Una de pasión desenfrenada Silvio Soldini retoma temas comunes a sus mejores películas, como la soledad, pero esta vez al filme le falta sustancia. Si la situación no es novedosa, el reflejo en la pantalla, tampoco. Sólo queda por saber cuál será el desenlace que Silvio Soldini, el eficaz e incisivo realizador de Pan y tulipanes y Sonrisas y lágrimas le da a esta historia de dos amantes que engañan a sus respectivas parejas. En principio Anna y Domenico no tienen nada en común -como tampoco Anna con su esposo Alessio, ni Domenico con su mujer Miriam-, pero poco a poco los encuentros “casuales” entre la empleada de una empresa de seguros y un mozo que se conocen en una fiesta son más frecuentes, y la pasión se enciende. El título original, que se mantiene en su estreno local, se toma de un diálogo entre Anna y Domenico, plácidamente sentados en un restaurante. “Lo que más me gusta -dice ella, tras la pregunta de él, y enumerar alguna comida- sos vos”. Ante la misma cuestión, él le responde “tus manos acariciándome, estar bajo el agua, tu cara cuando llegás al clímax...” y se lamenta por no haberla encontrado antes. Es que Cosa voglio di piú tiene dos protagonistas que deambulan por una vida tranquila y a los que la rutina los cansa. Cada uno tendrá -y ofertará al otro, llegado el momento- una salida o solución a la situación que viven. Los tópicos de la película son similares a los anteriores filmes de Soldini -la crítica situación social y la falta de trabajo, pero también el temor a relacionarse en serio con quien se comparte la vida, o la soledad-, pero esta vez le falta más sustancia a la historia, que recorre lugares comunes al género, como las peleas entre los amantes y la infinidad de puertas que se abren de los departamentos luego de sus encuentros, con los infieles temiendo que los descubran. Y es que si los personajes protagónicos no ofrecen mucha tela para cortar, los esposos engañados, menos, en especial Miriam (Teresa Saponangelo, que se las tiene que ver con la mujer traicionada y madre de hijos gritones). Hay personajes satélites (Bruno y su esposa, Bianca, amigos de Anna y Alessio) que ayudan a descargar muchos de los abundantes diálogos. Alba Rohrwacher y Pierfrancesco Favino dan todo de sí, pero queda la impresión de que un montaje más preciso hubiera ayudado, amén de un guión menos esquemático, para que la película nos hubiera gustado más...
Todo tiene un fin Oscura, la película también prueba el peso de sus jóvenes actores. Todo llega a su fin, y a Harry Potter comienza a llegarle el momento de la despedida. La primera parte de Las reliquias de la muerte -la segunda llegará aquí el 14 de julio de 2011- lo muestra ya todo un hombre. Han pasado los años -y los libros- en los que jugaba quidditch y aprendía a volar en escoba. El enfrentamiento final con Lord Voldemort, esa alma en pena que asesinó a sus padres y le dejó la marca en su frente, se cocina a fuego lento. Debe ser lo único sosegado en HP 7 , ya que David Yates, que se hizo cargo de la saga a partir del quinto libro, El cáliz de fuego , con los años se ha consustanciado en la mirada romántica de la autora JK Rowling. Y no son momentos para la relajación. Ni para la moderación... La principal pregunta, para quienes leyeron el libro, era si el trío de jóvenes que encarnan a Harry, Hermione y Ron sería capaz de estar al frente del relato sin la constelación de estrellas británicas a su alrededor, ya lejos de los muros de Hogwarts. Porque la escuela de magia no es más el espacio del conflicto, y los profesores apenas aparecen. Y sí, están a la altura. “Estos son tiempos oscuros, no se lo puede negar”, informa el Ministro de magia Rufus Scrimgeour (Bill Nighy) en un primerísimo primer plano. Si otras adaptaciones habían remarcado los costados más oscuros de la saga -peligros de muerte, torturas-, HP 7 comienza como un filme de terror -la Muerte, con mayúsculas, está en estado omnipresente, y fallecen tres personajes cercanos al protagonista- y de a poco va dejando espacio al thriller, con el agregado de que, como dijimos, el trío protagónico está librado a su suerte. Por si no es fan o no leyó el libro, la única forma en la que Harry puede derrotar a Voldemort es encontrando y destruyendo los horocruces que El Innombrable necesita para adquirir más poder y aniquilar al Elegido. Así que Las reliquias -al menos esta primera parte- mostrará a Harry sorprendido por algunas cuestiones que descubre de Dumbledore, y más que nada en plena huida para que los mortífagos no lo atrapen. La primera escapada, con los 6 falsos Potter, es un ejemplo de cómo filmar escenas de acción y suspenso. Al dividirse en dos películas hay espacio para contar mucho más y, en cierta medida, ser fiel al original. Si la decisión de hacer dos filmes de Las reliquias... obedece a una cuestión de fidelidad o de negocio (¿o acaso La Orden del Fénix no era el libro más extenso y terminó siendo la pelicula más corta?) es otra cuestión. Los personajes han crecido, y junto a ellos sus espectadores. Si se compara con La piedra filosofal , las diferencias son notorias en cuanto a la tonalidad y la madurez. Este HP7 prepara más que clausura el final de la saga. Queda mucho por verse, pero con lo que se ve dan ganas de esperar ese desenlace que viene aguardándose desde hace ya una década.
