Sangre y mujeres frescas para adolescentes No deberían hacerse comparaciones. No me gustaría ser uno de eso cinéfilos que solo resaltan las versiones originales de las películas (aunque la semana pasada no quedó otra que elogiar la remake de Temple de Acero sobre la original de 1969). Por lo tanto lo que va a seguir a continuación es solamente un mero recordatorio para las nuevas generaciones, que no siempre lo bizarro estuvo asociado a la mutilación gratuita, los baños de sangre y cuerpos femeninos al desnudo, como sucede en esta nueva versión de Piraña. Hubo un tiempo, en el que los jóvenes cineastas buscaban el cine independiente clase B de terror o bizarro para proliferar su mensaje político – social. Tipos pensantes, reflexivos, inteligentes, que se habían criado acaso viendo cine fantasioso y/o de ciencia ficción como Joe Dante o John Sayles necesitaban un medio de expresión que se alejara de los grandes estudios. Por lo tanto buscaban al productor más transgresor que existe en Hollywood, y al que al menos un 70% de los productores, directores y guionistas más poderosos de la “meca” del cine, le deben casi todos sus conocimientos. La escuela de Roger Corman, fue la gran formadora de cineastas que aprovechaban los (cortos) recursos económicos para realizar sus primeras obras, pero además, Corman, fomentó el cine de autor, y sobretodo, el cine revolucionario, transgresor. Y Piraña (1979) con dos jóvenes que habrían de dedicarse durante el resto de su filmografía a denunciar las tácticas militares (Dante) o los abusos sobre los inmigrantes y la contaminación ambientan en Estados Unidos (Sayles), sería uno de los ejemplos más claros, de cómo el cine de terror, puede ser un interesante vehículo para llevar un mensaje político, incluso utilizando el humor negro y toneladas de sangre. Acaso, el prometedor director de cine de “terror” francés, Alexander Ajá (Alta Tensión) le tiene miedo a la política o la denuncia social, o simplemente quiso homenajear al cine de animalitos marinos asesinos (Tiburón, Cocodrilo, Orca, Piraña), sin demasiadas pretensiones, por lo que llevó esta adaptación al extremo del producto vacuo y banal, pensado exclusivamente para adolescentes sedientos de sangre y sexo, demasiado influenciados por el cine de Rodríguez, Tarantino y Roth. Si la original ya contenía una premisa similar a Tiburón, Aja, simplemente decide tirar toda la carne al agua: no solamente la premisa es la misma, sino que también las subjetivas de los peces, algunos planos emblemáticos (como un travezoom), y hasta aparece un actor, vestido igual y cantando el mismo tema de la película original de Spielberg. El propósito del francés fue muy simple: ser descarnado hasta la médula… en el sentido más literal, y crear un baño de sangre, tripas, desmembramientos, descuartizamientos… para los estudiantes de anatomía será una experiencia placentera, sin dudas. La acción transcurre en un pequeño pueblo que vive del turismo veraniego en el lago. La cuestión es que en el medio del Festival de Tetas y Culos a orillas de la playa, suceden dos eventos paralelos. Por un lado, un director de cine porno lleva a un par de actrices, el hijo de la alguacil y la chica que le gusta a éste a un crucero para filmar escenas eróticas subacuáticas (como dijo Juan Fernando Lima, el ballet acuático al desnudo es uno de los puntos más altos). Por otro, el lago, sufre un sismo, se abre una grieta y ups, salen de su escondite miles de pirañas prehistóricas ávidas de carne humana… especialmente de chicas jóvenes con siliconas. El resto es un festín de carne, sangre y desnudos. Todo, de manera tan gratuita, absurda y exagerada, que es imposible tomársela en serio en algún momento, y se nota que Ajá nunca tuvo la intención de hacerlo… pero ¿era para tanto? O sea, me gusta el gore, me gusta el terror y admito que la tensión está bien creada, pero Ajá quiso ser mucho más gráfico que el propio Eli Roth. De hecho, en sanguinolencia lo pasa por encima (a niveles muy literales) y más allá de los estereotipos, lugares comunes, clisés, etc, hay una seria preocupación por demostrar que casi todas las mujeres que van a ese lago, parecen sacadas de video clips de principios de los 90, de “Baywatch” o de alguna porno grasosa filmada por Michael Bay. Vamos… se puede hacer una película de terror, respetando un poco más a las mujeres. Pregúntenle a Carpenter o Romero sino. Y ellos además filtran sus mensajes políticos, su ironía, su brazo izquierdo de la manera más trasgresora posible. Pero Ajá ha adolecentizado una obra que debería tener otro tipo de propósito. Como ya dije, no debería hacer comparaciones, ya que las metas de los cineastas jóvenes de los 70/80 y los de ahora son diferentes. Antes, el modelo era Corman, ahora es Jerry Bruckheimer, y así llegamos a esto. Lo admito. Piraña me divirtió, y mucho por momentos. Tiene momentos muy inspirados. Los efectos son muy buenos, la puesta de cámara y la fotografía videoclipera van acorde a toda la estética buscada. Pero detrás no hay mucho más… El efecto 3D aporta poco y nada. Algunos planos se notan que fueron hechos, simplemente, para que el espectador tenga algunos objetos justo enfrente de su vista, pero no está bien realizado ni aprovechado el “adelanto” más buscado de la nueva década. No impacta demasiado. Los cinéfilos se regocijarán con los homenajes a las películas del género y disfrutarán viendo a Elizabeth Shue junto a Christopher Lloyd dos décadas después de Volver al Futuro II, especialmente porque el personaje de Lloyd habla de forma similar al Doc Brown. Idem con Richard Dreyfuss o Jerry O’ Connell más cerca de los desatados mujeriegos que encarnaba a mitad de los ’90, que de los detectives y policías que personificó en televisión. Con más ideas audiovisuales que narrativas, Piraña 3D es un mero entretenimiento que no se puede comparar con la original, aún cuando, seguramente tendrá destino de culto. Buen provecho.
