El Hijo del Rayo Groucho Marx decía: “nunca voy a ver una película donde los pechos del hombre sean más grandes que los de la mujer”. Habría que hacerle caso a Groucho. La Leyenda de Hércules es nueva película de Renny Harlin, un realizador finlandés, que además de tener el reconocimiento de haber sido marido de Geena Davis, hizo alguna que otra buena película de acción en los ’90, dígase Duro de Matar 2, Riesgo Total, El Largo Beso del Adiós – con su mujer – y la simpática Alerta en lo Profundo. Ninguna de ellas gozaba de buenos guiones, pero al menos, sus “estrellas” la sacaban adelante. La excepción vino en 1995 cuando realizó La Pirata, en 1995 y su carrera prácticamente se hundió. Ahora, este nórdico imitador Uwe Boll, nos trae la historia del hijo de Zeus nuevamente, intentando competir con la película que a mitad de año el mediocre Brett Ratner estrenará con The Rock. Sin embargo, acá Zeus está representado solo por rayos y nubes como si fuera el espíritu santo. El rey Anfitrión conquista todo lo que tiene a su paso como si fuera el rey Leonidas de 300, pero versión villana. Su esposa engendra dos hijos: el mayor es Ificles, el heredero natura, el segundo es Hércules – también conocido como Alcides, el rey de la bailanta – hijo bastardo de Zeus o el manto sagrado. Pasan 20 años y ambos hermanos luchan por el amor de la Princesa de Creta, quién obviamente elegirá al musculoso rubio ojos claros de Hércules, y no a su debilucho hermanastro morocho. Es rubia pero no tonta. Cuando Anfitrión le pide a Ificles que elija a su esposa, el muchacho desea a la mujer de su hermano, desatando la ira de Hércules, al que el rey lo mando bien lejos – a Egipto – para sacárselo de encima. Junto con el Coronel Sotiris, Hércules atravesará una especie de camino del héroe – que incluye luchar solo contra un ejército, ser vendido como esclavo, y nuevamente ganarse los laureles como gladiador… esperen, esto suena familiar – para volver por su amada, vengarse de Ificles y destronar a su padrastro. Más de allá de que todos los personajes son de cartón y no tienen ningún tipo de conflicto interno, sorprende que la propuesta sea más pobre que las películas de género peplum de los años ’60 filmados en España por italianos. Acá uno puede leer un guionista italiana, seguramente criado en Cinecitá y un elenco compuesto por actores y extras rusos. Se nota que es para reducir costos. Igualmente es difícil dilucidar donde fueron a parar los 70 millones de dólares de presupuesto porque cada rama técnica, incluyendo efectos especiales son realmente muy pobres. Existen películas malas que son insalvables. Otras que provocan risa incondicional. La Leyenda de Hércules está una línea medio del absurdo inconsciente y un cine berreta. No hace falta aclarar lo pretencioso y ridículo que suena cada diálogo, la inverosimilitud – más allá de la fantasía – de cada secuencia, incoherentes a más no poder. Pero lo que más llama la atención es la pereza de Harlin para darle un tono al relato. El realizador no hace más que imitar fórmulas recientes que funcionaron y carece de todo tipo de identidad: el conflicto de hermanos podría haber salido de Gladiador o Thor, a nivel visual intenta calcar a 300, hay algo de Espartáco – más de la serie que de la película de Kubrick, pero en una versión apta todo público, realmente espantosa – y así podemos seguir detallando. Quizás lo más molesto es su pretensión religiosa, querer contar la historia de Cristo a través de la de Hércules, haciendo un paralelismo con los personajes claves de ambas historias. O quizás no hay que darle tantas vueltas. Es falta de imaginación a la hora de crear un producto solvente, que aunque sea clase B, sea conciente de alguna manera de su pobreza. El muñeco Kellan Lutz, cuyo único antecedente es haber “trabajado” en la saga de Crepúsculo, no logra transmitir suficiente carisma, emociones para llevar adelante la película. Al menos Victor Mature tenía un poco más de expresiones guardadas. El resto del elenco también deja bastante que desear, y realmente es muy triste ver al gran Rade Serbedzija entre las filas, como una suerte de guía moral para nuestro héroe. “La imitación es la expresión mas elevada del halago”, dice Anfitrión. Debió haber aclarado, la “buena” imitación, porque Ridley Scott, Zack Snyder y los precursores del género, después de ver La Leyenda de Hércules, deben sentirse insultados.
