El pater familias ha muerto días atrás. Los hijos visitan a la madre para acompañarla en su dolor. No hay explosiones de llanto, la pena se va aquietando. De pronto irrumpe con su estridencia y sus historias la cuñada. Una de esas historias puede ser espejo de otra, y alienta una sospecha. ¿Y si el hombre cuya pérdida hoy todos lamentan tuvo una doble vida? ¿Será que en algún otro lugar “había tanto de él que no era nuestro”, como dice la hija al final de su búsqueda? El caracol es un animal que lleva su propia casa a cuestas, aunque viva con otros. Karakol, o mejor dicho Karakul, o Quarokul, es un lago de la cordillera de Pamir en un país perdido cerca de China, el Tayikistán, a 3.900 metros de altura sobre el nivel del mar y a 16.617 kilómetros de Buenos Aires. En una casa sencilla cerca del lago, alguien dejó una campera vieja y una bufanda colgadas de un clavo. En un cajón de la casa porteña puede haber algo que reúna ambos hogares. Saber qué es todo eso, conocer ese posible secreto de su padre, es “una forma muy tonta que encontré para retenerlo”. El amor, el dolor de la ausencia, cometen tonterías como esa. Delicada, sugestiva, bien actuada, con diálogos literarios a veces memorables (como el de Luis Brandoni con unas chicas en una brevísima participación), ésta es la primera película enteramente propia de Saula Benavente. Parece mentira que recién sea la primera. Agustina Muñoz, Dominique Sanda, Soledad Silveyra, la música de Gabriel Chwojnik, el ojo de Fernando Lockett, el cuidado y el buen gusto de Graciela Galán en todo lo que vemos, apuntalan debidamente la obra.
Texto publicado en edición impresa.
Antes, la pelota de fútbol estaba hecha de tal modo que podía lastimar al que la cabeceaba, o reventarle a uno el hígado. Hasta que tres muchachos de Bell Ville, pura Pampa Gringa, inventaron la pelota sin tientos, de costura invisible, con válvula dentro de la cámara. Se llamaban Juan Valbonesi, Romano Polo y Antonio Tossolini; la dieron a conocer en 1931 como Superval, por Valbonesi, la hicieron rodar hasta el Mundial de Francia 1938 (otros dicen Italia 1934, pero la AFA recién la adoptó en 1936), se convirtieron en fabricantes y distribuidores, y convirtieron a Bell Ville en Capital Nacional de la Pelota. De fútbol, rugby, básket, ahí mismo nacieron otras fábricas, y otros inventos, cada uno de los inventores tuvo una calle con su nombre y hasta se hizo un documental, “Yo soy el gol”. Pudo ser Capital Mundial, pero Humberto Grondona, el vicealmirante Lacoste y hasta YPF prefirieron hacer negocio con fábricas de Alemania, China y Pakistán. El golpe de gracia lo dio una cosa de material sintético aprobada por la FIFA en 1986. Hoy “la de cuero” es un resabio de antiguas glorias, las empresas del lugar sobreviven de modo artesanal y se adaptan como pueden. Algo de esto evocan fabricantes, costureras, vecinos, un nieto de Polo y el gran Mario Kempes en “La superball”, de Agustín Sinibaldi, que ahora vemos. Todo tiempo pasado rodaba mejor.
Causa bastante gracia, pinta bien a su generación, y también hace pensar un poco esta comedia levemente dramática sobre un tipo bien educado, bien formado, pero sin trabajo estable, que encima descubre que la mujer de su vida quiere otra clase de vida, preferiblemente sin él. A partir de ahí, mientras sobrelleva “una “pausa de reflexión de la pareja”, el infeliz deberá pedirle alojamiento a sus amistades, rotando para no cansar a nadie. Sin quererlo ni desearlo verá entonces que ninguna disfruta de una relación perfecta. Todo el mundo se siente en crisis y cada cual piensa primero en sí mismo. Sólo sus padres parecen estables, se entienden bien y siguen eternamente juntos (por ahora). Aunque liviana, la obra señala con amable acierto y buen humor algunos problemas actuales de la vida en común. Simpática, pequeña, apenas con alguno que otro lunar, es la segunda película de Darío Chiarini. El cantautor Brunori Sas aporta su tema “Un error de distracción”. Quizás en la primera estrofa de esa canción esté la moraleja para unas cuantas parejas en crisis: “Un día entenderás/ que no había nada que cambiar / nada que rehacer. / Bastaba solo tener/ paciencia, que las cosas, cada cosa/ se ajustasen por sí mismas”. Pero qué pareja tiene paciencia, hoy en día.
