Publicidad de dos horas de una fantasía nerd Al director de 300 y Watchmen siempre le dio por resaltar el aspecto visual. Un artista de la imagen, podrían decir. Para mí siempre se notaron sus raíces televisivas, de la publicidad, más que nada en sus últimas películas. No es un mal director: Watchmen es una muy buena película, pero quizás mucha de la ayuda venía de los cómics de Alan Moore. En 300 (película que me resulta indiferente, más bien tediosa) se nota más la falta de peso en los personajes. Sí: se veía muy linda, pero la emoción del combate era nula. Acá pasa lo mismo. El comienzo de Sucker Punch prueba que Snyder puede ofrecer mucho más. La secuencia inicial empieza con un cover de "Sweet Dreams" por Emily Browning (la misma protagonista, que también hace covers de "Where is my mind?" de The Pixies) y la paleta de colores monocromática estéticamente está muy bien y acompaña el duro momento que atraviesa la heroína: acaba de quedar huérfana y su padrastro planea violarla. La situación se resuelve de manera tal que ella terminará en un manicomio. Allí la película desbarranca. En primer lugar, porque no ofrece nada nuevo ni original (la primera prisión de la cual deben escapar es la de... sus mentes). En segundo, porque el director se empieza a copiar a sí mismo. Mucho slow-mo (interminables secuencias injustificadas en cámara lenta), enormes bichos CGI (que se ven sumamente falsos y caricaturescos, aunque carecen de la gracia de una caricatura), músicalización obvia (una cosa es que sea linda música y otra es que esté bien usada). De lo que prometía el director de la remake de El amanecer de los muertos, hay poco y nada. Esa película sí que era un festín, aún con todos sus errores. Un clásico moderno del cine B. Sus películas siguen siendo clase B, pero se creen clase A. Si uno recuerda la película, más bien recuerda segmentos como si de una publicidad o un comercial se tratara y no de los mejores, precisamente. Supongamos: toda la introducción podría haber sido un videoclip. Y no estaría mal. Es la forma por al forma misma. Sin embargo, las intenciones de Snyder van más allá (sus historias requieren ir más allá) y buscar, encontrar, personajes humanos. Que aporten una nueva dimensión al asunto. Las heroínas viajan a través de distintos mundos, pero en ninguno de ellos sentimos peligro. Cada uno representa, más que un estado mental, una fantasía nerd: nazis-zombies durante la Segunda Guerra Mundial; orcos, dragones, y castillos medievales; androides y ciudades futurísticas como si hubiesen escapado de la novela de Isaac Asimov; todos ellos despedazados por (esto no es un punto a favor de la película: son cinco) chicas lesbianas (al menos tres lo son) bellísimas pero rudas. También, representan otro tipo de fantasías adolescentes. La líder está vestida de colegiala y usa un sable samurái. Lo absurdo de todo este planteo hace que sea una premisa prometedora y tentadora. Imaginen este material en manos de Robert Rodriguez. Sería un espectáculo divertido. En manos de Snyder definitivamente no es divertido. La única línea que más o menos inspira una sonrisa es la del capitán del grupo, al referirise a los nazis-muertos-vivos: "No se preocupen en matarlos... ya están muertos". La solemnidad abunda en esta película, cuando, por el contrario, el planteo original pide a gritos que no se la tome en serio. Ni siquiera es "impecable" desde el apartado visual. La catarata de efectos generados por computadora deja de atraer a la vista a los 20 minutos de película. Y todavía nos faltan 100 más. Mejor vayan y compren un videojuego. Al menos, tienen control sobre los personajes.
La tentación de retirarse del cine. En Batalla: Los Ángeles, Aaron Eckhart es un sargento que se siente viejo. Los marines entrenando en la playa no tienen problemas en superarlo físicamente. La invasión extraterrestre llega y también su oportunidad para lucirse. Nosotros sabemos que en realidad la experiencia y los años cuentan. No lo sabe la película ni el director. En primer lugar, porque comete los peores errores del cine de ciencia ficción: situaciones incomprensibles e inverosímiles, diálogos irritantes, personajes unidimensionales, extraterrestres mal diseñados… es como si hiciera caso omiso a la historia del género. Y miren que desde Viaje a la luna, de Meliés, hay varias películas como para ver cómo hacer bien las cosas. ¿Es necesario hablar de la experiencia de Jonathan Liebesman, el director? No, porque tiene poca y entre sus antecedentes se encuentra La masacre de Texas: El inicio. Los mal pensados suponen que la invasión en Los Ángeles es porque bueno, cada vez que Estados Unidos está en problemas, significa que el mundo lo está. Ya saben: un superhéroe salva a Nueva York pero en realidad está salvando al mundo entero. Los otros mal pensados dirán que la invasión es en Los Ángeles porque bueno, filmar en Hollywood no debe ser muy caro y además, que el