Brindar por la creatividad... Por fin se estrena una película argentina que posiblemente recupere su inversión en dos semanas, estando solamente en una sola sala de Capital. Si dura dos semanas… Sidra fue la ópera prima de Diego Recalde, humorista, actor, guionista, escritor, director, etc. En realidad no se trata estrictamente de una película, sino de un fotomontaje. O casi, porque hay algunos momentos grabados en cámara digital. Cuenta la historia de dos parejas de amigos: por un lado, Nicolás y Patricio, dos estudiantes de cine del ENERC, demasiado fanáticos de Tarantino y Pulp Fiction que presentan un guión en un concurso de largometrajes del INCAA. Por otro, tenemos a Diego (el mismo Recalde), otro estudiante que deja en el mismo concurso, el guión de una película porno apta para todo público, y a Jaime, quien sospecha que se ha contagiado de SIDA porque ve en un colectivo a Mariela, una ex amante que pide monedas, diciendo que tiene la enfermedad. La cuestión es que Nicolás, también tuvo relaciones en algún momento con Mariela y tras encontrarse manchas en la espalda, también sospecha que tiene SIDA. Los cuatro muchachos irán tras Mariela para descubrir la verdad. A puro humor negro, momentos psicodélicos, juegos de montaje, realentados y acelerados, homenajes (o burlas) a Tarantino, Recalde crea una sátira acerca de la paranoia, la sobrevaloración de los artistas y la dificultad de filmar en Argentina (palo al INCAA). Poniendo más la atención en las actuaciones, las muecas de los protagonistas y los diálogos en off, y música que en una puesta en escena rigurosa o artística. No se trata de un humor con pretensiones intelectuales como los de Cohn/Duprat sino más cercano al estilo Capusotto o Petinatto (de hecho Recalde actuaba y escribía para sus programas). Además, la película cuenta con algunas sobreimpresiones logradas y efectivas para generar humor y empatía. Algunos críticos compararon el estilo de Recalde con el de La Jetteé de Chris Marker, lo cuál es un verdadero disparate. La obra de 1962 que influenciaría sobre Godard (hay algo de ahí en Alphaville) y posteriormente impulsaría 12 Monos de Terry Gilliam se trata de una película de ciencia ficción, con un cuidada estética, y mensaje político. Dicha obra, aunque utiliza fotomontaje también no fue la única hecha con esta estética. En muchos cineclubes y en casi todas las escuelas de cine, se pueden encontrar cortos o mediometrajes con fotomontaje. De hecho, hace varios años atrás, cuando se estrenó en el MALBA, TL1: Mi Reino por un Platillo Volador, ópera prima de Tetsuo Lumiere, previamente se exhibía el cortometraje Puta, Drogadicta, Torta, Chorra de Mariano Peralta, con la que Sidra no solamente comparte un estilo (aunque se filmó antes) sino también el humor desprejuiciado. Recalde se burla de la solemnidad con la que se toma el tema del SIDA (sin burlarse de la enfermedad en sí) y atina en meter referencias a los “Keystone Cops” o “Los Tres Chiflados” en escenas dentro del Hospital Muñiz. También recuerda con ironía y cinismo la censura de las películas porno de la calle Lavalle durante la dictadura, así como varias referencias al gobierno alfonsinista. Un humor básico y efectivo es lo que se destaca del film. Hay momentos que despilfarran ingenio (como el número musical de los estudiantes de cine barbacandado o el intervalo gay, prestar atención a los nombres) y otros que no tanto. Aunque hay muchos chistes internos que un estudiante o egresado de la carrera cinematográfica van a entender mejor (muchas referencias al ENERC), no queda la sensación de marginalidad que existía cuando uno veía UPA, una película argentina o Los Paranoicos, donde algunos chistes SOLAMENTE, los entendían los realizadores y sus compañeros de escuela. Tanto Luisa Delfino (muy buenas y nostálgicas sus intervenciones) como Gastón Pauls aportan buenos momentos de comicidad, pero es el recordado y querido artista plástico, Federico Klemm, quién le da el broche de oro al film. Sidra, es un humilde placer culpable. Quizás la entrada, termine saliendo más de lo que costó el film, pero, en realidad no importa. Si la comparamos con el resto de las novedades , no se puede dudar que es la propuesta más original y creativa de la cartelera porteña. Es tan infrecuente poder reírse con honestidad con un producto ingenioso, que el dinero no importa. Además veámoslo como una inversión a futuro, para que haya más propuestas de este estilo que puedan llegar a tener un estreno comercial (aunque sea en el microcine “Espacio Entre Paréntesis” del Complejo Monumental de Lavalle). Levanto mi copa y brindo con champagne por el estreno de Sidra. Y le dedico esta crítica al genial, Federico Klemm.
De la Sátira Monárquica a la Moralina Autosuperadora ¿Qué diría Jonathan Swift si viera lo que Jack Black le hizo a su obra más trascendente e inmortal? Adaptar “Los Viajes de Gulliver” a los tiempos que corren no es una mala idea. Las monarquías y los regímenes antidemocráticos siguen existiendo, y muchos países viven bajo un estado de seudo democracia, donde la autarquía supera al clamor popular. La intención de Swift siempre fue ridiculizar al gobierno francés e inglés, demostrando que un lider político que no escucha las intenciones del pueblo no puede dirigir un país. En las novelas, Gulliver era una suerte de periodista que entre personas diminutas y gigantes, enseñaba y aprendía sobre el funcionamiento de diversos gobierno, a la vez que ayudaba a crear la paz entre los mismos y sus enemigos. Obra inteligente, pacificadora, de claras intenciones republicanas. ¿Cuánto quedó de eso en esta adaptación de Rob Letterman (que proviene de la animación con Monstruos Vs Aliens, El Espantatiburones) con guión Joe Stillman (las primeras Shrek, Planeta 51) y uno de nuevos “genios” de la comedia estadounidense, Nicholas Stoller (director de Cómo Sobrevivir a mi Ex y Como Sobrevivir a un Rockero, editadas lamentablemente director en DVD)? Poco y nada. ¿Por qué? Porque la monarquía del sistema de estudios, ve en la novela de Swift un vehículo para atraer al público, mediante el uso de efectos especiales, el 3D… y especialmente Jack Black. Cualquier atisbo de subordinación o trangresión que permita al público reflexionar sobre el funcionamiento de los políticos hoy en día debe erradicado o sino exhibido de manera tan obvia y banal que termine pasando inadvertido. ¡Sí, la monarquía sigue teniendo influencia en el mundo! ¿Entonces sino se trata de una crítica socio política de que trata esta adaptación Gulliver? Del sueño americano, obviamente: si superas tu fallas y tenes confianza en vos mismo, te convertirás en un “gigante”, metafóricamente hablando, conseguirás a la chica de tus fantasías y ascenderás en tu trabajo… y todos felices para siempre. Honestamente pienso, que Gulliver podría ser llevada con más originalidad a los tiempos que corren, incluso con Jack Black, que de vez en cuando, (como demostró en Margot en la Boda, por ejemplo) puede sorprender con un rango dramático diferente a lo que estamos acostumbrados a ver de él. No