El infierno de los beligerantes. La multi premiada, y reciente nominada a los Golden Globe, The Hurt Locker, es una cruda y bastante creíble historia sobre el día a día de un escuadrón del ejército estadounidense, situado en Irak, encargado de desmantelar las amenazas explosivas puestas por el enemigo. Este rudo filme dirigido por Kathryne Bigelow, si bien está realizado con mano muy profesional y una capacidad de verosimilitud llevada al límite, es portador de un mensaje bastante fuerte respecto a la obsesión norteamericana por entrar en guerra. Abre el telón con una frase de Chris Hedges: "la guerra es la droga de los hombres". El problema es cómo se utiliza ese mensaje. ¿La historia trata de poner en pantalla la pesadilla vivída por los soldados de la Armada americana, o intenta enviar un mensaje subyacente sobre lo que debiera sentir todo estadounidense que se haga llamar patriota? No sé, no me cerró. La belicosis está llevada al extremo gracias a una imponente puesta en escena, una fotografía sensacional y un par de caracterizaciones avasalladoras por parte de Jeremy Renner (encarnando al Sgt William James) y Anthony Mckie (interpretando a Sanborn). También vale remarcar quizás la mejor escena de la película, con la aparición de Ralph Fiennes, quien junto a otro grupo de guerrilleros se bancan un tiroteo en el desierto que dura como 15 minutos, donde todo el realismo, el impacto y la crudeza son llevados al máximo por la señora Bigelow, tal vez hasta su momento cumbre, con el desenlace de dicha secuencia. En general el reparto está bien, aunque lamentablemente todos son un montón de personajes estereotipados -el blanco que se las sabe todas, el negro rudo pero que en el fondo siente admiración por el puesto que ocupa el blanco, el pendejo asustado que aún así tiene una puntería que da miedo, el coronel típico de oficina que por hacerse el macho termina como termina, e, infaltable, la historia de la familia en la espera eterna como trasfondo. Ahora, ¿sirve de algo todo eso? ¿Es The Hurt Locker tan buena como dicen que es? Para mí, no. Es una más de guerra que otra como, por ejemplo, Saving Private Ryan, no tiene nada que envidiar. Pero a esto agregémosle una dosis de mensaje beligerante con contexto infernal, digno de aplauso por parte del guionista, pero reprobable en cuanto a la ideología. Son filmes como estos los que avalan un Premio Nobel de la Paz para Obama, los que admiten como algo natural del ser humano algo tan desquiciado como la poca compasión por un hermano de otro país, que la muerte es sólo un componente más para el mensaje. No importa si son demócratas o republicanos: es de patriota ir a la guerra, es típico del humano matar por su país. La reflexión final por parte del personaje de Renner es una muestra viva de esta hipótesis. No queda nada por aclarar. Quizás se lleve todos los premios por una cuestión política, aunque no vamos a negar que la película está muy bien hecha. Aún así, no es digna de llamarse la obra maestra que muchos dijeron que es. Por lo menos lo dice este humilde comentarista, que no cree que sea algo propio de su modus operandi humano lo que en The Hurt Locker dicen que sí es.
