Glenn Close “varón” en un drama que no levanta vuelo La idea no es mala. Tampoco la película es mala, pero es menos buena de lo esperado. Su asunto es singular, y está contado con particular discreción, como respetando el carácter discreto, reservado al máximo, de su personaje: una mujer que, para mantener un trabajo limpio, estable, que le permitiera ir ahorrando algún dinero, vivió largos años con apariencia de hombre y en soledad de afectos. Tal es la interesante y triste historia de esta criatura, a la que le tocó sufrir en la dura Dublín de fines del S XIX, víctima callada y singular de un ceremonioso esquema de represiones sociales e ignorancias sexuales. En su representación de «un» camarero de hotelito pretencioso (y permisivo con los vicios de algunos nobles en plan de festichola), Glenn Close da ejemplo de contención actoral, y empleando apenas una expresión de miedo, a veces llega a parecer realmente un hombrecito obsesivo de fondo paranoico y cuerpito feminoide. Su trabajo es digno de respeto. Hay que valorar, además, su empeño para concretar esta película, basada en un viejo éxito teatral suyo. Ella compró los derechos, fue su coadaptadora, coproductora, coautora de la canción final, y protagonista. El problema es que así le dejó poco margen al director Rodrigo García, a quien contrató por su especial manejo de elencos femeninos, pero no por su mano personal y preciosa para la creación de personajes femeninos. Vale decir, acá García dirige la puesta de un libro ajeno, sin aportar casi nada de su propia cosecha. No estamos ante «Amor de madres» o «Con solo mirarte», sino ante una película distinta de Glenn Close. Paradójicamente no es ella, sino Janet Mc Teer quien se lleva las palmas, componiendo la más atractiva figura de una machona comprensiva. Para interesados en el tema, se recomienda el cuento original del irlandés George Moore «The singular life of Albert Nobbs». También otras películas sobre mujeres obligadas a ocultar su identidad de género, como «El misterio de Alexina», «La Raulito», «Victor Victoria» o, por qué no, las comedias «Luisito», «La estancia del gaucho Cruz», y hasta «Vidalita», con Mirtha Legrand. Que tampoco es totalmente creíble como varoncito, pero es más divertida.
Niña rica sin tristeza pero bastante malhumor He aquí el retrato de una niña rica que no tiene tristeza, sino malhumor, malos hábitos, mala leche, mucho tiempo libre y una madre ausente y fiestera que no es mala pero también es otra vaga. Las imaginó Guillermo Fadanelli, inspirado en amistades de la alta burguesía mexicana, y las puso en una novela titulada «Para ella todo suena a Franck Pourcel». No importa a cuál de las dos se refiere, a ambas les sonaría igual, una porque desprecia todo y otra porque no piensa registrar nada fuera de su burbuja. Sin embargo, muy en el fondo, en breves ocasiones, capaz que tienen tristeza, necesidad de conmoverse por algo, y ganas de llevarse bien entre ellas. Por ahora solo coinciden en la obligación de asistir a un raro encuentro: el ex marido, cuyo apellido lleva la chica y cuya casa disfrutan, ha sido secuestrado y los parientes se juntan para hacer una negociación telefónica. Ellas van, como quien va al velorio de un tío lejano solo por cumplimiento. Por suerte o por desgracia, el tipo sigue vivo. En su adaptación, Jazmín Stuart y Juan Pablo Domínguez fueron más considerados que el escritor. La piba es menos antipática. Pero igual es antipática, el asunto del secuestro no tiene desarrollo verosímil, y el conjunto carece de mayor interés, aunque está bien filmado y Claudia Fontán se luce en atractivo papel de alegre divorciada, contenta y bien empilchada. También Silvia Kutika hace una suerte de tía agradable. Florencia Otero, protagonista, sobrelleva adecuadamente su personaje con una caracterización de darkie bienuda. Completan el reparto Luz Cipriota, Arturo Goetz, Ariadna Asturzzi, Martina Juncadella y Nazareno Casero, este último en un personaje agregado por Stuart, de tipo trabajador, ajeno al ambiente, un punto de contacto con la realidad que la jovencita desdeña. En síntesis: no está mal como retrato, pero como película aburre un poco.