tengo absolutamente nada en su contra. Me parece un comediante nato, el descendiente natural de John Belushi, con toda su desenfreno y expresividad gestual. Pero también, Black ha quedado encasillado. El personaje de Escuela del Rock, por un lado lo ha puesto en un trono de honor dentro de la comedia, pero también no lo deja avanzar actoralmente. Y esta vez, ni siquiera hay pequeñas variantes en su comportamiento (casos El Descanso, King Kong e incluso la decepcionante Año Uno), directamente Dewey Finn vuelve a la pantalla: este especie de adicto al rock, que vive decepcioando de su estado físico y que utiliza el humor para contrarrestar su vagancia y falta de autoestima. Su meta es conseguir la chica, no la paz nacional. Encallado en Liliput, es amarrado por este pueblo en miniatura y los protege de una posible guerra. En agradecimiento, le proporcionan todos los lujos posibles: incluido su propia Madison Square Garden donde Gulliver aparece en variantes de afiches de Broadway y de tanques hollywoodenses (de la Fox, claro) como Wolverine, Avatar, Titanic, etc. Pero dentro del guión, también Gulliver juega una suerte de Cyrano de Bergerac, cuando tiene que dar las claves a un campesino que lo ayuda con sus “batallas” a conquistar a la princesa de Liliput. Por lo tanto, esto debería ayudarlo a conquistar a su propia amada, Darcy, que se ha quedado en Manhattan. El guión de Stillman / Stoller, no solamente apela a todos los lugares comunes y clisés estructurales de los peores films industriales, sino que además carece humor ingenioso, apelando a chistes escatológicos tan vistos que carecen de gracia. La obra de Letterman apunta sin duda al público infantil (de ahí que se estrene doblada al castellano), pero se toma al niño como ingenuo e ignorante con una trama insulsa, personajes poco creíbles y números musicales que dan vergüenza (y encima doblados, mucho peor). De hecho el doblaje es uno de los puntos más flojos. Como en la trama se satiriza al lenguaje protocolar de los siglo XVII y XVIII, muchos términos en realidad son imcomprensibles para el oído argentino porque fueron traducidos al mexicano. Si bien, hay algunos momentos simpáticos (las representaciones en teatro de escenas de Titanic o La Guerra de las Galaxias, así como un imitación a Kiss), el resto de la películas es obvia, absurda (en el mal sentido), previsible, inverosimil (en el sentido no fantasioso) e incoherente narrativamente. Tiene un discurso tan directo que al finalizar, deja con una sensación de vacío angustiante. Algunos buenos comediantes y actores secundarios como Jason Segel (aburrido), Emily Blunt (parodiando a la Reina Victoria, pero sin encontrarle la vuelta al personaje: ¿es estúpida o se hace?), Amanda Peet (lejos, muy lejos de su mejores interpretaciones) y principalmente Billy Connolly (excelente actor británico que se deja humillar de esta manera es muy triste) están desaprovechados, tanto su talento como sus personajes. El mejor, en este sentido es el desconocido Chris O Dowd, que en el rol del villano, se pone la película sobre los hombros. Este muchacho tiene futuro, y en su austeridad logra una interpretación aceptable. Black provoca alguna que otra risa, pero su humor ya carece de sorpresa. Es una lastima que hayan desaprovechado una historia tan rica en una obra tan superficial, donde ni el protagonista, los efectos especiales o el 3D, que debían ser lo más destacable, tampoco resultan admirables. Esta adaptación de Gulliver, se centra demasiado en la primera parte del libro, y es una lástima que apenas le otorgue 5 minutos (o menos) a toda la segunda en la que el protagonista viaja a tierra de gigantes. Si quieren ver realmente de que trataba Los Viajes de Gulliver, recomiendo una mini serie canadiense que también puede ver toda la familia pero que no descuida el aspecto político de la obra original, es entretenida y los efectos especiales, son exactamente iguales, a pesar de haber sido filmada hace más de diez años (1996). Tiene el mismo nombre, se encuentra en DVD y la protagonizan Ted Danson, Mary Steenburguer y Edward Fox. A comparación de estos nombres, Jack Black se queda chiquito.
Para atrapar a un ladrón... aburrido Hace un par de años atrás Francis Ford Coppola vino a la Argentina a vender sus vinos, comprar propiedades, disfrutar un poco del paisaje nacional y según dicen, también de las mujeres que nos rodean. ¡Ah! De paso y como excusa filmó una película, supuestamente autobiográfica, a desganos, con poco sentido estético y desperdiciando a un elenco internacional cotizado que ha hecho muchos mejores trabajos que este. Sí, la película era Tetro. Un verdadero dolor para los ojos y oídos de los espectadores. A lo que voy, es que esta experiencia miserable, solo sirvió para que el director de El Padrino la pasara bien en nuestro país mientras tanto. Parece que a Florian Henckel von Donnersmarck, después de ganar el Oscar por La Vida de los Otros, le pasó algo similar. Graham King, renombrado productor de Hollywood le ofreció la historia más tonta que tenía en carpeta, le pidió que la filme con el Depp y la Jolie, acaso pensando que esta combinación atraería gente simplemente para verlos a ambos juntos por primera vez, y trasladaron a todo el equipo a Venecia para filmarla. Parece que el director alemán de 37 años quedo enamorado de la ciudad italiana pero se olvidó de dirigir la película y por lo tanto el resultado final es un film en piloto automático, insípido, ausente de algún sentimiento, de alguna emoción. Inclasificable por el simple hecho, de que realmente no es una comedia, no es un thriller, no es una obra romántica. Para ser honestos, es nada. Cuando los mismos actores, carecen de expresividad. Cuando el protagonista no cambia su rostro de monotonía durante la hora y media que aparece en pantalla, cuando la diva de turno solo guiñe y apenas mueve los labios hay algo que no funciona. No se trata de austeridad, no se trata de interpretaciones introspectivas. Se trata de falta de vida. No soy un fanático de ninguno de los dos intérpretes, pero considero que ambos han hecho en el pasado algunas actuaciones que justifican su fama. Depp es un clown natural, uno de los pocos que existen en el cine mainstream, pero cuando se hace el serio no provoca una sola risa. Jolie en cambio tiene una registro de actuación más amplio. Comparemos estas películas que solo toman su superficial belleza con las verdaderas grandes actuaciones de su carrera, como El Sustituto o Un Gran Corazón y vamos a entender, que la hija de Jon Voight no solo es dos ojos lindos, labios pulposos, cuerpo voluminoso y esposa de Brad Pitt. El Turista se basa en la película Anthony Zimmer de Jerome Salle, interpretada por dos grandes actores franceses como lo son Sophie Marceau (Corazón Valiente) e Yvan Antall (Partir). La adaptación llevada a cabo por mismo Donnersmarck, después de dos versiones que parece que no fueron demasiado satisfactorias, de parte de los prestigiosos ganadores del Oscar (esto siempre trae “prestigio” ¿no?), Christopher McQuarrie (Los