Se estrena Showroom, de Fernando Molnar. Protagonizada por Diego Peretti, Andrea Garrote y Roberto Catarineu, esta ópera prima de ficción exhibe las vicisitudes del negocio inmobiliario en Capital Federal. La mecanización del individuo. Diego es un organizador de eventos, cuya energía no está al nivel que se espera de él. Desempleado y endeudado, tampoco puede pagar el alquiler del departamento donde vive con su familia. Gracias a la ayuda de un tío, Diego se muda a una casa en medio de una isla del Tigre. El mismo tío, a la vez, le consigue un empleo. Vendedor de departamentos de un edificio en construcción de Palermo. Diego debe viajar todos los días de Tigre a Capital, para exhibir un modelo de lo que está vendiendo a futuros interesados. Esto se llama Showroom. De la misma manera, que Sebastian Schindel –co director junto a Molnar de Mundo Alas y Rerum Novarum– decidió introducirse en el mundo de la ficción, denunciando el negocio mafioso de las carnicerías, Molnar, con mayor sutileza muestras diversas caras del negocio inmobiliario; aunque parece estar más interesado en la mecanización del individuo. Gracias a un trabajo notable de Diego Peretti, introspectivo y austero, el espectador es testigo del deterioro físico y psicológico del protagonista, que debe adaptar su vida social de clase media urbana a una prácticamente aislada y casi rural, mientras que pasa la mayor parte del tiempo vendiendo hogares en la urbes nuevamente. Molnar muestra con ironía, pero sin emitir juicios, el contraste entre la vida en ambos escenarios, donde la figura de la mujer y la hija de Diego adquieren mayor volumen, cuando ellas consiguen adaptarse al sitio –y construyen una nueva vida social- y el protagonista, aun vive de sueños e ilusiones, de una maqueta tan falsa como la que debe vender. Molnar sutilmente, construye un relato de denuncia acerca de la competitividad laboral, las falsas apariencias e incluso los contrastes sociales entre el que debe vender y el que construye –divertido duelo del protagonista con los obreros y albañiles- centrándose en la paulatina mecanización de la persona. Diego se transforma en un ser robótico que no hace más que repetir un discurso; es prácticamente un cartón pintado, incapaz de evolucionar. El realizador no propone una comedia tradicional con un personaje clásico, sino una caricatura social sobre las características del mercado laboral. Por el cinismo e ironía, recuerda al tono de las pocas –pero ingeniosas y memorables- comedias de Costa Gavras.
Después de 22 años de espera, finalmente llega a las salas de Argentina, El acto en cuestión, mítico film de culto de Alejandro Agresti, protagonizada por el recordado Carlos Roffe. “Esto es para vos Miguelito”. La primer imagen del film de 1993 es la de Miguel Quiroga, un mago, sacando fotos. Al fondo, justo encima de él, hay tres pájaros en un nido. La ilusión visual es que los pájaros salen directamente del sombrero de Miguel. El acto en cuestión es una gran ilusión; un acto de magia que ha recorrido el mundo, y gracias al fanatismo de un grupo de cinéfilos, coleccionistas y críticos, el Mago Quiroga regresa a la Argentina para concluir el acto. Alejandro Agresti estuvo varios años desaparecido y 2014 marca su retorno. No solamente por el estreno de este film, sino porque en la última edición del BAFICI se pudo ver No somos animales, otra película maldita de su factoría protagonizada por John Cusack, y porque ha vuelto a los rodajes, con Mecánica popular, que se espera que se estrene pronto. Con notable creatividad, Agresti narra en esta obra, la historia de Miguel Quiroga, un ladrón de libros, que vive en una pensión junto a su mujer, que el director la muestra como si fuera una casa de muñecas. No es casual, que el film esté narrado por Rogelio –Lorenzo Quinteros– un fabricante de muñecas con aires de poeta o trovador. Un día Miguel descubre un libro de magia negra, y por puro accidente se cruza con “el acto en cuestión”, el cual dramatiza ante el director de un circo, que lo lleva a recolectar fama y fortuna por todo el mundo. De esta forma, se puede sintetizar, el ascenso y ocaso de una estrella. Pero, la película de Agresti, habla más que nada de la magia del cine. El realizador, gracias a una estética blanco y negro, concreta una comedia pura y fantástica, donde el artificio es notable desde la primer escena. Desde Meliés hasta Murnau, Agresti despliega un sin fin de referencias, principalmente al cine mudo, más específicamente al expresionismo o surrealismo alemán. Al igual que esta etapa cinematográfica, la intención subliminal del realizador es mostrar a la sociedad argentina pre dictadura militar –aun cuando no sitúa temporalmente las acciones del film- con guiños que desnudan a Quiroga como parte de aquellos miembros de la población que apoyaron el régimen terrorista (literalmente, es un guiño del personaje). Pero, con inteligencia e ingenio, Agresti, prefiere no perder el hilo mágico de su historia. Con notables dosis de humor, romance, ironía y nostalgia, El acto en cuestión es un cuento clásico sobre sueños y codicia. Filmada en Europa principalmente, el director trasladó a un elenco, en su mayor parte argentino, al viejo continente y especialmente, hizo magia con ese gran intérprete que fue Carlos Roffe. Sin la participación del gran actor fallecido en 2005, es posible que el film no haya tenido tanto impacto o trascendencia. Roffe proviene de un teatro clásico porteño. Sus grotescas y patéticas expresiones se acomodan perfectamente a este personaje tan chanta como querible. Acaso el costumbrismo del personaje, provocan que el film no tenga un impronta tan universal, irónicamente. Es una película pensada para generar empatía y complicidad con el público argentino, y este, es el último en verlo.
