En uno de los primeros testimonios que la madre de Fausto brinda a la cámara revela que en algún momento, allá en el tiempo, cuando ella buscaba diagnósticos y ayuda sobre la condición de él un medico, al confirmarle que tenía autismo le dijo “no va a haber diferencia entre Fausto y una mesa, serán lo mismo”. Así, de manera contundente, cruda, real, dolorosa, comienza un filme que intenta, a través de imágenes simples, de un joven interactuando con pares, amigos, familiares, especialistas, concientizar acerca de cómo el otro, aún en los casos más extremos, puede integrarse, tener una vida tradicional, y, como en el caso del protagonista, poder seguir progresando. “Fausto también” (Argentina, 2015) inicia cuando el protagonista, Fausto, arranca sus estudios universitarios, con todas las esperanzas, anhelos, expectativas, depositadas en aquello que le permitió conectarse con el mundo, su computadora. El recorrido que Juan Manuel Repetto realiza a través de fragmentos de la vida del joven, de la resemantización de imágenes de archivo, del testimonio de especialistas que han trabajado y que, en el presente del filme, se reúnen para definir su trabajo en conjunto con el joven para que el pueda continuar en la universidad y hacer su examen de ingreso. En el compartir sus experiencias sobre y con Fausto el filme comienza a urdir un entramado que contiene la historia que relata, pero que además suma testimonios esenciales sobre cómo este joven que en sus orígenes pudo haber sido destinado a otro final, haya podido avanzar hasta un presente lleno de posibilidades e interacción. Cuando Fausto aparece en la pantalla, la misma se llena de luz, cada intervención, sea interactuando con su madre, con su acompañante terapéutico, su palabra inunda el espacio de una manera que ni siquiera se debe completar la participación con algún artificio de posproducción. El derrotero de la familia de Fausto, encarnada en la madre, pero también en aquellos especialistas que lo han acompañado desde pequeño, es el vector de un filme que bucea en los misterios de patologías, que a pesar de encontrar explicaciones de manual para las mismas, siguen sorprendiendo ante la inexplicable. La película posee una estructura narrativa clásica, en donde el flashback es apoyado a partir del relato de anécdotas de vida de Fausto y aquellos que lo han acompañado en el proceso durante toda su vida. En la obsesión de Fausto por comprar su nueva computadora, con la que, según sus propias palabras el podrá hacer TODO aquello que imagina, en su esfuerzo por comprender aquello que cada persona se acerca y le explica, en el acompañar al joven a su examen de ingreso a la universidad, y en reflejar con simpleza una problemática que necesita de una mirada particular, es en donde “Fausto También” potencia su propuesta, ágil, dinámica y didáctica, sobre un joven que quiere solamente cumplir sus sueños. Hacia el final, como broche de oro, acompañamos a Fausto a su examen de ingreso, y toda la construcción narrativa se suspende, para abrir las expectativas ante el resultado del mismo y saber si este joven lleno de vida puede cumplir o no sus anhelos.
