Chofer, chofer, apure ese motor... Denzel Washington y Chris Pine deben detener un tren descontrolado A los 66 años, Tony Scott parece filmar como cuando empezaba y era conocido como e l hermano menor de Ridley Scott. Porque el director de El ansia y Top Gun , tiene el mismo brío y logra transmitir a la platea la sensación de vértigo que sus películas de acción siempre han tenido. En Imparable , su quinta colaboración –tercera al hilo- con Denzel Washington, director y actor se las vuelven a ver con un tren. En Rescate del Metro 1 2 3 era un subte, con Denzel sentado en una oficina tratando de negociar con el pelado terrorista que componía John Travolta. Ahora la que está sentada en su lugar es Rosario Dawson, que por primera vez no debe mostrarse sexy sino inteligente, y el actor de Malcolm X , detener un tren descontrolado, que marcha a toda velocidad sin conductor y que atravesará una zona densamente poblada con unos cuantos vagones de material químico. Como en varias producciones del realizador de Marea roja y Enemigo público la pareja protagónica comienza siendo antagónica, aunque luego eso pueda cambiar o no. Washington es un operario que debe trasladar un tren a otra estación, y le ponen al lado -cuándo no- a un novato, interpretado por Chris Pine. Que luego de ser el comandante Kirk en la remake de Viaje a las estrellas podría imponer algo más de respeto. Cada uno tuvo sus problemas en casa y habrá tiempo para que nos enteremos, mientras vayan tras el vehículo imparable al que hace referencia el título de esta película rodada con tanto ímpetu como dinamismo. Mucho más corta de lo que suelen ser las aventuras cinematográficas de Scott, lo cierto es que la historia no daba para mucho más, ya que no bien arranca se desencadena el conflicto, el nudo de la trama, mientras se presenta a los personajes. Washington, a los 56 años, ya no está para ir saltando vagones en movimiento, pero lo hace. Y Pine da perfectamente el look de pendenciero-de-buen-corazón que le tocó en suerte. Como película de acción, a Imparable no se le puede pedir más: cumple con creces los requisitos de entretener.
La princesa que quería vivir La 50° película de Disney es un símbolo de los cambios de la empresa a la hora de adaptar “Rapunzel”. Se sabe: la gente de marketing de Disney desconfiaba de titular Rapunzel a, precisamente, esta adaptación de Rapunzel , porque creían que alejaría al público varonil, y Enredados (o Tangled , lo mismo, en el original) no le cae mal: el protagonismo está más compartido entre Rapunzel y el ladrón Flynn Ryder que en Blancanieves o Mulan . Si a alguna película de Disney se parece es a Aladdin , por el hecho de que un ladronzuelo termina enamorándose de una princesa, y tanto Jazmín como Rapunzel son bien, bien bravitas. No es la primera vez, no será la última, que la empresa del Ratón toma una historia original y la da vuelta a la hora de volcarla a la pantalla. Rapunzel vive encerrada en una torre en medio de la nada, sin saber que es la hija de los reyes, raptada por una malvada que quiere aprovechar el poder mágico de sus largos 21 metros de cabellos. Rapunzel está por ser mayor de edad y quiere escaparse de allí. El salvador será Flynn, que llega de casualidad, huyendo tras un robo, y la ayudará, primero interesadamente, a descubrir el mundo de ahí afuera -igualito a Aladdin-. No es una película de Pixar, y tampoco de DreamWorks, aunque el personaje de Flynn en mucho se parece a los héroes que construye la empresa de Katzenberg. Es que Disney está reinventándose, y en buena y sana medida apelando a lo clásico, con lo que mejores productos realizó en un pasado reciente. El humor y la buena construcción de los personajes -todos- apuntalan el resultado, con una pareja que va en camino a convertirse en nuevas estrellas. Aquí también el 3D tiene su sentido. Rapunzel utiliza su cabellera como látigo o especie de liana, las escenas de pelea están bien resueltas -siempre con un gag- y los personajes de apoyo -un caballo, un camaleón- cumplen con los roles de airear y dar pie a Rapunzel y Flynn para crecer en pantalla. Disney lo ha hecho de nuevo, para alegría de las chicas... y los chicos.