Arriesgada, atractiva, bien lograda, esta película chileno-peruana-argentina propone al público acompañar los trabajos y las andanzas (incluso amatorias) de una mujer de carácter firme y animoso, una inmigrante que ya lleva diez años viviendo en otro país. Cuando se fue, el hijito se quedó con la abuela, y creció prácticamente sin la madre. Los lazos entre ambos se van aflojando, pero ella no va a deprimirse. Tampoco siente una nostalgia agobiante por su tierra, y eso por una sencilla razón: la lleva dentro. ¿Pero cómo representar, precisamente, lo que lleva dentro? Esa es la parte arriesgada, que se resuelve de modo singular y muy atractivo: cada tanto la acción se interrumpe para dar lugar a números musicales que comentan lo que el personaje está sintiendo. Son números lindos, coloridos, de ritmos variados y un gusto decorativo propio de la actual cultura andina. La protagonista, Magaly Solier, está en su salsa, porque es cantante regional de las buenas, difusora del quechua, y destacada actriz, a quien acá vemos justo en la primera madurez de su edad y de su oficio. Empezó jovencita en “Madeinusa”, trabaja también en el cine europeo, estremece y emociona en “Magallanes” (que no es sobre el navegante sino sobre un hombre con relativos cargos de conciencia), en suma, solo ella podía hacer esta película, y la hace. Guionista y directora, María Paz González. Documentalista, ésta es su primera ficción. Productora por la parte argentina, Gema Juárez Allen, que aportó los técnicos de sonido, efectos visuales y postproducción. Dato al margen, para amantes de la música peruana, el documental de Javier Corcuera “Sigo siendo”, que recopila desde los cantos amazónicos hasta los de Chabuca Granda y más acá.
Morena trabaja en la fábrica desde que era un muchacho. El gerente y los compañeros la bancan, salvo un desubicado y las mujeres de administración. Myriam es nochera, sale con el hijo de un intendente y tiene una relación tóxica con unos policías fiesteros. Claudia, profesora recién recibida, hace una suplencia en una escuela secundaria donde debe enfrentarse a una madre buscapleitos, amiga de concejales y de las “pibas” que manejan el comedor del barrio. Lo que acá se cuenta, en parte inspirado en la experiencia de sus propias intérpretes, es la vida de tres mujeres transexuales del conurbano, con sus luchas, sus ilusiones y penas de amor (los hombres casados suelen ser doblemente falsos). Completan el cuadro la anciana madre de la obrera y una joven empleada que también tiene sus penas e ilusiones. No hay mayor bajada de línea, y todo suena verosímil. Singular, el modo en que se cierra, dejando al público a la expectativa. Caben algunos reproches hacia el armado de los diálogos y el modo amenazante en que son recitados, pero, ya se sabe, esa son marcas de estilo de su autor, José Campusano, hombre intuitivo, de buen arraigo entre los suyos. Rodaje en Avellaneda y Ensenada.
ámbito.com ámbito.com | Suscribite a nuestro newsletter Esplendor de la Belle Époque ESPECTÁCULOS 25 junio 2020 - 00:00 Esplendor de la Belle Époque Por Paraná Sendrós Ágil, deliciosa, de transcurso impecable y elenco en estado de gracia, con personajes memorables y hermoso tratamiento visual, esta comedia romántica rinde homenaje a la Belle Époque, el loco entusiasmo de los artistas, la inspiración febril de los poetas, y el eco de su inspiración en las mujeres y en la gloria eterna. Edmund Rostand alcanzó esa gloria cuando creó el “Cyrano de Bergerac” y Benoit-Constant Coquelin lo puso en escena. Alexis Michalik la está alcanzando con esta obra que cuenta la maravilla de aquel diciembre de 1897, en que escritura, ensayo y estreno del “Cyrano” fueron casi simultáneos. Pero, en verdad, imagina, potencia, embellece la historia, combina figuras reales y ficcionales, apura el modo en que Rostand pudo haberse inspirado, desvía hacia otra joven lo que el poeta escribió a su mujer (y eso le permite jugar al vodevil, tan de la Belle Époque), agrega un hermoso diálogo sobre la fama fugaz de los actores, describe los nervios de la noche de estreno y también los aplausos y besos posteriores (y qué francés resulta que la esposa vea con orgullo el beso que una admiradora le estampa a su marido). A señalar, de un elenco enorme e impecable, dos actorazos: Olivier Gourmet, conocido por los dramas de los Dardenne, que aquí hace un gozoso y entusiasta Coquelin, y el señor Jean-Michel Martial, el Monsieur Honoré que difícilmente haya existido, pero ennoblece toda la obra. Martial, dicho sea de paso, fue un actor y director malgache, presidente del Consejo de Franceses de Ultramar, y ejemplo de su raza. Un Cyrano de estos tiempos, que vale la pena recordar.