Desde Nueva Zelanda llega la comedia Casa Vampiro, de los creadores de la serie Flight of the Conchords, uno de los films más premiados del año. Aunque los falsos documentales están de moda en la actualidad, hace unos años atrás no era común que se estrenaran comercialmente en las carteleras porteñas. Posiblemente, la excepción sigue siendo la genial Esto es Spinal Tap de Rob Reiner, que seguía las andanzas de una falsa banda de rock, compuesta por Christopher Guest, Michael McKean y Harry Shearer o Zelig, el clásico film de Woody Allen. Por esos años, se estrenó en televisión un divertido documental llamado La era del Ñandú, ópera prima de Carlos Sorín. En los años 90, se empezó a difundir por los video clubes una curiosa falsa biografía de un pionero del cine neocelandés. Forgotten Silver es una comedia que hace honor al género y fue dirigida por un tal Peter Jackson. Hoy en día, y tras el éxito de los films de terror estilo Proyecto Blair Witch o las sagas de Actividad Paranormal y Rec, los falsos documentales se dividen entre las comedias o el terror. Casa Vampiro combina ambos géneros y sin dudas, es la mejor obra de estas características filmada desde Forgotten Silver (quedan excluidas las películas de Sacha Baron Cohen). Con la excusa de exponer una fiesta tradicional pero desconocida, donde confluyen hombres lobos, zombies, brujas y otros entes, un grupo de documentalistas llega a una mansión donde conviven cuatro vampiros. Playboys, dandis, monstruos, todo combinados. Estos cuatro amigos exponen, como si fuera un reality show su vida ante cámaras. La llegada de un joven quinto integrante, que viene con su cuñado –no vampiro- altera la convivencia del grupo. Clement y Waititi, dúo proveniente de la famosa serie Flight of the Conchords que ha trascendido fronteras, escriben, dirigen y actúan en este delirante film, repleto de gags efectivos, donde se destaca la creatividad e imaginación para crear un universo propio con reglas y códigos. El patetismo de estos personajes perdidos en el tiempo, combinado con la ruptura y sátira de los clisés, sobre vampiros y mitos sobrenaturales, dan como resulta una película fresca, atractiva, y geek. Casa vampiro se nutre de citas y referencias, para crear una comedia irónica y creativa, que no se ancla en ningún otro subgénero. El talento de los comediantes –partiendo por los propios Waititi y Clement- aprovechando sus fisonomías y explotando los recursos expresivos, y herramientas corporales convierten a Casa Vampiro en un producto sensual y divertido. El tono y química entre los personajes / actores es propio de la comedia negra inglesa, y no sería demasiado lejano relacionarla con los films y programas de los Monty Python. Por lo tanto, vale la pena brindar con una copa de sangre, por el estreno de Casa Vampiro, una comedia neocelandeza original, llena de ideas nuevas, y otras recicladas que nunca pasan de moda.