Canción de Cuna para un Cadáver Lo admito, no esperaba tanto de parte de Aronofsky. Hace mucho tiempo que se viene hablando de El Cisne Negro pero, sinceramente, me parecía que debía de ser una de esas obras sobrevaluadas por la crítica, que había impresionado a espectadores sensibles, una película manipuladora y demagógica, impactante, pero superficial. Aronofsky no es precisamente el rey de la sutileza y, aunque los micromundos que arma no carecen de interés, a veces su imaginación es desbordante. Tras ese ejercicio fílmico hecho con dos pesos llamado Pi, donde exponía la paranoia matemática y la enfrentaba contra la ortodoxia religiosa, Aronofsky es considerado como un tipo extremo. Esto se confirmó con la amada/odiada Réquiem para un Sueño, una fábula moralista de extremo efectismo acerca de las adicciones. El amor a nivel existencial lo llevaron a crear ese producto metafísico llamado La Fuente de la Vida (que admito, no vi completa) y, por último, nos trajo el mayor testamento cinematográfico de Mickey Rourke, El Luchador, en donde lo visceral y lo sentimental iban de la mano, pero esta vez con mayor coherencia, equilibrio dramático y ninguna pretensión estética. A pesar de la violencia y la carga emocional, esta era acaso su mejor obra, aunque también es cierto que parecía que Aronofsky había tomado distancia y necesitaba finalmente una donde podría comprimir lo mejor de El Luchador con lo mejor de las anteriores (todas tienen lo suyo, especialmente a nivel estético) y no hacer un producto solamente para ganar premios. El Cisne Negro es acaso, en este sentido, su obra menos pretenciosa porque no cae en el sentimentalismo de El Luchador o La Fuente de la Vida y tampoco en el efectismo moralista de Réquiem. Con El Cisne Negro mezcla la paranoia de Pi con la crudeza del entrenamiento extremo de El Luchador y las alucinaciones de La Fuente y Réquiem. En conclusión, es la obra que mejor resume su filmografía e identidad cinematográfica y por fin lo define como un autor consolidado. Pero más allá de este punto, lo más interesante es que Aronofsky nos devuelve a los cinéfilos un tipo de cine que se encontraba perdido: el del terror psicológico con estética y mirada sesentona y setentosa. Es reencontrarse con el mejor Polanski, De Palma, Aldrich o Friedkin. No es necesario tener mucho presupuesto para saber asustar y entrar en tensión. Sino un buen personaje protagónico y sus obsesiones. De esta manera, el mundo en el que vive Nina, que bien puede ser y es el nuestro, se transforma en una gran pesadilla, donde empezamos a dudar de la coherencia mental de Nina y de nosotros mismos. De su ojo y el de ella. Con pocos escenarios, el director construye climas y se centra en la paranoia de la protagonista. No es difícil vincular a Nina con la Catherine Denueve de Repulsión o la Mia Farrow de El Bebé de Rosemary. Y que el mundo que la rodea sea el propio infierno imaginado por Friedkin en El Exorcista. El tono, por momentos seudo documental, con largos planos secuencias siguiendo a Natalie Portman por pasillos (al estilo de los hermanos Dardenne) y por el departamento típicamente neoyorquino (donde podría vivir Woody Allen), demuestran una meticulosa idea estética de recuperar climas reales, que nos son accesibles, reconocibles, pero se desvirtúan en espacios claustrofóbicos e infernales. No hay dudas de que todo sucede en la cabeza de Nina pero también es cierto que el director engaña bastante, y todas las escenas de tensión tienen un in crescendo impresionante. Todos los excesos están justificados desde la obsesión de la protagonista de ser la única, la mejor y, al mismo tiempo, no perder a su propio cisne blanco al tratar de convertirse en el cisne negro. Esta metamorfosis que sufre Nina, completa y honestamente inspirada en la que sufre el personaje del ballet, es como la transformación de Jeckyll a Hyde, solo que esta vez la droga de por medio no es tanto química como sexual. Aronofsky se burla de su protagonista llevando a una frágil Natalie Portman del extremo más puro (con una asombrosa voz de nena) a la completa oscuridad. Portman, que admito, nunca llegó a convencerme del todo de que era una gran actriz, me hizo comer todas las palabras. Es realmente asombrosa su interpretación. Desde lo físico hasta lo psicológico y emocional se trata de un trabajo de una gran complejidad, un “tour de force” pocas veces visto en el cine últimamente. El personaje está rodeado de espejos que le devuelven caras interiores que a veces es mejor no contemplar. No solamente el uso de los espejos como elementos narrativos es ajustado, sino también a nivel estético, Aronofsky pone en uso todos sus conocimientos plásticos. Pero además, los espejos también son los cuatro personajes que la rodean: Thomas, el seductor y malicioso director, interpretado maravillosamente por el carismático Vincent Cassel, emulando un poco a Bob Fosse y quizás al propio Aronofsky, con Lily (sorprendente desenvolvimiento de Mila Kunis en el drama), la demoníaca compañera / competidora de Nina y especialmente con su desilusionada y también obsesiva madre, en la piel de una Barbara Hershey que parece una reencarnación de la Piper Laurie, madre de Carrie. Esta película, sin duda, es con la que El Cisne Negro comparte mayores similitudes en lo formal. Recordemos que en dicha obra el sexo, la sangre y la transformación de una adolescente virgen a una mujer adulta desquiciada son el tema central. En El Cisne, la autoflagelación y el despertar sexual tardío también tiene un peso fundamental. El trío Heyman/Heinz/McLaughlin conforman un guión extraordinario desde lo formal: cada sub trama pasa por la protagonista. Y no es solamente un thriller sino también una denuncia: a la presión, al perfeccionismo, al maltrato corporal que las jóvenes pasan para “triunfar”. Todo por un sueño. Un maltrato que no solamente pasa por el personaje de Nina, sino también por su predecesora, Beth (pequeño pero soberbio regreso de Winona Ryder). El Cisne Negro es rica por todas las sub lecturas que permite, porque en la meticulosa puesta en escena se pueden descubrir detalles escabrosos, porque absolutamente cada aspecto cinematográfico está confinado a construir una trama, una tensión que no dan respiro. La banda sonora de Clint Mansell es prodigiosa; usando como base la verdadera partitura de Tchaikovski, construye una danza macabra. La fotografía de Libatique se va modificando escena a escena. La locura de Nina se apodera de la estética pero no toma suficiente protagonismo para sacarnos de la cabeza a un personaje enfermizo que nos transmite amor y odio a la vez. Esta mañana, Tomás Luzzani me hablaba de El Camino de los Sueños y a mí se me cruzaba por la cabeza también El Club de la Pelea y El Abogado del Diablo como ejemplos recientes. Y sí, hay de todo eso en El Cisne Negro, pero también hay ingredientes nuevos. Aún cuando algunos elementos narrativos parezcan predecibles, algunas metáforas, obvias y redundantes, la construcción del personaje y su obsesión justifican cada uno de los desbordes que en otro contexto resultarían fastidiosos. Es raro poder afirmar tan inmediatamente que estamos frente a la presencia de un clásico que va a ser visto y revisto. Que será objeto de estudio acerca de la construcción de un personaje en cada área (dirección, guión, actuación, producción, efectos especiales, arte, foto, sonido), que amerita analizar un fenómeno sociológico, que tiene tantas influencias cinematográficas como teatrales, que nos pone a pensar sobre el lugar del sexo en nuestras vidas… Además, la estética es tan hermosa y emocionante que todo aquello que vimos recientemente queda minimizado ante el gran trabajo de puesta en escena que hace Aronofsky. No se queden con las apariencias nomás. No se queden con el terror solamente. Acá estamos frente a un fenómeno distinto que pocas veces se puede apreciar en la pantalla grande. Entre la malicia, la ironía, el terror y la crítica al arte (lo cuál lo emparenta al mejor Robert Aldrich, en Que le Pasó a Baby Jane), Aronofsky me ha sorprendido gratamente. Se consolida como uno de los mejores autores contemporáneos y, de paso, nos brinda una fábula maestra, tan inmortal como “El Lago de los Cisnes”.
