Morena, Claudia y Myriam son mujeres trans. Morena (Morena Yfrán) trabaja como obrera en una fábrica de plastificados y vive con su madre enferma. Claudia (Maryanne Lettieri) se graduó recientemente como docente de historia. Ambas son amigas, se apoyan mutuamente y quieren vivir su vida sin caer en la prostitución. Myriam (Emma Serna) es prima de Morena y ella sí ejerce la prostitución con la protección policial, algo que también tiene su precio. Las tres tienen historias diferentes pero el denominador común de querer vivir de acuerdo a su deseo, trabajar, ganarse la vida o el respeto de los demás, resistir a circunstancias difíciles, y salir adelante sin resignar su dignidad. Y claro, no lo tienen fácil teniendo que enfrentarse diariamente con los prejuicios y la discriminación de la sociedad, en una escala que puede ir desde una amable hipocresía a la hostilidad abierta, desde las mentiras de un amante no dispuesto a jugarse o las dificultades para conseguir un trabajo a las amenazas y el intento de sometimiento. Conseguir una pareja estable y hasta poder ir al baño de mujeres en el trabajo se vuelven un desafío, otro obstáculo a salvar. Después de una larga gira por otros ambientes (la Patagonia, el sur de Brasil, Brooklyn, La ciudad de La Paz o la zona rural de la provincia de Buenos Aires) José Celestino Campusano vuelve a los escenarios del conurbano bonaerense. Algunos de los temas recurrentes de su filmografía siguen presentes: el abuso de poder, la rebeldía ante una situación injusta, la violencia psicológica y/o física, la hipocresía y la corrupción. Campusano no suele andarse con sutilezas, las cosas se dicen y se muestran de manera cruda. Dueño de una voz reconocible el realizador sigue fiel a su estilo de realismo sucio, de denuncia de las miserias humanas en un rol de cronista de una realidad despiadada. Pero no todo es sordidez en el planteo de Bajo mi piel morena. Los elementos de melodrama ya presentes en films previos dan un paso más adelante y a veces los desengaños amorosos, la discriminación cotidiana, los pequeños gestos de desprecio y las frases hirientes tienen tanta relevancia como la agresión directa, en particular en las historias de Morena y Claudia. Aunque también hay momentos más luminosos como los que se dan por la solidaridad de las protagonistas entre sí o por parte de algunos compañeros de trabajo. La dificultad para lograr una pareja estable y una relación sincera es uno de los temas principales, pero Campusano no pretende sostener que es específica o mayoritaria en el mundo trans o gay y por eso incluye el retrato de una relación heterosexual entre una amiga de Morena y un hombre casado como para dar cuenta de que ahí tampoco son ajenas la mentira y la doble moral. El personaje de Myriam, el más resignado a una vida marginal, que se mueve en ambientes más riesgosos y se relaciona con policías corruptos, es en donde se concentra la carga de sordidez que el realizador acostumbra retratar. También posee un elemento extra de “oscuridad” como lo califica la madre de Morena, que podría ser algo del orden de lo sobrenatural o simplemente una construcción delirante de la mujer anciana, otro estigma con el que un personaje ya bastante castigado debe cargar. Como es habitual en los films del realizador, una buena parte del elenco está integrado por intérpretes no profesionales. Con lo cual se da una de las constantes de sus películas que es la de actuaciones muchas veces irregulares, diálogos que suenan artificiales o recitados sin convicción, y al mismo tiempo se da la situación exactamente contraria que implica que estos intérpretes ofrecen una sensación de credibilidad, de verdad, como si efectivamente vivieran las vidas que están retratando, los problemas que están exponiendo. Una paradoja siempre presente en las películas de Campusano que convive con su crudeza, su honestidad brutal y su audacia. Otra razón para seguir la carrera de un realizador visceral, muchas veces incómodo pero siempre personal. BAJO MI PIEL MORENA Bajo mi piel morena. Argentina. 2019. Dirección: José Celestino Campusano. Reparto: Morena Yfrán. Maryanne Lettieri, Emma Serna, Belén D’Andrea, Julian Siliberto, Ana Luzarth, Pablo Fazzari. Guión: José Celestino Campusano. Fotografía y Cámara: Eric Elizondo. Montaje: Horacio Florentin.Música: Claudio Miño. Dirección de Sonido: Assiz Alcaraz Baxter. Producción: José Celestino Campusano. Producción Ejecutiva: Leonardo Padín, Mónica Amarilla. Jefe de Producción: Daiana Cermelo. Duración: 92 minutos
En lo que va del milenio pudo observarse una creciente atracción por la figura de Antonio Gil Nuñez, más conocido como el Gauchito Gil. Una atracción que trascendió los límites de la devoción popular que detenta hace décadas para ser también objeto de interés de la cultura popular, de la literatura y también del cine argentino de los últimos años. Haciendo una recolección breve, y sin ánimo de ser exhaustivos, se pueden mencionar un puñado de películas que abordan de maneras diferentes al personaje. Documentales sobre el culto a su figura como El último refugio: Gauchito Gil (2011) de Pablo Valente o Antonio Gil (2013) de Lía Dansker, ficciones que lo tienen como protagonista como Gracias Gauchito (2018) de Cristian Jure, y otras que lo toman de manera lateral pero fundamental a la trama como El gauchito Gil: La sangre inocente (2006) de Ricardo Becher y Tomás Larrinaga o Un Gauchito Gil (2018) de Joaquín Pedretti. En la misma línea que el film de Jure, Gauchito Gil, opera prima de Fernando del Castillo, lo aborda desde la ficción, desde el género y opta por la versión mítica del personaje. Se trata de la puesta en escena del Gauchito Gil que está en el imaginario colectivo antes que del personaje histórico aunque parta también de este. Tras una breve introducción donde se ubica el pasado de Gil como soldado en la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay y, estableciendo ya desde entonces su carácter de héroe, el film se va