Cuando hay que evitar dormirse. Freddy ha vuelto una vez más, pero con un nuevo rostro. El resto, básicamente, sigue siendo igual. Otra secuela (perdón: reinicio) que no está a la altura del original. Por suerte, está varios escalones más arriba que el resto de remakes (o no) de terror. Piensen en Halloween de Rob Zombie, y esta Pesadilla en la Calle Elm es casi El ciudadano Kane. No habla tan bien de la película, como habla mal del resto. La cosa es más o menos así (para los que no vieron esa divertida película del director de El despertar del diablo... de nuevo, la original, claro): un grupo de adolescentes sufre el acoso de un hombre desfigurado. Tiene el rostro quemado y un guante con filosas y mortales garras. El maquillaje del nuevo Freddy no tiene ni la mitad de la onda del primero, pero bueno, sigamos: este psicópata ataca cuando los jovenes sueñan. O mejor dicho, cuando duermen, transforma sus sueños en pesadillas. Agradecidos aquellos que tengan la oportunidad de contarlo. Esta película copia varias secuencias de la original: desde el momento de la garra en la bañera, hasta la desesperación de los protagonistas por mantenerse despiertos. Incluso, todo el entramado policial que en la original (quizás por eso, porque era original) era más interesante. La copia la cumple dentro de lo aceptable, agilizando las cosas y yendo directo a los asesinatos. Lo que realmente aleja a esta película de la recomendación segura, es que no termina ni de asustar ni de ser cómica. Sus intenciones, claramante están enfocadas a lo primero, pero... ¿por qué no hacer ambas? En USA fue muy mal recibida. Las críticas se ensañaron con el producto. Creo que Sam Raimi demostró que una buena película de terror hoy en día debe combinar una buena dosis de sustos y toques cómicos. De hecho, la primera Pesadilla tenía varias secuencias surrealistas, imposibles, y sí: oníricas. Esta tiene poca inventiva. Y cuando la tiene tropieza increiblemente consigo misma. Y vamos a dar un spoiler (si usted, querido lector, está leyendo hasta acá, o tiene mucho interés en la nueva de Freddy, o ya la vió): Fred Krueger ahora tiene un nuevo trasfondo. No es que su personaje necesite un respaldo dramático digno de Shakespeare, pero cuando se insinúa que el tipo es un pedófilo, las cosas se ponen más interesantes y espeluznantes. El problema es que sus víctimas, acosadas también en la vida real, no guardan el menor recuerdo. Si eso es un mecanismo para dar un giro "inesperado" en la trama, es patético. Además, si intenta ser una película de terror, debería por lo menos, tener un poco de ritmo para dar los golpes de efecto. Chica escondida en el placard y ¡zas! Freddy aparece al lado, entre la oscuridad. Chica que se agacha un par de veces adelante de un espejo y ¡zas! no pasa nada. Pero en unos pocos segundos, sí. Plano general de un pasillo y ¡zas! alguien pasa delante de la cámara. Hasta ahora, la enumeración pareciera que apunta a la originalidad, pero no: vean la película, y se darán cuenta que todos estos momentos están desfazados. Dan demasiado tiempo para pensar, y cuando el golpe llega, no tiene efecto. Lo que rescato del film, pese a sus numerosas y reiteradas fallas, es que por lo menos, la estética está algo cuidada. Principalmente la fotografía, que tampoco es ninguna maravilla: sólo digo que con respecto a la media de este subgénero de remakes de films de horror está bastante bien. Hay una pequeña referencia: tenemos por unos segundos una imagen de Saturno devorando a sus hijos, del Goya. Hay talento en la producción, aunque sin dudas el director no supo aprovechar al máximo todas sus posibilidades. Una mala elección sin dudas fue el diseño de la cara de Freddy. Jackie Earl Haley (el pedófilo de Secretos íntimos, Rorschach de Watchmen) también prueba ser una elección fallida. El actor resulta más interesante sin la cara quemada y la voz tenebrosa. De hecho, resulta más inquietante sonriendo y acariciando a los chiquitos del jardín de infantes que haciendo ruidos con las garras. Para odio general, todo termina sepultado cuando la película opta por el slasher puro y duro. Freddy achura a los adolescentes que son estereotipos como para atraer a la posible repelida platea femenina (de ahí que deambule con cara de zombie el clon de Robert Pattinson que hace unos meses vimos en Invocando espíritus) acaso alejada por el derrame de sangre. Repito: mucho mejor que la media, lamentablemente. Debería estar más enojado, pero entre tanta remake berreta, trato de ver el vaso medio lleno. Aunque quizás, ni siquiera esté por la mitad.
