La pandilla salvaje de los ochenta. La premisa es más que tentadora: un conglomerado de estrellas de acción de los ochenta, disparando cuanta arma encuentren en su camino, peleando, explotando todo. Sylvester Stallone reunió a un dream team que incluye a Mickey Rourke, Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis (estos tres, con muy poco tiempo en pantalla), Dolph Lundgren (Ivan, el ruso malo de Rocky IV), Eric Roberts (el hermano de Julia...quizás lo recuerde como el mafioso de Batman: el caballero de la noche), Jet Li, Jason Statham (el británico pelado de la saga El transportador) y claro, el propio Sylvester. Hay alguna trampita comercial: como dije antes, Bruce y Arnold tienen apenas un cameo, y el equipo de Expendables (horroroso y equívoco título le pusieron acá) está en realidad formado por los últimos tres más Randy Couture y Terry Crews. Ok, si usted vive en USA o está familiarizado con el fútbol americano o el UFC quizás los conozca. Como sea, uno ya entró a ver Expendables, con la esperanza de revivir el cine de acción de los ochenta, despreciado no sólo por los críticos intelectuales, y le resulta imposible no sonreír cuando, por el montaje, la iluminación, los one-liners, y especialmente un escopetazo, la película parece haber captado la esencia de ese cine. El espíritu "berreta" dirán algunos. Para otros (en los que me incluyo) la parte difícil en una película de acción es darle corazón. Sangre. Y no hablo literalmente. Entonces, a partir de ese escopetazo, todo parece indicar que sí: estamos en un lugar común, pero confortable. Otra amigable película de clase B. No hay pretenciones artísticas elevadas, como en, digamos, La pandilla salvaje, aquel clásico de Sam Peckinpah que reunía a un grupo de ladrones en decadencia para lo que podría ser el último trabajo de sus vidas. Y que además, era la carta de despedida del western, un género hoy en día abandonado. Sí: parece contradictorio decir que The expendables no tiene las mismas intenciones. Porque, en primer lugar, la acción desenfrenada, exagerada y desmesurada de los ochenta no es un género en sí (aunque el género "acción" no exista, vaya paradoja) y en segundo, a lo sumo Stallone quiere revivirlo y no despedirse. Está perfecto. Seguramente esta película tenga una secuela. No es conclusiva, como lo fue hace unos años Rambo. O Rocky Balboa. El problema con esta película es que el corazón trash se parece agotar rápido y sólo por breves momentos revive. Es como el corazón de Mickey Rourke en El luchador (una película mejor, más grande, que habla de lo mismo). La gloria pasada se siente, por ejemplo, en una secuencia donde Stallone y Statham destruyen todo desde un avión. La isla está llena de militares caribeños que apenas pueden hablar español. Claro: la locación debía ser en América Central. Un país bananero, donde se pueda romper todo y defender al pueblo. No lo digo como una crítica: sino como un guiño para el cinéfilo ávido. Pero quizás el peor pecado que comete Sly sea recurrir a elementos bien contemporáneos para filmar la acción: sonido altísimo y montaje frenético. Uno no sabe que pasa en pantalla. Y si bien en Rambo hacía lo mismo, quedaba una sensación más cerca a Bourne: el ultimátum. La sensación de estar, literalmente, en medio del tiroteo. Ahora, bien, en Los indestructibles, hacia el tercer acto, toda la acción transcurre de noche. Sí: si antes apenas entendíamos algo, ahora directamente nada. Hay un par de secuencias injustificadas y tan arbitrarias que uno duda si Stallone está copiando el estilo trash de esos films o lo hace en serio. ¿Cuál es la necesidad de ver a cada uno de los Expendables poniendo cargas de C4 en slow-mo? La mayoría de los que aparecen en esta película, realmente son indestructibles.Aún con el paso de los años y las cirugías que tienen encima, hay algo que va más allá de los músculos. ¿Se acuerdan cuando Mickey Rouke decía "I'm an old broken down piece of meat"? Bueno, algo de eso hay también acá. Aunque estos hombres buscan una redención más acorde con su pasado.
