Sangre nueva para una franquicia cansina Muchos señalan a X-Men 2 no sólo como la mejor de la franquicia, sino también como una de las grandes películas de superhéroes. El riesgo de las películas de X-Men siempre fue apoyarse demasiado en los efectos visuales: así no sólo han envejecido, sino que se ven más bien como apenas películas simpáticas. Lo que hacía que esa película fuera un paréntesis comparada con el resto, es la humanidad que Singer (por entonces director, ahora sólo ideólogo) le quería imprimir al relato. X-Men: Primera generación, es la mejor de la serie, no sólo porque deja la pirotecnia para el final, sino porque es la que mayor atención presta al desarrollo de sus personajes. También es consciente de la fuente de inspiración, y eso la ennoblece. Como el subtitulo indica, esta es una precuela: la historia sobre "los orígenes de". En este caso, de los hombres X, aunque los protagonistas son Charles Xavier y Erik Lehnsherr. El primero será el futuro líder la patrulla de mutantes, el hombre abnegado por la raza humana. La otra cara de la moneda es Erik, perseguido por un pasado tortuoso en los campos de concentración nazis, donde perdió a su padre. Él perdió toda la confianza en la humanidad, y sólo quiere vengarse de sus antiguos captores. James McAvoy está bastante bien su rol: se mueve con comodidad y otorga las dosis necesarias de comedia y sabiduría (¡qué sería si un maestro no supiera cuando ser cómico!). Michael Fassbender (el crítico de cine -doble agente- de Bastardos sin gloria) tiene un rol más dramático y difícil. Por un lado, tiene que demostrar el pasado a través de los ojos. Por el otro, controlar los metales como si fuera telequinesis implica un esfuerzo mayor que la telepatía de Xavier. McAvoy se lleva el dedo índice y el anular a la cabeza y uno ya tiene la impresión de que está invadiendo mentes ajenas. Fassbender, debe estirar las manos, poner cara de esfuerzo hercúleo y convencernos de que puede mover una antena gigante. Imaginen un plano medio de un actor haciendo eso: borda lo risible. No para Fassbender que congenia las dos cosas: hacernos creer que es un tipo resentido y dolido, y que puede mover los metales. Un gran actor sin dudas y habrá que esperar a A dangerous method, de Cronenberg, para ver si confirma esto y recibe nominación de la Academia. El elenco de Primera generación es grande. Entre sus filas se destacan Jennifer Lawrence (bellísima Mystique) que aporta en iguales cantidades dosis de sensualidad y fiereza, y January Jones (Mad Men) como la malvada Emma Frost, también, igual de sensual y peligrosa. Zoë Kravitz (la hija de Lenny) integra al resto de los X-Men, que bien podría ser jóvenes que participen de un capítulo de Glee. Después de todo, de eso se tratan los cómics: la aceptación del diferente. Kevin Bacon es Sebastian Shaw, cuyo plan no consiste en dominar el mundo, sino en armar la tan temida guerra nuclear. El marco es la Guerra Fría (lo cual, sumado a la estética y los créditos finales, confirma la pasión del director por la saga de James Bond) y allí es donde los mutantes deberán luchas. Si bien el trasfondo histórico no termina de cuajar (parecen más bien injertos) la película solventa sus problemas con trajes coloridos (a diferencia de los oscuros trajes sin vida de las películas anteriores), montajes divertidos (el reclutamiento de mutantes) y mucho corazón. Aporta energía y diversión a una franquicia que cada vez lucía más agotada y seria.