No vuela más alto Los estudios de Hollywood tienden al efecto multiplicador para las secuelas. La verdad es que muchas veces da resultado. Puedo traer como ejemplo cualquier franquicia más o menos exitosa que venga de norteamerica para demostrarlo. Desde las aventuras de un pirata caribeño hasta los saltos del hombre araña, todo crece. Hay más villanos, más subtramas, y muchos más minutos. Podriamos parafrasear a Roger Ebert y decir que cuando una película buena nunca es demasiado larga y una mala nunca es demasiado corta. Pero lo que les juega en contra a estas secuelas es la desmesura de personajes y situaciones que tienen. Plus: el público espera algo mejor y no necesariamente "más". Este síndrome afecta sin dudas a Iron Man 2, que ve a Tony Stark de regreso, para combatir a dos enemigos Whiplash y Justin Hammer, luchar contra una enfermedad mortífera, proteger su armadura del Estado nacional, hacer nuevos aliados, e incluso recibir la oferta para pasar a formar parte de una liga de superhéroes. Stark no es el atolondrado y torpe Peter Parker o el esquizofrénico Bruce Wayne. El tipo no tiene poderes sobrenaturales y el principal motivo por el cual es Iron Man (y que ya había explicado en la crítica del primer film) es porque es cool. Así queda claro en una de las primeras secuencias, donde Tony, mofándose de haber dejado atrás su identidad secreta, sale a escena, para ser aplaudido y vanagloriado. Recordemos: al final de Iron Man, Tony decía en público que era el hombre de hierro, conmoción, y títulos finales con la música de Black Sabbath. La apuesta para la secuela era mucho más alta: ¿que podía pasar con los enemigos de Stark ahora que sabían su identidad? ¿como iba a reaccionar el gobierno ante su "juguetito"? ¿podría Tony con su genio caber en el rol de superhéroe? A la primera pregunta responde Mickey Rourke. Da la sensación que el descubrimiento de la identidad de Iron Man sólo provocó que un viejo enemigo ruso de la familia armamentista entrara en cólera. Pero parece que la sociedad toma la revelación más como una nueva celebrity que como el acontecimiento que supondría semejante afirmación. Entonces, Ivan Vanko se unirá a Justin Hammer (Sam Rockwell, redescubierto por el film de ciencia ficción En la luna) un emulo de Stark pero sin el éxito (ni las chicas). Hay más apariciones, pero tienen más que ver con la futura saga que planea lanzar Marvel: por allí deambulan Samuel Jackson en su simpático papel de Nick Fury y Scarlett Johansson como la infartante Natalie Rushman. Pero claro, ellos están para condimientar lo que vendrá de aquí a dos años. Para la segunda pregunta, Don Cheadle reemplaza con menos carisma a Terrence Howard en el papel del amigo Rhodey, quien, trabajando para el gobierno de USA, deberá intentar que el Howard Hughes moderno entregue su armadura. Por las buenas o por las malas. Armen la secuencia: amigos-enfretamiento- amigos nuevamente y voilá. Y la última: para nosotros, la película es Tony Stark, o mejor dicho, Robert Downey Jr. devorándose cada minuto en pantalla y probando que es un gran actor cómico (perdón, es un gran actor: yo lo redescubrí en Zodíaco) con sus gestos y su precisión, su ritmo, para cada chiste. Los demás, con el tiempo que tienen en pantalla, no pueden lucirse mucho. El más perjudicado sin dudas es Mickey Rourke, cuyo personaje tiene un atractivo mucho más grande que el apenas esbozado en pantalla. Pero termina siendo un villano de stock para proporcionar grandes secuencias de batallas robóticas en el último acto. El guionista Justin Theroux (de la gran Una guerra de película) inserta como puede todo esto en el film. Las cosas no se van al demonio como en El hombre-araña 3 (la peor del pasado arácnido), y todo se asemeja más a una sucesión de problemas y descenlaces para avanzar al nuevo problema. Es dinámico, pero también es light. Hay varios chistes que por suerte, funcionan y siguen haciendo esta nueva saga, por ahora, un producto atractivo. Eso sí: no existe el comentario político de la película anterior (está bien, hay, pero poco, sin espacio para expandirse) y tampoco esperen grandes cuestionamientos morales acerca de lo que significa ser un superhéroe. Por suerte, el director Jon Favreau es lo bastante listo como para nunca pasarse al dramatismo barato ni a la falsa épica. Incluso él se permite un divertido papel que revindica su tono juguetón e infantil (y esto no lo digo para nada en sentido peyorativo). Pero juntar tanto material hace que la compresión dañe al producto final. Iron Man 2 sigue siendo una película cómica antes que otra cosa. Es una lástima, sí, que no se anime a más (yo no pido el aura oscura de El caballero de la noche tampoco) y que sólo vuele a la misma altura que su predecesora. ¿Es este un film menor? Sí. Acá ya no existe el factor sorpresa ("que gran performance de Robert Downey Jr.") y tampoco la escalada. La película navega (con un capitán que sabe entretener a su tripulación todavía y cada tanto trata de revertir el caos marítimo) en las tranquilas aguas que sin duda la llevarán al éxito mundial en la taquilla.
Sátira sin gracia La película prometía. El trailer e incluso los primeros minutos anticipaban una (posible) gran comedia sobre la guerra en Irak, la locura militar e incluso una ácida crítica a los medios de comunicación (la llamada "guerra de las luces" por televisión). Todo quedó en promesas. Hombres de mentes se siente como si fueran un par de chistes (medianamente) ingeniosos como para reunir a una troupe de actores para que se diviertan un rato. Una lástima, porque tener en un cast cómico a Ewan McGregor, Jeff Bridges y George Clooney, es algo digno de mejores resultados. Obi-wan Kenobi es ahora un periodista que, atisbos del destino, terminará con una gran historia en sus narices: un grupo paramilitar estadounidense con poderes psíquicos. Claro que eso bien podrían ser puras patrañas. Allá irá Ewan McGregor/Bob Wilton a investigar. Además, el hombre tenía la imperiosa necesidad de probarse y hacerse necesitar como persona. Así que nada mejor que ir al frente de combate. Una vez allí, contará con la ayuda de Lyn Cassady (George Clooney), quizás el único miembro de ese antiguo grupo de soldados hippies que realmente tuviera algún tipo de poder mental. Pero bueno, el tipo tampoco parece estar del todo bien de la cabeza. Lo que siguen son un montón de situaciones pseudo cómicas que intentan repetir hasta el hartazgo los pocos chistes funcionales. Por ejemplo: el líder de la antigua banda es Jeff Bridges, el hippie por antonomasia. Eso igual ya lo había probado con su inmortal criatura The Dude en El gran Lebowski. Ok, Jeff igualmente es simpático y lo banco. Seguimos. Ewan McGregor recibe constantes referencias con doble sentido a la fuerza jedi. Gracioso la primera vez. Cuando empieza a ser un término con el que se manejan todos estos lunáticos ya es demasiado. El film también acarrea otros problemas (después de todo, decir que resulta gracioso o no es lo más arbitrario de esta crítica): pareciera que quiere abarcar muchas cosas y no abarca ninguna. No es ni una crítica, ni una sátira. Si la comparamos con Una guerra de película, del gran Ben Stiller, esta producción empalidece totalmente. De hecho, pareciera que el guionista se enredó demasiado con las subtramas o que algún editor manos de tijera podó el material que hubiera hecho más interesante el resultado final. No recuerdo ver flashbacks tan largos como los que vi acá. Pareciera que hay un cierto desinterés en la historia principal y como sea hay que llegar a los relatos del pasado por Lyn Cassady, para ver a todos esos soldados extravagantes. Como sea, no existe la mínima cohesión narrativa entre las muchas subtramas que se intentan introducir. De todos modos, no todo es malo. Hay varias cosas rescatables: el buen timming que tienen todos los actores (a los ya mencionados, sumamos a Stephen Lang, el militar malvado de Avatar y Kevin Spacey). La fotografía está cuidada (colores saturados, típicos de la comedia norteamericana) y cada tanto ofrece algún imponente paisaje de Irak. De hecho, la mayoría de los rubros técnicos están bien. Hay un tiroteo por las calles de la ciudad arábica que deja la sensación de que si se hubiesen hecho las cosas con un poco más de esmero (principalmente de los guionistas) estaríamos hablando de un producto mayor. Al final, parece que esto fue una buena excusa para una reunión de amigos. Por lo que se ve en pantalla, seguro que todos se divirtieron mucho en sus respectivos papeles. Lástima que nosotros, poco y nada.