campo de batalla sea una ciudad gris y monótona destruida por CGI no es tan exigente como filmar algo un poco más “sucio”. Ya saben: meterse en el verdadero campo de batalla (si no entienden, vean el documental Heart of Darkness: A filmmaker’s apocalypse, sobre la filmación de Apocalypse Now). Yo creo que invadieron L.A. para encontrar buenos diseñadores. De allí salieron los aliens, E.T., Gort y mucho otros más. Estos son mezcla de orgánico e inorgánico. Con cuerpos recubiertos de metal. Imaginen cuánto deben pesar. Sin embargo, salvo en situaciones donde la narración lo requiere, son extremadamente ágiles en relación al peso que tienen. Parece que las buenas ideas se fueron a Sudáfrica, con los langostinos de Sector 9 y allí se quedaron. Para colmo de males, la película es un rejunte de los estereotipos (clichés) del cine bélico. El sargento viejo pero experimentado, el novato joven que se guía por el entrenamiento y los libros, el cobarde, etcétera. El que resulta más molesto es el civil, que al principio es una carga hasta que por fin, haga algo útil y tome las armas. Porque cuidado: no hay inocencia ni humor (aunque sea una parodia) en el tono, los diálogos y las situaciones de Batalla: Los Ángeles. Es una película de propaganda, me atrevería a decir inefectiva, pero de propaganda al fin y al cabo. Si el Tío Sam apareciera en pantalla y nos señalara con el dedo para decirnos “I want YOU to join the U.S. army!” sería más sutil. Incluso la corrección política me harta: allí está Michael Peña, el mexicano bueno por excelencia para Hollywood. Vale recordar sus roles en Crash: vidas cruzadas y World Trade Center, aquel bodrio insufrible también de Oliver Stone. Aquí hace del civil mexicano. Lo que sigue (lo que comienza, lo que finaliza) es puro ruido, con una cámara movediza digna del peor Michael Bay. Es como si nos quisieran meter en el campo de batalla. Está bien: hay modos y modos de lograrlo. Algunos con fines estéticos, otros con fines puramente efectistas. Esta no logra ninguno de los dos. El personaje de Aaron Eckhart utiliza al principio, ni bien comienza la “acción” un leit motiv con su tropa: Retreat, hell! (algo así como “¡Retirarse, jamás!”). Debería saber que en ciertas ocasiones es mejor retirarse. Si ustedes aguantan las dos horas que dura Batalla: Los Ángeles sin irse del cine, ni lo duden. Merecen la Medalla de Honor. O al mérito.
Sin manos, sin frenos Muchas películas son en 3D y el único "atractivo" que tienen es ese. Por eso, en las traducciones se le agrega ese "sufijo" molesto: así tenemos Piraña 3D, El avispón verde 3D, Sangriento San Valentín 3D (del mismo director que esta película). Pocas tienen desde su título original el 3D: es como si eso las hiciera viejas (digan lo que quieran: el 3D es una moda pasajera, por lo menos como lo conocemos ahora). Infierno al volante no esconde su carácter de antigüedad, de cine trash (o basura, para los oídos menos sensibles), de cine exploitation. Y eso la hace sincera y divertida. Suficiente para mí. Milton (Nicolas Cage: más tarde nos ocuparemos de él) es un conductor desquiciado. El diablo en ruedas. Casi literal: el tipo salió del infierno para vengarse de unos satanistas. ¿Qué hicieron? No lo sabemos y ese es otro acierto de la película: no develar todo (por más simple que sea) desde el principio. El tipo anda con ropa de cuero, lentes oscuros y una actitud ruda. No desentona porque bueno, en Louisiana todos parecen personajes salidos de un cómic. No hablo de la vida real: de la película. El mundo donde se desarrolla está lleno de camioneros, rebeldes sin causa, cocineros sucios, rubias exuberantes (que parecen camiones), policías estúpidos. Todos los clichés del género. Dejan como algo sutil al almanaque de cualquier mecánico. Amber Heard representa muy bien a la película: no es una chica natural, y como rara vez está sucia, tampoco da la sensación de que se haya metido en las escenas de acción. No importa: tiene su atractivo. También Nicolas Cage representa el alma del film. El actor que amamos odiar sobreactúa como nunca. Es como un Terminator del infierno (si hasta tiene una estética similar) perseguido por El contador (genial William Fitchner). En la sala, la sola presencia de Cage provoca al menos una sonrisa. La película sabe y reconoce sus limitaciones. Es más una comedia de gore/acción que un thriller serio. Muchos la comparan con el díptico Planet Terror/Death Proof de Grindhouse (de Rodríguez y Tarantino). Si allí ambos homenajeaban al cine de bajo presupuesto de los '80, Infierno al volante no es un homenaje, sino el nuevo cine trash. Está bien: está hecha en tono paródico, pero yo creo que es una buena representante de lo que será considerado el cine clase B de la década del 2000 (aunque sea del 2011...). Ya saben: ese que en el momento de estreno todos critican, pero que después no pueden rechazar el placer (¿culposo?) que provoca volver a verla.
