criaturas. Tal desafío le permite inmiscuirse sin pedir permiso en la intimidad de Valeria, quien vive junto a su hermana en la parte marginal de Bariloche, completamente alejada de esas postales turísticas revisitadas por el cine una y otra vez. Su mundo se circunscribe a una habitación en ruinas y desordenada con varias esperas a cuestas: la del niño por nacer; la de la libertad del padre de la criatura; la de un futuro un poco menos sombrío que el que se le presenta día a día cuando busca consuelo en publicidades de revistas y sueña con ser otra. Todas esas coordenadas de la otra postal que definen a Valeria más allá de su pequeña historia de amor adolescente teñida de romanticismo epistolar son atravesadas por una cámara que registra momento a momento, silencio a silencio y atrapa algunas pocas frases que puedan decirse cuando la angustia escapa por las pupilas. La cámara pupila de Laura Linares observa, cuestiona, sensibiliza, reflexiona y confronta a un espectador acostumbrado al brillo de las imágenes televisivas cuando la realidad se abre a los costados del camino. Por ese lugar complejo y cruel solamente una directora que sabe lo que quiere decir transita sin perder el horizonte en declamaciones y retórica porque no hace falta más que ver, escuchar y entender.
Ni techo ni ley Pueden encontrarse varias vinculaciones entre la nueva adaptación de los hermanos Coen Temple de acero y Lazos de sangre, film independiente y de muy bajos recursos dirigido por la realizadora Debra Granik, el cual para sorpresa de muchos ha sido nominado a cuatro Oscars en la próxima entrega. En ambas películas quienes llevan las riendas del relato son sus protagonistas femeninas, adolescentes ambas y con el objeto de salvaguardar el honor de sus padres. A diferencia del western existencial de los creadores de Fargo, el segundo opus de Debra Granik (su debut fue en 2004 con el film Down to the bone) se instala en la profunda Missouri, más precisamente en los alrededores de las montañas Ozark en el seno de una comunidad rural y patriarcal. Allí vive Ree (Jennifer Lawrence), quien debe hacerse cargo con sus diecisiete años de dos hermanos pequeños y una madre enferma y depresiva. Su padre, ausente, pasa estadías prolongadas en la prisión por formar parte del negocio de las drogas de diseño, cuya cocina de elaboración clandestina se encuentra escondida en el pueblo, merced a la complicidad de los lugareños también involucrados en el negocio. No obstante, el hombre misterioso ha salido libre bajo fianza entregando como parte de pago su propiedad. Ahora debe comparecer ante la justicia, caso contrario su casa será ejecutada y su familia quedará sin hogar. Es por ese motivo que la protagonista debe dar con el paradero de su padre -además buscado por la policía- de forma inmediata pese al manto de silencio con el que se cruzará a partir de la búsqueda solitaria. Vecinos y parientes de sangre le dan la espalda y alimentan la constante advertencia de que no se meta dejando en claro que la figura del padre dentro de la comunidad es sinónimo de traición y que su progenie se hizo acreedora del estigma. El largo camino que recorre nuestra heroína abrirá por un lado el descubrimiento de un par de secretos y por otro su duro y traumático pasaje a la madurez, sin abandonar el cuidado de sus hermanos y el de su madre con los escasísimos recursos con los que cuenta y de cara a un futuro muy poco prometedor. Debra Granik y Anne Rosellini adaptaron la novela de Daniel Woodrell en este film que mezcla por un lado los elementos del thriller y el drama intimista a la perfección en un ambiente sombrío y desolado donde las mujeres juegan un rol fundamental en la dinámica de las relaciones pese a las improntas machistas que no han desaparecido. Sin caer en los estereotipos de los personajes planos, la construcción de cada uno es meticulosa y compleja y por eso el ritmo lento que atraviesa gran parte del relato no lo perjudica en lo más mínimo sino que enriquece la trama. A modo de viaje iniciático que comienza a pie con la protagonista vagando de casa en casa y luego se intensifica con el claro enfrentamiento para saber la verdad sobre su padre, el relato va cobrando intensidad y una violencia interna que lo hace muy visceral para el espectador. Un mérito mayúsculo es la revelación de 19 años, la actriz Jennifer Lawrence, nominada también al Oscar, quien no sólo demuestra un carisma poco habitual sino que transmite fragilidad, dolor y coraje al mismo tiempo. Posiblemente Lazos de sangre no se lleve el Oscar a mejor película por tratarse de una obra que para la Academia representa la independencia absoluta, pues su nominación obedece solamente a la política correcta que año a año se practica. De todos modos, haberse llevado el premio Sundance fue suficiente y por sus aspiraciones estéticas le calzaba mucho mejor.
