Un atajo entre dos mundos Un adolescente belga de clase media y de origen árabe lleva una vida como la de cualquier chico hasta que la religión comienza a ocupar la mayor parte de su tiempo. Ahmed, con 13 años, está pendiente de la hora de los rezos y las abluciones, enfrenta a su madre que lo confronta preocupada por lo que parece una creciente radicalización religiosa y tiene al imán de su mezquita como su mentor y guía. En un momento, el hombre llama apóstata a una de las profesoras de la escuela de Ahmed, palabra que será clave para que el chico intente cometer su primer crimen en un episodio que desencadenará gran parte de los conflictos que plantea este nuevo trabajo de los premiados directores Jean-Pierre y Luc Dardenne. Una vez más los cineastas y hermanos belgas regresan con un filme sobre la adolescencia, en este caso atravesada por la problemática de la asimilación cultural por parte de los nativos europeos hijos de inmigrantes. En el principio del filme, el objetivo de los directores parece ser mostrar el empeño en conservar las raíces culturales de los hijos de inmigrantes. Así ocurre con la discusión sobre si es conveniente para las nuevas generaciones aprender árabe con canciones o leyendo el Corán. Mientras, el imán de Ahmed subraya las diferencias entre musulmanes, judíos y “cruzados” y la maestra -que comparte la preocupación de la madre del chico por su comportamiento- se esfuerza por hacerle comprender que es posible la convivencia entre distintas religiones.
El amor en un mundo en vías de desaparición Transformar literatura en lenguaje audiovisual siempre es un desafío, pero el director Alejandro Chomski asumió el riesgo y logró un buen resultado con su adaptación de la novela “El país de las últimas cosas”, escrita por Paul Auster en 1987. Otro desafío es el narrador en off, sobre todo cuando se expresa en primera persona, un recurso que le quita, en parte, la posibilidad al espectador de sumergirse libremente en la trama. En el caso de este filme que es como una larga reflexión sobre la desolación de un mundo acabado, el tono bajo, sombrío y monocorde de la actriz protagonista contribuye a la atmósfera de una adaptación tanto o más difícil que la que hizo Chomski con la novela “Dormir al sol”, de Adolfo Bioy Casares. La protagonista es Anna, una joven que viaja a una ciudad casi en ruinas -en parte por las demoliciones y en mayor medida por la desidia- en busca de su hermano, un periodista desaparecido en medio del caos político y social. Una cita de Nathaniel Hawthorne introduce al espectador en el inicio de la película en lo que verá a continuación: “No hace mucho tiempo, penetrando a través del portal de los sueños, visité aquella ciudad de la Tierra donde se encuentran la famosa ciudad de la destrucción”. Esa destrucción es extensiva objetos, personas y cualquier tipo de organización social que fue reemplazada por un poder autoritario e inhumano, al punto que los cadáveres son usados como combustible para hacer funcionar la ciudad y donde predominan dos sectas, la de los que corren hasta caer muertos y la de los que se suicidan arrojándose desde los techos para luego ser cargados en un camión recolector de basura.
Una sátira sobre el arte, los coleccionistas y el mercado “Un día TIM estará colgado en una pared. Hermoso”. Eso opina Tim Steiner, un suizo que hace más de 15 años cedió su espalda al artista Wim Delvoye para que la tatúe. La obra, que fue llamada TIM, fue comprada por 150 mil dólares por un coleccionista con la condición de que cuando Steiner muera la piel de su espalda sea enmarcada y pase a formar parte de su colección. Mientras tanto, Steiner está obligado a exhibirse de espaldas y con el torso desnudo en distintas exposiciones y galerías de arte, algo de lo que fue testigo la directora Kaouther Ben Hania, creadora de “El hombre que vendió su piel”, durante una exposición en el Louvre. El origen de “El hombre que vendió su piel” se inspira en ese hecho real que escandalizó a muchos y puso a teorizar a otros sobre qué es el arte, el mercado del arte, y la explotación humana. “El hombre que vendió su piel” está atravesada por el mismo episodio. El protagonista es Sam Ali, un sirio que huye de la guerra en su país y se instala en Beirut con la esperanza de trasladarse luego a Bélgica donde está su novia.
