El negocio debajo del ring Lo primero que se interpreta cuando uno escucha que se realizó un documental sobre Sergio “Maravilla” Martínez es que veremos un biodoc. O sea, la típica biografía del niño humilde, que a fuerza de golpes salió adelante en la vida y triunfó como boxeador. Por suerte, el trabajo de Juan Pablo Cadaveira es mucho más que un retrato personal. Esquivando acaso los lugares comunes de las biografías televisivas, el realizador argentino siguió al boxeador durante más dos años, mucho antes de conseguir la fama que lo posibilitó a transformarse en figura mediática. Cadaveira decidió centrar la tensión del relato en el conflicto que Maravilla tuvo con la cadena HBO cuando le arrebató el título de campeón mundial en peso mediano porque no era una figura reconocida, y en cambio decidieron otorgárselo a Julio César Chávez Jr. que en México ya era famoso, debido a que su padre, también boxeador, era una figura popular, tanto por su perfil deportivo como por los excesos en su vida personal. De esta manera, el film comienza cuando Maravilla se lleva el título, pero le anuncian que en la revancha, en su lugar va a pelear Chávez, mientras que él pelearía por el Campeonato Diamante, algo así como un premio consuelo. A partir de ese momento, Cadaveira recorre el camino que hizo Martínez para empezar a hacerse notar, no solamente ante el aficionado del box, sino también en su propio país, donde era un desconocido total, explicando su participación, incluso en Bailando por un Sueño. Lo más interesante del documental no es conocer la vida del boxeador – narrada a través de flashbacks donde nunca se profundiza demasiado cada etapa que tuvo que atravesar – sino el negocio que existe detrás del mundo del boxeo. O sea, lo que a primera vista es un retrato sobre una persona, se convierte en un interesante alegato en contra de HBO y el control que tiene sobre las decisiones que toma el Consejo Mundial del Boxeo, sobre los arreglos que hacen los managers y de la imagen que se quiere exportar al mundo sobre el boxeador en sí, dejando a un lado los atributos deportivos. Con un montaje ágil y dinámico, el documental de Cadaveira es clásico porque las entrevistas son conservadoras y convencionales, pero a la vez tiene una narración casi ficcionalizada, que guarda la tensión para el espectador ajeno al mundo del boxeo, sobre el resultado que tuvo la pelea final con Chávez. Es notable, además, como el documental abre una vertiente humorística a través de la figura de la madre del boxeador, que sufre cada pelea y golpe que le dan al hijo, en medio del contexto de reuniones familiares, que demuestran las tradiciones y costumbres argentinas. Acaso un documental que profundice sobre los contrastes en la vida y la carrera del personaje hubiesen dado como resultado un trabajo más complejo, una mirada más parcial y no tan a la defensiva del astro argentino, pero teniendo en cuenta, que Maravilla termina siendo solo una excusa para que el realizador muestre el lado oscuro del deporte, está bien que el protagonista no tenga más participación de la que tiene, y se limite a narrar su punto de vista nomás de los hechos. Cadaveira tuvo la oportunidad de estar en cada evento que siguieron a la pelea que le dio el título – luego arrebatado – a Maravilla, y por lo tanto es prodigioso que no solo haya material de archivo, sino también registros originales, incluyendo entrevistas a figuras como Mike Tyson o Don King, que defienden a Maravilla. Material por demás interesante para aficionados o no del mundo del box, fanáticos del peleador argentino, Maravilla, la película, es un producto digno, que mantiene al espectador palpitando en cada pelea como si estuviera en Las Vegas o el Luna Park.
Lo mejor está por venir… El Apocalipsis está cerca. Si son fanáticos de los X-Men lo saben. Pero todavía no estamos preparados para recibirlo. Por eso mismo, Bryan Singer nos trae Días del Futuro Pasado. Esta nueva entrega de la saga X-Men es acaso la más esperada desde La Batalla Final, para aquel que sigue las adaptaciones de los cómics, creados por Marvel, a partir del año 2000. Esperada porque marca el regreso del elenco original y lo combina con el de Primera Generación, esperada porque empieza a rearmar las piezas sueltas que dejaron las entregas de la primera trilogía y las entregas de Wolfverine. Esperadas porque Bryan Singer, luego de varios traspies personales, se volvió a poner detrás de las cámaras. Se trata, además, del proyecto más ambicioso de todos, y no solo por la cantidad de actores y personajes que aparecen, sino porque debieron crear dos mundos: un alternativo futuro, oscuro, con humanos y mutantes esclavizados por máquinas en una visión muy similar a la de Terminator 2: El Día del Juicio Final, con reminiscencias a Metrópolis y Tierra de los Muertos, y un alternativo 1970, con Richard Nixon en la presidencia aprobando la utilización de Centinelas para destruir a la nueva amenaza, post vietnamita, llamada: Mutantes. El eje de la historia es el Dr. Trask (maravilloso Peter Dinklage, aun cuando no tiene demasiada potencia como villano) un científico que odia a los mutantes – nunca conocemos los verdaderos motivos – que inventa una legión de robots para aniquilarlos. Sin embargo, Trask es asesinado por Mystique. Este hecho sucedido en los ’70 provoca que los científicos confirmen que los mutantes son peligrosos y por lo tanto, la invención de los “centinelas” – que solamente están programados para matar mutantes – sea inminente. Cuando los científicos atrapan a Mystique, mezclan su gen mutante con los de los Centinela, y de esta manera los robots, adquieren la fuerza y poder del adversario mutante en pos de destruirlo y hacerse invencible. El futuro. Los mutantes están en guerra y la única manera de evitar la destrucción total de la especie es que alguien detenga a Mystique antes de matar a Trask. Kitty (Elle Page) es capaz de regresar la mente de las personas a sus