Loco(s) de amor Almodóvar prepara un cóctel de ambición, obsesiones, abusos y sexo. Un Almodóvar más maduro no significa condescendiente ni vendido al establishment, y La piel que habito trae de nuevo al director de Carne trémula al campo del thriller y sorprendiendo al espectador a cada paso de su trama. Como si Pedro Almodóvar caminara sobre sus propias huellas pero reinventara esta conjunción de drama, thriller y filme de ciencia ficción en la que un cirujano plástico (¿psicópata?) pone todos sus esfuerzos en conseguir crear una piel nueva. El hombre tiene sus motivos. Basada muy libremente en la novela Tarántula , de Thierry Jonquet, Almodóvar toma la idea y la transforma a su gusto. Este es un filme del manchego de cabo a rabo, con personajes ambiciosos, obsesivos y pusilánimes, su cuota de humor, de sexo salvaje y de romanticismo. Un cóctel que preparaba en los ’80 de manera más despareja, y que ahora sirve en copa de cristal. Robert (Antonio Banderas, que vuelve a trabajar con Almodóvar después de 20 años) tiene encerrada en su mansión/laboratorio a una mujer (Elena Anaya). El está experimentando para conseguir una piel más resistente, luego de haber perdido a su esposa, que en un accidente sufre tremendas quemaduras. Su confidente y ama de llaves, Marilia (Marisa Paredes) tiene una relación algo misteriosa con Robert. La historia también va y viene en el tiempo, con otra subtrama sobre un joven que trabaja en una tienda de ropas con su madre, que en algún momento se encontrará con el personaje de Antonio. La película trata sobre la obsesión, pero también sobre los abusos a los que la venganza o precisamente esa obstinación o complejo pueden llevar a una persona a traspasar ciertas reglas y aprovecharse de un tercero. El director le brinda a Banderas un personaje que el malagueño jamás hubiera podido interpretar en su etapa anterior en conjunto sin que al espectador se le escapara una sonrisa. Aquí es todo lo contrario. El actor de La ley del deseo debe ceñirse, ajustarse a una personalidad de muchas aristas, un científico loco, sí, pero astuto y maquiavélico... y hasta por momentos entrador. Poco a poco el melodrama –el género en el que a estas alturas es evidente que mejor se siente el realizador- va ganando espacio, y todo lo anterior –el mito de Prometeo, las cirugías plásticas, el costado del thriller- dejan su lugar ante los resortes de una historia cien por ciento almodovariana. Además de a Banderas, Almodóvar llamó a Marisa Paredes, otra de sus favoritas para un papel en el que la maternidad, como en Todo sobre mi madre , entra a jugar de manera preponderante. En síntesis, Almodóvar regresa con su mejor cine, que puede desconcertar y pasar por telenovelesco, pero que está contado desde las entrañas de los personajes. La película tiene y muestra una vitalidad difícil de observar en otros cineastas españoles contemporáneos.
¿Y ahora quién podrá salvarnos? n virus que se multiplica en todo el mundo a pasos agigantados sirve para un entretenimiento sostenido. Steven Soderbergh es de esos realizadores que son capaces de sacarle agua a las piedras, con el tema que sea. Ducho tanto con una biografía del Che Guevara como con una trama de intriga y humor, como la saga de ladrones capitaneados por George Clooney, el director de sexo, mentiras y video toma la locura generalizada por la aparición de un virus que está contagiando de manera impresinante a seres en todo el planeta, y sabe cómo imprimirle el ritmo para que el relato no decaiga nunca. Y eso que tenía vericuetos por donde trastabillar. La culpa de que el virus ingrese a los Estados Unidos la tiene la linda de Gwyneth Paltrow. Regresando de un trabajo por Oriente, donde en un casino se contagia sin saberlo, hace una escala no prevista en Chicago para serle infiel a su marido (Matt Damon) y esparce el virus que sólo Dios sabe quién podrá detenerlo. Porque las medidas de seguridad del Gobierno no alcanzan, nadie sabe a ciencia cierta -nunca mejor utilizado el término- cómo neutralizarlo, y cuando las empresas farmacéuticas ven allí la panacea, con lo cual se harían millonarios, todo entra en duda. Soderbergh cuestiona un poquito a todo el mundo a la hora de endilgar responsabilidades, sin olvidarse de un periodista -se sabe: los periodistas somos los culpables de todo- que cuando en un diario en San Francisco no le dejan publicar lo que cree va a estallar, se dedica a mentir desde su blog y volverse, claro, millonario. Son muchísimos los temas por los que Contagio sobevuela sin profundizar prácticamente en ninguno. Y no son menos los actores de renombre que participaron del filme. A los mencionados súmenle Kate Winslet, Laurence Fishburne, Jude Law y Marion Cotillard, y no se cansarán de ver estrellas en la pantalla, mientras niños se mueren, la mugre se acumula en las calles y algo parecido a la solidaridad pasa a ser el bien más (o menos, según el caso) preciado. Lo que es indudable es que al salir del cine uno antes de agarrar el pasamanos en el colectivo o el subte, lo pensará dos veces. No servirá como campaña de salud pública, pero Contagio , a la larga, tiene sus beneficios...
