La nueva película de Guillermo del Toro es una fábula moral, tan fascinante como oscura, sórdida y espantosa. Trata como nunca en el universo del director de El laberinto del Fauno sobre la conducta humana, que sabemos puede ser tan siniestra, intrigante y seductora. Y también está la relación entre Stanton (Bradley Cooper) y Lilith (Cate Blanchett), probablemente dos caras de una misma moneda oxidada. Estafadores de todo tipo, manipuladores de la confianza e ilusiones ajenas, ya sea en una feria o parque de diversiones o psiquiatras, no hay nadie en quién confiar, parece decirnos Del Toro. Sombrero de fieltro, Stanton Carlisle comete un crimen ni bien abre la película, toma un tren y despierta cerca de un parque de diversiones. Como si ese cerrar y abrir de ojos significará terminar una etapa y comenzar otra, Stanton tendrá una nueva oportunidad. No es fácil ni difícil sentir empatía con Stan. Es un hablador que se cree superior al resto. ¿Un trepador social? Sí, seguramente. Y un tipo que puede tropezar en cualquier momento. Ningún santo Del Toro y su coguionista Kim Morgan -nueva pareja del director- no dan indicios del pasado de Stan como sí estaba en la novela de William Lindsay Gresham, que ya tuvo su versión cinematográfica, dirigida por Edmund Goulding, en 1947, con Tyrone Power. Sabemos, entonces, que el personaje no es ningún santo. Lo que no sabemos es la motivación de sus actos. Pero las futuras relaciones con los miembros de esa kermesse ambulante (los personajes de Ron Pearlman, Willem Dafoe, Davis Strathairn, Toni Collette, Rooney Mara: tras el Oscar por La forma del agua el mexicano no se privó de contar con un elenco de ensueño) nos darán una idea de quién es Stanton. Son los años ’30, después de la Gran Depresión. No es un mundo de ilusión, pero sí uno en la que hay muchos ilusos -los que pagan una entrada para ir a la kermesse- y estafadores que juegan con la esperanza de esa gente. Allí, en el parque, está la mecánica del engaño, desde cómo se adivina lo que quiere saber un visitante a cómo convertir en monstruo a cualquier persona. Pero aquí, a diferencia de en otras creaciones de Del Toro, no hay monstruos sobrenaturales. Hay monstruos de verdad. Tipos y tipas que con tal de alcanzar notoriedad y dinero son capaces de vender su integridad. De eso trata El callejón de las almas perdidas, una película que no es que vaya en círculos -presten atención a cómo Del Toro gráficamente utiliza lo circular-, pero que agarra al espectador, y difícilmente lo suelte. Hay algo del Freaks de Tod Browning en todas las secuencias de la kermesse, en ese universo de semimarginados de carromato. El mentalista (David Strathairn), la clarividente Zeena (Toni Collette), el rudo Bruno (Ron Perlman), Clem (Willem Dafoe), salvo Molly (Rooney Mara) todos tienen algo que ocultar. Y la pregunta es por qué albergarían a alguien como Stanton. Un personaje que se irá de allí, de los pueblitos hacia la gran ciudad, junto a la cándida Molly como su amor y asistente, y en Copacabana (¡!) se cruzará con la psiquiatra Lilith Ritter. Allí, cuando el filme se transforme en un film noir, Lilith será la enigmática femme fatale, encarnada por Cate Blanchett. Ella cree desenmascarar el acto de clarividencia de Stan, pero él la convence, o eso cree, que la ha engañado. La iluminación del director de fotografía Dan Laustsen es cautivadora. Y el art decó del que abreva la diseñadora de producción Tamara Deverell, y el vestuario Luis Sequeira sirven al lenguaje visual de Del Toro, a sus citas cinéfilas. A crear un universo seductor, que embruja, con una mirada menos conmovedora, es cierto. Pero con qué mirada.