cuerpos originales en los años 70 – tampoco se explica como Kitty adquiere ese poder, dado que ella solamente traspasaba paredes y espacios – pero cuanto más largo sea el viaje en el tiempo, más se deteriora la mente. El único con la capacidad de resistir es Wolfverine, ya que su mente se puede autosanar. Wolfverine debe viajar a su cuerpo en los ‘70 para convencer al joven Xavier – que en el futuro está inexplicablemente vivo – para que manipule a Mystique y no mate a Trask. Aunque parezca muy complejo, todo esto se explica en los primeros 5 minutos del film. El resto es una mezcla de Terminator con Volver al Futuro y algo de Watchmen: Xavier en los 70 perdió su escuela de mutantes y está hecho un hippie deprimido – el Teniente Dan de Forrest Gump – y no quiere ser mutante. Magneto está recluido en una prisión dentro del Pentágono por asesinar a Kennedy. Wolfverine va encontrando palos constantes frente a su camino que debe resolver, a medida que encuentra nuevos mutantes aliados. El film es acaso el más divertido, entretenido y adrenalínico de la historia de los X-Men. Bryan Singer, confirma que sigue teniendo buen pulso para narrar, después de los fracasos de Jack, El Cazagigantes, y las subvaloradas Operación Valkyria y Superman Regresa. La habilidad por lograr una relato fluido con tal complejidad argumental, sin caer en discursos obvios es admirable. Además vale destacar que el film tiene al menos tres secuencias inspiradas a nivel audiovisual: el escape de Magneto – con un estilo muy Zack Snyder pero con más humor – el primer intento de asesinato de Trask en Paris y la secuencia final. Si bien es poco lo que aporta el 3D el viaje logra ser bastante divertido. El problema principal de la película es su guión. Si bien Singer y el guionista Simon Kingberg se arreglan para que tenga cierta coherencia narrativa, abarca tantas historias y subtramas que no logra tener una suficiente cohesión para que todo quede realmente claro. Hay demasiados huecos e interrogantes sueltos relacionados con las anteriores entregas – personajes muertos que reviven, personajes que son más jóvenes en esta entrega que en otras, inéditas elipsis temporales – y varios errores históricos. Además, ningún personaje tiene suficiente desarrollo para terminar poniéndose el film sobre los hombros. Es más bien un pase de postas, donde cuando un personaje le pasa el protagonismo a otro, queda olvidado. Estas falencias en el guión, sumado a un pequeño dejo de solemnidad, característico en Singer, provocan que el film no sea tan efectivo como se supone que sea. Con menos pretensiones y ambiciones, X-Men: Primera Clase, de Matthew Vaughn, terminaba siendo una película más redonda, divertida y sólida. Con un elenco que consigue trabajos convincentes, más allá de la poca profundidad de los personajes y notables efectos visuales, X-Men: Días del Futuro Pasado, aún con desniveles, es divertida, violenta (la más oscura y violenta de todas) entretenida y demuestra que Singer está en forma y sobretodo nos prepara – tomando en consideración el excelente avance pos créditos finales – para X-Men: Apocalipsis, sin dudas, el gran sueño de todo fanático de la mitología mutante.
Revolución, noticias y sexo en la rutas de Portugal En Suiza hay democracia, paz y amor fraternal desde 500 años. ¿Cuál fue su mejor invento? El reloj Cucú – Harry Lime (Orson Welles, “El Tercer Hombre”) Abril de 1974. Julie Dujonc-Renens, una joven periodista suiza que tiene un programa feminista es elegida para cubrir el desarrollo de la tecnología inventada por los científicos de su país y donada a los portugueses para mejorar la comunicación entre ambas naciones y de paso demostrar al pueblo el trabajo del gobierno. En esta aventura la acompañará Joseph Marie Cauvinun legendario periodista, bastante misógino, solitario, contraste natural de Julie y con fama de mal carácter. El trío se completa con el conductor de la van en la que se trasladan y técnico del programa de radio, Bob. Basada en hechos reales, La Gran Noticia es el nuevo film de Lionel Baier, director de Un Autre Homme. Ambos films fueron exhibidos en diferentes ediciones del BAFICI. Sin embargo, mientras que Un Autre, era una suerte de comedia romántica satírica sobre el mundo de los críticos (mezcla de Hong Sang Soo y la película de Hernán Guerschuny con estética blanco y negro y remitiendo a la Nouvelle Vague), este nuevo film es una agradable road movie que atraviesa todos los lugares comunes y previsibles de este tipo de historias. Con humor y momentos emotivos, Baier nos introduce a través de los ojos de los personajes en la Revolución de los Claveles que terminó con la caída del dictador Salazar. Más allá de cierta previsibilidad en los eventos que se van a desencadenar, el encanto de La Gran Noticia pasa por el carisma de los tres protagonistas y la desinhibición sexual de cada uno, lo que es bastante infrecuente para una comedia de estas características (no tanto en Europa, pero sí en el nuevo continente). Baier critica la política neutral suiza con ironía demostrando la pasividad de los suizos en conflictos internacionales y la manipulación de los medios de comunicación a través de la intervención de organismos políticos y gubernamentales. Si los medios solo pasan lo que el estado desea que pasen, la libertad de expresión se ve coartada, sin importar si se trata de un gobierno democrático o no. Mientras que los portugueses envidian la democracia suiza, los suizos envidian el poder de los portugueses para expresarse pacíficamente y cambiar el régimen de su país. Valerie Donzelli, Michel Vuillermoz y Patrick Lapp, con el aporte del joven Francisco Belard como Pelé, un campesino fanático de Marcel Pagnol que se suma al viaje como guía y traductor, conforman un elenco con bastante dinamismo y química, para sostener un relato convencional y pero vistoso, simpático que rememora un hecho histórico pocas veces revisitado por la historia del cine.