Llega al cine De amor y dinero, dirigida por Hossein Amini, guionista de Drive, y basada en una novela de Patricia Highsmith, con Viggo Mortensen, Oscar Isaac y Kirsten Dunst como protagonistas. Reconocida principalmente por la saga de libros acerca del personaje de Tom Ripley, Patricia Highsmith fue una de las escritoras más fascinante en lo que respecta a novelas policiales del siglo pasado. Sin embargo, la más famosa y estimulante de las adaptaciones cinematográficas, basada en una de sus novelas, fue Extraños en el tren, mítico thriller de Alfred Hitchcock con Robert Walker y Farley Granger. De amor y dinero, guarda varias similitudes con la saga de Ripley. Un escenario europeo exótico, un tercero y misterioso personaje en discordia entre un matrimonio de aparente, buena posición social… y un asesinato. Chester Mac Farland y su mujer, Colette, visitan las ruinas de la antigua Grecia, cuando conocen a Rydal, un joven guía turísitico estadounidense. Rydal se une a la pareja como guía personal, aunque tiene claras intenciones de estafar a Chester y seducir a Colette. Sin embargo, no avanza demasiado en estos puntos y se hace amigo de la pareja. Hasta que sucede un asesinato y los tres se convierten en fugitivos de la policía griega. Lo fundamental, es que nada es lo que aparenta ser, y la codicia siempre cobra más valor que las personas. Hossein Amini debuta como realizador en un thriller clásico, integrado por numerosos elementos “hitchcoianos”, como el hombre equivocado, la figura manipuladora, la mano del azar para castigar personajes, la culpa. El director aprovecha la geografía para armar un laberinto propio del mito del Minotauro, y gracias a dos soberbias interpretaciones de Viggo Mortensen, y en mayor medida, de Oscar Isaac, construye una interesante variante a una relación paternal, casi edípica, en términos metafóricos. Los climas son lentos y el discurso, sutil. El director no subraya significados y apela a construir el argumento, narrando con imágenes, no apelando tanto al diálogo, ni enfatizando las vueltas de giro estructurales. A través de una soberbia fotografía e impecables actuaciones, se genera un relato con buena carga de tensión sexual, sin necesidad de explicitar nada. En este sentido, el clasicismo de la puesta en escena es siempre favorable. Queda la sensación de estar viendo un noir filmado en los años ´60 –cuando sucede la acción- donde se sugería más de lo que se explicaba. La información justa y un interesante juego de espacio fragmentario en la secuencia final, acercan a Amini a una dirección casi wellesiana –el Welles más clásico, por supuesto- confirmando que se está visualizando un film de otra década.
Existen pocos artistas estadounidenses, hoy en día, capaces de conseguir una coherencia narrativa y perfeccionismo en la realización de encuadres como Paul Thomas Anderson. La convergencia entre relato e imagen dan como resultado films, no solamente personales, sino que bordean la etiquetación de obra maestra. Recientemente, se filtró en las redes sociales un pequeño montaje que muestra el primer y el último encuadre de cada película. Es asombroso encontrar una simetría visual en los primeros y últimos segundos de cada película de Anderson que cita este montaje aficionado. Las escenas pueden empezar y terminar en sitios completamente distintos, pero hay una simetría plástica pocas veces vista. Anderson es un artesano meticuloso, un pintor del renacimiento con el intelecto de Leonardo Da Vinci o Stanley Kubrick. Pero a diferencia de los films del director de La naranja mecánica, envidiables de lo visual pero fríos en su contenido, la filmografía de Anderson consolida humor con diseño de personajes, dotando a sus obras de mayor calidez y empatía con el espectador. Pero a no confundirse. Así como hay directores más interesados por la transparencia y humanidad de sus historias, hay intelectuales, cínicos como Anderson que pretenden mostrar –básicamente porque el cine se muestra, no se narra oralmente- mucho más de lo que se cuenta. Anderson es discípulo de Kubrick y Robert Altman, pero bien podría ser un hijo no reconocido de Orson Welles. Después de verdaderas joyas cinematográficas, que lamentablemente, no lograron conciliar a las masas, pero en el futuro imagino van a ser objeto de estudio más profundo, como fueron Petróleo sangriento y The Master, Anderson intentó volver a sus raíces menos solemnes con Vicio propio. Y acá vale la pena una aclaración. No es que a las películas mencionadas les falte humor, pero son tan cínicas en su construcción que pocos recordarán escenas sutilmente ridículas en ambas películas. En Vicio… el ridículo está en primer plano. Anderson decide exprimir el lenguaje de Thomas Pynchon con una historia que se va complicando y delirando a medida que avanza. Podríamos citar como fuente narrativa a James Ellroy, padre contemporáneo de la novela noir y combinarla. Ahora imaginen que el narrador de esta historia fuera Hunter Thompson. Años ´70. Larry Sportello, un detective privado demasiado adicto a la marihuana y la cerveza, recibe la visita de una ex novia que sospecha que su actual pareja va a estar involucrado en un crimen. Sportello se pone a investigar y pronto su novia también desaparece sin dejar rastros. Las pistas lo llevan al protagonista a meterse en prostíbulos, antros de drogas, yates de actores famosos y otros sitios no menos exóticos. Anderson recurre a todos los clisés del género policial para retorcerlos absurdamente. Personajes, pasados de narcóticos, policías hiperviolentos, empresarios pedófilos y la cultura oriental se mezclan en una ciudad de Los Angeles hippie y adicta al flower power. locoxelcine-viciopropio Poco importan los retorcidos puntos de giro, un más absurdo que el anterior para el director. No se descuida un solo personaje ni una sola subtrama. Y sin embargo, lo que más se destaca es la composición pictórica de la imagen, la personalidad de un artista meticuloso, capaz de brindar en cada encuadre su mejor instinto para armonizar la plástica con la narración. No solamente es remarcable la fotografía de Robert Elswit –camarada ideal de Paul Thomas- sino también el diseño de vestuario y escenografía. La banda de sonido a cargo de Johnny Greenwood –miembro de Radiohead- ayuda a llevar al espectador por este viaje lisérgico a otra década, con otros códigos y lenguajes. Es muy buena la selección musical que acompaña la sonorización instrumental. El destacado elenco de grandes figuras, la mayoría en roles pequeños está a la altura del resto de la película. Desde el histriónico Josh Brolin hasta una contenida Reese Witherspoon, las participaciones secundarias, como siempre sucede en los films de Anderson, son maravillosas. Cuidado cada personaje en cada detalle. Pero es en Joaquin Pheonix que ha encontrado un alter ego. Un actor camaleónico y misterioso, que le aporta humanidad y ternura a su Doc Sportello. Es un chico enamorado, un detective comprometido, pero también un adicto, perdido en su mundo de adicciones. Sobrecargada de diálogos y nombres de personas y sitios, Vicio propio integra al espectador dentro de un laberinto satírico de la sociedad estadounidense de la década más liberal y controversial que vio el país. Probablemente no sea el film más redondo de su prolífico director. Algunas escenas se extienden demasiado y hacen perder un poco el hilo conductor. Un hilo conductor que concientemente, a Anderson no le importa abandonar por media hora, porque la trama es una mera excusa para desnudar un universo propio, lleno de vicios propios y placeres culpables. No hay dudas, que a medida que pasan los días, el film permite un análisis más interesante, y que como todos los trabajos de Anderson se convertirá en obra de culto. Paul Thomas Anderson, es el director del renacimiento, pero también sigue siendo el artista del futuro.
