El ego casi pierde a director debutante Cordial, bien plantado, sin ostentaciones ni falsa simpatía, Louis-Do de Lencquesaing estuvo hace tres años en Pantalla Pinamar, presentando "El padre de mis hijos". En esa ocasión contó fugazmente algo de sus cortometrajes. Son tres, y dos de ellos ya anticipan algo de lo que habría de desarrollar en éste, su primer largo. En "Mécréant", un hombre, su madre, la muerte de la abuela, una nueva vida en la familia. En "Méme pas un réve", la hija adolescente, su intimidad sorprendida por el padre. Y ahora, el largo, cuyo título original es "Au galop" aunque más bien parece que todo marcha al trotecito nomás. El mismo lo escribe, dirige y protagoniza, con los defectos naturales de casi todo actor debutante en la realización, empezando por el narcisismo. Según dice, la idea original fue mostrar los conflictos de tres mujeres: la señora grande que pierde a su esposo, la nieta que se desvela por su primer amor, la señora joven en pareja estable, atraída por otro tipo (lo que justifica el título de estreno local). Parece que al novel director lo venció el ego en la sala de montaje, y ahí su papel cobró mayor importancia. Incluso se volvió el narrador de la historia, pero aún así cada figura femenina alcanza a desarrollarse debidamente. Sus intérpretes son Valentina Cervi (nieta del comediante Gino Cervi), la jovencita Alice de Lencquesaing (hija del director pero buena actriz) y la reaparecida Marthe Keller, aquella flaca de los 70 que ahora está lógicamente más gordita y también tiene más peso actoral. Las tres se lucen, lo mismo que el resto del elenco y, por supuesto, el propio Louis-Do etc. componiendo un langa discreto, observador, atento, que deja fluir las cosas como naturalmente. Los diálogos son atractivos, en ocasiones un tantito pomposos, los conflictos serios son tratados con desenvoltura muy parisina, el tono general es amable, la vida pasa con sus alegrías, pesares y compensaciones y, vieja regla del espectáculo, la gente vive, ama y sufre en ambientes refinados. No está mal.
Indagación en la mente de un magnicida Esta es una película fuertemente colombiana. Donde, de pronto, aparecen Arturo Goetz haciendo de quiromántico alemán y Alberto Fernández de Rosa brindando trabajo a la gente honrada. Es que se hizo en coproducción con Patagonik Film Group, que además aportó a Iván Wyszogrod, excelente compositor, Bill Nieto, director de fotografía, Carrillo Penovi, editor, Martín Grignaschi, sonidista, Alejandro Cacetta y Juan Pablo Galli, coproductores, Gustavo Arnaudin, encargado de postproducción, y otros conocedores. No es por alardear, pero el buen acabado que tiene "Roa" es gracias a esta gente de la Argentina. Nobleza obliga, corresponde destacar con igual empeño el admirable trabajo de la colombiana Diana Trujillo, directora de arte que recreó para nuestros ojos la Bogotá de 1948, perfecta en todos los detalles de época, salvo uno donde la familia del personaje protagónico entra a la sala de cine con vaso y balde de pochoclo. Pero seguramente eso no es culpa suya sino de alguien que quiso quedar bien con las cadenas de exhibición. A propósito, en Colombia la película se estrenó el pasado 9 de abril, aniversario del asesinato del dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán, lo que provocó un sangriento caos recordado como El Bogotazo, donde murieron más de 500 personas y se incendiaron más de 140 edificios. Juan Roa fue, según dicen, el asesino de Gaitán. Se trata, entonces, de una película que indaga en la mente de un magnicida. Descuida el contexto, lo que es una pena, pero ofrece una hipótesis: el acusado no habría tenido espíritu criminal. Simple ambicioso de pocas luces, títere de quién sabe qué complotadores (porque nunca se supo qué mano hubo detrás), torpe resentido por la circunstancial desatención de su ídolo, ese día él también fue una víctima. Así al menos lo pinta Andrés Báiz, director caleño que de este modo cierra una trilogía de criminales bogotanos. Sus obras anteriores fueron "Satanás", sobre el caso real de un veterano de guerra que mató a su madre y luego hizo desastre en un restaurant, y "La cara oculta", donde el desastre lo causaron la vida conyugal, los celos y el afán de venganza. Acá el relato es algo convencional, pero tiene interés, tensión, buena factura, ilustra algo sobre la naturaleza humana (incluso la soberbia de los líderes populares y el aborrecimiento de sus parientes haraganes), y, ya lo dijimos, goza de un buen aporte argentino. Protagonistas, muy en papel, Mauricio Puentes, Santiago Rodríguez, Catalina Sandino. Puede objetarse que hayan elegido una mujer tan linda para esposa de un infeliz tan feo, pero así ocurre muchas veces en la vida real. PD.: hay una buena historia ambientada en pleno Bogotazo, "Confesiones a Laura", de Jaime Osorio, 1990, donde un tipo no puede volver a su casa y pasa la noche con la vecina, pese a los gritos de la esposa que quiere controlarlo desde la ventana. El final es un canto a la vida (y a la vecina).