Reflejo del Hambre La culpa es de J. K. Rowling. La literatura juvenil no la necesitaba. Nos podríamos haber quedado con Stevenson, Dickens, Alcott, Twain… pero no. La escritora británica tenía que traernos a Harry Potter y como si no fueran poco la cantidad de fans y escritores que empezaron a imitar el modelo del niño mago, Hollywood debía hacer lo mismo. Así es la cosa. La última década y media, la literatura juvenil se dividió entre preadolescentes en mundos de fantasía y adolescentes busca destinos en medio de triángulos románticos, en futuros post apocalípticos o mezclados con vampiros y hombres lobos. Así estamos. Porque si no fuera poco ver (y leer) a Suzane Collins, Stephanie Meyer, tenemos ahora que aguantar a la joven Verónica Roth y su saga, que poco y nada difiere de la de la creadora de Los Juegos del Hambre. Y si bien – gracias a Peter Jackson y Tolkien – se empezaron a rescatar los relatos de fantasía de la Edad Media y afines – Narnia, La Brújula Dorada, Eragon – que apuntan a un público más infantil, en esta segunda etapa más romántica con protagonistas femeninos, prevalece la telenovela romántica antes que la aventura o la metáfora fantástica. Teniendo representantes como Huxley, Dick, Matheson, este futuro que pintan Collins o Roth lo único que muestran es prácticamente lo mismo que ya nos mostraba Fritz Lang en Metrópolis. Mundos divididos entre dos clases sociales: los poderosos y los humildes, todos “luchando” por sobrevivir dentro de un mundo devastado. No muy diferente a la realidad. En Divergente. la sociedad de Chicago – único lugar con humanos en todo el planeta – está dividida entre los eruditos (los hombres de ciencia), los osados (el ejército), los que siempre dicen la verdad (los abogados), los amables (campesinos y agricultores) y los abnegados (los pensadores que son líderes políticos). También hay gente viviendo en las calles. Ellos no tienen facción… Y hay un muro, que separa la sociedad de los… (a esperar las secuelas). Beatriz es hija de Abnegados, pero pronto tiene que hacer la prueba para elegir su “identidad”. La prueba la califica como “divergente” o sea que posee características de todos las facciones, lo cual es una condena de muerte, según los eruditos, que están tomando mayor poder y quieren borrar a los abnegados del mapa social. Léase: los científicos quieren ocupar el rol de los políticos en la sociedad. Gracias a la ayuda de una tatuadora, Beatriz logra esconder los resultados de la prueba y a la hora de elegir facción se inclina por los “osados”. A partir de ahí tendrá un entrenamiento que le servirá para rebelarse y enfrentarse finalmente con los mismos que la entrenan. Pero, por supuesto, no habría conflicto sin interés romántico y acá aparece, el fortachón carilindo entrenador, Tobías, que la ayuda ante el duro Eric, una especie de R. Lee Ermey de Nacido para Matar, de Kubrick. El film del impersonal Neil Burger, en quien algunos depositaron mucha confianza tras la sobrevalorada El Ilusionista, tiene como moraleja “ser distinto es lo que salvará tu vida”, pregona por el libre albedrío y conservar la identidad de los individuos. Pero la película es lo opuesto a eso. Está atada al sistema. No solo es convencional, mecánica, aburrida desde lo formal y lo estético, sino también previsible, monótona, obvia, subrayada, discursiva al extremo del absurdo. Burger no se toma riesgos de ningún tipo. Ni siquiera en la elección de los actores. Todos los jóvenes son realmente esbeltos y tienen curvas perfectas. En una época donde se intenta que los adolescentes tengan menos prejuicios contra sus cuerpos, Hollywood dora la píldora con actores extraídos de jugueterías. Ni la prometedora Shailene Woodley se salva, inexpresiva como pocas, es lamentable el poco carisma que transmite. Tampoco se destacan actores más veteranos como Ashley Judd, Kate Winslet o Tony Goldwyn. Todos en piloto automático. La reducida sensibilidad de cada personaje, el esquematismo, la ausencia de humor, los diálogos forzados, terminan por generar que extrañemos a Los Juegos del Hambre, que es superior solamente porque el elenco consigue momentos más creíbles. Burger maneja mal la tensión y el suspenso. No consigue generar un clima para mantener el ritmo durante las dos horas y cuarto que promedia el film. Y lo peor de todo es que ni siquiera es decepcionante. Es mediocre por ser más de lo mismo.