Crecer de golpe En su primera película, La niña de tacones amarillos (2015), la realizadora Luján Loioco logra imponer un estilo narrativo muy diferente al de muchos films que circulan en el 17 BAFICI. Principalmente porque desde la primera escena logra transmitir una esencia y naturalidad que deslumbra por la belleza contrastante entre la protagonista y su entorno. Sin embargo hay algunos blancos que no terminan de cerrar, como la manera de hablar de los intérpretes, completamente alejada a la de los lugareños. Por suerte, la puesta y dirección de cámaras superan cualquier reclamo. La niña de tacones amarillos habla de como se crece de golpe sabiendo que las decisiones marcan a fuego cualquier sueño que se tenga por cambiar una realidad. Isabel (Mercedes Burgos) entra en escena corriendo y bailando, como una ráfaga fresca en el árido paisaje de Tumbayá, Jujuy. Sonrie, se mueve, juega con su cabello, desea ser como su ídolo musical Gloria (¿es Emme?) y pasa las tardes en la casa de su amiga Sara pintándose las uñas y hablando de chicos. Isabel sabe que en Tumbayá no podrá encontrar aquello que la libere de esa cárcel de rutina y tedio, de siesta obligada y trabajo codo a codo con su madre en la entrega de comidas caseras. Cuando llega al pueblo un contingente de obreros para construir un hotel, la joven cree encontrar una oportunidad al ver en Miguel (Manuel Vignau), el vehículo para salir de allí. Consigue unos zapatos de taco amarillo (cualquier comparación con el video “Let's Dance” de David Bowie es evidente) que se convertirán en el objeto que marque el cambio de la niña a la mujer esperada. El film tiene mucho de una novela que hace unos años protagonizó Salma Hayek y que se llamó Teresa (1989), que contaba como una joven de clase baja aspiraba a través de engaños y seducción cambiar su status social. Acá la situación no llega a tanto, pero sí Isabel va transitando el paso de niña a mujer a fuerza de mentiras. Luján Loioco rodea a su protagonista con travellings envolventes, primeros planos, detalles de su cuerpo, para afirmar la necesidad imperiosa que posee la joven por cambiar su vida de pueblo. Un relato sobre la transición y cambio corporal que la directora cuenta con honestidad. Una historia que gracias a una correcta puesta en escena, un buen nivel actoral, y principalmente el observar las costumbres de un pueblo, hacen que su estética se emparente con un culebrón rural que termina convenciéndonos sobre la llegada del otro para terminar de reordenar las necesidades y los anhelos de una niña en crecimiento.
En “Moi Roi” (Francia, 2015) se conjugan varios puntos interesantes que terminan por consolidar su propuesta apabullante y totalizadora. A saber, su directora, Maiween Besco, es además actriz, por lo que el punto de manejar a los intérpretes tiene un doble peso por estar delante y detrás de cámaras sin distinción, su protagonista masculino (Vincent Cassel) regresa al cine luego de un paréntesis, y por último, su protagonista femenina (Emanuelle Bercot) es más conocida por su trabajo como realizadora. Esta información no es menor, dado que la sinergía lograda por el trío (directora/actores), es aquello que permite que “Mon Roi” pueda tener la potencia narrativa necesaria para introducirnos en el mundo de una pareja y sus vicisitudes alrededor de ella. “Mon Roi” arranca con las imponentes imágenes de unas montañas nevadas. Allí está Tony (Bercot) con su hijo, esquiando en unos días de vacaciones. En determinado momento Tony tiene el impulso de deslizarse en sus esquíes rápidamente y tiene un accidente. Al tiempo es internada en una clínica de cuidados y rehabilitación, en la que sabe que al menos estará ingresada por cinco semanas. Con todo el tiempo del mundo por delante, y nada más que sus pensamientos y recuerdos, Tony comienza a armar el rompecabezas de su relación con Georgio (Cassel). Así, lentamente, y entre flashbacks, Tony rememora cada momento vivido con su pareja, una relación que arranca de improviso en una noche de fiesta y música y que continua por los más ríspidos lugares. Georgio, un millonario empresario gastronómico excéntrico, deberá amoldarse a la vida de Tony, una jueza que ve como la edad comienza a hacerle algunos reclamos. La noche es el lugar ideal para que ambos se relacionen, pero también es el lugar en el que los fantasmas del pasado de Tony comiencen a hacer ruido en el idilio. Un “te amo” apresurado, la promesa de no separarse más, la exigencia de tener un hijo, y otros puntos, son desarrollados por Besco mientras el presente de Tony, en la clínica de rehabilitación, le exige un tempo narrativo diferente. En el contraste de ambas historias, una de un pasado doloroso, y una de una actualidad urgente, en la que el esfuerzo por recuperar la movilidad de una de sus piernas será la meta primordial, van conformando la propuesta de “Mon Roi”. La habilidad de la directora consiste en ubicarnos como voyeurs de recuerdos, de situaciones que terminan por configurar el agobiante y claustrofóbico vínculo entre Tony y Georgio, una pareja enfermiza, dependiente, que no sabe hasta dónde puede llegar en sus reclamos y reproches. Hace unos años “Declaración de Vida” otra película dirigida por una mujer (Valerie Donzelli), también actriz, nos traía la pasión desenfrenada de una pareja enferma por los celos, reproches y envidia, el paño para trabajar era similar y aquí la propuesta se repite y se potencia. La increíble interpretación de Becort, clara protagonista excluyente del filme, logra canalizar la energía de toda la película hacia un lugar necesario para poder superar, con ella, todos los recovecos oscuros de su relación, un vínculo atormentado, del que no puede escapar, y nosotros, gracias a la habilidad de Besco, tampoco. Intensa y madura.
