Extraña pareja No sólo por ser hija del problemático e inclasificable David Lynch, Jennifer Lynch puede considerarse una realizadora de talento y eso queda demostrado en este segundo opus, Surveillance, tras 15 años de ausencia cuando debutara con la dispar Amores que matan (Boxing Helena). En la frontera entre el terror y el thriller oscuro, como así también entre una revisión de Rashomon y de Corazón salvaje -en menor grado-, la película se organiza narrativamente a partir del cruce de tres puntos de vista sobre un hecho brutal, incluido el de los sobrevivientes de la masacre de la carretera. La fragmentación del relato se compone de difusos flashbacks que se yuxtaponen entre sí durante el tiempo en que transcurren los interrogatorios de rutina efectuados por una pareja de detectives del FBI, quienes llegan a la dependencia policial de un remoto pueblo tras la pista de un asesino serial. Julia Ormond es Elizabeth Anderson y Bill Pullman es Sam Hallaway, ambos meticulosos e implacables a la hora de escuchar los testimonios y revelar las inexactitudes de cada testigo, entre ellos: el oficial Jack Bennett (Kent Harper), quien perdió a su compañero Jim Conrad (French Stewart) en la escena del crimen; el de la joven drogadicta Bobbi (Pell James) y el más importante de todos, que es el testimonio de una niña de 8 años. La chica pasó por el trauma de ver cómo cada miembro de su familia fue aniquilado por la pareja de asesinos enmascarados. Jennifer Lynch se despoja de la solemnidad del relato policial duro para impregnarlo de un tono propio, grotesco y sórdido en un ambiente claustrofóbico por un lado, como la sala de interrogación con la presencia de las cámaras de vigilancia, donde uno de los detectives juega el rol de voyeur; y por otro cuando filma en exteriores apela a la preponderancia de lo árido y desértico que guarda una estrecha correspondencia con la soledad y perturbación mental que azota a cada personaje. El repaso de los acontecimientos siempre lleva implícita la marca de la falsedad y la intención de guardar secretos ante las inteligentes intervenciones de los detectives que van construyendo y reconstruyendo la historia de crimenes, jugando con el espectador al hacerlo partícipe de las contradicciones (lo que vemos no es lo que escuchamos) y al mismo tiempo de la verdad de los hechos. El único personaje que opera como nexo y pivot es el de la niña Stephanie (Ryan Simpkins, toda una revelación), porque bajo su mirada inocente e infantil siempre dice la verdad. La destreza de la realizadora en el manejo de los tiempos y la puesta en escena sin lugar a dudas son el fuerte del film, sin correr la misma suerte el guión coescrito por la propia Jennifer Lynch junto a Kent Harper, el cual presenta ciertos desniveles. El otro gran acierto lo constituye la elección del casting, entregando a un Bill Pullman afiatadísimo y a una sorprendente Julia Ordmond en un papel de extrema exposición dramática que sortea con gran solvencia los arquetipos de este tipo de propuestas.
Aquellos muchachos de New Jersey The circle tour es el nombre que Jon Bon Jovi pensó para su mega gira por varios países de Europa, Estados Unidos -varios estados-, Australia y hasta Perú en Latinoamérica, donde su banda Bon Jovi repasa en una lista de más de 20 canciones la historia de este grupo nacido en 1983 en New Jersey, cuyos orígenes como banda de hard rock fueron mutando con el tiempo al incorporar otros estilos como el country, algo de folk, rock and roll y finalmente pop rock en su último trabajo del 2009 llamado precisamente The circle. Parte de la mística de esta banda; del carisma y la presencia escénica de su voz líder y un sonido limpio que recupera lo mejor de la esencia de los 80, queda documentado en el film The circle tour, filmado en el estadio de New Jersey, New Meadowlands Stadium, punto de inicio de la gira que comenzara el 26 de Mayo del corriente. Se exhibe solamente en algunos cines del mundo y por pocos días, en paralelo con la gira que está realizando aún Bon Jovi y que se extenderá hasta mediados del 2011. Los seguidores o fanáticos tendrán la chance de vivir una experiencia diferente en cuanto a imagen y sonido envolvente que solamente puede lograrse en el espacio de una sala de cine y con la acústica adecuada; algo que en un show en vivo, por mejor sonido que haya, se pierde. Del repertorio que podrán disfrutar en los casi 114 minutos que dura este largometraje están casi todos aquellos que fueron insignes o clásicos instantáneos: Keep the Faith; It''s My Life; One Wild Night; Wanted Dead or Alive, Born To Be My Baby y la balada I''ll Be There For You, entre otros. A eso debe sumársele el nuevo material del último disco que se intercala con los viejos hits (ha quedado afuera llamativamente Bad medicine, que sí forma parte del repertorio de la gira). Sin embargo, para aquellos que no sean fanáticos del grupo pero que disfruten de la música y el espectáculo en vivo es justo aclarar que no saldrán defraudados, porque lo que se ve en pantalla es un conjunto sólido de rock que suena con mucha personalidad y potencia, destacándose como siempre el enorme aporte del guitarrista Richie Sambora (cabe recordar que había sido rechazado para integrar la banda Kiss antes de aceptar la propuesta de Jon Bon Jovi), quien además de regalar solos para el recuerdo también deja un sello indeleble con su voz en coros y hasta en el rol de segundo vocalista en varios duetos. El despliegue visual no apuesta a la grandilocuencia ni a la espectacularidad tecnológica, como podía verse en el film U2 3D, pero se centra en una puesta de cámara focalizada en los integrantes de la banda: Jon Bon Jovi, Richie Sambora, Tico Torres en batería, David Bryan en teclados, Alec John Such como bajista que se unió a la banda desde 1994 y además en el público asistente al concierto. Aquellos muchachos de New Jersey han crecido; han reemplazado esos cabellos desparramados de la juventud por un look más a tono con estos tiempos dejando en claro que siguen intactos y así lo demuestran en el cierre del show con la emblemática Livin'' on a prayer.