Navegando sin rumbo en aguas (bastante) conocidas Piratas del Caribe: Navegando en aguas misteriosas es una película de aventuras, sin emoción, sin gracia, sin chispa. Todo parece en piloto automático, empezando por Johnny Depp como el (Capitán) Jack Sparrow, quien ya venía mostrando signos de agotamiento a partir de la primera secuela. ¿Para qué existe esta nueva entrega de Piratas del Caribe? Simple: para robarnos el dinero, como sugiere cualquier manual de piratería para principiantes. Ahora Jack Sparrow está en Londres, merced de la corte imperial. Su antiguo enemigo, el capitán Barbossa es un corsario al que se le encarga una simple tarea: llegar a la Fuente de la Juventud antes que los españoles. Jack no demuestra demasiado interés hasta que un impostor se hace pasar por él, reclutando bribones para una tripulación. ¿Qué despierta el interés de Sparrow por llegar a la fuente? Vi toda la película y todavía me lo pregunto. Parece no haber una motivación genuina. Como fuere, él que sí la tiene es Barbanegra (Ian McShane) al cual una predicción le augura una muerte cercana. Por eso, su hija recién encontrada, Angélica (Penélope Cruz) lo ayuda en su odisea. Nada tiene demasiado sentido, ni en el inicio, ni en el nudo ni en el desenlace. Si uno escucha el audio-comentario de los DVD de la trilogía original, no tarda en notar que los guionistas creen que son harto originales, creativos e ingeniosos. Cuando, a decir verdad, apenas pudieron congeniar elementos tan disímiles y dispares. Aquí hay zombies, sirenas (con colmillos de vampiro), vudú… aunque nada de esto tiene mucha razón de ser. Pensemos en Barbanegra, el personaje más deslucido después de Angelica, su hija. Es el tipo malo. Para demostrarlo hay dos secuencias: en la primera, controla mediante su espada cada parte de su barco que, supongo, tiene vida propia. Ahora bien, uno esperaría que ello tuviera alguna funcionalidad en el resto de la historia. Aunque sea para dar una espectacular batalla final. No: ninguno. Es sólo para que chamusque a un cocinero. Qué malo. Pero eso no es todo: en otra incomprensible secuencia, carga dos pistolas y le da a elegir dos a Jack. Si se equivoca, matará a Angelica. ¿Con qué propósito? Ah, cierto: demostrar ser malo, malísimo. Así están todos los personajes, con especial mención para la propia hija, a quien la ganadora del Oscar Penélope Cruz es incapaz de dotar con algo de sensualidad o picardía. Ni hablar de su horrible inglés. También hay una sirena y un católico para suplantar el romance adolescente de Keira Knightly y Orlando Bloom. Sin embargo, tienen menos carisma y relevancia que el monito encantado. El misionero lo único que hace es sacarse la camisa, como para que las teens se emocionen, supongo. La tercera parte ya mostraba los signos de la decadencia: historia complicada (sí, se entiende… pero incluso dentro de la lógica que proponen estas películas, no tiene sentido), duración desproporcionada (En el fin del mundo duraba casi ¡tres horas!), personajes sin carisma sólo para que el actor de turno haga su Cameo… en fin, como el éxito de taquilla estuvo asegurado (y lo estará para esta también) sólo había que ver si se preocupaban en brindar algo más que un producto. Lo que se dice, una película. Pero no, repitieron todos los errores. Eso sí, aunque Navegando en aguas misteriosas sea la más corta (con dos horas y quince minutos de duración) se siente como la más larga. Ni siquiera Johnny Depp puede aportar algo nuevo a un personaje gastado, cansado, que se guía por los números. Si ya era difícil soportarlo antes (cuando dejó de ser “original”, “novedoso” y especialmente “divertido”) imaginen ahora, que sin coprotagonistas reales, debe aguantar toda la película. Más allá de que la franquicia ya dé claras señales de agotamiento, el principal problema es Rob Marshall. El director de Memorias de una geisha y Nine es incapaz de darle algo de vida a la película. Si bien las últimas dos películas de Gore Verbinski sufrían de una megalomanía excesiva, al menos sabía dirigir la acción, dándole espacio, ritmo e importancia a lo que sucedía en pantalla. Comparen el clímax de La maldición del Perla Negra con el clímax de Navegando en aguas misteriosas. Este último resulta anodino, efímero. Las secuencias de acción son lentas, donde el montaje ni siquiera funciona para la elección de los planos. Ver a un montón de hombres pelar con espadas no es entretenido per se. Verbinski sabía eso y le daba emoción a los combates, como si fueran una danza. Marshall, director del musical ganador del Oscar, Chicago, no tiene idea. O no tiene el mínimo interés. Yo, en esta serie, tampoco.
