Con “Los exiliados románticos” (España, 2015), su director Jonás Trueba, sigue consolidándose como uno de los principales hacedores de comedias disparatadas, que posibilitan el lucimiento actoral de sus protagonistas sin siquiera ofrecerles extensos parlamentos. “Los exiliados…” son Vito y Francesco, ya vistos en “Los Ilusos” (2013), que una vez más deciden deambular, ahora arriba de una pequeña furgoneta, para poder dilucidar acerca de sus desventuras románticas, sumando a un tercer compañero de viaje llamado Luis y a una serie de mujeres a medida que avancen en la ruta. La minivan se llena de misterio y a la vez de posibilidades, con una dirección específica hacia encontrar a una persona conocida en Francia. Los exiliados duermen, hablan, fuman, charlan, son una suerte de flaneurs que transitan el espacio sin otro objetivo que impedir que el hábito y la rutina corrompan su espíritu lúdico y dinámico. En ese no espacio del vehículo, y en ese deambular constante, errabundeando hacia las profundidades más alejadas de sí mismo, cuando comienzan a aparecerles acompañantes femeninos que les hacen profundizar sus diferencias y a la vez acercarlos aún más. La crisis se deja de lado, y las impresiones de cada uno se van entrelazando con los paisajes, bellos, únicos, que Trueba captura, que pueden ser a la vera de un río, como también en un desolado estacionamiento de un supermercado. El viaje es sólo la excusa para brindar, cantar, escuchar música (esencial en el filme) pero también para conocerse y a la vez afirmar la identidad de cada uno ante los deseos y anhelos que poseen para su porvenir. El grupo se va haciendo cada vez más grande, aunque sea momentáneo, y comparten impresiones, y hacia el final el tono de esta breve, pero efectiva cinta se pone más melancólico y serio. El amor es necesario, pero también el amor por lo que uno hace, y en una mesa en Francia, en la que los exiliados comparten vinos, quesos y encurtidos, comienzan a dilucidar qué es lo mejor para un hijo, a partir del relato de una de las nuevas participantes de tener uno. “El amor por la vocación, eso es esencial” dice uno de ellos, y la cámara envuelve al grupo, sabiendo que justamente este hábil director, hijo de otro amante del cine y uno de los realizadores más prestigiosos de su país, es el resultado de aquello que los exiliados buscan a través de sus palabras transmitir. “Los exiliados románticos” es una película que busca en la progresión narrativa una esencia que impacte en aquellos planos y situaciones que presenta, las que, muchas veces en apariencia inconexas, no son otra cosa que la suma de las voluntades y particularidades del grupo que intenta reflejar. En lo sintético y concreto de su propuesta, en la habilidad de Trueba para intercalar imágenes y música sin prurito, en ese eterno videoclip que rueda, al igual que las ruedas de esa minivan refugio y patria del trío protagónico, es en donde todo se potencia hacia un lugar de disfrute único y, en apariencia, ingenuo.
Lo más cerca posible En el arranque de “Lejos de Ella” (China, 2015), un pequeño grupo de personas festeja en 1999 el año nuevo practicando una coreografía sincronizada en un pequeño local. El director Jia Zhangke presenta esa escena, inmersiva, desde afuera para luego introducirse de lleno a partir de destacar la imagen de una bella joven (Zhao Tao) que disfruta sin ningún tipo de prejuicio el baile. “Go West” versión de los Pet Shop Boys será el tema que tanto placer a ella le da. Mientras baila uno de los compañeros (Liang Jin Dong) la admira, la idolatra, la acompaña, hasta que llega un tercero (Jin Sheng Zhang), que a fuerza de presentarse como el opuesto a todo lo que ella está acostumbrada, tendrá la capacidad de imponerse como el tercero en una historia de amor dividida en tres instancias, que en el fondo sólo busca conocer más detalles de sus personajes, entorno y relaciones. 