“¿Me elegís porque soy el menor de los males?” Y sí. A veces, cuando hay que elegir entre dos películas malas, elegimos la menos peor. Este es el caso de Insurgente, secuela de Divergente, completamente intrascendente igual que su predecesora, pero al menos un poco más entretenida, lo que la convierte en un producto menos peor. El film de Robert Schwentke puede sumarse a lista de secuelas que superan a sus predecesoras. Probablemente, esto se debe a que Insurgente toma como principal referencia a El imperio contraataca (1980), también conocido como Episodio V, dirigido por Irving Kershner. Schwentke, cuya filmografía está integrada por films mediocres, entre los que se destaca únicamente RED –la primera- prefiere cargar a la adaptación de la saga de Verónica Roth de adrenalina y acción antes de filosofía barata para adolescentes que consumen otras sagas como Los juegos del hambre o Crepúsculo. La historia vuelve a transcurrir en un tiempo futuro donde la humanidad vive separada por un muro y dividida según sus habilidades en Osadía (el ejército) Erudición (los intelectuales), Verdad (abogados y jueces) y Cordialidad (los agricultores). Los abnegados decidieron no formar parten de ningún clan y los sin facción son los vagos que dan vueltas por el mundo sin rumbo. Dividiéndose de esta manera se llega a una sociedad pacífica. El problema son los Divergentes como Tris –Shailene Woodley, la protagonista- que como tienen todas las facciones son “peligrosos” para el sistema. En el principio de Insurgente, Tris se está escapando del sistema, y junto con su novio y su hermano, paran con los cordiales, que son una comunidad pacífica integrada por amish y hippies, básicamente. El orden se rompe cuando Tris empieza a sacar afuera su costado osado, rencoroso y violento… y porque los osados la siguen persiguiendo. Tris y su banda irán saltando de clan en clan hasta enfrentarse a Jeanine –nuevamente Kate Winslet- quién la quiere someter a las pruebas que desarrolla un aparato encontrado en la casa de los padres de la protagonista –asesinados en el primer film- que encontrará a través de simulaciones, al elegido para restablecer el orden Si dejamos de lado la filosofía barata, los diálogos forzados, el discurso obvio y subrayado, nos encontramos con una película de acción medianamente decente. Schwentke no innova demasiado, pero es menos solemne y pretencioso que Neil Burger. Por eso prioriza la acción, que tampoco es demasiado sofisticada por sobre el guión, que es bastante predecible y elemental. locoxelcine_insurgent_review Como decíamos en un principio, Schwetke parece ser bastante fan de El imperio… ya que no oculta algunos momentos inspirados en la misma. El personaje de Peter –Miles Teller- es el estereotipado traidor del grupo, pero con un costado benevolente. Como si se cruzara a Han Solo con Lando Calrissian. La útima prueba que debe asumir Tris es enfrentarse contra sí misma, algo similar a lo que le sucedía a Luke Skywalker mientras entrenaba con Yoda. Por otro lado, el centro de operaciones de Jeanine es similar a la “Ciudad en las nubes” donde sucede el final de El imperio… Tampoco falta un obvio plano que cita al momento en que Han Solo es retirado carbonizado. Y por supuesto, un personaje se reúne con su madre, a quién creía muerta. Insurgente, es más oscura, sensual y entretenida que Divergente. Cae en lugares comunes y está repleta de clisés. La subtrama romántica es ridícula y patética, filmada con un amateurismo alarmante. Aún no puede sacarse de encima el manto de la solemnidad y la carga dramática sobre cada personaje, para incorporar un poco de humor al relato, pero al menos, aquel que no es fan ni lector de la saga, puede suspirar aliviado que no se va a aburrir. Triste es seguir encontrando a buenos actores (Woodley, Winslet y ahora Naomi Watts, Octavia Spencer y Daniel Dae Kim) en sus peores interpretaciones, pero incluso así, Insurgente es el mal menos peor.