Coproducción con España que termina cero a cero Martín Palermo le gana fácilmente a Iker Casillas, en el pequeño show de cameos de este pasatiempo de enredos hispano-argentinos. Parece exageración, pero el Titán hace su parte con una soltura (o atisbo de soltura, según sus críticos) que no le habíamos visto hasta ahora en ninguna aparición publicitaria. Se nota que en esa escena lo ayudó un buen coach, que ahí también hace su cameo. Fuera de eso, apenas cabe consignar el nudo del asunto, con un joven futbolista que viaja al Real Madrid, su tío obligado a representarlo aunque no entienda nada de fútbol, y un buscavidas madrileño que quiere dar el gran paso aunque no le den las piernas. Junto a ellos veremos tres mujeres y dos buitres, amén del auténtico presidente del Real, Florentino Pérez, que cruza en un entretiempo, y José Ramón de la Morena, cabeza del programa madrileño «El larguero», que se presta a una buena escena. De los buitres, hay uno que parece un capomafia simpático, a cargo del veterano Pepe Sancho, y otro con pinta y mañas de yuppie desagradable. ¿Cuál de los dos será conveniente para el pibe? ¿Y a cuál nos gustaría verlo ganador junto a nuestros personajes? Si es que ellos ganan, claro, porque son dos improvisados. El español David Marqués dirige esta película con relativo conocimiento del fútbol y de la comedia. Diego Peretti salva su parte, Fernando Tejero puede que caiga mejor entre los suyos, donde medio lo encasillaron con «Días de fútbol» y «El penalti más largo del mundo» (basada en un cuento de Osvaldo Soriano), nuestra Carolina Peleritti pone su carita más dulce, y el Chino Darin parece el Conejo Tarantini. Afortunado, le toca una rubia preciosa toda desnuda. Pero eso es todo, o casi. En fin, se pasa el rato, pero pudo ser mejor. Incluso pudo ser buena.
Admirable retrato del país del terror Esta película, alternativamente, estremece de espanto y hace reír también de espanto, pero con gusto. Se trata de una apabullante conjunción de testimonios y escenificaciones a propósito de dos famosos miembros de la Triple A, desde sus andanzas criminales dentro mismo de la policía, allá en los 60, hasta los dulces recuerdos de la viuda de uno de ellos en la actualidad. Lo de esta agradable señora es muy gracioso. «Eramos como los Ingalls», concede en un momento, y también muestra la foto con su padrino de casamiento: López Rega. Para ella, que hoy vive en España con un acento castizo similar al de otra agradable señora, su marido salía a repartir juguetes en misiones sin horario de Bienestar Social. Su marido era Eduardo Almirón, un policía decididamente corrupto, de grave prontuario interno ya a comienzos de los 60, dado de baja, pero reincorporado, ascendido y pasado a tareas especiales en 1973-74. Lo que víctimas e historiadores policiales cuentan de él, una parte de lo que cuentan, Luis Ziembrowski, Sergio Boris, Pablo Krinski, Emilio Laszlo, José Mehrez lo representan. Y a veces el espectador siente el impulso de apartar la vista de la pantalla. Quienes hablan son el general de brigada (RE) Juan Jaime Cesio, entonces coronel a cargo de la Secretaría General del Ejército, Sergio Bufano, Marcelo Larraquy, Carlos Petroni, Ricardo Ragendorfer y otros. Y Ana María Gil Calvo, viuda de Almirón. Cada vez que ella habla es un regocijo, en especial cuando por ahí se contradice, o no se sabe si está creando un personaje para tomarle el pelo al reportero. Y sin embargo es todo cierto, esa es su verdad. Como también lo es, aunque ponga los pelos de punta, la del poeta Gabriel Ruiz de los Llanos, un nacionalista de pluma y espada, verbo inflamado y dicción clara, que, bien erguido, recita las condenas a los rojos que publicaba por entonces en «El caudillo». Para mayor impresión, a veces la cámara lo toma desde abajo. Y el hombre da miedo. Eso era lo que muchos leían. Curiosamente, hoy el hombre sigue escribiendo. Es más amplio de lo que aparece en la película. Y no se puede dejar de coincidir con algunas cosas de mucho sentimiento argentino que escribe. Eso también es terrible. En suma, una película distinta, esclarecedora, inquietante. A veces hay que respirar hondo. Pero vale la pena. Hasta deberían pasarla en las escuelas, en especial las escuelas de policía.
