El viejo truco del gato y el ratón La receta aplicada de la persecución del gato y el ratón encuentra en El caza recompensas, comedia romántica con esbozos de intriga policial, pocos atributos para destacar. El director Andy Tennant, prolijo en la dirección, apela al carisma de la pareja protagónica integrada por Jennifer Aniston y Gerard Butler (quien tras su paso por La cruda verdad demostró sus gracias y ductilidad para este tipo de papeles) para sostener una historia que más allá de sus vueltas de tuerca no aporta demasiado. Nicole es una periodista de investigación que sigue la pista de un enigmático suicidio relacionado con drogas y corrupción policial; Milo (Gerard Butler) es un ex policía que ahora se gana la vida persiguiendo deudores o prófugos de la justicia a cambio del cobro de una recompensa. Por eso, cuando le proponen atrapar a una mujer y llevarla a la corte no duda un segundo en aceptar el encargo. Sin embargo, su presa no es otra que su ex esposa Nicole (Jennifer Aniston), la periodista en cuestión, quien faltó a la audiencia judicial al ser citada por un accidente con la policía por abocarse a su tarea periodística. Como un viejo zorro, Milo da con el paradero de ella y así comienza para ambos un seductor juego de cazador y presa que los obligará a reencontrarse y replantearse si haberse separado no fue un error. Algo de vértigo, matizado con algún que otro gag sin llegar nunca a la carcajada, el film de Andy Tennant apenas alcanza a entretener cuando introduce un poco forzadamente la subtrama policial para el lucimiento de la pareja protagónica. No obstante, la operación resulta demasiado artificiosa cuando se buscan dentro del relato las situaciones propicias para recuperar el romanticismo de la pareja.
En la ausencia del padre No son tanto los estereotipos ni la historia en sí aquellas cosas que fallan en Hermanos (remake norteamericana de la película danesa dirigida por la realizadora Susanne Bier) sino la tensión y la falta de agudeza en el drama, como así también el ritmo que el director irlandés Jim Sheridan imprime a las imágenes. Si bien el creador de Mi pie izquierdo prácticamente trasladó escenas calcadas de la original, resulta innegable el apego a ciertos patrones Hollywoodenses que dan contención al desborde dramático, sin duda el elemento clave del film danés. Así las cosas, el resultado final no supera al de cualquier melodrama con tinte serio por tratar temáticas que se suponen también serias. Al dar por muerto al marine Sam (sobreactuado, Tobey Maguire) tras una emboscada en Afganistán, su hermano Tommy (Jake Gyllenhaal) de a poco comienza a ocupar su lugar: primero con el pretexto de contener y ayudar a la joven viuda (Natalie Portman) en el cuidado de sus dos hijas pequeñas, para finalmente instalarse en el hogar de su hermano desaparecido. Sin embargo, Sam no murió en ese ataque sino que fue atrapado junto a otro soldado; torturado y obligado a cometer un acto aberrante al punto de dejarlo tan trastornado que al regresar a su casa parece un extraño.. Esa es la bisagra que separa la acción dramática y encauza la trama hacia el terreno del drama familiar, cuyo trasfondo no es otro que las consecuencias y las heridas que deja la guerra en un sobreviviente. No obstante, no se trata aquí de manifestar un alegato antibélico, dado que los villanos son los que torturaron a papá y lo volvieron medio loquito; tampoco de reflexionar sobre las rupturas familiares cuando la ausencia del padre deja espacios vacíos y de alguna manera hay que volver a ocuparlos. Pese a estos reparos y comprobando una vez más que las remakes norteamericanas nunca están a la altura de sus originales, el director de En el nombre del padre cumple con su cometido sin desentonar, así como también lo hace un elenco de buenos actores (entre quienes se destaca Gyllenhaal y Sam Shepard en un rol menor) que se adapta a las mínimas exigencias, pero que sin lugar a dudas daba para mucho más.