(Jugar a) Ser el héroe. Rango es una largartija que vive encerrada en una pequeña pecera. Sus únicos amigos son un pez dorado de juguete y una muñeca descabezada (literalmente). Él ensaya como actor, rescatando a sus amigos del peligro. Se da cuenta que a su universo, a su microcosmos, le falta algo: el impulso sorpresa que lo obligue a ese ser común a convertirse en héroe. La yuxtaposición no deja de ser efectiva: el auto donde viaja pega un giro brusco, provocando que el reptil salga volando por los aires. Ahí está: ya tiene el acontecimiento que desatará lo que sigue. Rango es la primera película animada de Industrial Light and Magic (ILM, la compañía de efectos visuales de George Lucas) y también lo es para Gore Verbinski (el director de la trilogía inicial de Piratas del Caribe). Entra en un género duro, dominado en lo artístico por Pixar y en la taquilla por Dreamworks. Hay competencia dura, pero Rango también lo es: es una gran película, inteligente, divertida y hasta poética. En primer lugar, que el personaje sea una lagartija con aspiraciones de actor, le da cierta originalidad. Sí, claro: Rango llega a un pueblo de mala muerte en medio del desierto, como el extranjero debilucho. ¿Cómo armar algo original a partir de esto? Bien, lo que sigue juega con las convenciones del género, pero las reinventa. Rango miente: ese ni siquiera es su nombre. Como todo ser con sentido por lo artístico, crea una imagen nueva de sí mismo ante la gran oportunidad de sorprender a su audiencia. Respetado en cuestión de minutos, él es el forastero con el que no hay que meterse. Claro: las mentiras sólo crecen y pocas veces traen reales beneficios. Así es como él deberá ser quién no sólo se enfrente a la ruda pandilla de turno, sino el que deba resolver el conflicto que aqueja al pueblo: la escasez de agua. Entre muchos logros que se le pueden atribuir a la película, está no sólo el convertir al pequeño mentiroso en un ser carismático, de notable astucia e inteligencia, en alguien querido (las buenas películas de animación se notan por el diseño de su protagonista: Rango no es la excepción) sino por introducir una considerable gama de personajes. Todos ellos tienen la oportunidad de lucirse, no sólo en la comedia, sino en el desarrollo general. Tienen personalidad y peso propio. Desde los peculiares residentes del pueblo, hasta los forasteros. Hay muchos: la serpiente que interpreta Bill Nighy (un villano tan bueno como Davy Jones de El cofre de la muerte), el armadillo que se parece a Don Quijote (por Alfred Molina en la versión original), la lagartija co-protagonista (Isla Fisher), entre otros. Rango confirma muchos otros talentos, más allá del de los actores y él director. Hans Zimmer (compositor que a esta altura no hace falta recordar sus trabajos previos) logra una de sus más inspiradas (como siempre, un poco desequilibrada) partituras. Roger Deakins es el consultor de fotografía y eso se nota, porque hay algunas imágenes sumamente impactantes y bellas en la película, como aquella donde un Sol rojo y melancólico recorta las siluetas en perfil de los personajes cabalgando hacia su destino (tan icónico del western...). Las películas de animación que aspiran a un prestigio más grande que el comercial tienen un consultor de fotografía. En WALL-E el mismo Deakins había sido el consultor. Incluso él fue quien recibió su novena nominación al Oscar por Temple de acero (increíble pero real: todavía no lo ganó). Gore Verbinski es un buen director. La serie de Piratas del Caribe lo encontró, para la tercera parte, agotado y sin ideas. Su peor película hasta le fecha. Las dos primeras, mostraban un encanto juguetón hacia la aventura, la fantasía y la magia. Como con Wes Anderson, presiento que lo suyo está más ligado a la animación. Puede manipular a su antojo los personajes y las leyes físicas. ¿Recuerdan a Jack Sparrow dando vueltas en la rueda gigante? Era un truco bastante bonito. La secuencia debió haber sido lo suficientemente complicada para que no dure más que unos minutos en pantalla. En Rango hay una de las mejores secuencias de acción del año, donde incluso la música parodia directamente a la saga de los piratas. De verdad, hay que saber filmar la acción. Howard Hawks decía que una película debía tener 3 secuencias buenas y ninguna mala. Esta tiene sus 3 secuencias, siendo esa la principal. Lo más interesante de la película es el giro que toma a partir de la segunda mitad, cuando el personaje realmente se cree al personaje que inventó. Allí todo se vuelve un gran homenaje a los westerns de Sergio Leone (y uno entiende por qué la elección de la pantalla wide, que además sirve para meter a tantos personajes en escena). Y no sólo eso. Hay referencias a 2001: Odisea del espacio, Barrio Chino (¡La tortuga! ¡El agua!), Django (el título...) y más. Lástima que durante la primera hora (que es bastante digna) la película no termine de encontrar su tono y vacile entre el humor exagerado de Dreamworks y la inteligencia que explotará luego. Quizás yo me confunda: calificar a una película es molesto y este 7 bien podría haber sido un 8. Pero sumado al penoso doblaje castellano (donde hay acentos argentinos que dicen "boludo" y "loco") la experiencia se hizo un poco densa al principio. Más allá de las quejas menores, Rango es una gran película. Apuesta con el corazón por el cine de aventuras y acción. Es un cómic, en tanto exagerada y traviesa. Pero lo más importante, como el héroe que tiene, es que cree en el cine. Es noble. Nos recuerda lo lúdico de las películas: que nos presentan la oportunidad no de comenzar de nuevo, sino de creer en esos universos, mundos y claro... héroes.
Eso. Pirañas en 3D. Piraña 3D no es tanto un intento de revival del viejo cine trash (o cine basura), sino un festín de aquellas cosas que hoy se consideran clásicos del cine de bajo presupuesto. Por ejemplo, el director de Titanic y Avatar fue quien dirigió Piraña 2, y como si fuera una novia, James Cameron no la quiere recordar ni hablar de ella. Es como si lo avergonzara. Ahora bien, cuando a uno le hablan de Piraña ya sabe más o menos que va a encontrar (más allá de los pececitos del título). Ahora la pirañas atacan de nuevo, pero en 3D. La película con la que tiene más puntos en común es con Terror a bordo (Snakes on a plane) esa donde Samuel Jackson puteaba a los reptiles en un avión. La trama era simple: serpientes en un avión. No era de terror, sino de comedia. Las serpientes picaban y mordían caras, culos, tetas, de todo. En esta película intentan superarlo, con siliconas y penes, entre otras cosas. Sabrán disculpar el vocablo: pero es el que va con este tipo de películas. El problema con Piraña 3D es que es graciosa a medias. Están las pirañas CGI que no dan miedo, y hay un par de golpes de efecto que tampoco son muy efectistas. Esto nos deja con sólo dos cosas: el ingenio para resolver las situaciones. Más allá del caos en la playa (que tiene secuencias muy buenas: como cuando se hunde el escenario o la mujer queda atrapada en la lancha con sus pelos) el resto no ayuda mucho. Por la parte cómica, tiene altibajos. Los chistes buenos (las actrices porno nadando The Flower Duet de Lakmé) se estiran demasiado. Para peor, cada tanto Piraña 3D olvida que debería ser una fiesta y se va para el cine gore. Por ejemplo: una de las actrices porno hace jet-ski con sus generosos senos rozando el agua. Como las pirañas están por ahi (la cámara subjetiva, como tantas otras cosas, dejan en claro que Tiburón es una referencia) uno esperaría que cuando se levante tenga las pirañas prendidas de las tetas. Sería un buen gag. Hasta que no: la escuchamos gritar desesperada. La elevan y le faltan las dos piernas. Eso no da gracia ni da miedo. A lo sumo impresión. Fueron todos minutos de construcción cómica para nada. Eso es imperdonable.