Ínfulas de pasión Con una ambientación muy formal y que no sobrepasa los cánones de lo políticamente correcto, nos llega este anodino drama romántico con aspiraciones a tocar la puerta del corazón cerrado con candado de algún espectador que logre conmoverse con esta historia teenager, aún cuando la dirección de Lone Scherfig es muy buena y la actuación de la joven y bella Carey Mulligan sea excelente. ¿Qué me atrapó del filme? Practicamente nada. La historia, al finalizar, resulta ser un retazo de la vida de una niña cegada por una vida reprimida, principalmente ocasionada por su conservador padre, que vive demasiado pendiente del qué dirán y apunta, más que a un futuro digno de su hija, a una comodidad lograda por las buenas conexiones superpuestas a esa "educación" tan discutida (digamos) en la Londres de los '60 y retocada con perfume francés y sueño liberal en esta cinta. Tanta filosofía barata, maquillada por el buen apartado técnico, termina por seducir a un espectador que quizás se encuentre atrapado en los primeros 30 minutos de metraje (Scherfig no pierde tiempo, y manda toda la carne al asador en el minuto 5), pero que después verá como todo se termina disipando solo, por culpa de un final malogrado y absurdo, demasiado tierno para la crudeza que merecía el relato, actuado medianamente bien por un reparto demasiado global como para ponerse de acuerdo con el acento inglés. El papel de Alfred Molina es aceptable, así como el de Cara Seymour, y el de Olivia Williams interpretando a la señorita Stubbs. Quizás el personaje más significativo sea el de la directora del colegio, que logra ponerse en el papel de juez entre tanta irreverencia y petulancia por parte del gran papel encarnado por Mulligan, cuyo personaje se roba todos los planos. Peter Sarsgaard está muy pobre en su actuación, desilusionando completamente. No está a la altura del que quizás sea el personaje más importante de la historia, después de la joven Jenny, claro. En fin, tenemos un muy buen desempeño en la dirección de arte y fotografía, con bellísimas tomas, así como la musicalización y el vestuario. En cuanto al guión, voy a ser menos permisivo y le doy un regular, ya que en definitiva, la historia se hace pesada por culpa de unas líneas aburridas y sin contenido, salvando algún que otro intento de forjar una enseñanza que se queda en la moralina fácil por no tener la suficiente profunidad. Se pasa el rato, pero la trama termina por ser pobre, floja y hasta innecesaria. La verdad, no comprendo la nominación al Oscar. Me parece que esta historia está tan sobrevalorada como pasa con The blind side, filme que se mide más por la actuación de la renacida Sandra Bullock que por lo que sucede durante el desarrollo propiamente dicho. Pero bueno, hay para todos los gustos. Esta que nos compete, sabe a poco.
Proxémica del trámite post mortem Uno de los mayores triunfos que se pueden encontrar en la vida quizás sea el descubrir que una causa propia une a las personas. O que un emprendimiento propio logre concretarse, generando respuestas positivas por parte del entorno, y así finalizar la misión con una buena sensación. Esto puede ser lo que sucede (o no) en el caso de Nora, que muere con todo preparado para un funeral tradicional sin complicaciones, pero intentando manipular a todos sus seres cercanos. La premisa de la que parte Mariana Chenillo para Cinco días sin Nora es muy original y, principalmente, divertida. Cómo de un funeral o de la muerte de una persona pueden surgir tantas situaciones hilarantes o tantos momentos de tensión que deriven en un desenlace provechoso para la historia, no es más que un gran triunfo de esta jóven directora que de a poco se va abriendo camino con obras de su autoría. Con un reparto excelentísimo, lleno de aciertos y con una química impresionante, la película cuenta los días posteriores al suicidio de una mujer con un pasado lleno de secretos. Secretos que se irán desempolvando a medida de que su ex-marido, José (descomunal interpretación de Fernando Luján), comience a aburrirse dentro del frío y silencioso departamento de la difunta, donde se tiene que quedar hasta que su hijo, Rubén, vuelva de sus vacaciones interrumpidas. La fotografía es espectacular, y el montaje con esos flashbacks intercalados entre la mirada nostálgica de José, son los dos mejores matices del film, además del mencionado reparto y el guión escrito por Chenillo. Es increíble como se puede pasar de la risa al drama en cuestión de segundos, gracias a los momentos milimétricamente preparados para hacer de hilo conductor de una trama que en manos equivocadas podría caer en el desastre total, por los momentos de tedio y de pesadumbre a los que se presta el luto extendido. De todos modos, lo más significativo de la película es ese juego simbólico que la directora hace constantemente, contraponiendo dos religiones eternamente en discordia como el judaísmo y el catolisismo (¡contrastados con el ateísmo!), con sus tradiciones y costumbres puestas en juego para una lucha de posiciones que termina diluyendo -a favor de la risa del espectador- el eje central del problema: el funeral de Nora. Además, está el hecho de que casi toda la acción trascurre dentro del apartamento, algo que se logra gracias a una utilización de los espacios muy bien tratada, junto con una dirección de arte soberbia. En definitva, un film imperdible. Queda como punto de partida esa toma final tan reveladora, con el fin justificando los medios hasta el último plano general del edificio. Todo un acierto por parte de Chenillo, teniendo en cuenta que no utiliza el final como cierre, sino como invitación a una reflexión posterior al visionado. Cinco días sin Nora puede parecer ambivalente en su carta de presentación (es cierto que genera dudas ese pasaje abrupto del drama a la comedia), pero una vez iniciado el trayecto o, mejor dicho, el trámite, es un disfrute asegurado, desde la historia hasta lo cinematográfico.