Fotocopia conocida En Pase Libre, Owen Wilson y Jason Sudeikis son dos hombres casados, que ya no pueden, ni quieren, disimular el cansancio de su estilo de vida. Uno de ellos hasta tiene que masturbarse en su camioneta en lugar de tener relaciones con su mujer. Las cosas llegan a un punto donde la situación se vuelve insostenible: las mujeres (Jenna Fischer, la genial actriz de The Office US, y Christina Applegate) deciden darles un "pase libre" para que ellos hagan de las suyas sin remordimientos. El problema es: ¿siguen teniendo lo necesario? ¿O muy por el contrario, como el espía seductor, perdieron su mojo hace tiempo?. Alguno podría notar la similitud con los inmaduros personajes del cine de Judd Apatow y no estaría del todo equivocado. La década pasada estuvo signada por las comedias donde los hombres debían enfrentar la realidad y crecer, de algún modo u otro. Virgen a los 40, Supercool, y hasta The host, son películas sobre la maduración. Pase Libre no se destaca por ser sumamente original, de hecho, los "homenajes" se hacen notorios si uno vio la reciente ¿Qué pasó ayer? (The hangover, de Todd Phillips). Aquí los estereotipos se repiten: de hecho, si me preguntan, para mí Sudeikis intenta copiar a Ed Helms (Stu en aquella película) y no sólo en apariencia. El gran acierto es mostrar no sólo lo que sucede con ellos, sino también con sus mujeres. Un gran problema de las comedias norteamericanas (o de la nueva comedia norteamericana, mejor dicho) es que se olvidan de la situación femenina. Con esto no quiero decir que la película esté apuntando hacia ese público (de hecho, no lo hace) pero eso no significa per se, que no pueda/deba mostrar las dos caras de la moneda. Por ejemplo, mientras que ellos a lo largo de la semana van de mal en peor, ellas empiezan a descubrir que todavía las desean y que no están tan "viejas" como pensaban. Pase Libre tiene algunos buenos gags, situaciones dinámicas y divertidas (en el tercer acto hay tiroteos y persecuciones, como en las últimas películas de Phillips) y tiene buenos actores. Algunos gags no resultan demasiado inspirados pero hay otros que sí funcionan. El mejor ejemplo está en la noche de "levante" en el bar. Algunas de las frases están inspiradas ("¿Estas servilletas huelen a cloroformo?") y otras (¿Hay algún oso polar por acá?) los vam a dejar en la casa mirando La Supremacía Bourne. Y no hablo del espectador.
Mitología nórdica para la cultura pop El mayor mérito de Kenneth Branagh con Thor es que nos creamos el mundo que nos propone la película (está bien: cuenta con algo de ayuda si el espectador vio las recientes producciones de Marvel). Es decir, Thor es un dios nórdico, que difícilmente aquel no familiarizado con el cómic lo imagine lleno de colores, con acento australiano y bien pulcro. Branagh logró evitar que quede ridículo y kitsch, aunque tampoco lo transformó en un drama demasiado serio. Algunos dirán que esta nueva versión de Thor es como un drama de Shakespeare. La verdad es que es una definición vaga porque, en primer lugar, la mayoría de los dramas en mayor o menos medida (de manera consciente/inconsciente) están inspirados en la obra de Shakespeare. En segundo lugar, que exista la tragedia en las relaciones familiares (en este caso, celos entre hermanos por el amor del padre) tampoco significa que sea shakepereano. De todos modos no es del todo equivocado decirlo porque, más allá que el director sea el mismo de Enrique V y La flauta mágica, sí hay cierta tendencia a la desmesura teatral (en esos desesperados y furiosos gritos entre Thor y Odín). Anthony Hokins es Odín, el padre de Thor (Chris Hemsworth) y Loki (Tom Hiddleston). El hijo mayor, el dueño del clásico martillo mjöllnir, es quien pronto deberá ocupar el lugar del padre, como rey de Asgard, que recuerda demasiado a la ciudad Esmeralda de El mago de Oz (con un puente de arcoiris, para no ser menos que el camino del ladrillo amarillo). Claro, en línea con los otros superhéroes de Marvel (siendo Iron Man, el que comenzó el fenómeno, el principal referente) Thor es un joven un poco irrespetuoso. No respeta demasiado el protocolo. Pero eso no es lo más terrible: su ánimo belicoso quizás lleve a una guerra contra los gigantes de hielo, unas criaturas CGI que cuanto menos se mueven, más creíble resultan. Lástima que se muevan tanto. Loki, en cambio, parece ser el más prudente, pero esconde un extraño y oscuro pasado (y no estoy adelantando nada para nadie: la historia fuera o dentro de la película es la misma). Las secuencias de acción están bien, a