El revisionismo, el drama y la familia La liberación de Argelia, en un fresco épico. La lucha por la independencia argelina y la difícil relación que, alrededor de ella, tienen los tres hermanos del título son los temas centrales de la nueva realización del francoargelino Rachid Bouchareb. El filme combina la intriga, la acción y los sentimientos fraternos con una mirada social, que enjuicia la política francesa posterior a la caída del nazismo y hasta la independencia de Argelia como colonia gala. Tres hermanos, tres destinos ofrece lo mejor en sus primeros veinte minutos. Allí, los tres hermanos, sus padres y familiares son despojados de sus tierras simplemente porque no tienen los papeles que testimonien que son sus dueños. Los muchachos son apenas niños, y veinte años más tarde vivirán en carne propia la matanza de Sétif, el 8 de mayo de 1945, cuando las fuerzas de ocupación francesas masacraron a 40.000 argelinos ante su levantamiento. A partir de allí, los tres hermanos tomarán distintos rumbos: uno irá a Francia a luchar por la liberación, y quedará preso; otro combatirá en Indochina, y el tercero se la rebuscará en Pigalle como promotor de boxeo y regenteando un cabaret. La película es la segunda de una trilogía de realizaciones del director sobre las relaciones entre Argelia y Francia. La primera ( Días de gloria ) versaba sobre cómo se había discriminado a los soldados argelinos que habían participado en la Segunda Guerra Mundial a la hora de recibir sus pensiones. Los relatos que abrevan en el revisionismo histórico están teñidos, siempre, de subjetividad, y Bouchareb sabe bien lo que quiere contar. La mayoría de los franceses no queda particularmente bien parada, salvo excepciones, y la brutalidad, el sentimiento xenófobo y la lucha por la igualdad se plantean desde el vamos. Con el correr de los minutos, y desde que los hermanos vuelvan a reunirse, la película irá de a poco menguando en intensidad dramática y volcándose hacia el thriller de aristas políticas, con la rebelión como centro. Por supuesto que acercándose al desenlace la cosa virará a como era en el comienzo de la proyección. Debido a las polémicas y la nominación al Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero, premio por el que compitió este año, Tres hermanos, tres destinos despierta interés. La reconstrucción histórica y todo lo referente a los rubros técnicos son impecables, donde el filme no termina de asentarse es allí desde donde se lo cuenta. Como si el director se mantuviera indeciso entre el relato político y la historia familiar. O tal vez ése haya sido su deseo, narrar un conflicto revisionista camuflado en una historia sentimental. Si fue así, lo que consiguió fue llamar la atención, pero nunca la total empatía telespectador.
