Ayer vi Insidious, de James Wan, el encargado de la magistral Saw (2004). La odié tanto que hasta es querible. Una basura de película pero que casualmente después del visionado se hace recordar. ¿Por qué? Por la banda sonora, por el estilo tan berreta que tiene para asustar y porque el director se pasa TODA la película esmerándose por sobresalir, a tal punto que algunos de sus planos lo logran. La propuesta carece de originalidad, pero tiene una constante intención de ser diferente que, cuando menos, es valiosa. A veces es inevitable reir con algunos pasajes del guión, como los clichés o el hito de las frases estúpidas en la historia del cine de terror: "¿Crees que la casa esté embrujada?" Marche un manual para hacer libretos para Leigh Whannell. Este último tiene una pequeña participación, en la cual está irreconocible. Y si a todo eso le agregamos el nombre de Oren Peli en la producción (Peli dirigió Paranormal Activity, 2007), tenemos cartón lleno. Son los mismos de siempre intentando que el público devore los mismos conceptos, la misma estética y los mismos plots. Siempre va a haber niños correteando por la casa, sesiones de espiritismo (Wan no evita su estética surrealista cuando intenta shockear visualmente, véase la máscara de la anciana), y conflicto matrimonial. Pero encima esta vez hay desenlace sorpresivo (si a eso se le puede llamar sorpresivo) y a Barbara Hershey malgastada a más no poder. El collage visual pasa por atmósfera a lo Stephen King, súmums sonoros a lo Von Trier y malas actuaciones a lo Ivan Reitman. Insidious es de esas cintas que los aficionados amarán, pero que los críticos y los consumidores compulsivos descartarán al toque. Se queda en un punto intermedio por el intento de hacer algo distinto, aunque -están advertidos- no le sale. Sólo rescato la banda sonora y algunos movimientos de cámara innovadores que Wan usa para no menospreciar la utilización de los espacios hogareños. Espacios que, no, Patrick Wilson, no están embrujados.
No me engañes, terror era el de antes El peor error que se puede cometer para ir al cine es hacer cara o cruz cuando se está indeciso. Más si del otro lado hay una propuesta que no dudarías en elegir de no ser porque se va acompañado a la sala (no diré cuál era la otra opción). Lo cierto es que al momento de dejarlo en manos del azar, lamentablemente ganó Scream 4, película a la que servidor no le daba ni dos centavos, y finalmente terminó corroborando que por lo menos en los prejuicios todavía es efectivo. Resulta ser que esta cuarta parte sobre Ghostface es un refrito disfrazado de crítica cool. La fórmula de la primera parte, sí buena, resulta reciclada y por ende desaprovechada. No sólo repiten el reparto, sino que con el mismo intentan trazar un puente que lo conecte con la nueva generación de actores. Digo, desde mi humilde lugar: ya que estamos, ¿no era más rentable hacer una remake? "Nueva década, nuevas reglas", reza la promoción del filme... ¿y las nuevas reglas? Lo que pasa es que la película está tan preocupada por no ser como las demás cintas de terror que recurren a la saga como elemento narrativo, y respetar ese culto que logró levantar en torno a sí misma (las constantes aluciones a esa "Puñalada" y todas sus secuelas son un tono crítico evidente, aunque ambiguo), que termina siendo repetitiva, y con esto aburrida. Los mismos personajes aseveran que se está respetando la trama de la primera parte, y terminan anticipando el final con un guión que además de malo es estupidizante. Si a eso le sumamos la catarata de clichés y lugares comunes a los que recurre, tenemos algo así: fórmula gastada + recurso de la repetición (cuasi radiofónico) + lugares comunes + incorporación de actores semi-coll = un bodrio más. Sí señores, en Hollywood lo volvieron a hacer, y evidentemente van por más. Neve Cambell y David Arquette reaparecen para servir de factores de confusión, más otro par de actores que están ahí también para eso, para distraer. Lo curioso es que el público (sacando a esa casta especial que son los devotos de un film/saga específico, lo cual es totalmente respetable) se se pueda llegar a sentir bien con esta película. Porque Scream 4 intenta engañar al espectador constamente. No sólo se preocupa porque quede claro el mensaje de "ojo eh, que si ves clichés o algo reciclado es porque estamos criticando a los guionistas de Saw o Jason, somos re frescos y hacemos guiones cool, y encima nos damos el gusto de homenajearnos", sino que pretende que el que está viendo la cinta se sienta un estúpido en el final. Una cosa es querer distraer, pero siempre intentarlo es demasiado, y más si el desenlace termina siendo cualquier cosa, lo cual termina denostando que la única finalidad de la película era reaparecer para 1) actualizarse cual usuario que apreta F5 en su computadora, y 2) hacer creer a dicho usuario que es un imbécil por a) comprar la entrada (o en un futuro alquilarla o perder tiempo descargándola de internet) y b) porque lo engañó el que resulta ser Ghostface en esta entrega. En fin, Scream 4 es tan mala que hace que, de paso, odies las tres primeras partes también. Todo confluye en un sinfin de recursos excedidos en sí mismos, con algún que otro sobresalto (hay que reconocer que la masacre en la casa está bien lograda, aún cuando al inicio de la cinta se critica que en Saw IV sólo se muestra sangre porque sí) y el reinvento/insistencia respecto al personaje épico que se logró con la saga. Lo peor encima es que Scream 4 se la da de valiente por darle palos a las cintas de terror de ahora (lo cual no es difícil, lo puede hacer cualquiera), lo que demuestra que Wes Craven realmente está convencido que cerró las puertas de la era gloriosa del buen cine de terror. No te engañes Craven, o mejor dicho, no nos quieras engañar a nosotros.
