Un frenesí de amor por el cine El tagline (o eslogan, si prefieren) de Scott Pilgrim vs. the world advierte: An epic of epic epicness. Ciertamente es una historia épica de épicas proporciones. Si para referirnos a ciertas películas usamos la expresión "over the top", aquí deberíamos usar "over over the top" porque eso es la nueva película de Edgar Wright, un desborde de creatividad, pasión y amor por el cine. Es una combinación de géneros tan disimiles e inconexos como el cine de; acción, artes marciales y acrobacias imposibles como en Matrix; a la comedia de iniciación adolescentes, como en la reciente Supercool (en esa donde Michael Cera hacía de nerd) y con la sensibilidad por la juventud del mejor John Hughes (El club de los cinco, o The breakfast club); comedia romántica (no es casualidad que el pelo de Ramona V. Flowers cambie de color como el de Clementine en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos):y hasta se podría decir que Scott Pilgrim es un musical, de esos furiosos y atrevidos, como Moulin Rouge! que siempre me gusta definir como un huracán pop. Es difícil de encasillar al personaje Scott Pilgrim, casi tanto como a la película. Es un geek, que ensaya con su banda Sex Bob-Omb y sale con una chica oriental de 17 años. O sea, no es el típico nerd, pero tampoco alguien cool. Es un poco naïve, y a veces, bastante despierto. Tanto él como la película, son una rara combinación del indie y el mainstream. La película es una rareza, una magistral combinación de las dos cosas. La acción in-your-face, con una imagen y un sonido bestial, tan típico de las grandes producciones, y la sensibilidad del cine independiente. Para conseguir el corazón de Ramona Flowers (la hermosa Mary Elizabeth Winstead, la hija de Bruce Willis en Duro de matar 4.0 y la porrista tontita en Death proof) Scott tiene que ver terminar con Knives (la chica con la que sale), continuar con los ensayos de la banda que empieza a descuidar, y madurar. Vive con un compañero de cuarto gay y este en algún momento le dice que no puede seguir viviendo ahí para siempre. Kieran Culkin (el hermano de Macaulay, Mi pobre angelito) es el compañero gay, y recibe alguno de los momentos más cómicos de la película. Es también una suerte de compañero/maestro para el joven Scott. Sin embargo, todavía hay 7 desafíos más: los 7 malvados ex de Ramona. Allí es donde la creatividad, y la estética, que combina elementos propios del cómic (la fotografía toma la sabía decisión de no saturar los colores sólo porque está basado en una novela gráfica) con la cultura de los videojuegos. Cada ex de Ramona es como un final boss, uno de esos jefes finales que aparecen al final de cada nivel en un juego. Eso es lo más divertido de cualquier juego, y así es desde Super Mario Bros. hasta Shadow of the colossus. Edgar Wright lo sabe, y hace de cada enfrentamiento una experiencia única. Es fascinante la cantidad de elementos extra-diegéticos que aparecen en pantalla (rótulos como "Fight!" o el "KO!" tan típico de los juegos de pelea, hasta líneas gráficas de velocidad) hasta el cambio del formato de la pantalla, que a veces agrega una líneas negras y pasa de tener un formato 1.85 : 1 a 2.35 :1, más "wide" lo que al mismo tiempo, recuerda a las películas de Sergio Leone (y no es casual que las secuencias oníricas sean en el desierto). Técnicamente es irreprochable. Edgar Wright usó una proceso de fotografía HDTV para las secuencias en alta velocidad y Super 35 como formato de origen, según la ficha de IMDb. Incluso los efectos especiales no desentonan con la fotografía de la película. Hay una secuencia espectacular contra los ex #5 y #6 donde todo esto se entiende mejor. El montaje es un frenesí que nunca pierde el ritmo. Quizás resulte un poco excesivo para algunos, pero la duración de 2 horas de la película es justa. Impide que nos agobiemos con la invasión de imágenes y sonidos a velocidad relámpago. No hay que confundirse: que la película sea vertiginosa no significa que no se entienda. De hecho, sorprende lo bien que se entienden las secuencias de acción (muchísimo mejor que tantos blockbusters malos...). Como en Muertos de risa y Arma fatal (Shaun of the dead y Hot fuzz) hace una equilibrada e inteligente combinación entre el humor físico (gags geniales y situaciones de slapstick propias del cine de Buster Keaton, con un personaje que es arrojado por los aires, literalmente, contra una torre) y el diálogo, ayudados ambos por el montaje. Es una mirada fresca, y es la consolidación de un autor con una fervorosa pasión por la cultura pop. La banda sonora original es brillante, llena de referencias a los videojuegos (con sonidos y música de Zelda o Final Fantasy), incluso los temas de Sex Bob-Omb. Hay además, algunos covers como Black Sheep de Metric y especial atención para el uso de música pre-existente de The Rolling Stones y T-Rex. Aunque no es el punto central, Scott Pilgrim también es una película con corazón (o a movie with soul, como dicen los norteamericanos) y ofrece lecturas sobre el amor, la maduración y el pasado. Scott Pilgrim tiene que eliminar, no vencer, a los 7 ex malvados. Vencer a trompadas, con esfuerzo, al pasado, y no sólo de Ramona. Michael Cera, es un muy buen actor, y lo demostró en La joven vida de Juno, donde hacía de ese tímido chico al que le gustaban los tic-tacs de naranja. A veces, a la vida, no hay que salir a pelearla, sino a vencerla. El cast de Scott Pilgrim es formidable, y tiene a Brandon Routh (Superman regresa), Chris Evans (el próximo Capitán América) y Jason Schwartzman (Viaje a Darjeeling, de Wes Anderson) como algunos de los villanos. Cada uno de ellos corresponde a un nivel diferente, así que van siendo como una caja de sorpresas. Anne Kendrick (Amor sin escalas) y Mark Webber (Flores rotas, de Jim Jarmusch) son algunos de los buenos. Todos están más que bien, y realmente hay química entre ellos. Scott Pilgrim vs. los 7 ex de la chica de sus sueños es una gran película. Tanto a nivel estético como emocional. Es una fantasía extraordinaria, que desborda, sin hipocresías (las cosas suceden porque así es el universo que propone la película, y punto), un amor profundo y verdadero por el cine. De verdad: desde el logo de Universal, hasta el último momento en los créditos, la película no para. Bravo.