Si querés llorar, llorá… “La familia es la base de la sociedad”. Bueno, no hay que ser un genio para deducirlo. Pero lo cierto es que en Estados Unidos “la familia” unida es símbolo de estabilidad y prosperidad. Un hombre debe tener su esposa, sus hijos, sus cuñados, suegros, nietos, perros y gatos bien bien cerca o la sociedad lo empieza a mirar con otros ojos. No por nada, la temática “familia disfuncional” es un tema tan convocado por el cine de Hollywood. Es un tema que hay que arreglar. Una familia disfuncional no es buena propaganda estadounidense. La obra Agosto: Condado de Osage del premiado dramaturgo Tracy Letts intenta de alguna manera satirizar la institución familiar exponiendo o desnudando en un fin de semana toda la hipocresía y mentiras que se esconden debajo de la alfombra de los Weston, una típica familia conservadora rural sureña liderada por un patriarca intelectual y una madre dominante. Los hijos, tienen su propia vida y evaden a cualquier costa, reunirse con sus progenitores. Pero sucede una tragedia: papá se suicida en el lago y mamá se está muriendo de cáncer, a consecuencia del tabaco y el alcohol. La familia deberá pasar un fin de semana juntos intentando no matarse entre ellos, después del funeral del padre. De esta manera comienza la adaptación cinematográfica de John Wells de la premiada pieza de Letts. Lo más atractivo – y publicitario – de esta trasposición reposa en el elenco que Wells tiene la difícil tarea de coordinar. Meryl Streep lidera un escuadrón, secundado por Julia Roberts, Chris Cooper, Benedict Cumberbatch, Juliette Lewis, Abigail Breslin y Ewan McGregor entre otros. Sin embargo, entre tanto nombre, entre tanto prestigio ganado con antelación, entre tanta fotografía crepuscular y una banda sonora emotiva a cargo de Gustavo Santaolalla que intenta recuperar un tono folclórico típico sureño, John Wells, se olvida de construir una película Letts, con bastante pereza hace una adaptación demasiado fiel de su propia obra y Wells toma esto al pie de la letra. Es muy poco lo que convierten a Agosto, en una obra cinematográfica y no en una obra filmada en escenarios “naturales”. Wells pone la cámara al servicio de diálogo y es demasiado respetuoso para construir una atmósfera, un clima cinematográfico. No hay estética. El montaje es una sucesión de escenas en espacios reducidos – hay bastantes exteriores, pero el espacio donde se mueven los personajes es muy limitado – hay poco lugar para silencios o cruces de miradas. Wells no comprende demasiado bien que el primer plano, diferencia al cine del teatro, y por mero respeto a la obra, quiere conservar una puesta teatral – especialmente en una escena clave durante una cena que dura 15 minutos, pero pareciera que dura tres horas. Si tomamos como ejemplo otras trasposiciones como Tape (Richard Linklater, 2001) o Closer (Mike Nichols, 2004) veremos que la tensión pasa por lo que no se dice en la escena, por lo que se transmite en el ambiente, por las miradas de los actores, por la evolución rápida que tiene la acción. Sin salir de un mismo escenario obras llevadas al cine como la de Linklater, Bug (William Friedkin, 2006, inspirada en otra obra de Letts, al igual que la inédita y genial Killer Joe) o ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (también Nichols, 1966), la tensión se construye por todo aquello que no vimos en el teatro, por la intimidad, porque el espectador es el aire entre los personajes. Por un momento el film parece influenciarse en ciertas películas “indies” de fines de los ’60 como Mi vida es mi vida (Bob Rafelson, 1970), pero está muy lejos de ese nivel de cercanía, química y perspectiva entre los personajes y el espectador. Más allá de una fallida e inimaginativa puesta de cámara, el film se regodea más en el melodrama que en la ironía. Wells impone un tono similar a la de una telenovela donde se van sucediendo revelaciones que en cierta forma obligan al espectador a despertarse del letargo. Una excusa para que la película siga adelante y no termine de repente. Las “sorpresas” argumentativas no son más que golpes de