Como caído del cielo Delirante, mágica, argentina y simple. Así se podría definir a la nueva comedia protagonizada por Ricardo Darín, que nuevamente se muestra como el maestro del arte de la puteada, pero que también es capaz de conmover con gags hechos a la medida. Su química con Ignacio Huang son el punto fuerte de un film que puede pecar de pretensioso en su mensaje final, pero que goza de una diversión que no siempre se ve en un cine argentino que en lo que a comedia respecta cada día está peor. Todo empieza con una pintoresca, bizarra y extraña situación mediante la cual se desencadena toda la historia, aún más pintoresca. Luego viene el encuentro del dúo que lleva adelante el film, y las risas. Un cuento chino (2011) funciona bien porque su guión es justo y conciso, lo cual es mérito de Sebastián Borensztein. Este opta por el recurso de la repetición -harto usado pero, como buen clásico, siempre efectivo-, así como el tópico del choque de culturas y la mirada etnocéntrica del personaje de Darín, Roberto, que representa a un argentino cuasi ermitaño con toda una historia como trasfondo. Fórmula acertada para la finalidad del largometraje, que es hacer reir, nada más. Película atractiva, con sus momentos cumbre en los delirios de Darín con su pasatiempos de recortes de noticias inusuales de diarios mundiales, y con una historia compacta y bien contada. Nada del otro mundo, pero vale la pena su visionado.
Cuando la pretensión es la que ciega Tener un departamento fotográfico espectacular, contar con el apoyo de Guillermo del Toro, tener a la deslumbrante Belén Rueda como protagonista, y tener una mega distribución. ¿Qué más puede pedir un cineasta? Lo cierto es que este fulano, Guillem Morales, no se conforma. A él no le basta todo esto, y eso lo deja ver en Los ojos de Julia (2011), un thriller pseudo terrorífico que posee tantas pretensiones que se ciega (cuac) a sí misma. Todo empieza muy bien. Demasiado bien. La película va como una montaña rusa a la cúspide del entretenimiento bien logrado, cuando de golpe y porrazo derrapa maliciosamente hasta tener una leve subida en la escena mejor lograda de todo el film, en el departamento del asesino. La ya mencionada fotografía es genial, pero no logra conectarse con la historia y su clima tan impaciente. Morales quiere que nosotros estemos desesperados por la paulatina pérdida de la visión de Julia (doble rol de Rueda, en una excelente interpretación para cargarse la peli al hombro), pero su personaje no muestra desesperación. Morales quiere que nos asustemos con sus efectismos, y no se aviva en ponerle más humanismo al asunto y menos plots zonzos como amoríos agarrados de los pelos y extrañas explicaciones filosófico-existenciales sobre la psiquis del indocumentado asesino. En resumidas cuentas, Morales quiere que nos fumemos Los ojos de Julia como si fuera una buena película, y lo cierto es que no lo es. Es sólo un buen intento del cine español por hacer algo diferente (como siempre, lo cual es loable), pero que -también como siempre- termina cayendo en parámetros del mainstream como el horrible final de la historia. Los personajes no son creíbles; la música es buena pero intrusiva; el guión es malo; y la dirección llena de subjetivas para narrar está bastante bien, aunque por momentos es extraña: ésos son algunos de los matices que definen a esta propuesta fallida y aburrida. Cuidense de no dormirse en una de escenas malogradas en que todo queda a oscuras (porque, por si no se dieron cuenta, a pesar de las inagotables subjetivas, la actriz lleva una venda, y no ve) y el sonido hace su trabajo. Y cuidense de no ser pillados desprevenidos al darse cuenta que hay muchos personajes a los que casi nunca se les ve la cara, porque nosotros también tenemos que ser ciegos y no tenemos que ver muchas cosas. Entonces, ¿cómo acompañamos al personaje principal en su proceso? Bueno, este es un ejemplo de cómo no hay que usar el recurso de igualdad de condiciones para el personaje y el espectador. He ahí la falla básica, por eso es mala.