Licorice Pizza es una historia de amor. De amor entre el quinceañero Gary y Alana, que le lleva diez años, pero también amor a una época, y a un lugar. El Valle de San Fernando, por 1973. Boogie Nights, juegos de placer, la segunda película de Paul Thomas Anderson, transcurría no muy lejos de allí, a fines de los ’70. Y es clarísimo que el director de Magnolia y The Master tiene una predilección por esos amores primerizos, por el despertar sexual y por las relaciones -de amistad, de compañerismo y de pareja- que mostraba en algunas de sus realizaciones, y que aquí expone en primerísimo primer plano. Y a diferencia de otras películas más lineales, si se quiere, como las ya mencionadas -aunque Magnolia saltaba de una historia a otra, hasta que se cruzaban-, Licorice Pizza no tiene un argumento que sea difícil de resumir en pocas palabras. Chico adolescente, con acné, conoce a chica veinteañera y se enamora perdidamente. Lo que suceda en las más de dos horas desde que arranque ese primer encuentro en un colegio secundario, no será para nada secundario. Gary y Alana podrán desencontrarse, coquetear con extraños, extrañarse, y la historia de amor seguirá siendo la misma. PT Anderson puede trabajar en El hilo fantasma con un intérprete como Daniel Day-Lewis, meticuloso, obsesivo, un estudioso de la actuación, y en su película siguiente llamar a dos desconocidos, y que además nunca habían actuado en una película. Hay una explicación en la selección de Cooper Hoffman y Alana Haim como los protagonistas. Ellos están íntimamente ligados al realizador. Cooper es hijo del fallecido Philip Seymour Hoffman -gran amigo y actor de varios filmes de Anderson-, y Alana es integrante de la banda Haim, de la que el realizador dirigió varios videoclips. ¿Quieren más? La madre de Alana fue maestra de PT Anderson. Y Cooper y Alana les vino bárbaro para contar esta historia de coming-of- age de este chico, y habría que decir de esta chica que está aburrida y le intriga el muchacho que está coqueteando con ella. Lo dicho, ella podrá darle celos tomando la mano de otro chico, actor como Gary. Y Gary hacerse el gracioso con una chica de su edad, para que lo note su amada. Anderson les escapa a los clisés, sí, pero también se la juega desmarcándose del relato de comedia romántica convencional. Por aquello mismo de que el argumento puede resumirse en pocas palabras, no es lo mismo que la acción, o los sentimientos de los protagonistas. Por eso Licorice Pizza pude incomodar a algunos. Hay muchos cameos, pero sobre todo, dos papeles secundarios que están basados en personajes reales. Uno de ellos es Jon Peters, el productor de Nace una estrella, la película con Barbra Streisand, y que Anderson haya llamado a Bradley Cooper (director y coprotagonista de la versión con Lady Gaga) es tanto un guiño como un hallazgo. Nunca vimos al actor de quien hoy también se estrena El callejón de las almas perdidas en un papel así. Y el otro es “Jack Holden”, por William Holden, interpretado por un Sean Penn apaciguado. Como es el tono de esta película, presumiblemente próxima candidata al Oscar.
Ya hemos dicho que hay muchos grandes cineastas que pasaron los 70 años -o más- y siguen en actividad, y cómo algunos de ellos siguen tan pujantes como en sus comienzos. Ejemplos hay, de Martin Scorsese a Steven Spielberg. Y ya en breve ahondaremos en otros pasos en falsos que han dado figurones como Ridley Scott o Clint Eastwood, el año pasado, o Francis Ford Coppola hace ya un tiempo. Pero si hay alguien desparejo en sus últimas obras, ése es Woody Allen. Cuando rodó Rifkin’s Festival, que llega con cierto atraso a las pantallas argentinas, ya tenía al movimiento #MeToo encima, y a muchas estrellas que trabajaron con él -Kate Winslet, Timothée Chalamet, Rebecca Hall- jurando que nunca volverían a trabajar con él, tras ser acusado de haber abusado de su hija Dylan cuando tenía 7 años. Hasta ahora, el director de Manhattan fue absuelto de toda culpa. Y al escribir el guion de Rifkin’s Festival, el neoyorquino que hoy tiene 86 años parece que no escuchó ni le importa lo que digan. Como hace Quentin Tarantino, que no fue acusado de nada, pero si uno de sus personajes tiene que masacrar a una mujer, como hacía hace unos años, lo hace. Como sea, de nuevo Woody Allen vuelve sobre temas recurrentes en su filmografía, de la que Rifkin’s Festival está, claramente, entre lo más flojo. No, no solamente la neurosis, sino una relación de pareja que se resquebraja. No tanta risa Pero no es en tono dramático, porque Rifkin’s Festival pretende que nos riamos, seguramente no a carcajadas. El asunto es que sólo nos brotan sonrisas, la mejor de las veces, y un gesto de, no preocupación, pero sí de pesadumbre. O descontento Algo impensado hasta hace unos años. El Rifkin del título es un personaje que bien pudo haber interpretado -como casi siempre en sus películas- el propio Woody. Mort (Wallace Shawn) es un académico del cine y un novelista frustrado, que acompaña a su esposa al Festival de San Sebastián. La ciudad, como en su momento Barcelona, o Roma o Venecia, pagó buena parte de la producción, dándole