Cuestión de vida o muerte Eastwood aborda por primera vez lo sobrenatural. La filmografía de Clint Eastwood incluía, hasta Más allá de la vida , dramas hechos y derechos como Río Místico y Million Dollar Baby , westerns revisionistas como Los imperdonables , filmes sobre la guerra antes que de guerra ( La conquista del honor ) thrillers y una olvidable cantidad de títulos de acción fascistoide, cono Firefox y El guerrero solitario a la cabeza, pero nunca uno, digamos, sobrenatural. Y a los 80 años, Eastwood abordó el primero, probablemente el único de su frondosa carrera. Lo llamativo en Más allá de la vida no es tanto, proviniendo de Eastwood, el asunto elegido –la posibilidad de entablar contacto con espíritus de gente querida- sino la parsimonia con que la realizó (un rasgo que era más evidente en la insípida Invictus , que quedó como un filme por encargo antes que una obra de autor), incluyendo un final muy a lo González Iñárritu, de historias que se cruzan. Y que lo hacen más por capricho del guionista que por obra del destino. La película abre con Cécile De France como una periodista televisiva francesa de vacaciones, poco antes del tsunami asiático de 2004. Su personaje sobrevive, cuando todos la daban por muerta, en una secuencia que, siendo el filme producido por Spielberg, es dable apostar que Eastwood habrá monitoreado todo desde una consola, aprobando o desaprobando con la cabeza. La segunda historia arranca con un (ex)psíquico, que se hartó de tomar las manos a extraños para sentir una conexión y relatar las visiones que tiene. Interpretado por Matt Damon, parece mejor estructurado, inclusive psicológicamente, hasta que irrumpe el tercero, un niño inglés que acaba de perder a su gemelo, tiene una madre alcohólica y termina en un hogar prestado, mientras lo que más ansía es recuperar a su alma… gemela. El estilo de Eastwood, allí donde se ve y se siente que el director se mueve a sus anchas, se expresa mejor en la secuencia de la casa de Damon, entre la cocina y el living, cuando George trata de convencer a Melanie (Bryce Dallas Howard) que mejor no, que no le pida que la contacte con su padre muerto. Inclusive la resolución de la escena se emparenta con un tema que al director parece obsesionarlo cada vez más desde Río Místico , y es el abuso o maltrato de menores. No es un filme sobre lo paranormal, sino sobre tres personajes en busca de la verdad; alguna verdad que les devuelva las ganas de vivir al ser rozados, de una u otra manera, por la muerte. Pero la reflexión que uno quisiera suponer es el alma mater del relato se desdibuja acercándose al final, cuando por más que uno adivine que las tres historias deberán cruzarse, lo hagan de la manera más clisada posible. Y es extraño, porque el guionista Peter Morgan (el mismo de La reina y Frost/Nixon ) suele trabajar con habilidad y meticulosidad las escenas para desnudar las características de sus personajes. Bueno, en Más allá de la vida se tomó un descanso. Damon es lo mejor de la película (su segunda escena en la cocina, comiendo solo, tiene el desenlace que mejor pinta a su personaje) y el pequeño Frankie McLaren, por carisma, se roba algunas escenas. Más allá de la vida , cuando el fan haga un repaso de la filmografía de Eastwood, no estará en el cielo ni en el infierno; permanecerá en el limbo.
