Justo, pero justo en la semana en la que los Foo Fighters subirán al escenario principal del Lollapalooza en el Hipódromo de San Isidro se estrena aquí Terror en el estudio 666, la película que combina -o, después de verla, conviene decir que mezcla- comedia y horror, con asesinatos y muertes espeluznantes. Sobre una idea e historia escrita por Dave Grohl, el líder y cantante de la banda, los Foo Fighters se interpretan a sí mismos, como hacían los Beatles en los años ’60, pero con una diferencia: aquí no hay fanáticos que los persigan, sino que ellos son perseguidos por entidades diabólicas. O algo así. En la ficción, los Foo Fighters están por grabar su décimo álbum, y quieren hacer algo distinto, que los diferencie de las otras bandas y que sea a la vez atípico. Y vaya que lo será. Pero mejor habría que empezar por el comienzo, cuando una terrible matanza ocurre en una mansión o casa en Encino, por supuesto convenientemente alejada de casi todo. Era, también, una banda de rock que estaba grabando, pero alguien enloqueció y todos terminaron muertos y sin terminar el disco. Esto es en el pasado, por el año 1993, y en el presente, ¿a qué no saben a dónde irán a instalar su estudio de grabación los músicos? Marihuana y carne casi cruda Como dijimos, el lugar está lejos de casi todo, pero no tanto: hay una vecina que los reconoce y les hace unos pastelitos con marihuana. No queda claro si porque los reconoce les da la droga, o sencillamente les convida los dulces. No importa. Al llegar al lugar, Grohl se siente como impregnado, conectado del ambiente, y junto al bajista Nate Mendel, los guitarristas Pat Smear y Chris Shiflett, el baterista Taylor Hawkins y el tecladista Rami Jaffee se ponen a componer y tocar. Pero hay fuerzas endemoniadamente negativas que afectan al líder de la banda en esa casa aparentemente embrujada. Hay indicios de que algo no está del todo bien cuando Grohl comienza a comer la carne decididamente cruda. La película, además de estar dirigida a los fans de los músicos, tiene como principal destinatario a los espectadores que aman el cine gore en el que las muertes sean lo suficientemente exageradas como para provocar más risas que estupor y/o sorpresa. El director BJ McDonnell tiene en su haber la película slasher Hatchet III, y videos para la banda de metal Slayer. No es que haya contado con mucho presupuesto -las acciones transcurren prácticamente todas en el interior y el exterior de la casa- y algunos efectos dan más para la risa que para pegarse un susto. Y, para que vayan preavisados, el mismísimo John Carpenter hace un cameo como un ingeniero de sonido, y hasta coescribió uno de los temas musicales de la banda de sonido.
En su momento, el hecho conmovió a todo el mundo. Doce niños y su entrenador de fútbol quedaron atrapados en una cueva en Tailandia, y el rescate se prolongó durante días, al comienzo sin saber si se encontraban o no con vida. No fue hace tanto. El sábado 23 de junio de 2018 entraron y no pudieron salir. Fueron 18 días de angustia los que se vivieron para rescatar a Los jabalíes, como se conocía al equipo de fútbol. Milagro en la cueva, que se filmó a la brevedad y tuvo su premiere en 2019, sigue una estructura básica: los chicos jugando en una cancha, ingresando a la cueva, el encierro y el mítico rescate (con el título Milagro en la cueva no hay manera de evitar el spoiler) del que participaron rescatistas de todo el mundo. Es que cuando los primeros socorristas pudieron llegar a tomar contacto con el entrenador y la docena de chicos de entre 11 y 16 años, ya llevaban diez días sin comida. Y como el nivel de oxígeno disminuía cada hora más -llegó a un 15%-, había que sacarlos de allí lo antes posible. Las condiciones climáticas no ayudaban: si las lluvias habían hecho que quedaran encerrados, el pronóstico no era alentador, porque era época de monzones y se acercaba otro temporal. Relato de supervivencia Es un relato de supervivencia, sí, pero no como el de la reciente Dos contra el hielo, estrenada en Netflix. La película no les da tanta preponderancia a los chicos y su entrenador, sino que prefiere seguir la vida y el accionar de los socorristas, los buzos internacionales y la gente que quería como sea ayudar a sacar a los 13 encerrados con vida. Las trabas burocráticas que impedían que alguien llevara sus propias y necesarias bombas para extraer el agua, por ejemplo, son mostradas sin preámbulos. Hay dos datos claves por los que atravesó el rodaje. Como el director irlandés Tom Waller y su equipo no pudieron acceder a la cueva Chiang Rai, al norte de Tailandia donde transcurrieron los hechos, debieron rodar en cuevas similares. Y, por otra parte, varios de los personajes que aparecen en la pantalla se interpretan a sí mismos, como el propio Jim Warny, que ya ha dicho que le resultó más agotadora la filmación que el rescate, y que lo suyo fue más recrear que actuar. Es cierto que muchos de quienes actúan no son precisamente profesionales, y la credibilidad hay que buscarla, rascarla de la realidad. Cómo llegar hasta ellos, bucear cientos de metros, y confiar en que todos podrían salir con vida (los memoriosos recordarán que hubo que lamentar una víctima fatal) suma a la hora de seguir con atención el relato.