Sospechosos de Siempre, Al Calor de las Armas, Operación Valquiria) y Julian Fellows (Gosford Park, La Joven Victoria) cuenta la “historia” de Elise (Jolie), la esposa de Alexander Pierce, un ladrón que le ha robado millones de dólares a un mafioso inglés (Berkoff) y es buscado por el mismo y sus guardaespaldas rusos, a la vez que por Scotland Yard por deber más millones de libras en impuestos. Elise es vigilada por el Inspector Acheson (Bettany). Un día recibe una carta de su esposo comentándole que se ha hecho una cirugía total de su rostro y que para perder el rastro de sus perseguidores elija a un “turista” en un tren rumbo a Venecia para que la policía piense que Pierce es él. Así es como Elise elige a Frank (Depp) un profesor de matemáticas como su presa. Frank se enamora rápidamente de ella, y queda envuelto en medio de las persecuciones entre el gángster, los matones rusos y Scotland Yard. El problema de este argumento es que realmente, en el medio, no hay ningún tipo de desarrollo. Los diálogos son vacuos y las decisiones de los personajes carecen de verosimilitud. Al final, con una línea de diálogo todo se resuelve y queda claro, pero en medio, el resto es artificialidad y tedio. Entre la solemnidad y la pretenciosidad, el director no acierta en la creación de climas. Las escenas de acción carecen de tensión y emoción, un claro error de montaje. El humor no aparece (los chistes con el idioma son ingenuos y anticuados) y las escenas románticas parece forzadas. Además el final es previsible. Pero el principal error es la pareja protagónica. No existe química entre Depp y Jolie. No hacen buena pareja. La fórmula no sirve. Y aparentemente, nunca ambos se sintieron más incómodos en un rol y con otra persona. ¿Por qué no eligieron a Brad Pitt esta vez? En el reparto aparecen brillantes actores europeo desperdiciados como Timothy Dalton, Alessio Boni (el de La Mejor Juventud), Steven Berkoff y Rufus Sewell. El único que realmente aparece centrado y convincente Bettany, que sin dar una gran interpretación, al menos divierte mínimamente. Si Donnersmarck quiso realizar una comedia de ladrones fina, elegante, con más romance y humor que tiros, pero sin llegar a los escatológico, no le salió. El problema es la falta de ingenio del guión, escenas monótonas y poco desarrollo de los personajes. El director podría haber tomado de modelo, la saga de La Gran Estafa, El Caso Thomas Crown (ambas versiones), pero en cambio decidió elegir a Hitchcock. Pero el maestro fue un solo, y cada vez que se quiso plagiar, el resultado fue decepcionante. Aquí, parece haberse inspirado en Para Atrapar a un Ladrón (1955). Sin embargo, de la hermosa película con Cary Grant y Grace Kelly (ahí sí había química, humor, romance y suspenso) solo quedó una escena plagiada (la mejor de la película, de por sí) cuando Depp, emulando a Grant se escapa por los tejados de Venecia en pijamas y termina cayendo en un feria de frutas, generando la confusión de la policía. Esto mismo le sucedía al protagonista del film de Hitchcock. Venecia es hermosa, sin dudas, y tener a Johnny con Angelina como guías turísticos es un gran honor. Pero, por favor, saquen la película que está en el medio… porque molesta.
Creatividad se busca Me pregunto cada vez con mayor frecuencia ¿en que se basa la creatividad de los realizadores nacionales? ¿cuáles son los criterios de elección de guiones para producir, financiar, subvencionar? ¿no se tienen en cuenta renovados impulsos estéticos, o al menos un estilo visual refrescante, renovador? Han pasado diez años, de la llamada nueva ola de cine argentino. Esta ola de realizadores jóvenes en su mayoría provenientes de la Universidad del Cine, se propuso “renovar” la manera de visualizar la sociedad nacional. Se trataba de una mirada más cruda y realista, acorde a los tiempos que corrían. La crisis del año 2001, fue una fuente de inspiración, una motivación para la nueva generación de cineastas saliera a la calle a filmar con lo que tenía a mano, con actores no profesionales, con escenarios reales y una mínima puesta en escena. Durante un lapso de tiempo este “neorrealismo” argentino influenciado por el cine nacional de finales de los ’50 y principios de los ’60… fue interesante. Los trabajos de Daniel Burman, Adrián Caetano, Pablo Trapero y especialmente Lucrecia Martel llamaron la atención no solo en territorio autóctono sino también en el extranjero. Tras varios años de somnolencia, el cine argentino volvía a decir presente. Y no solo triunfaba afuera en festivales, sino que también adentro podíamos disfrutar de cine genérico pero con fuerte impronta nacional, y sobretodo, creíble, verosímil, palpable. De ahí, el éxito de Nueve Reinas y el legado Bielinsky. Ahora bien, los artistas del neorrealismo como De Sica o Rosselini supieron como renovar su estilo con el correr de los años, adaptarse y dejar atrás el estilo cuando se hizo cansador. Entonces, yo me pregunto, cuál es la necesidad de una película como La Vieja de Atrás, que parece retrasar varios años. Estamos ante una obra inerte y fría, que se fortalece en una observación seudo realista de la vida cotidiana en pleno centro porteño, tomando como ojos de esta “realidad” a dos personajes típicos de vida social contemporánea: una pensionada quejosa (una versión “seria” de Mamá Cora con un trabajo monumental de Adriana Aizemberg), solitaria, cuyas buenas intenciones van de la mano del interés de encontrar alguien que la escuche, y apoye en las decisiones cotidianas mínimas que debe tomar, y la de un estudiante de medicina un poco vago, cobarde proveniente del interior del país que se banca sus estudios y departamento siendo volantero y trabajando en un locutorio (Martín Pirayonsky). Pronto Rosa y Marcelo, vecinos, terminarán conviviendo en un mismo departamento cuando a Marcelo lo echen del locutorio, y sin plata para seguir pagando el alquiler es tentado por Rosa para que vivan juntos. Él no tiene que pagar un centavo. Solo prestar su oreja y atención. Pablo Meza (Bs As 100 Km) retrata con bastante verosimilitud el mundo cruel porteño, desagradable, repulsivo y expulsivo, deprimente, en donde se mueven Rosa y Marcelo. También es un acierto que ninguno de los dos personajes sea del todo agradable. Entre el perfil discriminativo y petulante de Rosa, y la estupidez de Marcelo no se hace una. Tanto las interpretaciones de Aizemberg como de Pirayonsky, ayudan a aumentar la verosimilitud de los personajes. El problema de la película está básicamente en el desarrollo de la historia y la puesta en escena. Además hay una notable falta de equilibrio en la participación de los personajes: Marcelo tiene cierta profundidad dramática, tiene al menos un conflicto notable que lo acompaña durante toda la película, incluso en algunas subtramas como una insulsa historia de amor (desaprovechada Marina Glezer), mientras que Rosa empieza teniendo protagonismo, pero pronto queda olvidada, y no hay mayor profundidad en ella. Es un personaje superficial, banal y obvio. Aizemberg le aporta un trabajo físico increíble, y por