Como un viaje alucinante Robert Downey Jr. debe cruzar los EE.UU. por ruta con una, cómo decirlo, molesta compañía. Como una buena -y probada- idea no debe pasarse por alto (y si es en Hollywood, menos que menos desaprovecharla), el director y guionista Todd Phillips tomó desembozadamente Mejor solo que mal acompañado (1987), de John Hughes, puso a Robert Downey Jr. en el papel que sufriera Steve Martin, y a su amigo y coestrella de ¿Qué pasó ayer? , Zach Galifianakis, por el malogrado John Candy, como acompañante de un viaje impensado que deben compartir dos completos desconocidos. Si allí el apuro era por llegar a festejar el Día de Acción de gracias, ahora es porque el arquitecto que interpreta Downey Jr. teme no llegar al parto de su primer hijo, y Ethan, interpretado por el hombre del apellido difícil, en vez de llorar la muerte de su esposa, pena por la de su padre. Hasta allí, las comparaciones más obvias. Porque Martin es un comediante de raza, pero Downey Jr. no le va en zaga, y porque Hughes era un maestro de la comedia más o menos blanca, y Phillips es mucho más osado, hasta llegar a ofrecer momentos de dudoso gusto: la comedia de tintes sexuales del siglo XXI. La película es políticamente incorrecta desde la pintura de los dos personajes. Ethan y Peter suben al mismo vuelo, desde Atlanta hacia Los Angeles. Pertenecen a clases diferentes, uno es adicto a las drogas, el otro jamás las ha probado -todo un guiño para el personaje de Downey Jr.-, pero ambos se trenzan en una discusión que los dejará abajo del avión, por temor a que sean terroristas (!), y con Peter sin su billetera ni portadocumentos teniendo que acceder a viajar por tierra junto a Ethan para poder llegar a tiempo a la sala de partos. De más está decir que Ethan es insoportable, y capaz de sacar de juicio a cualquiera. Lo de políticamente incorrecto va no tanto por todo lo que consume y fuma Ethan (Galifianakis hizo campaña por la legalización de la marihuana), sino por lo que llega a hacer el personaje de Downey Jr. No cualquier actor sale indemne de doblar de un golpe en el estómado a un niño y amenazarlo a que no le diga nada a la madre, y de escupirle en la cara a un perrito... Phillips conoce del tema: sus anteriores éxitos en la materia ( Viaje censurado , la aquí editada en DVD Old School , autor de la historia de Borat , y hasta la comedia de acción Starsky & Hutch ) siempre fueron de un humor grueso, adulto cuando no pasado de rosca. No es una catarata de gags, sino la construcción propia de situaciones hilarantes lo que vuelve divertida la acción, ya que la trama tiene un final esperable desde el primer fotograma. Jamie Foxx y Michelle Monaghan, como el amigo salvador y la esposa de Peter, ayudan a que el relato llegue a buen puerto.