Mujer de armas tomar. Salt era una de las películas que más expectativas me generaba. No me refiero a la división crítica que generó en USA (mientras que Roger Ebert le otorgó la calificación máxima, A.O. Scott la destruyó) sino al trailer. Sí: se supone que uno no debería entrar al cine con prejuicio, pero el trailer me prometía acción, saltos, explosiones, y con coherencia narrativa. Cuando terminó la función, lo confirmé: Agente Salt es eso. Piñas, patadas, disparos, explosiones con coherencia. Quiero decir: se entiende lo que pasa en pantalla. Sí: se notan similaridades con la saga Bourne, pero el montaje frenético que caracteriza a las películas de Greengrass acá no está. O está mucho más controlado que en otras películas (pienso en la última de Bond, Quantum of solace, como ejemplo). El guión de Salt es flojo. O por lo menos, bastante objetable. Pero no importa: Philip Noyce supera con creces los defectos. Es un tour de force inagotable. Cuando la acción empieza, no para. Casi literalmente. Es una de esas películas que disfrutaría viendo en televisión. No la estoy degradando diciendo que es un producto para TV. Al contario: disfruté la película en la pantalla grande. Es rápida, corta y entretenida. También es disparatada, algo excesiva, y light. Son más o menos las mismas cualidades de 2012 (salvo que esa es un mastodonte con una hora más de duración). Angelina Jolie merece un párrafo aparte. Nada de Tomb Raider (que tenía menos vida que el videojuego). Angelina debe ser la agente Salt. Nada de señora Smith. Hay que ver lo bonita que se ve (y creíble, creíble es imporantísimo) acá. Es muy buena actriz. Pensemos en todos los pequeños gestos suyos (muequitas que ya son su trademark). Nos engaña todo el tiempo. No me refiero a los giros del guión (que, repito, no son sorprendentes). Sino a los giros emocionales del personaje principal. Es como Daniel Craig: Jolie salta, corre, transpira, cae en un camión en movimiento, le disparan, corre, se saca los zapatos, pelea. Hace de todo. Y como el rubio de Bond, uno le cree. En una película tan física como esta, es indispensable una actriz así. Es lo que Megan Fox nunca jamás podrá ser. Después, todo eso de los espías rusos, la CIA, e incluso las vueltas del guión, no lo veo más que como aderezos para una película de este estilo. Es casi una parodia a todo el cine de espías durante la Guerra Fría (así como lo fue la divertida Goldeneye). Cine clase B, puro y duro. Aunque con una estrella (y actriz) clase A.
¿Amor que destruye? Las primeras imágenes de Luz silenciosa, nos dejan embriagados de su belleza. El formato de la pantalla está aprovechado al ciento por ciento. Se nota la calidad técnica y visual que nos acompañará el resto del relato. Además establece el ritmo y el clima de la película. Bueno, casi. El principal problema con esta lenta, climática y bella obra, son los excesos que tiene. Si usted, querido lector, pudo conectarse emocionalmente con los personajes, excelente. Seguramente debe haber disfrutado mucho más la película. No es este el caso. Luz silenciosa es la historia de un hombre que se enamora de otra mujer, aún cuando está casado y tiene una numerosa familia. Todo se acentúa porque pertenece a una colonia de menonitas que viven en México. Los menonitas son comunidades agrícolas muy tradicionales (los moderados apenas utilizan coches y medicina científica, pero no medios de comunicación masivos) y férreamente sujetos a su religión. La película intenta transmitir estas cosas. Por ejemplo, hay una secuencia donde el protagonista habla en plautdietsch (diálecto germánico que viene de Frisa y es cercano al holandés medieval y al flamenco), al rato en castellano, mientras canta una típica canción de música country (género, por antonomasia, de Estados Unidos). Es bastante interesante, más que nada por ver como viven estas comunidades/colectividades muy cerradas. Parece casi otro planeta. O mejor dicho: parecen anacrónicos. El otro tema, el principal, es el amor. Johan, el protagonista (interpretado por el actor no profesional Cornelio Wall) que verdaderamente sufre por este affair. Más que importar la trama en sí, todo el relato nos hace sentir esa pesadumbre que sufre Johan. El problema, y créanme que odio estas frases, es que todo está demasiado "afectado". A ver: una de las críticas que se le hizo a La cinta blanca (algunos podrían buscar alguna comparación con esta, sacando la malicia en los personajes de Haneke) era, justamente, que parecía hecha para los premios. Caía en todos los lugares comunes del "cine arte" para Hollywood. Incluso la fotografía de ese film es en blanco y negro. Con Luz silenciosa pasa algo parecido y es lo que no me termina de convencer: Está bien: Reygadas es virtuoso con la cámara, y los planos secuencias, los encuadres, todo es muy bonito. Incluso los actores no profesionales quizás sean los mejores de su corta filmografía. Pero se supone que un film nos provoque algo más. No es este el caso. La duración se siente y resiente. Una película no es la suma de sus partes, sino el total. Y este crítico quedó impávido. Sin emoción. Se supone, como decía Truffaut, que un film exprese el regocijo o la agonía de hacer cine. El 6 creo que expresa lo que yo sentí al ver esta película.