Llegó un nuevo Batman, el de Robert Pattinson. Es una versión nihilista. Como un emo adicto a la ira, con sus mechones de cabello mojado cayendo sobre su rostro. En una Ciudad Gótica azotada por la lluvia, sin la excentricidad gótica de Tim Burton o el exceso de neón de Joel Schumacher, a Matt Reeves lo habrán ido a buscar porque el tipo sabe cómo infundir en material recontra visto (es responsable de la muy atractiva saga de El planeta de los simios) un aire distinto. No precisamente refrescante, viendo lo que hizo con Batman. No por nada Venganza era el título del primer script de esta película. Y se basa en el cómic Batman: Year One, cuatro números firmados por Frank Miller y David Mazzucchelli, donde Bruce Wayne se convierte en justiciero. Noir y detectivesco Un film noir, un filme casi detectivesco, en el que el protagonista debe averiguar la identidad del criminal que está eliminando de a uno a los hombres del Poder. El villano, es decir El Acertijo (Paul Dano), vestido con su máscara antigás de la Primera Guerra Mundial, sale de las sombras -no las de Batman- y mutila rostros, corta pulgares o utiliza una palita para despegar alfombras y desagradablemente a ratas como armas. Le encanta aparecer en las redes sociales. Con una apertura mística, con el Ave María de Schubert, es Halloween, y la primera víctima es el alcalde de Ciudad Gótica. Es tiempo de elecciones, se venció a un zar de la droga, pero hay adictos a una nueva, llamada “gota”, y nadie parece querer hacerla desaparecer. Al asesino -que es visto por el hijo del alcalde, como si el pequeño Bruce Wayne viera asesinar a sus padres en el callejón aquella lejana noche-, le gusta dejar tarjetas como de cumpleaños o de salutación a The Batman, en la que le da pistas a la manera de acertijos. Que nuestro (anti)héroe se encargará de dilucidar ante la impávida cara de quienes lo rodean -por lo general, el Comisionado Gordon, un Jeffrey Wright que le da prestancia y conciencia al policía bueno, justo y no corrupto-. Batman es un justiciero nocturno. Prenden la Batiseñal, y allá va. En moto o como sea. "Es una gran ciudad -dice con voz grave-. No puedo estar en todas partes''. O "Piensan que me estoy escondiendo en las sombras, pero yo soy las sombras''. A Bruce Wayne, un Batman moderno, lo torturan el pasado, el ánimo de la venganza y también las dudas. Existenciales y a cerca de su herencia. ¿Su padre era quien realmente él creía que era? La Ciudad Gótica, o sea Nueva York, ¿se enfrenta a lo peor de la condición humana, con vándalos acechando en el subte a un miembro de una minoría racial? Bruce no parece un multimillonario. Su aspecto, cuando se saca la máscara, es más similar al de un pobre tipo que, si tiene heridas, pueden ser tanto por los golpes que recibe en sus salidas nocturnas como provenir de adentro. ¿Quién puede impartir justicia? El que esté limpio de pecados que se saque primero la careta. Esa búsqueda detectivesca, en la que Batman y el Comisionado Gordon se funden recuerda, cómo no, a Pecados capitales -con los cruentos crímenes de John Doe-, y es la que le sienta al filme para diferenciarse más aún de los Encapotados