Me quieren volver loco Parece una película de terror, pero no lo es. ¿Qué es? Seamos positivos: Detrás de las paredes permitió a Daniel Craig y Rachel Weisz, pareja en la ficción, convertirse en pareja en la vida real. Ellos seguramente guardarán un buen recuerdo de la película, porque los que paguen para ver este filme vendido como de horror, no tendrán la misma evocación. Algo es algo. Seguramente La casa de los sueños (traducción literal del original) no inspira tanto miedo como Detrás de las paredes , y el afiche (dos hermanitas tomadas de la mano, vistas de espaldas, con el empapelado de la pared de fondo confundiéndose como sus vestidos) infiere un relato de terror. Veamos. Craig interpreta a un exitoso editor de libros en Nueva York que decide renunciar a su trabajo e instalarse con su mujer e hijitas en una casa alejada, para dedicarle más tiempo a su familia y al libro que escribirá. Bien pronto se enterará de que en la casita de los sueños donde viven ahora, hace cinco años la madre y sus dos hijas murieron masacradas. El padre de familia es el sospechoso, pero no fue condenado, y se lo recluyó en un psiquiátrico. La escena en la que el personaje de Craig ve reflejadas en un espejo de la casa unas palabras que estaban escritas al revés, para el cinéfilo remiten a El resplandor y a su redrum , cuarto rojo, o asesinato, de acuerdo a cómo se lo lea en inglés. Bueno, el guionista David Loucka (por algo no escribía nada desde 2002) alude a ése y a otros relatos de terror, como Aquí vive el horror , Sexto sentido y por qué no, L a isla siniestra . Pero el (los) problema(s) no tarda(n) en aparecer. Primero, hay cosas raras. La vecinita de enfrente (Naomi Watts) sabe más de lo que parece, y habla con Will, pero no con su esposa, que no sale más allá del porche. OK, hace frío, nieva, pero... Segundo, porque lo que pintaba como filme de horror termina siendo un thriller de lo más banal. Tercero, porque el twist o giro que cambia el género llega no tan avanzado el relato, con lo que el suspenso muere rápidamente. Y cuarto, porque no se le cree nada a nadie. Pero lo más extraño y lo que termina llamando más la atención es que el director de esto sea Jim Sheridan, un realizador que se ha preocupado siempre por retratar personajes sensibles, muchas veces reales, en dramas más o menos profundos, como En el nombre del padre o Mi pie izquierdo . O cuál fue el atractivo que Craig, Weisz y Watts hallaron en el proyecto. Cualquier información, por favor remitirla a la bonita casa que Craig y Weisz tienen en la vida real, porque la de los suburbios de Nueva Inglaterra... mejor dejarla como está.
Amigos son los amigos Un filme de acción se disfruta más cuando también tiene una buena trama. Este es el caso. Los filmes de acción, cuando tienen un buen entramado, se disfrutan mejor. Asesinos de elite tiene peleas cuerpo a cuerpo, a balazos o sillazos, mucho vidrio roto, persecuciones en auto, alguna que otra exageración y el agregado de que se basa en un libro que asegura que lo que se cuenta son hechos reales. Ver para creer. Es la historia de un mercenario –o asesino a sueldo, como les guste más- que por 1980 sufre una crisis de conciencia cuando un atentado en México no sale como había sido planeado, y decide bajarse del trabajo, y recluirse en Australia. Al año, ya retirado, Danny (Jason Statham, cada vez más parecido a Mario Ledesma, el pilar de Los Pumas) recibe un encargo. Hunter, su compañero de tareas (ejem) ha sido secuestrado por un jeque árabe, que le dice que si no elimina a los tres agentes británicos de las Fuerzas especiales que mataron a tres de sus hijos en la guerra sucia, no liberará a Hunter. Interpretado por Robert De Niro (¿quién le da los 68 años que tiene?), Hunter aparenta ser más bueno que Lassie. Pero no lo provoquen. Tampoco desafíen a Spike (Clive Owen, con un ojo de vidrio ¡que se mueve!), ex de las SAS (las Fuerzas Especiales) que se dedica a cuidar a otros ex agentes para que no les pase nada. La película se sigue con interés, no sólo por la cantidad de confrontaciones arriba mencionadas, que están muy bien filmadas y dosificadas por el debutante Gary McKendry, sino porque el team que reúne Danny para encontrar a los asesinos, hacerles grabar sus confesiones y luego liquidarlos haciendo pasar sus muertes como meros accidentes, no tiene desperdicio. Por un momento olvídense de De Niro, Owen y Statham y presten atención a Dominic Purcell (el actor de Prison Break, algo irreconocible con sus bigotazos) y Aden Young: si hubiera un premio a mejor ensamble, se lo llevarían seguro. Entretenida de cabo a rabo, Asesinos de elite es todo lo que debe ser un filme de acción. Y aunque se base en hechos verídicos, ya se puede planear una secuela...