¿Calma en la superficie? Durante una clase de catecismo, una chica aelaman que estará entrando en la adolescencia, trata de mantener la calma entre sus alborotados compañeros. No puede, y es reprendida por su padre, que es además, el profesor y el Pastor de la pequeña comunidad. La chica, cansada un poco por los abusos disciplinarios de su estricto padre, se desmaya. Sabemos, por su manera de ser, que eso no terminará ahi. Habrá una venganza, y será la explosión de odios y reconres, contra un tercero, totalmente ajeno a esos problemas. Esa es una de las tantas (sub)tramas que hacen de La cinta blanca (titulada así por el listón que debían usar los niños para recordar la pureza) una película imperdible. Poderosa, tensa, de autor. Pero cuidado: no es para mí la mejor de Michael Haneke. Pareciera que entre tanto decorado, tanto vestuario y recreación de un pueblito de inicio del siglo XX, el alemán director de Caché - Escondido y La pianista pierde un poco el ritmo. El film dura dos horas y veinte minutos, aproximadamente, pero se siente un poco más largo, quizás también por la frialdad del relato y la ausencia de música. Claro que también, el impacto emocional e intelectual que ejerce al terminar, es mucho mayor que la mitad de las películas que acostumbro a ver. La idea que propone Haneke es la siguiente: esta acumulación de odio, de resentimiento, es lo que podría haber sido la antesala del nazismo. O de los nazis. La cara de un chiquito hostigado mentalmente por su padre, es una de las imagenes más potentes del año pasado. Podríamos pensar que es el huevo de la serpiente. Tampoco es casualidad la ubicación y el tiempo en el que se ubica la historia. La película está en blanco y negro, y su fotografía es imponente. No sólo por los paisajes de la campiña alemana, sino por cada plano que esconde terribles sucesos. El fueracampo siempre fue un arma que Haneke utilizó muy bien. Los mejores momentos son aquellos donde la escencia retorcida y perturbada de Michael Haneke se esparce. Si en Caché la sensación era que el peligro podía estar al acecho, listo para explotar en cualquier momento, acá la sensación es que estamos asistiendo a la génesis del mal, y no podemos hacer nada para impedirlo. Una impotencia que también sufre el joven protagonista, un profesor que sólo quiere construir una prolífica relación amorosa con la jovencita Eva. Hay muchas subtramas y casi todas están entrelazadas. Una multiplicidad de voces y miradas que recuerda, un poco, a Robert Altman. Con menos éxito, claro, trata de ir al corazón de las relaciones entre diferentes clases sociales. Uno de estos momentos tiene lugar luego de una pequeña celebración en la mansión del Barón y la Baronesa de la comunidad. Alguien del pueblo, aparentemente no muy contento con los dos, se encargó de destruir toda la cosecha. El mal latente. Una secuencia con un timming fabuloso, y que devela los mecanismo para el ojo ejercitado en el cine del director de Funny games tiene lugar cerca de un lago. El niño rico está alegre con su flauta. Pero el ritmo enloquece a los hijos de los peones. Algo pasará. Seguro. Si bien con el correr de los días La cinta blanca creció en mi cabeza, volviéndose cada vez más fascinante, tengo que ser justo y admitir que hay un par de cosas que no me convencieron. En primer lugar, Haneke tienen (o siente) la necesidad de incluir una historia romántica entre dos personajes benévolos, como para lograr la empatía y el calor con el público. Está bien, decididamente no es esta una película masiva, aunque si una más "digerible" que Caché. El mismo director se encargó del guión, y se nota en algunas situaciones demasiado explicativas o relatos truncados por una voz en off que es la del protagonista, a una edad mucho más avanzada. Y a veces (sólo a veces) me surgió la incómoda idea del síndrome scorsese: pareciera que con tanta producción, con "tema importante" y actores alemanes reconocidos que se mezclan con nuevos intérpretes (la mayoría de los niños, surgidos de un inmenso casting) para obtener algún premio grande. La Palma de Oro la obtuvo en Cannes, y hasta la nominación al Oscar, en la que muchos predijeron una victoria y asi, una especie de vuelta al reconocimiento de grandes autores extranjeros que son la alternativa al cine de Estados Unidos. Un año más, ganó una película que, por el contrario, se amolda perfectamente al tipo de cine de Hollywood. Pero la sorpresa que da Haneke es, como Tarantino el mismo año, utilizar un subgénero que ultimamente rondea lo solmemne e insoportable (pero que parece para los académicos, importante per se, vean sino The reader) y convertirlo en una suerte de despedida inteligente y elegante. Sí, hay muchos directores que ya usaron una temática similar, pero vean este film, y digánme si no les queda la sensación que, al conocer lo que vendrá luego de los créditos, esta vez, la conclusión es el inicio. La historia tiene ribetes del policial poco convencional cuando los siniestros aumentan. Desde brutales castigos corporales a los pequeños de la aldea, hasta un granero en llamas. ¿Acaso son capaces los niños de esto? Todos los indicios apuntan a ellos. Y hay algo bastante perturbador en ese pensamiento. Pero tampoco los adultos están limpios: el doctor del pueblo sufre un "accidente" a caballo en el inicio. Cuando se recupera, descubrimos que el hombre no es precisamente ningún santo, y razones para atentar contra él, sobran. En ese mundillo de hipocresía, el rey es el Pastor. Lo que lo hace un personaje tan interesante, es, como todo buen villano, que hace lo que cree correcto. Cuando castiga a sus hijos, y los obliga a usar el listón blanco, él cree educarlos bien. Uno de los diálogos finales es una demostración del impresionante actor Burghart Klaußner (quien también trabajó en The reader) y cómo para ese momento, nos creímos hasta el mínimo gesto de su personaje. En sintesís, esta gran obra trata de simular la aparente calma en la superficie de las relaciones en ese pueblito alemán. Pero a medida que el relato avanza y se desenvuelve, notamos que la apariencia es sólo eso. Que en el fondo, al agua está fría, helada. Y hay oscuridad. Mucha.