1999, presente, y 2025, será cómo Zhangke, ambicioso, dividirá esta épica historia de amor en la que, además, se cuentan tradiciones, perspectivas, realidades y suposiciones, acerca de modos de vida y de cómo un grupo de personas va evolucionando e involucionando mientras crecen. A Tao (Tao) en un momento, agobiado por la alegría y felicidad que ella siempre transmite le dicen “Nadie puede estar contento toda la vida” y desde allí su historia comenzará a debatirse entre aquello que quiere para sí misma, para su hijo y para finalmente decidir con quien tendría que pasar el resto de su vida. Los personajes evolucionan en el filme, se transforman, se modifican, y Zhangke va, minuciosamente, desplegando sus características a lo largo del metraje. La interpretación de Tao, que se apoya en el notable juego y puesta en escena del director, como así también el juego que se genera a partir de la división en etapas de la historia, son los puntos más altos de una historia de amor que va más allá de la superficie gracias a su fuerza melancólica y entrañable y su capacidad para destacar la alegría, pese a todo, como motor de la vida. PUNTAJE: 10/10
En “Londres Bajo Fuego” (USA, 2016), esta secuela de la política e ideológicamente complicada “Ataque a la Casa Blanca”(USA, 2013), se toma como punto de partida nuevamente un suceso exacerbado de violencia para construir, desde las leyes más tradicionales del género de cine de acción, una película que sólo busca entretener, y, que lo logra. En el arranque Mike (Gerard Butler) es representado a partir de la idea del empleado ideal, que siempre ha respondido con creces y con una clara noción de servicio sin cuestionar nada sobre aquello que se le pedía, con otras metas para su vida. Esperando con su mujer un hijo, cree que lo mejor que puede hacer para acompañarla en el proceso, y sabiendo que siempre está exponiendo su integridad en cada misión que le asignan, es renunciar a su cargo. Butler es mostrado como tosco, apático, claros rasgos del superhéroe de acción que luego encaminará el destino de una nación y del mundo hacia un lugar de iluminación y salvación, pero que en esta oportunidad intentará reflejar otros puntos de su personalidad para, así, representar el momento en el que el personaje se encuentra. El guión lo muestra una y otra vez frente a la pantalla de una computadora, redactando un mail en el que explica los motivos de su renuncia. El cursor va y viene en el procesador de texto, y el cuerpo del correo va tomando algunos puntos a desarrollar que, en apariencia, terminarán por desaparecer cuando un llamado lo alerte de la imperiosa necesidad que vuelva a tomar parte en el ejercicio de proteger, salvar, ayudar para poder así impedir la inestabilidad mundial. El director Babak Najafi, con una prolífica carrera en Suecia, no es Antoine Fuqua (“Ataque a la Casa Blanca”), quien en la primera entrega de la saga de Mike dotaba al filme de una atomósfera pro patria que terminaba por ensuciar la dinámica historia que habían imaginado Creighton Rothenberger y Katrin Benedikt, Sus raíces Iraníes le permiten configurar un halo realista detrás de la propuesta, reforzando el guión de los mismos Rothenberger y Benedikt, a los que se suman Chad St. John y Christian Gudegast, para imaginar una historia que parte de una idea simple y sencilla. La misma responde a la pregunta ¿qué pasaría si los principales líderes del mundo son ejecutados? Así “Londres Bajo Fuego” traslada su acción a la ciudad británica, en la que Mike deberá, junto a la agente Lynne (Angela Basset), de un momento para otro, y en medio de su reflexión sobre abandonar el servicio de inteligencia para ser padre, proteger al presidente de Estados Unidos (Aaron Eckhart), quien se verá involucrado en los sucesos que tienen en vilo a la comunidad mundial. La idea de destabilizar los gobiernos, para así promover la venta ilegal a nivel mundial de armas, es una problemática tan real como presente en la agenda mediática de mucho de los medios de comunicación alrededor del mundo, razón por la cual “Londres Bajo Fuego”, además de presentar una historia llena de acción, en la que el superhombre de carne y hueso debe defender a todos y todas con su inteligencia, fuerza, y, principalmente, su capacidad para huir de aquellos lugares complicados, será tan solo la excusa para poder, en el fondo, contextualizar y potenciar su propuesta. ¿Hay lugares comunes?, sí, muchos, ¿hay un exceso de la idealización de los valores? pro Norteamérica, también, ¿entonces qué es lo que hace atractiva a esta historia que ya se ha visto miles de veces?, básicamente su capacidad de entretener y de originar el siempre buscado placer de género, en donde cada estamento y capa que el guión presenta es una posibilidad para avanzar en una historia que adolece de muchas cuestiones, pero que, en el fondo, cumple con sus premisas.