Dickens, pero policial y con humor negro “Justicieros” es como “Cuento de Navidad” pero en clave de cine negro, con un humor oscuro y sobre un tema muy actual. Salvando las diferencias, el Ebenezer Scrooge de Dickens es en este caso Markus, un militar eficiente y poco afectuoso interpretado por Mads Mikkelsen. El orden de su vida como personal apostado en algún país fuera de Dinamarca sufre un sismo cuando su esposa muere en un accidente ferroviario en el cual sobrevive su hija Mathilde. El siniestro es investigado y rápidamente es considerado un accidente, pero uno de los sobrevivientes y testigo casual, integrante de un trío de nerds, no coincide con la policía. Se trata de Otto, un especialista en estadísticas que debería haber muerto en lugar de la mujer a la que minutos antes le cedió su asiento en el metro. En sus dudas lo acompaña su socio Lennart, que acumula horas de terapia como si fuesen millaje en su tarjeta de crédito, y Emmenthaler, un hacker solitario y resentido. Con las mejores intenciones, Otto se acerca primero a la policía para manifestar su teoría de que podría ser un atentado y no un accidente. Cuando los oficiales descartan esa posibilidad, decide comenzar su propia investigación en la que involucra a Lennart y a Emmenthaler y se ponen en contacto con Markus. Primero reticente a creer en esas supuestas teorías de tres paranoicos, finalmente el hombre, dolido por la muerte de su esposa y conmovido por la tristeza de su hija, acepta ablandar su corazón y poner en marcha un plan para averiguar lo que, suponen, es la verdad de lo ocurrido, en un filme en el que el humor se construye en base a la incomodidad que produce reírse de lo que se considera políticamente correcto. “Justicieros” reúne lo mejor del policial nórdico que ganó impulso en los 90, primero con los libros de los suecos Henning Mankell, protagonizados por el detective Kurt Wallander que dieron origen a la serie de Netflix “El joven Wallander”, y las tres novelas de Stieg Larsson, “Los hombres que no amaban a las mujeres”, “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” y “La reina en el palacio de las corrientes de aire”, que se convertirían en cine en la exitosa saga “Millennium”, con el personaje de Lisbeth Salander al frente de los tres relatos. Con la llegada de Netflix, se hizo evidente que la industria audiovisual nórdica no solo producía excelentes policiales, sino que también podía atravesar con similar eficacia todos los géneros. Primero, por supuesto, el thriller, como las islandesas “Trapped” y “Los asesinatos del Valhalla”, pero además la ciencia ficción, como la danesa “The Rain” o la acción, como “Ragnarok”, basada en la mitología noruega. El desembarco de la plataforma demostró que los creadores nórdicos son, además, maestros del humor. Así lo indican las noruegas “Norsemen”, una disparatada parodia sobre los vikingos; la comedia negra “Lilyhammer”, protagonizada por Steven Van Zandt como la reencarnación del mafioso Silvio Dante que interpretó en “Los Soprano” o “Fallet”, un policial en clave de sátira. “Justicieros” es un extraordinario cruce entre toda esa riqueza narrativa y diversidad conceptual, que fusiona la oscuridad del género con un humor ácido, seco e infalible sin descuidar la idea central y más reflexiva de que toda acción tiene consecuencias. En los minutos finales se revela por qué los cuentos de Navidad no siempre pueden ser lo que parecen.