Agridulce historia de inmigrantes El título original de esta hermosa película es "Io sono Li". "Yo soy Li", dice una china, obrera textil en Roma que sus jefes mandan a Chioggia, ciudad véneta, como empleada de un bar de pescadores, propiedad de otro chino. Pero la frase "io sono lí" también puede entenderse como "yo estoy ahí", donde está su corazón, con el padre y el hijo en el pueblo lejano. Ella trabaja todo el día para pagarle a la mafia china sus deudas de viaje y el pasaje del niño, con quien anhela reencontrarse. La señora Lí habla un italiano duro, y encima, cuando pasa la cuenta, le responden en véneto. Pero ella tiene una paciencia china, y de a poco la van aceptando. Siempre que se mantenga en su lugar. Lo mismo le dicen sus jefes, de modo amenazante. Eso de "yo estoy ahí" cobra entonces otro sentido. El problema es que "allá" hay un cliente que la invita a salir. Un viejo viudo, venido hace treinta años del otro lado del Adriático. "Nosotros también éramos comunistas" le dice. Todavía se define yugoslavo, aunque los demás lo sienten tan italiano como ellos. Y, llegado el momento, quieren defenderlo de "la amenaza china". Por ahí va la historia. Pequeña, melancólica y agridulce historia de inmigrantes. Ella le habla de un gran poeta antiguo, Qu Yuan. El se reconoce un simple versificador, aunque los amigos lo llamen, justicieramente, poeta. Y ella siente la poesía, que le hace ver a la laguna como mujer y al mar como hombre, y expresa ese pensamiento con palabras hermosas. Lástima que la vida, en fin, tenga sus vaivenes. El lugar es de una triste belleza, con sus canales propios, las casas centenarias, los rostros suspicaces de sus habitantes, la marea que todos aceptan como habitual. Las notas de un piano, cayendo casi una por una, acompañan a esas dos almas solitarias. Protagonistas, Tao Zhao y el más popular Rade Sherbedgia, o Serbedzija, como se diga. Autor, con mano precisa y a la vez delicada, Andrea Segre, conocido documentalista de la zona. Parece mentira, pero ésta es su primera ficción. Completan el reparto Giuseppe Battiston en rol de mal tipo (siempre hace de gordo bueno), Marco Paolini, Roberto Citran, Giordano Bacci, Zhong Chen, Wang Yuan, y el niño Federico Hu. Música, Francois Couturier. Título optativo en otros países: "Shun Li y el poeta".
