Solamente faltaba Bruce Willis El titulo de esta nota no es un eufemismo ya que se aplica perfecto a este mediocre melodrama lacrimógeno para quinceañeras, con atajos sobrenaturales, para justificar lo injustificable: una penosa historia de fantasmas protagonizada por el carilindo Zac Efron. Como parte del relato de Más allá del cielo gira en torno al mundo de la náutica, podríamos decir que el film de Burr Steers (responsable de 17 otra vez) navega por las profundidades de la obviedad al utilizar la fórmula reiterativa de la culpa del sobreviviente que busca redención. En este caso, la victima de semejante karma es Charlie (Zac Efron) que en plena etapa de crecimiento y vida exitosa sufre la pérdida de su hermano menor Sam (Charlie Tahan) -ambos eran muy apegados a partir de la muerte de su padre- tras un fatídico accidente automovilístico en el que el protagonista vuelve de la muerte luego de la resucitación de los paramédicos, encabezados por un avejentado Ray Liotta. Semejante golpe emocional lo condena a una vida gris como cuidador de un cementerio, salvo en los momentos de contacto con el espectro de su hermano menor, con quien juega al baseball todas las tardes. Esa atadura, a partir de una promesa, no le permite a Charlie avanzar y dar vuelta la página de su existencia hasta que se cruza en su camino Tess, una simpática y atractiva amante de los barcos a vela que lo vuelve a conectar con su antigua pasión. La falta de tacto en la dirección y la superficialidad al abordar la temática de la relación entre los hermanos; el duelo de la pérdida y las segundas oportunidades son apenas un escollo en una trama repleta de diálogos explicativos, frases hechas y relato cursi que junto a los incontables segmentos donde la luz blanca invade la pantalla y a los primeros planos de Efron (para que suspiren las chicas y porqué no algún que otro chico) generan en cierto tipo de público la necesidad de pedir a gritos un salvavidas antes de que el velero Hollywoodense choque contra un iceberg de realidad.
Tristán Bauer logra penetrar en la intimidad del revolucionario argentino a partir de la exposición de su voz mediante textos y cartas inéditas que forman convincentemente un retrato cabal de Ernesto Che Guevara, sin ensayar reflexiones sobre su gesta revolucionaria y sus contradicciones en lo estratégico pero haciendo foco en su pensamiento político como plataforma discursiva imperiosamente atada a un contexto histórico que hoy resulta lejano y poco reproducible en Latinoamérica. Más allá del enfoque didactista, resulta atractivo como documento y como documental...
Un verdadero ejercicio de puesta en escena y lenguaje cinematográfico en un film atrapante, que con muy pocos recursos alcanza niveles de tensión envidiables para propuestas de este género en donde se destaca, sin lugar a dudas, el ajustado trabajo del actor Ryan Reynolds quien aporta una cuota de dramatismo al ya claustrofóbico relato pergeñado por el español Rodrigo Cortés...
Fotos del alma Para María Larssons (Maria Heiskanen, soberbia interpretación) el azar era tan inmodificable como el destino. Es que en la Suecia de 1900, el rol de la mujer (y más aún tratándose de la clase trabajadora) se circunscribía únicamente al cuidado y crianza de los hijos y a estar siempre dispuesta a los caprichos de un marido. Por eso, fiel a esta tradición, María no tardó en acumular niños (llegó a tener 7) y tampoco en tener que aguantar un alcoholismo incipiente de su esposo Sigfrid Larsson (Mikael Persbrandt). Sin embargo, un premio de lotería que consistía en hacerse acreedora de una cámara fotográfica hará que de a poco la protagonista comience a descubrir de manera intuitiva un mundo diferente, que sólo exige renovar la mirada. Sobre ese eje de transformación, a partir de la mirada de María Larssons –abuela política del director Jan Troell en la vida real- gira la trama de Momentos que duran para siempre, multipremiada obra que recién ahora llega a las salas porteñas en cuentagotas y que reconstruye la rica biografía de esta mujer que puede considerarse para la época demasiado valiente al intentar transformarse -sin preparación alguna- en una verdadera fotógrafa, que mediante sus imágenes dejó plasmada toda una época en sintonía directa con los primeros pasos del cine mudo. Hay dos elementos en los cuales acierta el veterano realizador danés: el desapego oportuno de la voz en off ya que quien narra la historia es Maja (Birte Heribertsson), una de las hijas de María que heredó de su madre el temperamento y el gusto por la fotografía y, por otro lado, la renuncia expresa al punto de vista unidimensional para mezclar el juego de miradas entre los personajes, pues María observa pero también es observada y juzgada tanto por la censura de su marido como por la de su entorno más próximo. Otro acierto lo constituye la mínima presencia de la guerra (Primera Guerra Mundial) como trasfondo y puesta siempre en un segundo plano, así como la historia de amor trunca entre María y un fotógrafo Sebastian Pedersen (Jesper Christensen), responsable de su transformación artística y personal. No obstante, más allá de la excelente fotografía del propio realizador Jan Troell junto a Mischa Gavrjusjov, la película nunca pierde su carga de dramatismo y emotividad que junto al tratamiento de la imagen impregnada de tonos sepias generan como resultado una propuesta de una gran riqueza visual y ajustada narración cinematográfica.