Be Italian, pero no en inglés Rob Marshall, luego de que asombró al mundo con el despliegue en Chicago, lo vuelve a hacer con esta impresionante puesta en escena de Nine, una película que dramatiza la vida de Federico Fellini y sus fantasmas amorosos, así como también materializar la falta de creatividad que el otrora director de 8 1/2 (de ahí el nombre de la película que nos compete) atravesó en cierto momento de su carrera. El guión, basado en un musical de Broadway de los '80, es bastante frío, sólo rescatado por las escenas musicales interpretadas por el reparto de lujo que compone la obra. Tenemos a Sophia Loren expuesta como diva y diosa intocable (casi ni aparece, y cuando lo hace deslumbra, aunque no tanto como las demás); a una Nicole Kidman para el olvido, pero bella como siempre; una sobrevaloradísima Penélope Cruz, que no pincha ni corta; una atractiva y explosiva Kate Hudson cantando "Cinema Italiano", uno de los mejores tracks del cine del 2009, así como también la coreografía; Fergie de los Black Eyes Peas haciendo de una prostituta en la niñez del protagonista, interpretando la canción que más resume la idea central de la trama -"Be Italian"-, con la escena de mejor despliegue coreográfico y fotográfico del film; una deslumbrante Marion Cotillard cantando y actuando genial, como siempre; Judi Dench en un papel que no la deja lucirse, aunque se agradece su participación; y finalmente, un galante Daniel Day-Lewis haciendo del supuesto Fellini, Guido Contini. Lo más raro de la película es ver a Day-Lewis prestándose para esta producción luego de hacer There will be blood. Las escenas en que a este prodigioso actor le toca cantar mejor ni mencionarlas, porque son casi de risa, pero impresiona la elasticidad para hacer papeles del dos veces ganador de un Oscar a mejor actuación (nadie olvida My left foot). Pero lo más molesto es ese acento italiano en el inglés, lo que demuestra que Hollywood sigue sin desprenderse de ese detestable etnocentrismo para denostar obras que apunten hacia afuera. Por suerte no se ve ninguna bandera de cincuenta estrellas, pero era lo que faltaba. Si hay tres frases en italiano es mucho decir, y eso pinta a pata de palo para un director tan artístico como Marshall. El "lo atamo' con alambre" es algo que se está volviendo costumbre en los estudios angelinos, lo que se lamenta. Sin embargo, las canciones, las coreografías, la sensualidad y el despliegue de vestuario y decorados logran ponerse por encima de la tediosa historia, que de ser un drama común y corriente se hubiese llevado la medalla a "Bodrio de la década".
