De cómo valorizar una historia mínima Pasado un tiempo prudencial, ¿una mujer puede entrar en relación con el ex marido de su amiga, o se pudre todo? Tal es la pregunta gancho de esta película con ésa y otras inquietudes: cómo tratar a gente solitaria que se adhiere a un hogar ajeno, conceptos de lealtad y amistad femenina, interpretaciones distintas de un mismo conflicto familiar, criterios de propiedad y control aún terminado el vínculo conyugal, y, sin agotar la lista, surgimiento de los afectos más inoportunos con la consecuente alternativa entre absoluta discreción o sincericidio terminal. Sobre todo cuando una se engancha con el ex de la amiga durante la ausencia de ésta y en su propia casa, donde se había quedado para cuidarle a la hija adolescente. Al enterarse, la afectada también pregunta si, para peor, el hecho delictivo fue en su propia cama. La escena de la confesión e inmediato interrogatorio es graciosa y terrible al mismo tiempo. Lo que hasta ahí fue una serie de situaciones amables, formales, de apariencia intrascendente, donde había una sola persona afligida, implota (no explota) entonces como una crisis dramática para quienes la viven, y risueña para quienes la miran. Pero pronto la sensación de angustia y amargura entre las dos amigas se transmite a toda la sala. También, la admiración por las dos intérpretes, Elena Anaya y Valeria Bertucelli. Todo transcurre en una semana, tipo después de Navidad y comienzo de Año Nuevo, prácticamente en una sola locación de Vicente López (una linda casita para poner la cámara y pasar unos días), y apenas con un puñado de personajes: las amigas, el ex, el actual, la hija. A los que se suman el jardinero atento al motor de la piscina, lo que sugiere una metáfora maliciosa, y, justo el 31, el hermano, la cuñada y el sobrino del actual, con perro y problema propio, que también suena gracioso cuando alguien lo menciona pero es grave. O no tanto. La gravedad de cada cosa depende de quién la mira. En este caso, cuanto más cerca, menos grave. Victoria Galardi, la autora de "Cerro Bayo" y "Amorosa Soledad", confirma su notable habilidad para la pintura de personajes y relaciones familiares, los diálogos, las actuaciones, los detalles, y la ironía solapada. Ahora, con un desenlace tocante, bien verosímil, afirma también su capacidad de movilizar los sentimientos del público. Y eso que sólo nos ha contado una historia, como ya dijimos, en apariencia intrascendente. Fotografía, Julián Ledesma, el mismo de sus películas anteriores. Arte, Patricia Pernía. Montaje, hábil y desapercibido, Alejandro Brodershon. Música, el Niño Josele, que con Elena Anaya integran el aporte de la coproductora española de Fernando Trueba. Vale la pena.
Buen relato de una vida increíble "Soy hijo del pueblo trabajador, hermano de los que cayeron en la lucha contra la burguesía, y, como la de todos, mi alma sufría por el suplicio de los que murieron esa tarde, solamente por creer en el advenimiento de un porvenir más libre, más bueno para la humanidad". Así escribió Simón Radowitzky su recuerdo de los hechos que lo llevaron a la cárcel. Había vivido la represión del 1 de mayo de 1909, cuando "los cosacos americanos" mataron a cuatro manifestantes e hirieron a 45, y las represiones de días subsiguientes. Había esperado que el Presidente diera aunque sea un pésame a los deudos, y el Congreso pidiera explicaciones. Y harto de esperar, había hecho justicia por mano propia, matando al jefe de policía y su secretario. Nacido en Stepanice, a los 10 años empezó a trabajar. A los 15, herido de un sablazo, sufrió su primera prisión. A los 16, obrero metalúrgico, llegó a Campana, luego a Buenos Aires. Tenía 18 cuando mató al coronel Ramón L. Falcón y lo condenaron a cadena perpetua con castigos especiales cada aniversario del delito. 39, cuando Yrigoyen lo indultó y expulsó del país, tuberculoso. En Montevideo le sumaron otros dos años por indeseable. A los 44 se unió a las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española, ayudando en Aragón y Valencia lo que su poca salud le permitía. Sufrió la derrota, el cruce de los Pirineos a pie en pleno invierno, la detención en Saint Cyprien. Salvado por el poeta uruguayo Ángel Falco, terminó trabajando en una fábrica de juguetes del México DF. Murió a los 64, del corazón. Extranjero ingrato para unos, triste perejil para muchos, héroe que ejerció el derecho de matar a los tiranos, para los anarquistas que aún lo evocan. "Simón vive", dice un graffiti en el pedestal del monumento al coronel Falcón. La película que ahora vemos alterna dos ejes. En uno, el investigador Osvaldo Bayer, autor de varios libros sobre el anarquismo en Argentina, relata la historia. En otro, la sobrina nieta y sus hijos acompañan a un chico del mismo apellido por la Biblioteca José Ingenieros y otros sitios donde encontrar información. Ese chico es una figura ficcional, pero el relato sigue siendo interesante. Recortes, fotos, viejos panfletos, noticieros de Emelco y Sucesos Argentinos exponiendo el relato oficial de la construcción del país, aportan lo suyo. Con algo menos de ficción y un mejor aprovechamiento de la visita que hace Bayer al Museo del Penal de Ushuaia la película hubiera sido todavía más atractiva. Dicho sea de paso, la expresión que toma Radowitzky para definirse surge del himno anarquista "Hijos del pueblo". Lo cantan Tacholas, Brandoni, Soriano y otros en una hermosa escena de "La Patagonia rebelde", obra también basada en investigaciones de Bayer.