Negar lo deseado La directora Belen Bianco logra en su nuevo film No hay tierra sin mal (2014) un reflejo de la vida de provincia a partir de contemplar la relación de dos mujeres con su entorno. Ana (Ana Luz Kallsten) y Silvia (Silvia Nudelman) habitan la misma vivienda. La primera es la hija de un empresario exitoso de Posadas, y la segunda es la mucama, que, sin tener cama adentro, comparte la mayor parte del tiempo con los que viven allí. Entre ambas se arma una sinergia en la que los consejos de una (Silvia) hacia la otra (Ana) intentarán hacerle conocer un poco más de la vida y del amor, más allá de sus propias experiencias y dudas. Ana, es una joven tranquila, que si bien tiene un amorío con un amigo, evita ceder a la tentación de intimar con éste por un fuerte dogma católico que respeta y defiende a rajatabla ante cualquier intento del joven por lograr tener relaciones con ella. Bianco además, contrasta este despertar sexual negado de la chica con la experiencia y libertad con la que Silvia ejerce su sexualidad, la que, a pesar del paso del tiempo en el cuerpo, intenta explorar en cada oportunidad que puede y con quien sea. Esto no quiere decir que ella tenga una pareja que la contenga, todo lo contrario, pero en su intento de seguir manteniendo una relación con un hombre que casi ni le pasa la hora, se habla también de una necesidad de la mujer que, ni aun manteniendo relaciones con extraños le posibilita afirmar su identidad. No hay tierra sin mal acompaña a las dos mujeres en sus rutinas, y lo hace a través de la estaticidad de algunas escenas en las que Bianco sólo coloca la cámara en el cuadro en el que quiere contar lo que sucede, y que muchas veces es nada. Ana sentada en el bidet, Silvia esperando que el agua de una pava se caliente, Ana comprando algún adorno en una feria, Silvia viajando en colectivo para encontrar a su amante (que nunca llega), son algunos de los movimientos en los que la directora reposa su mirada. Porque en esas simples acciones la película analiza algunas cuestiones que van más allá del tedio de la vida en el interior, profundiza por encima de otras cosas la notoria lucha de clases y los conflictos que surgen entre aquellos que tienen y los que no. Hay tiempos muertos que ralentizan el relato, pero hay algunas escenas que bien valen esperar en esa lenta cocción de los sucesos que propone la directora para que, por ejemplo, entendamos más de la mentalidad de Ana ante el bullying de sus amigas en una noche de sábado, alcohol y sexo. No hay tierra sin mal tiene muchos puntos en común con el cine de Santiago Loza y con una reciente serie de películas hechas en la provincia de Córdoba, que pueden reflejar como nadie la eterna contradicción entre la gente que vive tierra adentro y la que posterga sus sueños por seguir en una zona de confort y aparente tranquilidad.
Muchas son las películas en las que el periodismo es reflejado como una tarea aguerrida y que muchas veces se contrapone a las rutinas naturales de una familia. Pero en “Solo la verdad” (USA, Australia, 2015) de James Vanderbilt, la construcción del verosímil va más allá, porque muestra no sólo la cocina de uno de los programas más vistos y con mejor reputación de la historia, sino que se mete de lleno con los cuestionamientos morales que marcaron a fuego a un grupo de periodistas y productores. Cate Blanchett, Robert Redford, Dennis Quaid y Topher Grace conforman el elenco central de “Solo la verdad”, otorgandole un verosímil único a cada uno de los papeles, y que pese a la estructura y puesta clásica del filme, sacan adelante la historia brindando su plus y configurando el contexto ideal para que el filme prenda en el espectador.
Sólo el hábil Atom Egoyan puede construir un puzle en imágenes que además suma la memoria y el pasado oscuro de la humanidad en un filme que no pierde ritmo. “Recuerdos Secretos” bucea en la vida de un personaje que decide avanzar sólo por el mundo para poder así revelar parte de su pasado y encontrarse cara a cara con aquel ser siniestro que lo mantuvo en cautiverio durante el régimen nazi. La actuación de Christopher Plummer, de una increíble verdad, además le otorga a la película una columna esencial para que esa búsqueda por el país, una búsqueda de venganza, termine por convertir en un evento a la película.