efecto forzados y que derivan en diálogos superficiales, que terminan con personajes llorando, abrazándose o pegándose. Si la intención de Letts fue una crítica sarcástica a la forma en la que la sociedad estadounidense retrata a la familia perfecta, el resultado de la visión de Wells, es el opuesto: una justificación de esa mirada conservadora. Y sí la mirada ingenua – que incluye la mirada de un personaje ajeno, una descendiente de aborígenes demasiado estereotipada – y discursiva no es suficiente para molestar al espectador que no se conmueve fácilmente con las revelaciones familiares, el aburrimiento lo terminará sucumbiendo. Porque no nada que sea más denso que ver teatro filmado, y mucho menos si este parece leído tal cuál fue escrito. Nuevamente, el único verdadero atractivo del film es su elenco. No en particular Meryl Streep, que cuando compone un personaje demasiado alejado físicamente de su propia fisonomía – caso Margaret Thatcher – da como resultado una caricatura, una criatura inverosímil que solo conmueve a los miembros de la Academia de Hollywood por su distanciamiento con la “Meryl real”. Tampoco Julia Roberts, que un poco mejor que Streep, no puede sacarse de encima a Erin Brockovitch. Y mucho menos Ewan McGregor que desde que hizo Episodio I de La Guerra de las Galaxias se parece más a un androide que al fascinante actor que conocimos en los primeros y mejores trabajos de Danny Boyle. Son Chris Cooper, Margo Martindale, Julianne Nicholson, Juliette Lewis y Sam Shepard quiénes le brindan un poco de calidez y humanidad a la obra. Tampoco están mal, a pesar de ciertos excesos Benedict Cumberbatch y Dermot Mulroney, acaso el personaje más parecido a un comic relief que tiene el film. Una obra oscura demasiado iluminada, una sátira dramatizada injustamente, una película pretenciosa, demasiado confiada en sus nombres para sacarla adelante. Para rematar, Wells le agrega una escena final que no estaba en la obra original, que deja la sensación de que el mundo se puede arreglar tan solo mirando el crepúsculo. Gracias, pero con Lo que el Viento se llevó fue suficiente.
Clandestino y Autorreferencial No es fácil hacer cine político cuando la libertad de expresión esta restringida. Mucho menos en el caso de que el realizador sea un prisionero político del Estado. En Argentina, nombres como Jorge Cedrón o Raymundo Gleyser son ejemplos de cine creado y distribuido en la clandestinidad. Por eso resulta necesario y fundamental la distribución de films como Esto no es un Film. La última frase resulta paradójica sin dudas. Jafar Panahi está cumpliendo una injusta condena como prisionero político simplemente por ser un director de cine que promueve la reflexión y la crítica a normas políticas y sociales – recordemos Offside, en la que critica que una mujer no puede ver un partido de fútbol en un estadio - a través del uso de la ficción, del arma de la narración. Acaso el peor castigo que recibió el director es haber sido censurado. Haberlo condenado a no filmar por 20 años. Como legalmente no tiene herramientas para luchar, decide filmar con medios caseros y enviar la película al exterior de manera clandestina. El título parece ser una advertencia a las autoridades. “Esto no es un film”. Pero resulta que es mucho más que eso. Es una autobiografía, una visión del mundo, del cine. Una lección de la pasión de un hombre por ser libre de prejuicios y seguir exhibiendo su arte hasta las últimas consecuencias. Panahi, sin salir de su casa, aprovecha la tecnología digital para hacer un autorretrato, una suerte de reflexión sobre su situación, ficcionando situaciones – charlas con el abogado y su familia – y analizando su filmografía, poniendo en perspectiva escenas de sus obras con su presente como prisionero. Pero eso no es todo. Panahi demuestra sus virtudes no solo como cineasta, dirigiendo a su camarógrafo en su propia casa, con él como único intérprete, sino que también de narrador. Como si fuera una película dentro de otra, nos cuenta la historia de una chica a la que se le prohíbe asistir a la universidad por normas religiosas y eso