El maestro adecuado para afrontar un duelo No es exactamente una película para niños, pero no está nada mal que los niños la vean. Ellos también tienen algo que pensar o canalizar ante los varios temas que aquí se plantean: el contacto humano entre docente y alumno, la escuela como lugar de educación, la compresión de textos y el buen manejo de la lengua como forma indicada para comunicarse claramente, la entereza para llamar a las cosas por su nombre cuando hay que enfrentar duelos, penas o sentimientos de culpa o rencor. La maestra de una escuela de Quebec se ha suicidado en el aula. La directora procura que los niños no la vean. Luego, ella, la psicóloga y los padres procuran diluir la aflicción de los niños. El maestro suplente tiene una idea distinta. En realidad, él tiene ideas distintas acerca de varias cosas. Parece conservador, medio retrógrado. Hace poner de nuevo las mesas en fila, lee, dicta y hace analizar a Balzac, un clásico del Siglo XIX, aplica viejos conceptos gramaticales, impone amable pero firmemente el respeto por algunas normas. ¿Es el maestro adecuado? De a poco, no solo se gana el aprecio de los niños. También logra hacerlos avanzar en diversos órdenes. Y hacerlos hablar de lo que, hace rato, necesitaban hablar. El entiende lo que es una pérdida cercana. El también está cerrando heridas. Pero nada es fácil. El profesor Lazhar se llama Bachir Lazhar, es argelino, y afronta el riesgo de deportación en cualquier momento. Por suerte están los niños, y el trabajo en el aula. "Un aula es un lugar para la amistad, el trabajo y la cortesía. Un lugar lleno de vida al que le dedicas tu vida y en el que te dan su vida", dice el maestro. Que en una de esas ni siquiera tiene título habilitante. Todo, expuesto con altura, sencillez, naturalidad, precisas palabras, íntima emoción y excelente elenco. Film canadiense candidato al Oscar 2012, protagonizado por el comediante Mohamed Fellag, que trabajaba en su país hasta que los integristas le mandaron una bomba al escenario. Director, Philippe Falardeau, que ya se había lucido en otro film con niños, "Juro que yo no fui". Autora del texto original, Évelyne de la Cheneliere, que aparece casi al final como la madre de la nena más despierta de la clase (y por algo es la única madre que recibe un primer plano).
Santo y todo, este Perón es verosímil 1972, un barrio apartado de Madrid. En una casona similar a la de su añorada quinta de San Vicente, el general Perón orquesta su regreso, recibe fieles de diversos sectores, los alecciona, hace yoga, bromea, rezonga, y evoca algunos momentos del 55, el exilio centroamericano y el frustrado retorno de 1964, mientras advierte perplejo la creciente influencia de Lopecito sobre Isabel. Como cabe esperar, el argumento lo santifica un poco, lo exime de algunas cosas. Pero, atención, también destaca sus dudas, indecisiones y reticencias, sus consejos contra la violencia en ciertos casos, sus manejos a dos puntas, su indignación en el terrible momento en que le devuelven maltrecho el cadáver de Eva. Y le imagina un sentimiento de soledad que lo lleva al recuerdo de su madre frente a otra persona. Esa otra persona es una creación discutible pero eficaz de los guionistas: una joven española que el viejo exiliado visita en secreto, sólo para charlar con alguien que no espera nada de él. En verdad, poco puede objetarse. Una línea de diálogo ante el bombardeo de Plaza de Mayo (¿acaso era posible leer en ese momento la consigna que llevaban pintada los aviones?) se compensa con un buen párrafo de autocrítica frente a la cañonera paraguaya (aquel famoso de "Nuestros enemigos no nos han vencido. Hemos caído víctimas de nuestras propias debilidades internas"). Y ciertos recursos explicativos son necesarios. Hay toda una generación que conoce poco y mal esta parte de la historia. Víctor Laplace vuelve a encarnar al General, y lo hace todavía mejor que en "Eva Perón" o en la pieza teatral "Borges y Perón" que hizo con Duilio Marzio. La edad, incluso, lo beneficia. A igual nivel está el elenco. Javier Lombardo es el fiel amigo Jorge Antonio, Victoria Carreras la mujer que un día amanece junto al hombre y desde entonces lo asiste, Sergio Surraco el Rodolfo Galimberti todavía limpio (muy interesantes los diálogos del Viejo y el joven en el parque) y Fito Yanelli es El Brujo. El perverso de la película. De veras mete miedo. Párrafo aparte, Hugo del Carril hijo en breve pero hermosa aparición encarnando a su propio padre. Impresionan aquí las actuaciones, el meticuloso, impecable trabajo de la vestuarista Marcela Villariño y la directora de arte Adriana Mestri (han cuidado hasta el tamaño de los caniches "de antes"), la música de Damian Laplace, y, en especial, el libreto de Laplace y Leonel D' Agostino, autor ya reconocido por sus trabajos para series como "Tiempo final" y "El elegido". Codirector junto a Laplace, un joven en ascenso, Dieguillo Fernández, observador, minucioso. El resultado es sencillamente más que bueno, capaz de atrapar incluso a los "gorilas". Y por lo menos dos escenas son de antología: la última charla del Viejo con la joven, donde él parece quebrarse, y la fiesta de cumpleaños donde todos se juntan pero el homenajeado se aleja unos pasos, como para mirarlos "desde afuera".