pesar de que bueno, uno no puede dejar de imaginarse a los pobres actores luchando contra nada. Cuando no son los falsos gigantes de hielo, es The Destroyer, esa armadura enorme animada por Odín (o mejor dicho, por los encargados de los efectos visuales) cuyo rayo mortal emana un sonido insoportable. Si hay otra crítica para el director de Mucho ruido y pocas nueces, es eso mismo: el volumen (no estoy hablando ni de la música ni los efectos sonoros) tiene niveles, por momentos, ensordecedores. No es que me guste escuchar las películas con bajo volumen (al contrario: cuanto más grande la pantalla y mejor la calidad de sonido, más cerca estamos de experimentar una película) pero acá funciona más como una distracción, como para darle una espectacularidad a la película que de otra manera no tendría. Todo parece hecho casi a las apuradas, como si fuera una entrega inmediata para solaparse con el estreno de Capitán América, y en un año reunirlos a todos para Los Vengadores. Se nota que hay talento en la película: sin ir más lejos, tiene el lujo de tener a Anthony Hopkins como Odín y a Natalie Portman como Jane, la científica que, adivinaron, será la chica del dios. Pero su rol es el ejemplo del síntoma de toda la película, ella logra lucirse con el poco tiempo en pantalla, pero no se puede profundizar demasiado en la relación amorosa. Sin dar muchos datos, ella debería ser la que provoque el cambio en el héroe. Sin embargo eso se da de una manera tan abrupta que corre el riesgo de ser insulsa, un agregado obligatorio. O pensemos en el resto de los compañeros divinos de Thor: apenas se insinúa, muy por encima, algún tipo de atracción entre la diosa Sif y Thor (que en la mitología es su esposa). La dirección de actores es buena: aún a las apuradas sus personajes no son meros estereotipos (bueno, no todos) y el caso más llamativo es el de Jeremy Reener (The hurt locker), como Hawkeye, otro superhéroe por venir. Por suerte, Hemsworth es un tipo carismático. No es un gran actor, pero está allí y cae simpáticos en los breves y modestos toques de comedia que se le encargan. Nada mal. Habrá que ver que nos deparan las secuelas (al momento de escribir estas líneas se confirmó la primera) y el rejunte de héroes en Los Vengadores. Con Thor las cosas están bien hechas. No quiero hacer una crítica como si estuviera aprobando algún producto: es entretenida, por momentos tiene vuelo (con aquel guardián celestial y esa cúpula-balística interplanetaria) pero ahí se queda. No olvide, querido lector, que hay más en el cielo y en la tierra que todas con las que Hollywood pueda soñar.
Sátira de un género en decadencia Adolescentes infartantes corriendo en poca ropa, un serial-killer que ya es todo un clásico, la mano del director Wes Craven detrás de las cámaras, muchos chistes y referencias geeks/nerds/cinéfilas... Scream 4 es un festín. Quien vaya preparado para asustarse, quizás no saldrá muy conforme. Quien vaya preparado para divertirse y entretenerse, saldrá más que satisfecho. Cumple con creces. La tercera secuela de Scream confirma lo que se venía insinuando desde aquella: el cine de terror, como género, está sufriendo cambios, está mutando. Si bien esa idea se dispersó y las secuelas confundieron el camino, dejando a la serie como un slasher menor y mediocre más, Wes Craven volvió a tomar las riendas que nunca debió abandonar. Y esta vez el tono satírico se devora la película, a tal punto que se olvida, en el fondo que también debería ser de terror. A pesar de ello, es la mejor desde la primera, y en síntesis, es una formidable propuesta del género (ya sea terror/comedia). Una de esas películas imperdibles para ver en el cine con muchos amigos. Si son cinéfilos, mejor todavía. ¿Cómo es que la protagonista de esta serie se las ingenia para haber sobrevivido tres películas? Esa es una de las posibles preguntas que ofrece la película, que constantemente juega con los clichés y las convenciones del género. No se burla con desprecio de la historia del cine de horror (en especial, de las películas de asesinos enmascarados) sino que las parodia, las homenajea, con mucho cariño y afecto. Esto es lo que Scary Movie debería ser. El problema con la película es que juega con las convenciones pero no las reinventa. Incluso, en las peores ocasiones, las repite. Ya sea en tono paródico o no, hubiese sido bueno ver una reformulación. Sidney es ahora una mujer adulta, cuyo libro es un best-seller y cuyas secuelas no parecen ser más que un par de cicatrices. No tiene demasiados conflictos internos