Los actores que son los personajes. Helen Mirren, la mujer que alguna vez nació joven (disculpen, es que se me hace difícil imaginar a Helen Mirren joven), apunta y dispara con una gatling gun a un montón de enemigos. Irrestible imagen, teniendo en cuenta que a la formidable actriz de La reina, uno no la imagina así. Y lo mejor es que lo hace bien. Ahi está, esa mujer de la tercera edad, luciendo todavía atractiva y ruda (bad-ass, dirían los norteamericanos). Todos los cinéfilos amamos a Helen Mirren. El director Robert Schwentke lo sabe, y construye una película en base a esa premisa: grandes actores haciendo papeles en los que uno no pensaría verlos. Ok: está Bruce Willis haciendo de héroe de acción retirado, como en Duro de matar 4.0, y John Malkovich como un delirante perseguido y medio loco, pero uno no esperaría ver a la nombrada actriz o a Morgan Freeman en este tipo de películas (una adaptación de un cómic de acción). Como sea, la película obviamente se apoya en los personajes y no en las situaciones que deben aguantar (ex-empleados de la CIA, ahora buscados y traicionados) y ese es el mayor defecto de la película. Digamos que cuando termina de presentar a todos, llega el clímax, que para colmo, ni siquiera es muy bueno y la película se termina. Además, carece de un villano formidable. Creo que Malkovich como villano hubiese sido mucho mejor (pequeño spoiler: es Richard Dreyfuss, que tiene muy poco tiempo en pantalla). Así y todo, si esta película no hubiese tenido a estos actores, estaríamos hablando de un producto menor, más ligero y menos memorable. Pero bueno, los tiene, y cada uno repite sus tics (la típica mirada de reojo de Bruce Willis, la voz profunda y sabia de Freeman, y podríamos seguir) pero no nos molesta. Después de todo, lo genial es verlos en pantalla haciendo esas cosas, que para nada hacen mal. El principio es quizás lo más prometedor: Mary-Louise Parker demuestra tener un excelente timming cómico y mucha química con Willis en pantalla. Es una lástima que esa historia se ubique tan pronto en segunda fila para dar lugar al repertorio de personajes extravagantes. El humor de RED no viene tanto de los diálogos, ni siquiera de las situaciones, que son un poco previsibles, sino, repito, de la imagen. Es un humor muy físico: así podemos pasar de ver a Malkovich corriendo con un cerdito de peluche, a Enerst Borgnine (La pandilla salvaje) como un file clerk molestado por Karl Urban. Las secuencias de acción están bien filmadas, pero no son las protagonistas. Eso se nota en la construcción del gran trabajo final, donde una mano más experta (el director es el mismo de la insoportable Plan de vuelo) quizás hubiese filmado algo mejor, con más tensión y nervio. Lo mejor que puedo decir de esta película es que es simpática. Es otra más que trata el tema de la vejez (como Los indestructibles, la reciente película de Stallone) pero lo hace con tal ligereza y liviandad, que eso también es secundario. ¿Qué es, entonces, lo primario? Pasarla bien. Tanto para los que están fuera como dentro de la pantalla. Y se nota. Esperemos que si hay secuela, el viaje sea más divertido.
