La entrevista tradicional deja de tener razón cuando a partir de pequeños retazos y percepciones sobre la recepción de la cultura en latitudes inéditas para la reflexión. Gabriela Aparici devela con reportajes, registro de shows y, principalmente, la palabra, el acercamiento de Finlandia al tango. En vez de hacerlo por el extrañamiento, lo hace desde la empatía y termina por construir una verdad sobre la pan nacionalidad de la cultura.
En el reemplazo de una joven por otra y un viaje a Nueva York, Matías Piñeiro vuelve a jugar con el cine, Shakespeare, y con la posibilidad de trasladar su obsesión por la traducción al extremo. Un regalo que no termina por concretarse, un viejo amor que aparece en forma de olvido y palabras que van y vienen, son sólo algunas de las guias para comprender la propuesta.
Documental clásico, más allá que intente disfrazarse de otra cosa, sobre Exupery, mujeres que amó, recuerdos difusos recreados en falsos Super 8 para consolidar una propuesta débil. Herzog no logra concentrar su energía, y mucho menos el cuidado cinematográfico, dejando que aquellos que la vean envíen nuevamente más inquietudes, porque en eso se queda, en una propuesta híbrida sobre el autor y sus pasiones.
Teddy Williams ha logrado consolidarse en los últimos tiempos como un versátil analista del trabajo y el hombre. En esta oportunidad supera la concentración del corto y deambula con su cámara en la vida de tres jóvenes del presente con pocas inquietudes y débiles objetivos. El sexo, la rutina y la
Un verdadero ejercicio cinematográfico para actores. Troncoso, Gamboa y Chávez la rompen en la historia de dos desconocidos que terminan juntos por interés. Matías Lucchesi logra, una vez más, arriesgarse y en el desafío posiciona la tensión para que la coreografía termine por consolidar la inevitable desconexión y la incapacidad para emitir una respuesta verdadera sobre sí mismo.
Estallido La opera prima de Tomás de Leone, posee un pulso narrativo marcado por la tensión que el protagonista percibe tanto en su entorno como internamente, ante un espiral vertiginoso que lo envuelve en situaciones que no quiere. Dalesio (Nahuel Viale) busca dentro del pequeño universo en el que se encuentra, alguna luz entre tanta oscuridad. Su vida, va de tratar de ganarse honradamente el dinero como aprendiz de cocina para ayudar en su casa, a noches de turbios asuntos que nunca termina por comprender del todo. Si bien encuentra en una mujer (Malena Sanchez) algo de afecto y contención, Dalesio debe también controlar constantemente a su madre (Mónica Lairana), un ser que termina por transformarse imperceptiblemente en algo así como su hija. La cámara acompaña su derrotero, que comienza en una fría noche dentro de un vehículo casi hecho chatarra, en el que espera a sus compañeros para que le den algo de dinero de los pequeños robos. La elección del director por mostrar la noche en contraste al día, también marca los dos tiempos en los que se maneja el relato. Por un lado, una puesta con cámara en mano y nerviosa, por el otro, la tranquilidad e inercia de planos fijos. “Siempre que te pido un pucho me los pasas encendido”, le dicen en una escena a Dalesio, y en esa simple frase, se pinta por completo al personaje, un hombre que se brinda a los demás con una actitud de servicio única, sin pedir nunca nada a cambio hasta que las circunstancias lo superan. Tomás de Leone logra un relato sólido y verosímil que potencia la simple idea disparadora, apoyado en la notable actuación de Nahuel Viale, que compone a su Dalesio con una naturalidad única, y la participación secundaria de figuras como Mónica Lairana y Malena Sanchez, contrapuntos perfectos para que la progresión narrativa funcione. Los diálogos frescos, libres de prejuicios y pudor, reposan en la mirada de acciones simples que gestan la épica del joven y componen el drama de cada personaje. El aprendíz (2016) es una historia que atrapa desde el primer instante por el carisma de las interpretaciones, pero también por su notable dirección.
Seguramente en el arranque del proyecto Jeremy Gillespie y Steven Kostanski habrán pensado en hacer algo diferente en materia de terror y también, supongo, homenajear a clásicos del género como Hellraiser, Re Animator y otros. Lamentablemente ni lo uno ni lo otro, en un film que genera risas por lo irreal de la puesta, las actuaciones, los efectos, y, principalmente, por menospreciar al espectador que se acerca a la sala en busca de una experiencia.