Las mejores historias de sugestión, terror, susto, o como quieran llamarlas, parten de la solidez de una idea y luego de cómo ésta termina por transformarse en imágenes atractivas para la gran pantalla. “La Bruja” (USA, 2015), de Robert Eggers, es una de esas historias atrapantes, en las que es mucho más aquello que no se muestra lo que termina asustando, que lo que realmente se muestra Hacia el 1600 una familia es acusada de brujería y blasfemia y, luego de ser desterrada del pueblo que habitaban en Nueva Inglaterra, terminan por afincarse a la vera de un bosque, sin saber que el destino terminaría por jugarles una mala pasada en ese paraíso al que acaban de llegar. Thomasin (Anya Taylor-Joy) , la mayor de los cuatro hijos de un matrimonio religioso extremo, vive atormentada por las durísimas rutinas laborales a las que se ve expuesta diariamente. En su hacer la niña que aún es termina por velarse y quedar relegada a un segundo plano. Por ser la más grande de los niños, ella ve cómo su infancia quedó suspendida y cualquier atisbo de entretenimiento es prohibido directamente por su castradora madre. Pero en medio de todas las prohibiciones, las supuestas, las sugeridas, las exigidas, un día mientras juega con su hermano menor, Samuel, un bebe de apenas meses, verá como su mundo cambie radicalmente, al éste desaparecer frente a sus ojos sin siquiera dejar rastro aparente. Nosotros sabemos hacia dónde va ese pequeño ser, pero la familia no, y menos Thomasin, a quien se la comenzará a tildar de actividades no tradicionales por parte de dos de sus hermanos, y las sospechas sobre una posible brujería realizada por parte de ella, será la amenaza constante con la cual la joven deberá convivir sin siquiera poder comprobar su inocencia. El sólido guión de Eggers hace que “La Bruja”, repose en ideas muchas veces vistas con anterioridad en la pantalla, las que trabajadas desde una cuidada interpretación (Taylor-Joy se come la película), reconstrucción de época, fotografía, banda sonora (Mark Korven) y una minuciosa puesta en escena , posibilitan un disfrute mayor, superando cualquier expectativa previa. “La Bruja” consolida su propuesta a partir de un trabajo más que importante en ideas sobre la oscuridad (reforzada en cada una de sus tomas), lo prohibido, la pasión, la familia, y que, en el fondo, al contraponerse con la realidad que muestra de esa familia, que vive en un constante pesar a partir de extraños sucesos que los amenaza externa e internamente al grupo, son tan solo excusas para poder hablar del gran tema del filme que es la naturaleza humana. Cuando Eggers reposa su cámara en el pecho de la joven Thomasin, mientras su hermano Caleb (Harvey Scrimshaw) espia el mismo con la misma ingenuidad de aquel que por primera vez experimenta con lo prohibido, lo hace para imponer una idea de imposibilidad de control que estará presente en todo el filme. Los cuerpos recargados de vestimentas, en contraste con la idea de esa bruja que habita en el bosque, a quien sólo veremos, y no claramente, en un puñado de ocasiones, ese lugar prohibido, en el que el monstruo se maneja desnudo a su gusto, exigen que la religión, además de taparlos, les invoque un poder de autocontrol para poder dominar sus impulsos y pulsiones más profundas a pesar de saber que si se entregan a ellos serán condenados al infierno. “La Bruja” es una lograda historia, que más allá que apuntar al terror basado en el efecto sorpresa, puede construir su propuesta de manera sugestiva más allá de cualquier presunción y tomando algunos de los recursos más interesantes del género, pero, principalmente, puede volver sobre éstos y resignificarlos con su aparente tradicionalismo y digresión narrativa que terminan por potenciar su historia.