Depredadores baratos. Después de tener varias invasiones extraterrestres, llega una superproducción que no trata de ser aleccionadora, ni sacar provecho per ser de una vieja franquicia. Los extraterrestres con "contenido social" de Sector 9 mirarían de reojo a los nuevos depredadores, dispuestos a ofrecer una simple película de acción. No hay grandilocuencia, tampoco grandes ideas. Se pueden hacer películas excelentes de acción (e incluso, de autor) con los E.T. Basta recordar las dos primeras entregas de la saga Alien para ello. Ahora, bien, tanto Alien como Depredador vinieron a menos en los últimos años. Los crossovers entre estos monstruos del espacio exterior (que recordaban un poco al cine trash de la época de menor brillo de Universal) son realmente malos. La primera podía generar un poquito se simpatía. Ya la segunda, no. Ahora, mientras que Alien siempre fue más prestigiosa, la saga de los Depredadores sólo apuntaba al entretenimiento puro y duro. Lo cual no está nada mal. La primera era buena: estaba Schwarzenneger en medio de la selva ("¡oh, metáfora de Vietnam!" dirán los que tienen que buscar el subtexto en todo) disparando a ciegas, porque un extraterrestre con rastas y camuflaje óptico lo perseguía. La secuela carecía de Arnold, entre otras cosas. Y el carisma de los bichos no alcanzaba. Ahora, Robert Rodriguez produjo esta secuela que destila amor por el cine. Sí: así como Grindhouse era un guiño cool al cine basura, menospreciado por el mainstream, Depredadores también lo es. No importá qué, cómo o por qué pasan las cosas. Lo que todos tienen en claro es que el público va a ver una de acción con marcianos. Nada de ficción científica, o finales altisonantes y dramáticos. Adrien Brody, incluso, genera más simpatía que respeto, intentando poner cara de malo en cada plano que se lo ve. Y hay una referencia más que obvia a la primera película, con un anabolizado pianista despistando al enemigo. Incluso el principio, un gran deus ex machina (reitero, no importa cómo ni por qué, sino para qué, y la respuesta a esto es para entretener) lleno de guiños a Lost. Decía que Depredadores, aún con todos sus defectos (principalmente una secuencia demasiado larga con Laurence Fishburne) tiene algo de pasión por el cine. Es casi como ese gran, gran homenaje que hizo el productor Robert Rodriguez en Planet Terror. Sólo que esta vez, no es tanto una canchereada, sino una obra hecha con el mismo espíritu berreta de, supongamos, las viejas producciones de Roger Corman. O con el mismo de la primera Depredador. Y esto fue un cumplido.
¿Este es el material del que están hechos los sueños? Probablemente el sueño de Christopher Nolan sea dirigir una película de Bond, James Bond. Si uno espera una película onírica, al estilo de Cronenberg o Lynch, mejor que consiga la obra maestra de la década pasada, El camino de los sueños (también conocida como Mullholand Dr.). El origen no va tanto sobre eso, sino que es un rejunte de lo que más le gusta a Nolan: gente linda con trajes caros, disparando cuanta arma esté a su alcance, en intricandos montajes que seguramente recordarán a Memento. Algunas secuencias están sumamente estilizadas, y no es casualidad que esas mismas sean participes de un montaje paralelo que demuestra lo bien que el director controla la tensión. Leonardo DiCaprio es Cobb, un ladrón en sueños (y se podría decir de sueños), cuyo pasado retorcido nos recuerda mucho a La isla siniestra (y el psique du rol de psicótico es el mismo que viene perfeccionando desde Los infiltrados). Un personaje indudablemente ligado al desmemoriado Leonard. Sólo que aquí él guarda un secreto, y nosotros somos lo que carecemos de información. Él tiene que hacer un último trabajo para un poderoso empresario de rasgos orientales (Ken Watanabe, el primero de la troupe actoral a la que recurre el director) que conlleva armar un grupo de profesionales: un imitador, un químico, una arquitecta y un viejo compañero. La dinámica del equipo es funcional para algunos momentos cómicos, pero no hay demasiada exploración en el funcionamiento del mismo. Uno supone que la arquitecta (la jovencita Ellen Page) será motivo de interés para Cobb, e incluso parece sugerirlo una secuencia donde su subconsciente la ataca. Pero no: solamente ella está para ocupar el lugar del espectador y que se pueda explicar el funcionamiento de los sueños. Básicamente, es un mundo à la Matrix (incluso se "conectan" de un modo muy similar) donde cada uno cumple un rol fundamental. La arquitecta debe ser la que recrea esos mundos. ¿Son vitales para el desarrollo de la trama? No, principalmente el último escenario, que es un homenaje gigantesco a 007 al Servicio Secreto de su Majestad (con algunos planos idénticos). Previamente se nos había inducido a la idea del laberinto, de lo imposible y arbitrario. Pero en cuanto al laberinto, sólo aparece en un dibujo. La manipulación del mundo artificial es poca (solamente se dobla un edificio que tampoco es importante para el desarrollo de la película). Hay algunas secuencias que valen la pena, y entre ellas, una donde Arthur (Joseph Gordon-Levitt, de (500) Días con ella) tiene una pelea que desafía las leyes físicas. La banda sonora de Hans Zimmer hace más importante el momento (para los que odiaban la estridencia en El caballero de la noche: acá se multiplica hasta la irritación). La estética de Nolan/Pfister (el director de fotografía) recicla ideas pasadas (y por eso me sigue pareciendo menos impresionante que en El caballero de la noche) aún cuando se hacía el autobombo con "la arquitectura de la