Profondo Rosso El cine italiano tuvo una importante influencia sobre la cinematografía mundial desde el neorrealismo, a mediados de los años ’40 con Vittorio De Sica y Roberto Rossellini como principales exponentes, pasando por el surrealismo fellinesco, la comedia alla italiana de Risi o Monicelli, el spaghetti western en los ’60, la polémica obra de Pasolini, los melodramas de Visconti y finalizando la etapa de oro de Cinecittá – las magistrales estudios que tuvieron a Carlo Ponti, Alberto Grimaldi y Dino de Laurentis como máximos representantes de la explosión internacional de estos realizadores – a los hoy veteranos Ettore Scola y Franco Zeffirelli. Sin embargo, dentro de esta maravillosa última etapa hubo un grupo de rebeldes que se animaron a cambiarle el rostro al género policial: Mario Bava, Lucio Fulci y principalmente, Dario Argento, se encargaron de horrorizar las salas de todo el mundo con el famoso Giallo Italiano que derivó al cine clase B y de ciencia ficción más sangriento y visceral que se haya hecho hasta el J-Horror. El joven realizador británico Peter Strickland decide rendir homenaje al Giallo y al trabajo de los estudios Cinecittá con el thriller psicológico Berberian Sound Studio. La película es una pieza casi teatral, que sucede exclusivamente en el estudio que da nombre al film. Ahí se está realizando las post producción sonora de un típico Giallo que tiene todos los ingredientes del cine de estas características: sangre, gritos, vísceras y doblaje de voces. Para ello, el productor del film acude al ingeniero de sonido Gilderoy – impresionante trabajo de Toby Jones – un pequeño hombrecito británico, cuyos elegantes gestos, mínimas formas de expresarse, humildad y seriedad con el trabajo, contrastan con las violencia y la verborragia de los italianos, que además son bastante desprolijos y primitivos en su manera de trabajar. Gilderoy debería solo supervisar la mezcla de sonido y la mezcla de voces, pero se empieza a involucrar también en la realización de efectos, ser testigo de la grabación de la banda sonora, los conflictos entre el productor y sus actrices, y la ausencia del misterioso director de esta horrible película. Pero sobretodo lo que le preocupa a Gilderoy es que no le pagan y lo tienen encerrado en habitaciones sin notificarle cuando va a terminar su trabajo y cuando le van a pagar por ello. Strickland crea un clima opresivo y claustrofóbico. Durante la primera hora, el film se construye desde el ojo realista del protagonista, y entre el homenaje y la sátira se expone la naturaleza de los británicos contra los italiano. Sin embargo, más allá de esto, también queda expuesta el trabajo de un ingeniero sonoro, muchas veces olvidado e ignorado de los créditos de post producción de los films. Mientras que los productores, directores y actores son, la mayoría de las veces, los principales exponentes del mundo del cine, los ingenieros técnicos pasan a un segundo plano. Strickland, con mucha ironía, rescata el meticuloso trabajo del mezclador de sonido y analiza su función a la hora de realizar cualquier film (acaso solo DePalma en Blow Out o Hernán Godfrid en Música en Espera lo tienen en cuenta). Sin embargo, a medida que avanza la historia, se va tornando más pesadillesca. Como una obra lynchiana, el espectador empieza a dudar sobre la realidad y el punto de vista del personaje. Haciendo uso del recurso de fuera de campo, el sonido en off, vinculado a la mirada de los protagonistas, adquiere un foco especial. Nunca vemos el film en cuestión y lo que nos llega son reflejos. Teñida de humor negro, el film en su última media hora empieza a tomar formas más plásticas. Strickland decide experimentar con las alucinaciones del protagonista para no volver más al mundo real. Berberian Sound Studio es una experiencia por demás interesante. Acaso su lenta aproximación al climax y algunas divagaciones entorpecen el relato, densifican innecesariamente al film, y su media hora final roza el surrealismo de manera exagerada. Pero la sólida interpretación de Toby Jones, con sus ojos chiquitos, su mirada expectante, su tartamudeo y delicadeza permite, junto con el inquietante y perfeccionista trabajo de la fotografía – ambientes claroscuros rodeados de sombras – y de sonido ya mencionados, que este segundo trabajo cinematográfico de Peter Strickland se disfrute en su totalidad. Los fanáticos del Giallo adorarán la banda sonora y un pequeño homenaje a la banda de culto Goblin, que musicalizó gran parte de la filmografía de Argento.
Flotando sobre la Ciénaga Hace aproximadamente 15 años, el cine argentino empezó a emitir un cambio en su manera de filmar. Hubo una manera de narrar diferente, una búsqueda formal, artística y temática que se asociaba – con mucha razón – al cine desolador de principios de los años 60, que al seudo cine de género de los 90. Entre el compromiso social y el experimento audiovisual nos encontramos con directores que transgredían las fronteras del star system televisivo y se animaban a poner no-actores delante de las pantallas, intérpretes marginales o salir a buscar artistas del teatro off. Estéticamente, podía interpretarse como un cine más primitivo, más salvaje. Una de las obras paradigmas de esa etapa fue La Ciénaga de Lucrecia Martel. Una verdadera perfeccionista de la puesta en escena y la composición sonora, Martel se convirtió en un referente de ese “estilo” de narración. Su ambigüedad, distanciamiento y frialdad son parte de su estilo. Una