termina por enfrentarla con su familia. No es difícil adivinar la metáfora. Panahi es la chica, el estado representa la familia. Desde la intimidad, Panahi desnuda sus miedos, su incertidumbre. Se convierte en un antihéroe de una película que no es una película, dirigida por un director que no puede dirigir. Esto no es un film, es una propuesta ingeniosa y acaso humorística por la ironía y absurdo del caso legal, honesta porque está representada en primera persona, y sensible porque es imposible no sentir empatía e impotencia por el presente – y futuro – de un hombre cuyo crimen es mostrar su verdad al mundo. Como si fuera el protagonista de un film de Hitchcock, Panahi está encerrado y debe demostrar su inocencia con todo en contra. Esto no es un film es la prueba de su inocencia. Y aunque tenga gusto a testamento artístico, es solo el comienzo de una nueva etapa en la filmografía del realizador de El Espejo. Poco tiempo después de que Esto no es un Film se exhiba en festivales de todo el mundo, Panahi realizó Close Curtain donde llevó su cautiverio a un lugar más extremo, llamando a un actor para que lo interprete y posteriormente interviniendo en la acción, haciendo aún más difusa la línea entre la ficción y la realidad. Aunque para Panahi sea una forma de manifestarse, para la historia del cine, este díptico significa muchas cosas: en primer lugar una demostración que la tecnología digital no solo es una herramienta que permite ahorrar dinero en proceso y revelado, sino que le permite a un director filmar con solo un teléfono o una cámara casera sin que nadie se entere. De ninguna manera Panahi habría logrado esto con FILM. En segundo es una nueva muestra que ninguna condena política puede impedir que un artista se exprese aun cuando su vida corre peligro. El cine clandestino está de vuelta en las calles. Por último es una confesión y lección sobre como cruzar límites de géneros, como narrar sin narrar, reflexionar de la existencia de la representación con elementos simples. Sin descuidar nunca la estética, y pensando cada palabra que expresa, Panahi con Esto no es un Film consigue una de las más crudas y directas películas sobre la importancia de que el cine y los directores sigan filmando, sobre la libertad de expresión y su coartación.
Juego de patriotas: Ryan inicia... de nuevo Han pasado más de 20 años desde que conocimos por primera vez al agente Jack Ryan – 30 si tenemos en cuenta la novela original -. El personaje, creado por el escritor y ex agente de la CIA, Tom Clancy – fallecido en el 2013 – fue una especie de alter ego del autor, una versión estadounidense de James Bond, pero con un tono más realista y menos glamoroso. Ryan es hombre de familia, un agente de escritorio que solo entra en acción bajo circunstancias extraordinarias. La primera adaptación cinematográfica, La Caza al Octubre Rojo realizada por el artesano del cine de acción de los ’80, John Mc Tiernan – Duro de Matar, Depredador – fue un sorpresivo éxito que ayudó a catapultar a la fama a Alec Baldwin y demostrar que Sean Connery seguía tan vigente como siempre, a pesar del paso de los años. Ryan fue el agente del fin de la Guerra Fría, pero en las posteriores entregas se enfrentó con enemigos más actuales: rencorosos miembros del IRA y el cuartel del narcotráfico colombiano. Esta vez, Ryan estuvo a cargo de Harrison Ford, quien sin duda es la cara más adecuada para interpretar al personaje. Sin embargo, tras dos exitosas entregas dirigidas por el australiano Phillip Noyce, Ryan dijo adiós al cine. Hace unos años se lo intentó resucitar con la cara de Ben Affleck en La Suma de todos los Miedos – Phil Alden Robinson – pero el poco carisma del actor y una floja adaptación la convirtieron en un fracaso de taquilla. El personaje nuevamente quedó archivado para las novelas. 