Por un gol en el alargue El fútbol es la ley de la selva, dice Hugo, un taxista gruñón, con sobrepeso y una pasión: la redonda. Hincha de San Lorenzo, el tipo respira fútbol tanto como frustraciones. Y aunque el equipo de sus amores le regala alegrías en lo deportivo, eso no alcanza para que en su cara se le dibuje una sonrisa. En medio del hastío de su trabajo, un día conoce a una pasajera que le mueve algo: Silvia. Ella es separada, le interesa el budismo y hace viandas todo el día para sobrevivir y que no le falte nada a su hijo. Es en ese pibe donde Hugo encuentra un espejo donde reflejarse. Un espejo que le devuelve una imagen soñada de su adolescencia, pero también le remueve ese camino trunco que tuvo en su época de futbolista profesional. Los directores Juan Fernández Gebauer y Nicolás Suárez lograron ingeniosos momentos de humor basados en la imaginación del personaje, que logran desdramatizar el derrotero de Hugo, otra gran composición de Carlos Portaluppi. Ana Katz, como Silvia, da el tono justo de su rol, y aporta su frescura expresiva, sobre todo en los diálogos con Hugo. El amor es una figura omnipresente, pero corrido del centro de la escena. Los dos buscan una compañía, pero no necesariamente una pareja. El final, sin moño, muestra que tanto en el fútbol como en la vida, siempre hay revancha.
El amor hace trampas. A los veinte años muestra una cara, que no es tan parecida a la que se ve diez años después y a veces es totalmente opuesta cuando se llega a los cuarenta. Por allí pasa el foco de la trama del realizador y actor italiano Sergio Castellito, basada otra vez en una novela de su esposa Margaret Mazzantini, con quien había trabajado ya en "Volver a nacer". Gaetano y Delia atraviesan la crisis de la mediana edad. Están separados y se encuentran en un lujoso restaurante para cenar y de paso coordinar qué van a hacer con las vacaciones de sus dos hijos. Pero este tema es una excusa. El motivo de la charla se dispara hacia el desgaste de una relación que empezó con ternura, sexo, pasión y frescura, pero terminó con todo eso hecho pedazos. Ella es nutricionista, él es un escritor, y las frustraciones laborales en una Roma no tan generosa en oportunidades para todos, también los lastima. Y reciente el vínculo. Con algún punto de contacto hacia "Mon Roi" en cuanto a la forma de abordar la crisis de la pareja, "Ninguno se salva solo" también evoca a la secuela de Richark Linkater ("Antes del amanecer"/"Antes del atardecer"/"Antes del anochecer"). Quizá no por el registro casi teatral de esta trilogía, sino porque el nudo es el amor en su laberinto y la manera en que el paso del tiempo convierte en piedra lo que parecía oro y casi nunca sucede a la inversa. La película no deslumbra, pero sí funciona como espejo de lo que pasa en muchas relaciones de pareja. Y sobre el final tiene una vuelta de tuerca que suma. Es a partir de irrupción de una pareja veterana (la mujer es Angela Molina), en la que se plantea la finitud de la vida. Desde allí, el concepto del amor cambiará para Gaetano y Delia. Y quizá sorteen las trampas del reloj.
Los muertos están ahí Ver gente muerta se convirtió en una tentación irresistible para los realizadores del cine “de miedo” después de “Sexto sentido”. Y parece que cuesta entender que insistir con un recurso probado, en lugar de asegurar el éxito, termina aburriendo. Algo de eso pasa con “Ellos vienen por tí”, una película que comienza con una trama de terror y suspenso para mutar en un policial. Lo que sostiene la ópera prima del australiano Michael Petroni, reconocido por sus antecedentes como guionista de “La ladrona de libros”, “Las crónicas de Narnia: La travesía del viajero del alba” y “El rito”, es el rol de Adrien Brody. Pocos como él podrían interpretar un rol tan sufrido como este Peter Bower, un terapeuta que pierde a su hija en un accidente y esa tragedia le remueve un suceso doloroso de su adolescencia. Peter no sólo sigue viendo viva a su hija, sino también a pacientes que murieron en los años 80. Por momentos las dudas invadirán al espectador sobre quiénes están vivos y quiénes no. Y al tiempo que la trama disipe esas incógnitas se descubrirá también el subtexto policial, motorizado por el vínculo con su padre, que es un oscuro policía retirado. Sobre el cierre la película gana en intriga, pero subrevuela la metáfora de que todo lo malo se paga y que hay justicia desde el más allá. Un mensaje tan manido como irreal.