Kick-Ass comienza como una película de iniciación, más parecida al reciente clásico Supercool (o Superbad) que a la ochentosa Porky's. Es decir: un grupo de 3 nerds que se reúnen a leer historietas, hablar de chicas, y fantasear con convertirse en superhéroes. De hecho, uno que más tarde se unirá al grupo es Christopher Mintz-Plasse, el eterno McLovin de Supercool. El héroe es Dave Lizewski, un chico judío que se masturba por la noche frente a su computadora, y cuya única habilidad es pasar desapercibido por las chicas. Un poco para contrarrestar esa imagen, otro porque se le zafaron un par de tornillos, querrá convertirse en un justiciero nocturno, más cercano al Charles Bronson de El vengador anónimo que a un superhéroe. No es que su familia haya sido brutalmente asesinada, ni que Kick-Ass (así se llama su alter-ego) use armas de fuego, sino que es un vigilante más que un héroe. El límite que divide a ambos es siempre difuso, porque hay que recordar que para que existan los superhéroes, el Estado tiene que ser ineficiente para que uno de sus ciudadanos tenga que protejer al resto. Las mejores películas de superhéroes son aquellas donde esta figura no es resplandeciente, sino sombría y atormentada. Algo de eso hay en Kick-ass, pero comete un error fatal: abandona el tono paródico y al final, se nos dice con mayúsculas que esos son los verdaderos héroes. Se podría ver, incluso, un comentario más fascista. El fin justifica los medios. Para expandir este punto, es esencial el personaje de Big Daddy, una sátira (por lo menos en el diseño del traje) de Batman. Nicolas Cage es Damon Macready, un ex-policía que perdió el juicio cuando el mafioso de la ciudad (Frank D'Amico, o el villano de moda en Hollywood: Mark Strong) le tendió una trampa y mutiló a su mujer. El hombre ya tiene un arco dramático más que interesante, porque además de estar obesionado con la venganza (y no con un ideal de justicia) está entrenando a su hija de 11 años para desbaratar la organización criminal y asesinar a Frank. El problema es que se nota más que nada en el último tercio de la película: Macready ( va tanto para el padre como para la hija) no es visto como un desquiciado, sino como un héroe. De hecho, hay un personaje, que es un policía que no se anima a actuar, que hacia el final esbozará una sonrisa. Se ha hecho justicia. ¿Justicia? Allí es donde el film deja de ser una buena parodia, y se transforma en una delicada cuestión ética. No sé a ustedes, pero a mi me cuesta tener algo de empatía con personajes tan desequilibrados como estos, y que para colmo de males, no se dan cuenta de lo mal que están. Si había algo que hacía más que interesante a Batman: el caballero de la noche, era justamente, ese velo que lo separaba de ser una figura heroíca. En Kick-Ass, el cielo resplandeciente en el horizonte, mientras los héroes descansan sobre cientos de cuerpos mutilados no lo parodia. Lo está afirmando: esos son héroes. La película sufre otros problemas: la combinación de tantos sub-géneros le restan en identidad propia. Estéticamente, trata de solventar todos esos problemas, llenando la pantalla con una fotografía saturada de colores brillantes. Algunas secuencias están para probar que sin dudas Mathew Vaughn es un buen director de acción. Una de ellas es el rescate de Hit-Girl, que combina la vista en primera persona tan común en los videojuegos con luces incandecentes que asemejan la carnicería a un boliche. La otra es aquella donde Big Daddy irrumpe en una fábrica para acabar con un montón de matones. El uso del zoom y la música de Exterminio 2 (28 weeks later, leaving England) hace toda la secuencia espectacular, y hasta allí se podría decir que acierta en presentarlo como una figura oscura. Pero bueno. después... No es que Kick-Ass sea una mala película. Pero deja un terreno fértil para críticas devastadoras (que las tuvo, donde se la acusaba de fascista, entre otras cosas, porque los villanos siempre son extranjeros). No leí el cómic, pero se nota que la película empieza como una parodia al fugaz género cinematográfico de superhéroes (fugaz, entre otras cosas, por la cantidad de oferta que está teniendo) pero pronto se desvanece y como si se auto-fagocitara, pierde de vista su objetivo, y se vuelve torpe. Una lástima, porque hay talento.