Sonrisas, enemas y erecciones Robert De Niro y Ben Stiller exprimen una saga cuya cantera ya parece agotada. Si no hay dos sin tres, era de esperar que guionistas, director y productores (Robert De Niro incluido) exprimieran una vez más aquello que fue una buena aunque no original idea –el enfrentamiento entre futuros suegro y yerno- diez años atrás, en la descostillante La familia de mi novia . Pero traten de encontrar una escena que les haga abrir la boca para reír, no esbozar una sonrisa, como la del jarrón con las cenizas, el partido en la piscina o la del avión en aquella comedia. No traten, porque no lo conseguirán. Los pequeños Focker abreva en lo que comenzó a forjarse como la “nueva” comedia sexual, pero aquí con menos apuntes sexuales, aunque los haya, y algo más o menos escatológico. Hay erecciones, enemas y vómitos, además de las clásicas confusiones que son el centro de la trilogía, sin las que la ¿trama? no podría desarrollarse. Greg (antes, Gay) Focker y su esposa Pam están atravesando la famosa crisis de la mediana edad. Tienen dos gemelos a punto de cumplir los 5 y problemas financieros. Jack Byrnes, el suegro de Focker ex agente de la CIA, para los desmemoriados, ha sido el patriarca del clan y un oculto ataque cardíaco lo devuelve a la realidad: desea delegar el mando del círculo de la confianza en alguien, y como su otro yerno, médico, se escapó con una enfermera, decide que el enfermero Greg Focker sea el “Padrino”. Pero eso implicaría confiar ciegamente en Focker, algo para lo que Byrnes no está entrenado. Y los problemas se apilan: los Focker quieren enviar a sus gemelos (la nena, más inteligente, no le habla al padre; el hijo es menos despierto) a un colegio exclusivo, afrontan complicaciones con el dinero, están a punto de mudarse y a Greg le aparece una oportunidad fácil de sumar dólares, todo legal, pero se lo ofrece el personaje de Jessica Alba y, sí, la infidelidad ronda la pantalla y, lo más importante, por la cabeza de Byrnes. El resto es más o menos lo mismo que en las anteriores: lo central es la tirantez entre suegro y yerno, y se ha recuperado al personaje de Owen Wilson, que fue novio de Pam, como para sumar inconvenientes y algún que otro gag, porque las apariciones de los padres de Focker, Dustin Hoffman y Barbra Streisand, son esporádicas. Casi, casi como las oportunidades de risa. Como pasatiempo que es, Los pequeños Focker deja en claro que la cantera parece agotada, y las bromas se perciben y divisan a la distancia, apenas arranca la primera línea de diálogo. Por suerte cada tanto La familia de mi novia aparece en la programación de la tele o el cable, para recordar que alguna vez Stiller y De Niro supieron ser lo graciosos que en Los pequeños Focker no les sale por más que se esfuercen.
Con el espíritu de siempre, y la ayudita del 3D Edmond y Lucy esta vez llegan a Narnia a través de un cuadro. El mundo de hoy en día -y durante la Segunda Guerra Mundial se ve que también- está plagado de tentaciones. Los chicos hermanos que protagonizan Las crónicas de Narnia , y sus espectadores de todas las edades, lo saben bien. Y quienes se asomaron a las páginas escritas por C. S. Lewis (1898-1963) conocen el estilo y las alegorías religiosas del autor. A Lucy, a Edmond y al insoportable primito Eustace que los acompaña en esta aventura que hoy se estrena entre nosotros en 3D, los tientan diversas cosas, que los apartarían del Bien, en mayúsculas, en desmedro o deterioro de la mismísima Narnia. Y La travesía del Viajero del alba es un compendio de decisiones a tomar -los chicos ya no son tan pequeños-y buenas acciones por decidir, todo dentro de un espectáculo pensado para toda la familia. Segunda Guerra, Edmund desea enlistarse para pelear en ella, pero siendo menor de edad, no se lo permiten. El y la más pequeña de los Pevensie, Lucy, están en la casa de unos tíos en Inglaterra, mientras los hermanos mayores, Susan y Peter, están en los Estados Unidos. Edmund no se banca más a Eustace, su primo, y cuando con su hermana observen el cuadro de un navío “de apariencias narnianas” en el cuarto, y terminen forcejeando con el primito, el océano mismo saltará del cuadro, los atrapará y los tres terminarán como náufragos, siendo rescatados por el barco que da título al filme. Alí está el Príncipe Caspian, y junto a él deberán salvar a Narnia, encontrando una espada (curiosamente, lo mismo que Harry Potter en las reliquias de la muerte ) que los ayudará a combatir el Mal, con la ayuda del león Aslan. Mucho ayuda el efecto tridimensional a que la película atrape a los más pequeños. El mundo de sueños que es Narnia está perfectamente realzado en lo que refiere a la dirección artística. Michael Apted no dejó de lado el humor y menos la aventura, resaltando el aspecto alegórico de Lewis allí donde era preciso. Los cambios en la adaptación podrán poner los pelos de punta a los fanáticos que han leído el libro, pero para aquellos que se sumerjan a la historia sin preconceptos, todo tendrá, si se quiere, su lógica. Lucy ya no es la niñita que se la pasaba con los ojos y la boca abierta descubriendo ese mundo de fantasía, y está a punto de caer en alguna tentación, de ésas a las que Ed mund siempre estuvo más propenso. Tanto fue lo que se tejió alrededor de La travesía del Viajero del alba , tanta responsabilidad se le adosó sobre si hundirá o reflotará a la saga fílmica que lo mejor es verla, disfrutarla tan solo como lo que es: un filme de aventuras, co personajes fantásticos. La travesía sale a flote, lo que venga (o no) después, ya es agua de otro océano e historia.
