La máquina de matar “Las personas se dividen entre los lobos, las ovejas y los pastores. Los lobos son aquellos que atacan. Las ovejas son las que son siempre atacadas. Los pastores son los que tienen las bolas para agredir a los lobos. Yo no quiero lobos ni ovejas. Yo crío pastores” Estas son las palabras del padre de Chris Kyle, al comienzo de Francotirador, nuevo trabajo de Clint Eastwood a los 84 años. El film se basa en la autobiografía del personaje, denominado “leyenda” entre sus camaradas militares debido a que se cobró más de 160 muertes durante la última guerra de Irak. Eastwood lejos de emitir juicio decide limitarse a narrar los hechos desde el punto de vista de Kyle, pero de la forma más austera posible, omitiendo uso de voz en off, con ausencia completa de música incidental -con excepción de una sutiles notas de piano compuestas por el propio realizador y representando a la esposa de Kyle- y convirtiéndolo en un personaje lejano, sobrio. El director elige un elenco desconocido para secundar al protagonista y su mujer, y su cámara, por momentos adquiere un tono seudo documental para retratar las contrastantes realidades que vive el personaje en la guerra y en su casa. El veterano realizador se aleja del entretenimiento mainstream para acercarse un poco al tono de de la Katryn Bigelow de Vivir al límite. Estas decisiones estéticas no influyen en dos factores fundamentales: la narración es fluida, transparente y en muchos aspectos clásica, y el timing de Eastwood es perfecto. Equilibrio de humanismo y acción es lo que caracteriza su filmografía. La historia de Kyle es narrada casi linealmente, pero comprende dos sitios distintos. El hogar de Kyle: su crianza en Texas bajo el ala de un padre ultraconservador que le enseña a cazar, su alistamiento en los SEALS, y su vida conyugal que es interrumpida por las cuatro misiones que realiza en Irak, donde se convierte en leyenda. AMERICAN SNIPER Eastwood, más allá de inferir crudeza a cada escena de batalla, intenta meterse en la cabeza de un hombre criado en un ambiente violento, entrenado mentalmente para odiar a su enemigo, y casado con el ejército. Su matrimonio con Taya, no es más que una tapadera, una imagen que oculta su verdadero amor con el ejército y su rifle. El personaje es una máquina de matar y al igual que el protagonista de Vivir al límite, la carga adrenalínica, disfrazada de patriotismo se convierte en adictiva, quitándole paulatinamente humanidad y conciencia al personaje. A cada regreso, el personaje se vuelve más paranoico y menos abierto con su mujer. La interpretación de Bradley Cooper en ese sentido es notable, por el grado de introspección al que lo lleva el realizador. La película intenta mostrar al personaje tal cual es, sin convertir su accionar en un discurso moralizador o didáctico antibélico. Tampoco parece estar la intención en Eastwood en transformar en heroicos los actos de Kyle; mas en el final las imágenes que acompañan los créditos pueden decir lo contrario, ya que representan la devoción con la que la sociedad estadounidense despide a sus “pastores“. Francotirador se va a convertir en una de las obras más cuestionadas de Eastwood. Irreprochable desde el trabajo visual y técnico, moderna en utilización de efectos visuales, es contradictoria en su postura política. La representación de los iraquíes no es la mejor. Los villaniza cuan película explotation y solo le otorga un poco de volumen al personaje de Mustafa, al que lo convierte en el espejo de Kyle, un francotirador implacable, que en los momentos libres también pasa el rato con su familia y se enorgullece de sus asesinatos subiéndolos a internet. Mustafa es el principal objetivo de Kyle, pero Eastwood en solo un minuto lo muestra como un némesis no muy distinto al protagonista. Más allá de los logros técnicos, Francotirador se destaca por la interpretación de Bradley Cooper, que más allá de la transformación física, consigue concentrar sus expresiones en la mirada y reprimir las emociones. También es interesante lo de Siena Miller, que solo desborda emocionalmente en una escena, pero se muestra sobria el resto del film. Eastwood demuestra su marca de autor en escenas como el entrenamiento previo a la guerra, en que expone la experiencia de El sargento de hierro, o una de las secuencias finales, que el protagonista y su batallón están rodeados de balas enemigas, y el director decide filmarlo como si fuera la secuela de Ruta suicida (1977). Francotirador es un trabajo sólido, de un director con pulso de hierro, espíritu joven, pero mirada clásica y conservadora. Clint Eastwood sigue siendo el pastor del cine estadounidense.