Recordarás con ira Basada en un diario de una mujer violada por soldados rusos, es un filme atrapante. Dentro de los terribles hechos que sucedieron en la Segunda Guerra Mundial, las violaciones a ciudadanas alemanas luego de la entrada del Ejército Rojo a Berlín, en abril de 1945, es uno de los menos difundidos. El relato de Anónima: una mujer en Berlín fue escrito en forma de diario personal por una de las víctimas y, cuando se lo publicó a fines de la década del ‘50, fue denostado en la misma Alemania. Su autora pidió que no se realizara ninguna reedición hasta su muerte. En 2002 Anónima se convirtió en bestseller. Un polémico bestseller. “Era una de los muchos que creían con fervor en el país. ¿Dudas? Sólo los débiles las tienen”, escribía Anónima. Fue una de las 100.000 mujeres que, se estima, resultaron agredidas por las tropas que ingresaban a liberar la destrozada ciudad. Repetidamente violada, Anónima decidió que sería ella quien decidiera a quién le entregaría su cuerpo. “Sobreviviremos a esto, al precio que sea”, sentenció a otra mujer. La película es, como resulta fácil imaginar, brutal. Anónima está ante una situación extrema, e intenta acomodarse a ella de la única manera que, siente, sufrirá menos. ¿Su decisión está reñida con la ética, o con la supervivencia? Mujer de un oficial alemán, del que no tiene noticias, es la única que habla un poco de ruso en el edificio en ruinas, pero eso no la salva de los vejámenes. ¿Qué es capaz de hacer un ser humano ante semejante encrucijada? El director Max Färberböck ( Aimée y Jaguar ) no ahorra crueldades, pero no se regocija en el salvajismo. La relación que Anónima traba -con un teniente, con un mayor- (“El amor tiene otra acepción ahora”) van más allá de la descripción. En los vínculos entre los vecinos, en la urdida connivencia con los rusos ocupantes está el foco, el centro del relato. Es una historia en la que las mujeres quedan shockeadas, donde la desprotección es moneda corriente. Nina Hoss, la actriz de Triángulo y Yella , de Christian Petzold, atraviesa cada momento de la protagonista con el corazón en la mano. Es la gran médula de una película fortísima, un drama que difícilmente se disfrute, pero sí se siga con atención, porque atrapa.
Algo huele mal... Tragicomedia sueca sobre dos parejas que pasaron los 50 y, ejem, se les complica la vida. Es una tragicomedia, porque lo que le sucede a las dos parejas (tres, si contamos la que se forma entre dos integrantes de cada una de ellas) sólo puede arrimar, esbozar una sonrisa para disimular lo terrible que afrontan. Erland y su esposa Maj llevan adelante un grupo de reflexión para ayudar a parejas en la iglesia de su pueblo, en Suecia. Todo parece marchar bien en su relación. Un compañero de la fábrica de papel de Erland, Sven-Erik, al que ayudó en una crisis reciente, festeja su cumpleaños. Quien coordina la fiesta sorpresa es su esposa, Karin. Erland no conocía a Karin, pero verse es magnetizarse. Que sí, que no, una mirada va, otra viene, se besan en un estacionamiento y terminan haciendo el amor en el auto. Lo que convierte y transforma a Secretos de matrimonio un relato sorprendente es la decisión que toman los cuatro protagonistas una vez que Erland blanquea la relación con Karin: vivirán los cuatro en la casa de Erland y Maj, pero Karin se mudará al dormitorio principal, y Maj y Sven-Erik dormirán por separado. “Es algo momentáneo”, esboza el consejero matrimonial, el personaje que poco a poco se mostrará como el más hipócrita del cuarteto. Pasarán los días y las relaciones se irán transformando, con desplantes, más reuniones alrededor de una mesa, disputas (verbales) en la cama y el final... será tan desconcertante como el principio. Secretos de matrimonio plantea una serie de preguntas a las relaciones de pareja duraderas, con las que cada espectador se sentirá más afín o no a responder, sobre si los personajes son ingenuos o hacen todo premeditado, sobre la pasión en sí misma, los conflictos internos, las crisis matrimoniales, la lealtad. El director Jörgen Bergmark refuerza las tintas en la pareja de Erland y Maj, ya que al ser consejeros matrimoniales están simulando y falseando ante la comunidad lo que no se atreven a hacer público. No son sinceros. Típico formato de obra de teatro llevado al cine, si uno desde la platea termina casi odiando más que comprendiendo a alguno de los cuatro personajes es porque la labor de el actor que lo encarna y quienes lo rodean es suficientemente potente como para no caer en lo inverosímil. La película trata sobre la amistad, el amor en la gente que supera los 50. Rolf Lassgard (Erland) y Stina Ekblad (Maj) tienen tal vez una vuelta de tuerca más en el armado de sus personajes, y la eterna Pernilla August, intérprete de varios títulos de Ingmar Bergman, y Claes Ljungmark juegan roles más estereotipados. No importa: el filme promueve la discusión, más allá de que la situación que viven estos acomplejados suecos parezca de movida difícil de entender, o creer.