El cine de Corneliu Porumboiu es un cine intimista que bucea en las sensibilidades de sus personajes para, de alguna manera, introducir, casi imperceptiblemente temas locales que se despegan del regionalismo y terminan construyendo una universalización de su propuesta. “El tesoro” (Rumania, 2015) de reciente paso por Pantalla Pinamar, y una de las películas de la última edición del Festival de Cannes, propone dos planos narrativos, que en conjunto, terminan por construir un relato, que sin sobresalir en su obra, terminan por consolidar su propuesta. En el arranque del filme, el primer plano de un niño en un automóvil en movimiento muestra la intimidad de un vínculo filial ante planteos irrisorios. El padre, por lo que luego nos enteramos, llegó a buscarlo tarde al colegio por problemas en el tráfico, éste le pregunta si está enojado, y ante la respuesta afirmativa le dice: ¿aun sabiendo por qué llegué tarde te molesta? En esa primera escena está la clave del relato, en donde el protagonista, Costi, será el eje de toda la película atendiendo siempre a los demás. Así, si en una primera instancia escucha al hijo, luego le lee párrafos de un Robin Hood ilustrado, para pasar a prestarle interés a un vecino que viene con una solicitud un tanto extraña, Costi, será la columna vertebral de los dos planos anteriormente mencionados. Hombre sostén del grupo familiar, pero también del que luego terminará por embarcarse en una sorpresiva aventura, Porumboiu intenta dejar de lado su afinidad por lo social, pese a que el vecino le plantee al protagonista una búsqueda de un extraño y olvidado tesoro para poder saldar deudas hipotecarias. La comedia invade la pantalla, pero no a partir de gags, sino de una rutinaria descripción de una búsqueda conflictuada y llena de obstáculos, en la que los intereses de los dos rastreadores, más la participación de un tercero con un extraño artefacto detector de metales, serán el puntapié para que “El tesoro” avance en su narración. Si encuentran o no el mismo, es lo de menos, porque el hábil guion termina por bucear en otras cuestiones relacionadas a los vínculos de los participantes dentro y fuera de la búsqueda, de cómo una pequeña mentira laboral puede llegar a las planas mayores planteando una situación compleja, o cómo la pasividad de la mujer de Costi puede sugerir en los otros una posible separación inmediata de ambos. La realidad del país se va colando de a poco, con diálogos sugestivos sobre la imperiosa necesidad de avanzar pese a los avatares económicos. Ese tesoro del título, tiene que ver más con aquello a lo que se aspira que lo que realmente se posee o poseerá. Una búsqueda que terminará por definir y transformar a sus personajes, algo que Porumboiu deja claro que la búsqueda del tesoro, es tan solo el puntapié para hablar de personajes honestos, simples, que terminan envueltos en situaciones complicadas por el solo hecho de querer ayudar. Los planos fijos, los interiores, los detalles del libro que Costi le lee a su hijo a diario, la descripción de la esposa, siempre en bata, pequeños indicios de una propuesta acorde al realizador, y que si bien podría haber volado mucho más en el guion, reposa su mirada en aquello que más desea mostrar, los vínculos.