Atrapado en un videoclip James Franco es héroe y víctima en 127 horas, la historia del hombre que quedó atrapado durante más de 5 días en el cañon Blue John. Una inmensa roca cayó y aplastó su brazo izquierdo, confinándolo a la soledad absoluta. ¿Cómo llegó a esa situación? La película se convierte en un relato moralista sobre la supuesta independencia y el egoísmo del autoproclamado héroe norteamericano. Ya saben: una de esas personas capaces de hacer todo por sí solas. Hasta que bueno, se les cae una roca encima de la mano. Este es el primer trabajo luego de haber ganado el Oscar por la multipremiada Slumdog Millionaire, una película de la cual admiro su destreza técnica pero no su inteligencia. Aquí el guionista vuelve a ser Simon Beaufoy (Full Monty, Slumdog Millionaire) junto al propio director. Si bien por breves momentos hay algunas líneas de diálogo que hace chirriar los dientes ("Esta roca... me ha esperado toda mi vida" dirá Aaron Ralston, que parece, tiene más gusto por lo teatral que el Guasón de The Dark Knight). Hay una historia romántica que molesta, y mucho. No tanto porque Clémence Poésy (la francesa linda de Harry Potter o In Bruges) luzca forzada y ridícula, sino porque los fragmentos de la historia parecen más injertos que otra cosa. Ralston queda atrapado en una roca. Entonces se pone a pensar (después de todo, hay mucho de qué pensar en ese lugar). El Sol lo toca y recuerda su infancia. Injerto: Ralston niño ve el amanecer con su padre. Y así con varias personas importantes en ese lugar. Momento: ¿Todo esto y la película es un 8/10? Bueno, sí. Tiene sus defectos, que son muchos. Pero es uno de los mayores logros del director de Trainspotting. A esta altura no esconde que lo suyo son las emociones fuertes (resaltado aquí en el naranja furioso que abunda en toda la película). Que apuesta por un cine más bien clásico norteamericano pero revisionado con estética y ritmo de videoclip. En Slumdog Millionaire chocaba porque se trataba de una historia sobre los pobres de la India, y más allá de las torpezas múltiples, era moralmente cuestionable en varios sentidos. Yo había titulado la crítica de ese film como "Colorida pobreza" en tanto Boyle veía todo lleno de colores, ángulos imposibles, edición frenética y música pegadiza. Ahora vuelve a utilizar todos esos elementos, que encajan perfectamente, no sólo con el final feliz que quiere, sino con el protagonista. Aaron Ralston es un hombre que vive excitado/extasiado. La película comienza ("arranca" sería mejor) con gente gritando, caminando, corriendo. Es pura energía, pura actividad física. Sí: él está confinado a un hueco pero a diferencia, supongamos, de Enterrado (la película de Rodrigo Cortés, que se desarrollaba toda en un mismo lugar) aquí todo pasa por la emoción. O mejor dicho: las emociones. No importa: suena Never hear surf music again y se presenta a Ralston, que no hace caso a los llamados ni de su madre, ni de sus amigos. Está por salir a buscar una nueva aventura. La pantalla se divide en 3: hay marcas, luces, cualquier tipo de distracciones. Cualquier montajista curtido dirá que la múltiples imágenes no son de su agrado. Eso no es tanto porque parece inmaduro, sino porque no tiene demasiado sentido. En 127 Horas tampoco, pero sí tiene sentido con el cine desaforado de Boyle. Yo no descreo sus intenciones: él director quiere emocionar. A veces es demasiado torpe, es verdad. Pero se nota que le gustan estos cuentos de superación. Por eso la gente que es el prólogo y epílogo de la historia: la sinécdoque perfecta. Y me atrevería a decir que esta es la película que no solo en estilo mejor se lleva con el director, sino también con el público al que apuntan sus películas (aunque a cualquiera le puedan gustar): los adolescentes. En definitiva, de eso se trata lo de Aaron Ralston. 127 Horas es una película tan banal como efectiva, tan manipuladora como emocionante, tan estoica como frenética, tan torpe como ágil. Es como si durante una hora y media viéramos un comercial, o mejor dicho un videoclip. No lo digo en un mal sentido: la estética encaja perfecto con el resto de la historia. ¿Es sobre el tiempo, sobre el instinto de supervivencia humano? No importa: Aún con sus fallas, que no son pocas, logra su cometido.