a concentrar en los últimos días de su vida cuando, llegado de la guerra para establecerse en su pueblo de Corrientes, cae en desgracia con la autoridad local, es forzado a convertirse en prófugo y es perseguido hasta el final por todos conocido. En el medio se producen sus hazañas, sus actos de arrojo, generosos, heroicos y hasta milagrosos, y se va dando forma al personaje que ya en ese momento es querido y protegido por la gente, empieza a adquirir su carácter mítico y será con el tiempo objeto de devoción popular. Del Castillo cuenta la historia del Gauchito desde los códigos del western, un género que también tuvo un renovado interés en el cine argentino reciente y una relectura adaptada a la geografía y la historia local. Ubicado entonces desde su versión local del western, Del Castillo imprime la leyenda y no es tímido en esa vía, toma esa opción y la sigue con una convicción que traslada a la puesta en escena. Las escenas de acción remiten al género al igual que la música a la Morricone, hay escenas oníricas, alucinatorias y que sugieren el orden de lo fantástico, y villanos sólidos interpretados por Claudio Da Passano como el Coronel que lo manda perseguir y Santiago Vicchi como el ladero de este y quien sale a la cacería del prófugo. Roberto Vallejos se pone en la piel del gaucho legendario, valiente, noble y desprendido. Un personaje que ya es prácticamente un santo en vida, que ya posee elementos sobrenaturales antes de morir y está al tanto de los mismos antes de su ejecución, quizás consciente también de su destino de estampa. Hay también algunos elementos fallidos: El melodrama se pone excesivo, la música por momentos subraya demasiado y los diálogos algunas veces son naturales y creíbles mientras que otras resultan artificiales e impostados. Hay sin embargo una consistencia que hace que ciertas escenas, como cuando le disparan casi a quemarropa sin que le acierten un tiro, funcionen justamente por mantenerse fieles a la idea inicial de presentar el mito antes que la versión supuestamente realista. Por el mismo motivo decepciona cuando no lo sostiene, como en la escena en que Gil ya prófugo y en medio de una fiesta se pone a bailar con su esposa muerta. Podría ser un sueño, una alucinación, incluso el fantasma de la difunta. Cualquiera de esas opciones podría haber funcionado sin necesidad de explicarlo como se hace cuando finalmente se lo muestra saliendo del trance para darse cuenta que está bailando solo, como preguntándose qué acaba de pasar. La representación del Gauchito Gil amenaza convertirse en un terreno transitado. Del Castillo, correntino de origen, lo encara a su manera, a través de los géneros, del melodrama, el western y también con una deuda a a clásicos nativos como el Juan Moreira (1973) de Leonardo Favio sobre todo en su último tramo. Y lo hace también creyendo en la potencia del mito. Según el mismo realizador declara, la idea es además dar cuenta de otros tantos gauchos que, al contrario de Antonio Gil, permanecieron anónimos pero también fueron rebeldes y se levantaron contra la injusticia. No se trata de una investigación periodística ni de una mirada académica sino de una que es intrínseca al cine. GAUCHITO GIL Gauchito Gil. Argentina. 2020 Dirección: Fernando Del Castillo. Intérpretes: Roberto Vallejos, Claudio Da Passano, Paula Brasca, Santiago Vicchi, Éstel Gómez, Gerardo Maleh, Marta Lugos, Federico Nicolás Alegre. Guión: Fernando Del Castillo. Fotografía: Mauricio Heredia. Montaje: Fernando Del Castillo. Música: Nicolás Del Castillo. Dirección de Arte: Gabriela Agüero, Aixa Torres. Dirección de Sonido: Agustín Del Castillo. Producción: Jorge Poleri, Fernando Del Castillo. Producción Ejecutiva: Jorge Poleri. Jefe de Producción: Fernando Méndez. Duración: 90 minutos.
Pablo (Esteban Meloni) viaja con Kelly (Raquel Karro), su esposa brasileña y con João (Rodrigo Silveira) el pequeño hijo de ésta, a las sierras de Córdoba, donde se alojan en un hostel no muy lejos del pueblo donde Pablo pasó su infancia. Lo que apuntaba a unas apacibles vacaciones familiares se ve turbado por el encuentro casual de Pablo con Miguel (Gabriel Goity), un viejo conocido de aquel pueblo. Este personaje, quien fue protagonista de hechos traumáticos de su infancia, se aloja en el mismo hostel junto a su esposa (Gladys Florimonte) y su presencia inquietante le devuelve a Pablo los peores recuerdos de su niñez y a un estado de amenaza e indefensión producto de aquella herida que nunca pudo elaborarse y ahora inesperadamente se reabre. Pablo intenta en principio ocultar a Kelly su estado y la causa del mismo pero la situación se le va yendo rápidamente de las manos abrumado por el miedo, la vergüenza y la rabia. El director Franco Verdoia (aquí la entrevista junto a Esteban Miloni), en su primer largometraje en solitario después de dos largos co-dirigidos junto a Pablo Bardauil (Chile 672 y La vida después), cuenta una historia que según él mismo revela “es un relato biográfico y personal vuelto ficción”. Y lo que se percibe a lo largo del mismo es una experiencia visceral. El protagonista se encuentra sobrepasado y metido en una espiral de recuerdos dolorosos que lo asaltan y lo inundan. El espectador no accede directamente a esos recuerdos, no hay flashbacks al pasado y lo que sucedió en aquel entonces, cuando Miguel tenía 26 años y Pablo 8, no se llega a nombrar explícitamente hasta bien avanzado el film. Verdoia elige ir rodeándolo paulatinamente para darlo a entender de manera más sutil pero no por ello menos contundente ya que las pistas que se van dejando no dejan mucho lugar a dudas. La chancha se trata de un drama personal y psicológico, pero también tiene en su forma elementos de thriller y film de suspenso. La escena donde Pablo sigue a su viejo victimario en medio de la noche juega con esos climas además de una atmósfera de pesadilla y momentos donde lo real se desdibuja y la experiencia del protagonista entra en un terreno que podría ser alucinatorio. En