Enfocada en la contemplación de una comunidad marginal de Brasil que vive de la producción rudimentaria de Cocos, “Vientos de Agosto” (Brasil, 2015) del debutante Gabriel Mascaro es un filme que deambula entre la documentación ficcional y el exagerado estereotipo para representar una otredad que le sirve de puntapié inicial en la narración. Mientras Shirley y Jeison se aman sin pensar en nada ni nadie, el mes de agosto le traerá dos obstáculos, aparentemente, para que su relación avance sin impedimentos. A saber: un extraño meteorólogo que querrá registrar los vientos de la zona, y el cuerpo de una persona que, fallecida hace días, se convertirá en la obsesión de Jeison. Mientras la gente de la aldea continua trabajando y viviendo, Jeison detiene todas sus actividades, dedicando horas y horas, con recelo, a limpiar ese cuerpo sin rostro y que expele líquidos luego de haber estado en el agua, sumergido, quién sabe cuánto tiempo. Mientras Mascaro muestra al joven obsesionado con ese cadáver, por otro lado nos mostrará al meteorólogo con su equipamiento recorriendo la aldea y haciendo contacto con cada uno de los lugareños para obtener información sobre en qué lugar es ideal hacer foco para poder obtener el mejor registro de las brisas que necesita tener. Pero la tarea no es fácil, porque algunos lo mirarán con ojos de extrañamiento, y su trabajo será visto como una invasión a la pacífica zona en la que todos habitan sin más que la rutina de bajar los cocos a diario y el emborracharse escuchando música foránea por las noches. “Vientos de Agosto” posee una delicada fotografía que acompaña los paisajes exóticos que muestra, ese es una de las principales virtudes de un filme que falla, principalmente, en la representación de la otredad que muestra. Si en un primer momento el acercamiento le permite a Mascaro presentar con originalidad la realidad de la aldea, en una segunda etapa del filme, luego del descubrimiento del cadáver por parte de Jeison, su narración se resiente al no encontrar un verdadero objetivo para contar. Shirley se sorprende ante la posición que Jeison decide tomar, abandonando todas sus tareas, incluso aquellas necesarias como la formación de barricadas para evitar que su vivienda y las de los demás se inunden con la subida del agua, clave de la época en la que se encuentran. “Vientos de Agosto” construye cuerpos como animales, los representa como exóticos, y los libera en un momento a su propia suerte sin orientarlos ni dirigir al espectador hacia algún lado. Hay largas escenas en las que el meteorólogo enfoca al cielo con su micrófono, y Mascaro se detiene ahí varios minutos sin aportar nada de información al relato. Y también hay otras situaciones, como la pareja haciendo el amor en el camión que lleva los cocos, un sexo for export que nada suma al relato. Aquello que comenzaba como una lírica y poética historia de amor en un paraíso natural, termina por convertirse en una historia prejuiciosa sobre las diferencias, en las que la representación exagerada y estereotipada del otro resiente una propuesta que naufraga sin poder regresar a su inicio.
Caso curisoo el de “La Resurrección” (USA, 2016), filme dirigido por el veterano Kevin Reynolds (“Robin Hood”, “Waterworld”, etc.) y que se inscribe en esa línea de películas que llegan por Semana Santa a los cines esperando encontrar un público cautivo que apoye la propuesta. Pero en este caso, ese puñado de espectadores, se encontrará con una suerte de policial o thriller, inspirado en algunas escrituras sagradas, pero que vira su contenido no tanto hacia lo religioso, sino, más a lo dramático de su conflicto principal: un hombre que ve cómo su fe, mientras investiga, cambia de un momento para otro. “La Resurrección” es, claro, el cambio de plano de Jesús luego de ser crucificado, y también la lucha de Poncio Pilato por mantener al pueblo judío contenido, más después de haber tomado esa drástica decisión. Pero “La Resurrección” es también la investigación que llevó a cabo el tribuno Clavius (Joseph Fiennes), cuando el cuerpo de Jesús desaparece de la bóveda en la que fue encerrado para evitar el contacto con la plebe. Frente a este hecho Pilato lo obligará a encarar un proceso de rastreo del cuerpo y es ahí donde la película deja toda su impronta religiosa para convertirse, quizás, en la primera película de procedimientos de la historia del cine. Clavius, como en el mejor capítulo de “CSI”, deambulará por todo el pueblo, junto a algunos secuaces, en la difícil tarea de encontrar el desaparecido cuerpo de Jesús. La Biblia sirve como inspiración para construir un relato completamente diferente sobre la fé, la devoción, el amor al prójimo