Una de las cosas más impresionantes de esta película francesa es como evita la mayoría de los clichés del (sub)género carcelario y construye una historia potente y cautivante, que a la vez está recargada con comentarios sociales. Desde Expreso de medianoche, la polémica película de Alan Parker, que una película no me conmovía tanto. No quiero decir que Un profeta sea un drama lacrimógeno, para nada. Pero es una fuerte historia de supervivencia y aprendizaje. Sí: es una historia que creemos haberla escuchado. Pero nunca visto. Y menos así. Malik El Djebena es demasiado joven cuando ingresa a la prisión. No sabemos por qué, y tampoco interesa demasiado. Sólo sabemos que debe pasar unos 3 años, si se porta bien. Pero portarse bien quizás signifique salir antes en una bolsa de plástico. La vida en prisión tiene sus propias reglas y leyes. Nosotros entramos a ese mundo no como seres inocentes, sino como espectadores que de algún modo u otro, sabemos lo que espera. Audiard juega con eso, y a medida que el relato fluye, se permite mostrar pequeños y grandes engranajes que mueven la vida carcelaría. Entre los pequeños, contamos el tráfico de drogas (especialmente en un divertido montaje con música de rap, Corner of my room) y las coimas a los guardias. Mientras que para los grandes engranajes, se necesitan matones fríos y sádicos. Muchachos que no tienen demasiados sesos, porque les basta con el cerebro de su líder. Niels Arestrup, quien trabajó con Jacques Audiard en su film anterior, llena la pantalla con cada aparición. Es el Lord de la prisión. No, el Lord no, es el amo. No sólo controla a los guardias, y aparenta tener mucha más libertad de la que en realidad tiene, sino que escapa a ser sólo una figura temeraria. Sabemos que en el fondo, lo que más ansía es recuperar su vida fuera de los muros. Cuando charla con su abogado, que le informa que todavía tiene un largo tiempo tras las rejas, lo único que acumula es odio. César no es un padrino. No cumple deseos de los demás, sino que los utiliza para sus propios fines. ¿Y qué ganan sus trabajadores? Nada, pero por lo menos no pierden demasiado. El mayor acierto de Audiard es conseguir a la vez un relato de iniciación (en este caso, en la vivencia carcelaria) y destrucción, no de una persona, sino de varias. Asistimos con igual de interés a cada historia, sea principal o secundaria. Vemos, en más de un sentido, crecer a los personajes, y ellos nos importan. La cárcel se divide en dos grandes grupos: los franceses y los árabes. Una de las mejores películas del 2008 también transcurría en una suerte de prisión para adolescentes, y trataba el tema de la interracialidad que convive en el país europeo. Esta película va un poco más allá proponiendo como héroe a un mestizo. Malik es un árabe, despreciado por los franceses y más que nada por su jefe, César, e ignorado por los árabes, que lo creen francés. Un mestizo que sufre de los abusos de sus razas. En ese crisol, él se tiene que conseguir un lugar. Y en este punto difiere y se diferencia de la mayoría de las películas del género. Hay un crecimiento en el personaje, pero es tan sutil que, para cuando empiece a tomar, literalmente, las armas, la transformación es algo natural y no un simple deus ex-machina. Quizás lo que resulte un poco frustrante es el elemento fantástico que tiene la película. Sólo son algunos minutos esporádicos dispersos en el relato general, pero pueden confundir: Malik sueña y habla con su primer muerto. De esos sueños saldrá el título que da origen al film, pero hacia el último tercio descubrimos que el hombre es un profeta, también, por otras cosas. Aunque el protagonista es un presidiario, no todo transcurre en la cárcel. Algunos permisos por "buena conducta" le valdrán salidas para cumplir distintos encargos de su jefe. Cada encuentro que mantienen los dos es tensión pura. Es una relación más de trabajador-empleado que de padre-hijo. Luciani es un hombre de temer, pero uno intuye que algo nervioso está ante la pasividad de su nuevo siervo. "Te ordeno que preparés café y lo seguís haciendo" le incrimina, asombrado, el crime boss. Uno de los aspectos más interesantes de Un profeta es cómo están construidas las secuencias de acción. Los movimientos y las posiciones en las que se ubica la cámara, le otorga realismo y "suciedad" a las imágenes. Uno de los asesinatos del profeta, no sólo es de los más brutales que haya visto hace mucho tiempo, sino de los más memorables. Sufrimos con el protagonista, y los planos están pensados para aumentar la tensión y el suspenso por cada minuto que transcurre. Esta película es demoledora, cruda, e inteligente. Mientras que se puede disfrutar como un relato carcelario, Un profeta esconde varias aristas que permiten varias revisiones. Ni hablar de la química que tienen en pantalla sus dos protagonistas. Basta verlos en el patio, en medio de la nieve, para sentir que las cosas no pueden estar tranquilas por mucho tiempo más.