libertad absoluta a Woody para crear lo que quisiera, y mostrar turísticamente los encantos de la ciudad vasca. Su mujer (Gina Gershon, de la lejana Showgirls) es publicista, y viaja para apoyar la presentación de la nueva película de un cineasta, joven, pretencioso y francés (Louis Garrel). De nuevo, el protagonista masculino le lleva casi 20 años a su esposa, quien también es mucho mayor que su amante. Ella lo coquetea efusivamente y disimula poco. Por supuesto que la desconfianza de Mort tiene en qué basarse, pero él, hipocondríaco como cualquier personaje de Allen, cree que debe buscar ayuda médica, y se enamora de una cardióloga (Elena Anaya, de La piel que habito, de Almodóvar). El principal problema, si es que hay uno, es que Rifkin’s Festival se desarrolla, sí, pero no arranca nunca. Los gags, para quienes somos seguidores del director de Dos extraños amantes, se adivinan antes de que algún personaje mueva los labios. Tampoco en la edición Woody se ha esforzado por agilizar el asunto, hay escenas rodadas con un solo plano, a la película le falta ritmo, humor, no ya digamos sustancia. El gran Vittorio Storaro rodó en blanco y negro las secuencias de sueños que imitan momentos icónicos de grandes cineastas, y que van de Fellini a Truffaut y a, por supuesto, Bergman. Pero eso, que podría ser una ventaja, queda como un recurso suelto, inconexo. La falta de inspiración, esta vez, le ha jugado en contra. Ah. Por si ven otra cara conocida en la pantalla, es Luz Cipriota, como la periodista que le hace una pregunta al cineasta francés en el hotel.
Decir que vuelven no sería cierto, porque nunca se fueron. Estuvieron en las 4 películas de Scream que dirigió Wes Craven. Son Sidney (Neve Campbell), Gale (Courteney Cox, Monica en Friends) y Dewey (David Arquette) -los últimos estuvieron casados en la vida real- y están en la nueva de Scream, ¿pero seguirán si hay una próxima? A esta nueva Scream pudieron llamarla Una voz en el teléfono, ¿Y ahora quién llama? o Los sospechosos de siempre. Ante todo, aclaremos, no vamos a spoilear nada. Ya bastante avisa el afiche que promociona la peli y dice que el asesino "Siempre es alguien que conoces". Si eso no es spoiler… Confíen. Esta Scream es, como se la autodefine en el filme, una “recuela”, ni precuela ni secuela. Se mira al ombligo, gira en torno a personajes, trama y hasta locaciones de la Scream original, de la que se cumplieron 25 años. ¿Hace falta haber visto o recordar la primera? Hay guiños y referencias, pero se comenta todo como para que ningún adicto nuevo a la saga se quede afuera de la conversación. La trama transcurre, cómo no, en Woodsboro, el pueblito ficticio que creó Kevin Williamson para la saga. Hay nuevos personajes jóvenes a los que se suman los originales. Y sí, hay alguien de nuevo disfrazado como Ghostface, que está llamando por teléfono a sus víctimas. La primera es la asmática Tara -no es un dato menor-, a quien le repite el jueguito de preguntas y respuestas que le hacían al personaje de Drew Barrymore, y si contesta mal, asesina a una amiga. Y sí, se vuelve sobre Stab, la película de la que se habla en Scream 2, que se basaba en los hechos “reales” de la primera película. Y sobre los clisés del género: si no se quiere morir, no hay que decir “Ahora vuelvo”, no hay que tener sexo, etc., etc. Ya dijimos que no vamos a spoilear Los directores -igual que los asesinos en la original- son dos, Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, que juntos compartieron Las crónicas del miedo (V/H/S) y vienen de dirigir Boda sangrienta. Y son fieles a la saga, al espíritu y a la atmósfera. Lo que sí han hecho, a una década de Scream 4, es aggiornarla o actualizarla con los dispositivos con que cuentan hoy los teléfonos celulares. ¿Qué le hablan a los fans? Sí, es cierto. Y si hay referencias a otras muchas películas (entre ellas a Psicosis), también hay a directores del género (Jordan Peel), a Netflix, a las redes sociales y más. Y si ya había un Loomis -uno de los asesinos- en la Scream original, que aquí un personaje se llame Sam Loomis, como el psiquiatra que atendía a Michael Myers en Halloween... El suspenso, como enseñó precisamente John Carpenter en la primera Halloween, se crea a partir de lo no visto, lo que se nos oculta o no muestra, no con las cuchilladas a manos, cuellos o atravesando rostros. Entonces lo que suceda fuera del campo visual, o a los costados o al fondo de la presunta víctima es lo que nos tensiona. El resto ya lo vimos mil veces. La primera Scream tenía un presupuesto exiguo (14 millones de dólares en 1996), se rodó rápido, pero en ésta hay cosas que sorprenden. En una escena en la que deben correr al hospital, es de día, anochece pronto y amanece aún más rápido. ¿La habrán rodado en Finlandia? ¿En el hospital no trabaja nadie de noche? Entre los guiños hay uno tempranero ("¿Wes te sigue molestando?"), que después tendrá su explicación, pero hay que estar atentos a todo si se quiere descubrir quién está bajo la máscara de Ghostface. Y si no, quedarse sentado esperando que los asusten, que para eso también uno paga su entrada al cine.