ese mismo sentido va la idea que va surgiendo en la mente de Pablo de una posible venganza que igualmente no tiene claro cómo ejecutar. Hay una tensión constante que el realizador sostiene y no suelta, una sensación de catástrofe inminente, de tormenta contenida a punto de estallar y desbordarse. Sensaciones que se trasladan al espectador tanto por parte de Pablo como de Miguel quien, a la distancia del tiempo transcurrido y ante su propia decadencia podemos verlo como un sujeto más patético que siniestro. El viejo monstruo es ahora un pobre tipo que ante el encuentro no puede ocultar tampoco su incomodidad y hasta su miedo. Esta decisión en el film de presentar el tema en su complejidad, vale también para su protagonista. Porque aun cuando en el planteo inicial tenemos una clara evidencia de quién es la víctima y quién el victimario y es posible identificarse con Pablo, con su angustia y hasta su necesidad de ajustar cuentas, también es cierto que, a medida que el relato avanza, y Pablo va perdiendo cada vez más el control de sí mismo, uno como espectador se va extrañando por momentos de él. Y es que llegado a ese punto se trata finalmente de un relato sobre decisiones. Por parte de Miguel qué hacer con su responsabilidad, hacerse cargo o no cuando es confrontado con esta. Y por parte de Pablo se trata de qué hacer con aquello que parece sobrepasarlo, incluso con el odio con que inevitablemente carga. Dejarse arrastrar a sí mismo y quizás a su familia, perderse, o tratar de hacer otra cosa con ese dolor. Lo que el film deja planteado entonces es que se trata de elecciones complejas, a veces difíciles y con la historia en contra, pero posibles, acerca de lo que uno podría hacer de su vida, con sus recuerdos y también con su presente, y de cómo estas decisiones influyen también en quienes nos rodean. LA CHANCHA La chancha. Argentina, Brasil. 2019 Dirección: Franco Verdoia. Intérpretes: Esteban Meloni, Gabriel Goity, Raquel Karro, Gladys Florimonte, Rodrigo Silveira. Guión: Franco Verdoia. Fotografía: João Castelo Branco. Montaje: Lucas Cesario Pereira. Música:Leo Heinkin, Kiko Ferraz. Dirección de Arte: Cristina Nigro. Dirección de Sonido: Kiko Ferraz, Christian Vaisz. Producción: Felicitas Raffo, Andréia Kaláboa, Guto Pasko, Inés Moyano. Producción Ejecutiva: Pamela Livia Delgado, Amarildo Martins, Ines Moyano. Jefe de Producción: Estefanía Gulino. Duración: 97 minutos.
Martín Perino fue un niño prodigio. Un precoz fenómeno del piano que prometía una carrera brillante y como tal fue tratado por sus padres y maestros en busca de una perfección que años después terminó por quebrar su frágil equilibrio psíquico. Como producto de esa presión agobiante, sufrió un brote psicótico y fue ingresado en el hospital José T. Borda de Buenos Aires donde estuvo internado por cuatro años. Es desde ahí de donde lo toma el documental Solo, primer largometraje como director del francés residente en Praga Artemio Benki. Solo parte de una caída (que está fuera de campo) pero sobre todo es una historia de reconstrucción, la que arranca con Martín desde su etapa como interno del célebre hospital neuropsiquiátrico y los días previos a su externación, y continúa cuando, ya viviendo solo en la casa de su infancia, intenta rearmar su vida, lo cual incluye poder seguir haciendo música, en particular tocando el piano, algo que se revela como una tarea para nada sencilla. El de Benki es un documental de observación y registro, sin entrevistas y sin un relato en off. El film acompaña el presente de Martín y permite que nos vayamos enterando de su historia previa a través de sus propias palabras cuando en su transcurso dialoga con otros. Así es como él mismo va construyendo paulatinamente el relato, reconstruyendo su historia también para sí mismo y resignificándola a la luz de todo lo que atravesó. Martín es además un personaje lúcido, capaz de reflexionar sobre su propio pasado y sobre aquello que lo llevó hasta el lugar donde se encuentra. Claro que ser lúcido y bien articulado no es una garantía contra el sufrimiento ni un reaseguro ante su propia fragilidad o los avatares de la vida, pero sí le permite ir elaborando un sentido sobre lo que le pasa y lo que podría ser a partir de allí. La música y el instrumento juegan un papel complejo, ambiguo para el protagonista. Esa combinación es parte de lo que provocó su crisis pero es al mismo tiempo condición para su salud mental. Mientras está internado y tiene acceso a piano y teclado, se sumerge en su música y toca con pasión. El acto de tocar se revela como una pulsión apremiante, algo que él mismo llama “una necesidad fisiológica”. Cuando sale del hospital y pierde ese acceso inmediato empieza a vivir algo similar a un síndrome de abstinencia y a deambular erráticamente en busca de satisfacer esa pulsión, presentándose en recitales de moteros para pedir cinco minutos en el escenario, llamando a pubs para pedir que le dejen usar el piano esa misma noche así sea de madrugada, o aprovechando su presencia en una fiesta para sentarse en el piano de la casa y armar un concierto espontáneo para la concurrencia con interacción incluida. En el medio de esa búsqueda calma la ansiedad tamborileando los dedos contra cualquier superficie. Es ineludible con esta clase de personajes pensar de algún modo la relación entre la locura y el arte. Un tema que el cine abordó muchas veces desde una cierta idealización, suponiendo que una es consecuencia o posibilidad de la otra. El film de Benki, por el contrario, no romantiza la locura y muestra que Martín es un músico talentoso no por su enfermedad sino a pesar de ella, algo contra lo que tiene que luchar todos los días, incluso si forma parte inevitable de su obra, como lo demuestra “Enfermaria”, el título de la composición en la que hace tiempo viene trabajando. En un dialogo con su terapeuta elabora respecto a la categoría de niño prodigio qué parte de la misma es un lastre del que necesita liberarse y qué parte puede