Yo (era) espía Cuatro agentes jubilados deben volver a la acción en el atrapante thriller con Bruce Willis y Helen Mirren. No es Watchmen , pero se le parece en la trama: como en aquélla, “alguien” está asesinando a los integrantes de un grupo de élite. Tampoco es El ocaso de un asesino , más que nada porque aquí se trata de una banda de amigos y no de un hombre solitario como el que encarna George Clooney en el filme aún en cartel. Y entonces tiene algo de Los indestructibles , la de Stallone, en cuanto a lo inverosímil de algunas situaciones libradas por estos asesinos jubilados (de allí el título del filme, en inglés: “Retired-Extreme-Dangerous). Basada en un comic de DC, la historia comienza con Frank Moses (Bruce Willis), ex agente de la CIA jubilado, cuya vida monótona sólo cambia al intentar seducir por teléfono a la empleada pública (Mary Louis Parker) que tramita los problemas de los jubilados. No importa cómo, Moses llegará a conocer a Sarah y la involucrará en una trama de asesinatos varios y la reunión e aquel grupo del que hablábamos al comienzo, reunido por Moses y que integran otros ex agentes. La cuestión es quiénes los interpretan. Morgan Freeman es Joe, recluido en un asilo de ancianos; John Malkovich, Marvin, el desquiciado y paranoico del grupo, quien vive oculto literalmente en lo subterráneo; y Helen Mirren, actuando con una ametralladora en sus manos, como Victoria, asesina fría y certera. Moses los reúne porque participaron en una misión de la CIA, hace años, y todos quienes estuvieron allí están terminando con una (o unas cuantas) bala(s) en el cuerpo. E inclusive descubrirán una conspiración que cerca a la Casa Blanca. ¿Es éste un filme para un público joven, que sea ver un producto pochoclero, o para uno más adulto, por los nombres y trayectoria de las estrellas? RED es, en tal senti do, apto para todo público: con envoltura y fisonomía de comic, tiene acción a raudales, toques de humor, cierta cuota de suspenso bien dosificado. ¿Qué más pedirle? El hecho de que se trate de personajes al borde de la despedida –dicho esto en todo sentido- le confiere a la película una pátina de humanidad a los protagonistas, algo bien logrado merced a un elenco que es, realmente, todo un lujo. La diferencia de edad entre Willis, acostumbrado al cine de acción, y Freeman, Malkovich y Mirren no juega en desventaja en absoluto. Más aún: la ganadora del Oscar por La Reina parece sentirse a sus anchas. Rebecca Pidgeon, Brian Cox, Richard Dreyfuss y James Remar no hacen más que acrecentar la idea de Dream Team pergeñada por el director alemán Robert Schwentke, el mismo de Plan de vuelo y Te amaré por siempre : es obvio que puede filmar lo que le ofrezcan. Párrafo aparte se merece el gran Ernest Borgnine, quien a los 93 años tiene un par de escenitas en las que despliega todo su talento, con su mirada entre pícara y socarrona.
¿Y si el crimen no paga? Vertiginoso thriller, de y con Ben Affleck, en la dinastía del mejor Scorsese o Eastwood. Cuando Atracción peligrosa (título que poco tiene que ver con The Town , el original) se presentó en el Festival de Toronto rápidamente se la emparentó con Los infiltrados , de Martin Scorsese, y con cierto estilo narrativo que emparentaba a la película de Ben Affleck con el cine de Clint Eastwood. Y no era un parámetro errado ni muho menos. Affleck es dueño de un lenguaje entre seco e impactante, se desenvuelve muy bien en las escenas de acción que Atracción peligrosa le pedía desde el guión que redactó con Peter Craig (debutante en el rubro, hijo de Sally Field). El nervio con que rige las escenas ya era un rasgo destacable en su opera prima Desapareció una noche (2007). Aquí Affleck también asume el rol protagónico. Es Doug MacRay, un ladrón de bancos al mando de una banda pequeña -reducida en cantidad de miembros, pero enorme en cuanto a la magnitud de sus golpes- en Boston, quien de manera eventual y azarosa traba relación con una empleada de una entidad a la que robó (Rebecca Hall, la Vicky de Vicky Cristna Barcelona ), quien había sido tomada como rehén. Pero Affleck no se queda sólo con el costado romántico del asunto, al que igualmente le da su despliegue, sino que sabe cómo elevar a protagonistas al resto de la pandilla, cada uno con su problemática, y al agente del FBI detrás de los pasos de MacRay (Jon Hamm, quien cambia su parsimonia de la serie Mad Men por un personaje igualmente inteligente pero doblemente retorcido). Porque si el espectador está del lado de los criminales, es porque algo en la historia hace que su corazón se vuelque hacia ellos. Llámenlo carisma, capacidad de seducción... o talento narrativo. Con todo ese material, el actor de En busca del destino se despacha con dos horas de vértigo, no entendido como aceleramiento, sino como dinamismo puro. El filme arranca con el golpe, y de allí en más el ritmo no decaerá jamás. La rica pintura de los personajes, con un elenco que es un auténtico seleccionado (Jeremy Renner, de Vivir al límite , con su toque Cagney, como su amigo; Chris Cooper, su padre; Pete Postlethwaite, en el papel del capo mafia camuflado como florista; la bella Blake Livelly) no hace más que sumar sorpresa tras sorpresa, en uno de los mejores thrillers sobre el crimen de los últimos años.