El colmo de una lésbica Esta elogiada comedia en Sundance y reverenciada por la crítica internacional se queda a medio camino entre una peli indie y una comedia conservadora norteamericana de las de siempre. Más allá de esta premisa, resulta inmejorable el trabajo de Annette Benning y Julianne Moore. Ambas componen a esta pareja de cincuentonas lésbicas sin caer en los arquetipos pero manteniendo las características en la diferenciación marcada de los roles, llevándose Benning la parte masculinizada del grupo. Nic es la proveedora de la familia, ya que es la única que trabaja mientras que Jules (Moore) aporta el costado femenino, sumiso y vulnerable ante la primera crisis de pareja. Los problemas de Nic y Jules en la dinámica de pareja son exactamente iguales a los de cualquier otra heterosexual: el desgaste, la desatención y la necesidad de explorar sexualmente con otra persona en el caso de Jules ante la frialdad de Nic, más concentrada en mantener el orden en la casa y en el trabajo. Hasta aquí, Mi familia, de la directora Lisa Cholodenko, no plantea nada descabellado, salvo la incursión de otro nudo conflictivo a partir de la acción de los hijos de la pareja: Joni (Mia Wasikowska, la protagonista de Alicia… de Tim Burton) y Laser (Josh Hutcherson), ambos nacidos por inseminación artificial y con la inquietud de saber quién ha sido el donante para poder conocerlo, no en pos de la trillada búsqueda de un padre ausente sino como parte de la rebeldía del menor en una familia prototípica que, pese a estar integrada por dos mamás, representa la falsa apertura de criterio mental tras repetir costumbres y hábitos conservadores. Así las cosas, Joni encuentra al donante, Paul (Mark Ruffalo), un soltero que abraza la corriente naturista y es dueño de un restaurant, con quien rápidamente entabla una relación al punto de llevarlo a conocer a sus madres, quienes recibieron su esperma muchos años atrás. La llegada del extraño -como es lógico- trae consigo conflictos generacionales; revela la crisis matrimonial encubierta y alimenta expectativas en cada miembro al tratarse de un individuo que parece más liberal y bondadoso de lo que realmente puede soportarse, poniendo en jaque el control que ejerce Nic, tanto sobre sus hijos como sobre Jules. El problema de Mi familia (traducción poco lúcida del original The kids are allright) es básicamente conceptual, dado que Lisa Cholodenko no acierta en el tono elegido al carecer de humor para dar lugar a la ironía al poner en juego valores intocables como el de la familia nuclear y el de los matrimonios heterosexuales, quedándose a medio camino del conservadurismo al introducir un costado melodramático pero no por ello menos auténtico, donde deja que afloren los sentimientos de cada personaje.
Un más que meritorio debut del director Miguel Cohan, también responsable del guión junto a su hermana para una película que además de contar con un elenco notable, grandes secundarios y un Leonardo Sbaraglia y la promesa del joven Martín Slipak que se sacan chispas, aborda -como pocas veces se ha visto en el cine argentino- los dilemas morales ante las situaciones límites haciendo eje en las responsabilidades individuales sin cargar las tintas sobre el sistema; y por sobre toda las cosas sin caer en discursos facilistas y demagógicos sobre la justicia o la culpa.
Sugestivamente hitchockiana y con una trama precisa que acumula vueltas de tuerca sin resentirse y sin perder el eje, este segundo opus del actor devenido director Guillaume Canet conserva la esencia de los buenos policiales franceses y, pese a su llegada con cuatro años de atraso a las pantallas locales, es una ocasión inmejorable para encontrarse con el buen cine europeo.
