Sin texto por problemas en el online.
Se necesitaba tal modorra para apagar tanto fuego Los créditos de esta película no anuncian director, sino realización integral a cargo de Virna Molina y Ernesto Ardito. Lo cual es muy cierto: prácticamente ellos se ocuparon de todo, desde la idea original hasta la música, los sencillos efectos y las voces. De paso también hicieron participar a algunos miembros de la familia. La dedicación que han puesto es harto destacable, no así el resultado, lamentablemente, al que afecta una discutible elección de tono. Quizá por influencia de la tan ponderada dupla Straub-Huillet, eligieron un tono general monocorde, apagado, bastante contrapuesto al de la personalidad que toman para estudio:Mariano Moreno, el fuego de la Revolución de Mayo. Ilustrando su corta y poco discutida trayectoria, leen escritos suyos, cartas de su joven esposa (cuando se casaron él tenía 26 años y ella apenas 14), páginas del libro de su hermano Manuel y otros textos de época, matizados con aportes de Norberto Galasso, Noemí Goldman, Eduardo Durnhofer y similares. La visión expuesta ya estaba en los libros del historiador liberal Ricardo Levene, pero acá se exaltan como positivas todas las declaraciones morenistas de tolerancia cero a los opositores, sus órdenes de cárcel y fusilamiento, su negativa a discutir con los representantes provinciales, en fin, su espíritu "robespierriano". "La imitación de revolución francesa", decía Saavedra en una carta que acá, por efecto de montaje, parece confirmar la tesis de una conspiración criminal contra el secretario de la Primera Junta. Hay al respecto un momento atractivo, cuando un especialista del Museo de la Farmacia explica el posible uso de emético tártaro en el viaje final, que también habría causado la muerte de Napoleón a manos de los ingleses (algo que científicos italianos refutaron en 2008 tras un análisis de cabellos). También atractivas, las objeciones al académico Tulio Halperin Donghi por descreer del famoso plan secreto de operaciones supuestamente escrito por Moreno, y las diatribas de Hugo Wast en su novela "Año X" (también habla pestes de Moreno y Castelli en la deliciosa trilogía de aventuras "Myriam la conspiradora"). En resumen, un asunto interesante, lástima que expuesto con voz un tanto amodorrante.
Sobre el dilema entre ideal social y egoísmo personal
Historia de amor otoñal bien actuada Un hombre que hace rato emigró a Europa con un encargo de sus mayores y allá formó familia, vuelve ahora para ejercer de padrino en la boda de un viejo amigo. La jefa de catering de la fiesta de casamiento es una docente jubilada. No se cruzan ese día, pero él descubre su imagen mirando el video del casamiento. Y el corazón le da un vuelco: esa mujer había sido su gran amor de juventud. No podían vivir separados. Y quiere reencontrarla, solo que ahora ella se niega. Por lo menos inicialmente. Tal es el planteo de la agradable comedia sentimental que ahora vemos, hecha de diálogos risueños, momentos tiernos y buenas actuaciones a cargo de dos queridos intérpretes: Manuel Callau en su primer protagónico, y Ana María Picchio en el primero de los últimos 17 años. El anterior fue en 1986 con otra comedia sentimental, "Chechechela, una chica de barrio", de Bebe Kamin. Y antes, los memorables "Breve cielo", su debut en 1969, y "La tregua", de 1974. Actriz excelente que acá se luce a pleno, parece mentira que el cine la haya desaprovechado tantos años. Detalle risueño, ahora su galán quiere recuperar la juventud como Fausto ante Margarita, que así se llama su personaje, pero él es medio ganso, como el Paquito de "Breve cielo", y para mayor asociación encima le dicen Paco. Pero también es insistente, buenazo y confiable, como corresponde en estas circunstancias. Y otro detalle risueño: Delfina Peña, que hace de Margarita joven, es la propia hija de Picchio, y la nena Juana Dates, que hace de nieta, es su propia nieta. Ninguna de las dos sigue la carrera, pero no puede negarse que llevan el talento en la sangre. En fin, no corresponde agregar más, porque ésta es de esas películas que van de sorpresa en sorpresa. Autor, Rodolfo Durán, hombre formado en el cine popular de los buenos tiempos. En el reparto, Malena Solda, ideal para el necesario momento de crisis, Miriam Lanzoni como la socia dispuesta al amor, Alejandro Awada, Pascual Condito (el novio de la boda), Atilio Pozzobon y el joven Nicolás Condito. Se disfruta debidamente.