2014: tras el éxito de las sagas de Bourne, la resucitación de James Bond con Daniel Craig, la magnífica Misión Imposible 4 y la discreta pero divertida Jack Reacher con Tom Cruise nuevamente, llega la hora de sacarle el lustro al personaje creado por Clancy y llevarlo al mundo actual. JACK RYAN Esta vez no se trata de un analista político sino económico, y el film se inicia con el reclutamiento “a la sombra” – de ahí su título original – de Ryan, un genio de las matemáticas, héroe herido durante la guerra de Afganistán, que pretende seguir siendo un patriota y luchar del lado de la CIA. “Pero ustedes hacen torturas y matan gente discriminadamente”, acusa Ryan a su superior con el rostro de un envejecido Kevin Costner. “Ese no es mi departamento”, responde el comandante naval, para mostrar cierta conciencia “moral” de parte de Hollywood y lavarse las manos. Resuelto el reclutamiento, Ryan tiene que evitar que se genere un nuevo atentado terrorista analizando las compras de acciones y depósitos bancarios de un empresario ruso, Viktor Cherevin. Entre el thriller político setentoso y algunas secuencias de acción que imitan los modelos de cine de espionaje mencionados en párrafos superiores – al igual que James Bond, Ryan mata a su primer enemigo en un baño – esta relectura del personaje, se aleja del modelo Clancy, y de hecho es la primera historia no novelada por el escritor. Kenneth Branagh, alejado de Shakespeare y más cerca del cine mainstream hollywoodense, dota al relato de la suficiente fluidez y ritmo para volverlo un producto entretenido. Se extraña alguna escena con influencias teatrales – incluso Thor tenía un clásico conflicto shakesperiano en la relación del protagonista, su hermano y su padre – pero Branagh – que está filmando Cenicienta para Disney, manteniendo su afan por el cine mainstream – regresa a la actuación como el villano de turno, impostando un acento ruso que no suena forzado. Film Review Jack Ryan El resto del elenco es sobrio. Chris “Capitán Kirk” Pine, tiene un poco más de carisma que Affleck y puede llegar a futuro a ser una digna cara para el protagonista, mientras que la belleza de Keira Knightley y la solemnidad de Costner ayudan a mantener el interés de un film cuyo mayor mérito es que no decae en ningún momento, y que equilibra, al menos cinematográficamente y sin distracciones visuales, excesos de explosiones o secuencias de acción demasiado vertiginosas un guión con falencias y ciertas escenas inverosímiles con el contexto del relato. Jack Ryan – o algo parecido - ha regresado, y si bien no está en completa forma, por lo menos no deja del todo insatisfecho al fan original.
Los Especialistas Esta crítica va dedicada a dos estimados amigos, fanáticos de un director y un actor, que al igual que el club del que son hinchas, han conocido tiempo mejores. Cuesta imaginar que sería del cine sin Walter Hill ni Sylvester Stallone. Cuesta entender como es que dos íconos del cine de acción de los 80, nunca habían trabajado juntos aún. Sin embargo, ambos no están pasando por su momento de gloria como hace dos décadas atrás. Walter Hill, tras un par de fracasos de taquilla prefirió quedarse como productor, especialmente con todos los subproductos derivados de la saga Alien, mientras que Stallone tuvo que reinventarse solo, sacando adelante la sexta parte de Rocky, la cuarta de Rambo y las dos entregas de las bizarras Los Indestructibles...
Romper el Huevo… Durante muchos años se trató de imitar a 2001, Odisea del Espacio de Stanley Kubrick, film que revolucionó la ciencia ficción e innovó a nivel visual y narrativo. Kubrick entendió que necesitaba tener una historia compleja, profunda, existencial, acorde a las ambiciones que deseaba desarrollar. Y por lo tanto era esencial que el elenco no esté compuesto por “figuras” que distraigan al espectador, sino por sólidos intérpretes que comprendiesen la idea del realizador, que no se destaquen ellos mismos frente a la historia. Alfonso Cuarón, con Gravedad, pretendió realizar la 2001 del siglo XXI. Pero se limitó a aprovechar las últimas tecnologías para generar una experiencia visual abrumadora aunque vacía. En primer lugar, el cineasta realmente tomó la decisión de restarle importancia al argumento. La lluvia de desechos de un satélite ruso que destruye al estadounidense es un simple Mc Guffin, uno bastante anticuado en tanto recurso narrativo...
