El ocaso de un asesino, también conocida como la última de Georges Clooney, es lamentablemente, una decepción. La historia ya fue vista muchas veces en el cine - un asesino a sueldo descubre el amor, lo cual lo hace querer desprenderse de una vida de pecado, pero para lograr la tan enhelada redención deberá realizar un último trabajo. Es la historia de El perfecto asesino, de Luc Besson, entre tantas otras. El film no posee en este sentido ninguna originalidad, y pese a plantearse como "independiente" respeta a rajatabla los elementos del género: Chico malo se enamora de prostituta buena, se hace amigo del cura del pueblo y ahora sólo mata en defensa propia...casi. El film es predecible hasta hacernos enloquecer, y la resolución final es una salida bastante fácil - y poco verosímil- para cerrar la historia...desaprovechar de esa manera la oportunidad de utilizar una procesión religiosa como escena de acción en un film sobre asesinos, es - valga el juego de palabras - un pecado. Por otro lado, parece el destino de los actores que han logrado el mote de "serios", ganadores de premios de la Academia, realizar roles ascéticos; personajes que trabajan desde la contención más que desde el histrionismo...no hay ni una sonrisita seductora con la que viene haciendo suspirar a millones de mujeres desde la serie E.R. de parte de Clooney en este film. Y seríamos los primeros en alabar que haya pasado de este empacho seductor, pero...su actuación contenida, más que contenerse, coquetea con el nihilismo. La gracia está en llegar al límite y nunca estallar, y no en la inexpresión. Una pena por el bueno de Georges, pero a no desanimar que igual iremos todos al cine a verla...porque es la última de Clooney.
Como ya lo dice el titulo, este documental tiene dos protagonistas: Eduardo Falú y Salta. Su música está tan influenciada por ese paisaje que lo vio crecer, que no se puede tratar de entender a uno, sin conocer al otro. Los directores colman la pantalla con la imagen de Falú (sus fotos de juventud, las entrevistas en la actualidad) y de los paisajes salteños por igual. En este rescate de la provincia norteña, siempre aparece Buenos Aires como la antítesis: la Capital, la ciudad, la inmensidad, frente a una Salta provincial, rural, pequeña. La música de Falú tiene una gran impronta de lo popular, lo tradicional, pero supo incluir, pese a no haber tenido una formación académica, sonidos que se estaban estudiando en los conservatorios. Está, sin duda, la marca de autor del guitarrista salteño: fundir la tradición y la novedad, lo popular y lo académico, lo nacional y lo extranjero (ya sea latinoamericano, ya sea europeo). Nunca se había visto antes un artista sólo con su voz y con una guitarra, realizando figuras musicales tan complejas. Falú como personaje del documental mira siempre al pasado, recuerda su juventud, su Salta… Los directores hacen el mismo movimiento al rescatarlo en el presente, ya casi olvidado por la escena nacional - no es un dato menor que el primer trabajo que tiene a Falú como protagonista sea este documental realizado por alemanes. Se lo construye de una manera similar al gran mito que es Carlos Gardel: orígenes humildes, dotado de un don prodigioso que lo hace crecer súbitamente y lo hace recorrer el mundo (Inglaterra, Londres, Alemania, Japón) para regresar a su Argentina natal. Con una calidad de imagen y de sonido excelentes, este documental se convierte virtualmente en el único registro que nos queda para la posteridad de este gran músico argentino.