Un oficinista con aires; su mujer, vendedora sin clientes; una hija tramposa y un gordito al que todos toman de punto componen la familia indicada para esta comedia chilena de perdedores que en algún momento saldrán ganando. Junto a ellos aparecen buenos y malos compañeros, un viejo amor extramatrimonial, una envidiable pareja de vecinos, un vendedor de autos usados y un sufrido gallego. Con esos personajes, Boris Quercia (“Sexo con amor”, “El rey de los huevones”) desarrolla una historia tan ácida como liviana, que no tiene demasiadas risas pero pinta bien los defectos de sus paisanos, y del ser humano en general, y en los últimos diez minutos compensa gratamente a la familia de ficción y al público que la está viendo. Y hasta tiene una moraleja, bastante cierta para gran cantidad de matrimonios que pese a todo siguen conviviendo: “Quizá de eso se trata el amor, de estar con gente que no te conviene”.
“¿Con quién compito?”, pregunta Fabricio Oberto casi al comienzo de este documental que él define “sobre atletas y deportes. Atletas retirados”. Por ahí va la cosa: ¿cómo enfrenta el retiro, cómo “domestica los monstruos” alguien que solo conoce un modo de vivir? Por ejemplo, los miembros de la Generación Dorada del básquet argentino. Pero no se trata de un reportaje pesaroso, sino de una linda serie de recuerdos, reencuentros, paseos y alegrías, con centro en la singular experiencia del defen- sor jarillense, tres veces “reseteado” en un quirófano texano. El corazón lo obligó a irse de la exigente NBA, pero le deja salir a pescar con don Rubén Magnano, el hombre que llevó a la Generación hasta el Olimpo, jugar de nuevo en el Atenas de su adolescencia, andar en moto por el desierto del Sahara, integrar un grupo musical, subir al Aconcagua, entrenar a los nuevos, tener un espacio radial, estar con su familia y visitar a los compañeros de aquel equipazo, algunos de los cuales ya acusan los dolores de tantas temporadas. “El deporte es salud. El deporte profesional no es salud”, bromea Nocioni. Ahí están Sánchez, Delfino, Scola, Wolkowski, Montecchia, Sconochini, y particularmente Ginóbili. Limpia, fuertemente emotiva, la despedida que la hinchada del San Antonio Spurs le dedica a Ginóbili, el hermoso discurso de agradecimiento que le brinda Oberto, y el “Olé, olé, olé, Manu, Manu”, cantado por todo el estadio lleno de norteamericanos. Linda película. El documentalista Alejandro Hartmann debería filmar más seguido.
El santo correntino viene teniendo una rara evolución postmortem. De gaucho bueno, creyente humilde, capaz de bendecir a su verdugo, se está convirtiendo en un recio y resentido justiciero social que anda a los tiros sin ningún espíritu religioso. Dicho en cine, del corto “La cruz Gil”, de su paisano Víctor Benítez, con fotografía de Tristán Bauer, y el documental “Antonio Gil”, de Lía Dansken, al agitado “Gracias, gauchito”, de Christian Jure, el preciosista “Un Gaucho Gil”, de Joaquín Pedretti, y el film que ahora vemos, agitado, preciosista, sentencioso, medio confuso, con vocación lírica entre Favio y Patroni Griffi, cuidada fotografía de Mauricio Heredia, paisajes de Paso de los Libres y alrededores, y protagónico de Roberto Vallejos, que ya hizo de Moreno en “Cabeza de Tigre” y de Firmenich en “Operación México” (dos trabajos revisionistas dignos de atención). Acompaña este nuevo relato un epígrafe donde se advierte que la obra está “basada en el saber popular y en la libre interpretación del director” Fernando del Castillo, también a cargo de guión y montaje. Correntino de origen.