eso el personaje se destaca más que nada, pero hay más de la actriz que de lo que el guión propone sobre la misma. Sabemos muy bien que de buenas intenciones no se puede hacer una buena película, y aunque un buen elenco la puede hacer más digerible, como este caso, eso no garantiza un material final satisfactorio. En primer lugar, la monotonía de la acción contagia al espectador, principalmente por la previsibilidad de la puesta de cámara. Los planos simétricos, rígidos, ya no son dignos de admiración en ciertos caso. Y la fotografía no ayuda a lograr el clima perfecto en este sentido. La creación plástica de los encuadres es vaga y simplona. A través de la puesta en escena, uno va decodificando cuál va a ser el final de la obra. Con cierta melancolía irónica que nunca toma protagonismo, uno se va preguntando ¿adonde va la película? Pero se trata de una retórica: todos sabemos que en el tono seco que venimos viendo, vamos a terminar con el final abierto, ambiguo e inmutable que nos tiene acostumbrado hace tiempo el cine nacional. Otra vez, el tema de las sorpresas va acompañado de la falta de originalidad en los guiones. Los pocos méritos narrativos de la película desaparecen ante la evolución del patetismo de los personajes y el poco ingenio de una puesta en escena muy básica, peor que sí la hubiese hecho un estudiante de primer año de la carrera de cine. Hay errores básicos y una alarmante falta de interés por parte de su realizador por querer sacarse de encima el material. 110 minutos, es demasiado tiempo para sostener una acción basada en planos contraplanos. La cámara nunca se mueve del lugar, no toma un punto de vista y la narración cae en algunos lugares comunes. Si bien no se trata, a mi criterio, de un film fallido, es cierto que deja una sensación de desazón y depresión. Aquel que vive en el centro porteño, sabe lo que es ser expulsado por la ciudad, y de eso trata la obra. Ser expulsado. No pertenecer más. Aunque la sensación final es que a menos que cambien las políticas a la hora de elegir proyectos, los cinéfilos y realizadores, nos veremos obligados a autoexpulsarnos, no pertenecer, dejar el monopolio incaico y registrarnos en los circuitos alternativos y under, que filman con poco presupuesto, pero con muchas ideas. En cambio, si uno sabe lo que cuesta escribir, filmar y post producir una obra, uno se pregunta: ¿tanto esfuerzo y años de trabajo para un guión tan mediocre y visto, que solo va a ser exhibido en el Cine Gaumont un par de semanas ante jubilados que no difieren demasiado en carácter a la protagonista? Como dice David Lynch… atrapar una idea original es como atrapar un pez dorado, es muy inusual que suceda. A Pablo Meza, parece que el anzuelo se le quedó atrapado en el año 2001.
Apología a la superficialidad Lo esencial es invisible a los ojos… y a las cámaras, a veces. Vivimos en un mundo saturado de imágenes, donde la belleza externa impuesta por la sociedad y los medios, son cada vez más fundamentales para ganarse un lugar privilegiado de exposición pública. Cuando vemos programas que resaltan de forma tan ampulosa el cuidado sobre el cuerpo y la imagen facial, en una época donde los cirujanos plásticos son sinónimos de fuente de juventud, la obra de Oscar Wilde, “El Retrato de Dorian Gray”, recobra sentido. En dicha novela, el magistral escritor inglés crítica la visión superficial de las altas clases inglesas sin pudor, pero con elegancia y la sutileza que caracterizaban su literatura. La historia de un hombre que hace un pacto con el diablo, por obtener la juventud eterna. Este diablo es él mismo, su alma, su espejo. Ante esta denuncia y debido a las sugestiones sexuales que incluyó dicha obra de 1890, el autor fue tratado como un criminal. Hoy en día, su obra ha cobrado resignificación y supuestamente la lectura implícita debería ser motivo de análisis profundo en otras ramas artísticas, por ejemplo, el cine. Si bien, la versión más recordada es la de Albert Lewin en 1945, se realizaron numerosas adaptaciones hasta llegar a la última, dirigida por Oliver Parker. A primera vista no hay mejor elección. Parker ya adaptó en los primeros años de su carrera a Sheakspeare en Otelo, y a Wilde en Un Esposo Ideal y La Importancia de Llamarse Ernesto. Pero en los últimos años, y tras una interesante película acerca de la vida de Orson Welles en Italia y España (Fundido a Negro), se dedicó a dirigir comedias mediocres, inclusive una secuela de Johnny English. Debido a esta devaluación de su obra, considero que salió esta decepcionante adaptación de Dorian Gray. La historia es muy conocida, Dorian un joven campesino llega a Londres donde acaba de heredar el castillo y la fortuna de su abuelo. Enseguida, empieza a entrar en los círculos sociales de las clases altas, y un tal Lord Wottom lo introduce en el mundo de los vicios: drogas, burdeles, orgías… solo falta el rock and roll. La petulancia, soberbia y narcisismo que va ganando Dorian lo llevan a retratarse por un amigo. Cuanto mayor es su ambición por quedar joven y sus vicios se acrecentan, e incluso lo llevan a cometer asesinatos, el retrato envejece y monstrualiza. El grave problema de esta adaptación de Parker, pasa por serios problemas de no saber como adaptar aquello que es sugerido a imágenes, y construir una película que empieza mostrando con bastante detalle la pobreza y miseria de la Londres victoriana contrastante con los lujos de Dorian para decidirse definitivamente llevarlo por el camino del cine de horror convencional, y peor aún, en un relato moralista, que presenta el perfil homosexual del personaje como si fuera un pecado. O sea, Oscar Wilde, criticaba el pensamiento conservador pro eclesiástico de la sociedad inglesa. Parker, en cambio, parece respaldarla. Vergonzoso e inclusive peligroso a niveles sociológicos. Más allá de este pensamiento meramente ideológico, Parker se enamora de los efectos especiales para construir la Londres de 1890, se empalaga con detalles de decorados, vestuario y maquillaje, y descuida totalmente los aspectos narrativos. La película carece de sorpresa y misterio. El retrato en sí, aparece tantas, pero tantas veces, que el final es completamente previsible, y risible. Además de respetar en un excesivo tono teatral los diálogos de época, no ayuda la falta de profundidad dramática e inverosimilitud interpretativa de Ben “Príncipe Caspian” Barnes. La elección es coherente. Se trata de un intérprete tan superficial que, su retrato diseñado por efectos especiales, hace una mejor actuación. Es muy triste ver excelentes secundarios como el gran Colin Firth, Rebecca Hall, Ben Chaplin y la subvalorada Caroline Goodall (La Lista de Schindler, Corazón de Héroes) tan desperdiciados. Por supuesto, Firth, con mayor protagonismo resalta sobre el resto, pero la película y el personaje obviamente endemoniado no le hacen justicia a su capacidad actoral. Es irónico que una obra que critique la predilección por la superficialidad, termine teniendo una adaptación que se regodee en ella. Si así es la película, lo que será su “retrato”.