Si es difícil mantener la atención y la tensión a lo largo de más de dos horas de proyección en cualquier película, vaya mérito el de Matthew Vaughn, que en King’s Man: El origen no quita el pie del acelerador ni por un segundo. Ante todo, aclaremos que no hace falta haber visto las películas anteriores de Kingsman, que suceden un siglo después que los hechos de El origen. Hay un guiño y una mención al Whisky Statesman -guiño a King’s Man: El círculo dorado (2017)- porque hay que quedar bien con los fans, pero no mucho más. Es 1914. Aquí tenemos al duque de Oxford (Ralph Fiennes ¿es que siempre va a estar muy bien, haga el género que haga?) que tiene una doble misión. Por un lado, dirige una pequeña red de espionaje, que dará origen, como indica el título, a la que ya vimos en dos largometrajes protagonizados por Taron Egerton, y por otro tratar de apaciguar, cuando no impedir, los deseos de su hijo Conrad (Harris Dickinson) por ir al frente a pelear en la Primera Guerra Mundial. Algo sucedió en el comienzo de la película, por lo cual se entiende la preocupación y sobreprotección del Duque hacia su hijo único. Pocos, pero buenos, contra muchos, pero malos Pero decíamos que la organización, minúscula, del duque, se enfrenta a otra de mayores proporciones e internacional, que está por desatar los acontecimientos que derivarían en la Primera Guerra Mundial. Y si bien no se sabe quién es su líder, que reúne a sus secuaces en un lugar de difícil acceso y alejado de todo, sí tiene entre ellos a Rasputín (el galés Rhys Ifans, que alguna vez fue Spike, el compañero de hogar de Hugh Grant en Un lugar llamado Notting Hill, y es Lagarto en Spider-Man: Sin camino a casa), consejero del zar Nicolás II. Es increíblemente divertido cómo King’s Man: El origen se apropia de personajes y hechos reales para darles una vuelta de tuerca, la necesaria para acomodarlos a su beneficio. Ya sea Rasputín -que desayunaba cianuro para prevenir que lo envenenaran, como también se lo menciona en la actual serie Succession- o el asesinato del archiduque de Austria, heredero del Imperio Austro-Húngaro. O como suele hacer Quentin Tarantino, en Bastardos sin gloria o Había una vez… en Hollywood, alterando algunos hechos reales. ¿O no se acuerdan que el Titanic de James Cameron embestía el iceberg porque un marinero se quedaba mirando a Rose y Jack en la cubierta del buque? E inclusive tenemos al mismo actor Tom Hollander interpretando a tres personajes (el rey Jorge de Inglaterra, el káiser Guillermo, el zar mencionado). Al estar dirigida por el mismo realizador que sus predecesoras, El origen mantiene su estética, pero se diría que inclusive su ritmo es más acelerado. Y eso que no apela, hasta los últimos 20 minutos, a ningún artilugio propio de las películas de acción, con o sin espías, a los que Hollywood nos viene malacostumbrando en los últimos años. Las peleas cuerpo a cuerpo, una marca de la saga, están a la orden del día, lo mismo que el humor, los contrapuntos en los diálogos y los saltos de una ciudad a otra. ¿Será King’s Man: El origen el puntapié de una serie de películas que lleguen hasta la actualidad? El tamaño del éxito de la película seguramente lo determinará.