y más. Porque claro está, que en esa búsqueda, obligada, forzada, Clavius, además de toparse con los apóstoles (reflejados de una manera muy estereotipada y construidos más como un grupo de fans de Jesús que fieles seguidores) terminará con encontrarse a sí mismo, alejado de las batallas a las que está acostumbrado, deberá lidiar con sus propios fantasmas. Reynolds lleva la “aventura” de “La Resurrección” a un nivel distinto en cuanto a materia de filmes religiosos, y dirige la propuesta con sobriedad y estilo apocado, quizás también porque el despliegue de producción, acotado en este caso, le exige un cuidado, principalmente, en no abusar de planos largos o escenas compuestas grandes Todo es meticulosamente medido, al igual que las actuaciones, de las que se destaca el esfuerzo denodado de Fiennes por dotar a su Clavius de una fuerza que ni siquiera el guión le ha impregnado. Pero en “La Resurrección” hay muchas cosas que no cierran, como el eterno latir de esa pulsión homoerótica que pende sobre toda la propuesta, o esos discursos actuales, con palabras actuales, en cada uno de los personajes. Tampoco hay un Cristo contundente que pueda superar estas licencias con las que Reynolds nos trae esta versión de la resurrección, porque Cliff Curtis falla, por sorpresa, como ese líder carismático que fue y será la fuente de inspiración de muchos. Mención aparte al guión, que deambula entre el thriller, el policial, el filme de conspiración histórico, que hasta se permite hacer bromas con María Magdalena, en una de las escenas más “desubicadas” en el top ten de filmes religiosos. Fallida.
Duelo de Titanes ¿Es Zack Snyder el último cineasta megalómano? ¿Es “Batman Vs. Superman: El origen de la justicia” (USA, 2016) un ejercicio inclasificable de amor por los comics? Hay una clara intención de Snyder de poder intentar contentar a todos, y en ese camino de buscar un término justo y un equilibrio es en donde pierde la dirección y a través de mecanismos de resumen y sinergia, conforma un desequilibrado filme que en 150 minutos quiere abarcar varias historias del universo DC y termina por no contar nada. La dupla Batman (Ben Affleck) Superman (Henry Cavill) transita el guión que Chris Terrio y David S. Goyer presentaron, y en el que la confrontación es tan sólo una excusa para hablar de una filosofía de los héroes como nuevas deidades en La Tierra. Así, en el rechazo de Superman por parte de la sociedad, al hacerlo cargo de un atentado en tierras lejanas, y la persecución política por parte de una inescrupulosa senadora (Holly Hunter), que responde a los intereses de Lex Luthor (Jesse Eisenberg), Batman llegará para ocupar un lugar que dentro de otro contexto hubiese sido más luminoso, pero que lo enfrentará al superhéroe alado. En ese choque de intereses, impuestos, obligados, la dinámica entre ambos es lo que impulsará una primera etapa del filme, barroca, abigarrada, atestada de información, seguramente amada por los fieles seguidores del comic, pero que generará confusión en el espectador común y menos avezado. En una siguiente etapa, “Batman Vs. Superman: El origen de la justicia”, comienza a transitar por el camino casi obligado de transformarse en la precuela de filmes que tendrán a varios miembros de La Liga de la Justicia como protagonistas, introduciendo a través de breves archivos imágenes mediatizadas de estos héroes. Hacia el final, el delirio, con Doomsday como el inefable verdugo de Superman, un Batman menos angelado y mucho más alineado al bien, y la incorporación de Wonder Woman (Gal Gadot) como parte de la tríada que deberá salvar al universo de esa amenaza alienígena que Luthor esparció en la Tierra. Snyder filma como los dioses, en el inicio una poética elevación hacia los cielos de un joven Bruce Wayne en el funeral de sus padres, o el mismo asesinato de éstos, con detalles de perlas y balas que apuntan a matar, son tan sólo uno de los puntos más interesantes de la propuesta, en la que vuela también el director en muchas secuencias oníricas de las pesadillas que atormentan a Batman. “Batman Vs. Superman: El origen de la justicia” es grande, es apresurada, es urgente, es abarcadora, pero en su afán de convertirse en un filme enciclopedia, termina por trastocar su verdadero sentido. Las actuaciones de los secundarios (Hunter, Diane Lane, Jeremy Irons, Amy Adams, Eisenberg) están a la altura de la situación, mientras que los protagónicos de Affleck y Cavill aún no logran superar la mística de icónicas interpretaciones, referentes claves de esta pasión que el cine tiene por las adaptaciones de comics. PUNTAJE: 6/10