Sencilla metáfora de una etnia que se extingue A simple vista, todo pasa de modo tan tranquilo y sencillo que el valor simbólico de la anécdota corre el riesgo de pasar desapercibido. El asunto transcurre en un pueblo del Chaco Salteño, en el hogar de una familia de medio pelo con la mujer al mando, chicos, hija mayor próxima a cumplir los 15, una criadita y un marido "ocasionalmente ausente". Por ahí parece que fija residencia pero nada cambia demasiado. Lo importante para la mujer es la fiesta de 15 de la hija, que se hará en el patio de tierra de las casas. Lo importante para la hija es memorizar los pasos de un baile español con que la madre quiere que se luzca. Y más importante todavía, arruinarse el pelo con las tijeras. En eso andan estas mujeres, cuando se les da por arruinarle también el pelo a la criadita. Que lo tiene largo, renegrido, lindo sin ningún esfuerzo. No hay violencia, simplemente hay gente que se mete y decide por cuenta de otro. Y la chica es apagadita, no sabe negarse. Y para peor "no se halla". Toma un poco de fiebre. Las otras la cuidan, la atienden, pero no la entienden La chica tiene su mundo. Cada tanto entramos a él, con cuentagotas. Allí se conservan pequeños asombros de infancia, consignas transmitidas por generaciones, palabras dulces de seres queridos. Ella las evoca en voz baja, calma, pausada, musical. En wichi. En un país de 40 millones de habitantes, sólo quedan unas 25.000 personas que hablan wichi. La película nos da la oportunidad de escuchar algo de esa lengua, y acercarnos a lo que ella representa, antes de que todo eso se pierda. No hay mucho más. Nada está subrayado, nada pretende imponerse como visión única. Alguien puede ver el corte de pelo como alusión a la tala de bosques de esa región, un gesto inconsulto a la gente afectada. O puede encontrar ejemplos cotidianos del concepto de otredad y ajenidad dentro de un mismo espacio. Vislumbrar formas distintas de vivir una misma etapa de crecimiento. Percibir la disolución silenciosa de una cultura. O no ver nada de eso. Como la mujer de este cuento, cuando el cura lee en su sermón la primera carta de San Pablo a los corintios ("Si yo hablase lenguas humanas y angélicas pero no tengo amor") y ella sale y comenta, medio desdeñosa, "No sé lo que me quiso decir".