La inmadura y el judío errante Más allá de la fórmula trillada de la historia de amor entre diferentes edades, cuando en una comedia romántica sólo se recurre al carisma de sus protagonistas y no a las situaciones en sí para quitarle una sonrisa al público, eso quiere decir que estamos en problemas. Ahora bien, si a ese pequeño detalle le agregamos otro aún más significativo como la escatología, o la burla ramplona frente al diferente, resulta más que evidente que no hay ni siquiera una idea interesante para desarrollar algún indicio de comicidad. Amante accidental, título local engañoso para el original que podría traducirse como "el rebote", apela a la receta del encuentro de dos mundos separados no sólo por la franja etaria sino por una manera de relacionarse con la realidad, en un juego de opuestos que se atraen, se separan y finalmente (como no podría ser de otra manera) se vuelven a juntar. Ese par binario lo compone la egoísta y prejuiciosa Sandy y el bondadoso y filántropo Aram, cuya misión en el mundo es ayudar al otro sin pretender nada a cambio. La premisa es sencilla: Sandy (Catherine Zeta Jones) decide mudarse a Nueva York, junto a sus dos hijos pequeños, tras haber descubierto a su esposo con otra mujer. Su nueva aventura como mujer independiente, despechada y necesitada la obliga a buscar un empleo y por eso debe contar con ayuda extra para el cuidado de sus niños. Así, fortuitamente conoce al veinteañero Aram (Justin Bartha) y lo contrata de niñero con el fin de poder comenzar a buscar pareja y de este modo reencauzar su vida. El muchacho, judío con una idishe mame a cuestas y el cantante Art Garfunkel de padre, inmediatamente se gana el corazón de los pequeños y el de Sandy. El amor no tardará en llegar como así tampoco los problemas generacionales que ponen en jaque el futuro de la pareja. El resto no hace falta contarlo porque el director Bart Freundlich (cuyo antecedente más rescatable es haber dirigido varios episodios de la serie Californication, además de ser marido de Juliane Moore) no escatima en desperdiciar celuloide a lo pavo. Zeta Jones cumple en su rol de madurita sexy y Bartha dignifica con sus ocurrencias y miradas de bambi tierno.
Parafraseando al título original, El lado ciego, hay que estar demasiado ciego para no darse por aludido de que esta película es (más allá de sus clichés) una bajada de línea cristiana y republicana del más bajo nivel intelectual. Despojándose de esta pequeña molestia ideológica, la primera pregunta que uno debe hacerse es: ¿por qué estuvo nominada al Oscar y, lo que es más grave aún, a quién se le ocurrió que Sandra Bullock merecía ganarlo como actriz? ¿Será un déjà vu de Erin Brockovich o sólo es la maldición de querer utilizar el drama basado en hechos reales como bastión de la prédica bienpensante norteamericana?...
Familia rota, familia unida No hace falta decir que cuando se trata de remakes norteamericanas de películas europeas se corre con la desventaja del aggiornamiento de las temáticas a la idiosincrasia del pueblo del tío Sam. No obstante, hecha la advertencia, el acercamiento al original siempre queda como asignatura pendiente y uno se queda con la cáscara de algo que de por sí debería ser más profundo e interesante. Ese es el caso de aquella película de Giuseppe Tornatore Stanno tutti bene (1990), protagonizada por Marcello Mastroianni, quien encarnaba a Mateo Scuro, un padre en el último tramo de su vida que tras quedar viudo decide cruzar de Sicilia a distintos puntos de Italia para visitar a sus cuatro hijos con quienes nunca pudo mantener una relación fluida. Así planteada como road movie, el director de Cinema Paradiso iba desmontando, a partir del punto de vista de Mateo, una red de secretos y mentiras que cada uno de los hijos iba sosteniendo a fin de evitar contarle y mostrarle a su progenitor una cruda y triste realidad. Todo ello en el trasfondo de una atmósfera oscura y cínica que se resignificaba con el título del film. Podría decirse que la columna vertebral del relato de Tornatore le vino como anillo al dedo al director y guionista Kirk Jones para contar una historia de recomposición de lazos familiares, encaminada al rescate de valores en