Al Servicio Secreto de su Majestad Durante mi infancia fui durante varios años a fonoaudióloga. Diversas profesionales médicas que me daban ejercicios para mejorar mi dicción. Nunca fue algo demasiado divertido y mucho menos lo era llevar tareas a casa. Imagino que para un rey treintañero debía ser mucho peor. Pero la historia de Jorge VI, rey de Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial, y padre de la actual Reina Isabel, fue real. Y no era un problema de dicción sino de tartamudeo. La cuestión es que dicha historia no hubiese trascendido sino fuera que a Jorge, cuando era príncipe, le temblaban las piernas, y la voz cada vez que tenía que dar un discurso. Por lo tanto, su esposa, la princesa, se puso en marcha para buscar un fonoaudiólogo prestigioso que ayudara a su marido a “corregir” su tartamudeo, especialmente porque se veía venir que debido a que el rey Jorge V estaba muy enfermo, y el hermano mayor de Jorge VI, David, iba a rechazar la corona por no querer separarse de una mujer estadounidense divorciada (ningún rey se puede casar con una mujer divorciada), Jorge VI tenía que ser el heredero natural del trono de Inglaterra. De esta forma, llega a Lionel Logue, un actor, locutor y fonoaudiólogo autodidacta proveniente de Australia, que vive en el sótano de viejo edificio de Londres, donde pone en práctica sus clases con métodos poco usuales. Esta historia llego a la manos del director Tom Hooper, gracias a su madre que escuchó el relato en una reunión de jubiladas. Hooper, que ya tenía ciertas conexiones en el mundo del cine, a pesar de no ser demasiado reconocido aún se la acercó los hermanos Weinstein e incluso el actor Geoffrey Rush quiso formar parte del proyecto. Y así, como un cuento de hadas comienza, El Discurso del Rey. Hooper, que ya venía obteniendo reconocimiento gracias a algunas películas y miniseries para televisión (John Adams, Longford, Elizabeth I) se hizo notar hace un par de años en cine gracias a la película The Damned United (acá se puede encontrar en DVD como El Nuevo Entrenador), sobre la historia real del entrenador que sacó campeón al Leeds United 30 años atrás, cuando estaban en su peor momento futbolístico. También había tenido buenas reseñas un film Indie que hizo en Estados Unidos con Hillary Swank, Red Dust, su ópera prima, que lamentablemente no tuvo mucha difusión. Lo que queda claro es que Hooper es un director que está para grandes cosas. Todas sus obras son biografías o películas históricas, de esas que se llevan todos los premios. Por supuesto, hay que saber hacerlas bien, ¿pero existe una identidad cinematográfica detrás? Admito que todavía no vi las anteriores obras de Hooper, aunque varias veces estuve tentado por ver The Damned United. El Discurso del Rey me hizo suponer que se trata de un director de la buena vieja escuela inglesa. Un hombre capaz de convertirse en un David Lean contemporáneo si se lo propone. Elegante en su tratamiento, con influencias del teatro, visualmente atractivo, prefiere los planos secuencias, las escenas largas con planos fijos y no un montaje videoclipero como sus contemporáneos Guy Ritchie o Danny Boyle. Estamos sin duda frente a un hombre que se crió viendo cine de autor. La elección de decorados con paredes infinitas, lentes con gran profundidad de campo, (mérito compartido con el director de fotografía Danny Cohen), angulaciones picadas y contrapicadas, manejo de grúa en interiores, demuestran una gran influencia visual de Orson Welles. Las escenas más intimistas entre los protagonistas parecen sacadas de un film de Laurence Olivier, y no parece casual que Lionel Logue cite, lea e interprete a Shakespeare continuamente. El extremo clasicismo de Hooper detrás de cámara es elogiable y siempre me entusiasma que cineastas relativamente jóvenes revean la historia del cine para construir sus obras. El problema de El Discurso del Rey es que el guión de David Seidler, es demasiado convencional, correcto y previsible. Sí, los personajes de Jorge y Lionel están muy bien desarrollados, pero el resto de los secundarios son demasiado superfluos. Las escenas donde Lionel debe entrenar a Jorge, son las más interesantes, ya que tanto Seidler como Hooper le aportan una calidez y humor típico english que permiten que el relato se escape del melodrama y la solemnidad, que se infiltre una buena dosis de ironía en mostrar como un príncipe o rey se debe “rebajar” en categoría social para ir a la zona más industrial de Londres para tomar clases de locución, metiéndose en diminutos ascensores, y viéndose “burlado” por un australiano que ni siquiera tiene título médico y fracasa cada vez que asiste a un casting para una obra de teatro. La primera hora, de hecho, es por demás interesante e irónica. Lionel no puede interpretar a un rey “deforme” como Ricardo III pero debe entrenar a un verdadero aspirante a la corona que tiene una “enfermedad” física. La precisión en la interpretación, el meticuloso trabajo físico y emocional, del gran y versátil Colin Firth (merecido ganador de todos los premios) se enfrenta con la simpática, natural, ágil performance de un notable Geoffrey Rush que no oculta sus influencias clownescas. En estas escenas juega un rol fundamental el acompañamiento de Helena Bonham Carter que se desenvuelve con gran tranquilidad por el escenario con un personaje que, lamentablemente, no tiene tanto desarrollo como el que tienen ambos protagonistas, pero la categoría y madurez interpretativa de la esposa de Tim Burton, le aporta mayor verosimilitud al relato. También es divertida la crítica a la influencia de la figura eclesiástica dentro de las monarquías. Cada escena en la que se enfrentan Jorge o Lionel con el Arzobispo son un lujo gracias a la interpretación del GIGANTE, Derek Jacobi. Sin embargo, cuando la historia se empieza a centrar en el “drama familiar”, la muerte del rey (5 minutos maravillosos de Michael Gambón), la abdicación de David (muy bien Guy Pearce), la película toma un tamiz telenovelesco que le dan un perfil más cercano a las biopics con pretensiones emocionales que se realizan para televisión, que al interesante relato épico, pero centrado en personajes y actuaciones que venía llevando. Esta vuelta narrativa sirven para que los protagonistas se reconcilien y al fin el rey pueda dar su discurso. Aun con esta media hora de más, la película retoma el ritmo y la ironía en sus escenas finales, y por lo tanto el resultado final es bastante agradable. Con un perfeccionista trabajo de arte, vestuario, fotografía, montaje, sonido (prestar atención como suena cada espacio, muy buen diseño de ambientación), El Discurso del Rey es una película “importante”, pretenciosa y sentimentaloide, políticamente correcta, donde no se crítica ni se burla del monarca, ni la monarquía en sí (como lo hacía La Reina) o que humaniza del todo al protagonista (en las dimensiones de la María Antonieta de Coppola), pero se ubica en un terreno respetuoso, demostrando que la familia “real” debe seguir en el trono de Inglaterra, y que los reyes también tienen sentimientos (en la línea de La Joven Victoria, pero con menos preciosismo visual). Hooper no se anima a transgredir, y así mismo le falta un poco de personalidad para salirse del guión de Seidler y demostrar un poco de rebeldía. Sí, en cuanto a reconstrucción histórica, la película contiene numerosos puntos de interés, mostrando el contexto político/social de la etapa entre guerras, el ascenso de Hitler, la amenaza de las tropas germanas en la capital inglesa, la participación de Winston Churchill (muy buena participación de Spall), etc. Pero todos estos elementos le agregan una cuota de solemnidad y frialdad, que en principio, no necesitaba. El Discurso del Rey, es la típica película de la temporada de premios, y seguro se llevará varios. Su director es la gran promesa del Reino Unido, pero particularmente opino que todavía está un poco tímido, tartamudea a la hora de dirigir. ¿Necesitará de una fonoaudióloga para demostrar que tiene una buena voz?