Animales cantando sobre un escenario no es lo mismo que animales haciendo playback… con las voces de artistas famosos. Eso es lo que sucedía en Sing, y era un éxito, y es lo que repite Sing 2 ¡Ven y canta de nuevo!, y el resultado, sigue siendo el mismo. Ahora si hacen lo mismo en Sing 3 no esperen que la gente salga del cine aplaudiendo. O sí. Illumination, el estudio de animación detrás de Mi villano favorito y Minions, la pegó en 2016 con Sing. La película de Garth Jennings (que vuelve a prestarle su voz en la versión original a Miss Crawley) trataba, es una manera de decir, sobre cómo un koala empresario trataba de salvar el cierre de su teatro, haciendo un show en el que otros animales humanoides (porque de alguna manera hay que llamar a los personajes) realizaban un casting que excedía sus expectativas. Como seguramente fueron los 634 millones de dólares que recaudó la primera Sing en todo el mundo. Las canciones eran muchas. Alguien se tomó la molestia de contarlas, pero se cansó y llegó hasta 85 los hits de los años ’40 hasta ese presente, 2016. La nueva Ahora tal vez no haya tantos, pero sí muy conocidos y de ritmo variado, pero lo fundamental es que ahora Buster Moon -el koala empresario- tiene que conseguir, como sea, que el antes exitoso y hoy retirado Clay Calloway salga de su ostracismo -sus motivos tendrá- y los acompañe en un show. Hay un empresario multimillonario y poderoso, un lobo blanco, que quiere que su hija actúe en un show, y en el casting Buster y los suyos lo convencen de que conocen a Clay y que pueden hacer un musical en el espacio, y… Si Clay no acepta, la vida -y no sólo la artística- de Buster correría serio peligro. ¿Por qué? Bueno, acompañen a sus hijos, sobrinos, primos o nietos y se enterarán. Claro que la mayoría de las copias que se proyectan en los cines en la Argentina están dobladas, habladas en castellano. Pero ojo, que en algunas salas sí proyectan la versión original, o sea no doblada al español, sino con subtítulos. Y allí podrán escuchar a Matthew McConaughey (Buster Moon), a Reese Witherspoon (la cerdita Rosita), a Scarlett Johansson (Ash). Y entre los nuevos personajes, a Alfonso le pone la voz Pharrell Williams, y al león Clay Calloway -que no por nada canta I Still Haven't Found What I'm Looking For-, Bono. Lo curioso es que en la versión latina Clay tiene la voz de Chayanne. Y no es éste el lugar para hacer odiosas comparaciones. Claro que la mayoría de las copias que se proyectan en los cines en la Argentina están dobladas, habladas en castellano. Pero ojo, que en algunas salas sí proyectan la versión original, o sea no doblada al español, sino con subtítulos. Y allí podrán escuchar a Matthew McConaughey (Buster Moon), a Reese Witherspoon (la cerdita Rosita), a Scarlett Johansson (Ash). Y entre los nuevos personajes, a Alfonso le pone la voz Pharrell Williams, y al león Clay Calloway -que no por nada canta I Still Haven't Found What I'm Looking For-, Bono. Lo curioso es que en la versión latina Clay tiene la voz de Chayanne. Y no es éste el lugar para hacer odiosas comparaciones.
No es común ver lo que se ve en Sexo desafortunado o porno loco en los cines de la Argentina. Hay sexo explícito, por eso fue calificada Solo apta para mayores de 18 años. Una pareja tiene sexo y decide filmarlo. Se ve al hombre tomando su pene en primer plano, se masturba, la mujer hace una felación también mostrada en detalle, hasta que hacen el amor. El tema de Sexo desafortunado o porno loco es que ella es una maestra de un colegio secundario en Rumania, el video se filtra a Internet y los padres de sus alumnos se muestran ofendidos. La película arranca directamente con el video en cuestión. Irreverente, el director Radu Jude hace una sátira contemporánea sobre la hipocresía en su país, sí, pero mucho de lo que se cuenta se puede extrapolar a otras regiones del mundo. El rumano, que obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín a la mejor película este 2021, se encontró con la pandemia cuando iba a empezar rodar, por lo que esperó unas semanas y la filmó igual. Y como hay muchas escenas que se desarrollan en las calles de Bucarest, la gente deambula con barbijo. Pero se les entiende todo: discuten en el supermercado porque alguien se demora en la fila, un peatón es arrollado por un automovilista con pocas pulgas, la protagonista discute con alguien que ha estacionado el vehículo en la vereda. Abusos en todos lados Está claro: la intención es mostrar que los abusos son cosa de todos los días, y en todos los ámbitos. Los ánimos están caldeados, y se nota que en parte es porque han estado encerrados mucho tiempo, y hay situaciones por las que cualquiera estalla sin ponerse límites. Pero como Sexo desafortunado o porno loco es una sátira, toda la cuestión del distanciamiento social o el uso de barbijos es aprovechado, también, para situaciones que bordean el ridículo -cuando en una reunión en el colegio, al aire libre y cuidando los protocolos sanitarios, les piden a los padres que mantenga la distancia, uno grita “sí, como la mantienen ellos” en referencia al video sexual. Es cierto que el director pudo haber dejado librada a la imaginación de los espectadores el contenido del video, y tampoco importa que haya sido el marido de Emi (Katia Pascariu) pero se sirve de ello para que los padres, en el tercer capítulo en el que divide su filme, realicen un simulacro de juicio a la profesora, revean “el material” delante de ella, humillándola, y hagan una caza de brujas. Que entre ellos haya un militar y un sacerdote no hace más que emparentar a Sexo desafortunado… con el cine de Luis Buñuel, salvando las lógicas distancias. Que para defenderse, la profesora -que desde el comienzo tratar de poner paños fríos por la indiscreción- haga referencia a que el poeta más venerado de su patria, Mihai Eminescu, tiene entre sus versos algunos que pueden considerarse obscenos, vuelve a elevar la vara. Entre la presentación y el tercer “capítulo” transcurre otra provocación. Se suceden diapositivas o imágenes para explicar definiciones o conceptos generales, acerca de Historia o Pornografía, por ejemplo, en los que el director busca de nuevo la sorpresa, el choque, generalmente a partir del humor absurdo. Pero si alguien tiene la guardia baja, mejor que se prepare.