Simpático émulo de Indiana Jones en 3D Apenas con un tibio precalentamiento llega a las salas este agradable dibujo español para niños, digno de mucha mayor difusión. Se trata del largometraje de aventuras de Tadeo Jones, un tipo singular que ya cuenta con dos cortos deliciosos, dos historietas regocijantes, y un centenar de premios para sus autores. Este largo, por ejemplo, ya ganó once, incluyendo los Goya de mejor guión, director debutante y, por supuesto, mejor animación. Los cortos, creados por Enrique Gato, se llaman "Tadeo Jones" (peleando con momias en el interior de una pirámide) y, el mejor, "Tadeo Jones y el sótano maldito". Las historietas, a cargo de Juan López Fernández, alias Jan, se llaman "Tadeo Jones y el secreto de Toaclum" y "Tadeo Jones en el Rally París-Paká. Todo, hecho un poco en la línea de fantasías y emociones en tierra exótica de Indiana Jones, Tin Tin, Alan Quatermain y otros prestigiosos personajes de conocimientos enciclopédicos, valor absoluto y amplio kilometraje recorrido por selvas, montañas, laberintos, bibliotecas y precipicios. Con una pequeña diferencia: Tadeo es sólo un noble bruto, un ingenuo medio asustadizo, obrero de una empresa constructora. Pero tiene un empeño ibérico absoluto, por no decir, al uso nostro, que es un gallego empecinado. El quiere ser como Indiana Jones y no hay quien lo calme. Ese empecinamiento, su entusiasmo a toda prueba, y una pequeña confusión, lo terminarán llevando a plena selva peruana junto a un perro, un loro que parece de los Angry Birds, un pícaro buscavidas local y una antropóloga de veras llamada Sara Lavrof, libre parodia de Lara Croft. Con ella enfrentará a perversos buscadores de un tesoro incaico, y acaso resuelva el misterio de la perdida ciudad de Paititi, supuesto El Dorado que en la actualidad congrega decenas de expediciones anuales por las fronteras de Perú, Bolivia y Brasil (dicho sea de paso, en la vida real parece que algunos exploradores se han perdido allí para siempre). Por ahí va el chiste, de dibujos amables, asunto entretenido, lindos fondos, personajes simpáticos, ritmo llevadero, y 3D para mayor disfrute. No será Pixar, pero igual se disfruta.
Anatomía de un asesinato aún irresuelto Probablemente esta obra basada en el libro homónimo de Diego Rojas convenza sólo a los convencidos, pero igual es buena idea haber hecho esta película y estrenarla en vísperas del fallo de la justicia, y es bueno que la hayan hecho, con toda dedicación, los compañeros de la víctima. Puede objetarse, eso sí, la mezcla de ficción y documental y el airecito canchero del personaje protagónico, un periodista metido a investigar -y hacer evidente al espectador- los mecanismos de tercerización laboral, la matufia sindical (semiocultamente patronal), y su necesaria connivencia con ciertos sectores de los poderes públicos. Esto ya lo había expuesto con gran fuerza y claridad Pino Solanas en su documental sobre los servicios ferroviarios "La última estación", pero nunca está mal insistir sobre el asunto. Lo nuevo y singular de "¿Quién mató a Mariano Ferreyra?" es, en cambio, la forma de tomar un desgraciado hecho particular para avanzar hacia lo general, y la puesta en escena del crimen, representada por los propios testigos y participantes del hecho ocurrido en diciembre de 2010. Se aclara, son los participantes de un solo sector. Pero es lógico, la misma limitación tuvieron "Roma ciudad abierta" y "La batalla de Argelia": los fascistas no colaboraron en la reconstrucción de los hechos históricos que allí se narran. Otra aclaración: ésas eran películas neorrealistas, hechas por gente de variada opinión. Esta es un derivado de los cortos de agitación y propaganda del grupo Ojo Obrero, cercano al Partido Obrero. Hecha la salvedad, sólo cabe señalar el buen pulso de la película, su lógica conceptual y expositiva, y su adecuada advocación al espíritu de Rodolfo Walsh. También, la participación de figuras ajenas al partido, como Martín Caparrós, Iván Moschner, Leonor Manso, Soledad Villamil y Enrique Piñeyro, que ya había participado en los "Videominutos por Mariano Ferreyra". Autores, Julián Morcillo y Alejandro Rath, participantes de aquel "Piqueteros, carajo" que sirvió a la justicia para identificar a los asesinos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en el 2002. Rath, incluso, fue llamado a declarar como testigo en ese juicio.