mente". Eso sí, las explosiones en slow-mo quedan bárbaras. En la era HD Bruce Willis quedaría desubicado corriendo descalzo y en musculosa, y los protagonistas bien peinados/vestidos, de El origen, no. No por nada el summum incluye los momentos mejor logrados (el frío metal de la urbe, la calidez de un hotel sofisticado y la pureza del frío polar). Nada es estética per se: cada escenerio, cada toma está pensada y repensada. Aún con sus fallas, El origen le gana por goleada a la mayoría de los summer blockbusters contemporáneos (¿alguien dijo Michael Bay?) Quedará en cada uno comparar la película con la obra de Borges (yo lo hago con Vértigo de Hitchcock y Las ruinas circulares, la idea de la repetición infinita) por mi parte, veo a El origen como el festín de acción de Nolan. Que en segundas o terceras visiones se enriquezca no hace más que hablar de lo buena que es. Ahora, si para justificar la calidad uno tiene que buscar elementos que no están la película, significa que es mala. El origen es buena, en sus propios términos. Quien espere vivir un sueño, quizás salga un poco decepcionado. Lamentablemente, la película sufre de algunos de los males del director que parecían aplacados. Está la (sobre)explicación (aquí más larga y tediosa que otras veces) y la redundancia (en diálogos que parecen totalmente falsos). ¿Se acuerdan como al final de El gran truco se repetía la idea principal con la voz en off de Michael Caine? Bueno, acá sucede algo parecido (de hecho, en las películas anteriores del director pasa lo mismo). Scorsese decía en una entrevista con Laurent Tirard, que un director nunca debe caer en el error de explicar el título al final de una película. Incluso, como todo parece más complejo, Nolan siente la necesidad de poner en boca de sus personajes varias veces palabras como "subconsciente". Por momento me pareció un poco pocket Freud pero bueno, uno lo soporta. Entre tanta metatextualidad (El ciudadano, El padrino, 2001: Una odisea del espacio y más) no se pueden evitar las comparaciones con dos películas de acción y oníricias recientes: Matrix (bueno, no tan reciente) y Avatar. Raramente, El origen hace que valore más esta última. Por su simplicidad Avatar consigue ser un poco más poética (¡increíble!). Las posibilidades de mundos paralelos, mundos artificiales o mundos dentro de otros mundos son temas que en definitiva hablan del cine mismo. Escapes de una realidad tormentosa. Neo era un hacker ninguneado, Jake Sully un discapcitado y ahora Cobbs trata de soñar para olvidar su propia realidad. O no: quizás trata de dejar de soñar, y allí es donde se vuelve más interesante la película. La idea de la paradoja, del laberinto (en inglés se diferencia maze de labyrinth: mientras que el primero tiene principio y fin, el segundo lleva a un centro único que guarda una sorpresa, un tipo de elevación espíritual) que cobija El origen. Que quede algo claro: El origen es una muy buena película. No revolucionará el cine, pero tiene mucho afecto por él. La idea del trompo que gira y no se detiene (e indica cuando se está en un sueño) se refiere al cine y al espectador. Si el movimiento cesa, es la realidad. Si es la realidad, no es el cine que es lo sorprendente, lo fantástico, lo deslumbrante. En La isla siniestra, el protagonista prefería lo fantástico antes que lo real. Acá bueno... mejor vayan a verla.
Juguetes contra el paso del tiempo. Toy Story es una de las mejores sagas del cine animado. O dejemos de lado la subcategoría: es una de las mejores trilogías del cine, y punto. Si la primera era el indicio más que claro y firme del advenimiento de la animación computarizada, la segunda iba al infinito y más allá. Combinaba todo el humor, el amor por la aventura y los personajes entrañables que sólo Pixar nos sabe ofrecer. En menos de 20 años, la productora no solo ofreció 2 buenas películas, sino 11. Algunas son obras maestras, y ahí empezarán a discutir todos. Que es Toy Story, que es WALL-E, Up, Los increíbles. Está bueno: se discute sólo para saber cuál es la mejor, siendo todas de una calidad sorprendente. Sergei Eisenstein, el director del El acorazado Potemkin (una de las más importantes películas de la historia) dijo después de ver Blancanieves y los siete enanitos, que era le mejor película que había visto en su vida. Y es que el cine de animación, cuando está bien hecho, no tiene barreras, salvo la imaginación de sus creadores. Podemos estar en el interior de una ballena, en el hombro de un robot gigante, llegar al mundo de la Navidad, e incluso tener una batalla en el cielo con perros pilotos. Todo es posible. El reto está, claro, en lograr que el espectador se pueda encariñar con ellos. Es fácil encariñarse con, digamos, un animal que habla. ¿Pero con un juguete? No recuerdo una película live action donde haya sentido la mínima empatía hacia un muñeco. Con Toy Story es diferente. Nos creemos que Buzz, Woody, Ham, y todos los demás tienen vida. Y qué mejor que el final de esa película para comprobar que sí, realmente están vivos. El comienzo de Toy Story 3 es explosivo. Una persecución impresionante. Woody, Jessie, y Buzz persiguen en el Lejano Oeste (¿estará Ethan Edwards por ahí?) a los malvados de turno. Después, el truco se devela: toda la aventura, era la imaginación de Andy, mucho más que un dueño. Un amigo, para los mismos juguetes. No hay cinismo en esto: al contrario, un profundo e inquebratable amor por la imaginación y el espíritu del niño. No es casualidad que todos los personajes más memorables guarden un niño interior. Esas aventuras, en un montaje con filmaciones