Todos eran mis hijos Típico (y buen) filme francés sobre relaciones parentales, en búsqueda de libertad. Una de las preguntas que podría disparar la trama bosquejada por el guionista y director Rémi Bezançon en Amor en familia sería ¿qué pasa cuando en un núcleo familiar, aparentemente normal, el síndrome del nido vacío tiene un twist , ya que son todos y cada uno de sus integrantes los que quieren escapar de la casa, en búsqueda de libertad? “La familia es una máquina de triturar sentimientos”, escribe Flor en su diario íntimo. Ya es grande, le ha pasado de todo, y se aflige porque uno de sus dos hermanos mayores, Al hace un año que no pasa por la casa. La estructura es casi una suma de episodios o capítulos, cada uno transcurriendo en diferentes etapas de la familia, con fechas y títulos individuales, y sirven, a la vez, para retratar y enfocarse en cada uno de los miembros del clan de los Duval. La película comienza con una filmación casera y casi termina con otra. Como si el lienzo de una pantalla pudiera albergar aquello que se vivió, alegró y sufrió, a lo largo de los años. Amor en familia tiene todos los elementos de un filme que pretenda analizar y criticar sin eufemismo una estructuración familiar. Insatisfacciones, padres que sobreestiman a sus hijos o no los alientan, deseos, tensiones, patologías varias, falta de experiencia y secretos revelados casi sin querer. La escena en la que la madre descubre y lee el diario íntimo de Flor quizá sea el mejor extracto o síntesis de lo que Bezancon anhela relatar. Tal vez la caracterización de los personajes sea algo esquemática (padre rockero, fumador y taxista; madre que de grande retoma estudios y sueña con un affaire; hermanos mayores de caracteres contrapuestos; hija menor rebelde y ávida de nuevas experiencias; abuelo cascarriabas), pero lo cierto es que el relato funciona, y bien. Hay situaciones generalizadas y frases hechas del tipo “Ojalá todo fuera diferente -dice la madre- cuando tu papá me amaba y yo era todo para ustedes”, o la temible expresión “Tengo que decirte algo” que no suele anteceder nada bueno. En este tipo de comedias dramáticas las interpretaciones son la clave, amén de un guión que sea ágil y la realización, que sabe dar saltos hacia atrás en el tiempo, aprovecha elipsis y jamás peca de perder el rumbo pese a hacer piruetas con los personajes. La belga Déborah François (Flor) es todo un hallazgo, lo mismo de sus hermanos en la ficción, Marc-André Grondin (Raphael) y Pio Marmaï (Albert), amén de papá y mamá (los más veteranos Jacques Gamblin y Zabou Breitman), todos realmente impecables.