Agridulce evocación de una infancia Julie Delpy no es solo la rubia linda de "Antes de amanecer", "Antes de atardecer" y "Flores rotas", que estuvo como jurado del Festival de Mar del Plata 2001 junto a José Luis Borau, David Bordwell, Daniel Burman y otros notables. Ella también es directora, y de las buenas, según lo demuestra esta obra, la cuarta que lleva su firma, y que es también la primera que hace en carácter de comedia coral, agridulce y para toda clase de público. La historia junta un montón de parientes de diversas edades y condiciones en torno al cumpleaños de la abuela, allá por 1979. Hay que tener mano para armar semejante casting de niños y grandes con aire familiar, construir el clima de la época, vigilar que cada intérprete tenga su momento y que todos los personajes puedan ser reconocidos y entendidos por el público, y la película sea agradablemente llevadera, simpática, equilibrada en todo sentido, y capaz de despertar evocaciones cariñosas y depositar reflexiones que parecen ligeras pero tienen lo suyo. Todo eso se percibe y se admira en esta película, agradable evocación de una infancia más o menos similar a la propia infancia de la autora, que en este caso interpreta además a la madre de la niña protagonista, es decir, indirectamente, a su propia madre (a la que dedica la película). Cuidado, decimos que la evocación es agradable, porque uno suele recordar con simpatía incluso los momentos malos que quedaron lejos. En cambio la niña está viviendo esos momentos malos "en ese momento". Ella está sufriendo inquietudes, despertares y decepciones propias de su edad, y encima es consciente del peligro que se abate sobre toda la humanidad, una conciencia que los demás niños no tienen. Ocurre que el Skylab está por caer en cualquier lugar del planeta. Y puede que sea en ese mismo lugar, encima de ellos. Sin embargo los niños juegan, los mayores se divierten pese a irreconciliables divergencias de todo orden, y por ahí hasta ella misma se distrae un poco de sus aflicciones. Por si el lector no lo recuerda, el Skylab fue una estación espacial que orbitó durante seis años, hasta que un día avisaron que iba a caer sobre algún sitio indeterminado de la tierra. Hubo bastante miedo en el planeta, y también bastante gente que siguió su vida como si tal cosa. Si le caía encima el Skylab, una maceta, o el inspector de réditos, eso no iba a amargarla antes de tiempo. Al final cayó en Australia, lo que paradójicamente alegró al gobierno australiano, que aprovechó a cobrarle a la Nasa una buena multa por arrojar basura en lugar público. Pero eso ya es otra historia. La que acá vemos, tiene su propio deleite y moraleja. Postdata: atención al viejo gagá de la familia, que aparece canturreando "La balada de la gente feliz", ese es Albert Delpy, padre de la directora. Y a las abuelas, Bernardette Lafont y Emmanuelle Riva, otrora respectivas representantes del ala derecha y el ala izquierda de la Nouvelle Vague. Rodaje en Saint-Malo y otros lugares de la costa bretona. Banda sonora con felices temas populares propios de los '70. Fotografía color medio "lavada", como una foto de aquellos tiempos que ha sufrido un poco la intemperie (una buena idea).