caseras, van desapareciendo. Andy, claro, crece. Lo insoslayable, terrible, y trágico de la serie, es que los juguetes no parecen expirar por causas naturales. Y los chicos que acompañan, se olvidan de ellos. Así, muchos de los viejos y queridos personajes ahora ya no están. Vaya uno a saber qué pasó. Sólo quedan los principales. Guardados en un baúl con cosas inútiles. Un último intento de llamar la atención de Andy los prepara para la cruda realidad: el muchacho ya creció. No los necesita. Irá a la Universidad, y ellos probablemente pasarán el resto de sus días (¿¡cuántos?!) en el ático. Pero bueno, siempre existen otras posibilidades, y estás tienen que ver con ser donados. Y la principal aventura, esta vez, será escapar de Sunnyside, una guardería infantial gobernada por el despóta Lotso, un osito para nada cariñoso que recuerda a Capataz de Toy Story 2. Todo este set-up es un festín para recordar viejos clásicos como Stalag 17 de Billie Wilder, o El gran escape con Steve McQueen. No: no es la primera película animada para chicos en hacer esto. Pollitos en fuga también tenía referencias muy similares. Quizás donde la película no termine de convercerme del todo es en todo este intermedio. Sí: está muy bien, es gracioso, divertido y memorable. Pero hay algunos chistes que se repiten y la inspiración no parece ser tan alta como fue en la anterior (me acuerdo del cruce de la calle, magistral secuencia de acción y humor). Hay presentación de nuevos personajes (Barbie y Ken, quienes están totalmente justificados con la historia) y situaciones por demás simpáticas. El último acto del film si recupera toda la energía, tensión y carga dramática. Pero de nuevo: esta crítica es mía y quien no tenga problemas con el resto, seguramente verá una obra maestra. Quizás el único aspecto técnico que podría reprochar es la banda sonora de Randy Newman. No es demasiado inspirada. Sólo el tema del osito Lotso (que rememora a John Barry en Perdidos en la noche) se destaca. Luego, claro, acompaña las referencias cinéfilas y secuencias totalmente sorprendentes, como ese escape de la incineradora, donde más de uno deberá aguantar las lágrimas. Otra de las críticas va hacia los mismos juguetes que ahora aparecen en pantalla. Pareciera que en lugar de inventar, se dedicaron a llenar la pantalla de juguetes conocidos como para que el espectador ávido los reconozca. Sin ir más lejos, el villano Lotso es un Lots-o-huggin bear. El primer fotograma y el último antes de los créditos finales, son idénticos. Sin arruinar nada, se puede decir qué se ve: varias nubes, idénticas en forma y tamaño. Claro: lo primero es la imaginación de Andy, que crea un mundo de amistad, acción, compañerismo, tensión. Al final, no, es la realidad. Pero al mismo tiempo, es la visión del mundo de un alma sensible, o mejor dicho, el trabajo de varios artistas. Así, con esa magia incadescente, atemporal, comienza y concluye esta maravillosa historia. Que en definitiva, no es otra cosa, que el cine mismo.
El mejor transporte sigue siendo el DeLorean. La saga de El príncipe de Persia, basada en el popular videojuego del mismo título (a su vez basado en el mítico juego en 2D) es un intento de Jerry Bruckheimer de repetir el éxito de Piratas del Caribe, la serie que ya está esperando su tercera secuela. Y a decir verdad, los tres juegos en los que basarían la historia de este príncipe corredor, dan una base más que tentativa para la adaptación cinematográfica. El problema, como se sabe, es que un buen juego no es garantía de nada. Los juegos tienen un concepto totalmente distinto al de las películas, y muchas veces eso se confunde y lo que nos parecía divertido en una consola de video, es un bodrio en la pantalla grande. Aquí están todos los roles típicos de la aventura familiar: el protagonista tímido pero valeroso, pobre pero sincero, algo torpe pero ágil, etc. La princesa bonita e inteligente, no muy afín a las armas, el compañero obligado que nunca se siente satisfecho con la travesía y aporta las mayores dosis de humor, y así podríamos seguir, para rellenar los otros personajes stock cuyo destino los confina a una sóla película. No tengo nada contra este conjunto de clichés, de hecho, cuando está bien hecho, lo celebro (La momia 1 y 2, Piratas del Caribe 1 y 2) y cuando no, lo destesto (La momia 3, Piratas del Caribe 3). El principal problema aquí es que el guión no proporciona ni diálogos punzantes ni situaciones más o menos inteligentes, y la acción en pantalla es bastante confusa. Los tres montajistas con los que contó el film no pudieron dejar las cosas del todo claras, y nos tenemos que conformar con avisorar algún saltito parecido al del juego o un zoom en slow-mo de una flecha que casi le pega al príncipe Dastan. Ese es el ideal de acción para Mike Newell. El lineamiento general de la historia, como para darle a cada uno su cuota de pantalla es el siguiente: Dastan es un húerfano que tiene como hermanos a 3 herederos del trono de Persia. En un ataque a una ciudad que esconde supuestas armas destructivas (¡inesperada crítica tardía a la política exterior de la era Bush!), Dastan encontrará una suerte de daga que permite a su poseedor viajar en el tiempo. A decir verdad, son viajes bastante amarretes y caprichosos. Generalmente sirven para retroceder unos instantes nomás. Y cuando se debería usar (supongamos, la muerte de algún personaje no tan importante) no se usa. Ahi la culpa no es de la daga, sino de los guionistas. Los viajes espacio-temporales o son entretenidos y funcionales a la historia o directamente son accesorios