Día de entrenamiento Revisando la filmografía y biografía de David Ayer, uno puede comprender que estamos ante un realizador al que le interesan mundos muy específicos: ambientes violentos, personajes con poco sentido de la moral, grupos unidos, donde la camaradería se convierte en un eje central de la narración. Y la mejor manera de meter al espectador en estos universos es introduciendo a un personaje completamente opuesto a dichos ecosistemas. En Corazones de hierro, tenemos a un grupo diezmado y moralmente destruido liderado por el Sargento Collier. Los cuatro miembros –cada uno representando un estereotipo: el latino, el religioso, el humorista y Collier, que está más allá del bien y el mal- intentan sobrevivir dentro de un tanque llamado Fury -título en inglés del fim- cumpliendo misiones junto a otros tanques durante la Segunda guerra mundial, en medio del territorio alemán. La llegada de Norman -Logan Lerman- modifica, en cierta forma, el comportamiento del grupo. Norman llega para poner un equilibrio moral y concientizador. Pero la guerra modifica a las personas y finalmente será corrompido por sus compañeros. Al igual que en Día de entrenamiento -guión más conocido de Ayer para Antoine Fuqua-, la película sucede en breve lapso de tiempo, donde Norman aprenderá el lado oscuro de la guerra. A diferencia de otras películas bélicas contemporáneas -sacando Rescatando al soldado Ryan- en Corazones… todo es sucio. Los personajes están cubiertos de barro y cicatrices la mayor parte del film. Los cadáveres se acumulan, explotan, son aplastados. Vuelan cabezas, brazos, piernas y ojos. Los soldados estadounidenses no hacen concesiones. Están lejos de la imagen del soldado heroico. Acá, a pesar de todo, los soldados lloran y matan. Son perfectos antihéroes. fury-movie-screenshot-020-1500x1000 Ayer narra con solidez las desventuras de los diversos tanques hasta llegar un punto de inflexión, que intenta demostrar el humanismo de Collier. Un desayuno en la casa de dos primas alemanas. La misma resiente un poco el relato por su extensión. Le sobran varios minutos. Sin embargo, en el final, la película regresa a su hipótesis inicial, intensificando el discurso de hermandad entre los miembros del tanque, apelando a su ingenio para poder sobrevivir. Algo que sucedía también en U-571, primer guión de Ayer en Hollywood –similar historia, pero dentro de un submarino-. El final del film intenta tener una cuota de esperanza, que, posiblemente es incoherente e inverosímil con respecto al resto del film, pero no saca que estemos ante un film bélico clásico, con reminiscencias a las obras de los ´50 y ´60 de Samuel Fuller -Cascos de acero- o Robert Aldrich -Ataque!-. La química entre los actores funciona mejor que las actuaciones individuales –excepto Shia LaBeuf, que está bastante más sólido que en otras películas- ya que Lerman tiene poca expresividad y a Brad Pitt es imposible no relacionarlo con su interpretación en Bastardos sin gloria. Corazones… tiene la marca narrativa de David Ayer y es un efectivo entretenimiento, que confirma que el género bélico aún sigue vigente.
Del otro lado de la barra Un bar de Brooklyn es el principal escenario del primer film angloparlante del belga Michaël Roskam. En el prólogo, un narrador en off, cuenta al espectador de que manera funcionan estos “bar-entrega”, donde una vez por mes la mafia elige el sitio para hacer sus depósitos. “Cousin Marv” es el típico bar irlandés de la ciudad. Fanáticos del football se cruzan con pandilleros y mafiosos. Marv -última notable interpretación de James Gandolfini- atiende la barra con su primo, Bob, protagonista de la historia. El sitio, que en el pasado perteneció a Marv, ahora sirve de vidriera para negocios ilegales de una familia chechena. Por su parte, Bob -Tom Hardy, demostrando una vez más, porque es uno de los mejores actores jóvenes contemporáneos- es un hombre honesto y sencillo. Aparentemente sentimental, solitario y tímido. Después de encontrar a un cachorro dentro de un tacho de basura, comienza una relación amistosa con Nadia -Noomi Rapace- una moza que solía ser cuidadora de animales. La llegada de un peligroso ex novio de Nadia -y dueño del cachorro- combinado a un plan de Marv para estafar a los dueños del bar, provocarán una imprevisible inestabilidad emocional en la rutinaria vida de Bob. Dennis Lehane -autor cotizado de Río Místico, Desapareció una noche y La isla siniestra- adapta su propio cuento “Animal Rescue” estableciendo un microuniverso no demasiado alejado del contexto de los films de Martin Scorsese. La primer escena, de hecho, tiene una clara influencia e impronta scorsiana, inspirada en Calles salvajes, Buenos muchachos o Los infiltrados. Las calles de Brooklyn se convierten en protagonistas, el comportamiento, modismos y vocabulario de los personajes son propios de un micromundo que parece creado únicamente para esta película o las historias de Lehane –especialmente las primeras- y a la vez estamos viendo un típico film noir, donde el antihéroe es un hombre de otros tiempos, religioso y moralista, similar al personaje de Harvey Keitel en Calles… un personaje que no parece venir de ese mundo gangsteril, pero que se lo devora. Si bien el film de Roskman tiene un comienzo prometedor, con un tono seco y despojado de pretensiones, pronto el ritmo comienza a caer en un registro monocorde y redundante. La acción avanza lentamente y el suspenso empieza a tener rasgos previsibles. Lo que verdaderamente lleva adelante el relato son las interpretaciones y la austeridad de sus protagonistas. the-drop-noomi-rapace-tom-hardy Mientras que la presencia de Gandolfini empieza a disminuir -teniendo en cuenta que fue su último film, habría sido más disfrutable verlo en un personaje que lograra levantar más vuelo durante el desarrollo del mismo- comienza a tener más participación Matthias Schoenaerts, actor belga con una progresiva carrera. El duelo que se genera entre Schoenaerts y Hardy es lo que realmente permite mantener la tensión del público. Hardy es un todoterreno. Su aparente tranquilidad recuerda a la misma del protagonista de Una historia violenta, de David Cronemberg. Ambos personajes, detrás de una capa de humildad, esconden un pasado oscuro, que sale a la luz en el momento más oportuno y a la vez impredecible. La entrega es un relato interesante, pero que no logra manterse alejado de ciertas convenciones, mientras que tampoco consigue incrementar un nivel de tensión dramática para lograr sorprender lo suficiente al espectador. Sin golpes bajos o de efecto, tiene una estética meramente transparente, correcta y al servicio del guión. Son las actuaciones, sin uda, lo que hacen la diferencia: Hardy, Schoenaerts, Rapace, y por supuesto, el querido y recordado James Gandolfini, al que ningún personaje le quedaba grande.