Llega Polvareda, film de Juan Schmidt, que intenta adaptar géneros clásicos estadounidenses como el noir y el western, a tierras pampeanas en tiempos modernos. Cuatro criminales llegan a Polvareda, un pueblito medio fantasmal del interior del país para ocultarse de un robo. Este pueblo se vincula con la juventud del jefe de la banda –sólida interpretación de Enrique Papatino- donde su estadía no pasa inadvertida, especialmente para el comisario local. Schmidt humaniza a sus estereotipados personajes y los dota de alma y espíritu. Las interpretaciones de Papatino, Cutuli, Cóccaro y Camandulle Luna, no carecen de ternura y humor. Visualmente, Polvareda, está recargada de cinefilia. Influencias del western independiente de los años 70 y del policial de los ´50 –con reminiscencias directas de Rififi, de Jules Dassin- ayudan a construir un relato previsible pero sólido, sin fisuras narrativas. Si bien, por momentos, el ritmo se resiente, la película atrapa sin demasiadas pretensiones. polvareda-vision del cine polvareda-vision del cine Un final con una puesta de cámara inteligente, aprovechando herramientas cinematográficas como el fuera de campo, para jugar con los diversos puntos de vista, y manipular la óptica del espectador, da como resultado una propuesta de bajo presupuesto, pero con una visión personal y pasional hacia el séptimo arte. Destacado el uso de la música de Pablo Sala y la fotografía de Rodrigo Ottaviano, ambos recursos a tono de las referencias que el director y los guionistas, tuvieron en cuenta para realizar Polvareda, una película como las de antes, para disfrutar en la matiné de un sábado de súper acción. O en este caso, un miércoles a la noche en el Centro Cultural de la Cooperación. En conclusión Destacado el uso de la música de Pablo Sala y la fotografía de Rodrigo Ottaviano, ambos recursos a tono de las referencias que el director y los guionistas, tuvieron en cuenta para realizar Polvareda, una película como las de antes, para disfrutar en la matiné de un sábado de súper acción.
Annie´s Day Off La primera imagen de Annie-sigloXXI es una niña colorada enrulada, cantando a capella y parándose en pose de musical de Broadway. El rostro de los demás alumnos de la clase, e incluso de la propia maestra, transmite sopor. “Sentante Annie, que hable Annie P”. De esta forma, Will Gluck en un minuto deja de lado el tradicional rostro de la huerfanita protagonista de una novela, una serie de cómics, un musical setentoso y una fiel adaptación de 1982, realizada por John Huston, y la transforma en Quvenzhané Wallis, una estereotipada niña negra de vestuario chillón pero acorde a la actualidad. A diferencia de los penosos, teatrales, ampulosos, pretenciosos musicales de Rob Marshall, que tras su ostentación no dejan de ocultar su carácter misógino y vacío narrativo, al tiempo de poca imaginación para las puestas de cámara, reemplazada por el uso y abuso del CGI, Annie tiene la frescura de un musical filmado en la misma ciudad. Las referencias de Gluck están lejos de los escenarios. De hecho, Annie-sigloXXI es netamente ochentosa. Annie es una huerfanita de Brooklyn custodiada por una borracha ex cantante pop –Cameron Díaz, hermosa, absurda, sobreactuada pero completamente divertida- bastante ambiciosa y desagradable. Confía que sus padres regresarán en algún momento y por eso asiste religiosamente cada viernes al restaurante donde la abandonaron. Por circunstancias fortuitas, Annie se cruza en el camino del empresario Will Stacks –Jamie Foxx, correcto en el rol, decepciona como cantante-, quién está casualmente haciendo campaña para ser Alcalde de Nueva York. Sin embargo, está mal posicionado en las encuestas, porque su lema es dirigir la ciudad como si fuese una empresa. Salvarle la vida a Annie, le da una imagen más humana, y sus asesores –geniales Rose Byrne y Bobby Cannavale- aprovechan la circunstancia y adoptan a Annie, a cambio de seguir acompañando a Stacks durante toda la campaña. annie-mv-11 Aún con el uso y abuso de los celulares para fines narrativos Stacks tiene una empresa de comunicaciones- Will Gluck juega a ser John Hughes. La referencia más obvia es La pequeña pícara (1991), uno de los últimos films del creador Brat Pack, en donde una pequeña vagabunda con su padre, James Belushi, pasaban a vivir a la casa de una millonaria. En el film abunda el espíritu de John Hughes –como en Easy A, previo film de Gluck- y sin revelar demasiado, hay un número musical que parece inspirado en el famoso desfile de Experto en diversión –Ferris Buller´s Day Off (1986). Pero también hay otras citas: Secretaria ejecutiva, Quisiera ser grande, El