La corrupción del mata-zombies. Es sabido que se ha creado todo un subgenero dentro del subgenero de zombies, y ese es el de la comedia terrorífica basada en zombies. Sí, suena insoportable, pero es así. La creatividad, el buen gusto para el humor ácido y, principalmente, una buena caracterización, debieran ser -a criterio de este servidor- los condimentos indispensables para encarar un proyecto que intente posicionarse entre el grupo selecto que tiene a la exquisita Shaun of the Dead como referente o modelo a seguir. Quizás el error más grave sería comparar a Zombieland con aquella película de Edgar Wright, ya que esta última sentó las bases para el mencionado subgenero, indiferentemente del orden de creación de dichas producciones. Zombieland es, por lo menos en estos días de euforia "box officera", un filme aceptable, con ciertos rasgos característicos que la hacen defendible sólo si se la mantiene en esa delgada línea de estupidez por la que recorre, jactándose de ser graciosa y aguda. Las interpretaciones actorales de Jesse Eisenberg (una versión más canchera de Michael Cera, aunque no sabría decir quién copia a quién), Woody Harrelson, Emma Stone y Abigail Breslin (¿esta es la adorable niñita de Signs? Increíble) son buenas, pero lejos están de construir un grupo tan épico como el de Simon Pegg y compañía. Y aquí es donde hay que detenerse a analizar qué ha hecho el grupo dirigido por Ruben Fleischer. Tal vez estemos ante una parodia del cine zombie, o una oda a los video juegos al estilo Redneck Rampage, o simplemente una fallida producción que se mofa de unos efectos especiales muy buenos y un ritmo frenético de acción violenta y ¿cómica?. Plagada de estereotipos (el sonso que conoce al rudo delirante, que encima se topa con la hermosa chica mala y su no tan dulce hermanita menor), y con un estancamiento sobre la mitad que la conduce hasta el borde del bodrio (patética la escena de Bill Murray haciendo de él mismo), esta producción es tentadora desde su comienzo tan posmoderno de presentar la trama, sentándose en las "reglas" que sigue Columbus (Eisenberg) para ser uno de los pocos sobrevivientes de la ex-Tierra ahora devenida en "Z-land". Para ir englobando un poco la cuestión, podríamos decir que estamos ante una trama que traza un curva ascendente en la primera media hora, para descender violentamente (casi tanto como la escena de la mujer saliendo despedida de su auto) en la mitad, y elevarse un poquito en el clímax. Harrelson sabe hacer papeles como éstos, por lo que quizás sea uno de los pilares de esta historia tan pop. Su personaje es una clara corrupción del mata-zombies admirado en la cultura popular americana, y se deja llevar por esa fachada de ganador al que le importa más devorarse un Twinkie en vez de desatar una furia contenida a causa de su dolorosa pérdida. En fin, como bien apunta Eisenberg en una escena, "todo es muy duro en Zombieland", pero nada ácido y mucho menos terrorífico. Nos quedamos simplemente con un filme atractivo que no nos hará nada de daño si nos lo perdemos.
Rumbo a Sudáfrica con Madiba Nelson Mandela fue un ejemplo para el mundo. Un hombre que luego de 28 años en prisión aprendió a perdonar a los que lo encerraron, para luego, con la capacitación que tuvo tras las rejas, emprender un camino de redención para el pueblo de color y así guiar a su país hacia una vida de respeto mutuo que hoy en día se siente como eco de su obra y enseñanza. Para muchos, un Mesías; para otros, un tipo con mucho de lo que hay que tener para llevar las riendas de un país; para otros tantos, el negro que acabó con el apartheid. De cualquier manera, y de la impecable mano de (reverencias) Clint Eastwood (más reverencias), Invictus retrata el período presidencial de aquel personaje tan característico y significativo para el pueblo africano. El guión basado en la novela de John Carlin se centra en la campaña de difusión para apoyar a los Springboks que permitió a Mandela unir a blancos y negros por una misma causa. Quizás lo que más ayuda en el film para exteriorizar esta idea, y no hacerlo algo masivo y enclenque (como lo harían otros directores, seguramente) es el grupo de guardias de seguridad. El reparto es un punto fuerte de esta película, con Morgan Freeman metiéndose en el papel de una forma excepcional, y Matt Damon transformándose como siempre para encarnar al capitán de la selección, Francois Pienaar. La fotografía es bellísima, y retrata los rincones sudafricanos sin caer en la postal turística. Y eso se ve reflejado en la escena de las clínicas de rugby en las villas miseria. No obstante, el film acaba desilusionando por ser un retrato tan vivido de lo que sucedió. Muchos pueden pensar que su punto fuerte es la fidelidad del relato para con la vida real, pero no. Eastwood cae en simplismos y melancolía barata para enaltecer la figura ya muy alta de Mandela, que no precisa de más laureles para que sepamos cuán grande e importante fue para la humanidad, por lo menos desde el plano político. Ni que hablar de la escena de la final de la Copa del Mundo: un bodrio total. El recurso de la cámara lenta fue mal usado por la persona menos pensada, y eso es algo que no hace más que desilusionar con creces. Por ser de Eastwood (reverencias), y estar actuado por un Freeman descomunal y un Damon que se mantiene en la línea de lo que nos acostumbra, en ese compromiso por los papeles, tanto para la transformación corporal como en la construcción actoral, la cinta sabe a poco. Sin embargo, se pasa el rato, a pesar de que se conozca toda la historia desde un comienzo e incluso el metraje abuse de la paciencia y el tiempo del espectador.