Super héroe se busca ¿Qué sería del mal sin el bien?, resulta más que satisfactorio que un film animado destinado a la platea infantil parta de una premisa tan profunda para desarrollar una historia de ¿autosuperación? en la figura de un supuesto villano, que luego de acabar con su antagonista Metroman -casi por azar- se queda solo, abandonado y aburrido sin un propósito de lucha porque su destino siempre estuvo signado por la derrota. Con ese pequeño prólogo podríamos decir que Megamente, la nueva apuesta de DreamWorks es uno de los films más originales en cuanto a animación se refiere y como tal ese grado de originalidad, que apela a la acumulación de situaciones y gags, lo limita y le hace perder consistencia a medida que avanza. Sin embargo, si se tiene en cuenta el antecedente de Mi villano favorito (también protagonizado por un malo) es justo decir que en este caso la transformación del protagonista se produce pausada y coherentemente. No obstante, más allá de los Iindiscutibles aciertos a nivel técnico tanto en los escenarios construidos digitalmente como esa metrópolis rebautizada metrociudad; de la indudable apariencia y fisonomía de los personajes en correlación directa con los actores que prestaron sus voces, entre los que sin duda se destacan Will Ferrell (Megamente), Brad Pitt (Metro Man), Tina Fey (Roxanne), Jonah Hill (Titán) y Ben Stiller (Bernard), el principal escollo que no logra superar el film de Tom McGrath es el de la ambivalencia en los personajes. Más allá de los maniqueísmos -que siempre es bueno evitar- la historia no tiene un buen villano ni tampoco un atractivo antagonista, dado que el primero desaparece muy rápido de escena y el sustituto no le llega ni a los talones. El personaje que funciona llamativamente como contrapeso y equilibra la balanza es el de la periodista Roxanne, mitad ingenua y mitad cínica, que opera como elemento de discordia y en definitiva es el único propósito válido para que Megamente y su nuevo antagonista Titán actúen. Para terminar, resulta simpática la referencialidad constante a Superman, tratando de desmitificar -aunque más no sea como un juego- al gran héroe americano. Megamente se queda a medio camino entre lo que podría definirse como film animado políticamente incorrecto y film animado convencional y conservador.