Hechizo de amor... Películas y sitcoms que hacen hincapie en posibles relaciones entre amigos abundan en la cultura estadounidense, y al mismo tiempo es prácticamente un clisé temático del género “comedia romántica”: chico conoce chica, chico se enamora, ella rechaza, él lucha hasta que ella se enamore de él, se pelean, se reconcilian, se casan, tienen hijos, etc. Si nos ponemos a enumerar todas las películas que apelaban a estos lugares comunes en esta década, posiblemente nos encontremos con más títulos de los que podamos imaginar. Y si acaso, Zack y Miri hacen una porno de Kevin Smith no salía de las convenciones, al menos traía un poco de frescura con la inclusión cinéfila de Rogen y Smith. Pero en esta nueva comedia del “Indie” Michael Dowse, como dice la ley de Murphy –y ante la duda consulten Interstelar- todo lo que puede pasar, va a pasar. No hay lugar para errores. Un estudiante de medicina está deprimido porque su novia lo dejó. Durante una fiesta se enamora a primera vista de la prima de su mejor amigo. Hay buena química, pero un problema: la chica tiene novio. Wallace –Daniel Radcliffe- comprende que la única opción que le queda es mantener una relación amistosa con ella; hasta que el novio de Chantry se muda a Londres, y él la debe “consolar” mientras ella intenta seguir con una relación a la distancia. Diferentes circunstancias, pondrán a prueba la estabilidad emocional de Wallace para conseguir reprimir sus sentimientos hacia ella y mantener la amistad. rs_560x415-140728140800-1024.what-if-film-2 Apelando a cada estereotipo del género, desde la timidez de Wallace hasta el desenfreno sexual de la pareja amiga conformada por Adam Driver –en un estado similiar al de la serie Girls- y Mackenzie Davis –la nueva nerd de la televisión- Solo amigos? es una obra a la que le cuesta mucho separarse del relato clásico -tampoco pretende hacerlo- pero al menos despegarse de otras obras similares, incluso, muchas veces mejores. Inclusive, tampoco aprovecha el furor de las redes sociales como vehículo temático/narrativo. Si bien Zoe Kazán es una actriz simpática, agradable y carismática para este tipo de comedias, a Radcliffe todavía se le nota la intención de asumir roles que lo saquen del encasillamiento como Harry Potter. Realmente no puede, no le sale. Cuánto más perdedor, intenta ser, menos creíble resulta, y al mismo tiempo no logra generar química con su co protagonista femenina. Comedia previsible que atrasa décadas –y esto es un peyorativo- Solo amigos? es simpática y genera sonrisas esporádicas, pero también tiene una notoria ausencia de ideas creativas, tanto desde un punto de vista visual como narrativo. Imposible enamorarse de ella y mucho menos lograr una amistad.
Pactos de Amor Hay personas que son camaleónicas. Pueden transformarse, adaptar su piel al medio que los rodea para poder protegerse de los depredadores. Pero si los camaleones pierden su piel, capa tras capa, su esencia sigue siendo la misma. En el interior siempre tienen el mismo metabolismo. David Cronenberg puede parecer un realizador camaleónico. Cambia su piel constantemente, y bien se sabe que a Cronenberg le gusta cambiarle la piel a sus personajes, agregarle cicatrices, no solo que representan su pasado, sino que modifican su presente. En Polvo de Estrellas, Cronenberg nuevamente excava dentro de las miserias humanas y va sacándole capas de pieles a sus personajes, para desnudar sus sentimientos más oscuros, sentimientos incestuosos, incluso, necrofílicos. O todo combinado. Acaso esta forma que tiene el realizador canadiense de explorar las entrañas de cada miembro de la fauna que abunda en la película, sea la manera más divertida –para él- de satirizar a Hollywood. Por un lado tenemos a Havana –Julianne Moore justificadamente excesiva- una actriz cuarentona obsesionada con interpretar el joven personaje con el que su madre se hizo famosa, en una especie de remake que se está preparado, por otro a Agatha -Mia Wasikowska- aspirante a guionista/actriz que consigue trabajo como asistente personal de Havana. Ambas conforman una dupla madre-hija, que funciona como fenómeno de sustitución, ya que ambas fueron abandonadas por sus respectivas familias. La primera, porque la madre le dio prioridad a su carrera de actriz, la segunda cuando manifestó sus deseos de casarse con su hermano. Y de esta manera conocemos el destino de Benji Weiss, un niño-estrella, encasillado para interpretar comedias infantiles incoherentes, pero venido a menos por sus adicciones. El padre de Benji, Stanfford -gran actuación de John Cusak- quién maneja su carrera y ha abandonado a Agatha, es un reputado gurú espiritual de estrellas de Hollywood, entre quienes se incluye, obviamente, Havana. De esta manera todos los personajes de este mapa logran conectarse, y en el medio, para ir de un punto a otro –de una casa a otra- está Jerome, un conductor de limusinas –a cargo de Robert Pattinson, que demuestra que sabe actuar bajo las órdenes de Cronenberg- aspirante a guionista y actor ocasional, que termina siendo el personaje menos afectado del rompecabezas. cdn.indiewire.com Apelando a un uso negrísimo del humor, Cronenberg construye una historia de amor inusual, búsquedas utópicas por encontrar el sentido de la vida, y una sátira a la farándula, siguiendo un poco el tono violento-ácido que comenzó en Cosmópolis. Los personajes se flagelan, se sodomizan, tienen escamas. Los personajes disfrutan el dolor y lo llevan dicho sufrimiento hasta las últimas consecuencias. Junto a su equipo recurrente de trabajo –Howard Shore, Peter Suschitzky, Denise Cronenberg- el director arma una película que remite en tema y tono a Las Reglas del Juego, obra maestra de Robert Altman (1992) para mostrar la decadencia de las estrellas de Hollywood y que no todo lo que brilla merece estar en el cielo. Polvo de Estrellas aún así muestra las obsesiones del realizador con respecto a las adicciones psicofármicas, el sexo, los celos, la envidia y los desgarros corporales. Más allá del cambio de género, Cronenberg la convierte en suya, le da su impronta y autoría. Es cierto que no está entre lo mejor de su filmografía debido a “momentos” muertos de la narración, cierta previsibilidad y una escena final bastante decepcionante a causa de una pobre utilización de efectos visuales. A pesar de esto, los fieles seguidores del creador de Scanners y Videodrome, deben seguir agradeciendo, que el Maestro no hace concesiones, y que debajo de todas las capas de piel, está el único David Cronenberg.
