Hay alguna conexión entre Rumania y Argentina que sigue sorprendiendo, sin poder determinarse si es la idiosincrasia, algunas ideas sobre su origen, o, tal vez, sólo la habilidad para reflejar problemáticas similares. Nos es extraño entonces, tomando estas puntas que la relación entre ambos países se ha ido fortaleciendo en los últimos años gracias a las películas, a directores que se reconocen como autores y a nombres cada vez más frecuentes para el público autóctono. Recientemente la muestra Pantalla Pinamar ha decidido no sólo presentar gran parte de la cinematografía oriunda de este país durante la muestra, sino que, además, cuenta con el respaldo de la Embajada en Argentina de dicho país. Esa conexión ha ido posibilitando, aún más, la llegada de su filmografía reciente, actores y realizadores, algo impensado en otros tiempos, quienes también comentan la cercanía de su país con el nuestro. Cinéfilo por naturaleza, el argentino llena las salas para ver producciones como “El tesoro”, “Policía, Adjetivo”, “Graduación”, “12.08 al este de Bucarest”, por nombrar sólo algunas, y celebra cada estreno oriundo de esos pagos. En esta oportunidad “Sieranevada”(2016) de Cristi Piui, no es sólo el retrato de una familia y una reunión obligada, es el detalle minucioso de casi 15 personajes en una coreografía registrada dentro de un pequeño departamento. La narración comienza cuando un hombre decide volver a su hogar natal, después de un tiempo, y en ese regreso el guion comienza a desandar cada una de las vidas de los personajes que deambularán a su alrededor. Película de progresión laxa, con una cámara que registra desde lejos, simil documental, el rompecabezas comienza a encajar cuando tras un ritual que se debe cumplir, para muchos eso es sólo un trámite. Tal vez por eso, en el arranque, una mujer regaña a uno de los protagonistas, a su hija y a quien se le cruce, porque desde ese momento Piui también habla de cómo los ritos van perdiendo su mística, transformándose a rutinas sin sentido que sólo dañan más que confortar. Y en el pequeño departamento, esa primera voz de la mujer quejándose y gritando, es tan sólo el ápice de un tratamiento discursivo interesante, el de intentar descubrir la palabra en medio de la superposición y del solapamiento entre ambientes y puertas que se abren y cierran. Tal vez por momentos este recurso incomoda, y justamente allí el director refuerza su sentido de autor, trabajando en una película de casi tres horas, diferentes atmósferas en las que la reunión sólo es la excusa para introducir muchas otras cuestiones. Película sentida, con una propuesta deslumbrante, que por momentos pierde fuerza con la reiteración de algunas situaciones, pero que más allá de esa pérdida de sentido original, puede, por varias horas, hipnotizar al espectador con su impronta de verdad y naturalidad tan característica al cine rumano. Bienvenida esta propuesta.
Mirada nostálgica sobre el pasado, sobre figuras del rock que se han mantenido al borde de negociados, resistiendo sólo con su arte, los embates de la industria y los problemas económicos generales. Sergio “Cucho” Costantino, uno de los referentes del cine documental musical, explora ideas y conceptos de las figuras convocadas para la ocasión, y juega con la animación para construir un testimonio sobre la pasión por la música, su auge, y, también, su decadencia.
Transformers: El último caballero Formula agotada. Nada queda de los bellos robots que podían transformarse en otra cosa, principalmente en vehículos. Hoy son gigantescas moles de metal y transistores que buscan empatizar con los humanos y nada más. Los caballeros del Rey Arturo son sumados a la saga, y Michael Bay explora su costado mas kitch y bizarro “transformando” a las máquinas en contenedores de basura, que luchan y anhelan cosas, pero que se hunden con una saga que no encuentra renovación, a pesar de que el público la acompaña y espera mucho de ella.
Narrar un conflicto muchas veces llevado al cine, pero desde la impronta de una situación como la tensión por un ser en estado de coma, debatiéndose entre la vida y la muerte, es tal vez el mayor acierto de la propuesta. Convencional, con una mirada sobre la religión subrayada y particular, no aporta esta propuesta nada nuevo al conocimiento sobre una cinematografía que se ha acercado cada año más a los espectadores locales y que profundiza sobre la idiosincrasia de una nación en constante puja.