El Cine Recobra Vida Hacía mucho tiempo que no vivía una verdadera experiencia cinematográfica. O sea, con los avances de los efectos especiales y la creación de paisajes generados por CGI, siento que se ha perdido el espectáculo de ver escenarios majestuosos, que justifican la diferencia entre ver una película en una sala, y en un living. Las pantallas son cuadradas. El cinerama, el formato panavisión, han desaparecido. Ahora uno puede tener su propio proyector con Blu-Ray, en su propia casa y no difiere mucho de ver una obra, acompañado por cientos de extraños frente a una pantalla gigante con sonido extraordinario, que sale por cada hueco de la sala. Esta costumbre, impuesta por los avances tecnológicos para el formato hogareño (llámese Home Theatre), junto con la calidad de los nuevos discos y reproductores, sumado a que gracias a la piratería, es mucho más cómodo quedarse en el hogar viendo las mismas películas que pasan en las salas, ha provocado también la devaluación de los géneros épicos. Así como el espectador prefiere hacer una salida completa sin salir, los productores y directores crean escenarios sin salir siquiera de una isla de edición. El fenómeno de Avatar ha demostrado que ni siquiera hace falta crear decorados pintados a mano. Todo se genera mediante una computadora. Y lo irónico es que todavía existen paisajes inexplorados por las cámaras que merecen ser reconocidos en pantalla grande. Es la vagancia de la imaginación, la paja financiera de no correr riesgos para viajar a tierras hermosas, donde la naturaleza sigue demostrando que es más sabia que el hombre. Y no es necesario crear una Ben Hur o una épica de David Lean, al estilo Lawrence de Arabia o Dr. Zhivago, para disfrutar de estos maravillosos paisajes. El mayor tributo que le ha dado el cine estadounidense al mundo es el western. El que ha visto los clásicos épicos de John Ford filmados en Monument Valley o los paisajes españoles que simulan ser la frontera mexicana en los spaghetti westerns (especialmente los de Leone o Peckinpah) sabrá muy bien de lo que hablo. El paisaje es un personaje más, que influye en cada historia, en cada personaje, en las transformaciones psicológicas y físicas que los personajes sufren a lo largo de las historias. El oeste es un lugar donde confluyen el desierto más árido con espesas zonas montañosas, donde nieva durante casi todo el año. Por lo tanto, si el o los directores tienen un poco de instinto y un gran director de fotografía, sumado a una buena historia, podemos estar hablando de un gran espectáculo cinematográfico. Lamentablemente, después del spaghetti western, que vino a cubrir las ausencias de Ford y Hawks detrás de cámaras, que le abrió paso a lo mejor de Peckinpah, etc, el género empezó a morir. A excepción de algunos destacados trabajos de bajo presupuesto, de los pocos westerns estrenos desde los ’80 hasta la fecha podríamos resaltar cinco como mucho: Silverado de Lawrence Kasdan, Danza con Lobos de Kevin Costner, El Jinete Pálido y Los Imperdonables del maestro Clint Eastwood… y ahí paramos de contar. Algunos como la remake 3:10 a Yuma, zafaban. Tommy Lee Jones hizo un trabajo interesante con Los Tres Entierros de Melquiades Estrada, pero era una historia contemporánea y muy independiente. Por lo tanto, hace tiempo que el género pedía una revancha. Y los hermanos Coen han logrado un gran mérito por partida doble con esta remake: por un lado, nos han devuelto un western fordiano en su mejor concepto y, por otro, aportaron una inyección de verdadera espectacularidad al cine… como en los viejos tiempos. El Gallo Vuelve a Pegar su Grito Basada en la novela de Portis, la película de 1969 del experto Henry Hathaway cobró notoriedad no por su originalidad sino porque le devolvió a John Wayne una imagen épica que había perdido un poco desde que dejara de trabajar con Ford o Hawkes. Este ex sheriff hosco, duro, con parche en un ojo, que debía cuidar a una adolescente y cumplir con el pacto de vengar el asesinato de su padre, le aportó un poco de humanismo al estereotipado personaje que venía haciendo hacía tiempo, también a las órdenes de Hathaway. Sin embargo, durante el rodaje de Temple de Acero, se supo la triste noticia de que el “Duke” tenía cáncer. Acaso por miedo de no poder reconocerle el aporte artístico y épico que le brindó al cine, la Academia de Hollywood se apuró en darle un Oscar al Mejor Actor Protagónico por Temple de Acero. Si bien era una interpretación modesta e interesante, estaba lejos de la soberbia o la profundidad que había logrado con otros y mejores trabajos como La Diligencia, Fuerte Apache, La Legión Invencible, Más Corazón que Odio, El Hombre Quieto o Un Tiro en la Noche. Todas de John Ford. Lo que era inimaginable era que los Hermanos Coen, que ya habían amagado con el género en Sin Lugar para los Débiles, pudieran logran una obra majestuosa, iluminada, reflexiva, elegante, encantadora, soberbia, trascendente, con los tintes crepusculares de los últimos trabajos de Ford y Eastwood, con una novela que nunca fue demasiado reconocida. La magia de los realizadores de Barton Fink radica en su amor por el cine, el instinto para elegir actores, transformar vaqueros implacables en miserables adorables… y principalmente no perder su personalidad autoral, no dejar de lado el patetismo y negativismo que caracteriza a su obra, cierto surrealismo y su impecable puesta en escena. Desde el primer plano notamos que se trata de un film de los Coen. Al igual que en su última obra, Un Hombre Serio, la imagen no es nítida sino difusa, como un vago recuerdo que va a apareciendo de a poco en la memoria o un sueño que empieza a tomar forma. En las penumbras y cubierto por una fina nieve, típica de los Coen (los directores utilizan la nieve como elemento metafórico y lírico para simbolizar el tiempo y cierto grado de nostalgia), aparece un cadáver. Nos enteramos de que se trata del padre de Mattie Ross porque la escuchamos narrar la historia con el típico acento sureño, lento, pausado, que caracteriza a cada uno de los personajes Coen. Lo que sigue es una película atractiva, que se detiene 20 minutos en presentar a los tres protagonistas. El héroe es Rooster Cogburn, un caza recompensas borracho, con moral propia, interpretado por un Jeff Bridges que todavía no se pudo sacar de encima al Dude Lebowsky, ni al cantante de Loco Corazón y compone este héroe cansado con un encanto como solo él le puede aportar, sin un solo rasgo que recuerde al Duke, lo cual demuestra que tanto el intérprete como los Coen se quieren alejar del mítico film de 1969 y de la leyenda de Wayne. Pero la verdadera heroína es Mattie Ross, una joven impulsiva y valiente de 14 años, que resulta un milagro interpretativo en la piel de la ascendente Hailee Steinfeld. La madurez y solidez con la que Steinfeld se mueve y expresa con total naturalidad delante de la cámara hacen dudar que tenga, en verdad, 14 años y no se trate de una actriz veterana en cuerpo de niña. Hailee provoca que nos olvidemos completamente de Kim Darby, quien hiciera el mismo personaje con 22 años. Su porte se acerca más al de Katherine Hepburn en El Alguacil del Diablo (la secuela de Temple) que a la del original. Por último, tenemos al Texas Ranger, LaBeuf, quién podría ser el galancito, pero con Matt Damon se transforma en un desagradable personaje que acompaña a la pareja protagónica. El resto de los personajes son tonto, feos, sucios, malos. Uno termina sintiendo compasión por la brutalidad y falta de inteligencia de los villanos. En la original eso no sucedía. Los villanos eran criminales de temer. Estos son patéticos pero creíbles, al punto que resultan más caricaturescos los héroes que los malos. Esta es otra marca Coen. Pero lo que agranda la película es la intención que tuvieron los autores con cada escena. No hay una sola que no esté en la película original pero, en cambio, los realizadores le aportan un misterio y misticismo que la acercan a un cine más de autor, con encuadres que no dejan de homenajear continuamente a John Ford (Tarantino empachado), así como escenas de una violencia cruda, brutal, que bien podrían integrar un film de Peckinpah, o planos surreales, oníricos incluso, que bordean lo grotesco y tienen un gran carga lírica. Tampoco falta el humor negro, pero esta vez más contenido, con suficiente