¡Libéranos, Kraken! Esta película debería haber sido una comedia. David Zucker en sus mejores épocas, y con un presupuesto mejor aprovechado, seguramente hubiese hecho algo más memorable que esta basura. Los pocos momentos cómicos de Furia de titanes, no logran esbozar apenas la mínima sonrisa: para cuando vienen los esporádicos chistes, uno quisiera que Zeus se canse y large al Kraken y se acabe la película. Para peor (y esto no es spoiler de nada: dos poster y el trailer bastan para figurar todo lo importante que va a acontecer en el film) cuando el dios del Olimpo finalmente decide largar a la bestia, imploramos que los proximos en ser liberados seamos nosotros, pero de la sala del cine. No me interesa reprocharle a la película cuan fidedigna es o no con la mitología griega (después del advenimiento de los minotauros, hidras, y demases, a la cultura popular juvenil con los videojuegos, todos son "expertos") sino lo pesada que se vuelve en sus dos horas de duración. Lo que voy a buscar cuando una película se titula Clash of the titans, es una carnicería, un choque furioso y tremebundo entre humanos y monstruos míticos. Algo memorable. Uno de esos trash-films que uno puede ver y volver a ver. En cambio, me tengo que conformar con un montaje rápido que trata de darnos a entender que las criaturas computarizadas y los humanos sobre pantallas verdes se están matando. O algo así. Louis Leterrier es un director francés for export. Sus obras más conocidas son la segunda parte de El transportador y El increíble Hulk. Ahora más que nunca se suma a la lógica de: que-no-se-entienda-nada-pero-que-parezaca-acción. Si bien la película de Ray Harryhausen, que inspiró esta remake, no es muy buena (para quien escribe, apenas podría decir que es buena), los muñequitos de plastilina en stop-motion (aplastados en su momento por los AT-AT de El imperio contraataca) generan cierta empatía hoy en día. Nada que ver con cualquiera de las decisiones estéticas de Leterrier: desde las manifestaciones divinas (CGI, carentes de todo lo que hacía "clásico" al cine de Harryhausen), pasando por cualquier set-piece o pieza de vestuario (uno nunca tiene la sensación de ver un grupo de soldados de Argos, sino a un grupo de extras barbudos), hasta la armadura de Zeus, una vomitiba bola de boliche que más bien parece un viejo televisor Magnatech mal sintonizado. Supongamos que alguien lee esta review y quiere saber de qué trata Furia de titanes, y supongamos que este crítico no quiere hablar de lo vergonzo del guión, de cómo se resuelven los problemas (y cómo se generan). Entonces, uno tendría que hablar de algo así: Sam Worthington el avatar/marine, humano/máquina de Avatar y Terminator: La salvación es ahora un humano/semidios. No se dejen engañar: a pesar de la cara de bronca que simula tener todo el tiempo, Worthington es un tipo carismático. De madera (y acá va más valoración para Avatar) pero un héroe de acción. Como sea, Perseo quiere vengar a sus padres, muertos por la intervención divina (de Hades, el dios del inframundo) y además, puede probarse y salvar a la ciudad de Argos del caos total cuando Zeus libere al Kraken. El elenco lo completan Oskar Schindler y Amon Goeth como Zeus y Hades (o Liam Neeson y Ralph Fiennes), Gemma Arterton (la chica de los 5 segundos de fama en Quantum of solace) y Mads Mikkelsen como el desconfiado Draco. Estos son parte del grupo que lo acompañará en la travesía. Están además los extras que sirven para morir, y dos cazadores que tratan de ser el alivio cómico (que Leterrier maneja sin pulso, algo que sabía hacer Sommers en las dos primeras partes de La momia). El viaje los encontrará con criaturas computarizadas, escorpiones gigantes, seres sin carisma, brujas que practican la futurología (y deben ser parientes del hombre pálido de El laberinto del fauno) y algún rey deforme. Nada más. Si uno espera minotauros, centauros, titanes colosales y acción, mejor que alquile Hércules, la película animada de Disney. Si hay algo por lo que Furia de titanes será recordada es por su utilización del 3D. Cuando todavía a James Cameron le cuesta convencernos de que el 3D no es el resurgimiento de una simple atracción de feria con el único fin de acrecentar ganancias, Furia... se encarga de confirmar todos los males de este sistema. Realizada en 2D, convertida en postproducción a 3D, la imágenes horrendas que vemos en pantalla parecen sufrir parte del mestizaje de su protagonista. Por un lado, hay claros efectos (al principio y al final) como para justificar la conversión al 3D. Por el otro, todo el film es tan chato, carente de profundidad y de imaginación, que uno se pregunta por qué nadie en la postproducción pensó primero, en tratar de pasarla a 1D.