Salgan al sol Daybreakers se presenta con una interesante y típica premisa sobre los ya muy explotados tópicos vampirezcos, aunque esta vez visto desde una perspectiva corporativista, correlato social y fuertes guiños al cine de clase B. El núcleo desde el cual se construyen los personajes es bastante trillado, pero se rescatan las actuaciones de Ethan Hawke, Claudia Karvan, Sam Neill y en un lejano segundo puesto William Dafoe, aunque el personaje más interesante para analizar es el del hermano del protagonista (Michael Dorman), que escapa de los convencionalismos estereotipados en los que se apoyan los hermanos Spierig -directores y guionistas de esta obra-, para desenvolverse en un ir y venir constante entre las dos realidades que atañen a la situación planteada en el film. Es así como nos encontramos con elementos de acción sofisticados para lo que acostumbran estas propuestas, como por ejemplo la escena de "la carnicería transformadora" de los minutos finales, o -tal vez la mejor escena de la película- la original "ejecución" a los híbridos por parte de los soldados que defienden esa entidad que suple sin cuestionamientos la posición gobernante en la estructura política tan bien jerarquizada a modo de alegórica crítica social en la trama (los hambrientos bajo tierra, los descentes en la superficie, y en el medio la adaptación a esa transición por la que se pasa ante el dilema de la cuestión). Aquí no tendremos presidentes, sindicalistas, ni pobres desamparados, pero sí contaremos con un jefe de corporación bien maquiavélico (Neill), los que se revelan al sistema y el modo de vida (Hawke, Karvan y Dafoe), y finalmente los sedientos de sangre que desconocen los avances científicos que revelarían cuál es la cura (palo a los negocios farmacéuticos). Más allá de los prototipos obvios en la formación del guión, las vueltas de tuerca "inesperadas" que aún así son muy predecibles, los típicos entes protagónicos para el desarrollo del film, y el hecho de que este servidor no quiere saber más nada de vampiros por unos años por culpa de una insistencia temática del 2009 que llevó al hartazgo, se pasa el rato viendo las secuencias de acción mencionadas, el buen maquillaje, las grandes dosis de hemoglobina y un justo metraje enmarcado en una pintoresca y correcta banda sonora. Lo único que queda por saber es qué llegará primero: el video juego o la segunda parte.