Si es fanático del humor de Alfredo Casero, Diego Capusotto y Fabio Alberti es porque de algún modo le gusta el humor de Néstor Montalbano. Este humor bizarro mantiene de todos modos la estructura del cine narrativo. No es que se ande buscando el surrealismo, sino más bien parodiar(nos). José (Diego Capusotto) es un hombre frustrado y patético – su banda de rock toca en los peores tugurios, trabaja medio día como recepcionista de una remisería y su padre consigue mujeres jóvenes y bellas mientras él es como un adolescente de 40 años. Hasta que llega su primo Miguel (Luis Luque), un hippie detenido en la época del sexo libre y las drogas, y le propone viajar con él a Las Pircas, en el sur, para poder ser abducido por los extraterrestres. José viaja, obviamente, y allí no parará de encontrarse con personajes delirantes, interpretados por figuras de la cultura popular argentina (el ‘ruso’ Verea, Juan Carlos Mesa, Antonio Cafiero, Miguel Cantilo, Claudia Puyó, entre otros). El mayor conflicto es que hay dos músicos candidatos y por tanto hay que convencer a los extraterrestres cuál de ellos es más merecedor de la abducción. Tomás (Diego Dreizik- guionista del film) propone a un músico peruano. Miguel propone a su primo, con el que compartió en la banda ‘Dientes de limón’ el hit de los ’80 “Pájaros volando”. La competencia será desleal y desopilante. Un film que sin tomarse nada muy en serio, está hecho con un humor inteligente, con un trasfondo de crítica social, al mejor estilo del programa televisivo del protagonista.
Este documental, que se exhibirá en el Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543) todos los jueves de agosto a las 20:30 hs, interesa no sólo a los amantes del fútbol, sino a todo el que quiera analizar la violencia que nos atraviesa como sociedad. Tesoriere, que es ya un experto en el tema (también dirigió el documental Puerta 12, haciendo referencia a los sucesos ocurridos el 23 de Junio del ’68 en el Estadio River Plate), parte de un extenso trabajo de investigación sobre el tema. La estructura es la de un documental clásico, con entrevistas a voces de autoridad – tanto del fútbol como de la temática de la violencia (Víctor Hugo Morales, Enrique Macaya Márquez, Eduardo Galeano, Roberto Fontanarrosa, Orlando Barone, Pablo Alabarces, entre otros)- y material de archivo (notas de periódicos, filmaciones de las cámaras de seguridad de los estadios, filmaciones de particulares). Al comienzo del film se busca desde la imagen empatar el término violencia a los hinchas y el de seguridad a la policía. Pero de a poco Tesoriere va minando esta visión para demostrar que la violencia es algo estructural que nos atraviesa como sociedad y que se origina en la marginalidad. Frente al maltrato de la sociedad, el marginado responde con más violencia. Pero ésa es tan sólo una cara de la moneda, el origen quizá del “barrabrava”, construido como una suerte de héroe que se sacrifica hasta la muerte por el amor a su equipo. Esa es la cara visible a la que fácilmente se le puede echar la culpa, porque es el individuo que presta servilmente su cuerpo para los actos violentos. La otra cara de la moneda son los intereses económicos que sostienen la violencia en el fútbol, perpetuada por los grandes clubes, por miembros de la propia policía, etc. Allí la violencia aparece como una decisión política tomada a puerta cerrada. Como su título lo indica, la violencia en el fútbol es una corporación cuyas redes alcanzan hasta los lugares más insospechados de la sociedad, y es en este sentido que se convirtió en un problema estructural, producto de la misma corrupción que nos aqueja en otras tantas situaciones cotidianas. La violencia en el fútbol es tan sólo una de las caras de la violencia, es la punta visible del iceberg.