equilibrio para que el film no se vuelva solemne. Y la película es también aventura, tiros, un romance platónico sugerido entre Rooster y Mattier. Entretenimiento puro. Los Coen han creado la obra más accesible y, a la vez, más profunda y memorable de toda su filmografía. Entre crepúsculos, los personajes cabalgan con un poderoso aura, y Roger Deakins, a cargo de la fotografía, se encarga de darle una belleza inagotable al film, enfatizado por una emocionante y recargada banda sonora de Carter Burdwell en la que se escuchan ecos de Max Steiner o un Ennio Morricone, así como baladas típicas de fines del siglo XIX. La única diferencia con la original es que esta Temple tiene un necesario epílogo típico de John Ford que rinde tributo a los héroes de pistola. Algunos recordarán el emotivo final de Un Tiro en la Noche (también conocida como El Hombre que le Disparó a Liberty Balance, 1962). Los Coen nos devuelven esa magia antológica, de acaso la última y mejor obra que dejó Ford para la posteridad. Con más corazón que odio esta vez, los Coen nos regalan una obra clásica, maestra. Una clase de dirección, de autoría. Yo siempre admití que solo me emociono cuando veo un buen western de Ford, Hawks o Leone. Afirmé que el western fue el mayor tesoro que dio el cine estadounidense al mundo. Los Coen me hicieron emocionar una vez más y confirmaron nuevamente no solo otra muestra de su capacidad y talento, sino que el legado del western es inagotable… vive. Solo hace falta que alguno tome las riendas y cabalgue hacia la luz del cinematógrafo.
No Contaban con mi Astucia “Kato, si nos comportamos como héroes normales, los malvados sabrán que vamos atrás de ellos y nos estarán esperando, pero si somos un poco malos y nos hacemos notar por eso, entonces no sabrán que esperar de nosotros. ¿Entendés? ¿Qué se podía esperar de una adaptación de “El Avispón Verde” a cargo de los tipos que escribieron comedias post adolescentes como Supercool o Pinneapple Express? ¿Qué pensaría George W. Tendle, creador del personaje y de “El Llanero Solitario” que Britt Reid pasaran de se héroes moralista, valiente y honesto, pero terminen siendo un inepto veinteañero fiestero, que se convierte en héroe por pura casualidad? Primero que todo hagamos un breve repaso de la historia de El Avispón. El personaje fue creado para un radioteatro (igual que el Llanero) en 1930. Todas las semanas, las familias se reunían alrededor de la radio para seguir las aventuras de este sobrino nieto urbano del enmascarado del oeste. El éxito del personaje lo llevó al mundo de las historietas, al de las películas seriales (tipo Flash Gordon) y finalmente a la serie televisiva de 1966, de donde surgió la gran leyenda de las artes marciales, Bruce Lee. Contemporáneo de la serie “Batman” (incluso en un par de capítulos, el encapotado, el Avispón, Kato y Robin se enfrentaban a El Guasón y compañía) tenía esa estética típica de finales de los ‘60s con inspiraciones psicodélicas, artes marciales y mensajes didácticos. La serie no pasó de una temporada pero se convirtió en un clásico de culto. Desde hace bastante tiempo, tanto Tarantino como Kevin Smith estaban tratando de comprar los derechos de hecho para llevarla a la pantalla grande. Sin embargo, el contrato final lo consiguieron los jóvenes (tienen menos de 30 años) Rogen y Goldberg, quizás para lograr generar mayor empatía con el público adolescente. En principio, la iba a dirigir Stephen Chow (el original director y actor de Kung Fusion y Shaolin Soccer), quien además interpretaría a Kato. Pero discrepancias creativas lo dejaron fuera del proyecto, primero como director y después como Kato. En su lugar aparecieron el cantante chino Jay Chou y el irregular director de Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos, Michel Gondry. ¿Pero acaso dicha combinación podía funcionar? El resultado no es una película de superhéroes, ni siquiera un film de acción normal. Más bien se trata de una buddy movie, que resalta los valores de la amistad y decide romper con los lugares comunes de las películas de superhéroes. Rogen lleva el personaje de Ligeramente Embarazada o Pinneapple (el soberbio vago fumón fiestero) a un contexto heroico de la noche a la mañana. A pesar de la muerte de su padre, Britt se convierte en el Avispón de puro capricho, lo cuál lo diferencia de cualquier superhéroe que reniega de su identidad. Todo lo contrario, Britt lo disfruta, aunque él mismo sea un inútil y el verdadero genio sea Kato. De esta manera, Rogen y Goldberg elaboran un guión que tiene todos los estereotipos y clisés de las adaptaciones de cómics (mezcla de Batman y Superman específicamente, con juguetes tecnológicos, y un diario de por medio), pero ni bien presentan los mismos, deciden romperlos o dejarlos a un segundo plano. Ejemplo de esto, es el lugar que ocupa Leone Case (Diaz), que en principio aparenta ser la típica “chica” de turno, pero no lo es tanto (además es mayor en edad, que ambos protagonistas). Por otro lado, el villano es un criminal al que le gusta ser malo “porque sí”. No hay justificaciones psicológicas que devienen del pasado del personaje, no hay venganza de por medio, ni siquiera se trata de un tema de dinero o poder. Chudnofsky quiere ser el criminal más temido de la ciudad, pero su nombre y apariencia no lo ayudan. Entonces, tenemos a un héroe inepto, un asistente genial, una chica no tan femenina y un villano inseguro demasiado conciente de su maldad. ¿Qué nos falta? La voz de la experiencia, Mike Axford, el editor del diario de padre de Britt, que es completamente obviado por el protagonista. De esta manera, Rogen y Goldberg imponen su calidad de autores, especialmente porque priorizan la relación de amistad entre Reid y Kato sobre el resto de las subtramas. Los actos criminales ocupan un segundo plano, una excusa para contar la historia de amistad entre estos dos freaks, un poco como sucedía en Supercool o Pinneapple. Como se convierten en amigos, como sus puntos de vista los separan y como tener un objetivo en común los vuelve a unir. Esa es la clave de esta adaptación. Alrededor de esta “trama” se van sucediendo divertidas y entretenidas secuencias de acción, donde Gondry muestra su creatividad visual. Si bien se trata de su obra menos personal en lo narrativo (aunque la relación Kato – Britt se puede relacionar con la que tenían Jack Black y Mos Def en Rebobinados), debe ser la más ambiciosa a nivel estético. Aprovechando el amplio presupuesto que tiene a sus espaldas, el director de Soñando Despierto construye (falsos) planos secuencia excepcionales, que rememoran los mejores trabajos que el francés realizó en el mundo de los video clips. Aprovechando cambios de velocidades y efectos especiales, logra interesantes secuencias de acción. Gondry también es un fan setentoso, y utiliza múltiples cuadros al mismo tiempo, que resaltan gracias a la incorporación del efecto 3D agregado en la post producción. Pero tampoco abusa de esta estética y nunca lo visual le saca protagonismo a la historia o la comicidad. Todo el elenco tiene su lucimiento. Tanto Diaz, como Waltz o James Olmos lucen soberbios en sus relativos pequeños personajes. Hay un par de efectivos cameos, pero es sin duda la química entre Rogen y Chou lo que sacan adelante la película. No esperen ver a un Bruce Lee contemporáneo en el cantante chino. Digamos que las secuencias de artes marciales cumplen su propósito, pero no toman protagonismo. Lo que más se destaca de Chou es se gracia y carisma. Rogen, por otro lado hace su personaje de memoria. Es como Woody Allen. Tiene al mismo personaje incorporado en todo lo que hace, pero sigue divirtiendo y en este contexto es divertido. Una verdadera sorpresa (acaso porque las críticas en Estados Unidos fueron decepcionantes), El Avispón Verde es un digno entretenimiento, divertido, con originales (y exageradas) secuencias de acción, con un guión sólido que contiene diálogos y detalles ingeniosos, homenajes a Trendle, sus personajes, y un pequeño tributo a Bruce Lee. Seguramente la disfrutarán más los seguidores de Rogen y Gondry que los de la serie o los que buscan una película de superhéroes (aunque no hay superpoderes), pero ¿qué quieren? ¿un hombre en malla, conflictuado con su identidad y vengativo? Para eso existe Batman… Acá hay otra cosa, algo distinto… una alternativa.