A Alejandro González Iñárritu le gusta lo extremo. No se anda con muchas vueltas. Si uno no tiene problemas con eso, entonces supongo que Biutiful le va a gustar. Yo disfruté de 21 gramos pero no de Amores Perros ni de Babel. Babel era como el súmmum (hasta entonces) del cine de Iñárritu: relato no-lineal, historias interconectadas, personajes sufridos. Ahora vuelve a mostrar todas las miserias humanas, pero en un relato lineal y sin demasiados truquitos de montaje (aunque sí hay otros igual de efectistas, podríamos decir). En Biutiful Javier Bardem es Uxbal, un hombre que trabaja vendiendo productos truchos en España. Eso es lo más benévolo que podríamos decir de su profesión: esos productos están hechos por inmigrantes asiáticos y africanos. Él es el encargado de cuidarlos. Su ex esposa es bipolar, tiene que mantener a sus dos hijos, tiene conexiones con los muertos, y la presencia de la muerte lo acecha. Orina sangre, su piel empalidece cada vez más, y se vuelve débil. Los actos de bondad que quiere hacer salen mal, con consecuencias caóticas. En sus últimos momentos, busca la redención. No es un personaje malo. Lo que hace está mal. Claro que eso no lo justifica, pero por lo menos no lo hace totalmente detestable. Bardem es un actor enorme y logra darle a su personaje una humanidad inmensa. Las decisiones que toma tienen una carga moral y él lo sabe. Es un pobre tipo que va en caída libre, en un mundo cada vez más oscuro. Iñárritu logra imágenes muy poéticas. Me acuerdo la imagen de los pájaros en el cielo en 21 gramos. Aquí también hay una secuencia similar. El director de fotografía es Rodrigo Prieto que además trabajó en la fotografía de Secreto en la montaña y Los abrazos rotos, de Almodóvar. Juntos logran captar la suciedad y la miseria de Barcelona. Nada que ver con la misma ciudad fotografiada “como paseo turístico” de Woody Allen en Vicky Cristina Barcelona. Sabe captar la belleza de cada lugar, por minimalista que sea (miren sino los primeros minutos con la lechuza en medio de la nieve). Y también recrear un ambiente hostil, de opresión, de melancolía. Ahora bien, el problema con esta película es el mismo que con las anteriores. Al director le gusta mostrar lo peor del ser humano. Pero la manera en que lo hace convierte a la película, por momentos, en una explotación de la miseria. Hay una secuencia donde se lo ve a Uxbal en pañales. El mundo que crea Iñárritu no tiene matices: todo es negro, oscuro. Se ensaña con eso, y se nota. En el 2009 se estrenaba Preciosa (la película nominada al Oscar, de Lee Daniels) que más o menos iba por el mismo camino. Los protagonistas sufren todo tipo de calamidades. Están enfermos y quieren hacer el bien pero no pueden. Es más: en esa el título también estaba mal escrito (en la película, aclaro) como si lo hubiese escrito la protagonista ignorante. Acá también, salvo que el mismo título está intencionalmente mal escrito (de nuevo: como si Uxbal lo hubiese escrito). Pero mientras que la película norteamericana estaba más aggiornada, esta directamente se mete en la suciedad. Hay una línea que separa la denuncia social, la crítica bien fundamentada (miren Lazos de sangre) de la explotación de la miseria. Ahí es donde Iñárritu falla: se puede argumentar, con razón, que lo que filma es, directamente, mórbido y canallesco. Pablo Planovsky, crítico invitado. Realizador de Con un ojo dorado. Trivialidades (o el Dato Loco :P) - Biutiful está nominada al Oscar Mejor Película Extranjera representando a México. Pero hay una fuerte presencia argentina: Nicolás Giacobone y Armando Bo (sí: el nieto de) que ayudaron al director con la escritura del guión. La actriz protagónica, la mujer de Uxbal, Maramba (Marciel Álvarez), también es argentina. Eso sin contar que el compositor es el ganador del Oscar Gustavo Santaolalla. Iñárritu ha tenido varias nominaciones al Oscar pero nunca ganó. ¿Estará festejando esta vez? ¿Los medios hablarán de la importante participación argentina en la película? Veremos.
Otra vez más: los golpes de la vida Basada en la historia real de los hermanos Ward, esta no es la película más brillante sobre boxeo que haya visto el cine. Está bien, la competencia es dura: desde los clásicos populares como Rocky hasta las más prestigiosas como Toro salvaje (la mejor película de Scorsese y definitivamente la mejor sobre boxeo) podríamos nombrar unas cuantas. Hace unos años incluso Ron Howard se animó al (sub)género con Cinderella man (traducida acá como El luchador…). Y si obviamos que lo que hacía Mickey Rourke en The wrestler (traducida acá como… El luchador) era lucha libre, también podríamos decir que era una clásica historia de box. Podría seguir hablando de otros directores respetados que intentaron hacer lo propio. Pero no es la idea. Este es el turno de David O. Russell (Tres reyes) considerado un “rebelde” de Hollywood con The fighter (traducida acá como… El ganador). Ustedes ya saben la historia: un tipo que a través del boxeo, le da pelea a la vida, y trata de salir de los barrios pobres. No importa tanto la pelea en sí, sino el entrenamiento. Generalmente el protagonista es alguien con quien resulta fácil identificarnos. En el camino hacia el éxito tiene que