La Suma de Todos los Miedos Si alguien me hubiese dicho que Noches de Encanto formaba parte de la serie Scary Movie o las sátiras a las películas de Hollywood que terminaron por abrumar la pantalla, el resultado final, al menos me hubiese parecido coherente, razonable. Ahora bien, la intención del casi desconocido, Steve Antin fue la de crear un musical de verdad… ¡el musical del año! Y como no adquirió los derechos de ninguna obra de Broadway, decidió crear su “propio” musical, lo cual no es lo mismo que decir que se trata de un producto original. De hecho se trata de una de las más grandes estafas de la historia del cine. Alguno me podrá decir… bueno, quiso hacer un homenaje… agrupó, citó obras emblemáticas del género en una sola, derivando en un producto cinéfilo, o de culto. A lo Tarantino o Rodríguez… Pues tampoco, cuando el robo es solo robo, la calidad del material no solamente es insatisfactorio, sino que también deplorable. Existe, el homenaje, Tarantino / Rodríguez y esta vergüenza ajena, que algún día, alguien va a rescatar como uno de los peores musicales de la historia del cine, comparable a Xanadú. Pero sobretodo, lo peor del film, no es acaso, la banal, obvia, superficial imitación a musicales exitosos provenientes de la década del ’70 hasta hoy en día, sino la incoherencia narrativa y audiovisual de la película. O sea, cada obra, por más inverosímil que sea, por más fantasía que interceda, por más libertades “creativas” que se tome, tiene una cierta coherencia. El producto final es coherente. Pero, Noches de Encanto, incluso, desiste inconcientemente de este factor. O sea, Steve Antin no es David Lynch, al que poco importa darle un sentido diegético a sus obras (aunque en realidad todas la tienen en un universo propio, coherente). Ni siquiera se puede decir que Antin trató de modernizar el género dándole una estética propia, kitsch, video clipera, como Baz Lurhman con Moulin Rouge, Amor en Rojo. Admito que esta película nunca me gustó, me aburrió y me parece que ni siquiera merece llamarse musical, porque se trata de un video clip de dos horas. Pero también confieso que en ese desenfreno por el exceso de colores, encuentra un estilo, una estética y una intención original, de autor. Steve Antin a falta de talento e instinto artístico, únicamente roba a mano armada de todas las obras musicales que nos han enamorado en los últimos año. Ali es una mesera huérfana (ni siquiera Annie se salvó) de Iowa, que de la noche a la mañana se va a Los Angeles para cumplir su sueño como bailarina y cantante. Dicho comienzo no es tan malo. La estética ochentosa supondría un homenaje interesante. Pero cuando llega a la ciudad, sabemos que veremos un desastre atómico en pocos minutos. En el medio de los rascacielos aparece el Burlesque, que poco y nada entona con la arquitectura del resto de la ciudad, ya que parece más un burdel de los años ’30 de algún estado sureño. Creo si hay algún arquitecto entre el público, Antin ya lo habrá echado. El mismo tiene deudas económicas, pero sus números musicales y bailarinas parecen salidas del Moulin Rouge. En el medio de coreografías típicas de Bob Fosse, aparece cantando Tess, una Cher que apenas se puede mover y que ha perdido alarmantemente su voz. Ali, conseguirá trabajo en el Burlesque, al principio como camarera gracias a un joven barman, aspirante a compositor que además le da vivienda y después como reemplazo de la estrella del burlesque, Nikki (Kristin Bell). Lo que Ali aporta al Burlesque es una voz de “verdad” porque hasta ese momento todas hacían fonética. Al principio esto parece un error cinematográfico, cuando se aclara, todos decimos… “ahhh estaba todo pensado”, pero es llamativo que cuando Ali “canta” (en la diégesis del film), Christina Aguilera, la intérprete, también hace fonética. Si esto no es error de dirección / producción, ¿qué estamos viendo? Se sumará a la vez, la lucha de Tess por no perder el club ante el banco, y ante un empresario inmobiliario, comprador de “vistas y aire”. Acaso esta información es la más intrascendente pero llamativa del film. Con número musicales poco inspirados, robados de Cabaret, Moulin Rouge, Chicago, etc, Noches de Encanto, es un híbrido poco creíble, que no enamora, asquea por su grasitud e indigna por su falta de respeto al género. Incluso el casting resulta poco inspirado. En un pequeño papel aparece Alan Cumming como ¿el maestro ceremonias de Cabaret? Como Joel Grey está avejentado, Cumming, quien hizo el personaje en Broadway lo repite acá con menos inferencia… y de forma completamente innecesaria (¿por qué esta ahí el número “Two Ladies” y sin letra?) También aparece (y por lejos es lo mejor del elenco) Stanley Tucci repitiendo el personaje de El Diablo Viste a la Moda. Y hasta ahí los destacados. Es muy pobre lo de Peter Gallaher, Kristin Bell, James Brolin, Eric Dane, el joven Cam Dameget (que constantemente parece sacado de afiches de prendas de vestir o perfumes), Cher (esta mujer fue una de las mejores actrices de los años ’80, es cierto, aunque tambien es posible que estemos ante la presencia de su Avatar) y especialmente Christina Aguilera. Es verdad, su cuerpo prefabricado es hermoso, sus ojos son muy lindos (mas no su cara) y su chillón timbre de voz es intenso, pero esta chica en su vida tomó una lección de interpretación o ha visto una actuación en cine. No puede ser que pase de la sobreactuación dramática a la impavidez sin tener otros registros interpretativos. Aunque es cierto, que todo lo malo de su actuación es mejor que el trabajo de Cher. Y no me vengan con las luces, el vestuario o el decorado. Todo aparenta ser lindo si tiene tanto photoshop. Pretenciosa, patética, desprolija, ingenua, demagógica, torpe, inepta, intolerable estupidez que no merece ni siquiera ser llamado film de culto, Noches de Encanto es un producto que muy temprano se empieza a ganar el título de Peor Película del 2011. Y si no lo es, el año que nos espera…
Con los testículos en la garganta Es imposible no reconocer un film de Tony Scott. Ni Spielberg, Godard o Bergman son tan fieles a sí mismos a nivel visual como lo es Tony Scott. Basta ver un plano para reconocer uno de sus films. El hermanito de Ridley ha construido a lo largo de 30 años de carrera, una de las filmografías más regulares de la historia del cine en general. Tiene grandes trabajos entre los que podríamos contar a gemas del thriller como Top Gun, Escape Salvaje, El Ultimo Boy Scout, Juego de Espías, El Fanático, Un Detective Suelto en Hollywood II o Enemigo Público y otras que no fueron tan satisfactorias como Domino, Revancha, Días de Trueno o Deja Vu. Y ni hablar su genial ópera prima, El Ansia. En el medio podríamos ubicar a Marea Roja, Hombre en Llamas, la remake de Rescate del Metro 123. Mientras que Ridley es el pretencioso, que siempre se balanceó entre los géneros épicos (Gladiador, Cruzadas, Robin Hood), la ciencia ficción y fantasía (Alien, Blade Runner, Leyenda), inclusive mediocres comedias (Los Tramposos, Un Buen Año) o películas inclasificables (Hasta el Límite, Thelma & Lousie, Hannibal) desorientando a críticos y cinéfilos (en todos los géneros tiene alguna obra destacable y en todos una deplorable), con Tony no hay tanta discusión: el hombre conoce su oficio y hace el mismo género hace tanto tiempo y de taquito. Cualquier pifie, termina