Decir que no y aguantar todo Tomás Kóblic podría ser un tipo común, pero no lo es. Es un piloto de la Armada que, en plena dictadura de los años 70, se fuga a un pueblo perdido llamado Colonia Elena y no quiere que nadie sepa que está allí. ¿De qué escapa Kóblic? Esa es la primera pregunta que se hará el espectador. En ese andar pausado de todo paraje pequeño cercano a la ruta, Kóblic intentará pasar desapercibido, pero le saldrá todo al revés. Primero porque el comisario Velarde (magistral composición de Oscar Martínez), que es el más poderoso del pueblo, sospechará de él. Después, porque Kóblic volará con una avioneta fumigadora, se le romperá el motor en la ruta, y no sólo se topará con Velarde sino que todo el pueblo se enterará de su existencia. Y por último, porque tendrá un romance con Nancy (Inma Cuesta, impecable), que está en pareja con un matón que no se bancará el engaño. “Kóblic” no llega a ser una gran película, pero tiene lo suficiente como para mostrar la historia de un hombre que lucha contra un sistema militar perverso, pero, sobre todo, lucha contra sí mismo (buen rol de Darín). Quizá le faltó a Borensztein darle un anclaje histórico más concreto y explicar por qué se llevaban a cabo los vuelos de la muerte, una práctica de la dictadura sobre la que no todos tienen la debida información. El final tiene algo de western y de héroe urbano. La calma chicha del pueblo se rompe y todo se transforma. O quizá Tomás Kóblic muestre realmente cómo es.
Amar las raíces Para contar una gran historia no hay nada mejor que contar una historia pequeña. Eso sucede con “Guaraní”. La coproducción paraguayo-argentina, dirigida por Luis Zorraquín, que a través de un relato simple cala en lo más profundo con un mensaje que realza el amor a las raíces. Pero eso es el disparador para hablar de una larga lista de temas y valores, que van desde la fuerza de los vínculos familiares, el trabajo, la dignidad y la hospitalidad, hasta el choque de culturas y los prejuicios. Todo narrado desde el nexo entre un abuelo y una nieta. El es Atilio, un pescador paraguayo, machista y testarudo, que defiende su labor diaria tanto como el idioma guaraní y su deseo de tener un nieto varón. Ella es Iara, una chica de 14 años, en pleno despertar sexual, que vive con su abuelo a la vera del río, a 1.100 kilómetros de su mamá, que trabaja en Buenos Aires. La rutina de este vínculo familiar y laboral entre abuelo y nieta se modifica cuando Iara se entera que su madre espera un hijo, y que será varoncito. En formato de road movie, comenzará un derrotero por viajar hasta Buenos Aires para dar con esa mamá embarazada. Pero los intereses son distintos. Porque mientras Iara quiere conocer a su hermanito, don Atilio quiere traerlo para el Paraguay para que aprenda la lengua y las costumbres guaraníes. “El hombre ha nacido para surcar el río”, dirá Atilio. Y al atravesar ese cruce permanente de culturas entre Argentina y Paraguay, Iara afirmará “La sangre no sabe de divisiones de países”. “Guaraní” se corre del eje de las películas comerciales. Y su mérito es que, con muy poco, cuenta demasiado y hace un pleno en las fibras sensibles.
Una amor sin corona El amor está contado, filmado, cantado y versionado en una cantidad incontable de veces. Y lo más interesante es que el tema sigue siendo inagotable. Maiwen, una directora sutil como pocas, hace foco en el vínculo de Tony (Emmanuelle Bercot, quien ganó en Cannes como mejor actriz por este papel) y Giorgio (el siempre efectivo Vincent Cassel). Ella le tirará unas gotas de agua en la cara, él lo tomará como un convite sensual, y la relación levantará vuelo de un modo impensado. La película comienza con un accidente de Tony, quien comienza a revisar su relación a partir de su rodilla rota. Los tiempos muertos que le demandará su rehabilitación la llevarán a ir al hueso de ese vínculo traumático y doloroso, pero no por eso menos placentero. Hay un momento clave en el filme. Es cuando Giorgio le dice a Tony, en el diálogo previo a la separación: “Me estás dejando por el mismo motivo por el que me elegiste”. Palabras más, palabras menos, la frase sintetiza cómo cambia la mirada de una pareja con el paso del tiempo, que suele ser cruel, pero es inevitable. Por allí va el mérito de “Mon Roi”, que significa “Mi rey”, título más que significativo. Porque cuando alguien tiene la corona es porque otro se pone en el lugar de súbdito. Metáfora salvaje de este amor.
De héroes y villanos Las redes del narcotráfico meten miedo y muerte, qué duda cabe. Y, como si fuera poco, generan impotencia del lado de los que quieren hacer justicia. Y eso es lo que le pasa a Pierre Michel (impecable Jean Dujardin), un juez de menores que lo ascienden al área de crimen organizado, pero en verdad el cargo se convierte en un descenso al peor de los infiernos. Ambientada en Marsella, la película está basada en un caso real que conmovió a Francia en la década del 70. El director Cédric Jiménez hizo hincapié en la confrontación entre Michel y Gaëtan “Tany” Zampa (Gilles Lellouche, de un llamativo parecido a Dujardin), el dueño del negocio de la droga en Francia y el encargado de negociar con los carteles de Estados Unidos. La película tiene una referencia inevitable con la saga de “Contacto en Francia”, con Gene Hackman, pero el director nacido en Marsella quiso contar su mirada de la historia debido a que conoció de cerca a los verdaderos protagonistas. El filme de Jiménez tiene un ritmo sostenido, hurga sobre la intimidad del héroe y el villano, y expone los costos y beneficios del narcotráfico en ambos lados del mostrador, tanto de los que lucran como de quienes lo combaten. Un retrato de época, con aroma vintage pero a la vez de una temible actualidad.
