El sueño americano En su cuarta película, el director David O. Russell se mete una vez más con la historia americana de los últimos tiempos, buceando en la particularidad de los consumos culturales más populares y enfocando todo desde la perspectiva de una mujer que supo hacerse desde cero, a pesar que todo indicaba que iba a terminar mal y en otro lugar. "Joy: el nombre del éxito" (USA, 2015) se centra en Joy Mangano (interpretada por la siempre efectiva y contundente Jennifer Lawrence), una mujer que supo desde pequeña que lo suyo iba a ser algo bien grande, y que pese a los obstáculos que la vida le fue colocando, muchos derivados de su familia y algunas malas elecciones, a fuerza de empeño e inventiva, pudo crear un imperio a partir de la creación de nada más ni nada menos que un lampazo, el que pudo colocar en la TV para su venta. Russell hábilmente construye la narración, con proliferación de flashbacks y flash forwards, y primerisimos primeros planos, y la divide en dos partes, una primera verborrágica, estridente, explosiva, en la que se profundiza sobre Joy y su familia, un nervio visual que contextualiza la locura por la que la joven/niña se veía inmersa a diario. En cambio, para la segunda instancia, todo aquello que se potencia en la primera, como por ejemplo la obsesión por la psicología para construir los personajes, se corre para dejar el paso a una clásica historia, en el mejor de los sentidos y acepciones, de ascenso y descenso y de logros y pérdidas. Así, en la contradicción entre ambas etapas, es en donde "Joy: el nombre del éxito" se resiente, pero gracias a la poderosa interpretación de Jennifer Lawrence, quien también entrega primero una actuación llena de excesos para luego ofrecer una más controlada, acorde al tempo del relato. A partir del invento, y gracias a la colaboración de Neil Walker (Bradley Cooper), un ejecutivo de la naciente cadena de productos televisivos QVC, colocará su artesanal invento y formará una empresa familiar con la que enfrentará algunos contratiempos y engaños, algo que superará con su personalidad apabullante y algunas decisiones radicales que tome. En la historia de Joy se refleja la historia de miles de emprendedores que pese a la resistencia y al fracaso, no bajan los brazos y siguen intentando diariamente superarse y llegar a la meta. Algo que Russell sabe bien y que por eso termina tomando un personaje real de USA para nuevamente hablar de como la familia, los hijos y, principalmente, los sueños pueden tener, pese a la fantasía, su cuota de realidad y lograr el triunfo. PUNTAJE: 7/10
Es curioso que cuando un director apela al cine de género, habiendo ya transitado el camino con buenos resultados, no pueda evitar caer en lugares comunes o potenciar aspectos del relato que quizás le posibilitarían reforzar su propuesta. En “Resurrección” (Argentina, 2015) Gonzalo Calzada se queda a medio camino del terror gótico y de la trama siniestra que involucra hechos históricos y termina por generar un filme que va perdiendo su identidad a medida que avanza el metraje. Hay un gran trabajo actoral por parte de la dupla protagónica (Martin Slipak/Patricio Contreras), pero que se disuelve con intervenciones de otros personajes (Ana Fontán, Diego Alonso, Vando Villamil) que no logran terminar de apropiarse del sentido de la historia. En “Resurrección” el regreso de Aparicio (Slipak) al pueblo, luego de haber estado oficiando en campaña como cura, hace que el lugar se revolucione, principalmente cuando el joven decide visitar a su familia, la que, golpeada por la peste (fiebre amarilla) se encuentra dividida. Mientras su hermano (Adrián Navarro) se encuentra en el viejo caserón familiar, su sobrina y su cuñada se encuentran encerradas en una capilla a la espera de una cura para el mal que diezma el lugar. Aparicio sin saberlo, se acercará a ambos, y pese a las advertencias del casero (Contreras), un ser controlador y que todo el tiempo sospecha de todo el mundo sobre una posible invasión al domicilio, lugar en el que trabaja desde hace muchos años. Así, el joven deberá acompañar a su hermano en sus últimos días, enfrentar a aquellos que quieren irrumpir en la casona y también desentrañar el extraño alejamiento de las mujeres que en la capilla por las noches reclaman su presencia. Hombre de fe, pese a su hábito y conocimiento, la fe comenzará a desmoronarse ante la dura realidad con la que se encontrará, la enfermedad también se ha apoderado de su cuerpo. Entre fiebre, tos, sangre y la amenaza latente de su fallecimiento, Aparicio decidirá aceptar la misteriosa solución que un extraño curandero (Villamil) le ofrece, sin saber que esa cura milagrosa será su propia sentencia de muerte. “Resurrección” repite esquemas y fórmulas, apoyándose en una primera parte descriptiva y contenedora que luego se dispara hacia lugares obvios en los que ni siquiera la cuidada reconstrucción de época puede apoyar el relato. Hay latente una lectura simil Julio Cortázar de su relato “Casa Tomada” en la que la sombra de las clases populares avanzando en la elite económica y social de Buenos Aires pueden disparar algunos puntos interesante sobre la narración, pero rápidamente son dejados de lado para enfocar la historia hacia un lugar mucho más clásico que le quita fuerza a la propuesta. “Resurrección” podría haber sido un contundente relato sobre una de las etapas más dolorosas de la historia Argentina, una en la que cuestiones ajenas al hombre terminan demostrándole una vez más su mortalidad y finitud, pero no, Calzada decide dejar de lado esto para enumerar situaciones ya vistas en un contexto que no ayuda a que el filme termine por cerrar correctamente su curva dramática y precipite la resolución de todo. Fallida.