siendo perdonable. Nadie busca en sus obras, LA película del año, sino un agradable pasatiempo. Una distracción que divierta y mantenga atado al espectador a la butaca. Y cuando se dice que nuevamente, contará con la presencia de Denzel delante de la cámara, podemos garantizar que el trabajo estará a la altura de las expectativas. E Imparable no está a la altura de lo que se esperaba. La supera. Si con Rescate del Metro supo meter al espectador en tensión constante gracias a un inteligente duelo de personajes, Imparable es un ejercicio cinematográfico de lujo. Una clase de montaje y de cómo construir suspenso a partir de ello. Los protagonistas de la película son los trenes y el azar. Una serie de eventos desafortunados, parte de culpa humana y parte de mala suerte provocan que una locomotora que lleva vagones repletos de compuestos químicos se ponga en funcionamiento sola. Encima, el maquinista no dio a tiempo de enchufar los frenos. Al mismo tiempo Scott nos presenta dos historias paralelas: un veterano maquinista (Washington, sólido, preciso y con todos los tics y manías que lo caracterizan), que debe mostrarle el trabajo a un joven nuevo empleado (Chris “Capitán Kirk” Pine, cada vez mejor actor) que puso en los rieles, el sindicato. Más allá de las previsibles fricciones iniciales, ambos serán los héroes ocasionales de la historia. Y la química entre los actores funciona perfectamente (otro mérito en toda la obra del director). Además Scott para acrecentar la tensión nos pone en la vía del tren “imparable” otro repleto de chicos. Y ahí, en los pocos minutos que dan comienzo al film nos anuncia que estaremos frente a uno de esos thrillers que le gustaban a Hitchcock, pero que el nunca hubiese hecho. Scott constantemente juega con el conocimiento del espectador y el desconocimiento de los personajes. Acá no hay obvios villanos (más allá de un corporativo de la empresa ferroviaria), sino la clásica lucha del hombre contra el tiempo. Como siempre, los protagonistas de Scott son personas sufridas que han pasado por cuestiones delicadas en el pasado y tienen la oportunidad de redimirse. Acá no es la excepción y este aspecto de los protagonistas, ayuda a humanizarlos. Que hay lugares comunes, clisés y diálogos imposibles, es cierto, para también es verdad que no molestan, dadas las circunstancias. Acá, lo importante es saber como los protagonistas, con la ayuda de algunos personajes fuera de las vías, van a poder detener el tren. Scott da poco descanso. La adrenalina va in crescendo hasta el punto de que el espectador mismo está saltando por los vagones junto a Denzel y Chris. Básicamente, Scott nuevamente provoca que tengamos que vivir una hora y media con los testículos en la garganta. Como vuelvo a decir los méritos no provienen únicamente de Scott y su buen instinto para montar la cámara y la películas, sino que también de los editores, Chris Lebenzon (acostumbrado a trabajar también con Tim Burton) y Robert Duffy, así como de Ben Serensin, el director de fotografía capaz de generar los climas fríos que Scott siempre busca en sus obras y de Harry – Gregson Williams que aporta una banda sonora a puro nervio, pero que en ningún momento sobrepasa en tensión a lo que Scott muestra con la cámara. En la semana que perdimos al creador de mejor persecución de la historia del cine (Peter Yates por Bullit), Scott da una clase sobre persecuciones, que hace recordar un poco a la de Contacto en Francia. Gene Hackman siguiendo al tren. Lo que en aquella duraba 10 minutos, acá es toda una obra. Intensa, divertida, clásica e inteligente. ¿Cuanto es real de la historia, cuanto ficcionado? La verdad, no importa. Tony Scott, un autor, artesano del género, nos regala un excelente ejemplo de por qué los thrillers siguen siendo un placer culpable de cualquier cinéfilo.
Torrentes de Amor Ahora sí empezó el Festival de Mar del Plata. Alfombra roja, lunch abundante, presencia del jet set argentino (pero con figuras menos relevantes a comparación del año pasado) y por supuesto los discursos inaugurales, a cargo del Intendente Pulqui, el Gobernador Daniel Scioli, la Presidenta del Incaa, Liliana Mazure y por supuesto, el Presidente Artístico del Festival, el Gran Maestro José Martinez Suárez. En una ceremonia austera y protocolar, el Presidente hizo gala de su buen humor. No necesitamos conductores, José sigue siendo el más divertido. Después de hacer un comentario con doble sentido sexual, aclaró: “Se sospecha que quieren que esté para las Bodas de Oro (este año se celebran las Bodas de Plata del Festival) y haré lo posible para que así sea”. Tras ver un corto en el que se homenajeó la historia del cine nacional desde su primera película muda acerca de la Revolución de Mayo hasta mostrar fragmentos de Nueve Reinas, Un Oso Rojo, Dos Hermanos, y por supuesto, El Secreto de sus Ojos, se dio pie a la función de Apertura. La elección de este año fue nuevamente un film “independiente” estadounidense. Recordemos que el 2008 inauguró con Vivir al Límite de Kathryn Bigelow y en el 2009, Un Hombre Serio de los hermanos Coen (ambas compitieron irónicamente este año por el Oscar, triunfando la primera). Ambas, en lo personal, me resultaron excelentes películas, que superaron al 80% de las participantes en el Festival. Este año, posiblemente se haya bajado un peldaño, aunque nuevamente se trate de una elección muy acertada. La película en cuestión fue Somewhere, en un rincón del corazón. Cuarta obra consecutiva de Sofia Coppola. Nuevamente la hija de Francis Ford hace hincapie en sus dos principales obsesiones: la soledad en personas que tienen TODO servido en bandeja, y la relación padre – hija. Si bien esta vez, estos aspectos ocupan mucho más el primer plano a comparación de Perdidos en Tokio o María Antonieta, y con menos pretensiones artísticas que ambas y Las Vírgenes Suicidas, Sofía hace su película, en apariencia, más improvisadas y desestructurada, buscando incesantemente darle un sentido a la vida de su alter ego, Johnny Marco, una mega estrella internacional (como Bill Murray en Perdidos), recluido en un hotel de modelos y actores (hay un cameo de uno interpretándose a sí mismo), enyesado, playboy y mujeriego interpretado con un naturalidad, calidez y austeridad digna de una nominación al Oscar por el subvalorado Stephen Dorff. Johnny, además debe viajar para dar conferencias, recibir premios, hacerse moldes para efectos especiales… O sea todo lo que hace un actor cuando no está filmando. El resto es demasiado tiempo libre... para hacer nada, y cuanto más inútil es el personaje más pierde su identidad. No importa cuantas mujeres se le tiren encima, Johhnny es triste, solitarios y final. Hasta que llega Cleo, su hija, y previsiblemente le cambia la vida… y él a ella. Durante 85 minutos de los 95 que dura, Sofia Coppola (quien quedó marcada por la falta de atención que le brindó su padre, y quizás por esa culpa interna Francis produjo esta obra) construye una comedia dramática, lacónica, meláncolica, filosófica y existencialista, menos obvia, previsible y más austera y sutil que Perdidos en Tokio, película con la que tiene mayor similitudes. La sencillez y la química de Dorff/ Elle Faning (mejor actriz que Dakota) es excepcional, pilares de la obra, pero también lo son el timing lento pero no aburrido, y la estética elegida. Similares