directora que confía más en la creación de climas de tensión, antes que en la necesidad de contar una historia “trascendente”. Amada, odiada y envidiada por igual se le debe reconocer a Martel una búsqueda autoral, que al menos siempre despierta curiosidad. Celina Murga, es una de las últimas discípulas de la generación original, que participó de este cambio. Mientras que varios de sus colegas, ya son nombres representantes de una seudo industria local, que trabajan con actores de una seudo start system – Trapero, Burman, Caetano – Murga prefiere seguir filmando como hace 15 años, en cambio. Aunque sus colegas, mantengan búsquedas formales, que aún los conserva como autores, pero aprovechan los recursos que tienen a mano para generan producciones más ambiciosas, Murga prefiere quedarse en su Entre Ríos natal, y narrar como si el tiempo no hubiese pasado, lo cual, en cierta forma significa una rebelión y al mismo tiempo una certificación de principios cinematográficos. Acaso el apoyo brindado por Martin Scorsese en sus últimas obras, no significa que se le hayan ido los humos a la cabeza, y en cierta forma mantiene un perfil bajo. Tras este preámbulo, metámonos de lleno en La Tercer Orilla. En principio, resalta que la realizadora entrerriana sigue manteniendo el foco en el universo púber y adolescente. Hay cierta coherencia en el crecimiento de los personajes de sus películas. El protagonista de esta obra está terminado el secundario y empezando a convertirse en un adulto. Sin embargo, el conflicto es claro. Su hogar es inestable: su padre es un confeso bígamo, tiene dos familias; divide su tiempo con sus dos esposas e intenta darle la misma atención a los vástagos que tuvo con ambas mujeres. Esta figura paternal, completamente autárquica es la gran sombra que atormenta al protagonista, un muchacho lacónico que pretende convertirse en médico para satisfacer los deseos de su padre. Desde una estética casi costumbrista, la directora, incrementa la tensión interna del protagonista a medida que el relato avanza lentamente con la densidad que solicita el ambiente y el contexto pueblerino, donde viven los personajes. El odio, ante la hipocresía es evolutiva, la violencia es progresiva y por supuesto, en algún momento va a estallar. Alejada de la empatía y el tono semi humorístico de sus primeras dos ficciones, Murga, se encasilla más cerca del melodrama familiar y el thriller. Acaso el paso intermedio por el género documental le ha brindado cierta madurez temática y narrativa. Sin embargo, algo se ve forzado, impostado en el tono de la película. Y sobretodo, algo se ve anticuado en su forma de exhibir el conflicto. Como si la directora en pos de no repetirse, termina imitando al modelo de Martel y el resultado final es ambigüo. No se siente cercano ni a ella ni al público. La cámara toma un distanciamiento a medias de los personajes, que por un lado consigue mostrarnos que al protagonista le sucede “algo” interno, pero por otro no podamos tener empatía con el mismo. El laconismo y austeridad del actor Alián Devetac es contraproducente. En algunas escenas, su postura corporal y actitudes son convincentes, por momentos parecen forzadas. Un intérprete irregular, cuyo amateurismo contrasta con el de Daniel Veronese, su padre en la ficción, que pese a una sólida actuación, no termina por incorporarse al tono del resto del elenco que realmente parece más natural con el ambiente. Puede ser que haya sido algo buscado por la directora, el hecho de que un artista más ligado con un contexto urbano resalte más aún en un pueblo del interior, sin embargo hay algo de Veronese, especialmente su relación con Devetac, que hacen ruido, que no resulta convincente, como si fueran peces de dos ríos distintos. Muchos espectadores no perdonarán que la directora deje tantos huecos abiertos, que el relato parezca empezado y no terminara, que la medida que tome el muchacho contra su padre, sea un poco exagerada, teniendo en cuenta, los conflictos que vemos entre ambos. Sin embargo, a ojos de este redactor, todo eso es relativo. Hay mucho de la diégesis de la historia que no vimos ni veremos y se puede construir perfectamente en el imaginario. El recurso del fuera de campo narrativo es acaso lo mejor que tiene La Tercer Orilla. La información que brinda el guión sobre los personajes es la justa y necesaria. El personaje del padre, queda completamente villanizado, incluso en escenas que podrían no haberse incluido. La directora posa su mirada en el paso de la infancia a la adultez, de la maduración intelectual y sexual de los personajes. Eso se ve y está sólidamente planteado. El problema no surge por sus intenciones formales o por lo que transmite el guión, sino por su timidez a la hora de cómo narrar, de su indefinición estética, del poco compromiso audiovisual que tiene la directora con su guión. Esta austeridad cinematográfica, no se ve auténtica. Imita un modelo de hace 15 años que ya hizo otra persona. Y acá no hay lugar para la cita, el homenaje o la referencia. Acá surge la pretensión de seguir una formula ganadora, un cine “for export”, que triunfe fuera de la “industria” local. Y cuando la cabeza está puesta más en el resultado comercial – que desde el vamos parece resignado a triunfar en el mercado nacional – que en la realización propiamente dicha de un producto que guarde coherencia entre lo que se quiere contar y como contarlo, estamos ante un grave problema. Hace 15 años se perdonaba; ahora no.