anteriores. Pero se siente la influencia de Batman, El caballero de la noche, el filme de Christopher Nolan de 2008, que dio vueltas todo lo referente a Batman, replanteando el cómic como una historia realista sobre la ruina de la condición humana. Aquí, Reeves apuesta a ser más seco. Duro. Pero, con todo, aquel filme en el que Batman rivalizaba con el Guasón de Heath Ledger era más potente, severo. Este quiere ser más serio. Esta Batman es más sombría que la trilogía de Nolan, sí, pero no tiene la potencia ni un guion como los de los filmes con Christian Bale. ¿Es mejor? Eso lo decidirá cada uno. Un problema que tiene el Batman, el personaje de Robert Pattinson, es que no crece, no cambia a lo largo del relato. No tiene una sola variación en el estado de ánimo y el tono. Michael Giacchino -un compositor que va de Up a Spider-Man: Sin camino a casa, la inminente Jurassic World: Dominio y la próxima de Thor- superpone notas de Something in the Way, de Nirvana, en el tema principal de la película, que se escuchará en el comienzo y se irá repitiendo. El tono es lúgubre. Es que Batman, decididamente, ya no puede ser un tipo divertido. Todo lo que veamos de aquí en más será una metáfora de la decadencia americana del siglo XXI. ¿Quién puede protegerlo? El sistema, corrupto, claramente, no. ¿Y entonces…? La acción no es espectacular, los gadgets no son para quedarse con la boca abierta. Tampoco el Batimóvil despertará la admiración de los fierreros. Aquí nada es extravagante, quizá para diferenciarse de los Batman anteriores. Este es oscuro como ningún otro. En esta Ciudad Gótica mugrienta siempre llueve, las acciones por lo general son de noche, lo que favorece la iluminación de Greig Fraser (candidato al Oscar por Duna). El Batman de Pattinson jamás sonríe, salvo en una toma, que esboza una tenue sonrisa, está atormentado por todo: por la muerte de sus padres, por la Ciudad Gótica que ve en decadencia, por cierta impotencia… Si cuando está frente a frente de Gatúbela y muy cerca… Descubran quién da el primer paso para el beso. Vestidos de cuero en un terraza, prometían más que unos besitos. Pero el final -y eso que hay como tres- elude las crisis existenciales de Batman. Ese giro es poco convincente. ¿O Batman era una de superhéroes salvando a Ciudad Gótica, y recién nos damos cuenta? La secuencia final, de acción, era más típica de un héroe menos solemne. Entre los personajes que aparecen está Carmine Falcone (John Turturro), mafioso que tiene un club nocturno al que acuden los poderosos. Zoë Kravitz es una magnética Selina Kyle/Gatúbela -así como el Guasón de Jack Nicholson eclipsaba al Batman de Michael Keaton…,- una ladrona acróbata también sedienta de venganza, un Andy Serkis supremo como Alfred (era César en El planeta de los simios, con captura de movimientos), y un Colin Farrell irreconocible debajo de esa pila de maquillaje como El Pingüino, al que no lo dejaron fumar en boquilla, ni tener un habano sin prender entre sus dedos regordetes. En cuanto a su extensión, vayan sabiendo que dura casi tres horas, para los que esperen la “escena” postcrédito, una toma que es más guiño que otra cosa.