Como Rocky, pero sin Stallone Hugh Jackman encabeza el elenco no metálico del filme. Crunch. Crack. ¡Ffzzzzzgh! ¡Plaff! Los robots que maneja por control remoto Charlie (Hugh Jackman) en un futuro no muy lejano (año 2020) hacen esos chirridos cuando, inevitablemente, son destrozados por su oponente en los matches de, llamémosle, boxeo. Charlie vive en un mundo que literalmente lo ha pasado por arriba, si uno quiere ponerse a filosofar sobre su devenir. No sólo las reglas de antaño parecen no tener actualidad, sino que descubre que debe hacerse cargo de su hijo de 11 años, cuando su madre fallece. Y para demostrar lo mal que andan él y el mundo en un par de años, Charlie decide aprovechar la situación, dándole la custodia de su hijo Max a su cuñada: con la plata que obtiene, se compra un nuevo robot para seguir peleando. Pero como la película, así, terminaría a los veinte minutos, Max querrá quedarse con su verdadero padre y pelear por lo que cree valedero. Ya que la cosa pasa por destruirse entre robots, ya no entre humanos, Max -que algo habrá heredado de su padre- se las ingeniará para crear su propio robot y salir a ganar, si no dinero, el orgullo perdido. Gigantes de acero conjuga algo de Rocky (el primero, cuando Balboa era un perdedor nato y un soñador), otro poco de El campeón y todo lo que puede venir de una producción de Spielberg. Así, esta pochoclera película tiene a Hugh Jackman mostrando músculos como en X-Men , a Evangeline Lilly (Kate Austen en Lost ) sufriendo como el amor imposible de Charlie y a un montón de chatarras enormes, con lucecitas y todo, golpeándose a lo bestia. Pero como los robots, más que tuercas o aceite no pierden -nada de sangre-, todos felices. Para los chicos quedaría la enseñanza de que hay que perseverar y no transar para obtener lo que uno se merece. Que en el caso de Max (Dakota Goyo) no es el cariño de su padre -que, obviamente, lo descubrirá- sino ganarse el respeto de los otros. Una maquinita (la de Max) contra toda la parafernalia de los millones de dólares que pueden tener los orientales (más claro...) en robot es algo así como una metáfora metalera. Con tanto ruido como los Transformers , pero algo más humanos y mucho más divertida.
Los hermanos sean unidos Hilary Swank y Sam Rockwell, lejos son lo mejor. Si no nos dijeran que la historia cuenta Justicia final está basada en hechos reales, diríamos que la imaginación de los guionistas en Hollywood da para todo. Pero no. Cual Erin Brockovich, Betty Anne Waters es una mujer tenaz, capaz de sacrificar el cuidado de sus propios hijos con tal de demostrar que su hermano Kenny es inocente de ese horrible homicidio que le inculpan y por el que está en prisión. Kenny –en otra extraordinaria creación de Sam Rockwell-, es cierto, a primera vista no impresiona bien. Tiene mal carácter, algo o muy pendenciero, sinceramente cuesta creer que no haya asesinado a esa mujer en su casa en Massachusetts. Es que si Kenny tiene una botella con un mililitro de alcohol a su alrededor, se pierde. Pero la que cree y no se pierde en su búsqueda de la verdad es su hermana. Nadie a puesta un centavo a la inocencia de su hermano, y ella se pone a estudiar Derecho para así defenderlo y demostrar lo que uno, desde la platea, no sabe si es evidente o no. Pero a Betty ay nada la amilana, ni el mal comportamiento de Kenny, algunas vueltas del guión, ni que el tiempo transcurrido desde el asesinato haga casi imposible recuperar pruebas o contar con testigos. Justicia final es de esos filmes en los que no hay que ver para creer. La mayor habilidad del director (y aquí no actor) Tony Goldwyn es dejar siempre un resquicio para la duda. Cuando todo parece indicar que sí, que Kenny es el asesino, o cuando sucede todo lo contrario. Y gran parte de ese mérito es atribuible a las performances de Rock-well y de Hilary Swank, el sostén de toda la película. Rockwell, una versión más joven de Gary Oldman, compone un personaje con muchas facetas, del que uno nunca sabe qué creer, pero no porque parezca un psicótico, sino porque logra hacer verosímil lo inconcebible. Y Swank – que sonaba para el Oscar a fines del año pasado, lo mismo que el actor de Confesiones de una mente peligrosa - es de esa raza de actrices que puede interpretar a luchadoras cuya firmeza y empeño no conocen claudicación alguna, y se ganan la empatía del espectador. Da gusto descubrir en el elenco a una recuperada Juliette Lewis, que aunque vuelva a interpretar a una joven pegada a la adicción, sabe cómo robarse la cámara. Algo que Minnie Driver no puede conseguir.