Flik + Mr. Fox + homenaje a Blondie = Rango Dicen que las viejas fórmulas nunca fallan. Lo cierto es que parece que sí. Rango (2011) es un mejunje de ideas sacadas de películas animadas exitosas, o cuando menos originales. Estamos hablando de pequeños matices o detalles que hicieron a un todo en los títulos que pronto citaremos, que los destacaron como films de culto. Se trata de A Bug's Life (1999) y The Fantastic Mr. Fox (2009): por un lado tenemos la esencia argumentativa de la segunda cinta de Pixar, y por otro las caracterizaciones del último film de Wes Anderson, ligado a lo grotesco y lo feo como intentos de emparejamiento con la noción de común. Rango falla por predecible -aún cuando esas lechuzas, que tranquilamente pueden pasar por los ratoncitos de Babe (1995), insistan con el hecho de que el protagonista se termina muriendo-, por una trama acartonadísima, que se mezcla como un verdadero forastero en un claro y decente intento de originalidad estética, apoyada en la colaboración del mítico Roger Deakins en la supervisión cinematográfica de las animaciones y su puesta en escena tipo western. Lo único rescatable es el intento de reivindación de aquel género, con su súmum en el personaje del Espíritu del Oeste, que -damas y caballeros- es nada menos que Clint Eastwood haciendo de Blondie en Il buono, il brutto, il cattivo (1966). La cinta experimenta, prueba por aquí, por allá, y no encuentra su lugar en el mundo. El protagonista, ese camaleón tan perturbador como para la imagen de un personaje principal en un film que ¡pretende ser para niños!, tranquilamente puede ser un fiel reflejo de la película en general. Rango -título y personaje- no sólo no se decide entre el público infantil y el adulto, sino que apuesta al shock visual como elemento de originalidad, como la innecesaria aparición de Roadkill, el puercoespín que aparece casi partido al medio en plena autopista. Ni por sus idas y vueltas, ni por su intento de comedia negra, ni por la calidad de la animación: nada justifica soportar las impresiciones e indecisiones de una película semejante. Por su obviedad narrativa, por su cliché llamado Johnny Depp (actor que, lamentablemente, si no elige mejor sus papeles se viene en picada), y por su casi-plagio a caracterizaciones como el topo ladrón (un auténtico 'choreo' al film en stop motion de Anderson) o el mismo protagonista, que tranquilamente podría ser Flik de A Bug's Life, no vale la pena gastar tiempo y dinero en Rango.