Con melancolía, pero atención, con moderación y sin ponerse nunca pedante, Kenneth Branagh construye en Belfast un filme que es candidato al Oscar con tintes autobiográficos, y escribe una carta de amor a su infancia y a su ciudad natal. Toda película tiene un punto de vista, y el de Belfast es el de Buddy, un niño, y no lo perderá en ningún momento. Buddy es Branagh, y no porque sea rubio en ese blanco y negro en el que sucede todo lo real, y a colores cuando va al cine y se escapa de la realidad. Buddy (Jude Hill, irlandés como todos los intérpretes principales, la mayoría nacidos en Belfast) tiene 9 años y cuando la película comienza está armado con la tapa de un tacho enorme de basura que utiliza como escudo. Está jugando a vencer dragones, y a pocos metros de esa calle -el filme prácticamente no sale de allí, salvo al interior del cine o al de un aula, o una parada de bus- otros irlandeses están peleando de verdad por lo que creen, sienten y entienden es por lo que hay que pelear: sus derechos. Como en toda disputa y/o grieta cada uno cree o siente y entiende que la razón lo ampara. La película transcurre en momentos en los que la capital de Irlanda del Norte vivía particularmente convulsionada por los enfrentamientos entre protestantes y católicos, pero Branagh no quiere dar ninguna lección de historia. Menos ideologizar la vida de Buddy, que ya bastante tiene con lo que le pasa por su interior. A saber, lo más importante: está enamorado de la chica más linda y más lista de su clase en la escuela. Luego, también, su familia es de clase baja, baja por los recursos económicos con los que cuenta, pero altísima si contamos los valores que manejan. Buddy a su papá (Jamie Dornan, a años luz de Cincuenta sombras de Grey) lo ve poco y nada, porque se la pasa viajando a Londres a trabajar, pero bien que disfruta los momentos con él. Su madre (Caitriona Balfe) se preocupa por él y es la voz mandante que guía al ingenuo Buddy; su abuelo (Ciarán Hinds) está enfermo, y su abuela (Judi Dench) lo malcría con dulces. Hinds y Dench son candidatos al Oscar como intérpretes de reparto. Qué familia Imposible no empatizar con Buddy y los miembros de su familia. La película, que cuenta con siete nominaciones al premio de la Academia de Hollywood, incluidas la principal, mejor película, dirección y guion original, es un relato de amor a la familia, a esas calles del barrio, a la ciudad de la que emigrar es una posibilidad cierta. Si se van, dejan atrás las penurias económicas y la peligrosidad -las revueltas de violencia hacen que se construya una barricada, y formar parte de los grupos vandálicos es más que una opción-, pero también a los abuelos, a los afectos. Branagh llamó a su habitual director de fotografía Haris Zambarloukos, el mismo de la actualmente en cartel Muerte en el Nilo y también de Thor y La Cenicienta, los títulos más comerciales del director de Enrique V para su filme más intimista, que cuenta con una gran banda sonora de Van Morrison. Entre chicos jugando a la pelota en la calle y cócteles Molotov arrojados por hombres enmascarados se desarrolla Belfast, un filme que destila un humor blanco cuando no irónico, que habla y cuestiona los fanatismos de uno y otro lado, manteniendo eso sí siempre el homenaje incondicional a la familia.
Sí, ya sé que no es fácil convencer a muchos de que una película danesa como Justicieros, con Mads Mikkelsen, puede ser una divertida comedia de enredos, un filme de acción entretenido y que, además, tiene unas actuaciones para sacarse el sombrero. Porque no comienza precisamente con el humor negro, ni la acidez ni la rapidez de sus ingeniosos diálogos, sino con algo que luego irá entendiéndose como la teoría del caos. Arranca con el deseo de una niña por tener una bicicleta azul para Navidad. Como el dueño del local no la tiene, manda a robar una, por lo que la chica de esa bicicleta robada debe ir al colegio con su madre en auto, pero deciden tomarse el día libre y viajar en subte. Otto le cede el asiento a la madre cuando se produce una explosión, que sería un atentado, y la madre fallece. Otto (Nikolaj Lie Kaas) es un matemático recién despedido que crea algoritmos que predicen comportamientos sociales, y con la ayuda de otros dos nerds, descubre que en ese vagón viajaba un testigo que podía mandar a la cárcel a una banda delictiva de motoqueros. No pregunten cómo, pero llegarán hasta la casa del marido de la mujer muerta (Mads Mikkelsen), un militar que vuelve del frente para quedarse con su hija en ese difícil momento. Sí, nada parece muy cómico, pero a partir de ese encuentro, los tres amigos y el militar planearán la venganza, haciéndole creer a la hija adolescente de Markus que los recién llegados a la granja donde viven son terapeutas (ella quiere que su padre tenga ayuda psicológica). Dijimos que era una comedia de enredos, por lo que cada paso que el cuarteto haga -se sumarán un par de personajes más- derivará en un embrollo mayor. Lo que no dijimos es que Markus es un tipo tan hosco como eficiente a la hora del combate, cuerpo a cuerpo, o con o sin armas. Justicieros tiene todo, absolutamente todo para ser una película de Hollywood, y no sería difícil que termine siendo una remake. Si Otra ronda, la danesa ganadora del Oscar al mejor filme internacional el año pasado, también con Mikkelsen, el actor que fue Lecter en la serie Hannibal y el malvado de Casino Royale, lo será, ¿por qué no lo convencen a él para protagonizarla? Entretenimiento puro Son casi dos horas de entretenimiento puro, de sorpresas, vueltas de tuerca, con un guion que ofrece un timing perfecto. Todo el elenco, no solo Mikkelsen, está genial, pero vale la pena detenerse en Nikolaj Lie Kaas. El actor de varios filmes de Susanne Bier -como también Mikkelsen; el director Anders Thomas Jensen ha escrito varios guiones para la realizadora de Corazones abiertos- logra el balance perfecto entre ser un nerd y un ser tan sensible como lógico y solidario. Gran película, con un final que también cierra intachablemente.