Una metáfora irónica sobre una sociedad desorientada “No mires arriba” es una sátira, pero también la metáfora de una sociedad grotescamente desorientada. Ese es el punto de partida para abordar esta película protagonizada por algunas de las estrellas más reconocidas del cine estadounidense y europeo. Y es una sátira sobre un tema bastante trillado como las catástrofes que pueden acabar con la vida en la Tierra. Sin embargo, uno de los aciertos de esta película de Adam McKay es que cada tema que aborda está desfasado de la realidad en el punto justo para dejarle espacio a la ironía, un humor que se va haciendo cada vez más oscuro a medida que avanza el filme. Tal como lo hizo en trabajos anteriores -”El periodista: La leyenda de Ron Burgundy”, disponible en Netflix, y su continuación “Los amos de la noticia” o “El vicepresidente”, sobre cómo Dick Cheney se transformó en uno de los hombres más poderosos del mundo durante el mandato de George Bush, a McKay le gusta hurgar en el poder de los medios y la política. En “No mires arriba” también enfoca su crítica burlona sobre las redes sociales y la banalización que impone la inmediatez, la carrera por los likes y el impacto de una información crucial: el fin del mundo. Tras el lanzamiento en 1997 del primer libro, Harry Potter y la piedra filosofal, las novelas se convirtieron en un éxito global. Este sábado llega la esperada reunión de "Harry Potter", a 20 años de su llegada al cine in memoriam: famosos y personalidades destacadas que fallecieron en 2021 In memoriam: famosos y personalidades destacadas que fallecieron en 2021 Jennifer Lawrence interpreta a Kate Dibiasky, una estudiante de posgrado de Astronomía, y Leonardo DiCaprio a su profesor, Randall Mindy. Cuando Kate descubre que un asteroide del tamaño del Himalaya impactará contra la Tierra en apenas seis meses, ella y Randall comienzan una cruzada para alertar a Orlean, la impopular presidenta de Estados Unidos interpretada por Meryl Streep, del inminente desastre que acabaría con la vida en la Tierra. El verbo en potencial -en el caso del filme se traduce en un ínfimo porcentaje en el margen de error de los cálculos- le permite a Orlean minimizar la noticia porque ella está demasiado ocupada en que su examante y exactor porno se transforme en miembro de la Corte Suprema de Justicia. Sin embargo, cuando el equipo de especialistas del gobierno comprueban que los cálculos de Mindy son correctos, ve una oportunidad para revertir su mala imagen transformándose en la salvadora del mundo, siempre acompañada por Jason, su pusilánime y arrogante hijo y Ministro de Gobierno interpretado por Jonah Hill. Pero todo se complica cuando uno de los líderes de la tecnología descubre que el asteroide es una potencial mina de oro con metales y minerales preciosos por un valor incalculable, por lo cual hace abortar la primera misión oficial para destruirlo y decide enviar su propia misión para fragmentarlo con la esperanza de que los restos caigan en el océano y sean recuperados para su posterior utilización. Mientras tanto, los dos científicos al ver las contradicciones y desinterés inicial de la presidenta, consiguen que los inviten a uno de los programas más populares del país que tiene como conductores a Bree Evantee (Cate Blanchett) y Jack Bremmer (Tyler Perry). Blanchett interpreta a una presentadora de televisión encantadora, elegante e ingeniosa que junto a su colega comentan noticias sobre celebridades. Cuando Kate y Mindy llegan al estudio de televisión para informarle a los millones de televidentes del peligro inminente acompañan con bromas o gesto circunspecto. En el medio los usuarios de redes sociales hacen su trabajo: lanzan opiniones y noticias falsas, hacen bromas y memes. Conclusión: nadie parece tomar seriamente el fin del mundo. El conflicto central de “No mires arriba” -el peligro de la colisión de un objeto estelar contra la Tierra- no es algo improbable. Tampoco lo son la corrupción, la impericia, la irresponsabilidad de los líderes, la estupidez y la codicia de hombres o mujeres. McKay hace digeribles todas esas cuestiones que parecen ajenas y lejanas, pero que cada una a su manera y en su medida, pueden ser catástrofes cotidianas que tarde o temprano pagan solo las víctimas mientras los victimarios quedan impunes. Una metáfora de la realidad
Un guiño desprejuiciado a los clásicos de acción Netflix sigue apostando fuerte. Una de sus últimas apuestas es “Alerta roja”, protagonizada por Dwayne Johnson, Gal Gadot, Ryan Reynolds, tres actores surgidos del mismísimo corazón de Hollywood y protagonistas de muchas de las películas más taquilleras de los últimos años. El título hace referencia a las alarmas internacionales que dispara Interpol para investigar y perseguir criminales. En este caso el trabajo está a cargo de John Hurtley (Johnson), el mejor perfilador de la agencia que debe ir tras los pasos de Nolan Booth (Reynolds), uno de los dos ladrones de obras de arte del mundo del mundo. En el medio aparece la competencia de Booth, conocida como “The Bishop” (Gadot), que intenta quedarse con un preciado botín, un objeto que perteneció a Cleopatra y que fue robado por los nazis. Aunque la trama produce un constante déja vu por las semejanzas con tanques de la industria, ese aspecto de patchwork cinematográfico funciona. Y lo logra en parte a esas descaradas similitudes que no intenta ocultar, ayudado por un trío de protagonistas que hacen exactamente lo que se espera de ellos. Johnson -literalmente es una roca actuando-, Gadot -inexpresiva pero súper sexy-, y Reynolds que salva las escenas con humor y desparpajo mientras juega con las ambigüedades sexuales que le regaló el guión. Cuando aparecen referencias a otras películas -en este caso se destacan dos: la saga de “Indiana Jones” y “Misión imposible- suele decirse que son homenajes. En este caso ese “homenaje” tiene un espíritu juguetón, con un guión inverosímil y atrevidos comentarios homoeróticos del personaje de Reynolds al de Johnson. El director Rawson Marshall Thurber también cumple con lo que se espera de él tal como lo hizo en películas anteriores: pone en escena esa mezcla de acción, humor absurdo, suspenso y alguna supuesta referencia histórica, como cuando una de las escenas transcurre en Argentina donde el trío llega tras la pista del tesoro nazi escondido en la selva misionera.