El Botín de los Valientes George Clooney es un director de otra época. Una época en la que el cine se hacía en material en fílmico, donde los temas “importantes” estaban camuflados bajo géneros como el thriller o la comedia, donde los realizadores, eran autores, imponían una ideología, no dejaban de ser artesanos de la acción y aún así ponían el entretenimiento en primer lugar. Si Confesiones de una Mente Peligrosa tenía influencia del cine de Ronald Neame, Buenas Noches, Buena Suerte de Stanley Kramer y para Secretos de Estado se nutría del cine político setentoso de Alan J. Pakula o Sidney Lumet, en su quinta obra, Operación Monumento elige a aquellos realizadores que escondían un mensaje antibélico con obras inmortales de acción con mucho humor. John Sturges con El Gran Escape, Robert Aldrich y Los Doce del Patíbulo, o principalmente Brian G. Hutton y el díptico protagonizado por Clint Eastwood: El Botín de los Valientes, y Donde las Águilas se atreven. Todos clásicos de los sábados a la tarde. En este caso, el grupo de los Hombres Monumento, tienen la misión de encontrar, recuperar y devolver todas las obras de arte – pinturas y esculturas principalmente – robadas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y mientras esta misma se encuentra en su ocaso. Muy lejos de la estética cool y pop de Tarantino con sus Bastardos sin Gloria – que en realidad tiene menos de film bélico que de noir o western – Clooney evita muchos lugares comunes. Por ejemplo, decide no tomarse demasiado tiempo para mostrar el reclutamiento y entrenamiento de su grupo – liderado por él misma en una interpretación no muy diferente a la de Danny Ocean o el astronauta de Gravedad – así como sus protagonistas evitan internarse en tiroteos o escenas bélicas. La guerra estaba terminando y ni siquiera eran soldados, sino curadores de museos, arquitectos o directores teatrales. Stokes (Clooney) divide el grupo – más idealista que patriota – y de esta manera el film va abarcando varias subtramas que inducen a distintas relaciones. De esta manera quedan divididos el propio Stokes con un protector de arte británico que intenta recuperarse del alcoholismo – Hugh Bonneville – o un teatrista y un arquitecto que conforman una buddy movie independiente al conflicto central. La misma “extraña” pareja está conformada por Bob Balaban y Bill Murray – fetiches de Wes Anderson – quienes aportan sus dotes cómicos para darle más corazón que odio al film. Una pareja más desaprovechada es la de John Goodman y Jean Dujardin, quiénes cumplen con sus roles a pesar que su química está más forzada. Saliendo del perfíl bélico y entrando en el terreno de cine de espionaje bélico, encontramos a un restaurador de muros, intentando buscar el sitio donde los nazis guardaron la mayor parte de obras de arte a través de una ex agente de la Resistencia que trabajaba para un coronel nazi. Matt Damon y Cate Blanchett respectivamente, consiguen aportar un poco de romanticismo a un film que venía siendo bastante frío. Si bien el guión no depara demasiadas sorpresas, el tono más cercano a la comedia que al drama bélico solemne-reflexivo, estilo Rescatando al Soldado Ryan o La Delgada Línea Roja, convierten a Operación Monumento en un film ligero, liviano, divertido y entretenido. De hecho, la visión de la Segunda Guerra de Clooney se acerca más a la del Spielberg de Indiana Jones que a la de la película ganadora del Oscar protagonizada por Tom Hanks. Mucho esperaban que por los laureles cosechados con obras anteriores, Clooney realizara un film más ambicioso, pero Operación Monumento es lo que pretende ser. Un homenaje a los films de principios de los 60 que mezclaban humor y acción, donde se priorizaba tener personajes carismáticos, extraños, divertidos, con buena química entre ellos que un guión demasiado riguroso. Acá es más importante la camaradería que los conflictos internos, el patriotismo está visto, incluso, con una sonrisa y hasta los soviéticos son tomados con liviandad. Acaso el mayor lujo y, sin duda, el más importante legado que deja Operación Monumento es su espectacular banda sonora, que merece una mención aparte porque consigue levantar el tono de varias escenas que podrían ser intrascendentes. Alexandre Desplat – quién además tiene una actuación menor en el film – se inspira en las bandas sonoras de films bélicos de Elmer Bernstein, Lalo Schiffrin o específicamente Maurice Jarré y el leit motiv de El Día más Largo del Siglo, otra referencia al film, que tiene bastante similitud con el tema principal – en tono bastante “alegre” – al de Operación Monumento. Orientada a un público interesado en episodios no tan conocidos de la Segunda Guerra y al cinéfilo de la edad dorada de Hollywood, Operación Monumento es una fluida y simpática pieza del museo del cine, que nuevamente demuestra la destreza y sobriedad de George Clooney a la hora de dirigir y llevar adelante un relato clásico.
I’m So Excited ¿Alguien imaginaba 20 años atrás que Liam Neeson, el actor irlandés nominado al Oscar por su interpretación de Oskar Schindler se convertiría en un ícono del cine de acción? O sea, ya tenía antecedentes – Darkman, Bajo Sospecha, Rob Roy – pero realmente, hay que admitir que el actor de 61 años se sigue re inventando y manteniéndose tan vital como siempre. En Non Stop: Sin Escalas, se reúne de nuevo con el catalán Jaume Collet-Serra – Desconocido – para un nuevo thriller, que sigue el tono del anterior film conjunto. Ya alejado del género de horror que lo puso en el mapa – La Casa de Cera, La Huérfana – el realizador se anima a hacer un policial “vertiginoso” dentro de un avión. El resultado termina siendo bastante entretenido. Neeson interpreta a Bill Marks, un típico detective venido a menos por tragedias familiares: alcohólico, depresivo, tabaco-dependiente, etc. Nada original. Marks trabaja como sheriff encubierto de vuelos comerciales. Un perfecto antihéroe. En medio de un vuelo a Londres recibe un mensaje en el celular, donde le avisan que si no deposita 150 millones de dólares en un cuenta corriente morirá un pasajero del avión cada 20 minutos. La profecía se cumple, pero de una forma bastante impredecible. Durante el vuelo, Marks, no solo debe descubrir al asesino sino también demostrar que él mismo no es un asesino o secuestrador al resto de los pasajeros. En la línea del clásico de Agatha Christie, Crimen en el Expreso Oriente, mezclado con Aeropuerto, Pasajero 57, Momento Crítico o Turbulencia, Non Stop, es una propuesta que se disfruta mientras se mira, porque carece de bastante lógica y coherencia narrativa. Collet – Serra, a través de un montaje ágil y la ayuda de una intensa banda sonora le aporta suficiente dinamismo al film para no aburrir, y mantener el interés obligando al espectador que no razone demasiado acerca de la verosimilitud del relato. En la última media hora, se van rotando los sospechosos y la resolución para evadir los lugares comunes termina siendo bastante ridícula. El McGuffin decía Hitchcock es lo que menos le importaba y el director de Non Stop está bastante conciente de ello, por lo que decide explicar todo lo suficientemente rápido para que no se vuelva una distracción para el espectador. Influenciado acaso por el piloto que compuso Denzel Washington en El Vuelo, para Bill Marks, el viaje termina siendo una suerte de terapia de rehabilitación pero, el director decide usar la personalidad del protagonista solo como excusa para encasillarlo dentro de otro tópico hitchcokiano: el hombre equivocado. Los giros argumentativos bordean la ridiculez, y ciertos clisés y estereotipos del género – desde la típica niña que viaja sola en un avión con su muñeca hasta la muerte de uno de los pilotos – no hacen más que confirmar la vigencia que aun hoy tiene Y Donde está el Piloto? de los hermanos Zucker. Es claro, que lejos del típico patriotismo del cine estadounidense, al director le interesa, opuestamente, satirizar la paranoia post 11 de septiembre. Un argumento poco creíble no sería digerible sino fuera por un elenco sólido que aporta suficiente tensión para generar la empatía con el espectador. Liam Neeson, que después de Taken resulta un antihéroe perfecto, y Julianne Moore, consiguen trabajos dignos, más allá de que la química entre ambos – trabajaron previamente en Chloe – es bastante orgánica. Aun con excesos y ciertas situaciones forzadas, Non Stop es un viaje entretenido y visualmente atractivo. Hubiese sido más divertido, claro está, verlo a Liam Neeson entreteniendo a los pasajeros al ritmo de “I’m so Excited”, pero dejemos el número musical para cuando Almodóvar se haga cargo de la secuela. Mientras tanto, piensen poco y disfruten del vuelo.