Doble experimento que no pasa de lo curioso Buena jugada la de Mauro Andrizzi: presentar con el título «Andrizzi x 2» un par de mediometrajes experimentales de estilo y asunto similar, subrayando así su concepto de autor. Lo respaldan una presentación en el Centre Georges Pompidou (esa especie de enorme Lego prepotentemente insertado en el viejo Paris), la reiterada presencia en una paralela de Venecia, y abundantes panegíricos de aquí y allá, según los cuales nos enteramos de «su gran intensidad narrativa», «el uso de metáforas para coquetear con lo existencial», «la inteligente meditación sobre el tiempo», «los espacios despojados, sin límites, filtrados por los colores del pasado del cine en emulación digital, los no colores y textura del registro de un tiempo verbal extinto», etcétera. Por suerte lo explican, porque el infeliz mortal que pagó la entrada simplemente ve una sucesión de relatos solemnes y generalmente aburridos, con largos planos fijos, muy bien fotografiados, eso sí, en una excelente gama de blanco y negro (cuando no está toda la pantalla en negro mientras alguien habla). Hay momentos interesantes, a la manera de un David Lynch, a veces unos detalles de humor o de peculiar erotismo («En el futuro» ganó un Leon Queer en Venecia), por ahí un relato en colores, y también descuelgues tales como hacernos oír la estremecedora carta del capitán Robert Scott a su esposa, pero fragmentada e «intervenida», mientras en la pantalla solo vemos una vieja jugando al billar. En resumen, dos ejercicios experimentales que no pasan de lo curioso, pero tal vez le sirvan al autor para avanzar hacia algún próximo trabajo de mayor peso artístico y dramático. Sentido estético no le falta, ni tampoco equipo: el director de fotografía Emiliano Cativa, al que se suma Mariano Goldgrob, las sonidistas Celeste Palma y Sofia Straface, el editor Vázquez Murillo, el asistente Martín Maisonave. Algo positivo para destacar: esto lo hicieron por amor al arte y con el bolsillo propio (y de una entidad cultural sueca en un caso). El Incaa solo aportó para festivales y presentación al público local.
Doble experimento que no pasa de lo curioso Buena jugada la de Mauro Andrizzi: presentar con el título «Andrizzi x 2» un par de mediometrajes experimentales de estilo y asunto similar, subrayando así su concepto de autor. Lo respaldan una presentación en el Centre Georges Pompidou (esa especie de enorme Lego prepotentemente insertado en el viejo Paris), la reiterada presencia en una paralela de Venecia, y abundantes panegíricos de aquí y allá, según los cuales nos enteramos de «su gran intensidad narrativa», «el uso de metáforas para coquetear con lo existencial», «la inteligente meditación sobre el tiempo», «los espacios despojados, sin límites, filtrados por los colores del pasado del cine en emulación digital, los no colores y textura del registro de un tiempo verbal extinto», etcétera. Por suerte lo explican, porque el infeliz mortal que pagó la entrada simplemente ve una sucesión de relatos solemnes y generalmente aburridos, con largos planos fijos, muy bien fotografiados, eso sí, en una excelente gama de blanco y negro (cuando no está toda la pantalla en negro mientras alguien habla). Hay momentos interesantes, a la manera de un David Lynch, a veces unos detalles de humor o de peculiar erotismo («En el futuro» ganó un Leon Queer en Venecia), por ahí un relato en colores, y también descuelgues tales como hacernos oír la estremecedora carta del capitán Robert Scott a su esposa, pero fragmentada e «intervenida», mientras en la pantalla solo vemos una vieja jugando al billar. En resumen, dos ejercicios experimentales que no pasan de lo curioso, pero tal vez le sirvan al autor para avanzar hacia algún próximo trabajo de mayor peso artístico y dramático. Sentido estético no le falta, ni tampoco equipo: el director de fotografía Emiliano Cativa, al que se suma Mariano Goldgrob, las sonidistas Celeste Palma y Sofia Straface, el editor Vázquez Murillo, el asistente Martín Maisonave. Algo positivo para destacar: esto lo hicieron por amor al arte y con el bolsillo propio (y de una entidad cultural sueca en un caso). El Incaa solo aportó para festivales y presentación al público local.