Desconectados Hablar de la imposibilidad de conexión entre los seres humanos, luego que el mundo de internet se incluya entre ellos, es quizás el logro más importante de “Internet Junkie” (2015) filme de Alexander Katzowicz, que trabaja con varias historias conectadas entre sí, a pesar del desconocimiento de los participantes de cada una. Con una multiplicidad de lenguajes, texturas, hipertextos y pantallas incorporadas al cuadro académico, el realizador, que comenzó su carrera como editor de “Nueve Reinas”, maneja hábilmente la línea discursiva para elevar una crítica a la imposibilidad de conexión real entre las personas. Buceando en el universo de un coronel adicto al sexo (Antonio Birabent), una pareja en la que uno esconde un secreto y es descubierto por uno de ellos (Nicolás Mateo) y un joven adicto al porno que decide visitar a sus abuelos (Angela Molina, Arturo Ripstein) para saber más de sí mismo, por nombrar alguno de los disparadores, “Internet Junkie” avanza a paso lento y firme para contextualizar en estado de desconexión actual ante el otro. Si la caricatura del Coronel que interpreta Birabent se reduce a escenas plagadas de narraciones en off sobre aquello que se muestra (sexo oral, exhibicionismo, sexo anal), la llegada a la casa de sus abuelos del joven mostrará el lado opuesto de la autoridad al exacerbar las características más desagradables de dos ancianos que se pelean por el control remoto. En ese punto, y contraponiendo a la exagerada caricatura de la relación del hombre con la tecnología, Katzowicz apunta a quizás, para él, el primero de los momentos de despersonalización de las relaciones, en donde mediante el zapping la palabra y el acercamiento se fue desvaneciendo. Pero “Internet Junkie” se va diluyendo en su propuesta, tan rápido como la sorpresa inicial plagada de imágenes y música, una idea interesante pero que en lo desprolijo del armado y puesta a punto termina por resentirse y no llegar a explicar ni desarrollar aquello que en un primer momento quería reflejarse. PUNTAJE: 4/10
Las calles de Santa Mónica se convierten en el escenario ideal para que el realizador Sean Baker nos traiga “Tangerine” (USA, 2015) una película que bucea en los vínculos humanos para reflejar la soledad de seres perdidos en la sordidez y los vicios, pero que aún aspiran y anhelan a tener un golpe de suerte que modifique su realidad. “Tangerine” comienza con la salida de Sin-Dee Rella (Kitana Kiki Rodriguez) de la cárcel y su encuentro con Alexandra (Mya Taylor), quienes rápidamente van a un restaurant y entre anécdotas se revela que Chester (James Ransone), el novio de Sin-Dee, aparentemente está con otra mujer. Tras enterarse de esto, Sin-Dee Rella, desesperada, deambulará por Santa Mónica hasta dar con la mujer y también tratará de encontrar a Chester para escupirle en la cara todo lo que piensa sobre él, más aún por traicionarla mientras se encontraba en la cárcel. Baker espia a las mujeres, que, desesperadas comenzarán un raid en el que, la venganza, es tan solo la excusa para poder mostrar una ciudad de noche y de manera diferente en la que los vicios, el sexo casual, la promiscuidad y la exageración, forman parte del panorama habitual en el que estas mujeres viven. No importa ya si las protagonistas son mujeres biológicas o si sus cuerpos, exuberantes, exagerados, modificados, están bien o mal, al contrario, al poner el foco el guión en el detalle, la percepción de estar viendo una filme de persecución histérico y maniqueo, se cambia al escuchar los ingeniosos diálogos con los que el guión suple algunas falencias que por la espectacularidad de saber sus condiciones de producción (el filme fue rodado con un Iphone 5) quizás condicionan el visionado. Pero “Tangerine” va por más, porque además de narrar la historia de Sin-Dee y su amiga Alexandra, también se trabajará con la doble moral de los hombres, esa que les permite tener una mujer e hijos para el afuera, pero que en realidad en una parte, su verdadero placer es encontrado en puertas lejanas y arriba de un vehículo. Karren Karagulian interpretará a un taxista musulmán, quien a pesar de vivir con su hermosa mujer, verá cómo el deseo de estar con alguna de las mujeres de la noche terminarán por involucrarlo en una historia de la que no quiere ser parte. Baker captura el clima y la atmósfera específica de la ciudad, pero además recupera el slang y la jerga con la que Sin-Dee, Alexandra y Dinah (Mickey O'Hagan), la tercera en discordia, dialogan a diario. Hay un trabajo sobre la textura del filme, sobre los colores, que además resaltan y potencian una historia pequeña, breve y entrañable, sobre seres que están en tránsito constante pero que aspiran a un lugar mejor en el que todos sus sueños pueden concretarse.