Y aquí no ha pasado nada En Versión japonesa. Lo común es que en los Estados Unidos adapten historias de terror surgidas por mentes japonesas, y no al revés. Hecha la salvación de que Actividad paranormal 0: el origen no es el origen de nada, o si lo es, es de un saga nipona que habrá de continuar o no (la estadounidense ya va por la tercera parte, que se estrena en breve), queda claro que si la película de Oren Peli no era pecisamente un dechado de originalidad, su versión oriental, tampoco. Por si usted se la perdió, Actividad paranorma l trataba sobre una pareja que sentía que algo extraño sucedía en su casa por la noche, y decidía poner una cámara para registrar fenómenos paranormales. Objetos que se mueven, y esas cosas. Aquí no es una pareja sino dos hermanos. Haruka regresa de un viaje a los Estados Unidos con dos piernas fracturadas de souvenir. Postrada, queda al cuidado de su hermano Koichi, ya que papá salió en viaje de negocios. La primera noche, la silla de ruedas se mueve. La segunda, ponen un montoncito de sal gruesa, y se desparrama. Todo es registrado por la cámara. Cuando Haruka se despierta porque siente que “algo/alguien/loquesea” la toca, su hermanito corre hacia su cuarto por las escaleras. Pero Haruka se la pasa gritando, y Koichi –por algún extraño motivo que, como tanto en esta película, no se explica- nunca enciende la luz. Por suerte no se choca con un mueble, un fantasma ni con nada. La película no sólo no asusta sino que no provoca. Bueno, algo de risa, sí, y debido a que cuando Koichi esté más o menos desesperado, y busque a Haruka y no la encuentrae en la casa, la llame “hermana, hermana”, que dicho en japonés se entiende algo parecido a “Mecha, Mecha”. Pero que la hermanita se llame Mecha o Haruka, da igual: es mejor perderla que encontrarla.
Y hoy que enloquecido vuelvo buscando tu querer Melodrama con Daniel Auteuil con más de un clisé. Usted los reconoce fácil. Son los personajes que Daniel Auteuil compone cuando no hace de fracasado en un thriller, o es comediante. El de perdedor, sí, es el rol para el que muchos realizadores encuentran en las grietas de su rostro el mejor perfil. Auteuil es en La quise tanto (el tiempo verbal preanuncia lo que vendrá) Pierre, un hombre que hace (hizo) negocios en todo el mundo y que recuerda al amor de su vida. Lo evoca con palabras como que entonces “haría el amor con el amor de mi vida por primera vez. Esas cosas se sienten”, y es el mismo que al rato dice “Era hermoso, pero artificial. Todo era falso. Me mentía a mí mismo”. ¿En qué quedamos? Pierre es un soñador, pero como diría John Lennon, no es el único. El problema es que todo este rememorar lo hace sentado ante Chloé, su nuera, a quien se lleva a su casita en las montañas porque Adrien, su hijo, la abandonó. ¿Y ella está dispuesta a escuchar las añoranzas amorosas de su suegro, que engañaba a su esposa con una traductora por todo el mundo? Parece que sí . Uno puede ser un soñador, y un hombre sensible y romántico, pero Pierre, además, es un infeliz en el cabal sentido de la palabra. Porque no dejó a Suzanne –quien apenas abre la película le dice que sabe todo sobre su amorío, pero que no lo puede dejar- y “no me recupero. Van 20 años y no puedo… Pienso siempre en ella, desde que me despierto”. Hay cosas para las que un Lexotanil no ayudan, pero Pierre -que en los restaurantes pide lo mismo que la mujer que lo acompaña, sea su mujer o su amante, cuando se siente intimidado- y Mathilde son una máquina de tirar frases hechas y/o de autoayuda. “Intentaré vivir sin ti” o “¿Qué va a ser de nosotros?” pueden sonar triviales fuera de contexto. Y dentro también. Cuando Pierre recuerda, y cuenta su reencuentro con Mathilde, Mathilde “aparece” y lo besa como habrá sido en aquel momento. La directora –y actriz, aunque aquí no cumple esa función- Zabou Breitman intenta airear la trama cada vez que salta al tiempo presente, aunque no siempre le da resultado. Además de Auteuil, que hace lo que puede con su protagonista, la canadiense Marie-Josée Croze, que fue mejor actriz en Cannes por Las invasiones bárbaras , le pone toda la piel y la ambigüedad necesaria a Mathilde. La directora por momentos pareciera que escribió la historia para poder incluir aquéllas y otras frases como “Uno no deja de amar a alguien. Empieza a amar a otro. Quizá porque hay espacio”; al ver llorar a su amante, ella le replica “Me voy. Yo ya lloré”, o la última línea de diálogo, esa esperanzada y cliseada “Va a ser un día hermoso, ¿viste?”. Y, no, porque el personaje se quedó dormido. Son cosas que pasan.