Todo lo que nunca se debe hacer en un film Esta película fue filmada en el 2008 por el veterano Juan Carlos Desanzo, según libreto del productor Julio Bove y con el título de rodaje «Verano amargo». Alguna amargura dentro de la empresa productora habrá pasado, para que el director de «El amor y el espanto» y «El polaquito» se alejase del proyecto. El resultado final, que lleva copyright del 2010, está firmado por Bove, hombre que acusa estudios en EE,UU, pero ahora puede recibir otro tipo de acusaciones por parte del público que concurra a la sala. Es que en la pantalla se nota algo así como «el bruto» de lo que pudo ser un buen drama de suspenso enmarcado en un momento histórico. Diciembre de 2001, gente apiñada frente a la sucursal de un banco sin fondos, un matrimonio entra con amparo judicial para retirar el dinero que le consiguió el gerente, indispensable para la operación quirúrgica del hijito, y también entra un viejo cargoso a revolver cajones, reclamando sus ahorros para el pago de insulina. De pronto saca una granada, y anuncia que se jugará el todo por el todo. Encima afuera hace calor. Bien hecho, esto hubiera podido emparentarse con «Tarde de perros», y a veces se le acerca un poco. Pero no llega. Se lo impiden defectos de guión y diálogos, insertos de griterío costumbrista en la vereda, un elenco irregular, una música omnipresente, y un final confuso (pero afortunadamente feliz). Salvan su parte Gabriel Corrado como el gerente de banco y Gustavo Garzón como el comisario a cargo, aunque ambos daban para mucho más. Protagonista, Federico Luppi, en rol de pianista indignado. Disfrazada en la vereda, Esther Goris. Película útil para analizar en las escuelas lo que no se debe hacer.
A Marilyn con piadosa ternura y gran elenco «El príncipe y la corista», 1957, es una agradable comedia que juntó milagrosamente el agua y el aceite, esto es, a sir Laurence Olivier y Marilyn Monroe. «El príncipe, la corista y yo», 1995, es la edición del diario de trabajo del meritorio de producción de ese film, Colin Clark, luego director de la televisión británica. En ese diario él anotó detalles de rodaje, líos causados por la impuntualidad e inestabilidad de la estrella, o por la irritante Paula Strasberg con el método del Actors Studio, y también anotó la felicidad que provocaba la hermosa dentro y fuera de los sets. Y el libro «Mi semana con Marilyn», 2000, es lo que Clark confesó ya casi septuagenario, y que hasta entonces había callado discretamente por pudor, o para que no lo tomen por fanfarrón. ¿Pero pasó realmente algo entre ellos, durante la semana en que Arthur Miller se fue a Paris a ver a sus hijos? Un chico recién salido del cascarón, una mujercita de 30 que apenas tuvo infancia, y mucho menos familia, perdida en el campo inglés, agobiada por controles, barbitúricos, pesadillas, en fin, ¿qué puede pasar cuando alguien le presta oídos y hombros a una mujer necesitada de atención y cariño? No contamos más, salvo que a este muchachito lo envidiará más de uno, y que la historia está contada con piadosa ternura, buena ambientación y excelente elenco. Gran trabajo de Michelle Williams. Carece de la voluptuosa sensualidad de Marilyn Monroe, pero le saca muy bien gestos, timbres, brillos y temblores. Además, un toquecito de ordinariez la ayuda a parecer menos divina, menos «icono», más frágil y verosímil. Kenneth Branagh, francamente, es la personificación de sir Laurence, y su heredero artístico en la vida real. Julia Ormond representa a Vivien Leigh, con su belleza elegante y su incipiente conciencia del otoño. A propósito, el último trabajo de Clark fue con el documental «Larry and Vivien: The Oliviers in Love», 2001. Los demás papeles requieren caracterizaciones menos exigentes. Igual están tan cuidados como la ambientación. Un detalle sirve de ejemplo: al fondo de una escena, un extra imita exactamente a Norman Wisdom, popularísimo cómico que hoy pocos recuerdan. Otro detalle ennoblece el alma. Cuando recién empezaba, Judy Dench conoció a dame Sybil Thorndike, que cordialmente se acercó a ella y otras actrices novatas para darles aliento. Ahora, que también es dame, doña Judy ocupa el sitial de aquella artista, y la representa en forma agradecida. Director, Simon Curtis, de larga experiencia en miniseries.
