A veces “3” no llega a hacer una familia Para constituir una familia se necesitan por lo menos tres integrantes. Acá están el padre, la madre, y la hija. Entre los tres no hacen una. El tipo es un dentista que se rajó hace diez años, crió panza, ahora se cansó de su segunda esposa, extraña el buen calor del nido, y por eso se va arrimando con distintas estrategias, como para que otra vez lo sientan querible y necesario. La mujer tiene su trabajo, hace su gimnasia, cuida una tía enferma, transita por la vida, se pone al posible alcance de otro tipo, pero le viene bien que el anterior quiera ocuparse de los arreglos de la casa. Su interés no parece superar esos horizontes. Y después está la hija. La hija es adolescente. Adolece de simpatía, de disciplina para seguir los estudios, de entusiasmo, de fidelidad con el novio. Tampoco tiene costumbre de tratar demasiado bien a los otros, y en eso puede darse la mano con el padre, que hace papelones en el fútbol 5. ¿Qué puede esperarse de estas criaturas? Ellos tampoco esperan demasiado. Comedia triste de humor montevideano, de caracteres más que de situaciones, «3» es una obra tan escueta como su título. Y, sin embargo, a fuerza de mirarlos, a estos infelices los vamos entendiendo. Quererlos ya es otra cosa, pero el autor, Pablo Stoll, sabe pintar sus existencias descoloridas, sus reacciones ridículas, sus entusiasmos de corto alcance, con una sutileza que nos obliga a estar atentos, y nos hace sonreir de vez en cuando. Quienes apreciaron el «Whisky» de Stoll y Rebella sabrán disfrutarla. El resto la va a sentir medio larga y con demasiados temas de grupos musicales poco apreciables. A señalar, en cambio, el buen elenco, empezando por el protagonista Humberto de Vargas, más conocido en Uruguay como animador de un programa matutino, relator de fútbol y cantante (pero también es buen actor de teatro y cine).
Recitado inexpresivo de parte de la historia «Que a mi patria la fundaron/ a golpes y cachetazos. / ¡Cuántas voces se callaron/ a machete y a balazos!», dice una canción de Piero, «Coplas de mi país», muy aplaudida en los 70, salvo unos que gritaban «Fusiles, machetes/ por otro 17», herederos de otros que años antes gritaron «Cinco por uno, / no va a quedar ninguno». El recuerdo viene a cuento porque la obra que acá vemos pinta, precisamente, un país formado en el desprecio y el odio. Para ello selecciona algunas frases de figuras nacionales que sucesivas personas van leyendo a cámara, ante sus tumbas, sobre ellas, o recostadas contra las paredes de sus bóvedas, todas en la Recoleta. Frases como «Que de esta raza de monstruos no quede uno entre nosotros y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y de espanto» (discurso del brigadier Rosas), «Contra los indiferentes, los anormales, los envidiosos y haraganes; contra los inmorales, los agitadores sin oficio y los energúmenos sin ideas» (Manuel Carlés, Manifiesto de la Liga Patriótica Argentina), «Primero mataremos a todos los subversivos, luego a sus colaboradores, luego a sus simpatizantes, luego a aquellos que permanezcan indiferentes, y por último mataremos a los indecisos» (arenga del general Ibérico Saint-Jean), etcétera. Bajezas de unitarios y federales se alternan al comienzo. Todos muestran la hilacha. Después no hay alternancia. Solo se leen expresiones intolerantes y rastreras de un solo sector nacional. Pero entre medio, criticando la barbarie, surgen las voces de Juan Bautista Alberdi, José Hernández, Guido y Spano, la carta del general Valle a su verdugo, la pena del general Lucio V. Mansilla: «¡Ah!, esta civilización nuestra puede jactarse de todo, hasta de ser cruel y exterminadora consigo misma. Hay, sin embargo, un título modesto que no puede reivindicar todavía: es haber cumplido con los indígenas los deberes del más fuerte. Ni siquiera clementes hemos sido». El recordatorio incluye expresiones racistas de algunos escritores preclaros, transcribe con suavidad el exaltado resentimiento de Eva Perón contra «la raza maldita de la oligarquía», se demora en imágenes vagas. Puede reprocharse la ausencia de proclamas belicosas de anarquistas y guerrilleros, la inclusión de un comentario del doctor José A. Wilde sobre los mendigos profesionales de la Gran Aldea (¿lo acusarán de «criminalización de la pobreza»?), y un descuido en los epígrafes: la descripción del asesinato de Aramburu no fue anónima, en ella se vanagloriaron Firmenich y Arrostito. Toda selección es discutible. Pero también motivadora. Lástima que los lectores sean poco expresivos, displicentes, salvo uno que recita «La refalosa», de Hilario Ascasubi, detallando alegremente la vejación de un infeliz a manos de mazorqueros.