Sin lugar para los dramas (en exceso). Loco corazón sería un estreno directo a DVD, si no fuera por la presencia de Jeff Bridges. No es que sea una mala película, pero toda la historia uno ya la sabe de memoria: antihéroe adicto al alcohol, con problemas familiares y sentimentales, que tiene la oportunidad de redimirse. Acto seguido, la nueva caída y la recuperación (o no) final. Sin ir más lejos, el año pasado, pudimos disfrutar en los cines de El luchador, esa película donde Mickey Rourke resucitaba como un tipo golpeado, en más de un sentido. Está bien, el film tiene nombres además de Jeff Bridges, pero sinceramente, Maggie Gyllenhaal nunca me terminó de convencer como la reportera que se enamora de Bad Blake. No digo que esté sobreactuada, sólo que me pareció un poco en piloto automático: una carita de felicidad por acá, una carita de llanto por allá, y listo. Al Oscar. Pero bien distinto es lo que sucede con Bridges. Si la película tiene un corazón, loco, lleno de sangre, capaz de hacer creíble a su protagonista, darle vida, identidad, y que nos interese lo que sucede, es el de Jeff Bridges. Ok: no es The dude, ese mítico personaje por el cual debería haber ganado el Oscar en su momento. Pero Bad Blake (o Blake el Malo...) es otra gran composición del actor la primera remake de King Kong. Aquí, cada plano parece favorecerlo. Ya sea que ponga su atención en su salvaje y descontrolado cabello, o en su mirada cansada y llena de arrugas, uno siente al verdadero músico (aclaro: esto no es ninguna biopic) en pantalla. Algunas de las claves de Bridges, para que aceptemos a sus personajes, pasan por pequeños detalles como un cinturón desatado, o el mal aliento que se sugiere siempre que anda cerca. Parafraseando a Johnny Deep/Ed Wood: Bad Blake viviría con ese tipo de problemas todos los días. O mejor dicho, haría a su esencia. Si en El gran Lebowski Jeff era el antihéroe de los '90, un tipo vago en Los Ángeles, ahora es una mezcla, un pariente lejano, del dude con Randy The Ram Robinson. Uno puede suponer, que seguramente Blake fue un votante de Bush en su momento, y hoy es más bien, un republicano de los más pasivos. Y esto no es un pensamiento aleatorio: si el espectador imagina moementos del personaje más allá de lo que se muestra en pantalla, es porque tiene piernas, tiene vida propia. Bad Blake es un cantante de música country. Su hora de éxito ya pasó, y se dedica a cantar en pubs o en pequeños bowlling alleys para sus fieles seguidores, tan avanzados en edad como él. Cada tanto aprovecha el fanatismo de alguna seguidora. Noche tras noche regresa a su hotel de mala muerte donde se emborracha. Pero la historia, tan trillada como sabemos, no hace tanto hincapié en los pesares del cantante. Sino más bien, es un reflejo del sentimiento de un artista de música country. No caben dudas que algunos de los momentos más placenteros son cuando Bad se encarga del hijito de la reportera. La química que los une es real. Si la relación amorosa principal falla o se siente falsa, es por culpa de la hermana de Jake Gyllenhaal (más allá de todo el cliché que pueda haber en sus frases). Pensemos en Tommy Sweet, la nueva estrella de la música country. Fue instruido por Bad Blake, y parece que hace años no se hablan. Ahora, en el camino a la recuperación, Bad deberá aceptar ser su telonero. Y el encuentro entre ambos, quizás casualidad, quizás no, evade el cliché. Uno esperaría una actitud más reacia o resentida entre ambos. Por el contrario, se saludan reconciéndose viejos amigos. No dura mucho: los diálogos que tienen son de lo más explicativo y torpe de todo el film. Están Robert Duvall por allí y hasta Ryan Bingham, productor y compositor de la música del film, que verdaderamente es bonita. No sé si es la mejor canción original del 2009 (justo en el año en que se iban a poner más exigentes, los académicos, a mi gusto, nominaron 5 canciones que no iban a tener mucha vida más allá de su película), pero The weary kind resume un poco la sensación que tenemos al terminar de ver Loco corazón. Nos parece haber escuchado algo más bien del montón, pero con el tiempo crece en nuestra memoria. El director del film es el mismo guionista, Scott Cooper. Es su ópera prima, según IMDb. Aquí, calificamos de acuerdo a nuestro gusto, y según como la película evoluciona en nuestra cabeza con el pasar de los días. No voy a decir que ser la ópera prima le quita o resta mérito, pero sin dudas, me impresionó la manera en que maneja el ritmo. Si bien todo es un festival de lugares comunes, Cooper sabe evadirlos, nunca dramatizarlos en exceso, y centrarse en pequeñas vivencias de su gran protagonista. De esta manera, la película deja de ser otra historia de redención, y no sólo por Bridges, que sin duda, paga la entrada. Los momentos que más recordamos, son los de regocijo de Puede que alguien que no haya disfrutado el film se encargue de decir que sin Bridges era un estreno directo a video (o más cínico: un telefilm y punto). Pero el formato en el cual iba a estrenarse una película no debería importar (El camino de los sueños, de David Lynch, estaba pensada para televisión) sino cuánto disfrutamos cuando vemos el producto terminado. En otra realidad, sí, sería un telefilm que habría pasado sin pena ni gloria. Pero estamos hablando de nuestra realidad: hoy es una película, grande, con sus torpezas, pero entretenida al fin y al cabo.