a las que usaba el setentosos John Cassavetes o Hal Ashby. La elección de colores, la cámara fija, el uso del fuera de campo, la falta de explicación. Como si todo se tratara de un viaje improvisado. Además parece notarse cierta influencia de Torrentes de Amor (1984), la última y mejor película de Cassavetes, donde como en el resto de su filmografia, insistia en explicar la busqueda de amor, en relaciones no del todo ortodoxas. En este caso, el amor fraternal, sin que esto se relacione con lo incestuoso. Pero en Torrentes… lo que era muy interesante era la relación entre este actor alcohólico difícil de tratar (Cassavetes) y su sobrino. En Somewhere, sucede algo similar con la relación Johnny – Cleo. En los últimos minutos, sin embargo, Coppola hace explícito aquello que no hacía falta explicar, y el final, un poco complaciente con el espectador, no dan pie a que el mismo pueda sacar conclusiones más amplias. Un desenlace más abierto hubiesen dado como resultado un riesgosa obra maestra. Igualmente, estamos ante una obra reflexiva y madura de una directora que decide contar siempre lo mismo, pero desde ángulos distintos: personajes perdidos… no en sentido diegético o dialéctico, sino figurativo existencial. Perdidos en la vida. Sin identidad. Siguiendo los pasos del padre, además, Sofía hace una gran sátira a la fama, los premios y la industria del cine. Se destaca la banda sonora, donde se hace mucha referencia a la soledad. Si bien no se trata de una película mayúscula (el León de Oro en Venecia fue un poco exagerado), está más que justificada su elección como Función de Apertura del 25º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Cosa de Mandinga Sabemos muy bien que cuando se intenta hacer cine de ciencia ficción en Argentina, los resultados generalmente bordean lo grotesco. Hubo solo una y solo una película “futurista” que supo entender que para hacer un cine inteligente, intelectual, fantasioso no se necesitan efectos especiales, sino pensar más allá con lo que tenemos más acá. Los decorados son muy importantes, al igual que el vestuario, el maquillaje, sonido, montaje, etc, pero sin una buena anécdota que justifique el cuento nos quedamos varados en Pampa y la vía. La única y verdadera (y le pido disculpas a Fernando Spiner, que intentó realizar dos películas de ciencia ficción… y dentro de todo fueron interesantes) joya de la ciencia ficción nacional fue escrita por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, dirigidas por un joven llamado Hugo Santiago. Se llamó Invasión. Dicha obra, que data de 1969 inspiraría a El Eternauta de Oesterheld, y aunque parezca irrisorio, influenció sobre los Hermanos Wachowsky a la hora de crear Matrix. Ahora bien, sacando a los GENIOS de Farsa, pocos se animaron a realizar ciencia ficción en nuestro país. Ya nombré a Spiner, cuya ópera prima, La Sonámbula era bastante interesante, aunque su segunda obra, Adiós Querida Luna, era un pretendido grotesco porteño. Quizás más interesante e innovador fue el caso de La Antena de Esteban Sapir. Pero aún así estos casos no parecen estar demasiado relacionados con la ciencia ficción… Y tampoco es el caso de Los Santos Sucios. Tercer largometraje de Ortega, quién había transitado un camino costumbrista en su ópera prima (que filmó con apenas 20 años), Caja Negra y un ensayo más existencialista en la segunda obra, Monobloc. Esta vez parece acercarse más a este último, pero con influencias de algunas películas estadounidenses, ciertos climas rusos, personajes de Leonardo Favio y cierta metafísica subielista. El principio remite a Terminator. Letras rojas rezan que después de una guerra que terminó con casi todo, quedan pocas personas en la Tierra, que para sobrevivir, deben cruzar un río. Cielo (Ortega) es el narrador de la historia. Un joven optimista que quiere salir del terreno ruinoso de donde vive, junto con su “amigo” y guía por el mundo, Rey (Urdapilleta). Cielo se pregunta constantemente que fue de su pasado y peor aún, que le depara el futuro… El picaporte (literalmente) para entrar en un terreno de “libertad” tras cruzar el río, la tiene El Mudo (Seguel) un joven con un extraño corte de pelo a lo Monzón, pero con mayores similitudes con el Anton Chigurh de Javier Bardem en Sin Lugar para los Débiles de los Coen. El guía será un viejo sabio, encargado de tocar las campanas de un viejo monasterio, acaso el único sonido humanos que queda. Por último, los acompañará en la travesía, un enano, que nuevamente remitirá a Soñar, Soñar. Sin embargo para salir tendrán que unirse, tener confianza uno en otro, y no dejarse tentar por El Mono, acaso el mayor de los peligros: una mujer (Martina Juncadella) Ortega construye entre Colón y los restos de la fábrica Liebig en Entre Ríos, una tierra devastada bastante creíble, que guarda más de una reminiscencia con el mundo destruido en el que deambulaban Viggo Mortensen con su hijo en La Carretera de Hillcoat. A la vez, esta misma atmósfera remite un poco al trabajo de Alfonso Cuarón en Niños del Hombre. En ese sentido, sumado a la dirección de arte de Anna Carnovale y la fotografía magistral de Bill Nieto, el film sorprende. Hay efectos especiales generados por computadora (como una patrulla que pasa a la velocidad de la luz o fondos de una ciudad destruida) que logran generar una sensación de desazón y justifican su presencia. El problema son algunos elementos narrativos impuestos, diálogos inverosímiles y remanidos, situaciones tan surrealistas que bordean lo grotesco o bizarro, que la bajan de categoría a la película. Si la intención de Ortega fue hacer un film serio y solemne sobre el fin del mundo, y como unos pocos sobrevivientes deben saber convivir, tenerse confianza mutua, superar la locura y los miedos juntos, no lo logró. Lo visual toma protagonismo siempre, y las intenciones hacen quedar a la película como una obra pretenciosa que parece haber sido filmada a principios de los ’90. Ahora bien, como obra bizarra y de autoparodias, la película funciona mucho mejor. O sea, no demos más vueltas, se trata de un film clase B. Por momentos las risas son intencionales, pero hay lapsos donde se nota que el director había perdido completamente la brújula, el rumbo de la historia. ¿La soledad es un crimen, un castigo, una esperanza al final? No se sabe. Ortega juega con sarcasmo sus piezas. A veces, se come fichas del espectador y otras, se lo comen a él. Excepto por la presencia del director, que debería haberse quedado detrás de cámara, las interpretaciones son aceptables. Urdapilleta se vale de las mejores herramientas que tiene en su haber y el resto cumple con el personaje. Tiempos muertos, idas y vueltas, y una estructura poco sólida provocan que Los Santos Sucios no logre captar la atención de espectador en todo momento. Sin embargo, me quedo con el esfuerzo y las primeras intenciones. Como director, Ortega demuestra tener un buen ojo para elegir encuadres y armar planos. Sus obras son más que nada pictóricas. Pero todavía le queda profundizar, mejorar y bajar un poco las expectativas de sus historias y guiones. O quizás estemos frente al nuevo Roger Corman o un Edgar Wright argentino, que pretende seguir haciendo estos híbridos existencialistas. Lo único que me quedó claro es que siempre es bueno tener una lata de extracto de carne, cerrada en la alacena.