Y fue por este río de sueñera y de barro Los argentinos seguimos bajando de los barcos. Esta es la historia de un nuevo argentino en proceso de serlo, un poco a pesar suyo, un poco gracias al cielo y a su resistencia física. No llegó en primera clase, ni en segunda, ni en tercera. Vino como polizón, pero no recostado bajo la lona de un bote de salvamento, como vemos en las películas, sino acurrucado en un lugar más incómodo y mucho más peligroso. Apenas comienza este documental, cuando vemos asomar su cabeza junto a un barco, ya podemos tener idea de las proporciones, del esfuerzo que habrá sido trepar hasta ese hueco, de la obstinación y la necesidad insoportable que un hombre debe tener para arriesgarse en semejante aventura. Hay algo más. El todavía no era un hombre, sino apenas un adolescente en busca de futuro. Y ya varias veces lo había intentado, soportado la travesía, había visto la muerte, lo habían capturado y devuelto. Una vez lo devolvieron desde Montevideo, otra vez desde Caracas, etcétera. Hasta que, sin saber siquiera por dónde iba, llegó a San Lorenzo y libró su primer combate en tierra firme. Ahora vive en Rosario. Ya eso solo bastaría para dedicarle una película. Pero hay algo más, todavía. La lucha cotidiana, la adaptación, los sueños, la nostalgia, la madre que quedó allá lejos. «El gran rio» está hecha en Rosario, Conakry, Kindia y Comaya, y hablada y cantada en español, francés, porque él viene de la ex Guinea Francesa, y susu, que es la lengua de los mande, a quienes nuestros gauchos llamaban mandingas, y asociaban con el Diablo. Sin embargo su mirada mansa, el rostro que va madurando, dan otra impresión. David Bengoura, se llama este nuevo argentino con ganas de trabajar y lucirse como rapero. Rubén Plataneo, nieto de inmigrantes, se llama el cineasta rosarino que lo registra, lo sigue en la grabación de un disco, y lleva ese disco hasta la madre. Película sencilla, agradable, de color y sentimiento, se ve con simpatía y hace pensar también en los abuelos.