“Camino a la paz” (Argentia, 2015) es la ópera prima de Francisco Varone, una potente y sólida road movie que intenta atrapar la química entre dos personajes totalmente opuestos entre sí y que de un día para el otro se necesitarán para poder cumplir sus anhelos más profundos. “Camino a la Paz” es la historia de Sebastián (Rodrigo De la Serna) y Khalil (Ernesto Suárez), uno joven, el otro anciano, que por circunstancias particulares terminan conociéndose y entablando una relación comercial en la que el primero deberá llevar al segundo hacia La Paz, Bolivia, a encontrarse con su hermano. Sebastián acepta el desafío luego de comprender que su vida marital no está atravesando por el mejor momento, y que pese a los esfuerzos que su mujer (Elisa Caricajo) ha hecho por mantener el vínculo intacto, la relación, desgastada por su poco claro rol entre ellos necesita un poco de “distancia”. Khalil, ermitaño, apático, musulmán, aislado del mundo exterior, pero lleno de filosofía y religión para compartir, se subirá al auto de Sebastián sin saber que éste no es remisero “profesional” ni que mucho menos tiene idea de cómo llegar al país hermano. La ruta comienza a absorber la pantalla y la música comienza a trascender por encima de las palabras, pocas, que entre ambos en algún momento se disparan. Pero Khalil está enfermo, y cada tramo que avanzan con el auto es también la posibilidad de ir perdiendo chances de poder hacer que él esté mejor, y así y todo el plan que tienen trazado para llegar a La Paz continua. Varone dirige midiendo a Sebastián y Khalil, como si sólo quisiera mostrar algunos aspectos de cada uno, lentamente, por eso la primera parte de la película, mucho más descriptiva, se reposa en ambos para poder configurar el mapa sobre el cual luego la acción se desarrollará. Cada uno es detallado al máximo, y si uno está obsesionado con la música de Vox Dei, el otro cada 15 minutos debe bajar del auto para ir al baño, tenga o no ganas, lo que habla también de un comportamiento obsesivo que terminará por desencadenar hechos sorpresivos durante la segunda etapa del filme. La Paz está lejos, y su propia paz también, por eso el guión apela a construir un relato digresivo en el que además de los protagonistas humanos, el peso que la naturaleza irá cobrando hacia el final del mismo es inmenso. Pocas palabras, música que sugiere, vínculos que se muestran hasta cierta punto, son tan sólo alguno de los elementos con los que esta ópera prima va interpelando al espectador, sabiendo que en la totalidad se terminará por configurar una historia sobre la amistad entrañable. De la Serna una vez más se entrega a su personaje de una manera radical, y aporta algunos de los momentos más emotivos del filme. El hallazgo de Ernesto Suárez, además, le permite a “Camino a la Paz” el poder renovar cierto espectro actoral en tanto que en el minimalismo de los gestos y voces posibilitan el reconocimiento en ese otro de una de las interpretaciones más logradas de los últimos tiempos (Suárez se llevó el premio Revelación en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata). Road Movie, película de amistad y descubrimiento, “Camino a la Paz” llega a los cines para demostrar que a pesar de algunos recursos de fórmula y género se puede seguir soñando con un cine potente a partir de una pequeña historia.