Con la fugacidad de un producto de vidriera Un personaje es aplastado por hacha, blandida por un gigante de casi tres metros de altura. Los otros, sorprendidos, empiezan el tiroteo contra el coloso. Cuando un monstruo así se acerca sigilosamente, y tiene tiempo para aplastar a un personaje sin que los otros lo vean, eso no habla muy bien de la película. Lo sé: es Resident Evil y no tengo que exigirle demasiada coherencia. Pero este monstruo que parece uno ejecutor de guillotina, hace temblar el suelo cuando camina. Y es el colmo de lo gratuito. Algún nerd dirá "claro, es porque es un villano del juego". El que escribe es más nerd y eso lo sabe. Eso no quita que (casi) todo en la película sea tirado de los pelos, ridículo y aburrido. Al momento siguiente, quizás el más espectacular, una de las atractivas chicas (porque cuando hay un apocalipsis causado por muertos vivos, las chicas lindas son las que quedan vivas) empieza a dispararle a la abominación. Nada tiene lógica. La acción por lo menos se entiende, aunque a decir verdad, no importa demasiado eso. Hay una unas cuantas goteras en esa secuencia, y en menos de un minuto, estaba pensando cuál era la verdadera funcionalidad de todo eso. Y llegué a la conclusión: exhibirse en un televisor LCD (o LED, o lo que usted quiera) en Alta Definición en un shopping. Nada más. Hay otros momentos que tratan de ser ampulosos en el aspecto visual, pero son lamentables. Uno es un choque en un helicóptero contra una montaña. La cámara lenta, no sé, se supone que trata de hacer más cool (¿o dramático?) el momento. Sólo demuestra que los efectos visuales estaban mejor en el jueguito que acá. Uno podría esperar algo de diversión en una película con zombies, pero ni eso. Los zombies existen, básicamente, para ser asesinados. Así lo prueba la gran película de Romero, El amanecer de los muertos. ¿Cuántas formas hay de matar zombies? Piensen la más original y divertida y después vean Zombieland. Ahora, en esta película (con una fotografía donde abunda el gris, para más datos), todo es aburrido. Hasta la manera en que matan a los zombies (ah, cierto que se puede matar a los no-muertos). Les disparan. ¿En la cabeza? No, solo les disparan. Bang, bang, y listo. Así de simple, así de aburrido, así de gris. Y ahi está Milla Jovovich, la mujer del director, con cara de mala toda la película, incapaz de transmitir alguna emoción. Y es muy flaquita. Así que cuando la vemos triplicada, con una katana y una uzi, lo que menos inspira es respeto.Todo un autor de bodrios este W.S.Anderson (a no confundir con Paul Thomas, que está en las antípodas). Llena la película de referencias a Matrix: recargado y como para justificar el 3D, le lanza al espectador algunos objetos. Salvo algunas excepciones, el 3D sigue probando que es una atracción de feria, y una película seria (con perdón de Up, Avatar y alguna otra) no lo necesita. Sí lo necesita esta agotada serie (a propósito: ¿no es molesto el cliché crítico "una adhesión innecesaria a la franquicia" como dice Rottentomatoes?) cuya vida útil se reduce a un instante. Ese donde alguien pasa por una vidriera, y pensando en comprarlo para ver deportes o alguna película buena, ve un televisor de alta definición y sigue su camino.
La piel no es el corazón Lo primero que uno piensa cuando ve Whisky con vodka es en 8 1/2 la gran película gran de Fellini sobre el cine. O sobre el cine en el cine. O algo así. Películas sobre el cine -en el cine- hay varias. Sería en vano nombrarlas. Desde aquellas más oníricas, hasta las avocadas a la comedia. Justamente, este film alemán pertenece a ese último grupo. Lo cual lo hace bastante bien, pese a caer en lugares comunes y no aportar ninguna idea nueva. "En el cine no hay sustitutos" dirá Otto Kullberg, un viejo actor que tiene problemas con el alcohol. Claro: al director de la película le impusieron una nueva condición. Filmará, pero rodando todas las escenas con un doble, Arno Runge, demasiado joven en un rol en el que Otto parece demasiado viejo. Como sea, el encuentro da lugar a recelos, aires de divismos por parte de Otto, y cuando no, la auto-superación del viejo actor, para demostrar que es mejor que su joven copia. Se nota que el hombre tiene más cancha, especialmente en el trato a sus co-protagonistas. A medida que el relato a avanece, será cada vez más interesante, pero tampoco aporta nada nuevo. Uno de los personajes, el director, dice que en el cine las cosas no se explican con palabras cuando las imágenes ya lo dice todo. Aún así, más tarde se las ingeniarán para contradecirlo, y cometer ese error (para peor: la sobreexplicación "aleccionadora") en la película. Pero en la "real" comenten los mismos errores (in-intencionalmente). Lo divertido del film es que es una suerte de antítesis de las buddie-movies. El joven intenta aprender del viejo, pero el mayor es reacio y sólo le demuestra lo inexperto que es. Hay algunas secuencias cómicas, las mejores involucran el rodaje de la película, una producción bastante mala, llena de lugares comunes y diálogos peores. Más allá de todos sus desatinos, yo prefiero un cine alemán "jovial" y cómico, como este, en vez de ese aleccionador, con "contenido social" y sobre jóvenes rebeldes. Sí: que esta sea una película sobre la vejez no tiene nada que ver con su corazón. Es un corazón jovial.