Lelouch lo hizo mejor hace 50 años Un film francés para adolescentes, «Flores del mal», sobre el difícil romance de un nieto de inmigrantes musulmanes y una hija de exiliados iraníes, se estrenó primero en la sala 2 del CCSM (allá en el quinto subsuelo) y luego on mayor número de pasadas en el cine club Buenos Aires Mon Amour. Autor, un húngaro formado en Sudáfrica, Alemania y Francia, David Dusa, debutante igual que sus guionistas y sus dos intérpretes. La acción se ambienta en 2009 en Paris. La joven está todo el tiempo mirando desde la computadora las manifestaciones contra el proceso electoral iraní y la consiguiente represión que hay en su tierra. Vive preocupada por sus amistades, y un poco avengonzada de hallarse en lugar seguro. Mientras, el pibe está todo el tiempo moviéndose con pasos de hip hop, bailando en la via pública y otros lugares, trabajando como botones de hotel y, lógicamente, buscando en Internet cualquier información sobre ese raro país de donde viene una chica tan linda y tan seria. En verdad, ella no es tan seria, y se ocupa de despabilarlo imponiéndole las poesías de Omar Jayyam, el celebrador del vino, y Charles Baudelaire (de ahí el título del film). Ella tiene actitudes que el otro quizá no se esperaba. Ojos occidentales pueden verlos cercanos, pero, por empezar, se trata de una acomodada persa laica y un laburante franco-magrebí religioso. El resultado, entonces, dependerá de la fuerza del amor, la intención del autor, y el peso de los jueguitos visuales, musicales y estilísticos que llenan la pantalla y buscan entretener a la platea. Todo está contado en un gran patchwork de géneros, tonos y estilos diversos, con extenso material de youtube envolviendo los sentimientos de la parejita despareja de difícil futuro. Entretenida, incisiva y a la vez inocente, más rara que buena, interesará, precisamente, a los buscadores de rarezas, y también a algunos estudiosos de la sociedad contemporánea. Dicho sea de paso, hace ya medio siglo Claude Lelouch también empezó con una vocación similar de unir historias sentimentales, entornos de actualidad, lucimientos técnicos, cambios contínuos y personajes contrapuestos (una dama y un canalla, un gato y un ratón, etc.). Pero tenía más fuerza, y más talento.
“Las voces”: cuento extraño, sórdido y lento Las gacetillas anticipan que éste es un cuento dramático acerca de un ventrílocuo. Como en el cine los ventrílocuos suelen enloquecer por culpa de sus perversos muñecos, el espectador bien podría esperarse algo por ese estilo, tipo «Al caer la noche», del brasileño Alberto Cavalcanti, con Michael Redgrave, pero acá la cosa es más original. Simplemente, no hay muñeco. Este tipo es loco por cuenta propia. Aclaremos. Al comienzo tiene una muñeca vestida de azul, a la que dedica todo su cariño y con la cual sale a mendigar por un callejón pobrísimo, pero el dueño de la pensión se la quita de puro malo y como parte de pago del alquiler. Así que el tipo se pasa el resto de la película haciendo dos voces «a capella», como quien diría. Su estado lo lleva, sin solución de continuidad, a charlar con una nena bastante cargosa y sospechosa, que solo él ve, y sería la hija de una señora sorda muy amable, que se enamora de él porque le gusta ver cómo sus labios «se mueven en silencio, como en las películas de antes». Lo cual permite comprobar la veracidad del dicho «nunca falta un roto para un descosido». La cosa es que el hombre se siente perseguido por la mujer y por la hija imaginaria de la mujer, que encima se le pone celosa. También parece perseguirlo la policía. Lo mismo, el boletero del cine de mala muerte donde trabaja como número vivo. Esto ocurre a mediados de los 50, según puede deducirse de los trajes, las costumbres y los afiches del cine, salvo uno de 1947 que claramente dice «La senda oscura», como augurando para dónde va el sujeto. El cine ofrece «Mercado de Abasto» y «La mujer de las camelias», con Zully Moreno, pero nosotros seguimos atrapados por esta película. Que además tiene una historia paralela ambientada en la época actual, donde aquella mujer ya está agonizando pero le transmite mentalmente un mensaje a la nieta, que es una nena real pero igualita a la que el loco se imaginaba. ¿Y qué dice el mensaje? Que busquen al loco porque es su abuelo. ¿Y qué hace el loco del abuelo cuando hija y nieta lo encuentran? Cosas de loco, pero de loco perverso. Pablo Torre, autor de todo esto, ama, o quiere exorcizar, ese mundo turbio y decadente del cine que sufrieron sus mayores, tal como lo ha mostrado en sus anteriores «El amante de las películas mudas» (gran caracterización de Alfredo Alcón) y «La mirada de Clara». La película que ahora hizo sigue esa línea, y si uno se pone a masticarla puede encontrarle además ciertas lecturas simbólicas muy interesantes. Solo hay que aceptar su estilo, todo muy tétrico, sórdido y lento, con un protagonista obligado a moverse como un perro apaleado del «kammerspielfilm» más pesimista, y una niña seria, solemne y poco confiable. Irreprochables, en cambio, la música envolvente del maestro Luis María Serra, la buena fotografía, y la escena en que la niña, chantajista, se pone a caminar con tacones por la baranda del superpullman, unos cuantos metros por encima de la platea.