soportar muchos golpes (bajos, algunos) que le depara el destino, aguantar y ganarse a sí mismo. Todos los lugares comunes, es cierto. Lo que hace David O. Russell durante la primera hora de película es tomar todos esos clichés y entregarlos en forma de comedia. Ahí sí que la película es (y ya que estamos con los lugares comunes…) un knockout: funciona a nivel emocional e intelectual. Mark Wahlberg es Micky, el hijo menor de los Ward. Es un tipo más que nada callado, de buen corazón, buenas intenciones, algo torpe, pero noble. Entrenado por su hermano, Dicky Eklund, del cual HBO está haciendo un documental. Esta es la década de los ’80 y Dicky cree que el documental es sobre su momento (pasado) de gloria: cuando tiró al piso a Sugar Ray. Claro que algún malpensado va a decir que el gran Sugar Ray en realidad se tropezó. Pero en realidad el documental es sobre la adicción al crack, que no sólo lo consume, sino que afecta a quienes lo rodean. Como sea, todo lo que Micky sabe lo aprendió de él. Es su entrenador, además de hermano mayor. Su madre, Alice, es el manager: es una persona absorbente y manipuladora. Sus siete hijas (grandotas y no con muchas luces) están allí como para acompañar las decisiones de la “familia” aunque sea a la fuerza. El único más o menos normal parece ser el padre, dominado en su propio reino. Ahora, con este panorama, O. Russell podría haber hecho un melodrama insufrible, sobre la adicción al crack y la ruina familiar, pero no: opta por un relato lleno de energía y originalidad. ¿Cómo? ¿No es todo un gran cliché? Y sí: pero la manera en que está tratado lo convierte en algo fresco. Vamos con un par de secuencias a modo de ejemplo: cuando Micky conoce a la chica “buena” (Amy Adams) que lo va a ayudar a enfrentar a su familia y a conseguir algo de personalidad, la invita al cine. Como pierde la lucha la noche anterior a la salida, para evitar que lo vean todo magullado, la lleva a ver una película francesa. En el camino van tratando de dilucidar cuál es el tíyulo (“Big Epic” dice él) hasta que un snob con anteojos y camisa prolija les dice “¡Belle Epoque! Escuché que la fotografía es estupenda”. La cara del personaje de Amy Adams ya lo dice todo. Cuando entran al cine, ella está totalmente aburrida. Y él, totalmente dormido. Ahora bien, esta es una secuencia muy interesante y es un poco el resumen sobre las películas de boxeo: a veces pueden ser poco sutiles, un tanto torpes, y carecer de esa elegancia que atrae a los snobs. Pero están llenas de corazón, de energía, de garra. El ganador, por suerte, es de esas películas. Quienes llenan de humanidad a sus personajes y resaltan son Christian Bale (como Dicky) y Melissa Leo (la nominada al Oscar por Frozen River, como la madre). Bale compone a una figura cómica y trágica. Es casi como si fuera un payaso: en inglés la palabra es “goofy”. El tipo se pasea por las calles de Lowell con un cigarrillo en la oreja, la gorra para atrás, devorándose a las cámaras de HBO. Es la estrella. Muchos podrán pensar que él es el verdadero protagonista de la película, y no estarían del todo equivocados. Lamentablemente, no lo es: Mark Wahlberg que es un gran actor, no consigue darle el peso adecuado a su personaje como para que resulte interesante y complejo. El propio Bale, Melissa Leo o Amy Adams están mejor, tienen personajes más fuertes. Si fue decisión del director hacer que este sea un personaje más apagado (después de todo, imaginen crecer en esa familia) no está mal: pero no quita que podría haber sido más interesante. Es un protagonista más bien anodino. Lo de Bale es lo del típico caradura que nos termina cayendo simpático. No es “malo” pero sus decisiones son equivocadas. El crack lo está arruinando, y vive a la sombra de lo que alguna vez fue su momento de gloria. El actor de Batman inicia, El caballero de la noche, y Psicópata americano sabe cómo construir personajes que no están del todo bien de la cabeza. Personajes que tienen rincones muy oscuros. Su logro y éxito (por el que probablemente gane el Oscar) es hacer que estos resulten… simpáticos. Deseamos más que Dicky le gane la batalla al crack que ver a su hermanito siendo campeón de los pesos medianos. Incluso, las notas emocionales más altas son gracias a (sí, adivinaron) Christian Bale. Más que nada en un final bastante parecido al de The Blind Side (pero mejor: con una ingeniosa vuelta de tuerca). Wahlberg no es la única falla en lo que podría ser (y por momentos es) una gran película. La segunda mitad del film apuesta por el melodrama. La pelea final resulta menos que interesante. Ahí si que pierde por knockout con, supongamos, Toro salvaje (esa no escaseaba en sangre y violencia: acá casi ni existe) u otras menores como Cinderella Man (que tenía esas radiografías del daño de los golpes). Aunque O. Russell intenta crear la sensación de que la batalla la transmite HBO, consigue algo que no es del todo bueno: que la película parezca de televisión. Es un golpe duro lo que acabo de decir. Pero en el resultado final, El ganador se eleva como una muy buena película, que gana nuestro corazón apenas por puntos. Cuando tenía todo el entrenamiento y la capacidad para volarnos la cabeza. Fin de la pelea.