con su pasado, ustedes ya saben: que asesinos enmascarados lo quieran asesinar, no son cosas que le ocurren a uno todos los días. Pero está bien: los personajes son queribles, aún así sean caricaturescos. Ahí está la reportera Gale (Courtney Cox, que pareciera que de verdad quiere robarse el protagónico) que también representa la vieja escuela: parece que Craven se siente anticuado ante tanta revolución moderna. Hay unos nerds (¿o debería decir geeks?) amantes de la serie Stab (la película dentro de la película) que ejemplifican todo este salto generacional (incluso la manía de hacer las películas de terror con cámara en mano, para dar la sensación de video viral). Es extraña la sensación, pero aún queriendo a todos los personajes, hay cierto desprecio, quizás inconsciente, por parte del director, hacia los mismos. Craven ya tiene ganado el corazón de muchos cinéfilos. Ya sea con clásicos como El despertar del diablo (The hills have eyes, la original), Pesadilla en la Calle Elm y/o Scream, el hombre sabe como hacer una película de terror decente. La metatextualidad está más patente que nunca, en una película que podría tener a los fanáticos de IMDb revisando y revisando referencias para la sección Movie Connections. Solamente una secuencia en un cuarto lleno de afiches de clásicos es prueba de ello. Esta película es una fiesta, que celebra y no despide al género. Podría haber revolucionado y dejar una marca más profunda si se hubiese animado a reinventar los códigos, pero bueno, no es para nada una mala propuesta.
¿Río de qué? Imagine que se encuentra con varios de esos animalitos simpáticos que adornan las cajas de cereales. Ahora piense un poco más e intente crear algunos compañeritos para ellos y listo: tiene a Rio, una película que, como su protagonista, jamás logra levantar vuelo. Al menos se ve mucho más linda y prolija que el trabajo anterior del director, La era de hielo 3. Pero sigue con los mismos errores. Saldanha se hizo más popular cuando se encargó de la franquicia de La era de hielo, a partir de la primer secuela. Tambié dirigió Robots, pero los resultados no difieren mucho. Es un director de animación mediocre, con personajes que no logran generar demasiada simpatía o están sólo para dar el nuevo remate. Son los llamados comic relief: aquellos que están ahí para aliviar la tensión, o simplemente para divertir. El problema es que en las películas animadas se dividen en dos tipos: los gags ingeniosos, con juegos de palabras y ayudados por el montaje (la mayoría de las películas de Pixar) y los gags físicos, el tan elaborado slapstick de la escuela keatoniana o chaplinesca, como en la mayoría de las películas de Dreamworks. El problema, que estas películas parecen ignorar, es que el slapstick requiere tanta elaboración y cuidado como elegir las palabras adecuadas para que algo resulte gracioso. Las películas de Buster Keaton son un ejemplo de ello. No basta con ver violencia física contra un personaje para que resulte gracioso (piensen en las películas de Madagascar) ni con que tengan movimientos raros y retorcidos. Sólo los hace más excéntricos y difíciles para conectar emocionalmente. Hay otras cosas que salen mal también. Linda, la dueña de Blu, el guacamayo que debe ir a Brasil para aparearse y dejar que la vida se abra camino, en una misión de rescate termina en un desfile. Ella, con ropa que apenas puede tapar lo mucho que tiene de vergüenza, termina en un carro gigante, ante una multitud que le pide que sacuda el trasero. Debería ser un momento gracioso, pero termina resultando incómodo y no sólo para ella, sino para nosotros también. No sólo no es gracioso, sino que la secuencia carece del ritmo para saber cuando debería terminar el chiste. Hay un montón de personajes, como un bulldog baboso, un cardenal gordito y unos monos que recuerdan bastante a los lemures bailarines de Madagascar. Todos están para propiciar el próximo chiste o número musical (ninguno de ellos demasiado inspirado). Carlos Saldanha es brasileño, pero ni siquiera logra despegarse del recorrido turístico y extranjero de su propia ciudad. Río tiene todos los paisajes que cualquier turista imagina. Incluso hay una secuencia vertiginosa, donde el protagonista huye por las favelas, mientras todo Brasil está pendiente de un partido de fútbol (como no podía ser de otra manera, contra Argentina). Como no escapa a los lugares comunes, sus personajes también son puro cliché. Principalmente los humanos, que si no son pobres con buenas intenciones, son amantes del fútbol o la danza carioca.