La vida en jerga aeronáutica Jason Reitman viene demostrando desde Juno una pasta de director muy llamativa, tanto por su originalidad, como en la estética de sus films y los planos que elige, convirtiéndolos en un personaje aparte, que dice tantas o más cosas que el guión propiamente dicho. Y es lo que vuelve a suceder (y a Dios gracias) en Up in the air, una historia contundente en su mensaje, ácida en cuanto al cómo, y directa y fría en el porqué. Una joyita en todos los aspectos. Protagonizada exquisitamente por George Clooney, esta multipremiada cinta con ciertos tintes indies comparte la historia de un agente de despidos, que llama “casa” a los eternos viajes en avión y es alérgico al matrimonio y el sueño americano. De repente, el tipo ve cómo su vida comienza a dar un timonazo cuando una compañera de trabajo de la nueva generación intenta revolucionar el mercado implementando los fríos aparatos tecnológicos que tanto dividen e incomunican en nuestros días. Ese papel está a cargo de Anna Kendrick, quien entre tanto histrionismo e histeria acaba por cerrar un papel sólido y convincente, para inventar un nuevo estereotipo en el mundo del cine office: la yupi moralista. Así, entre tanta teoría certauiana y líneas argumentativas frescas y crudas, la trama envuelve una hipótesis sobre las relaciones sociales de los días que corren -¿tal vez un anticipo a lo que será la nueva década?-, con subtramas amorosas, laborales (las mejores del año) y comunicacionales. Un verdadero palo a la “tecnología idiotizada”, y no “idiotizante” como algunos ignorantes la llaman en los medios, que lo único que logra es que los humanos se confundan, pierdan el rumbo y comiencen a creer que la mejor salida para las cosas es cargar la mochila de cosas insignificantes, pero pesadas. Esa metáfora de la mochila es una verdadera genialidad, que en boca de esta versión tranquila, suelta, auténtica y seca de Clooney se perfecciona aún más para definir la idea principal. Qué decir de Vera Farmiga. No ganará ningún premio, pero este año ha demostrado que es una actriz de la hostia, con sus participaciones en Orphan y esta cinta, con la que se luce del todo, entre delicia, malicia y sexappeal. De las dos actuaciones femeninas, es la más intensa, aunque no le restaremos crédito a Kendrick, que representa el polo opuesto al personaje de Farmiga. Juntas juegan un rol de maestra y aprendiz que en el trayecto van enseñando al personaje de Clooney cómo vivir la vida. El papel de la familia también es clave para la resolución de esta historia tan cautivadora y punzante, que como yapa es una mirada reflexiva sobre lo que dejó la recesión del 2007 en EEUU. Reitman se vuelve a lucir en todos los aspectos técnicos, colaborando además en la adaptación del libro a la pantalla. Los planos aéreos hablan por sí solos, y los paralelismos sociales respecto de cuál ciudad están visitando también. La teoría contra las nuevas tecnologías (“la gente ya no tiene modales”, sobre los cortes por mensaje de texto), la guerra entre el método práctico y el método fácil disfrazado de económico, y la elasticidad de la trama, engloban casi dos horas de delicia cinematográfica y argumentativa, que encima –justo cuando comenzábamos a pensar que eso era imposible- esta interpretada por humanos de carne y hueso.
¿Y el sombrerito? Si de propuestas fallidas en lo que dejó el 2009 hemos de hablar, sin duda hay que citar la última película de Guy Ritchie, quien se encargó de utilizar los personajes de la famosa obra de Arthur Conan Doyle para armar una historia pop agarrada de los pelos -ya entenderán el porqué- en una Londres victoriana digital con estética moderna. Es que no sólo se falló en la ambientación, la musicalización (aunque no vamos a negar que se logra el clima cómico en los momentos de acción con esos pintorescos compases de fondo), y la composición corporal de los ultrajados personajes salidos del cerebro de Conan Doyle, sino que la presencia del mismísimo Sherlock Holmes es un insulto a la memorable novela. Todo perfecto con esta nueva muestra de calidad y talento por parte del multifacético Robert Downey Jr. -que merecidamente fue premiado en los Golden Globe por este papel-, pero el problema está en lo que le tocó hacer: un personaje demasiado cool para la época (¿por qué el fijador en el pelo?), mezcla del Ichabod Crane de Johnny Depp en Sleepy Hollow y El transportador de Jason Statham, y con esa ambigüedad sexual a la que se ve expuesto en las escenitas de celos que le hace al Dr. Watson. Demasiado puterío para la que pudo haber sido una nueva entrega de la adaptación de aquella gran historia. En cuanto al ritmo de la película, no decae nunca. Y tenemos desenlace de la trama muy respetable, con un final que invita a una segunda parte si es que se triunfa en la taquilla, algo que ya está pasando a nivel mundial. El reparto es muy correcto, aunque el desperdiciado Jude Law no se luce demasiado, y Rachel McAdams está demasiado varonil. El resto pasa todo demasiado bien, muy justo, entretenido, llamativo y hasta divertido. Se rescatan un par de escenas graciosas como la primera vez que aparecen juntos Holmes y Watson, o la balacera que se descarga Downey Jr. en vano cuando intentan atrapar al villano. La cámara X-Mo es un elemento aparte que hace al aspecto visual pero aleja a la historia de su esencia, perdiendo encima la seriedad. Como bien dijo un crítico, el ralenti lo ponen para que nos demos cuenta cuan cool es todo lo que estamos viendo. Como si necesitáramos entender todo como niños. Tanta explicación, tanto lío bisexual, tanta estética pop y tanta frescura del protagonista, contrapuestas a las virtudes señaladas en el párrafo anterior hacen a uno quedar al filo de la decisión final, aún cuando se es conciente de que -por muy divertido que haya sido todo- estamos ante un concepto fallido. Y lo más inconcebible es que Holmes no use su sombrerito tan característico.