Sentimientos encontrados despierta en todas las latitudes Spencer, que no es la biografía de Lady Di, sino que se centra en ese fatídico fin de semana de Navidad a comienzos de los años ’90 en el que Diana Spencer (Kristen Stewart nominada al Oscar), casada con el Príncipe Carlos (Jack Farthing, Joe en La hija oscura), se da cuenta de una buena vez que la convivencia es imposible. Es que la disposición emocional que uno tiene ante lo que le cuenta el chileno Pablo Larraín va variando. A la película no le cuesta nada poner al espectador del lado de Lady Di, que sufre el (mal)trato de una realeza estricta. “¿Qué c… hago acá?” se pregunta Lady Di, perdida en la ruta antes de llegar manejando su automóvil -nada de choferes- a la Casa Sandringham, la finca real que quedaba muy cerca de su casa de la infancia. La inquisición tiene un doble sentido o significado -como ya veremos, Larraín apela a metáforas y doble sentidos en más de una ocasión-: más que una desubicación de lugar, Diana advierte que quizá tampoco debería estar donde está, en el centro, no en el corazón, de la familia real británica. Ni jugar o arropar a los pequeños Harry y William mejora su cara. Porque la Diana de Kristen Stewart no ríe ni sonríe ni que le dieran la colección completa de Mr. Bean o El show de Benny Hill. Muchos motivos tampoco tenía. Apenas llega conoce a Alistair Gregory (Timothy Spall), un tipo que está allí como un stopper en el fútbol: no debe dejar que la esposa del príncipe se mueva con facilidad, y sí que cumpla los mandatos de la casa real mientras se “festeje” la Navidad. La única que parece comprenderla -y ya se verá por qué- es su asistente Maggie (Sally Hawkins, de La forma del agua). La cuestión del desánimo con que se sigue la proyección no pasa por ahí, sino por la construcción del relato, que pivotea en demasiadas áreas. Al drama conocido -su lucha contra la bulimia, no se menciona los intentos de suicidio que habría tenido- le agrega un clima como de horror, más metáforas algo burdas. Entrar a la psiquis Como en Jackie, sobre Jacqueline Kennedy, otra esposa en medio del poder, Larraín intenta meterse en la psiquis de su protagonista. Es que entre las elecciones del director chileno -toda una gran apuesta pensar que Stewart podía pasar por Diana- figura pensar que la protagonista está angustiada, claro, pero alterada también psíquicamente. Spencer fantasea con un personaje histórico como Ana Bolena, y cuando deambule por su propia casona de la infancia, aquello que mencionábamos de clima de horror se hará más tangible o palpable, si cabe el término. ¿O acaso la familia real, de aparición esporádica, no es más que una figura como fantasmagórica en la existencia de Diana? La afectación de la caracterización de Stewart, a quien el director fuerza con mohínes y caritas, gestos y posiciones de cuerpo para que se asemeje al personaje real, en verdad no ayuda y aleja al espectador en vez de conmoverlo. Y por momentos la actriz de Crepúsculo parece más una marioneta que una intérprete.