Planetario: delicioso álbum de familias En 2010, Canal Plus de Francia produjo una obra llamada "Bebés", que acá se vió fugazmente en cine: cuatro equipos siguieron el primer año de vida, y algo más, de otros tantos niños de Mongolia, Namibia, Tokio y San Francisco. Entre barro y animales los primeros, creciendo fuertes, y entre multitud de aparatos y colchones los otros. Buena película, de fotografía exquisita. Pero, mientras esto se presentaba, acá ya hacía años que un loco lindo venía armando material con la infancia de cinco niños de otros tantos países. Eso es lo que ahora se estrena, una delicia llamada "Planetario". El hombre es Baltazar Tokman. Algunos lo recordarán por el documental que hizo con su hermano Iván,"Tiempo muerto", sobre el gran seleccionado nacional de básket dramáticamente disuelto en 1955. Bien, parece que los Tokman vivieron desde chiquitos el asedio camarográfico del padre. Y Baltazar hizo lo propio con sus hijos. Hasta que un día se preguntó qué estarían haciendo otros padres. Y el primer año que apareció Youtube, y confirmó que la obsesión paterna por registrar a los niños es universal, tuvo una idea. Esa idea lo llevó a seguir miles de descargas, seleccionarlas, asegurarse traducciones, contactar gente, conseguir autorizaciones, volver a seleccionar, hasta decidirse por los cinco que finalmente vemos, registrados desde que nacen en adelante: un rusito con su padre duro y tierno a la vez, una egipcia que los padres llevan a las manifestaciones y sueña con ser presidenta, una estrellita del pop evangélico de Oklahoma cuyo hermano mayor va a la guerra (y ella le dedica una canción), un hindú, hijo de padre soltero que lo cuida como una madre, con una devoción que emociona, una polaquita, y un salteñito a caballo, nativo de Maimará. A algunos los conocemos desde la sala de parto, a todos los vemos crecer, al final ya son casi como de la familia. Pero sus verdaderas familias tienen algo que decir. Nos muestran cómo los crían, y explican por qué. Todos sonreímos ante las mismas caritas, pero cada padre tiene su librito, y ni qué hablar de las madres. En esas coincidencias y diferencias, y en sus diversas enseñanzas, está la variedad y la unión del mundo, y acaso también esté su futuro. Así de simple, y así de complejo para recopilar, seleccionar, traducir, ordenar, exhibir semejante álbum, brindándonos placer, comprensión y enseñanza. "Mirando y espiando familias por la web me sentía como Galileo Galilei con el telescopio, con ganas de llegar a lo inalcanzable de sus vidas", ha dicho Tokman. "¿Cómo es que podemos ser tan insignificantes y tan importantes al mismo tiempo?" La respuesta la dan Eather Dawn (aunque cante), Fatma, Kamod, Antoni, Zoffia Anna e Ignacio. Vale la pena conocerlos.
Para admirar la técnica y luego leer el cuento Cuando una buena viejecita se enferma, las plantas de su jardín se ponen tristes, las luciérnagas le escriben saludos, el grillo le toca serenatas para animarla, y alguien, de pronto, piensa en los Hombres Hoja. "Ellos pueden ayudar cuando pasa algo así. Pero la Reina Araña niega su existencia. Ella es la mala de este cuento infantil de William Joyce originalmente titulado "The Leaf Men and the Brave Good Bugs" (si, también hay pequeños invertebrados buenos y valientes, que se preocupan por las ancianitas). Lo que ahora vemos se dice inspirado en ese cuento. Sólo que, después que Joyce firmó el contrato, aparecieron cuatro guionistas, uno atrás de otro, y mandaron a la vieja fuera de su casa, al grillo a dar recitales a otro lado, piantaron a la araña, convirtieron el jardín en un bosque, a los Hombre Hoja en un ejército de guerreros verdes en lucha con un ejército de guerreros grises (unos montando colibríes, otros montando murciélagos), metieron una reina con poderes mágicos, un comandante que la protege, una babosa macho, un caracol, un orugo charleta, un sapo artero, un malo de nombre discutible (¡Mandrake!), un científico loco, un perro trípode, una hija adolescente que se hace diminuta y contacta con un adolescente de mente diminuta, etcétera. En síntesis, del cuento original apenas quedaron las lindas ilustraciones de algunas flores. En cambio se impusieron unas impresionantes batallas entre ambos ejércitos, carreras, persecuciones, el rescate de un capullo mágico capturado por los malos, y otras ágiles situaciones con trasfondo de mitología británica y referencias a la pérdida de seres queridos. Ya cuando se anunció el proyecto los de "Rotten Tomatoes" profetizaron que esto iba a ser como la unión de "Bichos" con "El señor de los anillos", y no se equivocaban. Por supuesto, la calidad no se discute. Esta obra lleva la firma de Chris Wedge, el director de arte Michael Knapp, y demás gente capaz de los Blue Sky Studios. Y también lleva la firma de William Joyce, que no puede quejarse. El ya conoce el negocio. Participó en la producción de "Robots", es el creador de "Rolie Polie Olie", "A Day with Wilbur Robinson", llevado al cine como "La familia del futuro", y "The Guardians of Childhood", que derivó en "El origen de los guardianes", y todo eso le permite llegar cómodamente a fin de mes. Para obras de clima artístico más personal, ya están sus libros, o el corto que él mismo hizo, con el que ganó el Oscar en su categoría: "The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore". Pero ése es solo para grandes.