Retrato de un aristócrata de la ilusión En "El gran simulador", Néstor Frenkel visita al admirable, aristocrático y muy explicativo artista de una sola mano René Lavand. Ya la televisión lo ha entrevistado alguna vez en su cabaña de troncos rodeada de árboles al pie de un cerro tandilense. Pero el cine permite una visita con más tiempo, más tranquila, ideal para el caso. Así podemos verlo, ya de 88 años, calentando la mano en su laboratorio, según define a la mesita de carpeta verde. Explicando la evolución de sus actos y su naturaleza de lentidigitador, en contraposición al común de los prestidigitadores. Evocando a los grandes de la poesía, la música y el pensamiento, no para mostrarse ilustrado, sino por sincera inclinación hacia el aprendizaje y la enseñanza. O repasando viejas fotos, tarea que también hace su esposa con especial admiración y cariño. Y recibiendo al amigo Rolando Chirico, creador de las historias que habrán de envolver y sublimar sus actuaciones. Juntos estudian una de ellas. Lo vemos también manejando él solo su auto para hacer una compra muy particular, calentando la copa de vino y miel para su garganta, asistiendo a sus discípulos, visitando a la doctora que atiende los avances de su artrosis, justo donde más duele, soportando el fastidio cotidiano de un número equivocado y unos aduaneros que "pierden" los regalos. Tal vez una de estas cosas sea falsa. Sea una ilusión tramada para la cámara, o para los espectadores. ¿Pero cuál? ¿Quien lo registra es cómplice de la fantasía, o su primera víctima, como lo son todos los cámaras que graban sus rutinas sin quitarle la lente de encima y aun así nunca consiguen descubrir los artilugios del ilusionista? Pero tal vez sea todo cierto. Incluso, el juego de Lavand y Frenkel cuando organizan una partida de cartas entre las dos manos de alguien que tiene una sola, y la melancolía del anochecer en la casa apartada al pie del cerro, y las mismas historias que ese hombre cuenta con elegante y terminante ironía, mientras mueve las cartas o vuelca una taza para hacernos ver que todavía no sabemos mirar. En resumen, muy buen retrato de un hombre famoso por su manejo de la mano izquierda, sus relatos llenos de misterio, cultura y poesía, su ejemplo de superación personal tras el accidente que tuvo cuando niño, su altivo despojamiento camino hacia la esencia del engaño más sincero, y su frase desafiante: "¡No se puede hacer más lento! O tal vez se pueda". La película no es nada lenta, sino calma, estudiosa, y provoca unas cuantas inquietudes: ¿cómo mostrar la verdad de quien ha creado en sí mismo un personaje? ¿qué es mentira o fantasía? ¿Qué realidad sostiene a la ilusión, y viceversa? Y si tenemos aunque sea una respuesta provisoria, ¿cómo se la explicamos a los demás? En eso Lavand, que debió aprender solo porque no había ningún libro de cartomagia para mano izquierda, ya ha publicado cinco libros técnicos y una autobiografía.