De tal palo... Jennifer Lynch, surrealista. Jennifer Lynch lleva sobre sus espaldas un apellido ilustre y al que en buena medida sabe hacer honor en su película Surveillance (Vigilancia, literalmente). La hija de David Lynch, director de Twin Peaks y El camino de los sueños , entrega una historia retorcida, entre onírica y surreal por momentos, con una fuerte carga de violencia incontenida. La película comienza bien arriba, con una escena fuerte. Una pareja duerme en su habtación y dos extraños irrumpen con máscaras y masacran al hombre. La mujer logra escapar, y corre por la ruta, perseguida por la camioneta que conducen los asesinos. La escena siguiente tiene a dos agentes del FBI, que vienen siguiendo el caso de los asesinos seriales desde hace tiempo, que llegan a la zona donde se produjo esa matanza... y otra más, en una ruta. Como en el Rashomon de Akira Kurosawa, hay sólo tres testigos que dan su versión de los hechos. Son una joven drogadicta, una niña y un policía. Y los tres perdieron a seres queridos: la primera, a su novio; la segunda, a su familia entera; y el oficial, a un compañero. A la manera de su padre, Jennifer construye los personajes a partir de sus actos más que de sus palabras. Igual, como las versiones de los tres se conrtradicen, los agentes -interpretados por Bill Pullman, con tics misteriosos, y Julia Ormond- van y vienen en los interrogatorios. Surveillance , que tuvo a papá Lynch como productor ejecutivo, tiene por momentos aroma a Twin Peaks , y no sólo porque hay que descubrir a los asesinos y desmenuzar tantas incoherencias y paradojas en las descripciones de los testigos. Lynch hija se toma sus tiempos para narrar, por ejemplo, el encuentro de la patrulla policial con la familia de la niña y los drogadictos, que dan para largas secuencias. El sadismo, la perversión y la corrupción se dan de la mano allí, y en otras escenas, más alguna vuelta de tuerca que le dan al relato un semblante, un cariz atrapante. En verdad es más lo que promete el filme -proyectado en DVD-que lo que termina brindando, pero ver a Pullman y Ormond bien vale el precio de la entrada.
¿Y si fuera verdad...? Fuerzas de seguridad estadounidenses torturan a un ciudadano convertido al islamismo y presunto terrorista. Lo que plantea la película es políticamente tan incorrecto que El día del juicio final no se estrenó comercialmente en los cines en los Estados Unidos, pasando directamente al DVD. Se sabe, y hay muestras a rolete: allí hay temas que no les gusta ver, ni hablar, por lo que se intuye el destino del filme: la tortura a la que se somete a un ciudadano estadounidense convertido al islamismo por parte de un compatriota, con la aprobación de los altos mandos del Gobierno. No es que le falte elenco al filme del australiano Gregor Jordan (que filmó, en parte, en Buenos Aires The Informers , no estrenada aquí): Samuel L. Jackson es “H”, el inquisidor profesional ; Michael Sheen ( La reina ), el terrorista, y Carrie-Anne Moss ( Matrix ), la agente que parece ser la única con sensibilidad y sentimientos en un grupo de hombres -militares, agentes y políticos- que consienten que a Steven le corten los dedos, apliquen picana, vaya uno a saber qué le hacen en la boca y varios etcéteras más, que si bien no se ven en primer plano, son suficientemente elocuentes como para generar repulsión. Precisamente ese sentimiento es el que genera la controversia en la película, que manipula información y se vale de la remanida frase “mejor que sufra/muera uno a que mueran millones”, ya que Steven envió un video en el que muestra que colocó tres bombas nucleares en tres distintas ciudades, y si el Gobierno no accede a un petitorio que todavía no difundió, explotarán. Quedan cuatro días para que eso suceda, y el terrorista se deja atrapar mansamente. Está dispuesto a todo. Lo mismo que el director Jordan, ya que es fácil adivinar que le lluevan palos por la agresión física que recibe el presunto terrorista (presunto, porque nadie sabe si las bombas existen o no) y las actitudes de “H”, a las que Jackson le agrega todo su sarcasmo. Pero la posibilidad de que lo que se cuente pueda ocurrir, esto es, que fuerzas de seguridad de los EE.UU. realicen este tipo de tortura ante presuntos terroristas, no parece muy lejano de la realidad, tras lo que se sabe que sucedió en Medio Oriente. Allí radica el asunto principal, el tema de fondo de un filme que tiene suspenso constante, escenas apenas tolerables y un sinfín de preguntas sin respuestas.