inservibles listos para dar el deus ex-machina de último momento. Esta daga sirve a ese último propósito. Sin adelantar nada, el último acto es de lo más anodino de todo el film. Si este es el grand finale de un blockbuster, la verdad, no se notó. La daga es una excusa para la invasión. La princesa Tamina (la linda Gemma Arterton, o la chica de 5 segundos de Quantum of solace) es una especie de guardiana de este artefacto. Claro que los demás no lo saben, y son manipulados por Nazim, un Ben Kingsley correcto y gritón. La daga debe ser guardada en un territorio lejano y peligroso, y bueno, ahi ya tenemos en principio a los dos protagonistas, en un viaje de aventuras y desencuentros amorosos como para emocionar a los más chiquitos. Como sea, todos los erroes podrían aguantarse más, digamos, con un buen cast. Por ahí está Alfred Molina como un secuendario de escasa duración. Que así y todo se agradece para solventar la falta de carisma de Jake Gyllenhaal como el aventurero príncipe, que prefiere dar saltos de free-runner (free-runner CGI, claro) y hacer acrobacias imposibles como para que no se note su blanda performance. Si alguno esperaba encontrar algo tan divertido como la creación de Johnny Depp en la saga de los piratas, mejor que piense en ir a ver otra cosa, o esperar a alguna buena película de aventuras. Jerry Bruckheimer es quien produjo el film, y es también el que cada tanto nos depara un blockbuster insospechado, como aquel donde Bruce Willis para un meteorito con un cable (ah, perdón: spoiler). Nunca fue un productor de mi agrada (sigue sin serlo) ya que innevitablemente siempre lo asocio con el terrible Michael Bay. Me resulta imposible siquiera simpatizar o esperar ansioso la nueva película del productor de Con Air o Pearl Harbor. Aquí es su intento menos sutil de copiar un éxito anterior. ¿Si lo va a lograr? Seguro que sí y en un par de años estará la crítica de la segunda parte. Sí: también es seguro que va a haber breves viajes temporales. Pero lo peor es que nosotros no recuperamos el tiempo perdido por ver esta película.
La bella complejidad de lo simple. Hace poco tiempo tuvimos el homenaje de Martin Scorsese al cine de Hitchcock. La isla siniestra es un ejercicio puramente formal. De ahí que no sea, desgraciadamente, un film emocionante. Está bien: en la filmografía de Hitch lo que importan son las situaciones y no los personajes. Pensemos por ejemplo en Intriga internacional: una magistral película donde lo que importan son las diversas situaciones que debe enfrentar su personaje. Sin embargo no eran meros decorados, algo que si sentía con la última de Scorsese. Ahora Roman Polanski, el gran cineasta que nos ha legado excelentes películas como Repulsión y El bebé de Rosemary, rinde el mejor honor al maestro del suspense. Combina situaciones fabulosas, personajes siniestros, y climas adecuados para un thriller sólido, de esos que no abundan. Un "escritor fantasma" (título más adecuado, pero que seguramente disgustó a las distribuidoras, pensando que así vendían una de terror) es aquel que se encarga de dar revisiones, correcciones, cuando no párrafos enteros de obras ajenas. Esta es la profesión del personaje de Ewan McGregor (no importa su nombre) que debe terminar las memoirs de un político inglés (Pierce Brosnan) que recuerda bastante a Tony Blair. Claro que no todo es tan fácil como parece. El escritor deberá ocupar el lugar de su antecesor, presuntamente asesinado. Adam Lang, el ex primer ministro, es una figura controvertida. Por un lado es un bon vivant (y bueno un poco de Bond vivant también) amable y gentil con su equipo de trabajo, y por el otro, un marido infiel, político decadente hostigado por los medios, y recluído en su lujosa mansión. ¿Cualquier similitud con el director acusado de pedófilo es pura coincidencia? El fantasma, entonces, irá descubriendo a la par nuestra, los sucios secretos de Adam. Así como también entrando en su círculo íntimo. Polanski sabe que es mucho mejor sugerir que mostrar, y así el thriller de espionaje se vuelve mucho más interesante cuando empezamos a sospechar, no sólo que la secretaria de Adam es su amante (Kim Catrall, de Sex and the city) sino que la mujer de poderoso contratante podría estar seduciendo al escritor (una femme fatal soberbia de Olivia Williams). Estos son poderosos ejemplos de que los personajes, a Polanski, le importan. Si no fueran tan ricos en contradicciones, llenos de paranoia y supuesta maldad, la historia se convertiría en puro ejercicio estético. Las miradas, los gestos, los movimientos de cada uno, nos dice algo. No siempre es lo que pensamos, y los giros, así, resultan más sorprendentes. En cuanto a lo estético, las elecciones de Roman no podían ser mejores. Desde la guardia moderna, recta y asegurada de Adam, hasta los alrededores grises, fríos y húmedos que la rodean. Una buena película de suspenso tiene que tener una secuencia con lluvia. En La isla siniestra, la lluvia se sentía artificial, nos imploraba una sensación de peligro inexistente. Aquí hay varias secuencias con lluvia, las cuales son realmente atrapantes. Incluso la música a priori desubicada de Alexandre Desplat está a tono con el relato general. Hay algunos pocos artilugios lo suficientemente tecnológicos como para que nos parezcan sofisticados hoy, y funcionales a la historia, hoy y mañana. Siempre se critica cuando un director prestigioso ahonda en dramas históricos para ganar el Oscar (lo hizo Spielberg con La lista de Schindler, lo hizo Polanski con El pianista). Y esa crítica confirma la regla: las historias importantes (entiendasé: dramas del Holocausto) tienen muchas más chances de tener una nominación y ganarla, lo cual es bastante injusto. Esta película es muy buena, aunque por la fecha de estreno y la temática (un thriller político "menor") parece alejada de cualquier mención. Sí, hay una subtrama política que describe y comenta la guerra de Irak (o las políticas británicas al respecto) pero como toda gran obra, primero la disfrutamos por lo que es, y no por el tema que trata. Lo que se justifica es lo que está en pantalla: después vienen todas las intrepetaciones exógenas que hagamos. El escritor oculto puede que no esté a la altura de la mejor película del polaco, pero hay que tener en cuenta que una obra maestra como Barrio Chino no se estrena todos los días. Aún así, se las ingenia para ser un film endiabladamente divertido y entretenido en sus dos horas de duración. Quizás eso se deba a lo bien que maneja este tipo de historias, donde todos parecen atentar contra la tarea del protagonista. El mal siempre está latente, pero como Jack Gitties, siempre tenemos curiosidad por saber qué es lo que ocurre. Aunque al final, la revelación más demoledora sea que el mundo, no deja de ser un lugar cruel.
No voy a poner en discusión la calidad de Ridley Scott, el director de gemas del cine como Alien: el octavo pasajero y Blade runner, pero me parece que es uno de los directores más irregulares hoy en día. Pareciera que cuesta encontrar un concenso respecto a su obra, y no porque sea un visionario incomprendido, precisamente. Salvo Gladiador, aunque con Oscar y todo (podríamos decir que con el Oscar, más) trae amores y odios con igual intensidad. El hombre que se mostró versátil para dirigir oscuros universos tecno-retro-futuristas y pasar a una road movie y películas de criminales como Gángster americano (lo sé: es gánster) y Hannibal, se interesó estos últimos años por sacar los soldaditos de plomo de algún baúl empolvado y empezar a jugar a la guerra del medioevo. Así, repetía en menor medida la efectividad del gladiador romano con las guerras cruzadas en las Orlando Bloom deshacía más de lo que hacía. No era una mala película, pero fallaba el actor protagónico (quizás porque lo de "actor" se puede poner en duda). Con Robin Hood vuelve Máximus el magnánimo, a cortar cabezas, brazos y piernas de cualquier enemigo, ahora, en nombre de Inglaterra. El personaje de Robin Hood tuvo varias adaptaciones en la historia del cine, de las cuales tenemos Las aventuras de Robin Hood, con el inigualable Errol Flynn (el capitán Blood, ese que moría con las botas puestas). Es de 1938, de William Keighley y Michael Curtiz (Casablanca), en blanco y negro, y le pasa el trapo a esta chata adaptación de la leyenda popular. Para simplificar digo que, desde el título, la versión de 1938 es todo lo que esta no es: una aventura. ¿Dónde está el corrupto Sheriff de Nottingham? Es una figura central en la historia, porque, claro, es un hombre que aún dentro de su maldad, cree estar haciendo las cosas bien. Su muerte no es un motivo de festejo, sino de conmoción. La existencia de Robin Hood, un defensor del oprimido pueblo, como la de cualquier superhéroe encapotado, no hace más que hablar de una sociedad en decadencia. Es por eso que el enfrentamiento entre quien actúa dentro de los marcos legales (y debería ser el héroe, pero es el villano) y el que lo hace fuera de la ley (que debería ser el villano, pero es el héroe) es un enfretamiento épico, decisivo. Aquí Ridley Scott cree que para hacer una película de aventuras basta con poner un par de personajes de stock (el frailer gordito gracioso, el bruto grandote y gracioso, la dama linda pero guerrera, etc.) y se olvida que la aventura es más que eso. Aunque tampoco creo que apuntaba a eso. Aquí el sheriff es un comic relief (a cargo de Matthew Macfayden) y la verdadera contrapartida es Mark Strong, el malo de Sherlock Holmes, que sigue haciendo el mismo papel. Cara siniestra por aquí y allá y voilá: Hollywood consiguió un nuevo villano. Scott, en un momento, quiso hacer la película donde Russell Crowe fuera Robin Hood y el Sheriff. ¿Las dos caras de la misma moneda? No sabemos, pero seguro hubiese sido un planteo mucho más interesante. Robin Hood es una precuela que nos cuenta el origen de uno de nuestros outlaws favoritos. Cómo Robin se convirtió en Hood, en esta manía postmoderna de contar orígenes (como Darth se convirtió en Vader, Wayne en Batman y James en Bond). O sea, agregar un fondo pseudo dramático, con flashbacks torpes y situaciones dramáticas peores, no hace otra cosa que cimentar una falsa realidad (cuota de realismo que a partir de Batman inicia, parece fascinar) que la historia no necesitaba. Se traiciona no sólo el orígen del fantástico personaje. Sino su escencia. Por ahí el cast está lleno de caras conocidas, desde Cate Blachett para propiciar comentarios babosos como este (el bodrio anterior de Sir Ridley, Un buen año, tenía a Marion Cotillard para eso) hasta el cruzado de El séptimo sello, Max von Sydow. Este último es parte de una secuencia que debería ser vital y por poco roza el ridículo. Sí, las batallas están más o menos bien (utilizando un framerate menor, como en Gladiador) y alguno quizás le vea una pizca de emoción a esta larga historia de dos horas y media. Yo no vi ninguna. Me entretenía pensando que los bosques siempre fueron lugares oníricos, ominosos e incomprensibles. Como laberintos (y sino, vean esa obra maestra que es Rashomon). Quizás Robin Hood, el verdadero, se perdió por ahí y el director buscó un soldado romano para reemplazarlo.