Volando alto TLC 60 “Volando Alto” (UK, 2016), del director y también actor Dexter Fletcher (“Juegos, Trampas y dos armas humeantes”), toma del cine británico aquella vertiente que, inspirada en hechos reales, busca construir desde la experiencia de un personaje un filme aleccionador sobre las diferencias y la posibilidad de superación ante trabas y falencias. El protagonista excluyente del filme será Eddie “el águila” Edwards (Taron Egerton), un joven con capacidades diferentes que a pesar de haber tenido una infancia complicada, gracias al incondicional apoyo de su madre (Jo Hartley), tratará de cumplir sus sueños a pesar de todo. Y en ese buscar llegar a las metas, la idea de participar de alguna olimpíada, para demostrarse que es capaz de lograr todo aquello que se propone, será el motor de una película que, con una cuidada facturación, dirección de cámaras y una selección musical, que apoyará cada momento emotivo del filme, termina por potenciar algunos vicios del último cine “inspirador”. En “Volando Alto” nada está fuera de lugar. Todo está tan digitado, que por momentos la emoción que se busca transmitir en los espectadores, es tan sólo una insinuación que no termina de trascender la pantalla. Así, si Eddie comienza a practicar por su cuenta, los saltos que lo llevarán a ser el primer atleta británico en pertenecer a la disciplina olímpica que la contiene, cada intento será una búsqueda de efecto que va dejando en la superficie del filme marcas que se irán depositando en el inconsciente total del filme hacia el emotivo y previsible desenlace, rimbombante y con “Jump” de Van Halen a todo volumen. Pero antes de ese final, que sabemos, queremos, esperamos que llegue, Eddie choca con su entorno y el mundo. Nadie puede entender cómo este joven “diferente” se anima a intentar siquiera, superar pruebas que ni los más ávidos y avispados deportistas pueden lograr. En el camino conoce a Bronson Peary (Hugh Jackman) un ex saltador, que ahora, en medio del alcohol y una rutina laboral tediosa, aceptará el desafío de llevar a Eddie a los juegos olímpicos de invierno, con un entrenamiento mucho más lúdico que estricto y en el que, por sólo citar un ejemplo, Bo Derek, se convertirá en la meta a conseguir para lograr el salto más difícil y alto que tenga que hacer. “Volando Alto” es un producto correcto, pero al que le falta “alma” y la capacidad de poder trascender su imperiosa y nerviosa necesidad por lograr a toda costa la emoción en el espectador. En ese constante apelar a golpes bajos, situaciones ya visitadas por el cine, la demostración de cómo el bullying termina por fortalecer vínculos. En el contraste de Eddie y Bronson, y en la pelea que cada uno a diario deben hacer para poder seguir luchando por sus sueños, es en donde, tal vez, la película puede encontrar una idea interesante para explorar, pero rápidamente ésta es olvidada, y Fletcher prefiere seguir apelando a lugares comunes para construir la narración. Las logradas escenas que transmiten el vértigo de cada uno de los saltos del joven, como así también la estereotipación de algunos personajes (principalmente aquellos pertenecientes al equipo olímpico británico) y la notable interpretación de Egerton (irreconocible en esta oportunidad), son algunos de los aciertos de un filme efectista y a la vez efectivo, que bien podría haber elegido otro camino, pero que decide continuar con una línea de filmes que celebran el triunfo de la clase proletaria ante desafíos imposibles.
No es la primera vez que el cine norteamericano busca respuestas a uno de los períodos más oscuros de su historia, el de la caza de brujas que en Hollywood se hizo durante la década del 50 del siglo pasado para ver si las influencias “comunistas” continuaban adoctrinando al público, o al menos eso se pensaba. Así “Regreso con Gloria. (Trumbo)” (USA, 2015), de Jay Roach, reposa su mirada en la vida de Dalton Trumbo (Bryan Cranston), uno de los guionistas más exitosos de la industria, que vio como al abrirse la persecución indiscriminada y pública de los simpatizantes a las ideas de izquierda, su carrea fue sepultada, momentáneamente, y destinada al olvido. Pese a esto, Trumbo siguió en la clandestinidad en la búsqueda de poder seguir desarrollando su pasión por el cine, dedicándole la mayor parte de su vida a la escritura y terminando por configurar, con la prohibición, algunas salidas que le permitieron continuar con su carrera como escritor de guiones. En una primera etapa del filme, mucho más festiva, de celebración al cine, la presentación de Trumbo y su familia, es esencial para que en la segunda etapa, más oscura y depresiva, la amenaza constante sobre él y los suyos sean la guía de la película, para así poder mantener en vilo al espectador para saber qué destino es el que encontrará este revolucionario guionista. Trumbo era un