Un reino problemático Max es el rey de su propio mundo. Atravesó tempestuosos mares para llegar a una tierra recóndita y enfrentarse a enormes, gigantes y atemorizantes monstruos. Pero su mayor enfrentamiento tuvo lugar en un lugar mucho más común y menos anecdótico. O no. Max es apeñas un niñito revoltoso: pero no es malo. Contruye un fuerte con hielo, y se tirando bolas de nieve a los amigos (y novio) de su hermana, a quien él ama. Siente recelo de la nueva pareja de su madre (no sabemos que es de la vida de su padre) y cada tanto, se pone un poquito loco, saca el salvaje de adentro, y practica lucha libre con su perro. Por eso, que Max llegue a una isla llena de monstruos no signfica pavor para él, sino casi, un lugar que ya conoce. Después de todo, cada una de las criaturas que conocerá y con las que compartirá momentos emotivos, no son más que extensiones o analogías de su propia vida. Aunque la ambigüedad fantasia/realidad sobre lo sucedido tiende a ser menor que en otras películas, uno no puede dejar de ver todo como la cosmovisión, la intromisión en la cabeza de un chiquito. Con sus miedos y alegrías. Spike Jonze es el director de una las mejores películas de la década pasada. En El ladrón de orquídeas, nos metiamos de lleno en la mente de un atribulado guionista. Y también viviamos las emociones del resto de los personajes. Ahora, este director de algunos videoclips memorables, se dispone a meternos en la cabeza de Max. Ya desde los títulos de las productoras queda claro, cuando vemos el logo de WB tachado y reemplazado por "A movie by MAX RECORDS". Que Jonze es un buen director, no lo niego. Aquí se nota en la performance de Max Records (hablando ahora del actor). Hay que saber manejar a los niños, y muchas veces ellos son buen indicador del trabajo con actores de un director. De hecho, si uno quisiera alegar más a favor de Jonze, podría hablar sobre el tono arriesgado de la película que, para este crítico, es algo frívolo. Es toda una apuesta en una película para chicos tratar las decepciones infantiles (mejor dicho: humanas) y problemas contempóraneos de una manera tan melancólica y hasta oscura. Uno de los momentos más bellos del film, y que explica un poco esto que quiero transmitir, tiene lugar en medio del desierto. Max y Carol (el monstruo con el que establece la relación más estrecha, y el que lo coronó rey) empiezan a hablar sobra la fugacidad de las cosas, del mundo y de la vida. De hecho, el lugar no es casual. Ese desierto solía ser algo. Ahora es sólo arena. Todo pasa, con mayor o menor rapidez. Y en eso, Max habla sobre el Sol, más específico: sobre la muerte del Sol. Y su enorme y peludo amigo no lo puede creer. Él es grande, enorme, y Max es el rey. ¿Cómo se pueden preocupar por una cosa tan chiquita como el Sol? Yo no tendría problema si la película más o menos mantuviera ese tono (o ese nivel de poder emocional) todo el tiempo. Pero parece que la adaptación falla un poco acá. Asistimos a juergas entre los monstruos, rituales, peleas de barro, e incluso a la construcción de un edificio al tono de la música empalagosa (o mejor dicho, que en el film empalaga) y a ritmo de videoclip de Karen O. Pero la película se hace un poco larga. Jonze decidió no hacer tanto un film para chicos sino uno para adultos. Y también declinó convertir a los monstruos en monigotes CGI para que, siendo trajes reales, su textura no fuera artificial y permitieran una conexión emocional mayor. Aquí otra de mis críticas: si bien es algo bueno, no dejan de parecer muñecos cuando corren, saltan o se tiran bolas de barro. Mientras más quietos están, mejor. La clave del film es ver todo a través de los ojos de Max. Hay emociones encontradas, y nada parece demasiado seguro. La pelea de barro que en un momento es puro regocijo, se convertirá en algún que otro llanto, malentendido y terminará por opacar cualquier atisbo de felicidad. No importa en que lugar se encuentre Max. Aprenderá que en ninguno las cosas son exactamente como él quiere, por más que sea rey. "La felicidad no es la única manera de ser feliz" dirá un monstruo al joven mandatario. Y quizás el no lo entienda, como el público más joven, pero es algo que Max aprenderá en el transcurso de la vivencia en la isla. En todos lados hay peligros, preguntenlé a Dorothy, la chiquita que tenía que cuidarse de la Malvada bruja del Este, sino. En el cuento de Maurice Sendak, era claro que Max se embarcaba hacia lo más profundo de su imaginación para escapar no de un drama familiar mayor (para nosotros) sino de un reto de su mamá. No salía de su habitación, pero cruzaba el océano y llegaba a una isla misteriosa. Los monstruos lo querían comer, lo terminaban adoptando como rey, y cuando llegaba el momento, él los abandonaba. "Te comeremos, no te vayas" decían los melancólicos bichos. En las ilustraciones, ellos eran una combinación de diferentes animales (claro, para los chicos todo tiene cara de perro o gato, como en La historia sin fin). Y había un dato para nada menor: la luna, cuando Max comenzaba el viaje, estaba media llena. Al llegar estaba completa. Ahora, para mí el relato es más emocionante y entretenido (y corto) que toda la película. Pero bueno, tampoco está tan mal.
Manual de aprendizaje para el buen cristiano. Esta película es dañina. De veras. No sólo porque parece más un panfleto ideológico antes que una película, sino porque sus personajes tienen tanto carisma como los de cualquier publicidad de la pasta dental que deja los dientes más blancos que nunca. Es un festival de clichés, que en vez de conmover logra que uno sienta vergüenza ajena. Algunos diálogos y situaciones están tan, pero tan subrayados, que de existir una calificación para géneros cinematográficos como "infantil", Un sueño posible tendría un lugar bien asegurado. Poco me importa cuán fidedigna es o no. Es como decir que cierta abominación cinematográfica es buena porque "el doctor de verdad curaba con la risa". El cine es cine, y si para que una película sea buena hay que buscar elementos ajenos a ella, entonces, no es una buena película. Eso no quiere decir que uno no pueda hacer comparaciones con una determinada realidad. Sólo que no se tiene que basar totalmente en ella para justificarla. Aclaro por si alguien se ataja de este fiasco diciendo "está basado en una historia real". La cosa es así: un adolescente negro, grandote como un ropero, y muy callado (y todos suponen que sin todas las luces en la cabeza) con un pasado turbio (con la original idea de mostrar flashbacks de