rescatar: “fuera el prodigio, que quede el niño”. Si el documental arranca con su protagonista internado y continua con el mismo afuera, este movimiento no implica por ello un final, aunque es de por sí un gran logro, sino el comienzo de otra etapa no menos difícil ni plagada de obstáculos. Martín tiene que diariamente aprender a vivir afuera y libre, a reconstruirse y también a ser autónomo, poder estar solo aún si siempre se necesita un poco de los otros. Es por ello que lo vemos también en sus fluidas e indispensables relaciones con su terapeuta, sus amigos y compañeros del hospital. Se trata de una historia de supervivencia y en cierto modo de superación, aunque el planteo no es ingenuo y da cuenta de que ese trayecto no es simple ni directo. Martín cuenta con su talento, su inteligencia y su sentido del humor. Y cuenta también con el piano, porque lo que el film sugiere, volviendo sobre esta ambigüedad presente en la vida de su protagonista, es que hay algo como el poder terapéutico de la música. SOLO Solo. Francia, República Checa, Argentina, Austria. 2019 Dirección: Artemio Benki. Con: Martín Perino,Federico Daniel Bustos, Luis Roberto Duarte, Soledad Madarieta, Sebastián Moscó, María Isabel Siewers, Cecilia Cibert. Guión: Artemio Benki. Fotografía: Diego Mendizabal. Montaje: Valeria Racciopi, Jeanne Oberson. Música: Martín Perino. Sonido: Pablo Girosa. Producción: Petra Oplatkova, Artemio Benki, Rebecca Houzel, Sergio L. Pra, Arash T. Riahi, Nicolás Tuozzo. Duración: 85 minutos.
Cristina Tamagnini, co-directora junto a Julián Dabien y también guionista de El maestro, cuenta que la inspiración para su protagonista viene de Eric Sattler, su propio maestro de primaria y a la vez un “hacedor cultural” de la zona, en aquel caso el pueblo de Ucacha en Córdoba. Una inspiración que se hace reconocimiento explícito al final de la película. Basado en aquel maestro real, tenemos entonces a Natalio (Diego Velázquez), quien enseña en una escuela primaria de un pueblo chico del interior del país, vive solo con su madre y está entregado íntegramente a su vocación por la enseñanza a la cual vive con intensidad y dedicación. Natalio además es homosexual y si bien es reservado al respecto no puede evitar que en ese pueblo chico donde todos se conocen se hagan comentarios, bromas y se tejan rumores respecto a su condición aunque siempre a sus espaldas. De algún modo por su posición de educador está integrado a su comunidad y su discreción le asegura cierta tolerancia, pero este equilibrio se revela precario y solo está esperando el momento para quebrarse y poner en cuestión aquello mismo que lo sostiene. Cuando Juani (Ezequiel Tronconi), un amigo de otra localidad que se encuentra en problemas y no tiene donde ir le pide ayuda, Natalio lo aloja primero en su propia casa y luego lo ayuda a conseguir otro lugar donde vivir en el mismo pueblo. Un lugar en donde, para opinión de sus escandalizados vecinos, pasa demasiado tiempo, lo cual dispara todas los prejuicios que hasta el momento habían estado más o menos reprimidos. Se produce así una escalada que arranca con chismes, comentarios por lo bajo y palabras despectivas para ir subiendo en poco tiempo a una hostilidad abierta y hasta el cuestionamiento de su capacidad para enseñar y la acusación de ser una mala influencia para sus alumnos. Natalio trata de resistir como puede esta embestida y defender su vocación aunque las circunstancias lo van poniendo contra la pared, mientras que aquellos que lo quieren no saben o no pueden defenderlo. El maestro real ejerció en un pueblo de Córdoba, mientras que la película está filmada en Salta, pero durante el relato no se hace referencia explícita a una localidad. Se trata de un pueblo chico del interior del país de ubicación más o menos indeterminada. Del mismo modo la temporalidad tampoco es explícita y si no hay elementos que acusen la actualidad tampoco hay marcas que señalan concretamente una época. Se trata de un tiempo y lugar impreciso como para dar cuenta de la universalidad de lo que se está mostrando. El film de Tamagni y Dabien hace una crítica de la hipocresía, la discriminación, la intolerancia y los mandatos cristalizados acerca de lo que debe ser la masculinidad, pero además de este lado, si se quiere más sombrío, tiene otra línea más luminosa que tiene que ver con el reconocimiento al papel de inspirador que puede tener un maestro. Esto se ve más concretamente en la relación que Natalio tiene con Miguel, el hijo de su empleada y a la vez alumno de su clase, un chico que es acosado por sus compañeros y hostigado por la pareja de su madre, que encuentra en Natalio una fuente de apoyo no solo educativo sino también humano y un incentivo para desarrollarse como persona. La cuestión de la homosexualidad está presente en la medida que es la desencadenante del conflicto pero es secundaria en tanto no se hace hincapié en esto a la hora de retratar al protagonista, quien por otro lado tiene que viajar a otra localidad para vivir brevemente en relación a ese deseo. Lo fundamental aquí es la pasión con la que encara su rol de enseñar, apoyar y motivar y su capacidad de generar un vínculo franco y genuino con sus alumnos. Apoyado en un elenco sólido y sobre todo una muy convincente actuación de Diego Velázquez, El maestro es tanto una crítica como una reivindicación. Lejos del alegato y la declamación, es más bien un retrato íntimo y sensible que privilegia el lado humano y trascendente de la enseñanza. EL MAESTRO El maestro. Argentina, 2019. Dirección: Cristina Tamagnini, Julián Dabien. Elenco: Diego Velázquez, Ezequiel Tronconi, Ana Katz, Valentín Mayor Borzone, Danny Veleizán, Natalia Aparicio, Georgina, Parpagnoli. Guión: Cristina Tamagnini. Fotografía: Nicolás Richat. Montaje: Martín Mainoli. Música: Pablo Soler. Director de Sonido: Rufino Basavilbaso. Dirección de Arte: Andrea Benitez. Producción: Lalo Mamani, Cristina Tamagnini. Jefe de Producción: Mariano Salazar. Duración: 69 minutos.