De entre los muertos El maestro del cine, Alfred Hitchcock, decía: “Cuando intentaba hacer una película distinta de la que se esperaba que hiciera y fracasaba, siempre tenía un “Run for Cover”. Un “Run for Cover” es aquel tipo de film que sé que el público espera que haga y que son los que mejor sé hacer”. Esta regla de oro del creador de Psicosis, es una ley dorada en Hollywood. Cuando algo no funciona, hay que volver a Hitchcock. Hitchcock en sí es un “Run for Cover”. Y David Fincher le debe mucho a Hitchcock. El director de Pecados Capitales, reinventó el género del policial estadounidense, regresando a los climas y personajes del noir, pero agregándole suficientes vueltas de tuerca, capaces de sorprender al espectador y no servirle todo en bandeja. Si bien Fincher ha probado introducirse en otros géneros, como el drama, con Red Social o El Curioso Caso de Benjamin Button, es el misterio, el whodidit – otro término hitchcoiano – el que mejor le sienta. Pero no porque le interesa generar dudas al espectador acerca de “quién es el asesino” sino porque le sirve como mecanismo narrativo, para dar vuelta el tablero e impactar manipulando la información y las convenciones del género, apostando por una estética identificable. Fincher, dentro del “género” de misterio se ha convertido en un autor moderno, capaz de transformar un producto millonario como la saga de Alien o la saga de novelas de Millenium como obras acordes a su filmografía. De hecho, Alien 3 – injustamente subvalorada – es una obra de misterio. No importa cómo van a matar a todos los extraterrestres que acechan en la prisión de Ripley, sino como la protagonista va a conseguir sobrevivir al tiempo que una de las criaturas crece en su interior. El cine de Fincher no es complaciente. No solamente puede ser capaz de cambiar las reglas a la mitad del relato – como sucede en Pecados Capitales, donde el villano se entrega solo – sino que además, es capaz de dejar abierta la narración o dar finales no concluyentes o bastante amargos. Teniendo como antecedentes dos extraordinarios thrillers como Zodiaco o La Chica del Dragón Tatuado, Perdida, basada en la exitosa novela de Gillian Flynn parecía un típico proyecto Fincher. Y acaso lo es. Una novela noir con suficientes vueltas de tuerca para sorprender sobre la marcha y un final – que si bien fue cambiado para el film – se adapta a todos los finales que Fincher viene realizando a lo largo de su carrera. La historia podría haber sido filmada por Hitchcock tranquilamente y el director es conciente de ello. Tenemos un protagonista que juega el rol del “falso culpable”, se revela el misterio primero al espectador que a los personajes centrales, provocando una verdadera sensación de suspense, permitiendo que se realice una comunicación espectador-protagonistas – el signo de advertencia inútil – y no falta el típico fetichismo hitchcoiano, una protagonista rubia, hermosa, elegante, que sugiere más de lo que muestra; sensual, pero no sexual. Prácticamente, Fincher desaparece y le deja su lugar al fantasma resucitado de Hitchcock. Sin embargo estas no son las únicas referencias del director. Toda la película tiene el aroma de una novela negra de James Cain, autor de El Cartero llama dos Veces y Pacto de Sangre, entre otros clásicos. Historias donde mujeres despechadas manipulan y utilizan hombres, aparentemente seguros, para fines criminales. gallery-gonegirl-2-gallery-image El protagonista de Perdida es Nick – Ben Affleck, en una correcta y austera interpretación – un escritor y periodista, que conoce a Amy, la hija “perfecta” de un reconocido autor de libros infantiles. La pareja se enamora, se casa y forma un hogar sin hijos en Missouri. Sin embargo, cinco años después, el matrimonio atraviesa una crisis incrementada por la recesión económica. En la mañana del quinto aniversario, Amy desaparece. El caso se convierte en una revuelta mediática, y pronto Nick va a pasar de ser el pobre marido de la víctima a transformarse en el sospechoso número 1. Los programas periodísticos lo condenan y termina por condensar sus fuerzas en defenderse públicamente, más que en buscar a su esposa. El film no solamente hace hincapié en el lugar de los medios en la sociedad media alta estadounidense, sino también en los prejuicios sociales, la misoginia y el feminismo, la influencia de la aristocracia, la institución matrimonial como una vidriera del status quo. Lo atractivo de Perdida, es que la narración también tiene – a través de flashbacks – el punto de vista de Amy, lo cuál presupone otro punto de vista, que irá derivando en más de una sorpresa. Fincher se mantiene fiel a su estilo visual. Climas fríos, otros más barrocos, puesta de cámara seca, cámara bajo y extensos travellings acompañando a los protagonistas por estrechos pasillos, montaje fluido y densos acordes de Trent Reznor y Atticus Ross que acompañar el melodrama y tensión. Sin embargo, más allá de eso, esta vez, hay un adicional: el humor, la ironía. Fincher apela a relajar los climas con algunos diálogos y personajes más livianos de lo acostumbrado. No parece casual la elección de Tyler Perry o Neil Patrick Harris, que básicamente interpretan una versión más “seria” de los personajes que iconizaron en televisión. Esto permite que la narración sea menos solemne, pero al mismo tiempo menos trascendente, dejando la sensación de que no se trata de uno de sus films más personales o mejor establecidos. Perdida es una película que aporta más al cine estadounidense, por su notable argumento, que a la filmografía de Fincher, que parece haberla realizado “de taquito” o por encargo. Pero esto no quita que tenga un gran mérito: Rosamund Pike. La ex villana Bond sorprende en el rol de Amy, remitiendo a una femme fatale de otra década. Más precisamente a Lana Turner, Ingrid Bergman, Rita Hayward o Barbara Stanwick. La frialdad, elegancia y sensualidad