Infancia, divino tesoro Era hora que los personajes creados por Charles M Schulz tuviesen una adaptación en la pantalla grande. Porque si bien la serie Peanuts tuvo muchas versiones televisivas y especiales festivos, que potenciaron el sincopismo y la disrupción de las tiras cómicas, no fue el caso de Snoopy que con Snoopy & Charlie Brown: Peanuts, la película (Penauts, The Movie, 2015) logra finalmente llegar al cine con su espíritu ácido y corrosivo, sin perder de vista al público infantil. Si en las tiras cada uno de los personajes posee una función actante, aquí todas las miradas se volverán hacia Charlie, el incomprendido líder de la pandilla Penauts quien junto a su habilidoso perro Snoopy, intenta superar los obstáculos que a diario se le presentan. En esta oportunidad, la historia se centra en los esforzados intentos de Charlie Brown por conquistar a una nueva vecina y compañera de la escuela, una enigmática pelirroja a quién intenta demostrarle que el torpe, atolondrado e inútil de su YO anterior quedará sepultado para siempre, pero ya sabemos que el pequeño niño calvo no podrá borrar de un día para otro sus antecedentes. Entonces el film se enfoca en cómo Charlie, ayudado por Snoopy, trata de armar planes para seducirla durante todo un año lectivo emprendiendo una tarea titánica como aprender pasos de baile, leer en un día “La Guerra y La Paz” de Tolstoi, o lo que surja en el momento para conquistarla. Pero sin quererlo, un día su suerte inesperadamente cambia y se convierte en el centro de atención de todos. Sin revelar el porqué de este giro, esta suerte de deus ex machina que le sucede, no es otra cosa que un engaño que lo lleva a perder la atención de su enamorada. Steve Martino dirige la película con el ritmo de las tiras, que desde hace más de 65 años entretienen a grandes y chicos de todo el mundo. La evocación al pasado, con un espíritu lúdico de lo retro (los chicos leen libros, escriben con lápiz y papel, utilizan teléfonos de tubo, cero tecnología) permiten que la animación -aunque incorpora técnicas modernas- mantenga su relato dentro del universo de Schulz. Si Charlie sueña o piensa lo hace con trazos gráficos símil comic, si Snoopy piensa una de sus historias (que se intercalan en el relato) son sobre la Segunda Guerra Mundial y el amor por su novia Fifí, y si bailan al ritmo de la música lo hacen con temas de la década del 70, porque en el fondo tanto en la película como en la serie de historietas, Charlie es como un pequeño viejo, atribulado, pesimista, verborrágico, quedado en el tiempo, casi un pequeño Woody Allen que sigue apostando por sí mismo aspirando a ser mejor junto con sus amigos y su adorado perro.
Antes del colapso Se podría afirmar que el cine norteamericano de los últimos tiempos, carente de ideas y mirando hacia afuera para ver qué puede copiar o emular, ha intentado reflejar, con torpeza, algunos de los hechos más relevantes de su historia. De ese intento han surgido un puñado de películas que, al menos, estilísticamente, buscaron una lógica propia evadiendo esquemas y terminando por consolidarse como un nuevo subgénero que podría llamarse: películas que sólo les interesan a los propios norteamericanos. "La gran apuesta" (USA, 2015) de Adam McKay, es una más de ellas, y puede destacarse del promedio de filmes con estas características por la habilidad para el pulso narrativo que el director (proveniente de la comedia) le impregna a esta larga cinta que bucea en los últimos 20 años de hechos políticos, económicos y sociales y que terminaron en la mayor crisis que recuerde el país del norte y el mundo en general. En "La gran apuesta" hay un gestor económico llamado Michael Burry (Christian Bale) que en determinado momento "detecta" el próximo (no cercano) colapso del mercado. Decidido a paliar la situación decide invertir los fondos de la empresa para apostar en contra del mercado, hecho que será detectado por el corredor de bolsa Jared Vennet (Ryan Gosling) quien a su vez alertará a Mark Baum (Steve Carrel) para aprovecharse también de la situación. En el medio aparecerán otros personajes como dos jóvenes inversionistas (Finn Witrock y John Magaro), que buscarán su primera oportunidad con la noticia apoyados en un ex financista retirado (Brad Pitt), y que afirmarán o no, con el correr del relato la "visión" de Burry sobre el mercado. Pero la premonición del gestor se va demorando, y cuando se dan cuenta, todos los involucrados, que no será ni tan rápido ni tan obvio el colapso, y que la espera puede ser interminable, ahí se demostrará la habilidad de McKay para llevar la historia con un nivel de tensión y suspenso que permite desentrañar el detrás del capitalismo como un enorme circo. Si por momentos el espectador se pierde en definiciones específicas, el director incorpora a personajes "reales" para explicar todo (Selena Gomez, Margot Robbie, etc.), si se olvida el momento histórico que se menciona, un breve resumen acelerado con imágenes claves contextualizan el mismo. Todos estos agregados van dinamizando el relato, como así también permiten desestructurar a partir del humor una historia bien norteamericana sobre su esencia como sociedad política y económica. La incorrección de las