secreto de mi éxito –con cameo de su protagonista incluido- entre otras. Y más allá de no tener grandes actuaciones, todos son simpáticos y autoconcientes de sus propias limitaciones para cantar y bailar. Wallis –nominada al Oscar por La niña del sur salvaje- empieza a sufrir del síndrome Drew Barrymore. No se destaca como actriz pero es tan carismática como Macauly Culkin en sus primeros films –vale recordar que las películas de Mi pobre angelito también las escribió Hughes- aunque es notable su capacidad para cantar, que supera la de sus co protagonistas adultos. Previsible, pero austera, sentimental, pero no sentimentaloide, Annie es un placer culposo de principio a fin. Se podrá criticar su defensa al New Deal de Roosevelt, que justifica la manera en la que Stacks hizo su fortuna, y que parece demostrar que el sueño americano, realmente es posible, pero al mismo tiempo, también rompe varias convenciones. Satiriza al universo del musical y no pretende ser más de lo que es. Las coreografías no son demasiado inspiradas –aunque hay un hermoso planito robado de West Side Story, donde sutilmente Gluck sigue demostrando cinefilia- pero la película es tan simple e ingenua, que se convierte en la mejor opción para congeniar al público infantil con el adulto.
El misterio del hombre pájaro Alejandro Gonzalez Iñárritu es un director que ha entrado por la puerta de grande con su megaproducción Amores Perros. Impactante por lo visual y su radiografía –for export- de las diversas clases sociales de la capital mexicana, Iñárritu es un director al que le gusta dar lecciones morales, haciendo padecer un poco a los personajes y bastante, a los espectadores. Por ese momento, su relación con el guionista Guillermo Arriaga producía un efecto interesante. Más allá de los moralismos, Arriaga es un escritor neto, que podía demostrar personalidad narrativa independientemente de la cámara publicitaria de director. A la distancia, sin embargo, Amores Perros es un cuento efectista, sobrevalorado y con una mirada fría, más propia de un burgués que mira todo con altura y a la distancia que de un realizador con los pies imbuidos en el barro de la sociedad. Sin embargo, el experimento bastó para que Hollywood pose sus ojos en el mexicano y lo compre, con Arriaga incorporado. La primera obra en tierras anglosajonas fue 21 gramos. Película subvalorada y bastante atacada, pero en la que sin dudas, la presencia de Arriaga era mayor que la de Iñárritu. El guión completamente desfragmentado y desarmado, presentaba una acumulación de golpes bajos, pero que terminaban teniendo una coherencia narrativa con el mensaje –más optimista que el de Amores Perros- y un retrato con un poco más de los pies en la tierra. Además el trío compuesto por Watts, Del Toro y Penn conseguía sacar a flote cualquier desnivel narrativo. Y así llegamos a Babel, película por la cual Iñarritú inexplicablemente ganó el premio como mejor director en Cannes. Si bien varios colegas la odiaron, yo admito que no me pareció tan mala, pero tampoco la pongo en el pedestal donde la pusieron los críticos y la academia de Hollywood. En sí, la idea y la historia son interesantes, aunque su acumulación de golpes bajos y mensaje conciliador terminaba por irritar más que de asombrar. Nuevamente, se nota la mano de Arriaga, pero aquí pesa más la producción de Brad Pitt y el estilo de Iñárritu que la narración. Esto Arriaga lo vivió y decidió distanciarse del director. Hizo bien. La cuarta obra de Iñárritu, Biutiful, co escrita por los primos argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobbe es una de las peores torturas cinematográficas que existen. Debería formar parte de las herramientas sádicas de Christian Grey. Bardem sufre todo y de todo en una película interminable y asquerosa de principio a fin. De esta manera conocemos el perfil de Alejandro González Iñárritu, un director más preocupado por impactar que por narrar, por calar en la retina del espectador, pero no en sus huesos. Y así parece que Iñárritu, tras chocar con más detractores que defensores decidió hacer una “comedia”. Claro. La idea de comedia para Iñarritú es insultar actores, a la industria de Hollywood y a los críticos, pero sin perder su eterno perfil moralizador. En este caso, las drogas y el alcohol. Y el ego, una adicción de la que, según el realizador, sea en Broadway o Hollywood, todos forman parte. Lo triste es que no se da cuenta que él también. Y Birdman es más que nada eso. El capricho de un nene que lo tiene todo, lo usa pero realmente no sabe que contar con todo eso. O mejor dicho, no se decide. No se puede decir que el guión co escrito