Drama policial algo incómodo pero eficaz Se ruega no confundir este drama policial franco-suizo con el drama provincial bonaerense de Néstor Montalbano, con Jorge Marrale, Oscar Martínez y un perro de desgraciado final, aunque ambas historias tienen un punto en común, además del título. El punto, es que las malas compañías hacen perder la inocencia y llevan al crimen. En el caso que ahora nos ocupa, dos criaturas que apenas rondan los veinte años se meten alegremente en problemas. Ella, totalmente enamorada. El también, al punto de que un día le confiesa su verdadero oficio: acostarse por dinero con tipos grandes. Por razones que solo el corazón y la perversión saben, empiezan a trabajar juntos. Un cafisho de la misma edad, algunos clientes, una madre demasiado confiada y dos policías completan la trama. Los policías deben investigar la muerte del muchacho. Cualquiera es sospechoso, incluso la niña enamorada. La película hilvana sus dos meses de felicidad, aventura y locura, y la semana que les lleva a los pesquisas descubrir las diversas verdades que hay detrás de un cuerpo muerto. Porque nunca hay una sola verdad, ni un solo modo de repartir culpas y castigos. Historia bien hecha, de escenas ocasionalmente incómodas y final medianamente feliz, adolece de algunas licencias perdonables, propias del género policial, y se beneficia con un buen director, el debutante Fréderic Mermoud, y un buen elenco, encabezado por los prometedores Cyril Descours y Nina Meurisse, que ponen el cuerpo, y los ya cancheros Emanuelle Devos y Gilbert Melki. Mínima, precisa e impagable la expresión de éste, algo así como «Hay que ser b...» cuando la madre de la chica le dice que a veces se drogan juntas.
Simpática cuarta aventura en hielo No entusiasma ni enternece como las anteriores, pero igual permite pasar un rato agradable esta nueva aventura de Manny, su familia y sus amigos. Todos nos caen bien, hay abundante acción y varias hecatombes naturales, chistes amables y técnica muy cuidada (pero con resabios de algún programa ya superado en unas partes de oleaje), la ardilla sigue causando gracia, ahora sorteando peligrosas sirenas hasta llegar a Scratlantis, el continente perdido (culpa suya), el doblaje mexicano procura ser neutro, delatado apenas por un «¡Andale, abuelita!» y alguna «apapachada» (a propósito, ¡qué lindo que es apapachar!), y la historia es entretenida, con solo tres objeciones menores. La primera: salvo la abuelita del perezoso, que reaparece en su vida como peludo de regalo, y el malo de la película, ese eximio simio pirata, que ojalá no muera así aparece en otra aventura, los personajes secundarios apenas se lucen. Y el pequeño y lastimero topo que lucha por su amiguita mamut está puesto de manera forzada, como para encajar una moraleja para adolescentes. Segunda objeción: la hija de Manny ya es una gordita adolescente. ¿Cómo, si hace apenas tres años era una dulce bolita de peluche? ¿Por qué crecen tan rápido estas criaturas? ¿Será que algún ejecutivo cree capturar de esa forma al público edadelgánsico que está creciendo a la par de la franquicia? El libretista principal es Michael Berg, autor de la primera y la tercera películas. Pero quienes deciden estas cosas son otros. Y tercera objeción: ahora también se agregan canciones. La del simio pirata y su tripulación vaya y pase, con una letra cínica tipo Monty Phyton celebrando el placer siempre actual de despojar al prójimo. Pero la canción final a cargo de toda la compañía es un plomo de venta en discográficas. Es decir, no vale la pena quedarse hasta el final. Cuando el espectador vea que nuestros personajes, huyendo del viejo mundo en ruinas, llegan a un nuevo mundo presidido por una protoestatua de la Libertad, ya puede ir juntando a sus niños rumbo a la salida. Eso es todo.