La presión Un hombre está enterrado vivo. Tiene un celular, un encendedor, un cuchillo, un poco de alcohol y una carta. Pronto nos enteramos que está en Irak, y fue enterrado por iraquíes que exigen una recompensa millonaria al gobierno de USA. No importa: la película dura 90 minutos y la mayor parte del tiempo estamos en el cajón. No hay trucos: ni flashbacks, nada. Rodrigo Cortés hace un tour-de-force con esa propuesta, y lo sostiene esos 90 minutos. Film claustrofóbico si los hay. El que se sentía asfixiado con los pasillos de Alien: el octavo pasajero, mejor que mire para otro lado (u otra película). Ryan Reynolds (que hace más que patalear y sudar) es un camionero cuyo convoy fue atacado por insurgentes en Irak. Ahora está enterrado vivo. Lo que a priori parece ser una película a favor de la invasión, pronto arremete contra todos lados. No me refiero a algunos diálogos bastante explícitos ("Yo no estaría haciendo esto si vos no estuvieras acá") sino a las corporaciones con las que Paul (el protagonista) habla por celular. Decir que el ciudadano promedio, o el hombre de clase media de EEUU está en esa situación es bastante arriesgado e incluso algo desubicado, pero la película es eso: un hombre que tiene toda la presión alrededor. Una de las mejores secuencias del film, y que sirve para aclarar esto, es cuando apenas se puede comunicar con el FBI. Lo atiende una operadora, Paul expresa su desesperación y quiere que lo comuniquen inmediatamente con alguien. Pero la señora lo pasa a llamado en espera, y de fondo se escucha la música "tranquilizadora" de la espera. A medida que el film avanza, se hace cada vez más claro que los grandes responsables (o quienes deberían hacer algo por el hombre) no se molestan mucho por su situación. Dan Brenner (la calmada voz inglesa de Robert Paterson) es el contacto con el que más habla. El hombre realmente parece preocupado (y movilizado) por su situación. "Decime un nombre, el de alguien que hayas rescatado y que realmente te haya importado" le impera Conroy, cuando se da cuenta que no es el primero en esa situación. "Mark White" responde Dan, y a partir de allí, el vínculo estará hecho. Lo mejor de la película es como va armando cada situación. Sabemos que tiene el celular, pero sólo tiene dos líneas de batería. Eso es suspenso. Sabemos que si no pagan el rescate en tanto tiempo, lo dejarán sepultado allí. Eso también es suspenso. Una de las secuencias más desesperantes y divertidas involucra un reptil en el ataúd. Se pueden imaginar cuál. Si bien es un ejercicio de estilo, y más que un aprobado thriller "de género", lo antes mencionado eleva a Enterrado por encima de la media. Todo el tiempo el espectador siente que los empresarios son tan inhumanos como el árabe caricaturesco que lo mantiene cautivo. Como siempre, en un conflicto bélico, los primeros en estar entre el yunque y el martillo son los ciudadanos. La "gente común". El guión es de Chris Sparling, uno de los responsables de las vueltas de tuerca en El juego del miedo. Y se nota un poco la malicia, principalmente un chiste algo sádico. Más allá de eso, cada situación está creada con inteligencia, precisión y tensión. La crítica política a la orden del día. Sólo queda disfrutar la película. Cortés se vale de la música, el montaje y la iluminación (de Eduard Grau, el mismo de la estilizada Sólo un hombre) para entretener al espectador menos afecto a la idea de estar 90 minutos encerrado. También hay un par de planos "fuera" del ataúd y una elipsis, que descarta la posibilidad de que el film sea en tiempo real. Pero de entrada, la película no oculta sus intenciones, y eso la hace noble. Ni bien comienza, los títulos de presentación evocan a Hitchcock. No sólo la música imitando a la de Bernerd Herrmann, sino también el diseño, que parece inspirado en el de Psicosis de Saul Bass. Y hasta creo que se usaron diferentes ataúdes, de distintos tamaños. Eso o Rodrigo Cortés maneja tan bien las lentes como Sydney Lumet en 12 hombres en pugna. Una película inteligente, divertida, angustiante y bien hecha. Y de género. ¿Qué más se puede pedir?