por el director y los primos argentinos, más un dramaturgo de Broadway, sea malo, pero sí, pomposo. watts-keaton-birdman La idea, el collage de personajes que tratan de sobrevivir a la neurosis del director es interesante. Un actor que desea salir de su encasillamiento de super héroe está por estrenar una obra de teatro, y justo con los nervios típicos de un estreno, se accidenta uno de los actores, por lo cual entra como reemplazo, el típico intérprete de método, un Marlon Brando, mujeriego, soberbio que planea quitarle la obra a su director, haciéndose figura y neutralizando a la competencia en escena. O sea, el propio Riggan Thompson, aka Birdman, director de la obra. Si esto fuera poco, la novia de Riggan cree que está embarazada; tiene como asistente a su hija, que acaba de salir de un programa de rehabilitación de drogas, con la cual intenta recuperar una relación perdida por el estrellato, y un publicista y abogado que lo presiona constantemente. A todo esto, la sombra de su superhéroe no le da descanso, como una mala conciencia que le pide volver al personaje que lo catapultó a la fama. Hasta acá, fantástico. Podría tratarse de un típica screwball comedy con la ironía de Billy Wilder o Neil Simon. Pero no. Es Iñarritú y todo debe ser IMPORTANTE y notorio. Si bien, como en las comedias de enredos, se abren y cierran puertas constantemente, Iñarritú decide filmar todo en un falso plano secuencia emulando a La soga de Hitchcock, pero con elipsis espacio temporales incluidas, lo cual, podría ser ingenioso, sino resultara demasiado artificial. Y es que el artificio es parte de la estética buscada. Los actores hablan con lenguaje teatral, y por momentos, uno como espectador no sabe si están actuando la obra o la película. El chiste funciona, una, dos veces. Después cansa e Iñárritu se da cuenta demasiado tarde. En el medio de las situaciones “hilarantes”, Iñárritu mete su crítica a la moda de tanque hollywoodense. Personajes del universo de Marvel y Transformers se cruzan gratuitamente en la pantalla y el escenario solamente para mostrar la aversión del director por esos géneros. El resultado es inepto porque toman tanto protagonismo visualmente, que nuevamente, el chiste. Se agota. O sea, no es suficiente tener a Michael Keaton – ex Batman- con remordimientos por haberse negado a seguir con las secuelas de Birdman –lo mismo que hizo el actor en la vida real con el personaje del hombre murciélago- y a Edward Norton- ex Hulk- interpretando a un buen actor con mal carácter y mucho ego –como se dice que es Norton en la vida real, y para enfatizarlo incluso en un plano dentro del plano secuencia es iluminado con un tono verdozo y parece el mismísimo Hulk enfurecido, así como tampoco parece casual que Naomi Watts sea nuevamente compañera de elenco porque laburaron juntos en Al otro lado del mundo- también Spiderman da vueltas por ahí para simbolizar el ocaso del intelectualismo en la sociedad estadounidense por culpa de los cómics, que además destrozan actores. Y así entre artificio intencional hasta la monotonía, delirios de grandeza y una batería que –como diría el personaje de J.K Simmons en Whiplash- nunca está al tempo con las imágenes –en forma intencionalmente caprichosa- se construye Birdman, una suerte de telenovela mexicana, disfrazada de comedia irónica y cuento intelectual, pero telenovela al fin. Ni las actuaciones, ni la música, ni la fotografía de Emmanuel Lubezki, que en forma independiente a la película, suenan y se ven impresionantes, logran ser correspondientes y coherentes entre sí, brindando uno de los films más sobrevalorados de los últimos tiempos, orquestadas por un director egomaníaco, subido a su super yo creativo, que está tan vacío de ideas genuinamente cinematográficas como la industria que decide criticar. El universo de los actores y directores se puede ver reflejado en esta ironía. Todos se han topado con estos egos y enfrentamientos entre intenciones artísticas, marketing y decepciones personales –tanto en el ámbito personal como profesional- pero no por eso se debe ver solo el envoltorio de un paquete que es demasiado grande y ruidoso por afuera. Los colores y sonidos se venden solos, y son fáciles de comprar, pero en el fondo de todo, solo hay un director queriendo demostrar que es un artista completo, que no es un mero director de publicidades cancheras que filma “lindo”. El problema es que cuanto más desea mostrar otra cara, más cae en un vacío redundante y pretencioso publicitario. Acá no se trata de vender un producto, sino sencillamente, de contar una historia. Y eso es lo que menos se entiende de todo esto.