Drama asordinado de un hombre retraído Luego de tres exitosas comedias, Juan Taratuto se probó con un drama. Pudo haber hecho una comedia dramática, pero se jugó a pleno. Hizo un drama. Eso sí, con final "positivo". El dolor habrá servido para mejorar algo. Pero todo se cuenta de un modo asordinado, sin explosiones actorales ni situaciones subrayadas. Lo que pasa es demasiado fuerte como para subrayarlo. Y el desarrollo es lo bastante creíble como para exagerarlo. Cuanto mucho, sentimos un particular extrañamiento. Ese extrañamiento impresiona al comienzo, cuando recién conocemos al personaje protagónico, un posible ingeniero en hidrocarburos. Un técnico respetado, obedecido, que conoce su oficio, pero reservado, casi ermitaño, capaz de reacciones inesperadas, muy poco sociable, por decirlo amablemente. En vísperas de vacaciones ese hombre recibe el pedido de un amigo que debe internarse. Luego percibiremos que allí hay una amistad de otros tiempos. De cuando este tipo era normal y tenía familia. Ahora debe dar una mano en el negocio del amigo. Y por un tiempo también deberá hacerse cargo de la familia del amigo. Una mujer, dos hijas adolescentes. Nada fácil, sobre todo para quien se ha cerrado a las relaciones y las emociones. Nada fácil tampoco para ellas. No corresponde adelantar detalles. Solo decir que la acción transcurre en Rio Grande y Ushuaia (no precisamente la parte turística, pero el paisaje igual es atractivo), en meses de frío y nieve barrosa, que hay un par de canciones melancólicas en inglés, de Alexi Murdoch, un prólogo singular, y dos escenas todavía más singulares. La primera, de perturbadora emoción, es una despedida espiada detrás de la puerta. La otra, en la ducha, es un reencuentro que descubriremos simbólico y tremendo, pero necesario. Alguien dirá por ahí que ésta bien podría ser una película americana filmada en Alaska. Tono, circunspección y ambiente hacen pensar algo así. Pero esas dos escenas marcan la diferencia, y además, y sobre todo, comparada con cualquier americana de asunto y estilo parecido esta película le gana limpiamente por una nariz. Y acá actúa Diego Peretti. Un Peretti totalmente distinto, notable, con recursos inhabituales, que impresionan como si fuera otro, que vemos por primera vez. Y en cierto sentido es la primera vez. La escena donde empieza a aflojar, un primer plano con cámara quieta, palabras precisas y expresión contenida, es de antología. A su lado, Claudia Fontán, igualmente señalable, Alfredo Casero, y las chicas María Casali y Eugenia Aguilar. Música, Iván Wyszogrod. Fotografía, Nico Hardy. Sonido (esencial), Catriel Vildisola. Productora ejecutiva, Dolores Llosas. Temas de Murdoch: "Wait" y "Towards the Sun".
Tras las huellas de un bisabuelo enamoradizo Se estrena al fin este buen documental, fluido registro de una búsqueda, tres viajes y un encuentro. La búsqueda es sobre la verdadera historia del bisabuelo inmigrante. Grace Spinelli creía saberla, hasta que su tía abuela le contó la verdad: don Mohamed no murió en Argentina sino que dejó acá abandonada la familia y se mandó mudar, en busca de su novia de juventud. Los viajes son los del bisabuelo, inmigrante y emigrante, y de la bisnieta, que no para hasta llegar a la propia aldea libanesa donde empezó todo. Ahí tiene lugar el encuentro, o mejor dicho los encuentros, de ella con sus primos ignorados, y de uno de ellos, no diremos con qué, pero ese sí que es un encuentro inesperado, hermoso, que arranca lágrimas de emoción del modo más limpio y sencillo que alguien pueda conocer. Para llegar a ese momento, Grace hace todo un recorrido, empezando por conseguir un traductor para el manojo de cartas en árabe que estaban en casa de aquella abuela, y nadie, en años, había querido abrir y leer. Ahora, medio siglo después, una misteriosa madeja empezaba a verse y desenredarse. Y luego, el viaje. Argentinos a un Líbano con heridas de guerra, con gente pícara, desconfiada, o noble y amistosa, con caminos desconocidos y derechos de tránsito, hasta llegar a la aldea donde nació y volvió aquel hijo pródigo, para colmo una aldea en el borde mismo con Israel, detalle que tampoco facilitaba el tránsito. Y así y todo, ahí estaban esperándolos las cosas más hermosas, los cierres más precisos para su historia. La película es de Grace Spinelli, que pone la idea, la investigación, el texto, el cuerpo, la gracia y el entusiasmo para hacernos viajar junto a ella por lugares remotos y ancestrales, y de Hernán Belón, que pone su oficio, dedicación y buena mano para el documental. Esto ya lo había demostrado en el biográfico "Sofía cumple 100 años", en esa joyita que es "El tango de mi vida", emotivo seguimiento de un concurso de aficionados, y en varios otros trabajos, pero éste que ahora vemos tiene además el atractivo de la aventura, y la suerte de estar con la cámara encendida en el momento y el lugar exactos. Vale la pena.