Madres, hijas y su vínculo indisoluble La actriz Shira Haas deja los barrios ultraortodoxos que transitó en “Shtisel” o “Poco ortodoxa” y se interna en una Jerusalem cosmopolita y laica para coprotagonizar “Asia”, un relato sobre el ciclo de la vida y la muerte, el amor y el sexo y las relaciones entre padres e hijos. Haas interpreta a Vika la única hija de Asia (Alena Yiv), una enfermera divorciada que no tenía como objetivo ser madre. La relación entre ambas es distante con picos fugaces de emotividad, aunque poco a poco se van revelando los motivos tanto de Asia como de Vika para que su vínculo haya tomado ese rumbo . Sin embargo, un hecho puntual hará que tanto Vika como Asia se abran a un conocimiento más cercano y profundo. Contrariamente a lo que sucede en este tipo de películas sobre relaciones entre padres e hijos, en “Asia” todo sucede con naturalidad. Tanto el desinterés mutuo como la ternura entre ambos personajes no necesitan de una banda sonora ni cámara que subraye lo que ya es evidente: que los vínculos son inestables, que se construyen poco a poco, que en el medio también hay momentos de fastidio y otros de cariño. “Asia” sorprende por su emotividad sobria, su tono ligeramente indolente sobre la trascendencia de la vida y la muerte sin por eso llegar al cinismo. Para poner en pantalla esa idea, la directora previamente ofrece pantallazos sobre cómo es el trabajo de Asia. En el hospital convive con la fragilidad de la vida y allí dedica esmero y paciencia para contener a aquellos pacientes que saben que, quizás, mañana ya no estén en sus habitaciones a pesar de todos los cuidados que se pueden ofrecer.
El humor como antídoto contra la corrección política En una época que exuda corrección política casi hasta asfixiar cualquier disidencia, el director francés Philippe de Chauveron apela al humor y se ríe nuevamente de todos los clichés referidos a africanos, chinos, israelíes, árabes y, por supuesto, franceses. Eso, además de los conflictos y roces entre cada uno de ellos de forma particular. Así lo hace en "Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho?", Secuela de la taquillera "Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?" (2014) protagonizada por Claude y Marie Verneuil, un matrimonio de mediana edad de clase media alta que vive en una pequeña ciudad francesa. En la primera parte, los Verneuil debieron aceptar su familia formada por sus cuatro hijas y sus maridos de distintos orígenes. Superado aquel trance, en esta ocasión el conflicto se presenta cuando los cuatro yernos descendientes de africanos, árabes, israelíes y chinos se sienten amenazados en una Francia que perciben racista por lo que deciden emigrar a los países de sus ancestros. En una de las películas más taquilleras de Francia, el sarcasmo es la regla y el director no deja ningún tópico al cual disparar sus ironías, y los Verneuil también son parte de su objetivo. Claude y Marie son retratados como personas bienintencionadas pero que no terminan de digerir las diferencias. Así lo muestra viaje cuando regresan de una forzada visita a sus consuegros de Costa de Marfil, Argelia, China e Israel, un del cual vuelven exhaustos y ansiosos por regresar al confort y la seguridad de su lugar en el mundo, una acogedora casa de campo en Chinon, en el Valle del Loira, con sus jamones, sus quesos, sus castillos y sus campos verdes. Entre broma y broma de un guión que vuelve a cumplir su misión original de entretener, el director desliza temas de actualidad, como el uso del burka en Francia o la presencia de refugiados que inevitablemente son vistos por Claude Verneuil como talibanes suicidas. En una segunda capa debajo del humor, el cineasta tira sobre la mesa situaciones que desafían no solamente la idea de corrección política, sino también interrogantes como qué se entiende por tolerancia, hipocresía, prejuicio o integración en una sociedad multicultural y cosmopolita. Pero también, en una época en la que las familias lidian con el hecho de que sus hijos evalúen la posibilidad de emigrar, esta película viene a recordar que algunas catástrofes sociales, políticas o económicas pueden romperlo todo menos los afectos.