de Pike combinan con su mirada astuta e inteligencia para manipular a los personajes centrales del film. Fincher decide filmarla como si fuera Douglas Sirk, y la transforma – al mejor estilo de Hitchcock, que transformó a Kim Novak en dos personajes distintos en Vértigo – de una muñeca de lujo perfecta a la típica ama de casa de los ’50. La actuación de Pike está al altura de lo planteado en la novela, conquistando al público con una mirada punzante y sutilezas de carácter, donde la fotografía de Jeff Cronoweth se convierte en el cómplice principal del personaje. Aún cuando no se posiciona dentro de sus mejores trabajos – quizás siempre esperamos más de Fincher – Perdida no es un film más. Es un thriller cinéfilo, clásico, que tiene la capacidad de enganchar al espectador durante dos horas y media, sin apelar a grandes sobresaltos. Acaso como hacía Hitchcock. Y es sabido. Siempre está bueno traer a Hitchcock, de entre los muertos.
Mucho más que una bromovie Si Mel Gibson y Danny Glover acuñaron en las últimas generaciones el término buddy movies a las películas policiales que mezclan humor, sobre parejas desparejas que están al límite de la ley, Seth Rogen y compañía (dígase James Franco y/o Jonah Hill y/o Danny McBride y/o Jay Baruchel y/o Paul Rudd y/o Jason Segel) nos trajeron un nuevo término cinematográfico sobre relaciones de amigos/colegas llamado bro movies. O sea, amistades que traspasan el vínculo simplemente amistoso, para ser un vínculo casi sanguineo, casi de hermanos, casi un matrimonio entre hombres que insinúan tener una carga homosexual, aunque están en el límite con la homofobia. Si algo le faltaba a las bro movies, cuyo mejor ejemplo son los films escritos por la dupla Rogen/Goldenberg – Este es el Fin y Pineapple Express – era mezclarse con las buddy movies policiales de los 80 a lo Arma Mortal – donde el vínculo entre Riggs y Murtaugh llega a parecerse a una bromovie si se tiene en cuenta la épica escena de Arma Mortal 2, dentro del baño del segundo – y ahí es donde el comediante Jonah Hill, y el galancito Channing Tatum, unen fuerzas a la hora de llevar a la pantalla grande, la famosa serie Comando Especial (o Comando Juvenil o 21th Jump Street). Aunque la serie tenía momentos humorísticos, se trataba de un programa serio, de acción, típico de la factoría Cannell, que trataba de empatizar con la juventud tocando temas como las drogas en las secundarias, a través de jóvenes y atractivos policías, liderados por un desconocido Johnny Depp (que después fue reemplazado por Richard Grieco). Si bien ahora tiene el rótulo de serie de culto, en su momento no tuvo tanta relevancia ni fue de las mejores series creadas por Cannell. Con la primera parte de la adaptación cinematográfica, Chris Miller & Phil Lord – dupla proveniente de la animación, con interesantes productos como la primer Lluvia de Hamburguesas y La Gran Aventura Lego – consiguieron introducir la nueva comedia americana en el terreno de acción con buenas ideas, un notable guión y sobretodo buenos gags. La impensada pareja que conforman Hill/Tatum funciona perfectamente por el contraste físico y dotes interpretativos de ambos, y nunca se perdía en cuenta que se trataba de una buddy movie, una comedia americana y un policial noventoso. La secuela dobla la apuesta aprovechando el éxito de la primer parte, y es completamente autoconsciente de ello. De hecho, el jefe (Nick Offerman) de Schmidt (Hill) y Jenko (Tatum), lo aclara en una de las primeras escenas: “debido al éxito de la primera misión, y teniendo en cuenta que segundas misiones nunca fueron buenas, decidimos darles la misma misión con más presupuesto”. Podríamos decir que es una reproducción de cómo es una reunión entre las cabezas de los estudios y los productores del film. Para rematarla, Jenko pregunta: “¿Por qué no podemos ir mejor a la Casablanca y trabajar para el Servicio Secreto?”. Clara alusión a El Ataque, film que Tatum filmó el año pasado con Roland Emmerich. Y así se van sucediendo escenas donde la complicidad de la audiencia es fundamental para entender ciertos chistes: “Mira la oficina del jefe (Ice Cube), parece un Cubo de Hielo”. 22-jump-street-channing-tatum-jonah-hill-chris-miller-phil-lord-600x384 Sin embargo, tras este comienzo que va más en la línea de La Pistola Desnuda, los realizadores nos meten en la misión per sé… que sí, exactamente igual a la de la primera películas y que desnuda, que la verdadera intención de esta secuela no es explorar con humor una obvia trama policial, sino los vínculos entre Jenko y Schmidt. En la primer escena, previa a los títulos, un profesor universitario dice: “En todas las parejas se encuentra el jing y el jang, y siempre una representa el costado más femenino”. Esta línea se reproduce durante la trama, mostrando a ambos policías como una pareja en crisis, con diferentes objetivos en la vida, y otras parejas en mente – otro bro en el caso de Jenko, una sensual estudiante de arte en el caso de Schmidt – pero sin embargo, no hay dudas que Jenko y Schmidt funcionan como una pareja perfecta, justamente porque logran complementarse y ayudarse mutuamente. Pero si bien esto, es el conflicto central del film y no se disimula, Miller y Lord, también aprovechan la oportunidad para satirizar todas las películas referidas a fraternidades, universidades y fiestas de la juventud, convirtiéndola en una suerte de coming to age tardía. A nivel de adrenalina, el film se reserva secuencias de acción que nada tienen que envidiar – y de alguna forma dialogan – con los films de Michael Bay. Hay un claro homenaje a la persecuciones policiales de las películas de Mack Sennett y un desfile de cameos, especialmente en la secuencia de títulos final, que no vale la pena perderse por su creatividad, crítica a las franquicias modernas, y originalidad. Más allá de que se trata de una comedia, que no tiene otro fin que el de entretener y hacer pasar un buen momento a los seguidores de la nueva comedia estadounidense, Comando Especial 2, brilla por su coherencia narrativa. Ningún cameo y ninguna línea de diálogo suena caprichosa. Todos los temas redundan sobre el conflicto central del film, y esto demuestra ingenio e inteligencia, más allá del humor, comparable al que Nicholas Stoller y James Bobin, tienen a la hora de crear películas de Los Muppets. Quizás sea un lugar común, pero Comando Especial 2 es una de las comedias del año, porque tiene ideas, frescura y una pareja protagónica, que no solo se ha afianzado artísticamente en los últimos años – tanto Hill y Tatum han sorprendido como intérpretes sólidos y versátiles – sino que ya tienen una química natural, dentro y fuera de la pantalla. Riggs y Murtaugh ya forman parte del pasado. Jenko y Schmidt son el futuro.