Quien quiera oír que oiga Este film narra la historia secreta de Benito Mussolini e Ida Dalser, pero también es la narración de una historia de Italia, de los manicomios, y del propio cine. Bellocchio da comienzo a su relato antes de la Primera Guerra Mundial. Mussolini (interpretado magistralmente por Filippo Timi) es miembro del Partido Socialista y marchando en las calles conoce a “la Dalser” (Giovanna Mezzogiorno, más conocida por su protagónico de “El amor en los tiempos del cólera”). La historia de amor transcurre durante este período de ascenso del futuro Duce, en el cual empieza a traicionar los ideales de su partido en pos de un beneficio personal. Uno podría pensar, Ida Dalser se lo vio venir… porque lo mismo le hace a ella. Dalser vende todo lo que posee para que Mussolini pueda abrir su propio periódico, queda embarazada pero pronto aparece la legítima esposa del líder y es abandonada. Paralelamente a la transformación de Italia, Bellocchio analiza la siempre complicada relación del Estado y la Iglesia. Parte de la trama del film se basa en la insistencia de Dalser en hacer que el Duce reconozca que se ha desposado con ella por la Iglesia y que ha bautizado – y reconocido- a su hijo. Como castigo por convertirse en un estorbo para su carrera política, la interna en un manicomio y a su hijo en una escuela, ambos establecimientos a cargo de monjas. Broma cruel de parte del Duce, puesto que los supuestos sacramentos fueron borrados de los registros de la comunidad eclesiástica. Esto la convierte en una mentirosa y peor aún en una loca: ella afirma ser esposa y madre legítima, él y la Iglesia la tratan como una adúltera y a su hijo como un bastardo. La reclusión es el modo de silenciar, y por lo tanto hacer desaparecer, la pluralidad de verdades. Quien quiera aplicar el genio de Foucault para analizar el arma ideológica y perversa que son los manicomios bienvenido sea…Las palabras de consuelo y consejo del doctor Cappelletti (Corrado Invernizzi) acerca de la necesidad de actuar para sobrevivir tienen su correlato en el film que se proyecta para los enfermos: “The Kid” de Charles Chaplin. Éste es uno de los momentos mágicos de Vincere, que se nutre para la reconstrucción de época de un excelente uso del material de archivo, tanto de los discursos del Duce, como de films y noticieros que se pasaban en los cines. Aquí es donde afirmamos que Bellocchio no sólo habla de Mussolinni y de Dalser, sino de la propia historia de Italia y del cine en general. Vincere nos transporta durante dos horas a un mundo que pudo haber sido de otra manera, pero no lo fue. Como certeza de que la historia pudo haber sido otra, la voz solitaria de resistencia de Ida Dalser y su hijo se mantiene viva en este film, y esa palabra, “venceremos”, que originalmente pronunció el Duce en relación a la Segunda Guerra Mundial, acá es una apuesta a creer que el tiempo reivindica otras verdades. “Nos queman las palabras, nos silencian, / y la voz de la gente se oirá siempre./ Inútil es matar,/ la muerte prueba / que la vida existe... / Si la historia la escriben los que ganan, / eso quiere decir que hay otra historia: / la verdadera historia” (Nebbia / Mignona)
Wiseman, de larga trayectoria como documentalista, nos introduce en el arduo mundo del ballet. La protagonista no es la danza, sino la Compañía de la Ópera de París. El film inicia con imágenes del subsuelo del edificio, de los corredores internos, con elementos de utilería. Todo el documental es un gran backsteage de la cantidad de recursos que mueve una compañía de esta magnitud. Como un dios moviendo los hilos de las marionetas se la muestra a Brigitte Lefèvre, la directora artística. Su palabra es la primera y la última. A ella recurren los coreógrafos para organizar su cuerpo de baile, los bailarines para debatir sus participaciones en las obras, los inversionistas, los sindicalistas para organizar el pedido al Ministerio acerca de las jubilaciones. Ella es la cara oculta y visible de la Ópera de París. Entre imágenes de pintores y albañiles que mantienen impecable el edificio, la preparación de la saludable comida y la construcción del vestuario, se nos muestran los ensayos de siete obras, tanto clásicas como contemporáneas. Se nos muestra el