Anexo de crítica: Con 41 películas en su haber resulta prácticamente una obviedad pensar en el cine de Woody Allen como aquel brillante exponente de calidad, inteligencia y profundidad de las décadas 70 y 80. Todo lo que vino luego nunca estuvo a la altura de obras maestras como Crímenes y pecados o Zelig por ejemplo pero lo cierto es que el neurótico más famoso de Brooklyn continúa entregando películas de nivel aceptable que dentro de la mediocridad y la decadencia hollywoodense se transforman y revalorizan sobredimensionando su figura, producto de un respeto exagerado pero en buena ley ganado por el propio Allen, dado que animarse a reflexionar sobre temas universales y encontrar de esa titánica tarea algo interesante en estos tiempos de cine prefabricado y chatarra es más que meritorio. Conocerás al hombre de tus sueños toma la posta de la no estrenada Whatever Works protagonizada por el creador de la serie Seinfeld Larry David. Esa posta tiene ribetes existenciales y un saludable cinismo sobre los temas profundos: vida, muerte, amor, determinismo, libre albedrío, azar, destino, felicidad, soledad, en un coctel explosivo que el propio David se encarga de agitar y repartir con generosidad. Esa predisposición de aquel film no llega nunca en esta nueva película coral donde el único elemento novedoso obedece a la paradójica mirada sobre el esoterismo en la que Allen descarga su escepticismo militante pero sin redimir a sus incautos y egoístas personajes como de costumbre. Por lo tanto, lo que puede decirse de este nuevo trabajo es poco en relación a la propuesta; decepcionante para aquellos que exigimos un plus a sus películas en piloto automático y un disfrute para los amantes y fieles seguidores de su carrera que prefieren esconder la pelusa del ombligo como si nunca hubiesen cortado el cordón umbilical...
Anexo de crítica: ¿Comedia romántica convencional?; ¿Melodrama con fórmula aplicada a la perfección? O sencillamente una comedia de humor cáustico sobre el mundo del multimillonario negocio de la salud. Todo eso encaja en esta rareza dirigida por el inestable Edward Zwick y protagonizada por Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway en un registro poco habitual para lo que acostumbran a entregar. Si bien la historia del visitador médico ambicioso que se reblandece al tomar contacto la enfermedad de su pareja es más que trillada, resulta sumamente positivo el tono y estilos en que se van desarrollando los acontecimientos con pasos de comedia bien logrados y un espacio para el dramatismo que no parece forzado y gana un extra debido al ajustado desempeño de la pareja protagónica. Quizá en la mezcla de tantos elementos tanto dramáticos como situaciones hilarantes el film acusa un leve desajuste que con el correr de los minutos se va acentuando, aunque eso no significa una pérdida total de interés por la trama ni por la suerte de sus personajes.