Hoffman brinda bello elogio de la vejez La bonita Beecham House, nombre que recuerda al director de orquesta Sir Thomas Beecham, de mentada mordacidad, es en esta historia una casa de músicos y cantantes líricos retirados. Ya se sabe, no se retiraron del escenario por puro gusto. Los retiraron sus huesos, los achaques, la paulatina disminución de sus habilidades, el cambiante gusto del público y los balances de boletería. Allí pasan sus largas horas nuestros personajes. Pero nada de melancolía, ésta es una comedia, y ellos la pasan bastante bien, dentro de lo que cabe, cantando, bromeando y hasta bailando. Se trata de la versión cinematográfica de "Quartet", una comedia teatral de Ronald Harwood, el mismo de "El vestidor", que ha escrito cosas muy buenas para el cine, y también unas cuantas prescindibles, por decirlo de un modo amable, a tono con esta comedia, que es simplemente amable, pensada para lucimiento de un buen grupo de intérpretes, y para placer y esperanza del público, ya que ofrece una visión de la tercera edad como especie de segunda juventud. Por cierto, el esquema es casi el de una película de esas de adolescentes en un colegio: picardías, autoridades puestas para la broma, la llegada de una nueva, con aires, a la que hay que acostumbrar, la convocatoria a un espectáculo para recaudación de fondos, celos, rencillas, reconciliaciones, etcétera. Sólo que estas criaturas tienen más kilometraje recorrido, mayor cantidad de mañas, y, a veces, mayor cercanía con la decrepitud y la muerte. Pero sólo a veces. Ahí, con el kilometraje y la música elegida, es donde salimos ganando. Porque sus intérpretes están entre lo mejor de la guardia vieja de la escena británica, y sus personajes están concentrados en Verdi. El cuarteto al que se refiere el título original es el "Bella figlia dell' amore", de "Rigoletto". Y el elenco lo encabezan Maggie Smith, Tom Courtenay, Billy Connolly, Pauline Collins y Michael Gamblon, toda gente mayor, en el mejor sentido de la palabra. El director también es mayorcito. Aunque debutante como director de cine, ya ha dirigido algunas puestas de teatro con buenos resultados, y de actuación sabe mucho: Dustin Hoffman. Es probable que varios aspectos se los hayan manejado el asistente de dirección, el director de fotografía y/o la productora, cosa que suele ocurrir, pero a los intérpretes seguro que los dirigió él, de ahí probablemente que la puesta lleve un tono cercano al optimismo americano de risa franca, más que al refinado humor inglés de suave melancolía que podía esperarse por su origen. No podía esperarse, de todos modos, una pieza como la lejana "Pensión de artistas". Tampoco alcanza el equilibrio de sonrisas y aflicciones de "El exótico hotel Marigold" (también con doña Maggie Smith) o el sugestivo y doloroso final de la graciosa "¿Y si vivimos todos juntos?", pero tampoco era la intención alcanzarlos. Se disfruta, se pasa el rato, la gente escucha buena música aunque sea con arreglos, y sale contenta. Para su obra, Harwood se inspiró en un lindísimo documental del suizo Daniel Schmid, "Il baccio di Tosca", sobre los deliciosos habitantes de la Casa Verdi, de Milán, ninguno menor de 80 años, y todos de buen humor y notable afinación, también dentro de lo que cabe.
La niñez, con mirada sensible y melancólica Esta historia va de un jueves a un domingo, tal como lo dice su título. Y de Santiago de Chile hasta algún árido rincón del desierto norteño. Más claramente, desde la calidez del hogar hasta la sequedad y la intemperie. Así lo vive y lo percibe la pequeña protagonista, que viaja con su hermanito en la parte trasera del auto de la familia, jugando, mirando, aburriéndose kilómetros y kilómetros, y a veces captando ocasionales frases que la ponen en relativo alerta. Sus padres no parecen estar pasando por un buen momento afectivo. La historia es ésa, no mucho más, y la vamos registrando casi del mismo modo en que lo hace la niña, en ocasiones con su atención distraída, y su comprensión fragmentaria, a veces intuitiva, pero suficiente. Los niños no necesitan que les expliquen tanto las cosas (todavía no son adolescentes). Película pequeña, melancólica, un poquito amarga y algo distante, de cortometrajista que hace su primer largo sin preciso manejo del tiempo (le sobran unos minutos), tiene dos atractivos particulares. Uno técnico, hacer transcurrir gran parte de la película adentro de un auto en movimiento con dos niños encima, lo que no es nada fácil. Y el otro, narrativo: hacernos interesar por lo que pasa entre los padres, y por lo que pasa en general, que no es mucho pero puede tener algo que la niña recuerde "para siempre". La autora, Dominga Sotomayor, muestra sensibilidad y buen manejo de los intérpretes. La apuntalan, entre otras, la directora uruguaya de fotografía Bárbara Alvarez y la coach marplatense María Laura Berch. Para quien no la registre, Alvarez es una pieza clave de títulos como "25 watts", "El viaje hacia el mar", "Whisky", "El custodio", "La mujer sin cabeza" y "Rompecabezas". Y María Laura Berch es una de las más señaladas directoras de casting y preparación de elencos infantiles, algo que puede apreciarse particularmente en "Las mantenidas sin sueños", "Una semana solos", "El último verano de la Boyita" e "Infancia clandestina". En este caso estuvo solo en la preproducción, pero, a juzgar por los resultados, sus pautas fueron más que suficientes. Se exhibe por las noches en Sala Lugones, desde ayer jueves hasta el domingo 6 de mayo.