El fin de la amistad Como el golpe de efecto que recibíamos al comenzar El club de la pelea, así es Red social, sólo que sostiene su capacidad de inventiva y sorpresa durante toda la película. Es una obra maestra, el punto de inflexión de un director; una película definitoria, contundente y humana. No está mal compararla con la mejor película norteamericana de todos los tiempos: El ciudadano, de Orson Welles. Esta es una epopeya cinematográfica. Lo primero que viene a la mente cuando termina Red social es si es una film moderno (es decir, viejo) o un clásico. Nadie se acuerda de aquel telefilm, Los piratas de Sillicon Valley ¿por qué deberían acordarse de una película sobre la creación de Facebook? Ya la premisa parece estancarla en el tiempo. Pero donde Red social es firme, catártica e incluso intemporal es allí donde tantas otras fallan: en el contenido humano. En esencia, esta es una película sobre la amistad (mejor dicho, el fin de la amistad), la hora de los nerds, la sinécdoque que significa una computadora, entre otras cosas. Mark Zuckerberg, el inventor de Facebook, charla con su novia, ni bien empieza la historia. Quiere entrar a un club de Harvard. Lo importante es pertenecer, no parecer. Unas pocas palabras de ella bastarán para lastimar su orgullo. Como venganza, Mark crea una encuesta virtual donde cualquiera puede calificar a las chicas de Harvard. Elegir a una, claro, en detrimento de otra. Y eso no es nada: también escribirá sobre ella en su blog, y no cosas agradables, precisamente. Así se iniciará la odisea del protagonista: la construcción de una red social más grande que la vida. La paradoja definitiva no sólo es el making-of de esa obra descomunal, sino también los valores en los que la misma se sustenta. Mark cuenta con la ayuda de Eduardo Saverin (un simpatiquísimo Andrew Garfield) su único amigo, para el emprendimiento. Uno tiene el dinero, y el otro el conocimiento, no hace falta aclarar qué tiene cada uno. Es fundamental que en toda la historia los adultos pasan a un segundo plano. Este mundo está (casi) gobernado por estos estudiantes de Harvard. No en vano se evita cualquier referencia a los padres de Zuckerberg o Saverin. Es también un mundo machista. Las mujeres que aparecen, con algunas pocas excepciones, son trepadoras, insulsas y secundarias. El montaje ayuda a que la atención nunca decaiga, alternando las secuencias donde Mark empieza a gestar su ambición, y donde "paga" el precio, en una demanda legal por parte de su (ex) amigo Eduardo y los hermanos Winklevoss (Arnie Hammer y su potente voz). Los hermanos Winklevoss funcionan como los principales antagonistas en mayor parte de la historia. Son casi la representación dual de dos estados de consciencia de una persona (aunque ellos se jacten de su sincronización). Son la fuerza, la nobleza, y en cierto modo, las reservas morales de la Universidad. Fincher lo sabe, y lo pone en escena en una brillante secuencia donde los dos hermanos están en una competencia de remo, donde son invencibles. La música es una maliciosa sátira de In the hall of the mountain king. Los hermanos por primera vez podrían ver como el trono les es arrebatado. Los músculos que tienen, aún acompañados de cerebro, no pueden contra el nerd. En esa secuencia, no hay diálogos, la fotografía de aleja del verde monocromático y resalta el azul del agua. El montaje sigue el ritmo de la música, que cada vez se vuelve más socarrona y cruel. La vuelta de tuerca es inteligente. ¿Cuántas películas recuerdan donde el villano sea sobrepasado por el "héroe" (especial atención al uso de las comillas)? Zuckerberg es un Kane tan ambicioso, competitivo, decidido e ingenioso, que incluso da vuelta el tablero de sus enemigos. Justo cuando un piensa que su destrucción empezaría a manos de los rivales, se equivoca. Es como si Charles Foster Kane aplastara a Jim Gettis en la política en el clásico de Welles. David Fincher tiene un historial bastante popular. Algunas de sus películas son muy buenas, otras no tanto y algunas apenas buenas. Es un director relativamente joven, salido del mundo de los videoclips y los efectos visuales de El regreso del Jedi. Que tiene una inclinación notoria a distraernos con efectos técnicos no se pone en duda. En Pecados Capitales, la atmósfera y el diseño de producción de una ciudad corroída. En El club de la pelea, eran los efectos de sonido. En El curioso caso de Benjamin Button, casi todo, pero principalmente los efectos visuales. Ahora, como en Zodíaco, toda la estética, todo lo técnico (en una película sobre Facebook y la tecnología) pasa a un segundo plano y es funcional a la historia. Sí, se nota que es un film de Fincher (después de todo, es un auteur) pero eso no quita que sea un Fincher maduro, dominando completamente la técnica. Haciendo algo más: arte. Sin dudas mucha ayuda viene del guión de Aaron Sorkin (basado en la novela de no-ficción de Ben Mezrich). La película es puro diálogo, pero nunca decae. Es sofisticada, y a la vez clásica, agradable. Hay tantos diálogos, que parece una screwball comedy. Es más, aunque es un drama, todo el film tiene un tono cómico. Sabe balancearse entre distintos géneros. El elenco también es una de esas rarezas que arañan la perfección. Jesse Eisenberg (Zombieland) es el autómata de Zuckerberg. Un genio, un prodigio, un insoportable, un nerd, un geek, lo que quieran. Su postura física es sólo parte del trabajo del actor. Y no me refiero a lo bien qué se apropia de los diálogos tampoco. La relación que establece con Sean Parker, el creador de Napster, y el que promete una buena vida (por un precio, claro está), es mucho más compleja de lo que aparenta. A Zuckerberg no le interesa el dinero, tampoco la fama. Hay algo que va más allá. La paradoja definitiva, sea que toda la red social venga de la mente de este personaje. Allí donde la soledad se desmorona, la amistad se resquebraja, y donde nada se puede explicar con certeza, Zuckerberg creó un hito. Pero no es que el personaje exceda al film. Para nada. Uno de sus amigos aporta el algoritmo que empezó todo. Lo escribe en una ventana. Pero la sinécdoque, el mundo que crea Mark -si es que se le puede decir mundo- es mucho más grande y complejo. Ningún matemático o físico podría explicar usando la lógica el por qué. Las relaciones humanas, se podría haber llamado la película. Aunque debería durar mucho más. Pero se llama Red social, y dura poco más de dos horas. Al final, entendemos, pero no estamos seguros de comprender, lo de "social". (pequeño spoiler): La secuencia final de la película es devastadora. Es como si tratara de condensar todo esta paradoja, este enorme universo, en un instante. Aquel donde una estado de ánimo pasa por ser o no aceptado como un amigo. Allí donde todo se reduce a esperar una confirmación o un rechazo para pertenecer a la lista de amistades del otro contacto. Sí: el problema del club. Una repetición ad infinitum, en soledad, frente a una computadora acompañada, virtualmente, por millones de "amigos".