Luchando contra molinos de viento Posiblemente sea la maldición de El Quijote. Desde que Terry Gilliam ha intentando llevar a la pantalla grande su propia visión de la novela de Cervantes Saavedra, nada le ha salido demasiado bien. Tampoco es un realizador que goce de demasiada buena suerte propia, pero aún con altibajos, el creador de las secuencias animadas de los Monty Python ha tenido obras interesantes a lo largo de su trayectoria para ser tomado en serio. Desde Los Viajeros del Tiempo hasta Pescador de Ilusiones, pasando por su mayor éxito, que fue Brasil hasta el tremendo fracaso de taquilla que resultó Las Aventuras del Barón de Münchausen, Gilliam, siempre estuvo a la búsqueda de una nueva obra que lo catapulte al reconocimiento artístico y la reconciliación comercial en Hollywood. Probó suerte con producciones ostentosas como Los Hermanos Grimm (con Matt Damon y Heth Ledger) y obras muy independiente como Tideland. Ni una ni otra tuvieron repercusión. Se podría decir que en los 90s consiguió notoriedad con dos films, ahora de culto, como 12 Monos o Pánico y Locura en Las Vegas. Y de hecho, se encuentran, ambas entre sus productos más “aceptables” de los últimos años. Pero lo cierto es que desde que los Python se separaron – siguen solamente haciendo presentaciones en los escenarios de vez en cuando – a Gilliam le costó reconciliarse con el cine, y sigue añorando la buena cosecha de Brasil. Y mientras sigue luchando contra la fatiga que le produce no encontrar productores para El Quijote – ya la quiso filmar una vez, y tuvo que abandonar el proyecto porque tuvo mil y un problemas durante el rodaje – busca ideas acordes con su imaginación. Sus dos últimas películas, El Imaginario Mundo del Doctor Parnassus y Un Mundo Conectado, son historias melancólicas y pesimistas, pero no de un artista joven y existencialista, sino de un realizador agotado, cansado. Y si bien, se pueden disfrutar algunas ideas aisladas, así como destacar las interpretaciones de sus protagonistas, ambas se ven como una manera que tiene Gilliam de revolver el caldo de las viejas ideas. Si Parnassus tenía una conexión con Münchausen, Un Mundo, se puede leer casi como una secuela de Brasil. Al igual que el personaje de Jonathan Pryce, el protagonista, Qohen Leth – Christoph Waltz – es un empleado burocrático, que vive en un mundo rodeado de publicidades consumistas, observado por un gran lider empresarial – Matt Damon – que le da trabajos conectado a una computadora. Qohen es un personaje bastante particular, neurótico y esquizofrénico. Habla de sí mismo en forma plural, espera que lo llamen para explicarle el sentido de la vida y habita dentro de una iglesia derrumbada. Mientras que la sociedad se hunde en la miseria, el cielo está empapelado con imágenes holográficas – parecidas a las de Wall E – que obligan a las personas a consumir comida chatarra. Cuando el jefe de Qohen – el gran David Thewlis – lo obliga a cumplir una tarea que nadie ha resuelto llamada el Teorema Zero, Qohen empieza a realizarla desde su casa, al tiempo que se relaciona con una stripper, y el hijo del gran líder, que lo ayuda a resolver el famoso “problema” matemático. street Los primeros 45 minutos del film atrapan porque la atmósfera y la interpretación de Waltz son atractivas y divertidas. Entre la ciencia ficción y el humor irónico, oscuro, que caracteriza a Gilliam, Un Mundo Conectado se deja ver, no porque sea entretenida, sino por el misterio que rodea este nuevo universo, típico, de la cabeza del realizador. Sin embargo, en su segunda mitad, la película comienza a repetirse. Las ideas se agotaron, y se suceden escenas cuasi teatrales, con los mismos personajes dando vueltas sobre los mismos lugares, manteniendo diálogos trillados y monótonos. Gilliam introduce secuencias oníricas, salidas de anuncios comerciales de la década del 60, para quebrar el tedio, pero ya el daño está hecho, y aún cuando Qohen consigue evolucionar como personaje, la película termina perdiéndose dentro de un agujero negro. La creatividad visual de Gilliam no consigue mantenerse a flote. Quizás por falta de presupuesto, quizás porque el guión no es tan profundo o inteligente como pretende ser. O quizás porque Gilliam se quedó en los años 80 y nada de lo que nos presenta como crítica social – la sociedad tecnologizada, la diferencia entre las clases sociales – es novedoso. Porque ya lo vimos en Brasil y 12 monos, incluso. Gilliam se copia así mismo, pero se copia mal. El resultado es nuevamente decepcionante. Quizás, algún día, consiga encontrar el sentido a su vida u obtener su Santo Grial, pero lo seguro es que hasta que no venza a los molinos de viento que le impiden concretar su propia versión de El Quijote – así como Qohen no puede resolver el Teorema Zero, acaso la mejor metáfora de la película – los trabajos de Terry Gilliam, seguirán padeciendo de esa sensación de insatisfacción personal con su propio mundo, de algo incompleto, a medio terminar como la versión de El Quijote del gran Orson Welles.