Cuando el cine se encuentra con la música el espectáculo se potencia. Cuando la inteligencia se ubica no sólo en la habilidad narrativa de un guionista, sino que se acompaña con un lazo cercano entre la dirección y las actuaciones, todo marcha sobre ruedas. Lugar común el que se acaba de mencionar, pero es así, es cuando propuestas como “Baby Driver: El aprendiz del crimen” (USA, 2017), nos hacen vivir emociones impensadas o calculadas que configuran la verdadera razón del cine. Edgar Wright viene de dirigir y guionar películas de culto como “Scott Pilgrim” y “Ant-Man”, películas que han dejado una huella particular en los espectadores a partir de la reinvención de los géneros con los que trabajó. En esta oportunidad, las películas de atraco, sirven para reconstruir una historia de amor y pasión en medio del hampa, con el Baby que da título al film, un joven que tiene una deuda pendiente con uno de los líderes de una de las bandas de robo más efectivas de los Estados Unidos y que se desempeña como chofer, obligadamente, en los actos delictivos. A su capacidad para escapar de la policía a gran velocidad, se sumará la particularidad de su oído absoluto para sincronizar los acordes de los temas, que lleva en sus infinitos reproductores, con los pasos y las alarmas de los bancos o lugares robados. Así, en el relato, además de contar cómo éste joven está involucrado en los hechos delictivos, la acción se posiciona casi en una coreografía constante, en donde la música y el propio Baby son los elementos dominantes de la escena, pero también la decisión estilística que refuerza tópicos claves y referencias a películas predecesoras. Acompañado por una joven a quien conoce en una cafetería, el devenir del romance con ella, más los ingenuos intentos por escapar de las redes de su jefe, subrayan la progresión dramática y la tensión. El arco posee su punto más alto cuando la decisión de abandonar pasa de ser un anhelo a ser una cercana realidad, pero como en todo cuento, no le va a ser tan fácil desligarse de años y años de estar cerca de los delincuentes. “Baby Driver” es una película que apoya su recorrido por el guion en la cintura actoral de sus protagonistas, quienes saben, además, que se están entregando a un acto lúdico cinematográfico que además reunirá frente a la pantalla a diferentes generaciones. Razón por la cual si bien el “baby” es el disparador (Ansel Elgort), está Jon Hamm, Kevin Spacey, Jamie Foxx, entre otros, que despliegan a lo largo del metraje todo aquello que el guion y el director les solicitan y aún más en sus arquetipos. Persecuciones, robos, disparos, muchos disparos, pero mucha, mucha música, componen el panorama artificioso de la obra, pero también la esencia sobre la cual Wright arma el pentagrama en el cual las notas, en este caso las escenas, configurarán el espacio ideal para que el despliegue musical, las coreografías y la acción construyan un todo, una experiencia visual y sensorial única para disfrutar en el cine.
Rosario siempre estuvo cerca y Fontanarrosa, también. Película episódica, con separadores animados sobre glorias pasadas del fútbol, esta película, de seis episodios, demuestra que la habilidad con la pluma del escritor sigue intacta, aún, a pesar de su transposición. Algunos de los relatos funcionan mejor que otros, pero en la totalidad del visionado, el corpus se presenta como una sólida muestra de realizadores que intentan homenajear, con grandes actores de la escena local, a un filósofo, un pensador, un ser fuera de serie que nos pintó como somos, muy a pesar nuestro. Atentos a “El Asombrado” con Darío Grandinetti y Catherine Fulop, “Vidas Privadas”, con Gaston Pauls y Julieta Cardinali y “No sé si he sido claro”, con Dady Brieva.
La guerra como expresión máxima de la desinteligencia entre los hombres. El cine como medio para replicar aquellos momentos claves y de tensión en los que el ser humano no puede con su genio y las diferencias separan. Nolan se pone encima el cine bélico, como ya lo ha hecho con la ciencia ficción y el género de superhéroes y construye uno de los relatos más asfixiantes de los últimos tiempos. Las costas de Dunkerque son la excusa para hablar de hombres que vislumbraron su muerte, en una puesta épica, ambiciosa, opulenta, símil cine de antaño, pero aggiornada a la actualidad. Si por momentos la tensión decae por el exceso de flashbacks o el subrayado continuo del sentido de patriotismo, esas lagunas se superan con una banda sonora soberbia, una línea autoral clásica y actuaciones medidas y efectivas.