Con melancolía, pero poca dulzura Es una verdadera lástima que los films de Woody Allen, tarden tanto en estrenarse en la Argentina y se posponga tanto tiempo. Esto nos obliga a los críticos que aun lo seguimos a buscar otras formas de conseguir sus obras. No, no hablo de la piratería. Pero digamos que hoy en día todo se puede conseguir. De esta forma pude disfrutar de Lo que Funcione (2009), una comedia con Larry David, bastante disfrutable, divertida que lleva su marca cómica, aunque simplemente sea un simpático pasatiempo pasajero que Allen escribió en los años ’70 pero nunca llegó a filmar, porque el tema de la homosexualidad todavía era tabú en aquella época. No se trata de un film desechable, pero sí de uno más. Lamentablemente, Conocerás al Hombre de tus Sueños, no es tan ingeniosa y carece de situaciones humorísticas logradas, asimilándola un poco más a la “fallida” Scoop que a Lo que Funcione o sus anteriores trabajos. Allen, vuelve a Londres y se despacha con lo que más le gusta: una historia de amores fallidos, con un dejo de desesperanza demasiado pesimista, inclusive para él. Con personajes atractivos envueltos en situaciones no demasiado creativas ni inspiradas como en otras de sus obras. Los diálogos tampoco son tan ingeniosos esta vez. Allen habla de lo que más le gusta: el ateismo, la influencia de la suerte, la inexistencia del amor idílico. Parejas que deberían funcionar y no funcionan, y cuyos miembros ven en un tercero la oportunidad de triunfar… pero esto también es incierto. Al igual que los Coen, Allen persevera en su escepticismo, pero a diferencia de ellos, no los pone en un pedestal para rebajarlos, ni los usa como excusa para burlarse de toda la raza humana, o expone el patetismo a la décima potencia. Los mantiene en un lugar terrenal, y eso provoca que el film en sí sea incierto en su tono e intenciones. El final más abierto de lo usual demuestra que Allen, esta vez, no supo darle un desenlace a sus ideas. Por supuesto, no es un film despreciable. Los personajes y los intérpretes elegidos son siempre un grato gusto en la filmografía de Allen. Se destaca sobre todo Josh Brolin, logrando no convertir a su personaje en un alter ego de Woody Allen (como otras veces hicieron Jason Biggs y Kenneth Branagh entre otros). Pero también están muy bien Lucy Punch, Gemma Jones, Pauline Collins y Anthony Hopkins. Deslucidos aparecen Naomi Watts y Antonio Banderas. Nuevamente, Frida “Slumdog Millionaire” Pinto, resulta un rostro demasiado bonito para tan poco ingenio e inverosimilitud interpretativa. Visualmente, no faltan los planos fijos, el uso del fuera de campo para captar discusiones sin mostrarlas y algunos planos secuencia prodigiosos que confirman el talento para encuadrar de Allen y su director de fotografía, el gran Vilmos Zsigmond. Conocerás al Hombre de tus Sueños es apenas agradable y simpática, pero no es lo que cabría esperar de un genio del cine como Woody Allen.
Volver a los 90s Y un día tenía que pasar… Los 90s han regresado. No, la estética ochentosa ya no es novedosa, ahora tienen que regresar la década de los jeans sueltos, los equipos de audio novedosos, los televisores gigantes (que no eran plasma ni HD) y los medicamentos de venta libre. ¡Ah! Y las comedias románticas con tintes dramáticos, pero agradables a fin de cuentas… Por estos rumbos transita un “debutante” en el género, Edward Zwick. Sí, el mismo Zwick que desde Tiempos de Gloria hasta Desafío se calzó los zapatos épicos, y no se los volvió a sacar. El mismo que transformó a la delicada Meg Ryan en una soldado de la guerra del Golfo, a Tom Cruise en samurai y a Leonardo Di Caprio en un mercader de diamantes en Africa, regresa a un género que le dio las primeras herramientas cinematográficas, pero por el cuál no es demasiado recordado. Con elementos del más optimista Garry Marshall, la menos golpebajista Nancy Meyers y el más inteligente Lawrence Kasdan, Zwick convierte un melodrama televisivo en una obra pasatista, entretenida, amena, clásica, pero sobretodo con buenos personajes y soberbias interpretaciones. Pero quizás lo más elogioso es el ojo del director y los productores para elegir a la pareja protagónica. A ver, no estamos hablando de una pareja más… de un par de actores jóvenes que tienen química eventual, de forma aislada, sino que estamos frente a una de esas nuevas parejas que se van a inmortalizar en la pantalla… como Cary Grant y Katherine Hepburn, Katherine Hepburn y Spencer Tracy, Tom Hanks y Meg Ryan o Tony Lau y Gong Li (no voy a mencionar a Julia Roberts y Richard Gere porque no me gustan). Anne Hathaway y Jake Gyllenhall tienen chispa. Es su segundo trabajo juntos como pareja (en la primera el amor no era recíproco, ya que a él estaba enamorado de su compañero arriero), pero esta vez ambos pueden desquitarse… y quitarse toda la ropa de encima, y disfrutar a pleno de una relación entrañable, creíble y querible. Dejemos de lado las subtramas dedicadas a las ventas y los speech, a la competencia entre compañías farmacéuticas, al lavado de cerebro, al negocio de la medicina y los remedios en Estados Unidos. Todo eso ya lo sabemos de antemano, y realmente la película, levanta un poco, cuando Randall empieza a vender viagra. Centrémonos en como Zwick logra escaparle al bulto pesado… a esa sombra que suena tan tentadora para lograr manipular al espectador, pero que sin embargo nunca termina de tomar protagonismo (aunque es centrar para que se desenvuelva el conflicto principal: si la relación debe o no seguir su curso): esa pesadilla se llama “la enfermedad de ella”. No es cáncer, no es SIDA, no es siquiera Alzheimer (como en Lejos de Ella), sino parkinson. Enfermedad conocida si las hay, degenerativa, pero que el cine hollywoodense prefiere no tocar. Quizá sea porque no es mortal, pero nunca se ha hecho una película que trate a la enfermedad con realismo y actitud “positiva”, sin por eso dejar de lado los aspectos negativos, pero a la vez reales. Acá se trata de saber aceptar la enfermedad (uno mismo, en el caso de Maggie) y la pareja saber asimilar que si quiere tener un futuro a su lado, va a tener que enfrentar algo duro. Zwick no apela al golpe bajo. Ni bien aparece Maggie en pantalla reconoce su enfermedad. Por lo tanto el resto son escenas, donde se intercalan momentos de genuino humor con otros un poco más dramáticos. Especialmente, cuando empieza la segunda hora de película, el melodrama le gana un poco a la comedia, y esta empieza a caer. Pero no demasiado. Gracias a un insospechado instinto para mechar gags, escenas simpáticas, el relato logra revivir a fuerza de humor. Aunque el epílogo es un poco abrupto, la sensación final es satisfactoria. Gyllenhall es carismático y convincente. Se pone la película sobre los hombros