Clásica familia moderna. Esta es una verdadera feel-good movie. Si bien hay varios momentos dramáticos, están hábilmente matizados con otros distendidos, donde los personajes se divierten, tienen relaciones sexuales, hablan sobre música o incluso sobre la belleza de Buenos Aires. Ya desde el poster la película remite a Entre copas, la película de Alexander Payne que también se presentó en el festival de Sundance, aunque sean bastante distintas, tienen puntos en común. Mi familia es una rara película reaccionaria y progresista. La historia gira en torno a una familia poco común: mamá y mamá (Julianne Moore y Annette Bening) viven con la hija mayor (Mia Wasikowska) e hijo menor (Josh Hutcherson). La cuestión es que Jani, la hija mayor, quiere conocer al donante de esperma, un bien intencionado pero un poco irresponsable Paul (Mark Ruffalo). Ella queda encantada con él, un muchacho bien parecido. Laser, el hijo menor, es un poco más reservado. La visita altera los dos universos: el de la familia (que un poco remite a los sutiles melodramas de Douglas Sirk) y el de Paul, un bon-vivant. nunca atado a responsabilidades mayores que las de su viñedo. Es interesante, porque lo que la diferencia principalmente, de algún folletín ideológico progresista o conservador, es que la película no sentencia, no ejemplifica. Nos deja con más interrogantes que respuestas, como debe ser. Claro que el título es Mi familia (o The kids are all right, en inglés, basado en el tema de The Who) y hacia el tercer acto la directora sí apuesta por el conservadurismo (¿hace falta aclarar por qué?). Por un lado, la llegada de Paul suplirá algunas emociones, algunos deseos, hasta ese entonces, ocultos. Por el otro, será un desequilibrio, un agente extraño para esa familia. El problema es que el hombre se empieza a encariñar con los chicos. "¿Por qué donaste esperma?" le pregunta Laser, a lo que Paul, tan distendido y despreocupado como siempre, le responde "Creí que sería más divertido que donar sangre". El elenco de esta película es sublime. Mark Ruffalo tiene su mejor rol dramático dese Puedes contar conmigo, una película y un personaje con los que guarda varios puntos en común. Julianne Moore como la madre que se empieza a enamorar (y a redescubrirse) con su presencia también recuerda a la joven naïf (bueno, naïf decimos ahora, con cierta malicia) de Lejos del paraíso (aquella película donde Todd Haynes honraba a Douglas Sirk). Y Mia Wasikowska es una belleza. La chica no sólo logra conmover, sino que también sabe cómo dirigir la mirada ante la cámara. Hay que ver esas sonrisas, esas miradas que tiene cuando Paul, con su rebeldía innata, comenta por qué dejó la universidad. Pero, sin embargo, quien está un escalón más arriba (y eso que todos están bastante alto) es Annette Bening, quien seguramente conseguirá otra nominación al Oscar, como actriz de reparto. Su personaje quizás sea el que mayor peso dramático tenga, y aún rodeada de pesados clichés (¡basta con la copa de vino en la mano, ya entendimos cuándo un personaje es alcohólico!) logra hacer creíble su personaje. Sus arrugas cuentan, y no es un chiste: la edad de cada uno de los personajes es importante. El mayor acierto del film es que no trata de ser un debate sobre el matrimonio gay, o analizar si la familia gay funciona o no, sino, simplemente, construir un triángulo (o cuadrilátero, vaya uno a saber) amoroso, donde cada uno busca la armonía pero no la encuentra sin herir al otro. El tono distendido, liviano, cómico y agradable que la directora de High art la imprime a la película no podía ser mejor. Uno de los mejores estrenos del año.