Adiós a las armas John Carpenter hace cine de terror. Wes Craven hace cine de terror. Darío Argento hace óperas de terror. Takashii Mike ya es repugnante (pero en el buen sentido). Roger Corman bordea entre la comedia y el terror, lugar donde se puede incluir, por ejemplo a Sam Raimi y Peter Jackson en sus primeras y mejores obras o los chicos de Farsa. Pero George A. Romero hace dramas políticos, disfrazados de películas de horror, lo cuál es una falacia, porque en realidad cada película de Romero está inspirada en un western. La mayor relación que tiene Romero con el terror es cuando adapta cuentos o novelas de Stephen King, que en realidad no dejan de ser dramas psicológicos. Por lo tanto George A. Romero no hace cine de terror. El morbo, las tripas y la sangre no hacen al género de terror. Mondo Cane es horrible, pero es un documental. Y eso es algo que nunca entendieron aquellos que buscan hacer remakes de películas de Romero. Ese es el punto que más fallaba en la remake de El Amanecer de los Muertos del sobrevalorado Zack Snyder. Una película que crítica la práctica del consumismo, la influencia de los noticieros, el capitalismo más salvaje y la adicción a la violencia, más que una película de terror es un documental de Michael Moore, pero Romero le agregaba zombies, vísceras y la transformaba en una divertidísima e inclasificable obra maestra. Snyder, en cambio, con su estilo cool y video clipero la convertía en un impresionable y tensionante film de horror, efectista, previsible y con muertos vivos que corrían a los protagonistas. “Si vos te despertás de la muerte, ¿de donde sacás energía para correr?” – decía Romero refiriéndose a la remake del film de 1979 y a Exterminio – “ ¿Acaso los zombies toman jugo de naranja, un energizante o se inscriben en un gimnasio para estar en forma?” El humor ácido pero punzante y real, del director es algo que no falta en ninguna de sus magníficas obras tampoco. Todos estos argumentos sirven para explicar porqué La epidemia, si bien no es decepcionante, se suma a la larga lista de films industriales, hechos por encargo; una de terror más para ver un sábado a la noche en compañía de un/a novio/a y/o amigo/s. El film original era realmente una aplanadora de emociones. Empezaba con toda la fuerza. En sí no tenía principio siquiera. Uno iba entiendo lo que pasó en el pueblo a medida que iba avanzando el relato de estas personas que se tenía que escapar de su ciudad natal, porque las fuerzas militares imponían una rígida ley marcial por pandemia de “locura”. Locura… generada químicamente por ellos mismos y contagiada a la población de este pueblo granjero a través del agua. Los malos en esta obra no eran tanto los “locos” como los militares y la adicción a la violencia que tienen los estadounidenses más conservadores. Romero se quedó adentro del cuerpo de un joven anarquista hippie revolucionario y su grito de protesta son sus films (igual que Godard), solo que en vez de ensayos hace terror con muertos vivos, pero particularmente no hay diferencias. A Romero no le interesa tanto la forma, como el fin… como el mensaje final, incluir grandes dosis de ironía, cinismo y humor negro, con algo de melancolía pesimista, solemnidad, morbo y mucho, mucho clase B. Todo lo lindo e imperfecto del cine de Romero, Eisner lo pierden en esta escuálida remake. El comienzo es prometedor. La historia se desarrolla rápidamente y con ritmo hasta llegar al conflicto principal: el encuentro con los militares. Hasta ahí estamos bien. O sea, si están los típicos efectos de sonido y música que ayudan a acrecentar el suspenso, y los gritos de susto en las plateas. Linda fotografía, lindo maquillaje y un interesante protagónico de Olyphant (un actor interesante que compuso al villano de Duro de Matar 4). El personaje de este alguacil honesto e idealista recuerda un poco al de Will Kane (Gary Cooper) en A la Hora Señalada, lo cual emparenta nuevamente al cine de Romero con el western. De hecho, Eisner (cuyo única antecedente es la flojísima Sahara) copia al mejor plano de A la Hora… Hasta la demorada aparición de los militares estamos bien. Ya nos pegamos un par de sustos, nos tensionamos con una muy buena escena en una funeraria y nos dimos cuenta de la mano romeriaza (esta vez superviso la película porque figura como productor ejecutivo) cuando pone de manifiesta la critica hacia tres cazadores furtivos. El problema es la persecución, aquello en lo que Romero se esmeraba más en desarrollar en el film original. Si bien los militares siempre están dando vueltas por ahí, amenazando con matar a la pareja protagónica: el alguacil y su esposa (la hermosa y brillante actriz, Radha “Melinda” Mitchell), con su comisario (Anderson) y una chica que cayo en el medio (Panabaker), los verdaderos perseguidores terminan siendo “los locos”. Si no estabas contagiado, te contagian. Una fábula que debería ser más política y social, acerca de la paranoia, la forzada claustrofobia, etc., se transforma en una banal obra más, del montón sin destellos de personalidad, con alguna que otra ingeniosa escena de suspenso (me gustaron individualmente las escenas del hospital, del lava autos y la de la estación de servicio como si fueran viñetas independientes de la película) y tensión constante. Está bien. Pido demasiado quizás. Eisner hizo un film distinto. No es Romero ni esperaba que lo sea. La Epidemia tiene su independencia, tiene su fidelidad y produce tensión, aún con sus lugares comunes, clisés, frases inverosímiles y personajes de cartón. Los climas están bien logrados y las interpretaciones de Olyphant y Mitchell, si bien no están a la altura de trabajos anteriores, convencen. No la pase mientras la veía (todo lo contrario, me sentía cómodo y entretenido), pero el efecto posterior es lo que te cuestiona la calidad del espectáculo que viste. ¿Es realmente tan bueno… o tan malo? Esta mañana varios críticos la lapidaron y subvaloraron el género, lo cuál me produce tristeza porque me gustan los films de terror. Hay muchos que tienen algo que decir, y más me produce tristeza que no hayan visto el original que SI tenía algo que decir. Acá no. Eisner no cuenta algo nuevo. Los militares y la adicción a la violencia son secundarias (en ese sentido lo más cercano a Romero fue la secuela de Exterminio, una película muy política antimilitar dirigida por un español con Jeremy Renner). Importa solo el efecto. Cumple, aún cuando el final del film es DEMASIADO inverosímil y hollywoodense (y visto). Pero George A. Romero está detrás. Algo queda de su magia, pero la mayor parte no. ¿Dónde está el espíritu anárquico? ¿Dónde está el incómodo, absurdo y melancólico humor negro? ¿Dónde está la crítica política, económica, social, militarizada de sus propias obras? ¿Se nos estará aburguesando o estará juntando la plata para realizar su próxima gran creación política con zombies asumiendo cargos legislativos, ejecutivos o judiciales? Me juego que esta opción es la adecuada y Romero no se vendió. Solo ahorrando. Espero que de resultados. Sin duda, a él lo voy a seguir. Eisner ya es parte del olvido.