Se estrena comercialmente en Cine.Ar TV (el jueves 7 de mayo a las 20 y repite el sábado 9 de mayo en el mismo horario) y a partir del 8 de mayo estará disponible en la plataforma Cine.Ar Los títulos ya nos dan una pista de lo que se viene. “Clase B”, el nombre de la productora. Acto seguido, a la V del logo de Devoto se le superpone otra V roja en forma de aerosol, una cita directa a la legendaria y popular serie de los 80 “V, invasión extraterrestre”. Es una toma de posición, una declaración de principios. El segundo largometraje de Martín Basterretche se ubica desde adentro, perteneciente a un tipo de cine fantástico con el que se identifica sin vueltas. Cinco extraños se despiertan en un edificio enorme y aparentemente abandonado, no se conocen entre sí y no saben quién los dejó ahí ni por qué. Pronto una voz distorsionada desde algún lugar de la locación les informa que fueron convocados para parar una invasión extraterrestre, una que no viene en naves espaciales y ataques a gran escala sino que ya empezó subrepticiamente. Los invasores ya están aquí infiltrados, aunque la gente común no los registra, y se preparan para dar el golpe final a través de una misteriosa máquina que están construyendo. Por qué fueron los cinco elegidos específicamente es algo que no les revela y en realidad nunca se aclara del todo. Pronto aparecen en escena algunos de los invasores, a los cuales llaman “Los Bowies” por su parecido al cantante en su etapa berlinesa. Se enteran además de la existencia de “la Lancera”, suerte de líder mesiánica que supuestamente es apenas la protagonista de un comic pero el rumor indica que es real. Rumor que va a ser confirmado cuando esta también haga su aparición para guiarlos. La amenaza es tan real como la resistencia, y nuestros protagonistas están en el medio. Batsereche abraza la estética y el espíritu del cine de acción y ciencia ficción post-apocalíptica de los ochenta, que en su momento se apreciaba mayormente en VHS, y también la del cómic del género de los 80 y 90. Su historia no hubiera desentonado en las páginas de la primera etapa de Fierro o las de Catzole, o al lado de alguna de las obras de Salvador Sanz como Desfigurado o la más reciente El esqueleto, mientras en el audiovisual argentino puede encontrar una línea de contacto con películas como Filmatron (2007) o Daemonium (2015). El hecho de que en la historia la heroína salga directamente de las páginas de un cómic es una señal explícita. El film se maneja dentro de este código y reclama del espectador que se sumerja en el mismo y acepte sus postulados para que la experiencia tenga sentido. Se requiere un poco de indulgencia con los diálogos recitados, la frases impostadas que quedan mejor escritas que pronunciadas, momentos poco verosímiles y actitudes arbitrarias que parecen estar ahí porque le dan actitud al personaje. En el elenco sobresale especialmente su protagonista, Diego Cremonesi (que ya se destacó en films argentinos de género como Kryptonita y su continuación, Nafta Súper), capaz de darle credibilidad a su cura alcohólico devenido héroe de acción, otorgarle convicción y hacerlo interesante y empatizable. De su visión final da la impresión que Devoto: La invasión silenciosa es un primer capítulo, que busca una continuidad como la introducción de una saga más extensa o por lo menos como si lo pretendiera. Tal vez por eso quedan varios cabos sueltos, como si fueran a resolverse o explicarse en otro momento. Hay unas pocas y tímidas apelaciones al humor pero en general este está ausente y eso hace que el film se tome a sí mismo demasiado en serio cayendo en cierta solemnidad. Es en cualquier caso un relato ágil, entretenido y directo, una obra que tiene claro de dónde viene, a dónde apunta y a quién está dirigida. A un público afín e igualmente fan, que puede dejarse llevar e identificarse en su clara reivindicación del género fantástico, el cine de acción, de cierto espíritu retro y de la cultura pop. DEVOTO: LA INVASIÓN SILENCIOSA Devoto: La invasión silenciosa. Argentina. 2019. Dirección: Martín Basterretche. Elenco: Diego Cremonesi, Alexia Moyano, Gastón Cocchiarale, Jorge Takashima, Luis Longhi, Denisse Van der Ploeg, Julián Marcove, Irene Goldszer. Guión: Fernando Regueira. Fotografía: Emiliano Cativa. Música: Federico Mizrahi, Fernando Rabih. Montaje: Pablo Mazzeo, Martín Basterretche. Sonido: Daniel “Manzana” Ibarrart. Dirección de Arte: Laura Aguerrebehere. Producción: Daniel Ibarrart, Martín Basterretche. Producción Ejecutiva: Mónica Amarilla. Duración: 72 minutos.