lenguaje propio de cada coreógrafo y su modo de trabajar con los bailarines. Mientras en las obras de contemporáneo el nombre de los pasos no importa (porque muchas veces no lo tienen), la música son simples marcaciones de ritmos y el eje es que el bailarín entienda el sentimiento tras cada gesto, en las obras de clásico el lenguaje es rígido, a cada nota corresponde un paso muy preciso, y la búsqueda final es la máxima belleza estética. Más allá de mostrarnos la ardua tarea de todos lo que integran la compañía, el punto de Wiseman es que conforman una compañía, todos necesitan del otro para hacer su trabajo. Y la danza como arte está allí en medio, como posibilidad de condición y finalidad al mismo tiempo.La danse, el ballet de la Opera de París
Imagen inicial: una mujer de mediana edad y furioso pelo rojo está buscando a Hércules. El susodicho es su perro, y dado que ese nombre es sinónimo de fuerza en la mitología, pareciera que lo que Patty (Patrizia Gerardi) busca es precisamente eso. Conllevará fuerza de carácter hacerse cargo de la situación a la que se ve enfrentada: no encuentra al perro pero sí a una niña abandonada en la hamaca de una plaza. “Aia”, como dice llamarse la pequeña, interpretada por Asia Crippa, tiene consigo una nota donde la madre dice que volverá por ella en un tiempo. Los directores, autores de dos films documentales previos – Das ist alles (2001) y Babooska (2005)-, incursionan por primera vez en el cine ficcional, pero sin perder la impronta documental. Cámara en mano y planos cerrados, sonido natural sin música extradiegética, actores no profesionales, son elecciones estéticas para desarrollar el relato de esta relación entre una niña adorable y su familia temporaria. Patty y Walter, encarnado por Walter Saabel, (pareja que ya actuó de sí misma en el film anterior del matrimonio Covi-Frimmel), conforman una dupla que ronda los sesenta años y trabaja en un circo de barrio en las afueras de Roma. Viven en una casa rodante, de manera muy modesta pero no indigente. Para cuidar a la niña interviene Tairo (Tairo Caroli), un adolescente que recupera su propia infancia con la llegada de “la pivellina”. Este costado menos glamoroso de Italia (incluso hasta el clima es inhóspito, lluvioso y nublado), está claramente alejado de la imagen for export de una Roma soleada y capitalista. Sin embargo no es una denuncia, sino la representación de una realidad. El film, que muy bien podría haberse tratado del abandono, de la pobreza y la marginación, se trata, muy por el contrario, del amparo y la riqueza del espíritu humano. El eje del relato es la felicidad en la infancia desde la sencillez y la sensibilidad. Claramente en la búsqueda de este objetivo, los directores han apuntado en la dirección correcta porque el film viene cosechando premios desde su estreno: en Cannes, en Pesaro, en Kiev, en Valdivia, en Uruguay y también aquí, en Buenos Aires, en el BAFICI de este año ganó el premio UNICEF.
La directora de Como pasan las horas y Extranjera vuelve a la pantalla con una tragedia. La tragedia de todos los argentinos, la última dictadura militar, la tragedia en su sentido más literal, Edipo. El daño parece ser un accidente de tránsito: un hombre pincha una goma del auto y va a buscar ayuda pero no deja la baliza. Otro auto vuelca y el conductor muere. Y de Oliveira Cézar comienza el recuento…pero podría pensarse que el daño es previo, es la historia de esta mujer, detenida por la dictadura de los ’70, a la que le robaron un hijo. La historia de Edipo es muy conocida como para repetirla aquí, pero baste decir que en lugar de este joven extranjero llegar a Tebas, llega a la fábrica de la viuda a hacer su propio recuento de daños…y es que como una peste todo empieza a infectarse, a pudrirse desde el fondo cuando la verdad empieza a emerger a la superficie. La directora no sólo divide la trama en 9 cuadros, sino que cada encuadre de la casa lleva la marca de una separación, una columna que se interpone, un vidrio que no deja ver transparencias…algo del orden de lo no dicho, de lo oculto reina en el hogar. Personajes que no casi hablan porque el pasado no puede ser puesto en palabras…y al final palabras sin sentido porque toda lógica se ha vuelto en contra de esta familia.