Todo pasa Un summum de los peores vicios de la sociedad argentina. No es casual que el comienzo recuerde a 21 gramos, aquel film de Iñárritu, donde todo empezaba mal y terminaba peor. La estructura coral del film reúne tres historias a priori inconexas. Pequeños detalles desencadenarán una tragedia mayor. Es una lástima que todo ese mecanismo sea puesto en palabras de un personaje a mitad del film ("Si no hubiese puesto hielo en la licuadora...") que termina por enterrar la poca magia que esconde (algo así como la secuencia del "if..." en El curioso caso de Benjamin Button). Una noche, las vidas de tres personas quedarán inexorablemente entrelazadas, a partir de un accidente, Federico (Leonardo Sbaraglia) será el principal sospechoso por la muerte de Pablo Marchetti (Agustín Vázquez). El padre, Víctor (Federico Luppi), apoyado por una explosión mediática, buscará justicia. El aspecto más interesante (y el más logrado) del film, es ese: como el sistema judicial está tan corrompido como para que nadie tenga el menor deseo de hacer las cosas bien, y como está tan afectado por los medios masivos, como para que todos quieran una solución rápida. Matías (Martín Slipak), un joven de 22 años, de clase alta, es el verdadero culpable del crimen. No es necesariamente el villano, aunque por momentos reciba el odio de la platea. Su tormento es convivir con ese crimen, taparlo, y hacer cómplice a su padre, en primera instancia. La música de David Julyan por momentos recuerda a Capote, en tanto acompaña los estados de ánimo de los personajes, de una manera muy similar. Slipak y Sbaraglia son los mejores en la película. Son lo suficientemente buenos como para aportar emociones reales a sus personajes y no convertirlos en meras marionetas del guión. Sbaraglia, que ya ha demostrado su capacidad como actor en Las viudas de los jueves y El corredor nocturno, aporta la carnadura que su personaje necesita luego de una "transformación" que sucede con demasiada rapidez (solamente la mayor elipsis de la película, daba para otro film). Aún así, con sus altibajos, la ópera prima de Miguel Cohan, tiene algunos aspectos muy destacables. El principal es la manipulación emocional, como decía Hitchcock: el espectador cambia "de bando" sin darse cuenta. Más que claro queda cuando Slipak intenta deshacerse de la prueba del delito. Aún con todos sus aciertos, me resulta difícil recomendar el film. Cinematográficamente es chato. Hay mucho product-placement, y la hora y media en la que se desarrollan tantas tramas, es poco. Pareciera que todo está apurado (justamente, lo mismo que crítica la película: la sociedad que exige todo de inmediato). Muchas veces se ve la pantalla chica, en la pantalla grande. Da la sensación, por momentos, que esta película parece pensada más para el primer formato que para el segundo.
Se puede caer más bajo. Cuando de terror una película usa los mismos trucos para asustarnos que su inmediata antecesora, las cosas no andan bien, pero peor es cuando trata de innovar, y el golpe de efecto es ínfimo. Ese bien podría ser el resumen de El descenso 2, una película que ni siquiera es la sombra de la original. En aquella película, un grupo de chicas se internaba en una caverna como diversión pero pronto descubrían a los inquietantes crawlers, humanoides que no conocen la evolución darwiniana como nosotros. Marshall se tomaba su tiempo, construía el clima necesario, y no sólo brindaba una formidable película de terror, sino que además hacía una con... inteligencia. Sí, leyó bien: una película de terror del 2005 inteligente. El final (ah, cuidado, spoiler) sugería que el verdadero descenso era hacia la locura. Allí, sola, quedaba Sarah, enferma y mirando a su difunta hija, mientras los bichos se acercaban. (fin del spoiler). Bien, sucede que los amigos norteamericanos no lo iban a entender -según los productores- así que decidieron terminar la película con un golpe de efecto. Nada de pesimismo. Nada de perder a Shauna Macdonald para la secuela. Ni a la guerrera Natalie Mendoza. Aunque para involucrarlas en esto, mejor hubiese sido que encontrar sus cadáveres en descomposición en algún túnel. A propósito: en esta secuela, un equipo de rescatistas (alejen ya cualquier similitud con Aliens) se interna en lo profundo para ver qué pasó con el resto del equipo. Sólo cuentan con la ayuda de una chaplinesca (por lo muda) Sarah que, pobrecita, es verdaderamente insoportable. Como sea, estos crawlers son a) bichos raros o b) precavidos. Es así porque si bien aniquilaron a las chicas para devorarlas, los cuerpos están casi enteros y sin embargo siguen llevando animalitos a las cavernas (¿para no tener que salir en invierno, quizás?). Además: si son ciegos ¿no deberían haber desarrollado el olfato junto con el oído? Aunque un par de primeros planos en esta película parecen indicar que los bichos no están ciegos y son todos de ojos azules. En fin. Se nota que esta es una película menor, de esas hechas y pensadas para DVD. No sólo por el elenco (a su vez, mal dirigido) sino por el poco cuidado técnico que hay en esta producción. En El descenso, sin ser algo fabuloso, Marshall se preocupaba más por los colores, el uso de la oscuridad, la sensación constante de claustrofobia... acá hay un intento por copiar esas cosas. Pero sin la efectividad de aquella. Hay bastante nostalgia en el film, ya que varias veces recurre al material de archivo, como añorando aquellos buenos sustos. Para nosotros, nada mejor que volver a él. Y olvidar esta secuela.