El tema con las comedias de acción y aventuras es más o menos el mismo. Si los protagonistas son dos, además de tener un buen villano, tiene que existir eso que suelen llamar química entre los que encabezan el elenco. Y Tom Holland, el “nuevo” Spider-Man -aunque ya apareció 7 veces como Peter Parker- y Mark Wahlberg la sostienen. Se nota a la distancia, desde la platea hasta la pantalla. Porque Uncharted: Fuera del mapa se basa en el archifamoso videojuego, y se exhibe solamente en cines. No acepten copias piratas. Como no aceptarían una copia del videojuego. Como sea, mejor que esto suceda, porque Uncharted: Fuera del mapa es una precuela, donde conocemos cómo Nathan Drake (Holland) conoce a Sully (Whalberg), así que esto va a dar para más películas. Lo que se dice, es el comienzo de una hermosa amistad, tal vez no como la de Casablanca. O de una nueva franquicia. Cuando Nathan conoció a Sully La adaptación del video juego de PlayStation tiene a Sully acercándose a Nathan en el bar donde el más joven trabaja como bartender y mozo, y es un carterista de manos rápidas. Le propone ir tras el botín de Fernando de Magallanes, una pila de oro que vaya uno a saber dónde se encuentra. Porque, como se dice en varias oportunidades en Uncharted nada está perdido hasta que se lo encuentra. Nathan perdió el rastro de su hermano cuando éste se escapó del orfanato en el que convivían, y Sully, que dice menos de lo que sabe, le dice que, juntos, podrían encontrar el oro y al hermano. La película mezcla, porque el verbo le calza mejor que combinar, un poco de Indiana Jones (Nathan es un erudito) con La leyenda del tesoro perdido, aquélla con Nicolas Cage, un poco de Tras la esmeralda perdida, y casi nada de la más reciente Jungle Cruise, la que le sonará a los millennials. Porque Uncharted está pensada para un público joven, que no haya visto muchas de acción y así pueda sorprenderse más. Para llegar al tesoro hay que, primero, conseguir una cruz, que se subasta y que el malo de turno (Antonio Banderas, que ordena y escupe tan bien en español como en inglés) tiene entre sus ojos. Proviene de una familia de alcurnia, los Moncada, pero más que limpiar su nombre no le molesta ensuciar su apellido con sangre siempre que consiga los miles de millones de dólares o euros que significa el botín. A los mencionados se suman Sophia Ali (de Grey’s Anatomy) y Tati Gabrielle, de un lado y del otro de las bandas en pugna, que viajarán de Nueva York a donde sea necesario. La película cambió varias veces de director. Y de elenco, hasta que finalmente logró plasmarse. Wahlberg estuvo en el proyecto, y lo sobrevivió. En una época iba a dirigirlo David O. Russell (El lado luminoso de la vida) y en el elenco estaba también Robert De Niro. Y encontró en Ruben Fleischer (Venom) al director adecuado, y en Holland al actor necesario. Y para quienes se queden a ver los créditos, al margen del consabido adelanto de lo que vendrá, pueden detenerse en un nombre perdido en el reparto. No, el guardia del museo del comienzo no es conocido, pero se llama Jesús Evita.