Sobrevivir en un mundo hostil. El último film de Pablo Trapero es el retrato de un universo decadente, corrupto y sucio, que logra conjurar cierto encanto visceral y único. Sus protagonistas no quieren escapar de esta realidad, sino sobrevivir. Son parte del medio que los rodea. Es un ecosistema del cual forman parte. Él, aprovechando los accidentes, las imprudencias ajenas, y ella, a su modo, también, pueden vivir. La introducción de Carancho está totalmente estilizada: el golpe de efecto esta vez es más sutil pero igual de funcional: con cortes abruptos, en blanco y negro, y con el tango Misiones de fondo, nos revela un choque automovilístico. A partir de todos esos escombros, llenos de sangre, una historia nacerá. En esta única secuencia se usa música y una fotografía en blanco y negro. El resto del relato trata de estar siempre sucio, recorriendo las mismas calles y entrando a los mismos edificios a los que concurren sus protagonistas. No se regodea del panorama, pero lo transforma en un antro impoluto que puede recordarnos un poco a las películas de Scorsese como Taxi driver. Por estas malas calles, siempre a horarios diurnos, se movilizan Luján y Sosa. En un montaje espejo vemos la profesión de ambos. Ella es una joven enfermera que trata de salvar la vida de sus pacientes. Él, revolotea hasta el lugar del siniestro y ofrece sus servicios de abogado. En un mundo que parece descender, la prudencia para manejar no es una de las principales prioridades. Allí hay un negocio (ilegal, claro) que mueve bastante dinero. Sosa conoce los gajes de este oficio. Ricardo Darín encarna este personaje con cada una de sus pequeñas arrugas. Su nariz ganchuda se parece al pico del carancho, un ave carroñera grande e intimidante. Afeitar la cabeza del hombre que trabaja en los mayores éxitos comerciales del cine argentino es una decisión más que acertada. La joven Luján es interpretada por la maravillosa actriz Martina Gusmán. Ella cargó con el peso de Leonera, el largomtraje anterior de Trapero, y ella sola valía la recomendación. Combina inocencia y madurez. No es una chica frágil, aunque tampoco es un témpano. Es la clase de persona en la que uno podría confiar alguna misión importante y podría despreocuparse. La relación que entablece con Sosa, a base de miradas y breves encuentros sexuales forjarán más que un simple amorío. Él está dispuestos a convertirse en un héroe dantesco por su amada. La cámara de Trapero es virtuosa. Capta la escencia de cada secuencia. Hay un plano secuencia que no se anuncia con bombos y platillos, pasa casi desapercibido, y no se siente caprichoso con el resto del relato. Los planos tienen una duración larga. Los movimientos de cámara son sutiles, lentos, suaves. Cuando la acción empieza, tampoco caen en la tentación de volverse rápidos y cortos. Las imagenes que hay en pantalla son lo suficientemente duras como para convertirlas en un show circense. Este es un policial negro que no depende de ruidos altisonantes ni montajes frenéticos para atraparnos. El detalle que esconden los planos scope permiten distinguir rasguños, personajes y deterioros en los edificios (el impresionante hospital público, por ejemplo). Para representar la realidad, hay que crear un universo paralelo. La película anterior de Pablo Trapero (El bonaerense) no lograba eso y caía en en algunos errores del cine "extranjero" for export (pienso en ese tan prometedor director que era Iñárritu). Esta vez, no: sólo basta ver a Luján y Sosa dialogando frente a un destrozado cuerpo en un frío asfalto, rodeados por la cálida y amarilla luz de la ciudad, para lograr una conexión profunda y dura. Es decir, entrar al universo que propone esta historia, y que a su vez, no es ninguna fantasía lejana.