La puesta se impone al texto de Fitzgerald En 144 largos minutos, Baz Luhrmann nos presenta la cuarta versión de la novela de Scott Fitzgerald sobre un nuevo rico que quiere recuperar a su novia casada con otro, romántico criminal destrozado por "esa basura hedionda que flotaba en la estela de sus sueños", su propia Dulcinea y el marido, "personas descuidadas que cuando dañaban las cosas y a las personas se refugiaban en su dinero o en su gran indiferencia". La primera versión, ya se sabe, data de 1926, acá se conoció como "La dicha de los demás", y está perdida. Al comienzo de la novela, el narrador evoca un consejo de su padre: "Cuando sientas deseos de criticar a alguien, recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste". En la película solo leemos "siempre intenta ver lo mejor de la gente". Siguiendo esa máxima, esta reseña apenas debería decir que los actores actúan bien, cada departamento creativo muestra sus enormes capacidades, hubo trabajo abundante para todos y todas, la plata entera del presupuesto se ve en la pantalla, hay partes de sorprendentes y admirables efectos hechas con técnicas de última generación, y, dentro de lo que cabe, la adaptación es bastante fiel a la historia original, incluso a varios de sus diálogos. Fin. El detalle es que la puesta se impone al texto, y además cansa. Apabulla el ostentoso catálogo de efectos digitales de toda clase, la sucesión de ampulosas escenografías, el despliegue de extras y música extemporánea, desde Cole Porter a U2 y más abajo, los antojos de baile y vestuario, los agotadores movimientos de cámara, las representaciones exageradas de fiestas y fiestitas, el disparate de poner al narrador escribiendo esta misma novela en una clínica de recuperación de alcohólicos, etcétera. Se salva el 3D, bien usado, aunque en la escena donde DiCaprio señala las estrellas, más que un enamorado parece un conferencista con diapositiva al fondo. La imposición de artilugios solo se detiene en ocasiones memorables, por ejemplo cuando al fin los personajes se reúnen a discutir en una habitación, y ahí cada intérprete luce su parte. Pero son sólo unos minutos en medio del fárrago. Recapacitando, esta película tiene otro mérito: nos hace valorar un poco la versión de 1974 con guión de Francis Ford Coppola en su mejor época, y hasta la versión de 1949 con Alan Ladd que además solo duraba 91 minutos. Y otro más: la primera fiestonga muy al gusto Ken Russell nos obliga a estudiar porqué Baz Luhrmann, con mayores posibilidades, alcanza menos fuerza dramática que Russell allá por los 70. Ultima observación: los subtítulos finales dicen que "Gatsby creía en el futuro orgásmico". La novela dice, más bien, "el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros". Es cierto, muchas orgías incluyen orgasmos, pero Fitzgerald profetizaba una que culminaría en el crack de 1929.