Hágalo usted mismo Russell Crowe es un profesor de literatura, cuya esposa es acusada de homicidio, aunque no sabemos si injusta o justamente. Hay un par de flashbacks del hecho, pero sólo están para hacernos trampa y que dar la chance de la duda, para que John sea un protagonista por el que sentimos empatía. Pero si bien hay varias cosas cuestionable, el verdadero quiebre se produce cuando se mancha las manos con sangre. Ya saben: ella es acusada y condenada a prisión. La familia queda destruida y él se propone a liberarla. Cueste lo que cueste. Lo que podría haber sido un interesante drama moral se torna en simplemente un ejercicio de cine de suspenso/acción. Muchas corridas por aquí y por allá. Muchos actos fallidos de liberarla. Mucho dealer amenazante. Todo resuelto con bastante pesadumbre, como si nadie tuviera ganas de hacer algo original. Es raro, porque si bien a muchos les disgustó, el director y guionista ganador del Oscar de Crash: vidas cruzadas, se destaca justamente por el costado "humanista" de sus relatos. En esa película era la vida de los angelenos. Pero basta ver Casino Royale, Quantum of solace o las colaboraciones con Eastwood (Million dollar baby, Cartas desde Iwo Jima) para entender mejor a qué me refiero con eso. Sólo tres días cuenta con buenos actores, como Elizabeth Banks y Crowe. Pero no están bien aprovechados y me pregunto si para este tipo de película (que no termina de ahondar en la psiquis de los personajes) no hubiese sido mejor uno de estos directores franceses de la escuela de Luc Besson, que no serán sutiles, pero saben entretener. Aquí John pasa de literato a Jason Bourne en cuestión de minutos. Mucho video de YouTube y listo: usted puede vulnerar hasta las prisiones más seguras. Lo que más ruido hace es que deberíamos sentir empatía por el protagonista. En orden para liberar a su mujer, planea una meticulosa fuga y se junta con rufianes del bajo mundo (Liam Neeson es uno de ellos, aunque hubiese sido mejor que sea él el héroe de acción). Es una obsesión pero la película, que no está filmada como cine trash (como, por ejemplo, Búsqueda implacable), no hace demasiados juicios morales. Cuando Russell se convierte en un asesino, se lo sigue viendo como un héroe de acción. Hay una línea bien notoria que separa una cosa de la otra. Incluso se podría decir que es un poco fascista que no pase nada porque mata a los dearles y ladrones. Hacia el final, las trampas del guión se hacen más notorias e insostenibles. Haggis filma la acción con prolijidad, pero no es suficiente. Se queda a mitad de camino, y la película es larga: dos horas y veinte.