El aliado menos pensado para salvar dos países Cada tanto es bueno ver cine catástrofe para recordar que siempre todo puede ser peor. Cuando la montaña más alta de Corea, un volcán inactivo desde mil años, da signos de actividad la vida de la península da un vuelco tanto en el norte como en el irreconciliable sur. Todo comienza con un terremoto que deja medio Seúl en ruinas, pero eso es sólo el principio. Inmediatamente los científicos detectan que el volcán tiene cuatro núcleos de magma. Sólo emergió el más cercano a la superficie, pero el mayor y el más profundo tiene el potencial de borrar del mapa a las dos Coreas. En una carrera contrarreloj un miembro del equipo tiene la única solución posible: perforar el cuarto núcleo de lava para descomprimirlo. En el mejor estilo de ese género que convoca multitudes, en los primeros diez minutos la película se mete de lleno en las secuelas de la primera erupción del volcán y el primer terremoto. Escenas de huidas del protagonista en coche por calles que se abren inmediatamente después de su paso mientras la ciudad se derrumba. Nada demasiado diferente a, por ejemplo, “Terremoto: la falla de San Andrés”. Sin embargo, a partir de allí el filme coreano luego de esas escenas iniciales conserva intacta la acción, pero diversifica la trama y se fusiona con el drama personal y social y la intriga política. Es que para concretar el objetivo que salvará a la península, el comando de Corea del Sur deberá obtener un misil en Corea del Norte y colocarlo en el túnel de una antigua mina ubicada bajo el volcán para lo cual algunos personajes de ambos bandos deberán aliarse.
El heroísmo, eje de una tragedia histórica La explosión de la unidad 4 de la central nuclear de Chernóbil, Ucrania, fue el accidente atómico más grande de la historia ocurrido el 26 de abril de 1986. Sus secuelas fueron devastadoras para esa región, pero todo podría haber sido peor. Eso es lo que narra “Chernóbil. La película”, título dado en Argentina para diferenciarla de la serie de HBO que aborda el mismo episodio. “Chernóbil. La película” es una producción de gran presupuesto que recrea un episodio complejo y traumático para la ex Unión Soviética. Según se estima, si el accidente no hubiese tenido una respuesta rápida a la contención de los daños la radiactividad podría haberse extendido y hubiese dejado inhabitable a parte de Europa, como es inhabitable la zona que rodea al reactor. La unidad 4 actualmente está sepultada bajo dos sarcófagos, uno de hormigón y otro de acero que brindaría seguridad contra nuevas fugas hasta dentro de 100 años, en tanto que en diciembre de 2000 se detuvo definitivamente la unidad 3, la última que quedaba en funcionamiento. La película sólo alude en un breve diálogo a las razones de la explosión y a quienes serían sus responsables. Una placa antes de los créditos indica que el filme está dedicado a los llamados “liquidadores”, las personas que perdieron la intentando contener los daños. Independientemente del hecho histórico, el filme hace foco en el heroísmo de tres personajes de ficción. El primero es Alexey, un bombero interpretado por Danila Kozlovsky, también director de la película Valery. La primera media hora de “Chernóbil” está dedicada al contexto del protagonista, su relación con una expareja, el hijo de ambos y la inminente partida de Alexey horas antes de que se desate la tragedia que cambiará su vida y sus planes. Los otros tres héroes del filme son un ingeniero y un buzo militar. Todos arriesgaron sus vidas buceando en aguas a más de 60 grados y en un ambiente saturado de radiactividad para drenar el agua de un depósito debajo del reactor en llamas.