y no apela a demasiados tics. Hathaway, en cambio, un poco (apenas) desplazada por el protagonista es ecléctica, pero siempre creíble. No importan los diferentes estados de ánimos que atraviesa, nunca se despega del personaje y tampoco exagera la enfermedad. Pero sobre todo es sensual… muy sensual. ¿Se acuerdan cuando esta chica era el nuevo descubrimiento Disney? Bueno, se podría decir que creció. Sí, no todo es colchón de rosas: hay clisés típicos, estereotipos (el hermano regordete de Randall interpretado simpáticamente por el desconocido Josh Gad, que en otros tiempos habría sido Jack Black), lugares comunes y diálogos de terror… pero aún así se disfruta. Por obra y gracias de actores talentosos, divertidos, que provocan que la audiencia se enamore de ellos y de sus inteligentes personajes. Dentro del elenco secundario se destacan dos grandes: Hank Azaria y Oliver Platt. También hacen breves apariciones Judy Greer, George Segal y la fallecida Jill Claybourgh. Zwick no tiene miedo en mezclar el parkinson, con la adicción al sexo, los negociados de fármacos, la corrupción de los médicos y el romance happyendingafter en un licuadora con bastante humor. Sin agregarle efectos especiales, sino suficientes afectos especiales. Es sutil cuando las explicaciones están de más, directo y escatológico, cuando es necesario, pero nunca abusa de ninguna de estas actitudes. Mantiene detrás de cámara una personalidad invisible, apela al montaje dinámico y transparente. Pero sin embargo, no tiene la frialdad de otras películas hechas por encargo. Hay meticulosidad en cada puesta de cámara. Aunque no se trata de un film adictivo, De Amor y Otras Adicciones provoca nostalgia, es menos pretenciosa de lo que parece y sobretodo es la excusa ideal para llevar al cine a la chica que te gusta… escuchar sus risas… sus llantos, y después… Como se hacía en los 90s…
El Viejo Truco de la Soga en el Baúl Formalmente hablando, este nuevo ejercicio cinematográfico tenía sus atractivos. Una película grabada con cámara digital sin cortes siempre es llamativo. No es la primera y no será la única. El precursor de este recurso (¿cuándo no?) fue Alfred Hitchcock. No fue ningún vanguardista de la nouvelle vague, de Alemania o de India. No, uno de los directores más industriales y respetados de la época se metió en una habitación y grabó en apenas una semana un film con pocos cortes que se escondían cada vez que la cámara iba a un objeto negro y volvía a salir. En el medio, el maestro hacía un fundido invisible al simple ojo y salía como si nunca hubiese cortado. Un revolucionario. 1948. La película: Festín Diabólico, o mejor conocida como La Soga. Varios trataron de emularlo con el correr de los años. El último y acaso más justificado, inteligente e interesante a nivel narrativo fue el director de Madre e Hijo, Alexander Sokurov con El Arca Rusa (2003), una recorrida por la historia rusa en un plano secuencia dentro de un museo, muy bien construida y con apenas 10 cortes indivisibles. Con La Casa Muda volvemos al género de terror. Tanto por estética como por narración este film uruguayo se acerca más a un film español al mejor estilo Rec, Proyecto Blair Witch, Actividad Paranormal o Cloverfield, pero acá no hay una explicación diegética de la presencia de la cámara, por suerte. Ya el seudo documental de terror no causa efecto. Lo primero que llama la atención es la prolijidad de los encuadres, la frialdad y la austeridad del relato. La protagonista ni dice casi palabra durante la primera media hora de duración, donde la sugestión y los recursos fuera de campo toman protagonismo. Prácticamente sin música incidental, sonidos, sombras, miradas, entradas y salidas de personajes transmiten cierto miedo o tensión al espectador. Como siempre, estos principios tranquilos logran ser mejores que el resto de la película. La excusa para este relato: un casero y su hija deben pasar la noche en un casa abandonada, que el dueño quiere vender, y supuestamente, la mañana siguiente arreglarla. Pero la acción no va a pasar de esa noche. Hernández sostiene toda la acción desde el punto de vista de Laura, la protagonista de forma inteligente. Los problemas comienzan cuando empiezan a caer cadáveres por así decirlo. En este punto, no solamente la actuación de Florencia Colucci empieza a decaer por llantos poco creíbles, sino que también la narración que empieza a tomar rumbos previsibles y se dilata la acción. En los últimos 15 minutos, nos encontramos con un final demasiado explicativo y complejo para este tipo de películas que involucra trata de blancas y pedofilia probablemente. ¿Por qué? ¿Era necesario? Hernández con su guionista se inspiraron en este segmente en un caso policial real y parece que “quisieron” ser fieles a este mismo. La narración agarra caminos difusos y confusos, tanto que en el sentido más estrictamente cinematográfico, Hernández repentinamente no sabe que punto de vista tomar… y mete una subjetiva innecesaria. Durante los títulos finales se devela todo lo que en los 75 minutos anteriores no estaban claros, y por si hay dudas, después de los títulos siguen las explicaciones (no a manera literal sino con imágenes). La inteligencia y originalidad de la puesta en escena de este tipo de películas es relativa. Por momentos, sorprende que la solemnidad primeriza demuestran al menos ciertos conocimientos cinematográficos para crear climas. Algo que no tenían ni Proyecto Blair Witch, Actividad Paranormal 1 o la primera Rec (que se parecía más a un video juego en primera persona que a una película). Pero exponiendo tanto argumento metafísico, el director pierde el rumbo de la película. Se vuelve pretenciosa. Es en dichos momentos, donde se debe reconocer que Tod Williams entendió lo mismo que Balagueró y Plaza, en las retrospectivas secuelas de Actividad Paranormal y Rec: que cuando el ejercicio formal - técnico se agota, uno tiene que apostar por el relato en sí, dándole acción y no explicación. En este sentido, me parece que Matt Reeves fue el más inteligente de todos con Cloverfield. Está bien, la historia era diferente, pero Reeves construyó una película, que sin perder su identidad, era vigorizante, y nunca dejaba de ser atractiva, gracias a buenas interpretaciones, construcción de personajes, y subtramas que se mechaban de forma inteligente. Claro, el genio de J. J. Abrams estaba detrás controlando todo. Y ni me atrevo a hacer una comparación con Hitchcock. Lamentablemente, La Casa Muda no pasa de ser otro curioso ejercicio de terror, con algunos momentos interesantes, pero que no termina bien. Claro, filmado de este lado del océano cobra mayor significado. Pero no olvidemos, que de esta lado también tenemos maestros del terror como la gente de Paura Flics y los muchachos de Farsa.