“Tabú” más raro que bueno para curiosos El portugués Miguel Gomes, figura mimada de la crítica snob internacional, es ese que ganó el Bafici 2011 con "Aquel querido mes de agosto", película de 147 minutos que parecía durar más que todo agosto con sus 31 días y el bonus de Santa Rosa (los informados del festival ya anticipaban su triunfo desde antes de la función inaugural), y presidió el jurado del Bafici 2012, ocasión en que además presentó el "Tabú que ahora se estrena, y que por suerte dura 29 minutos menos. En fin, la obra lleva el mismo título del clásico de Murnau y Flaherty, pero nada que ver. Acá alguien menciona apenas de pasada, un par de veces, un Monte Tabú de algún lugar de Mozambique, pero, la verdad, más importancia argumental y atávica tiene el Monte de Venus de una joven señora, rubia esposa de un colono a la que conocemos (lamentablemente no en el sentido bíblico) en la segunda parte del relato, o si se quiere, en la segunda película porque, más o menos como en "Aquel querido mes de agosto", acá hay dos películas al precio de una. La primera transcurre en Lisboa, gris, apagada, donde una vecina y una vieja doméstica negra, dos buenas personas, asisten a los últimos días de una vieja fastidiosa, jugadora y divagante desdeñada por su escasa familia. La segunda transcurre en Lisboa y Mozambique, porque un anciano les cuenta a esas dos mujeres la historia de amor que él vivió con la finada, cuando ambos eran jóvenes y disfrutaban "el exotismo y la vida fácil" de los blancos en el Africa Colonial. Dicho relato incluye al marido burlado, un embarazo, un amiguito del galán, personal doméstico negro cuya eficacia y discreción causan nostalgia, y algunos cocodrilos muy simpáticos y oportunos. Todo en blanco y negro de irregular mérito fotográfico y con triunfo absoluto de la narración oral monocorde, expuesta con entonación cansina, lusitanamente melancólica, ocasionales antojos de mudez, y repetidas emisiones del dulce tema "Be my Baby" a cargo de Les Surfs, un sexteto de hermanos nativos de Madagascar que allá por los 60 gozaron su cuarto de hora de cinco minutos. También, por suerte, hay algunas notas de humor, que es lo que salva al espectador común. Por ejemplo, el remate del prólogo y la mención a las prácticas de tiro al negro junto a las meriendas de té y bizcochos. Puestos a considerar, se trata de una obra más rara que buena, que hasta podríamos decir buena porque se hace ver con curiosidad y espíritu risueño, e incluso puede hipnotizar a más de uno que saldrá fascinado. Pero tampoco es la octava maravilla que proclaman sus exegetas.