Se estrena comercialmente en Cine.Ar TV (jueves 23 y sábado 25 de abril a las 20) y en la plataforma Cine.Ar Una pandemia declarada a nivel global, gente con barbijo en supermercados desesperada por abastecerse, paranoia por el contagio, televisores con noticias de alarma, saqueos y represión, refuerzo de controles, teorías conspirativas, desconfianza, caos, negación o sobreactuación, el sálvese quien pueda y la sensación de fin de los tiempos. Todo esto que ya aparece desde las primeras escenas de Tóxico, segundo largometraje de Ariel Martínez Herrera, no forma parte de un documental o una ficcionalización de la situación actual, aunque se le parezca mucho. Por el contrario el proyecto, según palabras del realizador, data de 2008 y, con el correr de las reescrituras de guión, la catástrofe que le sirve de contexto fue inspirada en realidad por la Gripe A de 2009/2010, aquella pandemia que hoy parece vieja y humilde, apenas la precuela a menor escala de la presente, pero que lanzó al estrellato al alcohol en gel y el aislamiento social que hoy son protagonistas. Se trata entonces de una comedia negra en clave de road movie y con una premisa de… ¿ciencia ficción? Quizás aquí es donde encajaría mejor su término gemelo: ficción de anticipación. Si se hubiera estrenado hace un año, entraba de lleno en el terreno del cine fantástico. Hoy podría competir en la categoría de costumbrismo. La pareja protagónica está compuesta por Augusto (Agustín Rittano), un farmacéutico a quien una turba le acaba de saquear la farmacia, y su esposa Laura (Jazmín Stuart). Ambos tienen posiciones muy diferentes con respecto a lo que pasa y cómo tomárselo. Augusto es partidario de extremar las medidas, acudir en todo momento al barbijo, los guantes, el alcohol en gel y el distanciamiento, así como abandonar la ciudad huyendo del caos y del contacto social. Laura por el contrario se niega a cualquier medida a la que considera exagerada e inútil, pretende vivir como hasta ahora, como si nada pasara, y no quiere irse al campo a menos que pueda prepararse mentalmente para tomárselo como unas vacaciones. Finalmente triunfa la posición de Agustín a la cual Laura cede por cansancio y la pareja se embarca en un viaje en motorhome cuyo destino es una lejana casa de campo donde refugiarse y pasar la cuarentena aislados y alertas. En el camino se van a encontrar con diversos personajes y situaciones extrañas, y también con los conflictos y algunas revelaciones que irán surgiendo entre ellos. Todas estas coincidencias entre la propuesta argumental y la situación actual del mundo, si bien sorprendentes, no serían más que anecdóticas si el film no se sostuviera por sí mismo. Pero el caso es que Tóxico resulta además una comedia efectiva y entretenida con un humor a veces absurdo, a veces seco, a veces negro. La estructura es episódica, como suele ocurrir en las road movies, y así en su periplo la pareja protagónica va encontrando con lugares y personajes que están lidiando a su particular manera con la circunstancia, algunos amables y amistosos, otros no tanto. Ahí es donde se juegan momentos más típicos del género postapocalíptico como el desafortunado encuentro en la ruta con una patrulla policial. Una escena potente, cargada de incomodidad y tensión, que a la vez conserva el sustrato de comedia negra. De hecho, es palpable la influencia de clásicos del cine fantástico de los 70, a la vez con su cuota satírica, como The Crazies (1973) de George Romero, cuyos agentes en traje blanco y máscara anti-infección aparecen citados directamente. Otro fuerte del film son los diálogos filosos cargados de sarcasmo, como también personajes interesantes y hasta queribles, aunque generalmente no muestran su mejor faceta, y las efectivas interpretaciones de Rittano y Stuart y algunos secundarios como Marcelo D’Andrea que compone un policía a la vez patético y siniestro. Podría hacer un buen doble programa con Fase 7 (2010) de Nicolás Goldbart (también en Cine.Ar), otra interesante película más o menos reciente sobre pandemias con su cuota también de anticipación, con la cual Tóxico podría ser algo así como la versión en movimiento, y con la que comparte propuesta temática, un cierto tono y hasta actriz protagónica (Jazmín Stuart). Uno de los síntomas principales de la pandemia aquí es el insomnio, lo cual contribuye a la manera en que la atmósfera se va encareciendo y juega también como metáfora de la vida moderna. Una vida en crisis que sin embargo se resiste a morir, aún cuando el mundo (por lo menos en la película) se termina, de manera dramática aunque nada épica. Según Augusto, de manera “más digna” que en una guerra nuclear. Citando a T. S. Elliot: “no con un estallido, sino con un lamento”. O, en este caso, con un ataque de tos. TÓXICO Tóxico. Argentina. 2020 Dirección: Ariel Martínez Herrera. Intérpretes: Jazmín Stuart, Agustín Rittano, Alejandro Jovic, Martín Garabal, Lucila Mangone, Marcelo D’Andrea, Jorge Roberto Prado, Marcelo Mininno. Guión: Ariel Martínez Herrera, Luz orlando Brennan, Lautaro Nuñez de Arco, Santiago la Rosa, Santiago Podestá. Fotografía: Eric Elizondo. Música: Lucas Fridman. Montaje: Emiliano Serra. Dirección de Arte: Augusto Latorraca. Producción: Ariel Martínez Herrera, Fabio Junco. Producción Ejecutiva. Mario Podestá, Mario “Tito” Vitali. Jefa de Producción: Paula Alejandra Sinjovich. Duración: 80 minutos.