¿Truco o treta? Sería conveniente reflexionar sobre dos conceptos que parecen sinónimos pero que no lo son y mucho menos en materia de cine. Una cosa es sorprender al espectador y otra muy distinta manipularlo con el único fin que el director llegue a buen puerto y se haya salido con la suya. De estas dos ideas, además, se desprenden otras muy ligadas como la verdad y la verosimilitud. Una historia verosímil en el cine es aquella que reúne todos los elementos necesarios para volverse creíble dentro de la lógica interna del relato, que no necesariamente se debe ajustar a los parámetros de la realidad. El mayor y garrafal defecto de toda película de terror o de género es precisamente perder la verosimilitud a causa de torpezas narrativas o atajos de guión para resolver situaciones. Por eso resulta casi incomprensible -y triste a la vez- que un film con una premisa interesante y una propuesta estética audaz cometa tantos despropósitos desde el punto de vista de la narración y se vuelva prácticamente enunciativo en detrimento de la atención que pudo haber despertado en un principio en el espectador. Eso es lo que ocurre con esta propuesta rioplatense La casa muda, ópera prima de Gustavo Hernández protagonizada por la actriz uruguaya Florencia Collucci: un film impecable en todos los rubros técnicos, con una estética y atmósfera lúgubre muy logradas pero que se derrumba y arruina en la segunda mitad, gratuita y estrepitosamente al punto de que todo lo anteriormente dicho se opaca y tiñe de ridículo. Los recursos narrativos y cinematográficos empleados por Hernández con absoluta eficacia y buen manejo de los tiempos le hubiesen permitido construir una historia con coherencia interna dentro de la puesta en escena planteada, sin apelar a ningún tipo de arbitrariedad y mucho menos a la trampa lisa y llana para despistar al espectador. Advertimos desde aquí que luego de los créditos finales la película continúa y es muy importante quedarse en la butaca hasta que se prendan las luces en el cine. Valiéndose de mínimos detonantes dramáticos como el fuera de campo sonoro y el punto de vista de la protagonista Laura (Collucci), quien queda atrapada en lo que supuestamente sería una casa abandonada a la que llega junto a su padre Wilson para dejar en condiciones y así poder venderla en un futuro, alcanzaba de sobra para mantener la atención del público y lograr bajo una ambigüedad bien justificada una muy buena película de terror de temática convencional. Asimismo, el ejercicio virtuoso de haber planificado todo el film en un único plano secuencia –donde la cámara en seguimiento constante oculta más de lo que revela- grabado en una Canon EOS 5D Mark II (cámara fotográfica digital que permite grabar), cuyas propiedades en lo que a imagen respecta son insuperables, le suma un atractivo extra al relato que puede compararse -salvando las distancias- con la española Rec o la norteamericana El proyecto Blair Witch (aquí también hay un bosque de fondo). El desempeño de Florencia Collucci es aceptable en términos dramáticos y convincente a la hora de transmitir angustia así como en su destreza corporal para desplazarse en un espacio reducido, atestado de objetos y espejos donde nunca se refleja la cámara que la sigue, con muy poca luz teniendo en cuenta que no hay corte de toma aparente. Sin embargo, sin anticipar nada sobre la trama, puede decirse que su personaje no es creíble y mucho menos aun su transformación psicológica que no se produce ni gradualmente ni por un shock emocional, sino por puro capricho del director. Si bien es cierto que en el conjunto de la propuesta suman más los aciertos que los desaciertos, el producto en sí debe medirse con la vara de lo que queda plasmado tanto en la pantalla como fuera de ella. Y desde ese punto de vista resulta imposible desviar el foco de atención en el ingenuo e infantil error de creer que todo es lo mismo y que en cine todo vale.