Buen debut del Garzón director Al comienzo, nomás, se plantea directamente el conflicto: un tipo ve alterada su vida por una mujer que le impone hacerse cargo de una hija hasta entonces desconocida. Dicho desde otro ángulo: la hermana de una mujer enferma enfrenta al padre de su sobrina para que se entere y se haga cargo. La acompaña un hombre de mirada firme y pocas palabras, quizás un abogado, mejor no preguntar. La escena es simple y fuerte. El siguiente problema es contarle a la esposa lo sucedido, justo cuando ella está disfrutando su primer embarazo segura de la compañía de su marido. Y luego, conocer a la hija, que para colmo está encerrada en una crisis preadolescente. Tiene 12 años, la madre enferma, un padre distante, no es fácil. Nada es fácil. "Por un tiempo" expone los problemas de cada uno, los intentos de los mayores para afrontar los hechos, el acercamiento a la madre de la niña, que ni siquiera fue una novia lejana, la reticencia de la niña para salir un poco de su caparazón, el tanteo de alguna forma de entendimiento, la evolución del hombre que además tiene "otras cosas que hacer": es arquitecto a disgusto con un cliente grasa. Irónicamente, su hija se ha criado entre ese tipo de gente. Sin proclamas ni ostentaciones dramáticas, con sólo poner las cosas ante nuestra vista, la película dice mucho. Quizá pudo decirlas todavía más profundamente, pero eso también depende de hasta dónde el público está dispuesto a llegar. Por su parte, el autor le está abriendo un camino. Dicho autor es Gustavo Garzón, intérprete de nivel que se tomó su tiempo para debutar como realizador de cine, y acaba de hacerlo así, con una obra pequeña, sentida, precisa. Buena historia, creíble, sin melodrama, sin agachadas. Buenos intérpretes, sobresaliendo Mariana Katz como la esposa que se hace cargo hasta donde puede, un poco por espíritu maternal, y quizás otro poco para entender a su marido y cubrirlo hasta que él se asuma como padre. Más tarde podrá tener sus berrinches o superarse todavía más como persona, ya veremos. Otro mérito de la película es, precisamente, recordarnos la complejidad y los vaivenes del carácter humano. Vale la pena.
“El nombre” entretiene igual que en el teatro Justa coincidencia y refuerzo mutuo: la misma obra teatral que en estos momentos se representa en una sala porteña, según versión de Fernando Masllorens y Federico Gonzalez del Pino dirigida por Arturo Puig, aparece en cines locales según versión adaptada y dirigida por su propio autor, Matthieu Delaporte, junto a su socio Alexandre de la Patelliere, y con el elenco original casi idéntico. Vale decir, los papeles que acá hacen Germán Palacios, Mercedes Funes, Jorgelina Aruzzi, Peto Menahem y Carlos Belloso, los vemos representados en pantalla por, respectivamente, Patrick Bruel, Judith El Zein, Valérie Benguigui, Charles Berling y Guillaume de Tonquedec, sus creadores, salvo Berling que llegó después en reemplazo de Michel Dupuis. La película luce pocas diferencias respecto a la obra teatral. Un ejemplo, la introducción dicha por un actor de cara al público aparece en off y bien aireada por una rápida recorrida semiturística a través de fúnebres calles parisinas. Lo de fúnebres, porque están dedicadas a personas cuyo destino hoy trae malos recuerdos. Y ahí ya vamos entrando al tema, y a los personajes, que van a discutir, precisamente y apresuradamente, el futuro nombre de una criatura recién engendrada. ¿Cuál será su destino, a qué santos o demonios habrá de evocar su solo nombre? El final, que se rie de estas preocupaciones aunque sigue atado a ellas, tampoco está dicho por un actor frente al público, y tiene un lindo plus para el espectador veterano: la aparición especial de Francoise Fabian, todavía hermosa y elegante. Claro que el grueso del relato sigue concentrado en un living. Esto puede molestar a los quejosos, pero la amplia variedad de enfoques y la contínua seguidilla de réplicas graciosas hacen olvidar la supuesta "falta de esencia fílmica". Acá lo interesante es lo que dicen, cómo lo dicen, y en qué berenjenal se meten dos parejas y un colado que se conocen desde hace años, que cultivan las buenas maneras, y que un día dejan que salte la térmica, cargada de prejuicios y reproches, todo a partir de algo que ni siquiera es definitivo. En resumen: elenco impecable, puesta dinámica aun respetando el tiempo original de la obra, situaciones divertidas para quien las mira de afuera, más divertidas cuanto más serios se ponen los personajes, y un buen material de reflexión para todo el mundo. Para interesados también circula otra inteligente comedia francesa referida al peso de los nombres, "Le nom des gens", que acá se estrenó como "El significado del amor" (la del afiche de Sara Forestier con la colita al aire).