El Cartero Llama Tres Veces Una de las sorpresas cinematográficas del año 2009, particularmente fue el estreno de películas provenientes de Turquía. Con una mínima diferencia de dos semanas, se estrenaron Los Tiempos de la Vida de Yusuf Ugletsu y Lejano de Nuri Bilge Ceylan. Si bien el cine de la primera tiene mayor contacto con el estilo oriental, haciendo hincapié en las tradiciones, la relación entre dos generaciones opuestas, la estética Ceylan es mucho más europea y fría. La primera era una obra, cálida, optimista dentro de su melancolía, mientras que el segundo es más lacónico, oscuro, cínico y pesimista. Sin embargo la belleza de las imágenes, la cuidadosa puesta en escena, con reminiscencias al cine de Kurosawa (el primero) y de Tarkovski (el segundo), me daba la sensación de estar ante una cinematografía tan cinéfila como notable por descubrir, y sobre todo con una identidad particular. Estas películas marcaron mi entusiasmo para seguir descubriendo más obras provenientes de Turquía, y por esto mismo, vi Climas, posterior película de Ceylan tras Lejano, pero anterior en su estreno comercial en nuestro país. La belleza de esta premiada obra, superó la de la anterior. Una austeridad y nivel de sutileza y lirismo que no se ve muy seguido. Un romance basado en miradas y sensaciones, pero donde se pueden leer conflictos en los ojos de los personajes sin que haga falta decirlos. Los premios que obtuvo en Cannes 2009, Tres Monos, me hicieron anhelar con ansiedad su estreno comercial en Argentina, que como pasa siempre en estos casos, termina postergándose eternamente hasta que por fin llega en DVD y solo en las salas Arteplex. La última obra de Ceylan no posee el lirismo y austeridad que pretendía ver, pero en cambio contiene un guión más clásico en su estructura con una fuerte crítica moral a la institución familiar. Esto no es nuevo en su filmografía. Las familias separadas (parejas, hermanos) ya fueron tema de Climas y Lejano, pero en Tres Monos la división de este grupo se debe a causas externas: un candidato a un cargo político atropella a una mujer en medio de la ruta. Para no ir a la cárcel en medio de la campaña política, le pide a su cochero que vaya por él, que no le van a dar más de 4 meses, y a cambio va a compensarlo con una gran cantidad de dinero y mantener a su familia en el medio. El cochero acepta. En el lapso de tiempo que está encarcelado, la mujer empieza a enamorarse del político, y su hijo deja sus estudios y se mete en una pandilla juvenil. Las consecuencias de estos hechos provocarán una espiral de violencia en el pequeño círculo de personajes que presenta Ceylan. A pesar de ser un drama clásico sobre la moral interna, la conciencia y los dilemas de una familia, Tres Monos parece en realidad un film noir de los años 40, que pudo haber salido de una novela de James M. Cain o de una obra Jean-Pierre Melville. Es extraño que Ceylan arme una película con “tanto” argumento, dejando un poco de lado la creación de climas y, centrándose más en EL conflicto y en lo que los personajes dicen. Durante la primera media hora, ya empezamos a notar que el relato es mucho más dinámico que las anteriores obras de Ceylan. El montaje es más ligero, aún cuando la puesta de cámara tiene la rigurosidad, meticulosidad de Climas y Lejano. Ceylan es un gran defensor de la cámara fija, la profundidad de campo, el montaje interno, y el fuera de campo (los diálogos suceden entre paredes como las películas de Woody Allen). Eso no cambia. A la vez, fotografía como poco el horizonte entre el mar y el cielo, privilegiando los días nublados, enfuscados, logrando imágenes de gran belleza pictórica. También Ceylan mantiene, otra de sus marcas autorales: el lugar de la comida en la reuniones familiares. Es solo un detalle, pero ayudan a incrementar la verosimilitud de las escenas (no como en el cine de Hollywood, donde los personajes nunca comen ni van al baño, a menos que eso influya en la trama). Sin embargo en la segunda media hora, la película cae un poco en diálogos un poco melosos, y situaciones que parecen salidas de la telenovela de la tarde. Pero la última media hora vuelve a levantar con toda potencia, y se justifica el título de la película, a través de una serie de diálogos cínicos, en donde se pone en claro la hipocresía de la sociedad contemporánea, pero también surge un dilema moral: ¿qué haría uno en el lugar del protagonista? En este sentido, uno se puede identificar con los personajes. Pronto, no importa si los protagonistas son turcos o argentinos. Tres Monos es una película inteligente, con momentos intensos, excelentes interpretaciones de los cuatro protagonistas (llena de matices, cambios de comportamiento irrisorios, sutilezas en las miradas), pero que carece del lirismo de anteriores obras del realizador. Aún así, aunque se puede decir que es una película más occidentalizada y pretenciosas, un poco menor en relación a Lejano o Climas, también confirma el excelente momento de una cinematografía que merece ser explorada, y que en realidad no es tan lejana como aparenta ser.
Un hombre busca escaparse y llega a una extraña playa del pacífico llamada “Las Barras”, un pequeño pueblo administrado por la comunidad nativa. “Cerebro”, es el líder del pueblo. Se trata de un paraíso sin ley ni políticos. Donde la comunidad es libre y vive de alquilar habitaciones a traseuntes pasajeros que al igual que el misterioso y lacónico protagonista buscan una salida. Sin embargo la presencia de otro “blanco” que empieza a poner límites y quiere cambiar la tranquilidad del lugar para poner un bar y construir un complejo turístico más imperialista, aprovechándose de la “inocencia” de los habitantes, modifica la calma de “Las Barras”. El protagonista se relacionará con una curiosa nena, y la novia del otro blanco, por lo que quedará en medio de un conflicto que le es ajeno. Una fábula austera, filmada con solvencia y aprovechando fotográficamente el extraordinario paisaje, El Vuelvo del Cangrejo, se trata de una obra de contemplación sin demasiados discursos ni tono moralista. Sin embargo, se nota cierta pretensión por querer hacer un trabajo demasiado cuidado en lo estético e interpretativo. La solemnidad de este mismo tono, provocan que la película tome cierta distancia con el espectador y el ritmo sea un poco lento. Se trata de la visión de otra Colombia, lejos de la droga y los crímenes de Sicarios que el cine comercial estadounidense (e incluso el mismo colombiano) tratan de pintar usualmente. En cambio se trata de una obra más reflexiva y rigurosa, cuya cuidada puesta en escena la emparentan más con Los Viajes del Viento de Ciro Guerra, director que Navia, toma como cierta referencia en su filmografía. Pero Guerra apuesta más por un relato más lineal con cruce de géneros. Navia en cambio, decide ser más libre en espíritu, y difícil de encasillar en un género. Esto genera, por un lado, que se aparte de las convenciones, pero también que el relato sea menos atrapante.