Doble encubrimiento La austeridad y la riqueza plástica en la composición de la imagen, así como la economía de recursos cinematográficos para contar una historia son dos de las características del cine del realizador Nuri Bilge Ceylan. Su quinta película Tres monos cuenta con estos atributos, pero a diferencia de Climas (film con el que el director se dio a conocer por estos lares) esta vez el director optó por un relato de estructura clásica. En esta obra se desarrolla parte de su poética bajo el pretexto de un triángulo amoroso donde está involucrado un político oscuro, quien compra su libertad utilizando los favores de uno de sus choferes que se autoinculpa de haber atropellado a una mujer en la ruta para evitarle ir a la cárcel a su jefe en plena campaña política. A cambio de semejante sacrificio, el falso culpable negociará una cantidad de dinero para mantener a su esposa e hijo durante su estadía en prisión. Sin embargo, ese trato no se termina por cumplir a rajatabla y sus derivaciones llevan a la destrucción gradual de la familia, arrojando como saldo que la mujer termine teniendo un romance con el político; que el hijo abandone los estudios e ingrese en una pandilla y que el padre ausente tras 9 meses y una vez en libertad vaya descubriendo el alto costo del pacto de silencio y su lugar dentro del núcleo familiar. La degradación moral y las miserias humanas forman parte del trasfondo de este largometraje que extrae del título aquella figura recurrente de los monos sabios donde uno no ve; el otro no habla y el último no escucha. Similar comportamiento acusa cada integrante de esta familia en ruinas, cuyas aristas invisibles se van revelando paulatinamente con el correr del tiempo donde el clima meteorológico juega un rol muy importante en sintonía directa con la psicología de cada uno de los personajes. No obstante, el director de Lejano en esta oportunidad no consigue crear las atmósferas sugestivas a las que nos tiene acostumbrados, además de recurrir llamativamente a diálogos explicativos para cerrar el relato. Sin embargo, la belleza visual de cada encuadre al que no le falta ni le sobra nada persiste y sigue siendo una de las cualidades y su sello personal. Por todo ello, puede decirse que Tres monos conserva la esencia del cine minimalista a la hora de narrar y hace gala del poder de la imagen cinematográfica cuando se busca la poesía, pero se malogra al intentar explicarse por sí misma.
Desprendimientos y alumbramientos La maternidad en todas sus facetas, desde la no deseada a la prematura y hasta la deseada, forma parte del núcleo narrativo de Amor de madres, nuevo largometraje del director colombiano Rodrigo García. Una vez más el realizador demuestra la habilidad para describir mundos femeninos y retratar personajes emocionalmente comprometidos con la historia. Uno de los ejes que domina la trama es la idea del desprendimiento afectivo a partir de la entrega en adopción por no poder hacerse cargo de un hijo recién nacido o simplemente aquella que llega con la partida de un ser querido. El personaje que experimenta estas dos etapas es Karen (Anette Bening), quien a los 14 años dio a luz y dejó en adopción a su hija (Naomi Watts), ahora abogada y dispuesta a triunfar en el mundo de las leyes sin atarse a ningún compromiso emocional, pero que azarosamente quedará embarazada de su jefe (Samuel L Jackson). Por su parte, Karen ha perdido recientemente a su madre e intentará comenzar de cero incorporando una pareja a su vida, quien la animará a recomponer la situación con su hija. Termina de completar el cuadro una pareja afroamericana que busca adoptar un bebe debido a la esterilidad de la mujer (Kerry Washington). El relato de Rodrigo García maneja una serie de coordenadas que buscan cruzar las historias a partir de la distancia entre los personajes; es decir, que entre cada historia hay autonomía e independencia pero en el montaje y en la presentación de los hechos existe cohesión. El ritmo del film acopia situaciones y conflictos tales como los miedos de la maternidad, las responsabilidades y el aprendizaje constante, con bastante precisión y eso es lo que enriquece a los personajes, sobre todo al de Naomi Watts y Anette Bening que sin dudas se llevan los laureles por su gran actuación. Sin embargo, lo único criticable lo constituye el cierre de cada historia donde las costuras de un guión bien armado se hacen visibles y queda manifiesta la intención de que todo cuaje perfectamente con una suerte de justicia poética innecesaria y la inclusión de algunos personajes secundarios completamente funcionales a los dictados del guión. A pesar de este reparo, estamos en presencia de un film prolijo en cuanto a la dirección y emotivo en relación a los personajes.