Imágenes Paganas Quizás con la misma precisión y poder de síntesis con el que lograba extraer en un plano con su cámara Bolex la esencia de las personas y no personajes, el realizador argentino Jorge Prelorán escribía en ‘Conceptos éticos y estéticos en cine etnográfico’ lo siguiente: “En el cine es mucho más interesante enfocar la atención sobre individuos que puedan ser reconocidos y seguidos a lo largo de la película. El axioma que ‘el hombre gusta de observar al hombre’ implica que una documental será recordada con mucho más claridad si está basada sobre individuos con nombres y apellidos, opiniones y problemas personales con los que podemos identificarnos, en vez de generalizaciones como ‘gente’, ‘comunidades’ o ‘sociedades’. Y de esas historias de la Argentina profunda que nadie conocía allá por los años 60 y 70, Jorge Prelorán comenzó a encontrar un estilo que recibió con el tiempo el nombre de etnobiografías, es decir, la idea de reflejar una cultura o grupo social a través de la voz de un individuo a lo largo de los años. Esa particular mirada sobre el Otro; sobre su pensamiento y filosofía de vida, sin el prejuicio culturalista o antropocentrista, es lo que a lo largo de 50 años de incansable tarea, recorriendo el noroeste argentino mayormente pero también en Ecuador, significó para el documentalista argentino, -quien debió exiliarse a Estados Unidos en la época de la sangrienta dictadura- un reconocimiento internacional por parte de sus colegas, mientras que en su país de origen su cine prácticamente era desconocido y lo que es peor aún muy poco valorado. Si bien es cierto que en el 2007 recibió un Astor por su trayectoria en el festival de Mar del Plata y otras condecoraciones simbólicas, como siempre ocurre en Argentina estas muestras de respeto y admiración llegaron tarde. De esos pormenores y de la filosofía de vida de Jorge Prelorán se nutre gran parte del documental, Huellas y memoria de Jorge Prelorán, dirigido por Fermín Rivera a lo largo de casi 4 años en la última etapa de su vida (Prelorán murió el año pasado a los 75 años, víctima de un cáncer). Fiel a las enseñanzas de su maestro, Fermín Rivera comienza su película con una suerte de planteo ético frente a cámara al preguntarle a su entrevistado si se siente cómodo para obtener inmediatamente como respuesta un rotundo no, producto tal vez del pudor de ser observado por una cámara. Y entonces, casi imperceptiblemente, quien toma la posta del documental de Rivera es el mismísimo Jorge Prelorán, multiplicándose en el discurso espontáneo y sincero en un repaso por su vida (acompañada de material de archivo, fragmentos de sus obras y testimonios de sus allegados y amigos) desde los recuerdos y las reflexiones sobre esos recuerdos. Así, persona y personaje se funden en un mismo sujeto que lejos de convertirse en objeto de estudio del documental de Rivera eclipsa, en el mejor sentido del término, a su observador y le permite al espectador –tanto al que lo conocía como al que no había oído nunca hablar de él- ir descubriendo a una persona de un humanismo y humildad poco frecuentes, que supo hacer de su cine una experiencia de vida -tal como alguna vez se le escuchó decir- así como le costó el alejamiento con su hija dejando un legado no sólo para los amantes del cine sino también en la gente que protagonizaba cada historia de miseria, de injusticia, pero de riqueza espiritual y de profunda enseñanza de vida que sólo la cámara de Prelorán pudo registrar. La enseñanza de Prelorán como la de Rivera, lejos de aferrarse a la inmediatez de vivir del cine o para el cine persigue, incansable pero convencida, la idea de que cada cosa que se hace o crea tenga un sentido y cambie aunque más no sea un poquito las apariencias de un mundo que guarda la misma indiferencia con las personas marginadas que con los verdaderos artistas.
Una historia sencilla contada desde la mirada de una niña de unos 9 a 10 años resulta siempre atractiva porque no peca de infantiloide pero celebra con absoluta honestidad intelectual la ingenuidad y el universo infantil con una frescura poco frecuente. Ese es el caso de este mágico film de Hippolyte Girardot y Nobuhiro Suwa, que desarrolla con gran sensibilidad e inteligencia el conflicto de la separación de los padres desde el punto de vista de Yuki, una temperamental niña que intenta crecer como puede y entender el mundo de los adultos sin olvidarse de su tránsito de infancia hacia una etapa de madurez más compleja...