Lo que nos hace humanos Llueve. Los alumnos del Hailsham School miran a la profesora, que con expresión desairada, como perdida entre el deber y la moral, les dice la terrible noticia. Ellos, los alumnitos, no tienen futuro. Su cita con el destino los condiciona: no van a poder disfrutar como personas normales. Es un momento impactante. Lo que hasta entonces se había presentado como una película de época inglesa, con una paleta de colores monocromática y un triángulo amoroso entre tres chiquitos, se devela como algo más grande y tenebroso. Pero algo hacía ruido: nunca vimos a los padres de los nenes, no sabemos qué tipo de escuela es Hailsham, y los mitos que existen en ese lugar son, cuanto menos, perturbadores. La película no nos engaña, sino que de una manera muy sutil e inteligente, crece en distintos géneros. La primera media hora, es decir, el primer tercio, es la más amigable. Allí Ruth, Tommy y Kathy establecen los lazos que los unirán para siempre. Ruth y Tommy se hacen novios, aunque mucho del crédito lo tiene Kathy, quien fue la que primero se enamoro del joven introvertido y excluido. Ruth, en cambio, casi por competencia, se lo sacó de las manos. Cada uno supondrá qué es lo que realmente sucedió con ellos. La escuela está dirigida por la inquebrantable Charlotte Rampling, que produce un discurso inquietante después de la impertinente declaración la profesora. Sally Hawkins, quien ya se había probado y con grandes resultados, como maestra en Happy-go-lucky, parece ser hasta ese entonces, la más humana de todos (incluso más que los chiquitos, que algo raro esconden). Es expulsada de la escuela. ¿Por qué? Mucho del misterio se devela en el final, aunque realmente no era necesario, porque ya se había esbozado un concepto sobre la historia: ellos son seres humanos creados con el único propósito de ser donantes de órganos. Que la película esté ambientada en la década del '90 y que sea ciencia ficción, al fin y al cabo, no hacen más que añadir originalidad a la historia. Tendemos a asociar la ciencia ficción con historias que transcurren en el futuro, cuando en realidad, el término hace referencia a la ficción científica, el "qué pasaría si..." de los nerds. Hay una historia romántica, pero es más que nada un matiz (aunque se venda como lo principal). El tema tiene bastante peso y es lo suficientemente complicado de manejar como para que quede sólo en una de "amores imposibles". Sí: los peores momentos de Nunca me abandones son aquellos edulcorados, con caritas lindas llorando y música triste de fondo, en playas desérticas. Pero afortunadamente, el director no siempre pierde de vista lo esencial, y cuenta con la ayuda de tres grandes actores. Carey Mulligan, la protagonista (la gran actriz de An education), Keira Knightley (la que rompe la verdadera relación de los protagonistas, no sin cierta malicia) y Andrew Garfield (Wardo de Red social). De los tres, el que menos peso y consistencia tiene es él. Sin haber leído la novela en la que está basada la película, supongo que es un error del actor. A Garfield le va bien con el papel de flacucho maltratado pero con cara de bueno. Y (sólo) hace eso. Comparten algunos momentos intensos, donde nos preguntamos si son máquinas o humanos (son clones de drogadictos, pobres). Realmente sienten miedo. Cuando realmente estamos convencidos de su humanidad, se nos vuelve a interpelar con nuevas actitudes. ¿Cómo reaccionarían ustedes si supieran que su vida está "programada"?. Esas preguntas están bien. Si todo hubiese salido mal, debatiríamos si esta es una película en contra (o no) de la donación de órganos. No es el punto. Hay ecos de los desesperados replicantes de Blade Runner. Para algunos, Nunca me abandones resultará una película fría y distante. Yo creo que no lo es (y cuando lo es, es deliberado). Si bien no llega a ser un clásico de ciencia ficción/romance (podríamos encasillar la fabulosa Gattaca en esa subcategoría) sí nos deja con más preguntas que respuestas. ¿Qué es lo que nos hace humanos? ¿Qué nos separa de la frivolidad, el tedio? El amor, la pasión. El pulso vital de quien ama a otra persona. Ellos aman, seguro. ¿Pero pueden decidir qué hacer con sus vidas? Parte de amar es eso: tomar decisiones.
Aventuras sin emoción Sanctum cuenta con el mayor atractivo de ser una "producción de", en este caso, James Cameron, el rey de la taquilla y padre adoptivo del 3D. Para muchos, el nuevo Cecille B. DeMille. Para otros un tipo aplastado por su propio ego. No nos desviemos: que esa sea la consigna para ir a ver la película, no está mal si la película es buena. Si un nombre ayuda, mejor. El problema con Sanctum es que no es una buena película. Uno entiende por qué la produjo el director de El abismo, pero preferiría que él mismo la hubiese dirigido. ¿Para tanto? No: un grupo de científicos y aventureros quedan atrapados en uno de los sistemas de cuevas más grandes del mundo, en Nueva Guinea, luego de un desastre natural. Lo que sigue es una carrera contra el tiempo y los elementos. Sí: está el productor malvado (uno entiende cuando los financistas son los malos en los films de Jim, pero en este...), el científico bueno, el nerd de las computadoras... Es como si un James Cameron mucho menor la hubiese dirigido. Avatar no era precisamente buena por su originalidad, pero era un ejemplo de la narración clásica hecha con maestría. Y en su simpleza era mucho más rica que tantas otras películas que se caen a pedazos en sus intentos por ser originales. Aquí están todas las cosas que le interesan al productor: la investigación, la aventura, el amor, etc. Pero dejemos al productor en paz. ¿Qué le interesa al director? En primer lugar, las relaciones humanas de la película son insoportables. Todo el prólogo que precede a la aventura principal es horrible. Con diálogos atroces y situaciones increíbles, que los actores no saben cómo dotar de vida. Frank, el protagonista, es un duro explorador. Quizás demasiado, y por eso su hijo guarda cierto rencor contra él. ¿En algún momento funciona la relación? Nunca. Hay un leit motiv, una suerte de poema, como para poner en palabras que el padre le pasa la "antorcha" (perdón: en palabras y en imágenes) al hijo, que no suman: restan. Podríamos conformarnos con el 3D. No está tan mal, pero el problema es cuando se internan en las cavernas. El 3D hace la imagen más oscura de lo normal. ¿Se imaginan en una cueva de por sí oscura? Bueno. Es eso: la oscuridad.