Soberbia paleolítica Con una estética videoclipera, el director ganador del Oscar por Slumdog Millionaire (2008), Danny Boyle, nos entrega la historia verídica de un hombre que representó la eterna lucha del ser humano contra sí mismo. "Esta roca me estuvo esperando desde que fue un meteorito", dice el desventurado Aron Ralston (interpretado excelentemente por James Franco). Es una frase muy hecha, pero es cierta. La paradoja del hombre y su prepotencia tecnológica sucumbe ante una simple roca. Esa es la premisa que se explota con deslumbrante timing en la humanamente espeluznante 127 hours (2010). En un día típico de expedición montañosa en Utah, Ralston pisó mal una piedra y se fue al muere en una grieta que está en el medio de la nada. De ahí, una puesta en escena magnífica nos sitúa cinematográficamente en esa cueva, para que vivamos el doloroso periplo junto a nuestro protagonista. Cómo hicieron Boyle y Simon Beaufoy para no aburrir, es una incógnita que quizás sólo la puedan contestar tipos como Chris Sparling (guionista de Buried). Pero lo cierto es que, a diferencia de la citada película de Rodrigo Cortés, aquí se necesitan flashbacks y mucho ruido visual para no dormir al espectador. Quizás 127 hours es menos arriesgada que el film español sobre el americano enterrado en Oriente Medio por una cuadrilla de terroristas. Pero también es menos política. Lo más injusto sería compararlas, pero es inevitable caer en ese vicio. Buried y 127 hours tienen en común el plot, pero el desarrollo es completamente diferente. Mientras la primera es vacua pero adrenalínica, la segunda propone más detenimiento en los sentimientos del protagonista. Sí, ambas necesitan de tecnología ostensible para que la trama sobreviva (cuando en realidad el personaje es quien debiera ser el centro de atención en la supervivencia), pero la cinta de Boyle goza de más lectura simbólica. Cuando Cortés precisa de golpes de efecto y shock (hacia la mitad de la película se le acababan los recursos y, para matar minutos, una serpiente irrumpiría en escena), Boyle transita por la historia de vida de un hombre que está atado a esa hazaña, porque debe superarse a sí mismo y convencerse de que es mejor que todos. ¿127 hours tiene autosuperación? No lo sé, pero transmite un sentimiento de desazón impresionante ante la situación que se divisa en pantalla. Es muy fingida, pero leído con detenimiento es muy destacable el contraste histórico que hay en la escena en que Ralston despliega todo su cargamento tecnológico (era contemporánea) sobre la piedra (prehistoria) que lo está atascando. Resignado a que el origen venza la superioridad de un hombre que cree que ya dominó el mundo, Ralston comienza su catársis (memorable la secuencia del talk show frente a la handycam) y avanza en el tedioso pero sabio sendero del aprendizaje sobre los errores. El film cierra con una frase: "ahora Ralston siempre avisa adonde va antes de salir". Si bien la gráfica significa más de lo que debiera, y se toma un lugar demasiado imperante por sobre la imagen (lo cual hace un tanto simplona la propuesta), no se sabría definir el mensaje de no ser así. Si vamos al caso, todos conocen el final de la historia, porque todos conocen el caso del hombre que se quedó atascado en una fosa e hizo lo que hizo para escapar (no voy a decirlo para que no digan que hago spoiler como medio mundo). 127 hours es, de antemano, una película pasatista, porque se sabe qué va a suceder desde el desafortunado momento en que Ralston se cae y recién ahí deciden poner el nombre (lo cual nos pone frente al dilema, "¿debo soportarlo yo también?"). No obstante, es un ejercicio de reflexión. Un espejo en el que hay que verse para detenerse un momento y pensar si en verdad tanto de lo que tenemos no es poco ante una situación límite. No, no es un film con moraleja. Pero lo intenta, y eso es lo malo.
Lo inverosímil como juego de creación y deconstrucción Amigos y amigas, estamos ante el ascenso de un realizador que, adivinen qué, se anima a jugar con el cine. Sí, porque la realidad no tiene por qué ir de la mano del celuloide, y si uno quiere jugar con los guiones, lo hace: el arte es libre. Jaume Collet-Serra, quien con Orphan (2009) ya nos demostró que sabe crear atmósferas cinematográficas, acude a influencias muy fuertes e importantes (claramente visibles) para contar una historia agarrada de los pelos pero que está buenísima. Unknown (2011) es la historia súper hollywoodense e industrial de un hombre que pierde su identidad tras quedar en coma por un accidente. Collet-Serra logra que Berlín dé claustrofobia, y que mediante planos bastante interesantes vayamos descubriendo junto al personaje la psiquis del mismo. Influencias, como decíamos, hitchcokianas y polanskianas que tienen ápices de originalidad y algo de actualidad, sobre todo en el constante y recurrente uso de flashbacks. La fotografía cumple un rol clave en el desarrollo estético de una trama que te deja embobado no sólo por el reparto femenino, sino porque no da respiro a pesar de su ritmo. ¿Por qué es válido un guión tan atado con alambre? Porque en este caso está usado para la finalidad de la trama: si los guionistas quieren que Kruger y Neeson choquen cuarenta veces con el auto, y que no les pase nada, está bien; si los guionistas quieren que Neeson y Quinn se sepan exactamente las líneas de un diálogo dicho al unísono, lo hacen -y queda bien-, porque Unknown tiene un valor agregado que hace mucho no veíamos en el cine de Hollywood (para qué negarlo, lamentablemente, el director español está preso de la industria mainstream): es cine por cine mismo. Su finalidad está sujeta y atada a cualquier escueto intento de modificación de la realidad. Es allí, en ese mínimo pasaje, donde el verosímil queda relegado a un segundo plano y queda a merced de las implicancias tanto del guión como de las intenciones del realizador. Unknown puede pasar como divertimento, capricho o experimento fructífero. Si hay una cultura popular que se fuma las películas idiotas de Quentin Tarantino, entonces podemos soportar un film serio, sobrio y despelotado a la vez, como lo es el nuevo de Jaume Collet-Serra, un director que va camino a convertirse en un preferido de este blog. Si sigue por este buen sendero, lo seguiremos apoyando.