Sólo para tardes de zapping en el cable Esta es la clase de película que puede verse tranquilamente por televisión haciendo zapping. No es que sea mala. Está bien hecha, se hace bastante llevadera para públicos familiares y culmina con las debidas moralejas. Sólo que su historia es harto repetida, las instancias del argumento son siempre previsibles, la puesta en escena es rutinaria, la música es melosa y los intérpretes practican gestos inverosímiles de primer año de una mala escuela actoral (o de añares de mala escuela de televisión), salvo el protagonista, que mantiene la misma cara de cansancio y fastidio hasta cuando se le tiran encima Catherina Zeta-Jones y otras buenas señoras. Bueno, de vez en cuando tiene alguna sonrisita, por ejemplo cuando le avisan de un lindo trabajo de comentarista deportivo. En otros tiempos el hombre tuvo cierto cartel dentro del fútbol inglés, pero ahora está en algún pueblo de Louisiana como director técnico de fútbol infantil, todo para estar cerca de su hijo en edad de crecimiento, y, de paso, ver si recupera a su ex esposa que está por casarse con otro. En fin, ya más o menos se sabe lo que va a pasar con el equipo infantil, el trabajo de comentarista, el hijo, la ex y las demás. Quizás haya alguna inquietud respecto a las posibles reacciones del nuevo novio de la ex o el actual marido de alguna desesperada, un desubicado con plata que por suerte provee el único chiste bueno de toda la película, cuando los dos grandulones están peleando abrazados por el suelo y los niños creen que es un festejo y saltan formando una pila de alegría. Lo contamos, por si alguno ya se aburrió y quiere cambiar de canal. Intérpretes, el escocés Gerard Butler, Jessica Biel, Zeta-Jones, Judy Greer, simpática, Dennis Quaid y Uma Thurman. Director, Gabriele Muccino, que en Italia supo hacer comedias románticas de atendible nivel.
"Adagios" con instrumentos preciosos Irregular, imperfecta, pero sensible, con criaturas que viven intensamente, "La vida anterior" se inspira en la novela de Silvia Arazi "La maestra de canto", sobre tres jóvenes envueltos por el arte, aunque no todos tengan talento ni sepan usar con felicidad sus condiciones. Ahí está Ana, una chica tímida que quisiera ser soprano lírica pero cuanto mucho llegará a "soubrette", según le dice despectivamente su maestra. Un día la chica se siente deslumbrada por Ursula, rubia medio wagneriana con futuro de soprano dramática. Tanto la deslumbra, que quiere contactarla con un prestigioso maestro del Colón y hacerse su amiga. La invita a su departamento, le presenta a su pareja, un músico y pintor melancólico, y la otra se hace amiga de ambos, acude a ese hogar cuando se siente mal, comparte también sus curiosos entusiasmos. No corresponde contar más. Sólo advertir que el conjunto tiene un estilo singular, deliberadamente demodé, cercano precisamente a esas criaturas de romanticismo arcaico. Hay que aceptar esto, lo cual sería sencillo si esto fuera, por ejemplo, de 1957, como "Mompti", la comedia triste de dos jóvenes ilusos que el entonces ya experto Helmut Kautner desarrolló con recursos de estilo novedosos para la época, que la Nouvelle Vague divulgaría mucho tiempo después arrogándoselos como propios. Pero "La vida anterior" se hizo ahora con recursos similares (y menos experiencia), por eso desconcierta. En verdad, su mayor "defecto" es otro: las tres partes en que se divide, a la manera de un concierto, son tres adagios. Eso si, tiene tres instrumentos preciosos: Elena Roger, cantando a veces en una tesitura distinta a la habitual, y desarrollando su capacidad de actriz, Esmeralda Mitre, actriz que supo cumplir el desafío de cantar (aunque fuera doblada por Mirta Arrúa Lichi, igual debía cantar, para que pudiera notarse el esfuerzo en el rostro), y Adriana Aizemberg en el personaje deliciosamente histriónico de la maestra de canto. Las acompañan Sergio Surraco, Juanjo Camero, y, en muy breve aparición, Omar Calicchio y Paula Kohan haciendo los pintorescos Valerio y Mariucha, dos "internos del Colón" que se lo pasan hablando con frases de operas. Ojalá hubieran aparecido más veces. Una rareza, el cameo del crítico Angel Faretta en el papel de profesor. Una delicia, la música especialmente compuesta por Pablo Sala, incluyendo un lieder alemán supuestamente clásico. Y otra, el final a pleno de Elena Roger, que nos hace disculpar casi todos los problemas de la película.