Se estrena comercialmente el jueves 9 de abril en Cine.Ar TV (jueves 9 de abril a las 22 / sábado 11 de abril a las 22) y en la plataforma Cine.Ar Una inmigrante ucraniana que fue campeona de natación en su país pero en Argentina se gana la vida precariamente vendiendo café, entre otros lugares, en una pileta a la que no puede acceder. Una joven empleada doméstica tucumana embarazada por el novio y, a raíz del incidente, echada a la calle por su patrona. Una bailarina que sueña con encarnar el papel de Odette en una puesta de El lago de los cisnes en el Teatro Colón en la que no tiene demasiadas posibilidades. Una madre soltera con un hijo autista que tuvo que volver a vivir con su madre viuda y vidente que la menosprecia. Una mujer casada y mayor que sueña con el hijo que jamás pudo tener. Todas ellas integrantes de una galería de personajes tristes y desangelados que protagonizan Vivir la vida, una historia coral cuyo denominador común está dado por el edificio antiguo que es la locación principal donde estos personajes viven y circulan. Estamos ante una muestra de costumbrismo con una exacerbada dosis de patetismo y personajes unidimensionales y estereotipados. Seres sufrientes que además se tratan de maneras horribles, casi siempre con fines egoístas, utilitarios y con frecuentes muestras de agresividad y desprecio o condescendencia y algunas pocas veces con alguna muestra de solidaridad como el caso de la inmigrante ucraniana con la joven embarazada. Los personajes masculinos en roles secundarios tampoco tienen un tratamiento diferente y se mueven entre la frustración del novio de la bailarina que se viste con su ropa cuando ella no está, la soledad del zapatero con inclinaciones al masoquismo o la impotencia del marido para consolar el dolor de su esposa ante la imposibilidad de tener hijos. La dirección actoral es por lo menos errática y despareja donde algunos recitan sus líneas lánguidamente y sin convicción, mientras otros se entregan al desborde emocional sin que nadie los contenga. Actuaciones de esas que se tiende a calificar de teatrales en el peor sentido que se da a esa palabra en ese contexto, poco creíbles y antinaturales. Hay que admitir que no lo tienen fácil sus actores y actrices con sus diálogos inverosímiles y situaciones tiradas de los pelos. Curiosamente una de las que muestra mayor naturalidad y mejor parada sale es Bimbo Godoy que interpreta a la madre soltera y tiene que lidiar con situaciones absurdas como una entrevista laboral con el dueño de un prostíbulo, escena inverosímil desde un principio y que termina en un completo divague, y también una anécdota que involucra a Mick Jagger que no vamos a adelantar. La realizadora y guionista Alejandra Marino completa con este su quinto largometraje entre documentales y films de ficción. Carente de sutilezas en su afán melodramático y sensiblero, recurre a veces a momentos de humor no muy logrados como para aliviar el continuo flujo de frustraciones y desgracias. Hacer la vida parece por su puesta y su propuesta un exponente de un cine argentino de hace por lo menos cuarenta años, no por una visión nostálgica o voluntad revisionista, sino por caer en vicios y torpezas que a esta altura parecían superados. HACER LA VIDA Hacer la vida. Argentina. 2019 Dirección: Alejandra Marino. Reparto: Luisa Kuliok, Victoria Carreras, Raquel Ameri, Florencia Salas, Bimbo Godoy, Luciana Barrirero, Darío Levy, Pablo Razuk, Joaquín Ferrucci. Guión: Alejandra Marino. Fotografía: Marina Russo. Montaje Liliana Nadal. Sonido y Música: Pablo Sala. Dirección de Arte: Lucía Onofri. Producción Ejecutiva: Jorge Rocca. Duración. 103 minutos.
Matías es un joven marginal que llega con lo puesto a esconderse en unas islas del Paraná. Está escapando no sabemos de qué ni de quién. Intuimos alguna actividad delictiva, algo que salió mal, pero de eso no se va hablar. Lo descubre El Correntino, un patrón de poca monta dueño de algunas cabezas de ganado y personaje con cierto poder en la zona. El Correntino le da refugio y trabajo, no tanto por solidaridad como por la conveniencia de sumar mano de obra menos que barata. Matía se queda en el lugar, trabajando con las vacas en ese campo desangelado y entabla una relación con La Gaby, quien antes había sido mujer del Correntino, y el equilibrio ya de por sí precario de la situación se desestabiliza. Las opciones de Matía se achican y asociarse con otro empleado del lugar para robarle al Correntino se presenta como una posible vía de escape. Mientras, la amenaza de una creciente en el río que amenaza con llevarse todo puesto amplifica el clima de amenaza. Los realizadores González y Santander vienen trabajando juntos en diversos proyectos, entre ellos el documental Uahat (2013) filmado a través del río Pilcomayo. En La creciente regresan a un entorno similar desde un abordaje de ficción y códigos de género. Mezcla de policial y drama social, sus personajes en permanente tensión se provocan, se miden y se contienen, sosteniendo una tregua siempre al borde de quebrarse. Hay algo de western en esa zona apartada donde la ley parece suspendida. Y también algo de film noir en ese pasado del cual no se puede huir y que amenaza volver con fatal insistencia. Filmado con sobriedad y elegancia en sus encuadres y planos secuencia, el film retrata con rigor pero también con humanidad y hasta con cierta belleza ese paisaje condenado y esos personajes desesperados. Esta reseña fue publicada en ocasión del estreno de la película en el Bafici 2019. LA CRECIENTE La creciente. Argentina, 2020. Dirección y guión: Franco González y Demián Santander. Intérpretes: Cristian Salguero, Mercedes Burgos, Héctor Bordoni, Facundo Aquinos. Fotografía: Eric Elizondo. Dirección de arte: Melisa Califano. Edición: Emiliano Rodríguez.Compañía: Hain Cine. Distribuye: APIMA. Duración: 70 minutos.