Más cuerpo que cabeza Cuesta creer que se necesitaron cuatro cabezas (cinco, más el dire) para idear una trama tan básica y predecible, partiendo desde el hecho de que es una historia verídica. Siguiendo los cánones del subgénero de 'drama sobre boxeadores sufridos' al estilo Rocky (1976) o Raging Bull (1980) -y un largo y tedioso etcétera-, The fighter (2010) cuenta la historia de cómo Micky Ward fue campeón mundial a pesar de tener un hermano drogón que le hizo sombra toda su vida, sin nunca haber sido nada ni nadie en la vida más que aquel que 'knockeó' a Sugar Ray Leonard (hecho dudoso hasta hoy en día). Casi como esa fórmula que Dicky Elmund le enseña a su hermano menor para el box, "Cabeza, cuerpo, cabeza...", The fighter no se inmuta en generar novedades estéticas en cuanto a la forma de narrar. Sí, el ritmo es fluido y el film en su totalidad se digiere bien, pero ¿y dónde está la novedad? Si ponemos en Youtube "Ward vs Sanchez" tendremos infinitas opciones para ver ese memorable knock-out luego del golpazo asestado en los costados, que fue el primer escalón al éxito para el pobre y explotado Wardy (diminutivo que se me acaba de ocurrir). Aún así y su esquematismo y linealidad, la cinta de O. Russel nominada a ¡siete Oscars! (mundo generoso) es un puente a esa realidad. Muchos son (somos) conscientes de que quizás sin esta peli no se sabría de Ward fuera del mundo de los aficionados a ese pseudodeporte que es ver a dos brutos intercambiando trompadas discontinuas. Y muchos somos conscientes también de que O. Russel manipula esa premisa, esa verdad tan irrefutable que es la realidad, para hacer cine. Porque The fighter será casi tan clásica como casi industrial, pero es un buen ejemplo diferenciador entre el formato cinematográfico y el televisivo. El porqué no es un mero audiovisual melodramático, y es cine, se refleja en los replays de los mejores momentos de las contiendas, en los cuales hay relatos y comentarios en off, y varias puestas de cámara al mismo tiempo (¡con televisación de HBO, ojo!) para simular ese vivo y directo que brinda la pantalla chica. Ese montaje refiere a la calidad que tiene el cine para emocionar. La manipulación de la realidad, llevada a la actuación dramática (por cierto, con un reparto sobresaliente, con Bale y Adams a la cabeza) y los efectos visuales disponibles -ralentis, planos detalle, edición de sonido, flashbacks, etc-, son una celebración de esa diferencia entre ambos formatos, o más bien ambos mundos. Por el contrario, y como si se tratase de un monumental castillo de arena, el hecho de que Stallone ya lo haya hecho con la fotografía digital símil transmisión de tv en la lucha final de Rocky Balboa (2006) es una patada letal que derrumba ese logro tan simple pero elogioso. The fighter no innova, no aporta nada realmente plausible, pero sí emociona gracias a un elenco admirable, y nos recuerda que, aunque nos enganchemos viéndolo en el zapping en un futuro no muy lejano, su logro está en ser cine.