Veo gente muerta Zac Efron pierde a su hermanito en un accidente. Y lo sigue viendo. En un paisaje paradisíaco, Charlie y su hermanito Sam disfrutan de correr carreras en un mar azul, con su velero. Y ganarlas. Ambos se llevan a las mil maravillas, hasta que por un infortunio, cuando Charlie manejaba una noche se produce un accidente automovilístico, y Sam muere. Pasan los años, y aunque pareciera que no para Zac Efron, ahora Charlie trabaja cuidando las tumbas en el cementerio en el que Sam, su hermanito, está enterrado. El paisaje no es tan, tan paradisíaco como antes, aunque el cielo, donde debe descansar el alma del niño, esté dando vueltas por allí. Pero Charlie tiene la suerte, para alguno no será precisamente suerte, de ver a su hermano vivo . Y quiere cumplir la promesa de enseñarle a jugar al béisbol todos los días, a la hora del crepúsculo, allí, en el bosque. La carrera de Zac Efron, de la primera High School Musica l a esta parte, no deja de sorprender. Porque tras actuar en Hairspray , un paso lógico en la comedia musical a punto de desligarse de la factoría Disney, hizo la comedia juvenil 17 otra vez y Me and Orson Welles , la excelente película de Richard Linklater, donde la película le pedía entregar algo más que una actuación convincente. Y Zac lo hacía. Bur Steers, el director de Más allá del cielo , conoció a Efron cuando lo dirigió en 17 otra vez , así que se corría el riesgo de que ésta fuera otra película vehículo para afianzar la fama del joven maravilla. Pero no. El tono no es sencillo, Efron debe convencer de que Charlie es tierno, pero no está loco -aunque también vea vivo a otro amigo muerto en Medio Oriente-, al margen de mostrar sus músculos y el brilo de sus ojos celestes al borde del agua. Por allí está Kim Basinger, como la madre de los chicos, aunque pronto desaparezca del mapa. Y la canadiense Amanda Crew, como el interés romántico de un muchacho mucho más interesado en ese lazo que no puede desanudar con su hermano. Un caso de diván, seguro, pero resuelto lejos de la psicología barata.
Hitchcock lo envidiaría El catalán Rodrigo Cortés logra máxima tensión en el agobiante relato de un hombre en un ataúd... Enterrado es la película que Alfred Hitchcock se hubiera “muerto” por filmar, de haber existido el celular -o, mejor, el BlackBerry- en su época. Y no es exagerado. Al maestro del suspenso le intrigaba cómo generar tensión en la platea con pocos elementos, y si reconocía que mostrarle al espectador una bomba debajo de una mesa a la que luego se sentaba un personaje era el mejor clímax, tener a un hombre medio atontado, que despierta malherido y se descubre adentro de un ataúd... El joven catalán Rodrigo Cortés, que había debutado con Concursante , con Leonardo Sbaraglia, responde algunas de las preguntas de Hitchcock con respecto a trabajar con escasos elementos. Veamos lo que el encendedor de Paul Conroy nos permite saber que hay dentro de ese ataúd bajo tierra: además del mechero, le han dejado un BlackBerry, y una petaca. Paul es un chofer de camión, un contratista que con tal de obtener rápida ganancias trabaja para el Ejército de los EE.UU. como transportista en Irak. Hubo una emboscada de insurgentes iraquíes, y Paul no recuerda nada más. A partir de allí, la sensación de claustrofobia irá in crescendo por una catarata de motivos que tal vez no convenga adelantar, porque hay que tener imaginación -y frondosa- para crear más y más situaciones de suspenso en un lugar tan acotado como en el que se “mueve” Paul. A partir de las comunicaciones que Paul tiene con el mundo exterior a través de su teléfono -con los captores, con la empresa que lo contrató, con el FBI, con un especialista en toma de rehenes, e infructuosamente con su familia en Ohio- se va aireando el relato, construido para un solo personaje en un único y módico escenario. Enterrado plantea también otras cuestiones, como la responsabilidad de quienes lo contrataron, el lavado de manos, la corrupción, la lealtad o la falta de ella. Y la fuerza necesaria de un hombre que sabe que le queda poco oxígeno y tiempo por sobrevivir, si nadie da con su lugar en la Tierra... El desconcierto del espectador, con el correr de los minutos, también crece, y es totalmente válido que se pregunte si Paul realmente está bajo tierra en Irak -¿o lo llevaron a los Estados Unidos?-, si todo es sólo una estrategia para cobrar el rescate, si es un juego perverso, o si es una pesadilla. Generar intriga constante es una de las varias virtudes de Cortés, quien tuvo en Ryan Reynolds a un intérprete perfecto. Si uno no se sintiera próximo a Paul, nada de lo que le sucede le importaría. Y eso es mérito del tándem actor/director. De enterarse, Alfred Hitchcock, también en su ataúd, debería estar retorciéndose de sana envidia.