De la miseria a las miserias del poder El estreno de Lula, el hijo de Brasil, del cineasta Fabio Barreto suscitó en su país de origen tantas expectativas de taquilla como enojos por parte de los políticos opositores y una tibia recepción en las esferas sindicalistas y en aquellos que compartieron con el actual presidente la lucha obrera desde las filas del Partido de los Trabajadores, que tras cuatro intentos en las elecciones presidenciales logró ubicarlo en la máxima posición, con un Gobierno que en el mes de octubre deberá entregar -con dos mandatos consecutivos- a su sucesora Dilma Rousseff, su actual jefa de gabinete, favorita en todas las encuestas. Es cierto que la aparición de numerosas empresas patrocinadoras del film (muchas de ellas cerraron grandes contratos con el gobierno de Lula) desde los créditos iniciales hasta el tono épico que atraviesa la trama podría despertar sospechas sobre las intenciones finales de concebir justo en estos tiempos un film sobre la vida de un presidente vivo y en ejercicio. Ni los norteamericanos se atrevieron a hacerlo con Obama todavía, así que podría decirse que la apuesta del cine industrial brasileño con esta mega producción más cara de la historia de su cine (no se ponen de acuerdo si costó 8, 10 o 12 millones de dólares) es un hecho de relevancia más allá de las polémicas políticas de la coyuntura que en todo caso entraría en el terreno extra cinematográfico. Así como el hecho que luego de estrenarse en enero en Brasil, su director casi pierde la vida en un accidente automovilístico. Ahora bien, el resultado de taquilla en el país carioca estuvo muy por debajo de lo esperado, quizá justamente por la proximidad entre la película y la actividad cotidiana de un presidente que conserva altos niveles de imagen positiva en la mayoría de los sectores populares. Si bien es cierto que el film de Fabio Barreto abarca desde la infancia de Luis Inacio Lula da Silva hasta sus primeras incursiones en el campo de la política desde su actividad sindical en el gremio de la metalurgia, la figura de mayor peso en este relato no es otra que la de su madre Lindú (Glória Pires), a quien el propio Lula le dedicó su triunfo electoral (cabe aclarar que ella falleció estando él en la carcel en la época de la dictadura) cuando se alzó con la presidencia de Brasil ya en plena democracia. Gracias a ella pudo salir, junto con sus hermanos, de la miseria del nordeste a la riqueza de Sao Pablo en busca de trabajo y un techo digno. Ese derrotero de oficios, (fue lustrabotas, vendedor de helados, entre otras cosas) adversidades (viudo a temprana edad con la pérdida también de un hijo) y una obsesiva voluntad y auto superación definen la personalidad del joven Lula en su carácter de líder carismático y sensible, cualidad que lo llevó a lo más alto del poder político. Todos estos rasgos aparecen exaltados en la película que se estructura en base a un orden cronológico prolijo y sin sobresaltos, con una ajustada dirección y escaso material de archivo que Barreto inserta inteligentemente sobre todo en la etapa de la lucha sindical donde puede palparse, desde el guión coescrito por Fernando Bonassi, Denise Paraná y Daniel Tendler, la oratoria justa y clara del joven Lula, capaz de convencer a miles de obreros de parar las actividades en tanto y en cuanto sus condiciones de trabajo no mejoraran en la que es sin duda la secuencia más lograda del film. No obstante, puede sostenerse como argumento crítico que el personaje interpretado con solvencia por el inexperto Rui Ricardo Díaz no presenta contradicciones ni flaquezas y es evidente que está muy lavado como suele ocurrir en toda biopic. Lula hijo de Brasil no es un film al que pueda rescatársele un valor cinematográfico pero tampoco da la sensación que sea un artificio propagandístico de dos horas con visos de campaña electoral porque el retrato humano y conmovedor de un hombre común está presente. El retrato de un hombre que enfrentó la miseria aspirando a un futuro mejor, a fuerza de trabajo y con la inclaudicable lucha por los derechos de los que menos tienen, no es un acto de demagogia sino de humanismo pese a quien le pese. Podría decirse entonces que cinematográficamente el film habla también de la miseria, esa que el presidente intentó aniquilar con planes de gobierno y gestiones que apuntaron a reducir el hambre a cero y permitió así a millones ascender en la pirámide social pero también por reflejo expone extra cinematográficamente otra miseria: la miseria del poder.