El próximo paso de la evolución Hace 15 años atrás Luc Besson, había declarado que se retiraba del cine. El niño que revolucionó el cine comercial francés con su mirada épica y fantasiosa, grandilocuente, pretenciosa, pero a la vez con verdaderas herramientas artísticas, quería pasar el resto de sus días escribiendo libros infantiles. Para algunos fue un alivio, para otros fue una noticia triste. Besson había arrancado su carrera con un interesante thriller que mezclaba acción, suspenso y humor llamado Subway. Christopher Lambert en su cumbre artística corría por las calles de París, y de manera frenética y adrenalínica, Besson empezaba a imponerle otro ritmo al cine francés. Sin embargo, su segunda obra, fue más profunda. Un drama sobre un hombre que ama el mar y los delfines, Azul Profundo. Le siguieron Nikita, El Perfecto Asesino – película que le dio fama internacional a Jean Reno - y El Quinto Elemento. Todos grandes éxitos comerciales. Besson era un director que no temía llevar a Francia a estrellas de Hollywood como Roxana Arquette y Bruce Willis o viceversa, poner en Nueva York a su asesino favorito. Fue el descubridor de una joven Natalie Portman e incluso le dio la oportunidad a Milla Jovovitch de calzarse el traje de Juana de Arco. A la hora de su retiro, Besson tenía seguidores y retractores, pero pese a todo era respetado. Sin embargo, el descanso duró poco y no pudo dejar pasar la tentación de llevar a la pantalla grande las adaptaciones animadas de sus cuentos Arthur y los Minimoys. Fue un regreso con sabor a poco que estuvo acompañado de Ángel A, film romántico y de acción en blanco y negro, que si bien se dejaba ver, fue destruido por la crítica internacional. Y mientras sus producciones y guiones de films meramente de acción como la saga de Taxi, Búsqueda Implacable, El Transportador, sumado a un par de obras de artes marciales con Jet Li, cosechaban millones en todo el mundo, sus propias películas eran fracasos rotundos. Incluso la adaptación de Las Aventuras de Adele Blanc-Sec, mítico personaje de la literatura joven francés que ni siquiera pasó por las pantallas argentinas. Poca repercusión tuvieron obras más pretenciosas dirigidas a un público más adulta como La Fuerza del Amor – la historia real de Aung San Suu Kyi, líder de Burma – o Familia Peligrosa – otra sátira mafiosa con Robert De Niro. Y así llegamos a Lucy, que sin lugar a dudas, es la película con la que Besson logra combinar lo mejor – y lo peor – de su filmografía. La protagonista de esta historia es una chica a la que Besson desea presentar como la típica rubia tonta estadounidense que viaja a Taiwan acompañada por un amante, sin entender demasiado porque lo acompaña. El chico está parado frente a un hotel 5 estrellas y le pedi a su novia de turno que le lleve el maletín a un magnate coreano. De pronto empiezan los tiros y Lucy es obligada de la noche a la mañana a ser una mula de una droga en forma de piedras azules. Tras una pelea con uno de sus guardias, la droga se esparce por el cuerpo de Lucy, posibilitando que las neuronas de la pobre niña se multipliquen y que en menos de 48 horas, pase de usar el 10% (o menos) de su cerebro, a usar el 100%, convirtiéndose en una especie de diosa capaz de controlar la gravedad, el tiempo, el espacio. lucy_movie_3 Mientras la protagonista sigue su proceso de evolución solo piensa en vengarse del millonario que la obligó a meterse en esta aventura y poder transmitir el conocimiento que va adquiriendo al resto del mundo a través de la figura de un catedrático universitario, que explica a la audiencia lo que podría suceder si los hombres usáramos el 100% de nuestras capacidades. Parece que Besson se la pasó un año entero viendo Discovery Channel y analizando revistas sobre ciencia, medicina y evolución. De todo eso, sacó de su cráneo este delirante guión con teorías científicas que no parecen demasiado inverosímiles en el contexto del film. Aplicó una buena dosis de acción de su factoría – las persecuciones por China y Paris parecen plagiadas de El Transportador o Taxi – y agregó a Scarlett Johansson. Y aquí vale la pena detener el tiempo un minuto. La viuda negra de Los Vengadores es el tesoro del film. Así como lo fue Milla Jovovich, Natalie Portman o Anne Parillaud, la Lucy de Scarlett es la típica heroína que se lleva a todos los matones por delante. Las heroínas de Besson se van endureciendo durante el transcurso de sus films, perfeccionando sus destrezas físicas y evolucionando a nivel intelectual (también se puede ver esto en Ángel A o La Fuerza del Amor). Scarlet interpreta a Lucy con sensibilidad, sensualidad y soberbia. La acompaña Morgan Freeman, nuevamente como la voz de la razón y la representación científica – repitiendo el estereotipo que interpretó en la saga de Batman o Trascendence – y Ming-sik Choi – el actor de Oldboy – como el villano de turno. Besson sabe entretener, sabe narrar, sabe divertir. Los efectos especiales están a la orden del día y el film se aprecia mejor en pantalla Imax, dado que en los últimos 20 minutos, el director decide que la protagonista viaje a través del tiempo y el espacio, se reencuentre con sus ancestros y así emular al mismísimo Stanley Kubrick de 2001, odisea del espacio o el Terrence Malick de El Árbol de la Vida. Acaso un thriller con toques de ciencia ficción convertido en un relato existencial sobre los orígenes del hombre, la Tierra y la evolución celular. Sí, todo eso es Lucy, y a pesar de todo, nos reencontramos con un Luc Besson, nuevamente en la cúspide de su creatividad.