segundos donde está llorando) se encuentra, gracias a Dios, con una mujer cristiana, rubia y de clase alta. Sandra Bullock, en el papel que seguramente le valdrá el Oscar a Mejor actriz. Este personaje es como si aquella mujer ricachona y prejuiciosa de Crash: Vidas cruzadas, después de caerse de la escalera, se hubiese vuelto una discípula del Papa. Adopta como suyo al chico este. Claro, el joven no se siente del todo cómodo al principio. La familia, que parece estar siempre feliz, siempre bien, sin matices ni lados oscuros, lo acepta enseguida. Le enseñan el american way of life o sea, mamá fue porrista, y ahora tu hermana también lo es. Papá fue un crack del fútbol americano, y se espera que vos y tu hermanito también lo sean. Claro, también son cristianos, buenos repúblicanos que detestan a los rednecks, pero son tolerantes. De entrada, sabemos que esta película pertenece al subgénero de deportes. De allí viene el título: el "lado ciego" es el punto que un jugador de fútbol americano debe cuidar de sus compañeros. Un metáfora tan simple y obvia que se repite hasta el hartazgo. Cuida a tu familia. Ella te cuida a vos. Hay un par de secuencias, que lejos de conmover, causan vergüenza. Una de ellas es así: Big Mike (así le dicen a este chico negro) está en su nueva casa, mirando un libro donde en la portada, se ilustra el cliché de la familia unida, alrededor del pavo del Día de Acción de Gracias. Big Mike añora eso. Al otro día, Anne (Sandra) ve a Mike comer sólo a la mesa, apaga la tele y reúne a su familia. Van a cenar el pavo todos juntos, y diciendo la bendición del día. O sea, lejos de estudiar ese cliché instaurado en la sociedad, y hacer una crítica sobre cómo afecta a quienes no tienen la oportunidad de tener una familia, la película lo reafirma. Otra de las secuencias bastante flojas, involucra a un redneck que vocífera durante un partido, en contra del jugador negro. La resolución de la secuencia, con mamá Anne poniendo los puntos sobre las ies, es patética. En esta película, los malos son malos y los buenos son buenos. No hay puntos intermedios. Y da la impresión, que salvo por algunos pequeños desajustes sociales (como el "rival" del partido o algún pobretón del barrio) todo iría bien, gracias a cualquier vecino cristiano que se aprecie. Ah, hay un detalle imperdible: la camiseta del equipo de Big Mike denuncia el nombre del equipo "Crusaders" o los "Cruzados". Las mejores película sobre deportes, no tiene como protagonista al partido, sino a todo el entrenamiento. Al preparamiento físico y psíquico anterior. Un sueño posible apenas esboza esto. Hay además, momentos políticamente correctos, como la pequeña y sutil crítica a Bush en la "administración que se demora". No digo que la película sea falsa, o hipócrita, porque desconozco las intenciones del realizador. Quizás todas sea buenas, pero de intenciones no se hace una película. Al enfocarse más a un drama familiar, sobre la aceptación, el rechazo, y la inclusión social, uno espera un producto más inteligente. O cuando no, funcional (en este caso, el melodrama no da en las teclas indicadas y se revela trunco ante cada dispositivo para emocionar). Hay frases del tipo "Nosotros no lo ayudamos a él. Él nos ayudó a nosotros" o "Protege a tu equipo, como si me protegieras a mí". Y no sigo, porque como dije al principio, leer y escuchar eso, es un poco dañino.
Cuerpos sin almas Esta película está basada en un corto de animación, que fue nominado al Oscar en el 2005 (y que se puede ver haciendo clic acá). Ese cortometraje se desarrollaba en un mundo desolado en el cual sólo 3 seres tenían vida, y gracias a sus almas. Bah, uno de ellos se encargaba de robar el alma de los demás. Mutismo absoluto de parte de los protagonistas, que aún así no necesitaban del habla. Era claro cuando tenían miedo y cuando investigaban. Lo que se sugería, era mejor que un voice-over o intertítulos explicativos. Después de todo, la imaginación del espectador se disparaba y así uno podía oscurecer (o no) más la historia. En el largometraje, la misma historia se alargó, y se le agregaron más detalles. Pero eso no necesariamente es algo bueno. Primero, la idea del mundo devastado acá se explica: una especie de gobierno fascista, comunista o alguno de esos gobiernos que alteran la paz y el orden mundial, en su afán por desarrollarse y ser la potencia bélica número 1º, llevó al mundo a la ruina. Sólo quedan muñequitos de trapo creados por un científico, que guarda algo muy valioso. Y para hacer(les) la vida imposible, están las máquinas primas de Skynet, la malévola computadora de la saga de Terminator. Cómo revive la máquina principal y para qué los muñecos tratan de encontrar el mcguffin de la película (una especie de disco recolector de almas) es algo desintencionadamente gracioso. Digamos que el caos se desata por la misma "misión" de los héroes, para que estos tengan, ahora sí, la misión de restaurar el equilibrio. O algo así. Los puntos más altos de Número 9 no son tanto los aspectos técnicos (que están bien) sino el diseño de todas las criaturas, desde las afiladas garras de los siniestros robots (con secuencias "shockeantes" para una película "para chicos", título molesto si los hay) hasta el diseño de los muñequitos de trapo, que reflejan sus personalidades. Pero, aún así resulta muy difícil conectar con cualquiera de estos personajes. No sólo porque sus movimientos y párpados (y ojos) son muy de stock, carentes de cualquier atisbo de gracia y humanidad, sino porque el doblaje (en inglés, según esta crítica) no hace otra cosa que empeorar todo. Los distintos actores-estrellas que pusieron las voces son John C. Reilly, Elijah Wood (Happy Feet), Jennifer Connelly y Christopher Plummer (también la voz de Muntz en Up). Será que uno está acostumbrado a sus voces, puede ser. Será que cada voz se siente distintate, que el voice-acting es débil, y que parece una grabación en un estudio de sonido, donde cada uno grabó en un día distinto, seguro. No sé si fue así, pero poco me importa: las voces no suenan como si fuesen las de dos personajes dialogando, sino que lo hacen como si fueran dos actores recitando líneas para cobrar el cheque de turno. El lado bueno de la película es su medianamente innovadora apuesta por el género de acción animada. Las correrías, explosiones y escapes al borde de la muerte están bien. Pero toda la película carece de alma. Una lástima, si uno se pone a pensar que bien podrían sacrificar un par de muñequitos más para que el film este tenga algo de vida.