Caballero del Zodíaco “¿Qué pasaría si las estrellas en realidad fueran personas? ¿O si fueran ángeles” con esta frase en off, comienza la primera película del guionista Akiva Goldsman en calidad de director. Repasemos los trabajos pasados de este ganador del Oscar: cuatro películas junto a Joel Schumacher, que incluyen dos aceptables adaptaciones de novelas de John Grisham – El Cliente, Tiempo de Matar – y las horribles secuelas de Batman con Val Kilmer y George Clooney.; cuatro colaboraciones con Ron Howard: las sobrevaloradas Una Mente Brillante – por la que encima ganó un Oscar – El Luchador, y las dos adaptaciones de las novelas de Dan Brown. Por último un subgrupo de cine fantástico que incluye dos pochocleras adaptaciones de novelas de culto como Soy Leyenda y Yo, Robot… o la pésima trasposición a la pantalla de la serie Perdidos en el Espacio. Digamos que los antecedentes no son el mejor terreno de Goldsman, pero siempre se puede caer más bajo, y Un Cuento de Invierno, sin duda es lo peor que Goldsman cayó. Bueno, Batman & Robin sigue siendo peor. Acá tenemos la historia de un hijo de inmigrantes deportados que llega a Nueva York a principios del siglo XX como si fuera Moisés adentro de un barco en miniatura. El niño, rebautizado como Peter Lake se cria en las calles como ladrón, y a los 21 años – sí, claro Colin Farrell tiene 21 años – se vive escapando de un “demoníaco” gangster que lo persigue sin tregua, que tiene el rostro del gladiador Russell Crowe. En medio de un robo a una mansión es interrumpido por una joven que se pasea en piyamas semi transparentes y está enferma de tuberculosis. La joven adinerada y el ladrón se enamoran, y podría ser el cuento de hadas perfecto sino fuera porque el demonio de Crowe lo sigue persiguiendo, aun cuando el mismo Lucifer – actor sorpresa – le pide que no pierda el tiempo. Después de una tragedia anunciada y una pelea desafortunada, Peter se cae al Río Hudson. Despierta amnésico y sobrevive a lo largo de 80 años – hasta el 2014 – gozando de una juventud eterna. Su única meta es hallar al amor de su vida, y conseguir un milagro. La joven adinerada y el ladrón se enamoran, y podría ser el cuento de hadas perfecto sino fuera porque el demonio de Crowe lo sigue persiguiendo, aun cuando el mismo Lucifer – actor sorpresa – le pide que no pierda el tiempo. Después de una tragedia anunciada y una pelea desafortunada, Peter se cae al Río Hudson. Despierta amnésico y sobrevive a lo largo de 80 años – hasta el 2014 – gozando de una juventud eterna. Su única meta es hallar al amor de su vida, y conseguir un milagro. Melodrama romántico fantástico, Un Cuento de Invierno tiene un tono de realidad mágica, que va acumulando cursilerías minuto a minuto. Acaso es tan autoconsciente el film de este detalle, que no termina molestando tanto como la suma de ridiculeces que el director pretende que sean vistas con cariño y terminen emocionando a los espectadores sensibles. Es que más allá de carecer de verosimilitud, carece de coherencia dentro del universo semi realista que Goldsman pretende hacer creer al espectador. Y sí, entre tanto delirio – que incluye un Pegazo volando por encima del puente de Brooklyn, las sobreactuadas y poco carismáticas interpretaciones de Farrell, Crowe, la cuasi desconocida Jessica Brown Findlay, William Hurt , Jennifer Connelly y Will Smith (que mala suerte, se me escapó el actor sorpresa) la moraleja sobre de los milagros que podemos brindar al mundo todos los días, los golpes bajos y sentimentalismo efectista – se termina por congeniar una absurda comedia inconsciente. La única manera de ver un film como Un Cuento de Invierno es como un producto bizarro y risible, dominado por un deus ex machina llamado Akiva Goldsman que realmente cree que está vendiendo caviar con champagne, cuando solo nos está convidando agua y pan. Aun cuando se la puede ver con simpatía por ser una propuesta delirante desde su concepción, inepta narrativamente y torpe en su realización, también hay que admitir que es una de las peores películas que se han realizado en Holliwood en los últimos años.