Primero y principal hay que aclarar que El aro: Resurrección no tiene nada que ver con la saga japonesa original, ni con la estadounidense. Es una producción china, basada en la novela digital She Died on QQ, de Ma Boyong, y si por ahí deambula un espectro de cabello negro, largo, y va vestido de blanco, no es Sadako. Tampoco es Yoko Ono. O sea que se cuelgan del vestido blanco y exitoso para aprovecharlo. También no está de más mencionar que algunos elementos de la trama se tocan con El conjuro: El diablo me obligó a hacerlo, pero ya sería hilar demasiado finito, porque lo que cuenta la película de Hollywood estrenada este año se basa en hechos reales (algo modificados) y la novela de El aro: Resurrección es posterior a los hechos, no a la película con el matrimonio Warren. Así que vayamos a lo que sí es real, este filme en el que una joven estudiante, Zhou Xiaonuo (Yihan Sun) está devastada por el suicidio de una prima. Le resulta raro, y lo extraño será que a la prima le había llegado una novela virtual en la que ella había participado hace años. Paralelamente a que otros jóvenes empiezan a morir al leer un nuevo capítulo que, misteriosamente, se subió a la web, la protagonista comienza a tener visiones de una mujer -la de cabello largo y negro, vestida de blanco y que no es Yoko Ono: ésa-. ¿Quieren más rarezas? Quien lee esa novela experimenta, ¿cómo decirlo?, fenómenos extraños. No tarda mucho en advertir, junto al aguerrido Ma-Ming (Meng-Po Fu), un adicto a las redes sociales y también a todo lo que esté relacionado con lo fantasmal, que si alguien no se pone a investigar la novela web maldita, bueno, los cadáveres comenzarán a acumularse. Lo cual no sería un problema para un filme de terror. El título de la novela, She Die don QQ, está relacionado con el servicio de mensajería instantánea china QQ, especie de Whatsapp en aquel país. El asunto es que no conviene ponerse a leer los capítulos de la novela en la web, porque ya se sabe lo que le puede pasar al que la lea. ¿Será que alguien está copiando los asesinatos, algo truculentos, como figuran en la novela? ¿Será un asunto de fantasmas? Por de pronto, el director Norio Tsuruta era el de El aro original japonés. Y el hombre sabe lo que es asustar a su público. Tremendamente oscura, y con un doblaje al castellano que realmente no ayudó a la hora de ver El aro: Resurrección, la película también se permite el salto entre distintos universos -el real; el fantasmal- creando una sensación de extrañeza que, quizá, tal vez, en una de ésas, sea de lo mejor de toda la proyección. Porque la leyenda o moraleja que se ve al final…
Cuando entramos al cine, se apagan las luces y nos sumergimos en la pantalla. Vivimos una realidad ilusoria. Y en Matrix Resurrecciones, con el regreso de Neo (Keanu Reeves), las simulaciones corren de un lado para otro. Recordemos que al final de Matrix Revoluciones (2003) Trinity (Carrie-Anne Moss) moría, Neo se sacrificaba y los humanos quedaban liberados en esa disputa con las máquinas y la Matrix. Pero Matrix Resurrecciones no funciona como una “actualización” del sistema. No. En cierto sentido, sucede algo similar como en Spider-Man: Sin camino a casa: ambas películas -sus tramas- saben que están alterando realidades, y se produce un fenómeno, como si tomaran conciencia de sí mismas, como si se autoanalizaran, y hasta se autoparodiaran. Neo en esta realidad de Matrix Resurrecciones vuelve a retomar su identidad de Thomas A. Anderson: es un diseñador de videojuegos bastante famoso, sobre todo porque con uno la pegó fuerte. El juego se llama Matrix. La compañía de juegos para la que trabaja es propiedad de Warner Brothers (!). "Nuestra querida empresa matriz, Warner Bros., ha decidido que harán una secuela de la trilogía”, con o sin ellos, se dice, y se habla de Anderson como un nerd calvo, por más que lo veamos con el cabello largo y esa barba tan Keanu. Bueno, si vieron el trailer, allá por septiembre, lo comprenderán. Neo paranoico Thomas tiene pesadillas, no quiere saber nada con retomar Matrix. Está algo