Pudo ser buen corto; como largo, es insoportable Se nota que el paisaje es lindo, pero la mayor parte del tiempo sólo vemos las espaldas de cinco jóvenes que vagan sin rumbo fijo, particularmente de una chica que parece la única todavía sensible. La cámara los sigue, quién sabe para dónde. Por el camino van haciendo juegos de palabras. Los hacen de modo aburrido, con voces atonales. Lo mismo cuando alguien lee una confusa poesía u otros parecieran andar en amores. Quizá, con dotes de clarividente, el espectador se diga "éstos son unos muertos". Y también se diga y maldiga a sí mismo por haber elegido esta película, habiendo tantas de asunto similar y mayor desarrollo. En sus declaraciones, la autora, videoartista y docente de la Fuc, ha dicho, entre otras cosas, "Me interesa explorar, mover los límites entre la realidad y la ficción. La fantasía dentro de la realidad y viceversa", "tal vez un punto sin diseño que me deje mover la eternidad hacia el tiempo posible, tiempo del cine", "Es una película sobre la juventud y sus obsesiones, sobre la muerte y su belleza e incomprensión; sobre límites fantásticos del cine como lenguaje; y su objetivo es el de perseguir, el de llegar a ningún lado particular". Y "Quiero mostrar cuán débil puede ser el cuerpo en contraposición al discurso o a la construcción intelectual". Esto último se percibe muy bien. El cuerpo del espectador en la butaca no soporta los 82 minutos de duración de algo que bien pudo lucirse como cortometraje. Pero la autora también ha dicho "Mi película nunca fue pensada para un público masivo". Queda para los iluminados la fortuna de apreciar el desarrollo de un clima que marcha hacia lo fantástico usando elementos puramente realistas, 19 planos secuencia, momentos de silencio, fragmentos de poemas de suicidas famosos, la aparición de un revólver, un auto en ruinas, un juego de voley sin pelota, supuesto homenaje a "Blow Up". Y creer que esto es "como si David Lynch hubiera filmado 'The Cabin in the Woods'", como la promocionó algún inimputable. Premio especial del jurado del reciente Bafici.
Jacques Rivette lo hacía mejor hace cincuenta años Hace exactamente medio siglo, David J. Kohon presentaba entre nosotros un conjunto de tres historias llamado "Tres veces Ana", con María Vaner secundada por Luis Medina Castro, Walter Vidarte, Alberto Argibay, Rivera López, y también Lautaro Murúa, Javier Portales y Ovidio Fuentes. Todos jóvenes, y ella joven, hermosa, y con personajes y situaciones muy diferentes entre sí. La fotografía era de Ricardo Aronovich, que terminó haciendo carrera en Paris. Esa obra fue una de las más representativas de la llamada Generación del 60, que había surgido bajo la influencia de la Nouvelle Vague. Ahora, Hong Sang-soo, según dicen el más afrancesado de los miembros de la Nouvelle Vague coreana, presenta este conjunto de tres historias de otras tantas Anne, con Isabelle Huppert secundada por jóvenes coreanos, con personajes y situaciones muy parecidas entre sí. Primero (hay que aclararlo porque forma parte del chiste), aparece una jovencita dispuesta a escribir un guión para un posible rodaje. Así, de su invención, aparecen sucesivamente una mujer sola acompañando a una pareja que hace su vida, una casada que espera a su amante algo lejano, y una divorciada cuyo marido la dejó por otra. Para cada una, Huppert dispone pequeñas diferencias de expresión y un vestido distinto. Por suerte está lo del vestido, porque cada Anne va a parar a la misma pensión del mismo pueblo aburrido, y algunas escenas se repiten sin mayor problema. Lo que vemos es un juego entre monocorde y reiterativo de caminatas por la playa, largas charlas generalmente fútiles (salvo alguna excepción), chispazos de enojo inconducente, encuentros de cordialidad superficial, y, por suerte, ocasionales pátinas de risueña sutileza para hablar de la soledad de tres extranjeras con mal de amores. También por suerte, en algún momento cada Anne se cruza con un tipo de buen humor. El mismo tipo. En resumen, se pasa el rato, no es una película demasiado deplorable, pero parece una calesita sin mayor gracia. Según sus exegetas, el chiste para disfrutarla está en admirarse de los sencillos juegos de simetrías, pérdidas y encuentros, del relato dentro del relato, de la impresión de estudiado déjà vu a lo amateur, de algunos antojadizos movimientos de cámara, y, en ocasiones, del lejano parentesco de Hong Sang-soo con el Jacques Rivette juguetón y superficial de hace también medio siglo (pero lo que el francés desarrollaba entonces era más novedoso).