Cine dentro del cine. Cuando las películas se meten de lleno con un mundo que conocen en demasía el resultado, generalmente, es positivo. Y en esta oportunidad “Me casé con un boludo” (Argentina, 2015) del consagrado realizador Juan Taratuto, buceará, además del mundo del cine, en una relación espontánea, instantánea, imposible, entre dos personajes que recién se conocen, Fabián (Adrián Suar) y Florencia (Valeria Bertuccelli), que terminará en una mentira de dimensiones insospechadas. El megalómano actor Fabián (Suar) acepta realizar una película con una novel actriz llamada Florencia (Bertuccelli) luego de saber que algunos temas económicos podrían resolverse con la considerable suma que le pagarán por hacerla. Su representante (Norman Briski), un personaje que intenta recuperar todos los tics y estereotipos de los agentes que intentan vivir a toda costa de los representados, le enumera las chances que tendrá de nuevamente conseguir prestigio con la película. Un tanto desganado, pero sabiendo que es necesaria su intervención, Fabián ingresará al set y se topará con una actriz que no puede lograr, en una toma, interpretar la angustia con la que su personaje debe continuar la narración. Florencia además es la mujer del director (Gerardo Romano), un déspota que sólo quiere terminar a tiempo el rodaje y exige con gritos e insultos a la mujer la continuidad de trabajo sin nuevas interrupciones. Pero cuando Florencia comienza a titubear, y cada vez se le complica más llorar en una de las escenas más importantes del filme, Fabián, son sus ganas, como siempre, de sumar protagonismo, verá cómo de intentar ayudar a su compañera con tips innecesarios e inútiles, terminará envuelto en una historia inesperada de amor y compromiso. Después de decidir casarse con Fabian, por impulso, por necedad, por dejarse llevar, Florencia verá cómo ese carismático y particular hombre que conoció en el set del rodaje terminará por evanescerse para dejar su lugar a un despreciable, tonto y egoísta personaje, completamente alejado del que se enamoró. Y cuando por accidente, Fabián escucha a Florencia indicar la desesperación en la que se encuentra por estar casada con alguien a quien considera un ser despreciable, decidirá poner en marcha un plan junto a un guionista para convencerla que él no es quién ella cree sino que es una persona entretenida, preocupada por los demás, inteligente, o al menos en apariencia. “Me casé con un boludo” estructura su relato a partir del engaño, de la confusión, como tantas comedias francesas o europeas en las que los actores brillan por un guión sólido y sin fisuras, caso que se repite aquí y que gracias a la espontaneidad de los protagonistas y la frescura con la que construyen sus personajaes terminan por consolidar una propuesta que, en primera instancia, podría haber sido algo completamente opuesto. Este es un cine de fórmula, industrial, pro en el que Taratuto se da la licencia de narrar, como en películas anteriores, las escenas como si estuviéramos husmeando en la vida de Fabián y Florencia al destacar planos por detrás de objetos y personas siguiendo con la línea de “espiar” sus vidas. Adrián Suar se potencia al lado de Valeria Bertuccelli, saben ambos que la química entre ellos, intacta desde “Un novio para mi mujer”, potencia una historia que con solidez y particularidad avanza sin fisuras. La reconstrucción de un Buenos Aires atemporal (a través de planos y tomas aéreos), la utilización de la farándula vernácula para reforzar la fama de los personajes, y, principalmente, la exposición de las miserias de un actor que vive para sí mismo, son los puntos más fuertes de una película que divierte y entretiene y que a la vez destila buen humor durante toda la proyección.