paranoico. Quién no lo estaría. Pero no es como en Free Guy, donde el protagonista (Ryan Reynolds) se sorprende al darse cuenta de que es un personaje dentro de un videogame. ¿O sí? Hasta que un día Thomas, en esta simulación, se cruza en el café Simulatte (!) con Trinity, pero se llama Tiffany, está casada, tiene dos hijos y ella no lo reconoce. Su psicólogo (el Analista, interpretado por Neil Patrick Harris) lo mantiene a tono con pastillas azules (!), pero cuando se cruce con un Morpheus distinto (no, no es Laurence Fishburne, sino Yahya Abdul-Mateen II, de la nueva Candyman), y le ofrezca una píldora roja… Que el jefe de Thomas en la empresa se llame Smith (Jonathan Groff) no hace más que reforzar lo autorreferencial, y la autocita, que no desmitifican nada del asunto. La trama incluye a una hacker ciberanarquista de nombre Bugs (sí por Bugs Bunny, de la WB) y cabello azul (Jessica Henwick). El desafío que era la primera Matrix, como jugar con la gravedad -en el siglo pasado: se estrenó en 1999-, ahora no es más que una reiteración. Neo podrá esquivar o no las balas, adelantar los brazos y crear ondas de energía que impidan que lo acribillen los disparos, pero esto ya lo vimos. Mucho de lo que vemos en Matrix Resurrecciones, también, y no solamente por los flashbacks que pasan como clips de las distintas películas. Los hermanos Wachowsky de la trilogía ahora son hermanas. Lana (que era Andy) dirige Matrix Resurrecciones, Lilly (Larry) no quiso saber nada. Y es como si esta cuarta película (o Lana) hiciera un autoanálisis. Ni el cine es lo que era en 1999, cuando estrenó la primera Matrix, ni Lana era lo que es hoy (era Andy). Hasta podemos ver, si queremos, en Matrix Resurrecciones que nada es tan binario -buenos y malos, Neo y su némesis el Agente Smith- como lo planteaba la saga original. Quien quiera oír, que oiga, quien quiera ver…. Caben, al menos y por lo pronto, dos preguntas. Qué llevó a Lana a decir sí, haré una nueva de Matrix. La otra, que está íntimamente relacionada con la primera, es qué quiso contar. Porque sin una historia nueva, es más de lo mismo. Matrix Resurrecciones apela a la nostalgia, a lo que quienes vimos -al menos la primera Matrix- sentimos al ver las gafas negras y los trajes y sobretodos largos. Lana sabe lo bien que impacta en los ojos del espectador de cualquier edad y generación el agua, sea en gotas de lluvia o en charcos, los vidrios rotos, el polvo flotando en el aire. Su estilo sigue siendo recargado, algo barroco. Pero lo barroco aquí no es la parafernalia en imágenes, sino las explicaciones, una y otra vez, de lo que está sucediendo. Lana ha perdido algunas cosas con el correr del tiempo -originalidad, la primera- y parece necesitar aclararnos lo que está ocurriendo, o lo que va a ocurrir, mientras los fans disfrutan -o tratan de- al ver cómo algunas imágenes, pedacitos de escenas, se parecen a alguna que ya vieron hace muchos años. Son esos clips que nos traen al viejo Morpheus. O a un Neo muy jovencito. O al Oráculo. Claro: si el lector aquí, o el espectador en la butaca, no vio ninguna Matrix, no se le moverá un pelo. Hay una vuelta de tuerca, porque sino no se entiende para qué resucitar a los protagonistas -no a todos; no vamos a spoilear nada-. Como si Lana se extasiara de su propia creación. Lo de la nostalgia trae la paradoja de que si Matrix alguna vez fue vanguardia, cambio y evolución, ahora no: se apela a los recuerdos. Sí, en más de un sentido Matrix Resurrecciones es más de lo mismo; como si reciclar lo ya visto pueda traer algo nuevo, cuando todos ya conocemos la respuesta. Es que, en síntesis, el trailer de Matrix Resurrecciones era mucho más atrapante, atractivo y daban ganas de ver la película. Para eso se hacen los trailers. El asunto es que con Matrix Resurrecciones, después de verla, esas ganas por ver más están como apaciguadas. Y eso que hay una pequeña escena postcrédito, que en la premiere del lunes arrancó, de los que quedábamos en la platea, las únicas risas y/o muestras de entusiasmo. Pero tampoco crean que era para tanto.