Documental narrado por Arnaldo André que reposa su mirada en la particular obsesión de los argentinos por la carne y sus relaciones sociales. La diferencia de clase, el espíritu marcadamente fascista, la sociedad rural, las nuevas maneras de dirección empresarial, pasando por el terrateniente hasta llegar a las nuevas figuras de cooperativismo. Inteligente y mordaz, con una utilización precisa del archivo, imágenes mediatizadas, registro directo, y un toro que hilvana los diferentes momentos del novedoso documental, celebramos esta nueva incursión del grupo Puente Films, en esta oportunidad encabezado por Alberto Romero.
Nostalgia. El pasado que construye una historia y que se ve abrumado por un presente plagado de avatares económicos y que hacen peligrar la base de la identidad y el sentido de todo. Timoteo resiste, pero no por mucho tiempo más, y ese dolor es el que guía su sufrimiento. Lorena Giachino Torrens genera un relato intimista sobre el universo de Timoteo, su circo, sus integrantes, su legado, sin golpes bajos, pero con la sapiencia de reflejar a un ser que supo ocuparse de aquellos excluidos durante décadas, y que en el fondo, terminaron convirtiéndose en su familia.
Soy mucho mejor que vos Enmarcada dentro de la tradición de cine popular y familiar que inunda las salas cinematográficas durante el receso invernal, Cantantes en guerra (2017), dirigida por Fabián Forte y protagonizada por la misma dupla de Socios por accidente (2014), recupera el humor para reflexionar, de manera sorpresiva, sobre la construcción de la fama. Ricardo y Miguel (José María Listorti y Pedro Alfonso, respectivamente), dos amigos de la adolescencia ven como el pacto que tenían sobre su relación se pone a prueba tras audicionar con un reconocido productor musical (Osvaldo Santoro) que termina decidiéndose por lanzar al estrellato sólo a uno de ellos, Ricardo (Listorti). Años después, y tras un accidente de automóvil, los amigos vuelven a encontrarse, uno con las expectativas intactas por triunfar y el otro, cansado de las luces del escenario y flashes, planea una estrategia en conjunto para potenciar algunos resultados que no está logrando. Pero mientras Miguel (Alfonso) se deslumbra por los instantáneos y fugaces destellos del éxito, Ricardo ya en decadencia, y con sólo un hit que lo posicionó en la cima, reconoce en su amigo de la juventud la posibilidad de poder, de alguna manera, recomponer su carrera. Acompañándolo a un show en el interior, Miguel termina siendo convocado por el productor (Santoro) para lanzarse en solitario como cantante de reguetón, y en esa decisión es en donde Cantantes en guerra se despega de la tradicional línea narrativa que venía desandando para profundizar, curiosamente, en la fama efímera, la construcción de las estrellas, el mundo descarnado y caníbal de la televisión y la música. Miguel ahora es Miguell’o, una estrella que hace delirar a las fanáticas con canciones simples y con efectos de voz y sonido, que lo alejan de sus ideales y también de su familia, porque claro, una de las condiciones para poder triunfar y ser popular en el caso de los solistas es ser “soltero”, así que el cantante ve cómo de a poco sus decisiones lo ponen en un lugar completamente diferente al que quería estar. En otras oportunidades el cine ha llevado a la pantalla este duelo entre amigos o dúos que terminan mal, como por ejemplo en Muertos de risa (1999), de Alex de la Iglesia, pero aquí lo que refuerza su cuento es la mirada particular que se pone en la televisión como impulsor meteórico de estos fenómenos. El guion, escrito por los mismos de La última fiesta (2016), subraya con trazos gruesos y estereotipos, los contrastes entre los protagonistas, pero prefiere por momentos, iluminar participaciones secundarias que potencian aquel planteo sobre la fama y sus consecuencias. Así desfilarán Dady Brieva, Miguel Ángel Rodriguez o Diego Reinhold (en plan host sanguinario de televisión) que se suman a la dupla protagónica y a Jonathan (Facundo Gambandé), el asistente de Ricardo, para reforzar la trama simple que se cuenta. Cantantes en guerra no pretende más que entretener, con algunas ideas sobre la amistad, la familia, el trabajo, el éxito, y la venganza, que se ubica sobre la media de los productos comerciales y vacíos. Pero su fuerte arraigue televisivo, desde la decisión de algunos planos y cierto humor simil “Café Fashion”, resienten algunos logros que podrían haber destacado el resultado final y ubicarla en otro lugar.