Estamos en París, el día de la final del mundial 2018 en Rusia. Francia disputa el título contra Croacia. La gente se moviliza en masa para ir a ver el partido en las casas, en los bares, en las calles. Son una marea humana, hay blancos, árabes y negros. Entre ellos, mezclado en la multitud, seguimos especialmente a un adolescente negro, más tarde sabremos que se llama Issa y que vive en un barrio de monoblocks del extrarradio de París. Francia gana la copa y todo es euforia. La gente llena las calles envuelta en la bandera tricolor, viste la camiseta azul de la selección, canta la Marsellesa y se reúne para festejar en lugares emblemáticos como la Torre Eiffel y el Arco de triunfo. Es una postal de comunión, la de una Francia unida en las diferencias, multicultural, multirracial y hermanada bajo los mismos colores. Es una ilusión. Y es una ilusión que dura poco. Tan poco como que al día siguiente todo sigue igual en el barrio. La misma pobreza, la misma desesperanza, los mismos negocios turbios, el mismo hostigamiento policial, la misma violencia cotidiana, la misma tensión. Aun así, los chicos hacen lo que pueden para sobrellevar esta vida, e incluso alegrársela un poco. Así empieza Los Miserables, primer largometraje de Ladj Ly, realizador francés nacido en Mali. Y es el prólogo un poco irónico de lo que está por venir, que no se parece en nada a esa postal de celebración y convivencia. Todo comenzó cuando en 2017 Ly dirigió un corto llamado Los Miserables ambientado en Montfermei, el barrio de los suburbios de París donde había crecido, que seguía la primera jornada de patrulla de Ruiz, un policía de provincia en un barrio conflictivo junto a dos compañeros ya conocedores y conocidos en la zona. Tras la repercusión de este corto, decidió ampliar la idea y convertirla en largo ambientándolo nuevamente en Montfermei, un distrito cuyo dato turístico es el de haber sido el lugar donde Víctor Hugo escribió su famosa novela titulada precisamente Los Miserables. Como entonces, el punto de vista principal es el de Ruiz (interpretado nuevamente por Damien Bonnard) quien recién trasladado a la ciudad sale a hacer el recorrido con sus nuevos compañeros y experimenta todos los problemas y conflictos del barrio y también los que genera la propia policía. Pero aquí se agregan otras perspectivas, en particular las de dos chicos de la zona, el ya presentado Issa (Issa Perica) y la de Buzz (Al-Hassan Ly), otro chico negro que filma escenas del barrio con un dron y accidentalmente graba el momento en que los policías en medio de una refriega disparan accidentalmente a Issa con una bala de goma, un episodio que genera un conflicto en el barrio que puede llegar a ser explosivo. Así, la perspectiva de Ruiz, que es un tipo decente y bienintencionado, puede ser en principio la del espectador que descubre ese mundo que desconoce y reacciona a este como puede, pero también la de los chicos aporta la comprensión acerca de la vida de estos adolescentes marginados y lo que tienen que soportar a diario. Chicos hostigados por la policía pero también expulsados de todos lados por sus propios vecinos. Issa en particular es un chico problemático pero también constantemente golpeado (psíquica y físicamente) que aguanta y aguanta hasta que ya no puede aguantar más. En el film queda claro que, aún enfrentados, tanto vigilantes como vigilados pertenecen a clases sociales no muy distantes. De hecho Gwada (Djebril Zonga), el policía negro, lo aclara : ”yo nací aquí”. Y, si bien hay una crítica explícita al accionar policial, sobre todo en la figura de Chris (Alexis Manenti ), un policía blanco que se maneja de manera violenta declarado que así gana respeto (y Ruiz le aclara que lo único que obtiene es miedo), Ly tampoco intenta hacer una división estricta entre víctimas y villanos, sino que trata de abrir la mirada y retratar las complejas relaciones que se dan en la zona. Las tensiones son permanentes, entre la policía y los vecinos, entre grupos sociales, entre los líderes de diversas facciones y finalmente se revela también un conflicto generacional cuando los chicos reaccionan no sólo a la opresión oficial sino también contra los líderes del barrio, que deberían apoyarlos y protegerlos y los usan meramente como moneda de cambio. Contrariamente al estereotipado retrato habitual de representación, los referentes musulmanes son los que ponen un poco de sentido común y tratan de pacificar y brindar seguridad a los vecinos, especialmente a los chicos. La premisa inicial recuerda un poco a la de Día de entrenamiento (2011), y aunque tiene algo de thriller policial, Los miserables, que ganó el Premio del Jurado en el Festival de Cannes y representó a Francia en los premios Oscar, es más bien un drama social que retrata una situación que el cine francés ya viene advirtiendo hace tiempo en films como El Odio(1995) o Dheepan (2015). Filmada con nervio, agilidad y un ritmo sostenido que va pasando de momentos de frágil calma, que es más bien tensa espera, a los de conflicto abierto, en buena parte con cámara en mano y aportando el uso del dron, que aquí no es puramente estético sino que es esencial a la trama. Si el cortometraje se concentraba en ese primer día, el largo extiende el relato al día siguiente para mostrar que la calma puede ser solo aparente, que la tregua al conflicto conseguida a través de la negociación y a espaldas de los que los que lo sufren, es frágil y solo esconde una frustración latente, que no se resuelve así nomás y cuyo estallido es inminente, que puede ser sorpresivo pero no debería ser sorprendente. El final abierto del film de Ly deja planteada una pregunta cuya respuesta sigue pendiente. LOS MISERABLES Les Misérables. Francia, 2019. Dirección: Ladj Ly. intérpretes: Damien Bonnard, Alexis Manenti, Djibril Zonga, Jeanne Balibar, Steve Tientcheu. Guión: Ladj Ly, Giordano Gederlini, Alexis Manenti. Fotografìa: Julien Poupard. Montaje: Flora Volpelière. Producción: Toufik Ayadi, Christophe Barral. Distribuye: Diamond. Duración: 104 minutos.