Bueno para hacer el Mal El filme animado de DreamWorks es original por donde se lo mire, y con más vuelo se transformaría en un clásico. Hace unos meses, cuando se estrenó la también animada Mi villano favorito , cabía la pregunta de qué tienen los personajes malvados, viles y sinvergüenzas para atraer tanto a los espectadores. Gru le pinchaba un globo a un niño en su presentación, pero luego se descubría que tenía un buen corazón. Megamente casi, casi tiene su razón de ser villano y asolar Metrociudad como contraposición a Metro Man, el héroe. Ambos llegaron de bebés con ultrapoderes desde el espacio exterior, pero terminaron en distintas cunas. Megamente se crió en una prisión, y Metro Man en un hogar a puro lujo. Uno, genio criminal, y otro, guardián heroico, son como la oposición y el oficialismo: uno no puede existir sin el otro. Y cuando Megamente elimina a Metro Man -ni él lo puede creer-, se da cuenta de que lo tiene todo, sí, pero le falta algo (o alguien) con quién pelear. De allí que en su guarida secreta “crea” a Titán, un nuevo héroe... ¡desde la caspa de Metro Man!, modificando a Hal, un camarógrafo enamorado de Roxanne, la periodista que siempre se interponía entre uno y otro. Megamente es bueno para hacer el Mal, pero no es tan, tan malo. Los chicos van a disfrutar de algunos de sus “trucos”, como su arma deshidratadora, y hay guiños a Superman -se dice que a Metro Man lo perjudica el cobre, no la kriptonita-, a Donald Trump y a Marlon Brando que atraparán más los mayores que los niños. Los avances en la animación computarizada siguen siendo deslumbrantes. El asunto con las comedias infantiles animadas pasa más por el lado de los guiones. Hablando en generalidades, suele haber muchos simplistas, o acumulaciones de gags visuales ( Madagascar ), pero a veces alguien se destapa y luce original -como en Cómo entrenar a tu dragón -. Que éste y Megamente sean los nuevos productos de DreamWorks abre una esperanza: no todo está perdido, ni Pixar estaría solo en el horizonte. Los mayores que vayan solos al cine y elijan las copias originales, sin el doblaje, podrán escuchar las voces de Will Ferrell (Megamente), Brad Pitt (Metro Man), Tina Fey (Roxanne), Jonah Hill (Titán) y Ben Stiller, que también la produjo (Bernard). O sea, no han escatimado billetes. Igual, no es de los doblajes localistas , por lo que papás, tíos o abuelos pueden acompañar a los niños y pasar una hora y media divertida, tanto en 3D como en proyecciones standards.