Soltar el podio Hubo un tiempo en el que el Rayo McQueen disfrutaba de las mieles del éxito sabiendo que, no sólo era el hijo pródigo de Radiador Springs, su lugar de origen, sino que además, era un ejemplo para miles de fanáticos que en su historia de superación y tenacidad, veían un horizonte posible para sí mismos. Años después esa lucha fue llevada al plano internacional, cuando una competencia mundial lo toma en cuenta y lo pone a la par de estrellas de la pista de varias nacionalidades, midiéndose con los número uno y demostrando una vez más, sus capacidades y velocidad. En Cars 3 (2017) el tiempo pasó, y aquella rapidez para demostrar su potencia en las carreras, ha disminuido, siendo superado McQueen por una nueva generación de corredores especializados en alcanzar velocidades increíbles. La película habla principalmente de los cambios tecnológicos en las relaciones, en uno mismo, y cómo éstos determinan nuevos planes de acción ante la inevitable necesidad de ser otro o quedarse en el pasado sin poder superar nuevas metas. Cars 3 es un relato clásico sobre personas (en este caso autos) que deben dejar de lado sus egos para poder reinsertarse en un espacio signado por la evolución y los cambios, pero también es una historia que necesita del apoyo en una base previa (entregas anteriores), para poder así cimentar su progresión. Dividida en tres etapa: auge, caída, superación; el principal conflicto narrativo radica en la imposibilidad del héroe de ceder su espacio ante la inevitable decadencia del reinado. McQueen, al igual que en su momento lo hizo Doc con él, se ubicará en el lugar de entrenador de la recién llegada para poder así, desde sus triunfos, recuperar cierto reconocimiento. McQueen, luego de luchar consigo mismo por comprender su espacio en el panorama mundial de competencia, considera capacitar y entrenar a una joven llamada Cruz Ramírez para así evitar quedar olvidado en el tiempo. En esa búsqueda del reconocimiento propio, más los laureles para su aprendiz, Cars 3 vuelve a forjar, de manera fresca y simple, su fórmula, alejándose del cosmopolitismo que signó su segunda entrega, para replicar estereotipos y humor propios de la primera parte. Claro que McQueen y Ramírez no estarán solos, vuelven los entrañables personajes que generaron un negocio multimillonario alrededor de los autos y sus accesorios (Mate, Sally, Flo, Filmore, etc.), sumado a una nueva serie que potencian cada escena. Enmarcada en relatos en los que el maestro debe acompañar al discípulo (Creed: Corazón de campeón, Karate Kid, etc.), el principal logro de esta película, es la de transmitir valores relacionados al trabajo, la amistad, y, principalmente, la importancia de fijarse metas en la vida. Si Cars 3 no llega a estar a la altura de la primera y novedosa parte, es tal vez porque, en el fondo, replica su estructura y hacia el final, la moraleja necesaria para justificar todo el relato, llega de manera obvia y contundente. Aún así, superando esas cuestiones, Cars 3 es una película para poder disfrutar en familia, con una animación impecable, conflictos y tensiones necesarios para mantener en vilo a los espectadores, y con la seguridad de saber que en la épica del Rayo McQueen se consigue interpelar a varias generaciones con la idea de poder soltar aquello innecesario para seguir en la cima del podio.
Nada haría suponer a Peter Braatz que en el simple pedido de una entrevista se forjaría un documental que 31 años después podría desnudar los orígenes de uno de los cineastas más particulares y novedosos de todos los tiempos. Con material inédito, que va más allá del making off, Braatz, que tuvo acceso ilimitado al set y protagonistas de “Blue Velvet”, cuarta película de David Lynch, construye una verdadera obra de arte que pone de manifiesto el comienzo de un autor aún vigente y que continua provocando a los espectadores.
Ariel Winograd es el padre de la nueva comedia, así, sin vueltas, nadie ha podido como él comprender los cambios y gustos de la audiencia, ofreciendo historias entretenidas con premisas básicas pero efectivas y taquilleras. En esta oportunidad, en el derrotero de un hombre que debe de un día para el otro hacerse cargo de la casa y sus hijos, hay un retroceso estilístico, argumental y narrativo, y aún así y todo, gracias a la solvencia de Diego Peretti y el elenco de niños, se transforma todo en una propuesta convencional, sí, pero efectista.