Quién no quisiera tener como amigo a Hércules Poirot, el detective deductivo, sagaz y seguramente con buen aliento que creó Agatha Christie. En esta Muerte en el Nilo, Kenneth Branagh, el director y también protagonista del filme, se permite explicarnos el por qué, sino el origen, de sus famosos bigotes puntiagudos. Ya sabíamos que Poirot era un obsesivo y que lo pierden los dulces. Todo eso está aquí. Pero de lo que muchos querrán hablar es de la presencia del personaje que interpreta Armie Hammer, acusado de abusos sexuales por varias mujeres. No Simon Doyle, sino Armie Hammer, el actor de Llámame por tu nombre y El Llanero solitario. Se rumoreaba que iban a cortar bastante de su parte, por las denuncias, y hasta se pensó en volver a rodar su parte. Nada de eso sucedió. Bueno, igual Simon es un tipo que hoy está con una mujer (Jacqueline de Bellefort, en la piel de la brillante Emma Mackey) y al otro día se casa con la millonaria Linnet Ridgeway (Gal Gadot). Es que el elenco, claro, es multitudinario, porque cada uno de los tripulantes del barco que recorrerá el río del título por Egipto puede ser el asesino. ¿De quién? Bueno, no vamos a spoilear ni siquiera eso. Muchos sospechosos Para quienes no estén familiarizados con la trama de la novela de 1937, o no hayan visto alguna de las varias adaptaciones anteriores -en cine, la de John Guillermin en 1978, con Peter Ustinov como Poirot-, casi todo transcurre en un barco a vapor con las pirámides de Giza de fondo, en el que la luna de miel de Simon y Linnet se va salvajemente interrumpida por la muerte del título. Por suerte abordo viajaba el detective belga, que mete tantos chistes como el guion de Michael Green se lo permite. Y tal vez haya que buscar por el lado del guion, la columna vertebral de la película. Obvio que el libro de Agatha Christie, con tantos sospechosos como le gustaba a la Dama del misterio, es suficiente base para no pifiarla. Michael Green fue candidato al Oscar por el libreto de Logan -fue la primera película que sale de Marvel en lograrlo- y también redactó los de Blade Runner 2049, Jungle Cruise y… Linterna verde (digámoslo todo), y vuelve a trabajar con Kenneth Branagh, porque el guion de Asesinato en el Expreso de Oriente también había sido adaptación suya. Suscribite HomeÚltimo MomentoPolíticaEconomíaSociedadOpiniónMundoDeportesEspectáculosCulturaHistoriasClimaHoróscopoLoterías y QuinielasRadio Mitre en VivoOtros ServiciosEdición impresaClaringrillaSudokuVideosFotogaleríasFamaInternacionalEstiloSuplementosNewslettersContactanosSuscribiteTemasEspectáculos Suscribite Buena Muerte en el Nilo: Cuando el río suena... Kenneth Branagh dirige e interpreta a Poirot, el personaje de Agatha Christie. No escondieron a Armie Hammer, acusado de abusos sexuales. Play Video Trailer de "Muerte en el Nilo" Pablo O. Scholz 0 10/02/2022 6:11 Clarín.comEspectáculosCineActualizado al 10/02/2022 6:11 Quién no quisiera tener como amigo a Hércules Poirot, el detective deductivo, sagaz y seguramente con buen aliento que creó Agatha Christie. En esta Muerte en el Nilo, Kenneth Branagh, el director y también protagonista del filme, se permite explicarnos el por qué, sino el origen, de sus famosos bigotes puntiagudos. Ya sabíamos que Poirot era un obsesivo y que lo pierden los dulces. Todo eso está aquí. Pero de lo que muchos querrán hablar es de la presencia del personaje que interpreta Armie Hammer, acusado de abusos sexuales por varias mujeres. No Simon Doyle, sino Armie Hammer, el actor de Llámame por tu nombre y El Llanero solitario. Se rumoreaba que iban a cortar bastante de su parte, por las denuncias, y hasta se pensó en volver a rodar su parte. Nada de eso sucedió. Kenneth Branagh. El actor y cineasta este martes fue nominado al Oscar por dirigir "Belfast". Foto Disney Bueno, igual Simon es un tipo que hoy está con una mujer (Jacqueline de Bellefort, en la piel de la brillante Emma Mackey) y al otro día se casa con la millonaria Linnet Ridgeway (Gal Gadot). Es que el elenco, claro, es multitudinario, porque cada uno de los tripulantes del barco que recorrerá el río del título por Egipto puede ser el asesino. Simon (Armie Hammer) y Linnet (Gal Gadot), los recién casados que viajarán por el Nilo y... Se les frustará la luna de miel. Foto Disney ¿De quién? Bueno, no vamos a spoilear ni siquiera eso. Muchos sospechosos Para quienes no estén