Cuando se apaga la luz Cinco desconocidos, atrapados en un ascensor. Uno es Satanás. Nada es lo que parece en las películas de M. Night Shyamalan. Y en La reunión del diablo -anunciada como la primera de una trilogía titulada “The Night Chronicles” , que juega con el apellido del director de Sexto sentido , que traducido es noche , y aquí aparece sólo como guionista y productor- los cinco “pasajeros” atrapados en un ascensor saben que uno de ellos es un asesino. Y cada vez que se apaga la luz... se enciende el terror, porque el Diablo -que adopta forma humana, vea- aprovechará la oscuridad para liquidar, despachar a alguno al Más allá. Para los supersticiosos, del director John Erick Dowdle se había estrenado justo hace dos años Cuarentena , remake estadounidense de la española Rec , en la que también había gente encerrada, pero en un edificio. Aquí el efecto claustrofóbico es mayor. Son cinco desconocidos retenidos en el ascensor entre dos pisos, los celulares no tienen señal, los guardias de seguridad los ven desde un monitor, pero ellos no pueden hablarles. Llega un policía, que hace unos años perdió a su mujer e hijo en un accidente automovilístico. Uno de los guardias se llama Ramírez y, creyente y agorero, recuerda un relato que contaba su mamá y asegura que es el Diablo el que se corporizó en uno de los cinco. ¿Y si tiene razón? Entonces hay que adivinar quién tiene el diablo en el cuerpo. ¿El guardia que está haciendo un reemplazo? ¿El vendedor de colchones, que ha sido un estafador? ¿El joven veterano de guerra? ¿La joven que acusa que le tocaron el traste? ¿O la viejita insoportable? Hagan sus apuestas, antes de que se apague la luz de nuevo... Por una razón están los cinco allí, y la trama tiene sus vueltas de tuerca, todo lo imprescindible para que se crea la tensión indispensable. El coguionista de Shyamalan es Brian Nelson, que escribió Hard Candy y la terrorífica 30 días de noche , por lo que supo combinar el terror psicológico... y el otro. En un elenco con algún rostro familiar (Chris Messina, de Julie & Julia y Greenberg , como el policía), La reunión del diablo es la antítesis de ese cine que hace del asco su base -como El juego el miedo -, para pegar sus buenos sustos con armas más legítimas. Ahora, si adivina quién es el diablo, se gana un viaje en ascensor con Shyamalan, o con el Michael Caine de Vestida para matar .
A Dios rogando y con el machete dando Popurrí de violencia, sexo y corrupción, Robert Rodríguez agita la coctelera y sirve un trago fuerte. Machete es un popurrí -de violencia, sexo, gore y corrupción policial y política, con toques de comedia-, en fin, de componentes variados que como se conjugan en un solo género con semejanzas al cómic no produce distanciamiento, sino diversión. Ya en sus inicios Robert Rodríguez era amigo de los desbordes, nutriéndose en el cine de Clase B, a veces parodiándolo -como aquí- y otras homenajeándolo, como en La balada del pistolero . Pero el director de Sin City, la ciudad del pecado unió, cosió todos los elementos antes mencionados con un hilo, para nada delgado: los problemas de la inmigración mexicana en los Estados Unidos. Y entonces cada vez que un policía (Don Johnson) o un senador (Rober De Niro) acribillen con mano propia en la frontera a alguien que quiera ingresar ilegalmente, no habrá espacio para la broma. Aunque Rodríguez se las arregle para que el combo pase como un entretenimiento, algo brutal, pero distracción al fin. Machete Cortez (Danny Trejo, de una fiereza que asusta) lleva tal seudónimo porque es diestro con esa arma filosa. Fue policía en México, hasta que Torrez (Steven Seagal), un capo de la droga, mató a su familia y lo obligó a cruzar la frontera. Tres años más tarde, Machete es un simple obrero al que el inescrupuloso asesor del senador lo contrata para asesinarlo... o si no, lo mata. Es pura estrategia, una zancadilla para que otro matón hiera en una pierna al político, echen la culpa al mexicano y el senador sume intención de votos camino a su reelección. Pero hay dos mujeres de origen mexicano que se cruzarán con Machete. Una es una agente de inmigración (Jessica Alba), y la otra, quien ayuda a pasar la frontera a sus compatriotas (Michelle Rodríguez). El director les ha dado un peso específico, más allá de que les haga empuñar armas, superior al de Lindsay Lohan -que se autoparodia de lo lindo-. Lo antedicho: Rodríguez agita la coctelera y sirve un trago fuerte, con decapitaciones, desmembramientos y sangre, algo de sexo y un ritmo bien de Clase B, donde el que menos desentona es Danny Trejo. Tiene un elenco soporte que es una selección, pero ¿qué sería de esta diversión sin un tipo como Rodríguez agitando las banderas de la libertad a puro sablazo?