personaje que no se callaba nunca, y todo aquello que pasaba por su cabeza se transformaba en una lucha por la cual no temía quedar expuesto, y menos aún, exponer las verdaderas intenciones de sus allegados ante cualquier cuestionamiento sobre sus ideas. “Regreso con Gloria…” el desafortunado título local, revela parte del complejo entramado de situaciones que llevaron a configurar la vuelta de Trumbo al mundo del cine fuera del siniestro mastodonte estatal dedicado a la caza de brujas, el que pudo eludir con habilidad luego de pasar un tiempo tras las rejas. El ágil guión de John Mcnamara se apoya en material de archivo, el que, resignificado, además, posibilita el lucimiento absoluto de Cranston, pero también el de participaciones secundarias como la de Hellen Mirren, quien interpreta a Hedda Hooper, la periodista que se encargó de dilapidar la carrera de varios directores, actores y guionistas con su poder, o el de Diane Lane, siempre efectiva y justa, como su esposa, la mujer que lo sostuvo y contuvo a pesar que todos sus amigos, conocidos y jefes le dieran la espalda. La cuidada reconstrucción de época, desde el vestuario a la utilería, como así también la sobria puesta en escena, son esenciales para poder revisitar una época oscura en las que las listas negras lideraban una industria en apogeo. “Regreso con gloria…” plantea una historia del cine dentro del cine, que necesita ser pensada desde la actualidad porque invita a reflexionar sobre cómo las propias trabas que se imponen a la expresión libre de accionar y pensamiento, y que pueden resentir los cimientos de una cultura. En el evitar olvidar ese pasado hay también una necesidad por reivindicar su origen, y que exige dejar de mirar hacia otro lado a situaciones que tocan de cerca, aún hoy en día, pese a la innegable experiencia de ya haber pasado por lo mismo y saber que nada bueno surge de eso.
Es curioso el caso de “Punto Ciego” (Argentina, 2016) el debut cinematográfico de Martín Basterretche y también el de su protagonista, Álvaro Teruel, cantante del grupo Los Nocheros, un thriller que tenía mucho potencial en su arranque pero que luego va diluyendo su propuesta al no encontrar un buen rumbo en la historia. El punto ciego al que alude el título es aquel en el que nuestra vista, quizás, se ve imposibilitada de ver otra cosa, es decir, si por ejemplo se quiere evitar que llame la atención algo, varios obstáculos colocados estratégicamente en determinados lugares, imposibilitarían que se vea algo que realmente se quiere ocultar. Y justamente al avanzar la narración es aquello que le pasa al filme, una propuesta ambiciosa, en la que el mundo del cine se hace presente a partir de la historia de Ulises (Teruel) un joven director que quiere impresionar al mundo con su ópera prima, un compilado de imágenes reales en las que el sentido, todo esto según su explicación, terminarían por darle una entidad al todo del relato. Así, se la pasa registrando con su cámara, ubicada en una de las ventanas de su departamento (cualquier similitud con “La ventana indiscreta” no es casual) el constante deambular de personas en una de las céntricas esquinas de Santa Sofía del Mar, la pequeña ciudad costera que habita. En esas imágenes, eternas, descubre un día a una joven llamada Marina (Corine Fonrouge), diferente a los grises seres que está acostumbrado a ver, por lo que se obsesiona con ella hasta que un día una imagen lo sorprende. Testigo accidental de un asesinato, Ulises intentará armar el complejo puzzle que lo llevará a estar detrás de una conspiración que incluye a piratas, funcionarios, policías y demás, que sólo lo despistarán aún más de saber quién es Marina y qué esconde. La película va y viene en el tiempo, las imágenes registradas por la cámara de Ulises son tan sólo la excusa para construir un relato que se pierde en su propio laberinto y que deja muchos vacíos en la trama. El guión, por momentos potencia la necesidad de Ulises por comprender a marina, pero en otras ocasiones se deja seducir por el misterio que detrás de la ciudad y sus autoridades, las que armaron el punto ciego para desviar la atención en las rutinas diarias, y exponer aquello que realmente querían mostrar ante los ojos del joven y de su amigo periodista (que investiga el caso de la mafia portuaria), la nada misma. Y en ese constante deambular de Ulises, de recorrer espacios, de rever las imágenes capturadas, de suponer cosas que no son iguales a aquello que él piensa, y mucho menos realmente son, “Punto Ciego” va perdiendo la fuerza con la que el monólogo inicial del protagonista se presentaba. Basterretche quiere homenajear al cine, a aquellos grandes thrillers y policiales en los que los indicios terminan por construir evidencias, pero en el afán y la ambición de querer tanto, pierde su verdadero norte y su fuerza narrativa. Fallida.