Simpática comedia romántico-política Como para que cada espectador atienda la parte que más le interesa y disfrute también las otras, esta película británica dirigida por un sueco residente en EE.UU. y filmada en Marruecos (aunque ambientada en Yemen), es una muy agradable combinación de comedia romántica, humorada política y fábula ecofilosófica. La unión de los dos primeros elementos ya era una tradición en el cine inglés de los 50 y primeros 60. Lo otro es menos habitual, pero bienvenido. En el asunto participan un jeque soñador, una jefa mandona, un biólogo que debería abrirse a las delicias de la vida, y una dulce criatura que puede ayudarlo. Ewan McGregor, demasiado carilindo para su personaje, y Emily Blunt, tan tierna ella, son los protagonistas. El egipcio Amr Waked y Kristin Scott Thomas, en cambio, son los personajes más interesantes, ella por lo que dice y él por lo que quisiéramos que siga diciendo. La historia es así. La jefa de prensa del Primer Ministro debe publicitar algún gesto amable entre el gobierno de Su Majestad y los países árabes. Típica funcionaria, elige una propuesta inaplicable pero llamativa. Sin embargo, el que tuvo la idea cree sinceramente que se puede aplicar. A fin de cuentas él solo pide una cosa sencillita: pescar salmones en Yemen tal como hace en Escocia. Para lo cual habría que transportar y aclimatar unos cuantos miles de salmones. Ah, y ver también. Esa es la parte donde entra en acción nuestro héroe, desde su puesto público, su pequeño estanque, y su apagada vida conyugal, hacia el gran desafío en tierras extrañas. Y también hacia un grande e inesperado encuentro amoroso, aunque de esto tarde un poco en darse cuenta. Hay que ver, al respecto, la carita de la Emily propiciando ese encuentro. Y ver, además, otros encuentros, de culturas diferentes, de la mera ciencia y la inesperada fe, de la lógica y el sueño, porque el jeque de esta fábula realmente tiene algo en la cabeza y es bueno enterarse. No corresponde contar más, simplemente decir que la historia suaviza una novela satírica del ingeniero Paul Torday, hombre que desarrolló gran parte de su vida laboral en Medio Oriente. Que el adaptador y guionista es Simon Beaufoy, el mismo de «Full Monty», «¿Quién quiere ser millonario?» y otros textos destacables que amalgaman la emulación personal con la crítica social. Y que el director es Lasse Hallstrom, un tipo tan bueno para hacer dramas y melodramas («El año del arco iris», «¿A quién ama Gilbert Grape?», «Las reglas de la vida», «Siempre a su lado», etc.) como lindas comedias («Abba, el gran show», «Mi querido intruso», «Chocolate», esta que ahora vemos, etcétera.). Se pasa un buen rato, con linda gente, paisajes y música, se refresca el recuerdo del viejo humor inglés, irónico y ligero, que hoy poco disfrutamos, y se aprende algo.