una época donde todo parece fragmentado, disgregado y fracturado no sólo por las crisis sociales sino por los cambios de paradigmas culturales que ponen en jaque la estructura de la familia nuclear como parte de la base de una comunidad. No es casualidad, entonces, que el personaje de Robert De Niro haya trabajado en su juventud -y durante casi toda su vida- en la fabricación del cableado telefónico cubriendo con PVC los alambres de cobre y jactándose de haber alcanzado una cifra récord para el sostén y confort de su esposa y cuatro hijos. Es precisamente la falta de comunicación con ellos el eje central de la historia y el sacrificio paterno para que cada uno consiguiera realizarse y ser feliz. Los hijos de David son quienes, tras la reciente muerte de su madre, parecen haberse olvidado de aquél, justificándose siempre con excusas para evitar un reencuentro. Es por ese motivo que David Goode (De Niro) toma la decisión de caerles por sorpresa a cada uno de ellos. De este modo se desplaza en un largo viaje que lo llevará primero a Manhattan en busca de su hijo predilecto, David. Luego pasará por Chicago para encontrarse con Amy (Kate Beckinsale), la publicista que tras la inesperada llegada de su padre no puede ocultar su crisis conyugal. Después llegará el turno de arribar a Denver, lugar en el que Robert (Sam Rockwell) ensaya con una orquesta municipal y se encarga de tocar los timbales en vez de dirigirla, tal como su padre lo imaginaba. Finalmente terminará su periplo en Las Vegas -sufriendo un contratiempo clave para la historia- a ver a su hija Rosie (Drew Barrimore), quien se supone es una bailarina prestigiosa que ha logrado una carrera muy importante. Con cada uno de ellos intentará mantener un diálogo franco pero siempre con la intuición de que ninguno le transmite sinceridad y confianza hasta el punto de preguntarse realmente quiénes son ellos y cómo lo ven a él. Pero lo más importante nunca se concreta porque David Jr., el predilecto, el artista, ha desaparecido de la faz de la tierra y cierto presagio de tragedia gira en torno a su ausencia. Planteada como una road movie en donde cada parada simbólicamente responde a la recomposición de una cadena de afectos familiares, el realizador Kirk Jones logra un relato que si bien no presenta dobleces en la construcción dramática tampoco se aleja de las fórmulas más conocidas, siempre amparándose en la correcta actuación de De Niro y un elenco de nombres convocantes para seducir al gran público. Sin embargo, esos méritos se ven empañados por una poco lúcida idea de puesta en escena con fines de pretexto confesional para ir revelando aquellas mentiras; así como la redundancia de recursos visuales, entre ellos aquel de mostrar a los hijos cuando eran pequeños en cada reencuentro de David. Por eso, lejos de la opacidad que atravesaba al film de Tornatore, esta versión edulcorada con sello norteamericano se guarda para los minutos finales la impronta aleccionadora, complaciente y aliviadora comprobando que la sola excusa de hacer remakes obedece a la mera especulación comercial.
Una más que interesante distopía animada que recoge influencias tanto en lo conceptual como en lo narrativo de películas como Terminator, pasando por 1984 y hasta Brazil de Terry William, por citar sólo algunas. La animación presenta texturas muy atractivas visualmente y la impronta Burtoniana se respira en cada plano, como así también el apego -filosófico- a elementos de la religión judeo-cristiana y sobre todo de la cábala. Si bien el resultado final no concreta todo lo que se propone desde el comienzo (y haciendo la salvedad que no está destinada al público infantil) se puede concluir que el film es más que atendible y vale la pena acercarse...
Una película chiquita que se agiganta debido a la descollante performance de Jeff Bridges, también justo merecedor del Oscar tras cuarenta años de carrera y en el silencio absoluto para la Academia. Si bien la historia transita por la carretera de los lugares comunes, la sólida dirección de este joven debutante la sostiene en velocidad crucero sin exabruptos y con algunos momentos de verdad que arrancan el aplauso, coronados por una excelente banda sonora...