Cine fantástico. Natalie Portman es la estrella, el corazón y la fuerza de El cisne negro, la última película de Darren Aronofsky (Pi, Réquiem por un sueño y El luchador). Ella es Nina Sayers, una bailarina de ballet obsesionada con interpretar el rol protagónico en El lago de los cisnes de Chaicovski. El film comienza con una estilizada coreografía donde ella interpreta a Odette en medio de la oscuridad. Es todo un sueño. El director con el que trabaja (Vincent Cassel) está haciendo una nueva interpretación de la obra, donde la misma persona que haga del cisne blanco, deberá hacer del cisne negro. Nada de grises: blanco o negro. Esta película es todo un viaje: un furia de cine, desordenada y rica. Una de las mejores películas (y experiencias) del año. Aronofsky hace una película sin sutilezas: es apasionada, por momentos caótica, no siempre original. Es fácil notarlo en los momentos donde hay danza: la cámara sigue embobada a la bailarinas. No es que esté en cualquier lugar, sino que está hipnotizada con el ballet. Muchos personajes tienen diálogos increíbles (no en el buen sentido) como señaladores, del tipo: "Estuviste tantos años esperando para este papel... ¡esta es tu oportunidad!". Dicho por la madre de Nina. El problema con este tipo de diálogos explicativos no es su naturaleza, sino cómo y cuándo se hacen presentes. En primer lugar, uno no cree que la madre (con quien ella vive) diga algo así. En segundo lugar, se nota que está para poner en palabras la obsesión de la protagonista. En tercer lugar, después del sueño, eso funciona como un subrayado (por si alguno no entendió: Nina quiere ser la protagonista de El lago de los cisnes). Sin ir más lejos, Aronofosky no cuida demasiado estos aspectos, y se reserva un grand finale con giro incluido y todo. Cuánta originalidad hay en todo, poca. La música contundente (parte de la banda sonora de Clint Mansell es la original de El lago de los cisnes, pero al revés) y la puesta en escena, sin embargo, sugieren que todo es más que lo que surge a primera vista. Por momentos, la película es tan camp que es irresistiblemente seductora, atractiva a la vista (y no lo digo por Natalie Portman y Mila Kunis, solamente) y endidabladamente perversa. En una época donde Hollywood parece orientar a sus producciones a ser lo más original, esta parece una cachetada: toma un montón de clichés, los licua, y los sirve en una mezcla que con el tiempo se hace más deliciosa. Donde hay tantas películas que calculan todo para lograr la (falsa) perfección, esta tiene corazón, sangre. No suda, como ese pedazo de carne ambulante en The Wrestler, que soportaba heridas, cortes y volvía a aferrarse a las cuerdas. Esta chorrea sangre, directamente. No esconde su atractivo de feria, hasta de circo podríamos decir. Sin ir más lejos, podríamos enumerar a todos los directores que homenajea: Roman Polanski (Repulsión), David Cronenberg (La mosca), Dario Argento (Suspiria), David Lynch (El camino de los sueños) y Michael Powell (Las zapatillas rojas). Aronofsky ni siquiera se priva de armar algunos truquitos efectistas como para que parezca un thriller sobrenatural, o mejor dicho, una de terror. Hay algunas imágenes espeluznantes, que revelan la psicosis de la heroína. Esta es la mejor película del director hasta el momento: se complementa con su estilo visual y con sus temas recurrentes. La degradación (o el horror) por el cuerpo humano. Algunas de las secuencias más poderosas son aquellas donde la madre le corta las uñas a la hija, o cuando vemos una aguja pasar muy cerca de sus pies, mientras ella se prepara para el ballet. Por supuesto, estas cosas no funcionaría si no creyéramos en los personajes. Portman seguramente gane el Oscar por su interpretación. Mientras que al principio siempre parece tener la misma cara de susto, vamos descubriendo que lo suyo es gradual: para el tercer acto no es otra cosa que atemorizante. Presten atención al movimiento de la cámara y los ojos de Portman cuando hace el rol dentro del rol dentro del rol: rojos, llenos de sangre, de locura, de desquicio. Que eso no quede en una caricatura pero que tampoco sea de una solemnidad insoportable es muy difícil. Acá se logra y se supera. Ella es un poco tímida, reservada. El director dice que es fría y frígida. Para darle el papel que tanto quiere, trata de aprovecharse de ella. Nada, no hay caso: que sea bella no significa que sea sexy, per se. Para el papel del cisne blanco está perfecta. ¿Pero la otra cara? ¿El cisne negro? Allí se ubica Lily, su nueva compañera. Mientras que Nina es una perfeccionistas, de esas que llegan a todos lados temprano y son incapaces de mostrarse provocativas, Lily (Mila Kunis, perfecta en el psysique du role: si no entienden lo que es, vean la película, o mejor dicho véanla a ella y lo van a entender) es lo opuesto. Es natural, desinhibida, pasional. El director lo sabe. Su técnica no es perfecta, pero tiene lo que a ella le falta: corazón. Esto supone un gran problema para Nina por dos motivos: el primero, podría quitarle el lugar que tanto anhela. El segundo: siente algo más que simpatía por su nueva compañera. De allí la referencia a David Lynch y la soberbia Mulholland Dr. El cisne negro explora (y explota) los rincones más oscuros y perversos del personaje. A fin de cuentas, podríamos hacer una lista con todos los errores de la película. También podría criticar más los subrayados de Aronofsky (la buena usa un tapado blanco, y la amiga perversa, que fuma y tiene sexo, uno negro) pero de eso no se trata la crítica. Por eso tampoco es una enumeración de lo bueno y la malo. Es decir, también podría hablar de las virtudes de la fotografía, la dirección de arte, etcétera. Pero no: esto se trata de pensar cómo nos afectó intelectual y emocionalmente una obra de arte. En este caso, creo que no hace falta aclarar demasiado: es un festín de todas esas cosas por las que nos gusta el cine. Bueno, en parte. Sabrán disculparme los que piensan que con esta crítica (y el puntaje) exagero: es apasionado. Es asburdo, es fantástico.