Sobre los malestares de una madre moderna Según algunos, esta película es la primera que contradice y destruye la imagen de absoluta felicidad y dedicación que cualquier madre adquiere naturalmente desde el momento mismo en que toma conciencia de su embarazo. Puede ser, si ignoramos «Que el cielo la juzgue», con Gene Tierney (1945), «Guacho», con Tita Merello (1954), «El extraño que hay en mí», de la alemana Emily Atef (2007), y otros cuantos dramas y dramones de la historia del cine. Frente a ellos, «Un suceso feliz» sería apenas una bonita propaganda de cunas y mamaderas. Lo que sí es cierto, es que se trata de la primera comedia medianamente dramática sobre los malestares propios de una joven moderna frente a un primer embarazo, y, sobre todo, un primer bebé, con los altibajos no solo horarios, sino emocionales, hormonales, sociales y familiares que el asunto conlleva. También su pareja tiene problemas, pero de baja intensidad. Como se sabe, la mente masculina es mucho menos compleja, y a este tipo le basta con tener una mano libre para los videojuegos mientras sostiene al bebé con la otra. Eso si, madura más rápido que la madre. Autor, Remi Bezancon, que venía de hacer un buen retrato familiar, «El primer día del resto de tu vida». La que ahora vemos es más ganchera, con profusión de recursos visuales y mujeres vigilantes: la esposa y coguionista del director, la productora, la novelista Eliette Abécassis, autora del texto autobiográfico en que se basa la película, y, especialmente, Louise Bourgoin, talentosa protagonista, encima bastante linda. En síntesis: obra indicada para que los padres primerizos adviertan lo que les espera, padres expertos recuerden con una sonrisa, madres viejas se asombren ante la flojera de las nuevas, y el público en general vea algo atendible, antes que algún productor norteamericano haga una remake toda efectista, empalagosa, y con chistes de mal olor y mal gusto, que acá no hay.
Atrapante policial con final polémico Nunca se supo quién era «el loco de la ruta» que entre 1996 y 1998 mató una docena de prostitutas en Mar del Plata. Lo único concreto es que, en medio de las investigaciones, unos cuantos policías y hasta un fiscal terminaron presos por asociación ilícita para la explotación de mujeres, privación de la libertad y extorsión a varias de ellas, amén de otros delitos conexos. También presos, un cartonero y un carnicero con un historial bastante cercano a la figura de psicópata que el público imaginaba. De tres muertes se acusó a un suboficial, pero nada pudo aclararse: arrestado en una comisaría, el hombre tuvo «el beneficio de la fuga». ¿Quién es el criminal, o quiénes? A partir de los hechos concretos -la terrible forma en que quedaban los cuerpos de las desdichadas- el escritor marplatense Carlos Balmaceda imaginó una tesis bastante particular, y la expuso en una novela donde un comisario, un periodista especializado y un vidente van alternando sus observaciones, cada uno con su propio pasado maldito, que de algún modo le permite acercarse a la verdad. ¿Pero acercarse hasta dónde? La película que ahora vemos redujo esas observaciones a una sola voz, cambió con inteligencia la identidad de un personaje, es tan intrigante y atrapante como la novela en que se basa, y tiene un final que sorprende a todo el mundo. Un final bien hilvanado, aunque en algunos minutos clave la madeja parezca algo enredada. La gente sale discutiendo esos minutos. Se ha quedado atrapada entre lo que se sugiere y lo que se denuncia, lo que vemos y lo que no vemos. La historia policial está armada según ciertos cánones del cine negro, combinada con otros del cine de terror. La mezcla es fuerte, e incluye noches de bajos fondos, un narrador de amarga filosofía, un antihéroe solitario (pero mal acompañado), una médica forense de estómago fuerte, mucha gente corrupta o temerosa, y un vidente que percibe solo algunos hechos, los suficientes como para enfrentar su propio destino. Autor, Gonzalo Calzada, el de «Luisa». Protagonista, Gustavo Garzón, como un comisario digno de un dibujo bien amargo de Enrique Breccia. Lo rodean Valentina Bassi, Vando Villamil, Juan Minujin, Fabio Aste, en un papel de tipo ambiguo, Mimí Ardú, como la fiscal que llega hasta donde puede, y la ciudad de Mar del Plata. La otra ciudad de Mar del Plata. La que no conocen los turistas. Y los gateros que la conocen, cuando vean esta película van a perder las ganas por un tiempo.