Ante todo sepan que en esta crítica de Spider-Man: Sin camino a casa no habrá spoilers. Bastante cuentan los trailers. Hay guiños o bromas que los fans de la primera (o de la segunda) hora disfrutarán, se les escapará alguna lágrima… Imperdible. Habrán notado que las películas de Marvel no son producciones independientes entre sí. No hace falta reunir a todos los personajes en una película con la palabra Avengers en su título para darse cuenta. Sí: últimamente, más que películas, son como episodios de una saga de un ciclo sin fin, que nos mueve a todos. Ya aprendimos que en el Universo de Marvel cualquiera -sí: cualquiera- puede morir, y también que lo que nos podía parecer impensable puede suceder. Y si el chasquido de Thanos y el Blip fue un antes y un después en la historia y las tramas del Universo Cinematográfico de Marvel, con el agregado de que hubo personajes -y personas- que desaparecieron de la faz de la Tierra y luego “revivieron”, el multiverso que propone Spider-Man: Sin camino a casa no es nuevo. El encuentro de realidades alternativas no es una novedad con el Hombre Araña, y menos aún si los fans recuerdan Spider-Man: Un nuevo universo, el largometraje que hace tres años ganó el Oscar al mejor filme de animación. En él confluían varios Hombre Araña. Y a estas alturas queda claro que, de no ser porque Christopher Nolan (director de El origen y Tenet) odia las películas de superhéroes, el realizador de la trilogía de Batman parecería de los más indicados para dirigir estas producciones en las que los universos y las realidades alternativas confluyen. La película arranca donde terminaba la anterior. En las afueras de la Penn Station en Manhattan, J. Jonah Jameson (J.K. Simmons) editor del Daily Bugle (El Clarín, en la traducción) difunde que Peter Parker (Tom Holland) es Spider-Man. Ya sabemos lo sensacionalista que es Jameson, que llega a tildar de “criminal de guerra” al estudiante, que junto a su amigo Ned (Jacob Batalon) y su novia MJ (Zendaya) no logra ingresar a ninguna universidad. Aquello de que no importa si se habla mal o no de una persona, sino que se hable, no les juega a su favor. Así que Peter va a Greenwich Village y acude al Doctor Strange (Benedict Cumberbatch) para que lance un hechizo que logre que su identidad vuelva a ser secreta. Algo no sale del todo bien, y los que vuelven o llegan a la realidad de este Peter Parker son los villanos de las películas anteriores. Que vengan de a uno... O de a varios Sí, los que ya vieron en el trailer: el doctor Octopus (Alfred Molina), El Duende Verde (Willem Dafoe), Electro (Jamie Foxx), Sandman o el Hombre de arena (Thomas Haden Church) y el Lagarto o The Lizard (Rhys Ifans). Pero aquellos villanos con los que se enfrentaron otros Spider-Man -los que encarnaron Tobey Maguire y Andrew Garfield- no eran malos por naturaleza, sino que tuvieron una mutación que, así como Peter se convirtió en lo que fue, ellos se volvieron monstruos. Strange está listo para devolverlos a sus líneas de tiempos, realidades paralelas o como quieran decirles, pero es allí cuando Peter le dice que no. Que antes de enviarlos de regreso -¿recuerdan cómo murieron algunos?- decide “curarlos”. Esto ya de por sí es un cambio rotundo, porque antes que la venganza prima la redención. Se reconoce que los villanos tienen un costado “bueno”, y antes que eliminarlos, Peter los quiere “salvar”. La vida de los superhéroes no es sencilla, y ya sabemos de memoria que todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. Desde perder a un familiar de la peor manera, tener que sacrificar el amor de su vida, hasta lo que fuera, ser Peter Parker, en cualquiera de las dos versiones cinematográficas anteriores a ésta que protagoniza Tom Holland, no ha sido fácil. Si esto de salvar a la humanidad, día tras día, trae exigencias y los pone a prueba a los superhéroes, imaginen si un Hombre Araña tiene que lidiar no con uno o con dos supervillanos, sino con cinco. No lo imaginen más, y vayan a ver Spider-Man: Sin camino a casa. la van a disfrutar. Y no se levanten de sus butacas ni cuando arrancan los créditos finales, ni cuando terminen. Porque la película sigue, porque Spider-Man: Sin camino a casa no es independiente de nada y, por lo que se ve, ningún personaje va a seguir su derrotero a solas.