Copiado y Pegado La industria del cine cada vez apuesta menos al riesgo y va más a lo seguro. Son cada vez menos las propuestas cinematográficas originales que llegan a las salas comerciales y es preferible comprar fórmulas, que se repiten constantemente y tiene cada vez peor calidad artística. No es suficiente que Hollywood siga llenando las multisalas con más y más adaptaciones de cómics, mediocres novelas para adolescentes, secuelas y remakes innecesarias. Ahora también el teatro se proyecta en pantalla gigante. Y este redactor no hace referencia a las óperas y ballets que se estrenan en una cantidad limitada de salas. Eso es realmente una apuesta interesante y constructiva a nivel didáctico. La posibilidad de ver espectáculos que no están al alcance, en un pantalla, es más disfrutable que verlo en la pantalla chica del televisor. No, este redactor se refiere al estreno de obras escritas para el escenario y adaptadas a la pantalla grande, por artistas perezosos que no se toman el trabajo de pensar que posibilidades les da el cine para ampliar el universo transmite la obra. Como una cámara legitima un nivel de verdad, que a veces por la distancia y limitaciones espaciales del espectáculo teatral no se puede apreciar en un escenario. Sin embargo, los encargados de llevar a cabo la trasposición prefieren reposar todo en el “talento” de sus intérpretes y ser perezosos a la hora de escribir y/o filmar lo que la obra transmite en forma subliminal, el subtexto de lo literal. Cuesta comprender como el actor y guionista Julian Fellowes, responsable de haber escrito la película Gosford Park y la exitosa serie Downton Abbey haya sido tan perezoso a la hora de adaptar esta versión de Romeo y Julieta, limitándose a hacer un copiado y pegado, y no una relectura del clásico de Shakespeare tantas veces adaptado. Posiblemente, resulte casi original que teniendo en cuenta que la última versión cinematográfica haya sido la de Baz Luhrman en la edad contemporánea con unos jóvenes Leonardo Di Caprio y Claire Danes, sumado a versiones camufladas que siempre andan dando vueltas, se pretenda regresar a las fuentes originales y llevar la historia de los hijos de Capuleto y Montesco de nuevo a la Verona del siglo XVI. Sin embargo, la pésima dirección de actores, y fundamentalmente, la pésima elección de algunos actores como el inexpresivo muñeco de torta, Douglas Booth, imposibilitan que el film se pueda tomar demasiado seriamente. Si en un escenario puede ser perdonable la declamación, en cine, a menos que tengas un Orson Welles, Laurence Olivier o Kenneth Branagh delante y detrás de cámaras, debería estar prohibido. Y menos con esta obra, que para los grandes fanáticos de Shakespeare es considerada como menor dentro de la bibliografía del autor. Por algo, ninguno de los tres mencionados hizo una transposición a la pantalla. El italiano Carlo Carlei, cuyos antecedentes cinematográficos se limitan a mediocres miniseries y películas para televisión, y el melodrama infantil Fluke a mediados de los ’90, en primer lugar tiene poca imaginación para sacar la obra de la representación escénica. No hay una sola escena que consiga brindar un poco de tridimensionalidad a las situaciones que viven los personajes. La fidelidad con que se recitan los textos y el poco corazón y emoción de parte del elenco brindan al relato una constante sensación de artificialidad, sumado a que muchos de ellos, algunos notables intérpretes como Paul Giamatti o Demian Lewis, están al borde del grotesco con trabajos sobreactuados y desbordados. La fotografía plana – todas las escenas, incluso las nocturnas están demasiado iluminadas, no hay contrastes prácticamente – escenografías que se alternan entre hermosos paisajes naturales con estudios cuyo decorados parecen pintados, exhiben una pobreza de producción alarmante. De nada sirve un elenco de nombres “relevantes” y caras bonitas, si no se ponen ganas a la hora de trabajar. Si todo es forzado, si se apuesta a la fórmula más que a construir un mundo, una puesta en escena. Falta corazón y alma. Si de Agosto, decíamos que era “teatro filmado”, acá debemos afirmar que es teatro leído sin emociones, lo que hace que la película sea densa e interminable. Lo cual resulta absurdo, teniendo en cuenta que está orientada a un público adolescente, teniendo en cuenta la edad de su protagonista que iguala a la del personaje. Nunca se eligió actriz más joven para interpretar a Julieta. La excelente protagonista de Temple de Acero (2010), Hailee Steinfeld – junto a la veterana Lesley Manville – sobresale un poco de la mediocridad del elenco, pero se nota, que una pésima dirección de actores también pueden perjudicar el esfuerzo individual. Esto queda denotado especialmente en la poca química que hay entre Romeo y Julieta, y la poca sensualidad que transmiten a la cámara, en parte también porque Steinfeld todavía conserva un rostro demasiado preadolescente para considerarla interés romántico de este Romeo veintiañero. Obviamente, la tensión sexual entre ambos es nula. La banda sonora a cargo de Abel Korzeniowski intenta incrementar la tensión del relato forzosamente y a la vez rememorar el inolvidable leit motiv que compuso Nino Rota para la clásica versión de Franco Zeffirelli de 1968. Obviamente, no lo logra. ¿Por qué? Porque cuando uno copia y pega un texto, no está escribiendo, no está construyendo arte, simplemente está haciendo una reproducción, una clonación, un androide. Romeo y Julieta de Carlo Carlei es eso, un androide, a simple vista, efectivo, pero en la esencia, sin vida. Volvé Zeffirelli, te perdonamos.