familiarizados con la trama de la novela de 1937, o no hayan visto alguna de las varias adaptaciones anteriores -en cine, la de John Guillermin en 1978, con Peter Ustinov como Poirot-, casi todo transcurre en un barco a vapor con las pirámides de Giza de fondo, en el que la luna de miel de Simon y Linnet se va salvajemente interrumpida por la muerte del título. El trío. Gadot, Emma Mackey y Hammer. La película, como la novela de Agatha Christie, se ambienta a fines de los años '30. Foto Disney Por suerte abordo viajaba el detective belga, que mete tantos chistes como el guion de Michael Green se lo permite. Y tal vez haya que buscar por el lado del guion, la columna vertebral de la película. Obvio que el libro de Agatha Christie, con tantos sospechosos como le gustaba a la Dama del misterio, es suficiente base para no pifiarla. Michael Green fue candidato al Oscar por el libreto de Logan -fue la primera película que sale de Marvel en lograrlo- y también redactó los de Blade Runner 2049, Jungle Cruise y… Linterna verde (digámoslo todo), y vuelve a trabajar con Kenneth Branagh, porque el guion de Asesinato en el Expreso de Oriente también había sido adaptación suya. Entonces allí, a bordo, tenemos además de los nombrados a Annette Bening, a Tom Bateman como Bouc, el amigo joven de Poirot que ya estaba al lado de Branagh en Asesinato en el Expreso de Oriente, Sophie Okonedo, Letitia Wright, Ali Fazal, Dawn French, Rose Leslie, Jennifer Saunders y si llegan a reconocer a Russell Brand como el doctor Bessner, me avisan. El complot, tanto aquí como en Asesinato..., está bien aceitado. Y los manierismos de Poirot son toda una delicia. Compro más a Branagh como el protagonista que como el director, porque la película se deja ver, sí, las dos horas y minutos pasan volando. Pero cada vez que la cámara gira y descubre a Poirot, es, sí, para frotarse las manos. Por lo menos por un rato.
Si el amor a primera vista existe -y juro que sí-, Kate Valdez (Jennifer Lopez) y Charlie (Owen Wilson) deberían darse cuenta de inmediato que se aman, y quieren estar el uno con el otro para siempre. OK, las circunstancias en las que la superestrella de la música (Kate, no Jennifer) cruza sus ojos almendra con los azules de Charlie son particulares. No solamente porque están a varios metros, ella sobre un escenario, y él, en la platea, sosteniendo un cartel que dice “Cásate conmigo”, pero que le dieron de prepo, y no lo escribió él. Kate iba a casarse en ese mismo concierto (“Marry Me” era el título del show) en el Madison Square Garden en Nueva York con otra estrella del pop, Bastian (el colombiano Maluma), pero justo, justo ¿eh?, cuando está por aceptar, un video viral de su novio besándose con una asistente hace desistir a Kate, que elige a cualquiera del público. Bueno, a cualquiera, no. A Charlie que como ya dijimos es Owen Wilson. Algo bobalicona Cásate conmigo es una comedia romántica bobalicona, que casi siempre transcurre en las esferas acomodadas de gente rica, como el personaje que interpreta Jennifer Lopez, no tanto el de Owen Wilson. La situación, que puede ser tildada de absurda, de disparatada, de ridícula y de todos los adjetivos que se les ocurran, da pie a pasos de comedia ya recontra transitados. Pero es la famosa química entre los protagonistas lo que hace que las casi dos horas se pasen, si no rápida, llevaderamente. Sí, puede verse o entenderse como una crítica al modo de vida de la clase alta o más pudiente estadounidense. O a la locura que desata el fanatismo -ser fan siempre termina en excesos fuera de cualquier lógica-. O puede no verse nada de todo esto y seguir a los protagonistas como si fuera una comedia, que es lo que es. Los personajes satélites de Kate y Charlie (el de Bastian es bastante esquemático, el del arquetípico mujeriego, y no porque lo interprete el astro colombiano) están allí para levantar la puntería cuando los chistes entre las estrellas aflojan. De un lado está Colin, el representante de Kate, interpretado por John Bradley (Samwell Tarly en Game of Thrones, la semana pasada estrenó Moonfall), y del otro, Lou, la hija de Charlie, que encarna Chloe Coleman, la niña de Grandes espías y a quien veremos próximamente en Calabozos y dragones y Avatar 2. Todo sigue más o menos como en la novela gráfica en la que se basa. Y si funciona la idea, tal vez en un par de años veamos la secuela. O no.