El inicio de la amistad. El discurso del rey es una película de estilo "clásico" que no es lo mismo que decir que la película es un clásico. En todo caso, esto último lo afirmará (o no) el paso del tiempo. Es la historia sobre el rey George VI y su incapacidad para hablar en público. Pero más que una película sobre el liderazgo y la valentía, es sobre la amistad. En este caso, detrás de un gran rey, hay un gran compañero. Colin Firth es quien deberá dar el discurso del título. No es una tarea fácil: el mundo está por sumirse en la Segunda Guerra Mundial y necesita escuchar la voz que dará la confianza y el coraje para emprender otra época oscura y violenta. Sus oyentes no son sólo los habitantes del Reino Unido, sino de todo el mundo. Y principalmente, de Alemania. Pero Bertie (como le dice su psicólogo) es tartamudo y es incapaz de hablar en público. El inicio de la película lo deja claro: frente a un gran auditorio en Wembley, apenas puede leer parte de una ceremonia de inauguración. Y ni siquiera es rey: es el Duque de York. Pero sus silencios son eternos. Su mujer lo mira desconsolada, con lágrimas en los ojos, y el público baja la vista decepcionado. Nadie tiene demasiada confianza en él. Su padre, cuyos métodos no son los mejores, lo insta a perder los miedos hasta que resignado, le dice: "Si tu hermano no se hace cargo de sus deberes... ¿Quién se va a parar frente a las botas de Alemania y el abismo del proletariado? ¿Tú?". Edward VIII (interpretado por Guy Pearce) es el heredero directo al trono. Pero parece tener otra cosa en la cabeza: Wallis Simpson, la americana dos veces divorciada. Está enamorado, pero si asume como rey, al ser la cabeza de la Iglesia Católica, no se puede casar con una mujer divorciada. Edward VIII será recordado románticamente como el rey que abdicó por amor, pero la película sugiere que además de amor, había mucha irresponsabilidad. Bertie presiente lo que acontecerá y el miedo lo apabulla. Quiere evitar lo inevitable. Su mujer, la reina Elizabeth (Helena Bonham Carter sin el maquillaje ni el CGI de su marido Tim Burton) es la primera persona en ayudarlo. Los logopedas no parecen ayudar a su estresado marido, que para colmo, tiene un temperamento muy malo. La situación queda muy clara: ella es quien enciende la chispa de Bertie, quien lo ayuda a calmarse, y la persona de mayor confianza para el Duque. Así lo convence para visitar a un nuevo doctor: Lionel Logue. Alguien cuyos métodos son poco ortodoxos y controversiales. Lionel Logue está interpretado magníficamente por Geoffrey Rush, quien no va a ganar el Oscar porque ya lo ha ganado, pero no estaría mal si se repite su triunfo. Logue es el nexo emocional más fuerte con el espectador, y aunque el título de la película mencione al rey, él es quien lo hace posible. Como todo buen terapeuta, sabe que no alcanza sólo con arreglar la parte "mecánica" del problema. Hay que ir ahondar más en la cabeza del paciente. Pero Bertie se resiste. Hay cosas allí que no son fáciles de contar. La dirección de arte (podemos contar otro Oscar) se las ingenia no sólo para crear lugares inolvidables, como el consultorio de Logue, sino también para recrear los lujosos y suntuosos palacios de la realeza británica. Pero ese no es el mayor logro: lo mejor es una simple pared. En el consultorio de Lionel, detrás de Bertie, hay una pared descascarada. La cámara enfoca la situación de tal manera que pareciera que el paciente trata de escapar del encuadre. El resto queda rellenado por esos viejos tapices. Son una excelente metáfora de la cabeza del rey: con muchas capas, perturbada. El trabajo de fotografía acá pasa más por el uso de las lentes (caras alargadas, corredores que se hacen exageradamente angostos) y el encuadre que por el trabajo con los colores. A decir verdad, es una paleta monocromática, que recuerda a las películas europeas de bajo presupuesto. De esas que cuando las dan por TV, aunque subamos el contraste al ciento por ciento, siguen siendo frías y apagadas. Ambos trabajos tratan de plasmar en imágenes lo que sucede en la cabeza real. Las sesiones en el consultorio son uno de los puntos más altos del film, con diálogos realmente ingenioso. Aquí una reproducción de uno de los diálogos: Bertie saca una lata de cigarrillos. Logue: - Por favor, no haga eso. Creo que aspirar humo a sus pulmones lo mataría- Bertie: - Mis terapeutas dicen que ayuda a relajar mi garganta- Logue: - Son idiotas- Bertie: -Todos son Caballeros- Logue: - Lo hace oficial entonces- El montaje se las ingenia para no caer en el plano/contraplano por encima del hombro de cada hablante, sino que los ubica casi en la misma posición de la pantalla y de frente. Aunque hay mucho para ver, nuestra atención se centra en los actores. Eso es bueno. Ese diálogo en la boca de dos grandes actores se potencia. Cada uno calcula el timming a la perfección. Firth tiene un trabajo un poco más difícil, porque su tartamudeo es gradual. Incluso va y viene. Esto no quiere decir que el guión sea perfecto. Cada en algunas redundancias, y no faltan los personajes señaladores (la mujer explicando cómo se casaron, el hermano diciendo que sigue los consejos de Wallis contra su familia) ni tampoco la estructura clásica de inicio-nudo-desenlace, con un personaje que debe enfrentar el desafío más grande de su vida, en pos de defender a toda una nación. La película está matizada como si fuera una comedia, así que nunca se desborda como un drama. También, en la línea de La reina (The Queen, 2006, de Stephen Frears) es otra película que trata de demostrar que la realeza está compuesta por seres humanos. Lo que allí era novedad, acá no lo es. Pero bueno, está bien si todos los productos que vienen tienen esta calidad. Hay una secuencia bastante previsible, donde Bertie finalmente se abre con Lionel y le comenta su atormentado pasado. Allí se establece el vínculo definitivo: nace la amistad entre ambos. ¿Si merece o no el Oscar? En lo personal disfruté más de Red social, y creo que es una mejor película. Siguiendo los últimos años de la Academia, debería seguir premiando al cine más arriesgado y poco convencional para Hollywood (No country for old men, The hurt locker). Pero El discurso del rey parece no disgustarle a nadie (un poco esas son las intenciones) así que si gana, no estaría del todo mal.