Esas grietas invisibles Aveces cambiar un paisaje nos cambia la vida. Tiene que ver especialmente el momento íntimo por el que se está atravesando, pero ocurre, como le pasó a Adriana, el personaje de “Soleada”. Gabriela Trettel, la directora cordobesa, eligió para su ópera prima hacer una suerte de catársis sobre su propia crisis emocional y decidió llevarlo a la pantalla grande. Las locaciones y los actores también son de Córdoba, por lo que la empatía es inmediata. Filmó algo de lo que le pasaba, con su gente y en su lugar, un terreno cómodo para que todo salga bien encarrilado. Sin embargo, a quien las cosas se le mueven de carril es a Adriana (Laura Ortiz, muy creíble en su rol y altamente expresiva con su mirada), quien llega con su marido y sus dos hijos adolescentes a una casa de pueblo en las sierras. Ella es editora y está trabajando en un libro que, no casualmente, se llama “Lógica difusa”. En medio del hastío de los paisajes serranos y una seguidilla de situaciones cotidianas que se repiten en el seno familiar, la supuesta normalidad de estas vacaciones se quiebra. Es a partir del momento en que Juan, su marido, debe regresar a la ciudad por un inconveniente laboral y a Adriana no le quedará otra alternativa que quedarse sola, en una casa que desconoce, en un lugar que le es ajeno, con sus hijos que cada día se la complican más y, lo más difícil, con ella misma y sus circunstancias. Ese momento de búsqueda y reencuentro (o no, preferible no revelarlo en esta crítica) de Adriana es lo mejor de la película. Porque en esa tregua, en esos días de soledad, conocerá a un hombre que la obligará a replantearse la relación con su marido, que ya evidencia signos de frialdad y lastres de la rutina. En sólo una hora y diez minutos, “Soleada” ilumina.
Fallida guerra épica Un fallido enfoque de la mitología egipcia y un director que prometía para mucho y empezó a derrapar. Esa es la síntesis de “Dioses de Egipto”, del experimentado Alex Troyas. Sí, Alex Troyas es el mismo realizador que deslumbró con “El cuervo”, con Brandon Lee, en los 90; que se ganó el respeto de Hollywood con “Yo, robot”, de la mano de Will Smith, y defendió el prestigio con “Cuenta regresiva”, con Nicolas Cage a la cabeza. Pero como todo lo que sube baja, aquí perdió definitivamente la brújula con “Dioses de Egipto”. Con dos tipos pintones en el elenco como Nikolaj Coster-Waldau y Gerard Butler, la película seguramente atrapará a todos los que espiaron el trailer, pero una vez en la sala del cine recibirán una gran decepción. Con el viejo pretexto de salvar la humanidad, Bek tejerá una alianza con el dios Horus (Nikolaj Coster-Waldau), cuyo poder reside en sus ojos. El gran villano no es otro que su tío Set (Gerard Butler), quien no dudará en cegarlo con tal de lograr sus objetivos. La batalla final, con serpientes gigantescas, esfingies temibles y dioses omnipotentes ofrecerá un sinfín de efectos especiales, para deleite de la tecnología 3 D. Pero los fuegos de artificio generalmente vienen con poca sustancia, y aquí se cumple esa regla. Sólo para los muy fanáticos del género.
Volver al futuro Hay varias maneras de representar cómo es vivir el sueño americano. Y “Brooklyn” es una de ellas. John Crowley se encargó de reclutar a la ascendente Saoirse Ronan, de tan sólo 21 años, para encabezar un filme que es una simple historia de amor, pero narrada de un modo impecable. Se trata de las andandas de la joven inmigrante irlandesa Eilis Lacey, ambientada en los años 50, cuando la crisis de posguerra azotaba la vida social y laboral de Europa. Eilis decide dar un golpe de timón en sus días opacos y sin futuro para ir en busca de las luces de Brooklyn, en Nueva York. Allí se topará con un trabajo más digno, aunque también más exigente, y un amor a la vuelta de la esquina: Tony (Emory Cohen), un plomero de oficio, de familia italiana, capaz de amarla incondicionalmente. Un hecho trágico la obligará a volver a Dublin, y el calor del hogar atravesado por la nostalgia la hará dudar sobre volver o quedarse. Es cuando le costará ubicar qué es el pasado y qué es el presente, lo que será determinante para bosquejar su proyecto de vida a largo plazo. Con un relato dinámico y llevadero, “Brooklyn” logró cautivar a la Academia de Hollywood y va por tres Oscar: mejor película, actriz protagónica (Saoirse Ronan) y guión adaptado. Del voto del domingo, dependerá la suerte de la película en el futuro. Esa decisión, al igual que en la historia de la protagonista, hará que nada vuelva a ser como antes.