Despertarse con una sonrisa Es raro, pero el saludo matutino no agrada a todo el mundo. Ustedes ya saben: es un acto de cortesía y amabilidad desearle un "buen día" a la otra persona, pero no siempre se toma como tal. Están esas personas que, bueno, empalagan. Y provocan el efecto adverso. En ese sentido, el personaje de Rachel McAdams es un poco como Sally Hawkins en La felicidad trae suerte (Happy-go-lucky, de Mike Leigh): una persona que irradia felicidad y optimismo pero no siempre logra contagiarlo. McAdams es el espíritu y el alma de la película. Está bastante bien, y como si fuera poco, está secundada por Harrison Ford y Diane Keaton. Él es el nuevo conductor de un programa de noticias en caída libre. El equipo de producción es un desastre, y la presentación de los informes roza lo ridículo. Lo hace por contrato. Es un profesional ganador de varios premios Pullitzer. De ahí que siempre tenga cara de pocos amigos (incluso, un compañero lo describe como "la última persona con la que querrías trabajar). Becky (McAdams), la flamante productora sabe el potencial que se está desperdiciando con él, así que arma un nuevo equipo junto a Collin (Diane Keaton, que de Annie Hall en adelante, dejó de tomarse las cosas demasiado en serio). Los dos no se llevan para nada bien, aunque ese no es el único desafío de la joven. Además tiene que equilibrar una fracasada vida personal, donde es incapaz de establecer relaciones duraderas con hombres. Es la típica obsesiva workaholic (o "adicta al trabajo" en inglés...) que controla todo. Hasta acá parece que la película es puro cliché, y en cierto sentido lo es. No es una comedia que se destaque por su originalidad, sino por la elaboración. El director de la fallida Notting Hill le gusta lo cursi. En algunas películas funciona y en otras no. En esta, se notan todos los lugares comunes del sub-género de "programas periodísticos" (por favor, piensen en las comedias, no en Network) pero sale a flote gracias a la infatigable y carismática protagonista. McAdams ya coqueteó con la comedia en Los rompebodas y Sherlock Holmes, pero no había tenido la oportunidad de probarse hasta que le tocó este papel. Me deja con ganas de ver un poco más en pantalla, no sólo de ella, sino de los otros actores también. Decía que Diane Keaton ya no se toma las cosas muy en serio... y tampoco lo hace Harrison Ford. Ambos crean caricaturas más que personas: él con el ceño siempre fruncido, ella con su sonrisa cínica. Pero son grandes actores y saben cuando ponerse serios. Cuando la película lo requiere, ellos están ahí. En cierto punto, la comparación no es tan descabellada, pero el cómic a Ford le sienta muy bien: cuando lo veía acá recordaba cuánto me divertí con Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Siempre entendí las críticas contra la película, pero también dije que iba por otro lado. A fin de cuentas, Un despertar glorioso peca a veces de empalagosa. Reúne todos los lugares comunes del sub-género (periodistas que no se quieren, productora con problemas románticos, etc.) pero se salva por los actores. Eso de se salva quizás sea muy duro: es una buena película. Hay que aceptarla tal como es, y como de quién viene. Como los saludos de la mañana.