Los 400 golpes Es muy común, entre críticos, que a veces se confunda la opinión sobre una obra con el deseo del firmante de la nota que la película se hubiese narrado como él/ella lo hubiese así deseado. Y es muy curioso que con Inquebrantable, gran parte de la crítica no se muestra satisfecha con lo que la directora, Angelina Jolie, deseó mostrar de la vida de Louis Zamperini. El tema está en que a Jolie, le interesan mucho más las circunstancias, que el personaje per sé. O sea, Zamperini es un sobreviviente. Como hizo para sobrevivir es la clave del relato. El film comienza con una gran secuencia de batalla aérea durante la Segunda Guerra Mundial. Vale aclarar que son pocos los films contemporáneos que se hayan realizado sobre el tema y han trascendido. Jolie brinda suficiente acción y adrenalina a toda esta secuencia para atrapar al espectador, y posteriormente introduce dos flashbacks para narrar la infancia de Zamperini. Infancia que poco le interesa para contar su coming of age o sus relaciones con otros seres vivos, más que para justificar posteriormente la resistencia de Zamperini para sobrevivir 45 días en un océano, manteniendo la cordura suya y de sus compañeros, y después para sobrevivir en un campo de prisioneros de guerra japonés. Zamperini estaba acostumbrado a resistir golpes –de la familia, compañeros que lo discriminaban por su descendencia italiana y policías- y a resistir la respiración dado su pasado como campeón olímpico de atletismo. La directora hace énfasis que el mérito del protagonista no está en su velocidad, sino en su capacidad para poder resistir más que otros. Es por eso que las frases de apoyo del hermano mayor del personaje suenan grandilocuentes y redundantes. Inclusive, el hecho de que sea campeón olímpico, tiene posteriormente, una justificación narrativa. A diferencia de muchas biopics, Jolie obvia la voz en off e incluso los pensamientos más sentimentales del personaje. No hay intereses románticos ni nostalgia por el hogar materno, más allá de unos ñoquis simbólicos. Son sutiles las relaciones que se encuentran entre el personaje y el catolicismo, más que para justificar el innecesario epílogo final. Tampoco le interesa a la realizador hacer énfasis en la historia de redención post guerra del personaje. –recientemente eso hacía Un pasado imborrable con Colin Firth- ¿Por qué? Porque es un lugar común de las biopics modernas. A Jolie le interesa capturar la tragedia de las clásicas obras épicas de los ’40 y ’50. Hay rastros de El mejor año de nuestras vidas, así como de El puente sobre el Río Kwai o, incluso El imperio del Sol . Aunque el film que más se acerca al de Jolie es la subvalorada e injustamente olvidada Rescate al amanecer, la historia de un soldado estadounidense-alemán, prisionero de Vietnam, dirigida por el gran Werner Herzog con la mejor interpretación de Christian Bale. Zamperini fue campeón olímpico durante el nazismo, su avión cayó durante la guerra y sobrevivió en el océano con dos compañeros, para caer prisionero de los japoneses, donde tuvo una relación muy tensionante con el capitán Watanabe. aramajapan_miyavi-angelina-jolie-unbroken Es cierto que el film se fortalece con la extensa secuencia en el océano, donde también se ve el perfil más humano del personaje, manteniendo relación con Phil –Domhnall Gleeson, hijo de Brendan- y también donde Jolie demuestra como narrar aún en momentos que pareciera que sucede nada. Algunos han comparado esta secuencia a la de Una aventura extraordinaria, cuando tiene mayores puntos en común con Naúfrago o el libro de Gabriel García Márquez, Relato de un náufrago. Posiblemente, la secuencia menos aprovechada sea la del campo de prisioneros. Ahí, el objetivo de la directora es más que nada mostrar el sadismo físico y psicológico que infringe Watanabe. El problema es que la elección de Miyavi -cantante pop japonés- no termina siendo del todo acertada. El actor sobreactúa y crea una caricatura villanezca que no está a la altura del verosímil del relato. Habría que remontarse a un Sessue Hayakawa -de El puente sobre… – para ver la relación entre captor japonés y prisionero. Por supuesto, es más sádico Watanabe, pero menos creíble. Jolie continuamente desea mostrar la fortaleza espiritual del personaje. No tiene otra motivación para sobrevivir, más que sobrevivir. Y ese aspecto es interesante. Jack O ‘Connell resulta una interesante elección para el protagonista. Todas las torturas que debe asimilar, hacen recordar un poco a las que tiene que afrontar Solomon Northup en 12 años de esclavitud, pero el enfoque es mucho menos recargado y menos sentimental que en la película de Steve McQueen. O ‘Connell y Gleeson -coincidentemente, dos británicos interpretando a estadounidenses- son otro fuerte del film. Austeros e introspectivos, Jolie consigue que ambos transmitan las sensaciones que viven, sin apelar a golpes de efecto. El film es entretenido y mantiene el interés durante más de dos horas. Jolie se apoya en la preciosista fotografía de Roger Deakins , la ambiciosa banda sonora de Alexander Desplat y una puesta de cámara transparente. No abusa de efectos visuales y se fija más en la acción que en el texto. Lo que resulta cuestionable es por qué Hollywood esperó 50 años para contar la historia de Zamperini. Sin dudas, en los años 60 esta misma película con Steve McQueen y Toshiro Mifune, dirigidos por John Sturges o John Lee Thompson se hubiese convertido en un clásico de todos los tiempos.