Que los niños no se enteren... Después de Malas Enseñanzas, intento fallido de crear una versión femenina de Escuela del Rock, Jake Kasdan – hijo bastardo del gran Lawrence Kasdan director de Reencuentro y El Corazón de la Ciudad – se reune nuevamente con su pareja protagónica, Cameron Diaz y Jason Segel, para crear una sátira sobre las consecuencias de la difusión de un video sexual en Internet. La historia – que llega en un momento muy oportuno – habría sido posiblemente más divertida e ingeniosamente explotada si la pareja hubiese sido – en la ficción – un matrimonio de celebridades cuyo mundo se viene “abajo” tras la exposición mediática de un acto cotidiano que los tiene como protagonistas, pero lamentablemente el punto de vista elegido no hace más que reforzar la idea de que en Hollywood, el sexo sigue siendo tema tabú, y que se apuesta por mantener la imagen de la típica familia estadounidense pura y casta como modelo social. Más allá del punto de vista ideológico del film, con el que uno puede o no estar de acuerdo, el mayor problema del film de Kasdan, que ha hecho relatos más corrosivos y con mayor carga irónica, es la ausencia de situaciones originales o gags efectivos. Annie y Jay son una típica pareja de clase media suburbana, relativamente exitosa. En su adolescencia tuvieron una activa vida sexual, después llegaron los hijos y hoy en día encuentran pocos momentos – por no decir ninguno – para consumir su pasión. Al mejor estilo, Carrie Bradshaw, Annie escribe sus decepciones en la cama en un blog que posiblemente se convierta en una columna de una revista. La concertación de este nuevo trabajo impulsa a Annie a pasar una noche perfecta con su marido. Sin embargo, la llama no se enciende, hasta que irónicamente, ella prende la cámara de una tablet. Los problemas surgen cuando Jay accidentalmente sube ese video a “la nube” y regala innumerables tablets a vecinos y amigos… y uno de ellos, encima lo extorsiona en subirlo a youporn. A partir de ahí, ambos tienen una noche para recuperar las tablets, borrar los videos y descubrir al extorsionador. Con la intención de crear una típica comedia de enredos, Kasdan consigue llevar el relato gracias al talento de su pareja protagónica, cuya química es indudable, y de algunos intérpretes secundarios notables como Rob Lowe o Rob Coddry. Sin embargo, esto no alcanza para crear una película que se agota a los pocos minutos, y termina por caer en secuencia repletas de lugares comunes, estereotipos y clisés. Muchos gags no tienen un remate humorístico efectivo y la escena más divertida es una persecución dentro de una mansión con un perro feroz, y Jason Segel corriendo a lo Steve Martin en El Padre de la Novia, por los pasillos al tiempo que su mujer distrae al millonario propietario. Perfecto, funciona, ¿pero era tan difícil no caer en un lugar tan común que ya resulta aburrido? Incluso el efecto final a lo Que Pasó Ayer? es poco estimulante a nivel humorístico. sex-tape-movie-2 Apelando a fórmulas remanidas y vueltas de tuerca previsibles, Nuestro Video Prohibido, no consigue aprovechar completamente a sus protagonistas. Apenas resulta divertido un nivel de autoconciencia sobre la inverosimilitud de todo el relato – los protagonistas llegan a situaciones extremas que podrían haber solucionado detrás de una computadora. Ni Kasdan o su equipo de guionistas aprovechan el tema para ser un poco más arriesgados e irreverentes. Por el contrario, resaltan los típicos valores de las familias estadounidenses y subrayan que el sexo debe seguir siendo materia tabú. La sensualidad de Cameron Díaz debe ser el único motivo por el cuál este nuevo trabajo de Kasdan no termina convirtiéndose en la película “Disney” de la semana. Si bien, se aprecia que no caiga en golpes dramáticos, se siente en el aire, una molesta moralina que lo convierten en un film anticuado y poco disfrutable. Al final, chequear habitualmente Twitter o Facebook, termina siendo más provocador.