Disney clásico y al ritmo del jazz Entre tanta parafernalia tecnológica de tridimensión e interacción, llega esta nueva entrega de Disney en formato clásico, similar a sus obras inolvidables del mismo estilo, como La Sirenita o Aladín. La princesa y el sapo es una historia mágica y encantadora sobre la eterna lucha por los sueños y las cosas que uno ama, superando los obstáculos sin importar lo complejos que sean. Y qué más complejo que convertirse en rana y emprender viaje con un príncipe, convertido en sapo por un mago practicante del vudú y las artes oscuras, para intentar revertir las cosas y así seguir luchando por lograr sus respectivos cometidos, tanto de la rana (Tiana, una camarera con aspiraciones a propietaria de un restaurant) como del sapo (Príncipe Naveen, un tiro al aire hijo de reyes que le cortaron el domingo para que se busque una vida más digna de su posición). Al ritmo del jazz compuesto por el genio de Randy Newman (quien le dio vida a Toy Story con sus partituras jazzeras y bluseras), y enmarcada en una New Orleans de principios de los '20, esta historia logra significar un estilo de narración muy propio de la factoría del ratón Mickey, retomando la vieja usanza de lo mágico y lo musical a flor de piel. De hecho, cual Rey León o La Bella y la Bestia, esta peli ideal para los niños pero tambien imperdible para los más grandecitos que crecieron viendo todo lo que logró Walt Disney lleva un ritmo muy llevadero gracias a los musicales y las aventuras de los protagonistas, quienes además se cruzan con un cocodrilo que sueña con ser trompetista y un bichito de luz que está enamorado de... no, mejor véanla y ahi se enterarán. Sólo les digo que esa historia de amor es de lo más tierno que he visto en años. Obviando todo tipo de mensajes subyacentes tan puestos en duda por muchos a lo largo de los años cuando se trata de poner en la balanza las enseñanzas de Disney (tales como la discriminación, el racismo o la lucha de clases, esto último más tirado a una ideología política), este filme con un metraje medianamente justo y una animación de lo más entrañable logra como cúspide un reconocimiento e identificación únicos con cada uno de los personajes, que cuentan con un sueño particular a defender, logrando enmarcar así la idea principal de la trama: hacer entender tanto a chicos como grandes que nunca es tarde para soñar y que lo más importante en esta vida es trabajar duro para conseguir lo que uno más anhele. Disney se hace con un nuevo aspirante a clásico, del calibre de las mencionadas La Sirenita o incluso Blancanieves y los siete enanitos. Y si no está a su altura, según el criterio de ustedes, no tiene nada que envidiarle con una historia encantadora, a la que por supuesto no le falta el golpe bajo a lo Bambi, condimentada con una de las mejores bandas sonoras del año. Era la que faltaba para completar una colección de obras memorables. A bailar y soñar se ha dicho.