Podemos estar de acuerdo o no con la postura de Brian De Palma respecto de la historia que quiere contar, pero no podemos negar que hay una búsqueda estética. Y que esta misma búsqueda es en sí misma una declaración de principios, una crítica, una forma de reflexión. Samarra nos cuenta la historia de un grupo de soldados norteamericanos situados en un puesto de guardia en Irak que matan a una familia y violan y queman el cuerpo de una chica de quince años. El relato es construido desde el registro filmado de uno de los soldados que lleva una suerte de diario de su estadía en Irak, desde las cámaras de seguridad del puesto de vigilancia, desde videos subidos a la red en plataformas similares a youtube, desde un noticiero local con notas de miembros acreditados de la prensa internacional. De esta forma no sólo De Palma cuenta la historia de una manera no convencional, sino que está haciendo un alegato sobre la construcción de la realidad en la era mediática, donde todo es susceptible de ser registrado por una cámara digital. El registro inmediato de la realidad genera una falsa idea de no construcción, una noción de que las cosas no requieren más elaboración porque son evidentes por sí mismas. Pero De Palma, al mostrarnos desde una pluralidad de cámaras lo que sucede, nos dice que la realidad siempre se construye, se interpreta, se lee de ella lo que se quiere. Lo único que llama la atención en el relato de De Palma es el maniqueísmo con el que retrata, no a la situación, sino a los personajes: los soldados que perpetran la violación y matanza son mostrados desde un comienzo como los “malos” de la película, con una insensibilidad poco verosímil, lo cual le quita fuerza a la reflexión original que el film propone. De cualquier manera siempre es positivo ver un film donde se hace patente la intención de querer decir algo de una forma en particular, y no apelando a modelos cinematográficos ya establecidos. En este sentido, la apuesta de Brian De Palma es fuerte y uno no puede quedarse sin emitir una opinión. Sin duda es un film que incita a la reflexión, no sólo sobre la guerra, sino sobre la responsabilidad del cine y de otros medios audiovisuales ya no como meros registros, sino como constructores de realidad.
Simplemente uno reconoce cuando está frente a un relato que salió de la cabeza de Luc Besson. El género de acción es lo suyo y no cabe duda que él sabe equilibrar en dosis justas el desarrollo de los personajes con las escenas de adrenalina. El relato simplemente fluye y el espectador queda prendado con las imágenes en rallenti mientras de fondo el volumen de las balas baja y el de la música de heavy metal asciende. Mérito de ello también es del director Pierre Morel (Búsqueda implacable, 2009). James Reese (Jonathan Rhys Meyers) es el asistente personal del embajador Bennuington en París (Richard Durden), pero también aspira a ser parte del servicio secreto, para quienes ha estado realizando algunas operaciones encubiertas aquí y allá. Su oportunidad llega cuando le piden que sea compañero de Charlie Wax (John Travolta), quien ha venido a eliminar a una célula de terroristas paquistaníes. El bueno de Reese es un hombre atildado, maestro de la sutileza, que nunca mató a nadie y que nunca, jamás realiza algo por fuera de la ley. El “malo” de Wax es un renegado informal, casado con su revólver y que mata en un promedio de hombre por hora. Sus métodos son eficaces y por eso es el mejor. Al mejor estilo de personajes como Duro de matar y Arma mortal, Wax se termina enterneciendo y Reese deberá endurecerse y poner a prueba su amor por su prometida Caroline (Kasia Smutniak). La historia es bastante predecible, pero lejos de convertirse en algo negativo, suma a esta producción. Quienes vayan a ver el film de Morel se van a encontrar con todos los códigos de un film del género de acción, con todos los elementos de Besson, con todos los gags de un Travolta post Pulp Fiction (incluso hay un pequeño chiste con la hamburguesa Royale with cheese), y con el porte de modelo de Rhys Meyers y su falso acento americano…