Una comedia romántica que resume lo insípido que está Hollywood al encarar este tipo de proyectos. Y lo que es más grave aún, la arremetida de la corrección política disfrazada de buenas intenciones. Chistes viejos, un argumento poco verosímil, tanto como la química entre la pareja protagónica: Hugh Grant haciendo de sí mismo (como siempre) y Sarah Jessica Parker parece nunca haber abandonado a su personaje de Sex and the City...
La ira del Khan Los estrenos de la cartelera en dvd ampliado (que algunos cines exhiben cobrando el mismo valor de la entrada como si se tratara de una copia en 35 mm) son y serán motivo de polémica entre quienes sostienen el argumento de la posibilidad de tomar contacto con títulos poco comerciales y aquellos que, en defensa de la calidad de la imagen, consideran a este punto un tanto endeble. Más allá de tomar una posición por uno u otro bando, es justo decir que no todas las películas ampliadas en dvd resisten, en términos cinematográficos, este formato hogareño y realmente pierden total sentido en cuanto a calidad de imagen, sonido y nitidez. Por esas incongruencias de los distribuidores locales llega con dos años de atraso Mongol, film del director ruso Sergei Bodrov, financiado con capitales rusos, kazajos y mongoles que reconstruye los primeros años de la vida de Genghis Khan, quien se convirtiera tras vencer en una épica batalla a su propio hermano, en emperador de Mongolia y luego -con el correr de los años- en prácticamente de la mitad del mundo, extendiéndose su imperio por toda Asia y Europa. Si había algo que precisamente justificara el estreno de esta película de segunda línea, sin lugar a dudas era su despliegue visual; su bella fotografía y el lucimiento de sofisticadas panorámicas, así como grandes movimientos de extras en las escasas secuencias de batallas. Pero lamentablemente estos elementos se ven gravemente disminuidos en la proyección que no sólo no deja apreciar las bondades del cinemascope, sino que por contar con una baja luminosidad hace por momentos bastante tediosa su visión. La historia, esquemática y convencional, se instala en dos períodos históricos que se yuxtaponen entre tiempo presente y flashbacks: el de la infancia del niño Temudjin, quien a los nueve años viaja con su padre para elegir a su futura esposa y al regresar debe soportar la pérdida de su progenitor, envenenado por el clan enemigo, y luego padecer tras el vacío de poder los castigos propinados por los traidores al régimen de su padre, para quienes jura venganza en el futuro. El segundo segmento lo compone lo que podría llamarse la juventud del protagonista, donde se siembra el germen de lo que -tiempo después- se transformaría en un gran guerrero y emperador. Salvo algunas escenas de acción bien filmadas y un correcto trabajo de los actores principales en las situaciones dramáticas, no hay mucho para destacar de esta biopic enfocada en el culto al personaje, con una innegable mirada complaciente e idealizada (como la que tuviera Mel Gibson con su William Wallace de Corazón valiente). Si bien se ha dicho que ésta es la primera entrega de una trilogía sobre la figura del Emperador mongol, lo cierto es que a dos años de su estreno aún no ha habido indicios por parte de los productores y su director de una secuela que estaría basada en el apogeo del imperio, para terminar en una tercera parte focalizada en la decadencia. Por ahora es lo que hay y eso es realmente poco.
¿Hasta dónde puede llegar la culpa y los miedos a la locura? El director de Taxi driver, fiel a sus tópicos de la paranoia, los terrores internos y la cinefilia rabiosa, se sumerge en este laberinto de encierro a puro nervio narrativo; recuperando, incluso, el tono de los policiales negros de los años cincuenta junto a la imaginería del cine B en una -por momentos- magistral clase de cómo se desarrolla cinematográficamente un punto de vista. Leonardo Di Caprio entrega una de sus mejores interpretaciones, acompañado de un elenco de lujo. Perturbadora, polémica, valiente, hipnótica y fascinante...