El amor en tiempos “freakies” Cuando terminó la función de prensa de 20 Mil Besos, un reconocido crítico me dijo: “esta película está hecha para tu generación”. Y sí, hay algo de verdad en esa afirmación. A pesar de que se trata de una comedia romántica clásica, el público al que apuntan Sebastián De Caro y Sebastián Rotstein está bien delimitado: hombres que rondan la tercera década, imbuidos en un ambiente de fanatismo “geek” y criados por la cultura popular de los años 80 y principios de los 90 (televisión, arcade, Star Wars, Monopoly). 20 Mil Besos está llena de íconos, es un baúl de recuerdos, de nostalgia enraizada en una generación joven que debe decidir si entrar en una adultez con las responsabilidades sociales que esto conlleva o seguir con una vida influenciada por los juegos de la infancia...
El país que no miramos. Tras Extranjera y El Recuento de los Daños, inspiradas en los mitos griegos de Ifigenia y Edipo Rey, la directora sigue buscando otras maneras de adaptar los clásicos mitológicos a la realidad argentina. Si Extranjera, era un drama campestre y el segundo uno más urbano relacionado con el funcionamiento de las fábricas, Cassandra es trasladada a otra realidad: la del Impenetrable, y los habitantes Wichis y Tobas olvidados y marginados por los gobiernos de turno en el norte de El Chaco...
Muerta antes de nacer Hay películas que están predestinadas al fracaso. O sea, todos los años surge ese film, que ni bien se filtran las primeras imágenes por Internet, es sabido que va a ser un resonado fracaso de crítica y taquilla a nivel mundial. Pasó con Las Aventuras de Jim West, pasó con Jonah Hexx, Linterna Verde, John Carter, Gatúbela, El Último Maestro del Aire, etc. No hay que ser un especialista. Simplemente se ve venir. Porque el elenco es incorrecto, porque la acumulación de efectos especiales no atrae como hace 20 años atrás, porque la historia no es apropiada para la adaptación cinematográfica o porque es demasiado pretenciosa desde que se le da luz verde. A veces, todo esto junto. Y por eso es adecuado que estos tanques predestinados a la basura vayan directamente al DVD cuando llegan a nuestro país. Es cierto que algunas veces los productos son mejores de lo imaginado – Guerra Mundial Z, por ejemplo – pero con R.I.P.D: Policía del Más Allá, se confirman las peores sospechas...
Simpatía por el Demonio Cuanto más atractivo sea el villano, mejor será la película, decía el maestro Alfred Hitchcock. El Josef Mengele del nuevo film de Lucía Puenzo, sin duda podría haber pertenecido a la galería de grandes villanos del creador del suspense. Un hombre atractivo, inteligente, amable y educado, que al mejor estilo de La Sombra de una Duda, enseguida entabla una fascinante relación con una joven de 12 años, que sin embargo, por un desarrollo óseo, aparenta tener cuatro años menos. El tema es que este hombre no es ni más ni menos que el científico a cargo de experimentos genéticos durante el nazismo que tras su salida de Alemania, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, vino para seguir desarrollando sus experimentos en Sudamérica, en vanos intentos por continuar con la raza aria. Bien se puede recordar el clásico de Franklin J. Schaffner, Los Niños del Brasil (basada en la novela de Ira Levin), con Laurence Olivier como un cazador de nazis israelí y Gregory Peck en el rol del famoso médico. Sin embargo, la concepción del mismo personaje en la piel del español Alex Brendemühl es mucho más intensa y atractiva que la del actor de Matar a un Ruiseñor. Y que quede claro, no estoy defenestrando a una leyenda de Hollywood, simplemente resaltando que Puenzo ha logrado en forma soberbia, dotar de humanidad y sensibilidad a un monstruo, consiguiendo que al igual que Joseph Cotten en La Sombra… éste termine siendo simpático y querido por el espectador. Y también por los personajes. Porque si hay una relación que resulta interesante en el film es la de este médico alemán interesado en el desarrollo corporal de la pequeña Lilith, gran descubrimiento de Florencia Bado...