La elegía del porno argentino Hay varias aristas que atraviesan y recorren el universo de esta ópera prima de Marcelo Charras (más conocido como guionista de televisión de ciclos como Sorpresa y media, por ejemplo) que no logran pulirse nunca: la relación padre-hijo; las obsesiones y contradicciones de un director de cine porno; la aniquilación de un modelo de industria cinematográfica pequeño a causa de la piratería y el auge de internet; y por último, el retrato en primera persona de uno de los pioneros del cine condicionado argentino llamado Roberto Sena pero comercialmente conocido como Víctor Maytland. La primera falla que acusa Maytland (así se llama la película) es la falta de criterio cinematográfico a la hora de señalar un rumbo para abordar a un personaje rico, rústico, cuya vida estuvo marcada por el sello de lo clandestino o marginal por elección propia al haber cruzado la frontera del cine político y militante –de ahí su vínculo directo como meritorio de producción de La hora de los hornos- hacia la del cine condicionado y artesanal que comenzara allá por los tempranos ochenta con más de 120 títulos a lo largo de su carrera y que hoy prácticamente ya no existe al haberse vista desplazada por el amateurismo que encontró su ventana al mundo a través de internet. Del bastardeado subgénero del porno pueden decirse muchas cosas y sobre sus hacedores otras tantas pero lo que es indudable es que el sello de Maytland puede encontrarse en algo que podríamos definir –con permiso de los lectores y del propio autor por esta licencia que me tomaré- como un neorrealismo del porno al haber introducido en sus películas temáticas sociales como las villas miserias en Secuestro exxxpress o la lucha entre una multinacional y el campo en Cosecha de lujuria, por citar dos de sus producciones más emblemáticas sin olvidarnos de su debut con Las tortugas pinja. Esos pequeños hallazgos, como el hecho de haber pensado alguna vez un reallity show porno para tv llamado Expedición sex -cuando la moda de los formatos del reallity recién desembarcaban en nuestro país- hace de Víctor Maytland una persona que siempre vio en el género del porno un puente para innovar sin por ello desplazarse un ápice de los códigos, convencionalismos y limitaciones propias. Todos esos rasgos si bien aparecen en la estructura narrativa del film no logran tener el peso adecuado para construir acabadamente al personaje, quien pese a su buena predisposición y naturalidad frente a cámara transparenta las coordenadas de un guión con demasiados subrayados. Caso contrario ocurre con el clima crepuscular y melancólico que lo rodea: desde esos cines olvidados donde se proyectan sus películas hasta su propia casa en la que aún se conservan los ya extintos vhs. Por eso Maytland como proyecto documental hubiese sido más atractivo que como la ficción que termina siendo. El relato focalizado en el director recorre el ocaso de un realizador que sueña con su película más ambiciosa y no encuentra el apoyo para producirla (buena elección de casting el facha Martel como productor oscuro) ya que el paradigma reinante del cine porno no contempla historias ni argumentaciones y mucho menos contextos políticos. De ahí el término Exxxterminio (asi se llamaba su último proyecto) no sólo para contextualizar una historia de amor y sexo en la época de los años de plomo con una militante torturada por un grupo de tareas que es rescatada por otro compañero que la había conocido en la proyección clandestina de La hora de los hornos, sino el del cine porno argentino que con esta elegía fallida e irregular le dice adiós a un director diferente.
Parafraseando a uno de los personajes del film, la ópera prima de Lucas Blanco puede resumirse en mitades que lamentablemente no logran amalgamarse nunca más allá de los forzados intentos que pretenden hacer del azar y del destino dos energías que motorizan la acción. Mitad drama intimista con climas logrados; mitad ensayo sobre el tiempo y las ucronías; mitad cine de autor con fuertes influencias nouvellevagueanas...
Santos y pecadores El cine de Marco Bellocchio siempre se caracterizó desde un lugar de resistencia tanto en el empleo del arte en su carácter de modo de expresión como en lo político en relación a las ideas y temáticas abordadas desde sus inicios. Sus obsesiones concentradas en tres pilares como la familia, el estado y la religión se reiteran a lo largo de una filmografía que comprende más de treinta títulos, siendo Vincere su más reciente trabajo. También se puede rastrear en cada film del realizador italiano (nacido en Piaccenza y educado en el colegio de los salesianos) un personaje que se erige como héroe o paria dentro de los sistemas de poder y con fuertes convicciones de orden moral -o simplemente políticas- que lo llevan a enfrentarse contra las instituciones más sagradas; quizá representante simbólico de un mundo que ya no existe, con valores arrasados por el pragmatismo y la derrota de las utopías del Mayo francés. La hora de la religión (2002) no se aleja ni un ápice de la poética del director de El diablo en el cuerpo, ni de sus tópicos anteriormente citados, dado que el protagonista Ernesto Picciafuocco (Sergio Catellitto) es un pintor que se entera tardíamente sobre la posible canonización de su asesinada madre como parte de una estrategia familiar que busca ciegamente aprovechar la tragedia para obtener un rédito económico. Para conseguirlo orquesta una suerte de conspiración a fin de convencerlo y persuadirlo de que cambie su condición de ateo y adopte al catolicismo para evitar todo tipo de sospechas, cuando el asesino es nada menos que su propio hermano. El ateísmo y la tozudez del artista son casi militantes, tan férreos como sus convicciones éticas y su constante lucha personal para no caer en la hipocresía y enseñarle a su hijo un camino de coherencia, signo de la única libertad a la que puede aspirar en una Italia fragmentada y envenenada por la impostura y el capitalismo, que también lucra con la fe. Así, a fuerza de una gran capacidad de síntesis y un manejo sutil de la ironía, Marco Bellocchio descarga su mirada crítica sobre la religión institucionalizada en la figura de obispos y representantes del Papa que buscan el testimonio de Ernesto y de su hermano Egidio, quien fuera responsable del matricidio y en el presente permanece internado en un hospital psiquiátrico, para construir a la santa sin siquiera conocer la verdadera biografía ni la historia de la mujer. Esa hora a la que hace referencia el titulo se refiere a la hora de catequesis del colegio donde asiste Leonardo, hijo de Ernesto, con quien mantiene una franca relación padre-hijo y en quien se depositan todas las esperanzas futuras, ya sea convirtiéndolo en el nieto de una santa mártir para el caso de la familia o en un libre pensador, heredero de un legado paterno, en constante rebeldía contra lo instituido. Decir que este film es anticatólico por su enfoque controvertido no es significativo tratándose de un personaje que defiende frente a todas las hipocresías una fe y conducta que, incluso, pueden conducirlo a la propia destrucción; al propio fracaso existencial como persona y padre, por sobre todas las cosas. Por eso, no resultaría exagerado encontrar en esta bella obra una importante marca de espiritualidad, algo que desde la fuerza de las imágenes y la tensión dramática, expuesta por una labor actoral impresionante de Sergio Castellito, no hace otra cosa que contagiar a un espectador pasivo que frente a un cine de tanta calidad no podrá resistirse.