Los reflejos de la psiquis Aronofsky tiene como claro factor en contra ser un realizador cuyo nombre es de más peso que sus obras. Vendría a ser el Dumont de Hollywood (salvando las distancias). Por equis motivo, películas como Pi (1998), Requiem for a dream (2000) o The wrestler (2008) han trascendido como grandes obras, y se han ganado un grupo bastante numeroso de gente aficionada a estos títulos. Su última película, Black Swan (2010), es una película curiosamente interesante. Apoyada en el desenvolvimiento de su reparto, la cámara inquieta de Aronofsky 'persigue' una historia psicótica y rebuscada, con más matices que certezas y más alegorías que metáforas. Hay poca simbología y mucha subestimación al público, ese que tanto recomienda sus historias. Natalie Portman sobreactúa, pero logra encarnarse bastante bien en su personaje, Nina, una niña-mujer reprimida que tiene el sueño de protagonizar "El Lago de los Cisnes" pero debe luchar tanto contra sus demonios como contra los que la rodean. Esta última frase suena estúpida, pero así lo plantea Aronofsky. Nina es frígida, nerd y, sobre todo, vive una extraña relación casi incestuosa con su posesiva madre (Hershey), y su alrededor está lleno de todo lo que ella no es. Es una Alicia en un país de horrores, que lentamente la irán llevando a su cometido. Cómo, eso es lo importante, y el punto más flojo de la historia. El rol que ocupa la sexualidad en este film es llamativo. Todo el tiempo hay referencias explícitas e implícitas sobre el sexo, con la escena lésbica entre Kunis y Portman como auge. El director de Requiem... acude a la habitual psiquiatría de sus films para recuperar ciertos símbolos muy explícitos que terminan por opacar lo místico de la propuesta, aunque también se deslizan gotas de comedia en escenas como la del viejo baboso en el subte, algo que puede leerse como asqueroso y perturbador pero también como un intento fallido, devenido en una risa desubicada. Debo reconocer que ni bien terminé de ver esta película me pareció una genialidad, pero luego de mucho tiempo para pensarla y analizarla, resolví que tiene muchos clichés y golpes de efecto excesivos, que hacen a un guión que termina siendo esquemático -sí sorpresivo, no vamos a negarlo-. La dirección es la que más me dejó indeciso: ¿el mérito es de Aronofsky o de la fotografía de Matthew Libatique? No quiero dejar que el tiempo arruine mi perspectiva de esta propuesta, pero me es inevitable. Black Swan no resulta ser un film inolvidable, pero quizás algunas revisiones cambien esa idea. ¿No es eso molesto? Un film debe defenderse por sí mismo como una pieza completa sin grietas, y Black Swan las tiene, a pesar de su solemnidad. Sí hay que reconocer que es encantadora la dirección de arte, la atmósfera y las actuaciones de Mila Kunis y Barbara Hershey. La fotografía es todo un logro también -los espejos, una maravilla-, aunque hay muchísima ayuda del CGI -malo, por cierto-, lo cual le resta méritos (hay claros retoques en algunos fotogramas mediante ordenador). La narración es, como decía, interesante, pero nada fuera de lo común y que no se haya visto antes. Aplaudir un film como este sería demasiado condescendiente viniendo de un realizador como Aronofsky. Black Swan es una historia muy buena, bien actuada y bien 'perseguida por la cámara' (insisto, no filmada con rigor). Hay un tipo de cine que diferencia los productos hollywoodenses del resto de la basura que allí se produce, y Aronofsky es uno de los que llevan esa bandera. Esta cinta sí es algo diferente estéticamente, pero el cine no es sólo eso. Sin embargo, la recomiendo para que ustedes también la analicen y se planteen estas cosas.
Patéticos exorcistas Venimos de vapulear a The Tourist (2010) por la trama precisamente "turista", y este año uno de los primeros encuentros (tropiezos) con el cine de la temporada es con este pseudo-thriller sobre exorcismos. La verdad no entiendo por qué Hollyood se empecina tanto en hacernos creer en este rito, siendo que a estas alturas ya hay títulos mejores como The last exorcism (2010) que tocan la temática de una manera más social y fenoménica que todas estas payasadas que encima le hacen hacer al pobre Hopkins. El veterano actor no puede llevar adelante él solo la historia, y eso se nota a leguas. La película es malísima por donde se la mire. Tiene efectismos torpes, un guión que parece que fue hecho por un mono, y esa idea imperante de que, adonde sea que vayas (no importa si es a Italia, Singapur o el Congo), siempre habrá un hombre que hable un inglés fluidísimo. La historia puede aparentar interesante, pero no se engañen: no lo es. Es un bodriazo eterno, que dura más de lo que debiera, y que es tan predecible que en el momento en que aparece Hopkins ya sabés el final. Párrafo aparte se merece el eteeerno plano en picada del protagonista gritando "¡¡¡¡¡BAAAAAAAAAAAAAAL!!!!", que no tiene sentido y roza lo patético. La verdad, una película olvidable.