El colmo de un estafador ¿Cuál sería el colmo de un estafador? Quizá ese interrogante fue lo que motorizó la trama de La mentira, tercer largometraje del realizador Xavier Giannoli (El cantante), inspirado en un hecho real acaecido en un pequeño pueblo de Francia. Hablar de hechos reales en cine supone siempre la sospecha de la exageración pero en este caso la importancia de la historia se concentra sobre la periferia más que en el centro de una estafa y en ese sentido exponer los efectos generados a partir de la ilusión de los pobladores (víctimas) es mucho más interesante que la estafa en sí misma. Todo comienza con la llegada de Phillippe Muller (Francois Cluzet) a un pueblo rural alcanzado por los embates de la crisis económica que ha hecho estragos en sus habitantes dejando como saldo un alto nivel de desempleo. El extraño dice ser representante de una empresa constructora multinacional que ha elegido ese paraje para continuar el tramo de una autopista. A partir de ahí, consigue el inmediato apoyo político de la alcaldesa (Emmanuelle Devos) y el compromiso de todos los lugareños que ven en él a un salvador. Así las cosas, el proyecto arranca satisfactoriamente y por supuesto comenzará a derrumbarse el plan cuando la estafa cobre dimensiones inimaginables para su creador. Más allá de su extensa duración, el meticuloso guión -también escrito por el director Xavier Giannoli- bucea en las profundidades de las relaciones humanas; en las dependencias de los otros para concretar los objetivos de la vida y, en un segundo término, en la necesidad de creer en lo imposible. La inteligencia del autor reside en no juzgar de antemano a su protagonista sino desnudarlo ante el espectador desde el primer minuto en que quedan expuestas sus miserias y vulnerabilidades; una amoralidad increíble que de a poco se irá transformando en otra cosa gracias al amor. La labor de Francois Cluzet es impecable y el pequeño rol designado a Gérard Depardieu le calza justo al gran actor francés. La mentira es un film atípico porque si bien trata sobre los pormenores de una gran estafa no se contenta con desmenuzar el mecanismo de la falacia, sino que profundiza en las consecuencias de ponerla en práctica, como si se tratara de la radiografía de un discurso político visto desde el punto de vista de los damnificados.
Anexo de crítica: Haciendo hincapié en ciertos reparos, como por ejemplo las limitaciones en cuanto al público al que va dirigida la aventura (que no supera la franja de los 10 años), puede decirse que la adaptación sobre la novela clásica infantil de Jonathan Swift es una película hecha a la medida de Jack Black. Este eterno adolescente, exponente acérrimo de la cultura pop norteamericana, saca a relucir lo mejor de su histrionismo en este relato que no aprovecha las ventajas del 3D como podía esperarse. El director Rob Letterman se limita simplemente a lo que el actor pueda ofrecer en cámara cuando se le da rienda suelta (lamentablemente en el doblaje español se pierde mucha de su gracia) y los guionistas Joe Stillman y Nicholas Stoller apenas sacan algunos chistes –más allá de todas las referencias cinéfilas- de la galera porque saben que delante tienen la presencia de un mago: Jack Black...
Anexo de crítica: Con algunas diferencias respecto a la original, film exploitation de los años 70 que gira en torno a la dialéctica de violación-venganza, el director Steven R. Monroe logra buenos climas de tensión y coquetea con el morbo sin pasarse al extremo, dosificando la historia con escenas de alto contenido violento que gracias al aporte de un elenco convincente se vuelven más verosímiles para el espectador adicto al género. Sin lugar a dudas, la actuación de Sarah Butler como la vengadora y justiciera -tras haber sido sometida a las peores aberraciones por parte de un grupo de escorias sureñas- es lo mejor del film, que es justo decir parece más políticamente correcto que su antecesor...