La revolución de los pobres Era predecible, tratándose de Robert Rodriguez, que ese trailer falso que unía en Grindhouse (2007) a Planet terror y Death proof contara con todos los ingredientes para convertirse en largometraje en el futuro. El atractivo de ver a Danny Trejo empuñando un machete, esa arma rústica y simbólica de una clase social marginal, ya significaba demasiado como para perder la posibilidad de convertirlo en una historia. Ahora bien, lo que nunca nos hubiéramos imaginado tras ese trailer era que detrás de una película clase B orientada al puro entretenimiento se pudiese deslizar a cuenta gotas un planteo político y tan vigente en nuestros tiempos como el de la lucha de los inmigrantes ilegales mejicanos, utilizados como moneda de cambio por los Estados Unidos en iguales proporciones desde la derecha y desde la izquierda, y que en definitiva ocupa hoy uno de los pilares de la política exterior del imperio yanqui y de la agenda del presidente Obama. Si a eso le sumamos que el inimputable Robert De Niro haga las veces de político derechoso que mata ilegales por diversión y al temible Danny Trejo como un mejicano justiciero y revolucionario que unirá a los desposeídos en una revolución a puro machete, metralleta y autos viejos, la diversión está garantizada. Machete se asume desde el primer minuto por su propuesta estética como homenaje al cine clase B, planteando una historia absolutamente lineal que busca el pretexto ideal para deleitar a la platea con gore, algo de sexo y mucho humor en dosis adecuadas, que se valen de la autoparodia como un recurso inteligente y potable para esta ocasión. Al resto del elenco se le suman la sexy Jessica Alba, quien juega el rol de policía mejicana honesta en un mundo corrupto y la dura Michelle Rodriguez en un doble personaje que por motivos obvios no revelaremos. Si a eso le agregamos como frutilla del postre a este convite de violencia y grotesco -dirigido aceptablemente por el realizador de El mariachi junto a Ethan Maniquis- las participaciones de Steven Seagal, Don Johnson y Lindsay Lohan, todos riéndose de sí mismos, el atractivo es lo suficientemente fuerte como para pasar un grato momento.
Más allá de todos los lugares comunes, como el del asesino redimido que pretende abrazar la fe y purgar sus pecados, en el caso de este film de mediocre factura eso no sería tan grave. Sin embargo, si a semejante despropósito se le suman malas coreografías de batallas, efectos especiales de cuarta y una trama lineal y poco espectacular realmente estamos ante una de aventuras para el olvido que nos dispara la siguiente pregunta: ¿por qué se estrenan en pantalla grande estos bodrios?
Una película que no funciona cuando intenta ser minimalista y mucho menos al adoptar todos los convencionalismos del cine mainstream. La bajada de línea militarista es tan absurda como su guión y los efectos especiales bastante baratos como para justificar semejante despropósito. El resultado está a la vista...
Sin encontrarnos frente a un gran melodrama italiano, es justo decir que esta historia de infidelidades que pone el ojo en el desgaste de la pareja y la necesidad del cambio, mantiene el ritmo y la tensión suficiente como para no agotar al espectador porque dosifica inteligentemente situaciones cotidianas y diálogos que no resultan forzados ni explicativos, todo ello sostenido en gran parte por una prolija dirección y un elenco a la altura del convite...