Provocación deliberada hasta al buen gusto Tiene su fuerza este documental institucional de una organización de La Matanza, que viene ganando premios en festivales especializados, a la vez que también despierta resquemores y desdenes, una reacción voluntariamente buscada desde la provocación en todos los órdenes, incluido el del buen gusto. Es que la mencionada entidad no solo fastidia y causa el enojo de los viejos peronistas («La Comunidad Organizada es para realizar el hombre bueno y virtuoso, no el vicioso sensible», atacó un sindicalista), sino que además hace gala de separatismo. Por un lado estarían los putos pobres, ordinarios y buscapleitos, por el otro sus enemigos de clase, los gays de la burguesía, finos y bien educados, no importa que sean progres, o veteranos de la lucha contra el sida. El odio de clases no reconoce esos detalles. Una lástima, pero, como en tantos otros documentales sobre grupos militantes, de la militancia que sea, solo se oye una voz, la de quienes se adjudican todos los sufrimientos y los méritos. El trabajo registra diversos avatares de esta organización encabezada por un portero de escuela, un peluquero transformista y un travesti mucama (como el de «Viudas» pero en la vida real), destaca su aparición oficial el 17 de noviembre de 2007, cuando coincidieron el Día del Orgullo Gay con el Día del Militante Peronista, y resalta las alegrías que acompañaron, a la vera del Congreso, la aprobación de la ley de matrimonio igualitario. También destaca como emblema una frase atribuida a Paco Jaumandreu: «Ser puto, ser pobre y ser Eva Perón en este país despiadado es la misma cosa». Rastreando en el libro de memorias del propio Jaumandreu «La cabeza contra el suelo», puede leerse una ilustrativa anécdota. Una noche que lo detuvieron en actitud sospechosa, le hizo notar al comisario su cercanía con la Señora, reclamó el uso del teléfono, la llamó, le explicó que estaba detenido. La respuesta de la Señora fue muy precisa: «Jódase por puto». Lo contaba él mismo con admiración, aunque ahora puede decirse que eran otros tiempos.
Emotiva evocación de una hazaña deportiva Los hermanos Tokman, Baltazar e Iván, son altos. Por eso juegan al básquet. Y piensan alto. Por eso han hecho este documental sobre la hazaña que sus mayores hicieron cuando jóvenes, y también sobre la infamia de un grupo de soberbios que pensaba muy bajo. Hoy esos mayores son «solo unos viejos» que se juntan una vez por semana en un club de barrio. Pero en 1950, Año del Libertador General San Martín, como decían las monedas, los membretes, los locutores, y el corazón del pueblo, ellos le dieron a la Argentina su primer título mundial de básquet. Y se lo dieron acá, en un torneo tremendo, en el Luna Park, que esa noche encendió todas sus luces, como solo las enciende cuando se consagra un título mundial. Es hermoso verlos recordar ese momento, y los noticieros de entonces, y los titulares. Popularizaron entre nosotros ese deporte, lo llevaron al cine, apareciendo en una deportiva de Torres Ríos con Armando Bo, «En cuerpo y alma», empezaron a formar nuevos jugadores, nos representaron debidamente. Hasta que en 1956 la Libertadora los inhabilitó de por vida mediante una argucia ridícula. Se tronchó así, durante décadas, lo que ellos habían sembrado. Lo mismo, y sufriendo peores difamaciones, le pasó a la tenista María Terán de Weiss, que justo estaba compitiendo en Wimbledon. En fin, por suerte con el tiempo pudieron ver cómo pasaba el cadáver de su enemigo, y hoy tienen su revancha, con homenajes, el público respeto de la nueva Generación Dorada, y esta buena película, atrapante, emotiva, aleccionadora. Oscar Furlong, primera estrella argentina solicitada por clubes de la NBA, Ricardo González, capitán del seleccionado nacional 1950, y los otros héroes, allí están. Y junto a ellos, Emilio Gutiérrez, autor del libro de investigación «1956. Donde habita el olvido», que debería reeditarse.