El hombre y su circunstancia Debate filosófico sobre nuestro lugar en el universo. No hay ni muchas películas como El árbol de la vida ni cineastas como Terrence Malick que se pongan a filosofar sobre el sentido de la vida, el lugar del hombre en el universo y que lo hagan con un elenco encabezado por Brad Pitt y Sean Penn. No abundan realizadores que se dispongan a construir un relato en el que los intérpretes, se llamen como se llamen y tengan el capital de atraer público por su solo nombre, sean casi secundarios a la hora de hacer el balance concluida la proyección del filme. Sí hay directores que son capaces de dividir opiniones, y el realizador de Días de gloria y La delgada línea roja lo ha hecho como nunca antes en su valiosísima pero corta filmografía. Uno puede extasiarse con la capacidad visual exhibida, ya sea en la paleta de colores de la Texas de los años ’50 de la familia O’Brien, de la naturaleza o el cosmos, y comprender cómo estas últimas encastran en las anteriores. O no. El árbol de la vida casi no permite que el espectador no tome posición. Malick parece decirnos que la vida de cada ser humano es ínfima dentro del universo, pero también que vale la pena disfrutarla, o al menos atreverse, se enfrente al escollo que sea. Los O’Brien (papá, Pitt; mamá, Jessica Chastain; y sus tres hijos –Jack, cuando sea mayor, Sean Penn, que bramó por lo poco que quedó de su trabajo en la edición final-) tienen que salir adelante ante la muerte de uno de los niños. Las visiones aquí también se contraponen. El padre es rudo con todos, la madre es la más componedora, y religiosa –pregunta al Cielo qué ha hecho ella para merecer la pérdida de un hijo, y recibe de respuesta que al menos le quedan otros dos-. Y Malick puede ser igualmente retórico, mostrando imágenes del origen de la Tierra o en un arroyo (el mismo en el que jugarán los O’Brien) en cuyas orillas un saurio le perdona la vida a otro. Los significados de tanta aglomeración visual –Malick contó con Douglas Trumbull en los efectos especiales, y su trabajo es tan magnificente que lo que se ve parece “real”- hacen que el espectador se extasíe o se aburra. Porque esas escenas entre cósmicas y alegóricas no son un paréntesis en la historia de los O’Brien, sino que la integran. ¿O caso Jack no vive en el presente en un mundo tecnificado, en el que se lo adivina exitoso, pero vacío? No es difícil sentir empatía por los chicos en ese hogar, que están despertando a la vida y se pregunatn quiénes son. Penn tiene derecho a protestar, porque así como quedó el filme, sus apariciones coinciden con los momentos menos logrados de la realización, otra rareza dentro del todo. No es un relato lineal, lo desestructurado forma parte de un todo y de una reflexión más espiritual y religiosa que lógica. El debate que abre Malick va de la evolución del universo a la involución humana. Impecables, como suelen ser los rubros técnicos en las producciones de Malick, emparentar a El árbol de la vida con 2001, Odisea del espacio o Koyaanisqatsi será reducir nuestra capacidad de asombro o de meditar, sea cual sea la ideología que uno tenga. Y así como con otras películas, sean del género que fuesen, uno siente que las termina en su cabeza, durante las horas o los días posteriores a su visión. Es un filme tan ambicioso como valiente a la vez.