intervenciones del personaje de Gosling, quien juega un doble rol, narrador omnisciente y presente y figura clave del relato, además, le posibilitan a "La Gran Apuesta" escapar de los rótulos clásicos con los que se pueden a llegar a tildar a las películas. La cámara, nerviosa y en constante movimiento, va reflejando y acompañando a cada uno de los personajes, apelando al estilo de crónica narrativa simil periodismo que libera de presión en más de una oportunidad a la historia. Así "La Gran Apuesta" habla de la esencia del hombre y de las posibilidades de elección de ubicarse en determinado lugar ante la crisis. ¿Es más o menos honesta aquella persona que viendo una oportunidad para sus clientes intenta sacar rédito de una situación? ¿Es más o menos honesta aquella persona que al tomar una posición evita que esta se haga conocida para lograr su mayor rédito? "La Gran Apuesta" habla durante poco más de dos horas de esto, y también de las historias personales en medio del caos que van tejiendo un complejo entramado de relaciones que sólo apunta a que una apuesta en contra termine siendo la decisión más importante de unos y el acta de defunción de otros. PUNTAJE: 7/10
La crisis y la vida Acá tenemos LA película que habla sobre las crisis económicas y cómo pueden llegar a transformar a las personas. Hasta la actualidad ningún filme pudo trabajar el tema con un registro tan natural y fluído como el que logra Sthephane Brizé en "El precio de un hombre" (Francia, 2015), una radiografía de la Francia actual en la que un hombre llamado Thierry (el inmenso Vincent Lindon) debe aceptar su situación económica y social muy a su pesar. Desempleado decide a toda costa volver a llevar dinero a su hogar, en el que convive con su mujer y su hijo discapacitado, al que intenta empoderarlo para que pueda el día de mañana tener las mismas posibilidades que los demás. De vuelta en el mundo de las entrevistas y armado de curriculums, Thierry se encontrará con un panorama completamente diferente a aquel que en su momento lo llevó a trabajar y conseguir algunos logros que le permitieron, por ejemplo, poseer una pequeña cabaña cerca del mar. Posesión de la que se verá urgido de despojarse para poder solventar las facturas y pagos que comienzan a acumularse en su hogar. Pero Thierry nunca baja la cabeza, y mucho menos los brazos, y a pesar que el nuevo mundo laboral le pidan miles de exigencias que él no puede cumplir (entrevistas por Skype, programas que no comprende, etc.) sigue luchando porque el sabe que es lo mejor que puede hacer por los suyos. La ética con la que Brizé dota a Thierry, un ser estoico, inamovible de sus principios, es la misma con la que el director registra los sucesos que se narran. Así, si finalmente el protagonista consigue un puesto laboral menor, y en el mismo comienza a desempeñarse favorablemente, es inevitable que luego un suceso desencadene a su alrededor una desgracia que le haga replantearse su lugar en ese micromundo repleto de "expertos" y jefes que en realidad no saben qué hacer consigo mismos. "El precio de un hombre" es un filme que llega por la increíble actuación de Lindon, pero que también lo hace por que Brizé describe casi con registro documental una realidad laboral en la que todos estamos inmersos. PUNTAJE: 10/10
Ron Howard tiene cada vez más ambición cuando filma. Y eso no es malo, sino, todo lo contrario, ya que en sus últimos filmes, y principalmente en la imponente y menospreciada "Rush" (2013), su habilidad de narrador ha llegado a niveles insospechados, y más como en el caso de ese filme que en el momento en el que la prometida financiación no apareció tuvo que apelar a construir un relato mucho más psicológico de los protagonistas que a una superproducción con miles de escenas de carrera. En el caso de "En el corazón del mar" (USA, 2015), película que trae una vez más a la pantalla grande el mito de Moby Dick pero desde un lugar diferente (punto de vista, soporte de la historia, realismo y verosímil del cuento) que fundamenta la tensión de la lucha del hombre con la naturaleza desde un cuidado y preciso enfoque. En "En el corazón del mar" todo inicia cuando un joven Herman Melville (Ben Whishaw), encaprichado con conocer más detalles de una épica aventura de hace años se presenta en la casa de Thomas Nickerson (Brendan Gleeson) para conocer más detalles. Si bien en un principio el anciano es reticente a brindar información, el dinero que Melville le pone arriba de la mesa es suficiente para que comience a relatar la odisea en la que se vio envuelto cuando se subió al barco ballenero Essex y compartió la epopeya con los marineros que intentaron desafiar al mar y a la ballena más grande que se conoció por ese entonces. "En el corazón del mar" posee dos instancias narrativas, una asociada a Melville y su intento por conocer cada vez más detalles de la épica epopeya y otra relacionada a los tripulantes del Essex, a sus historias personales y ambiciones. Así, conoceremos el enfrentamiento entre Owen Chase (Chris Hemsworth) y George Pollard Jr. (Benjamin Walker), uno un humilde marino que supo hacerse desde abajo y lograr un nombre en los más afamados balleneros y el otro el heredero de un linaje de marinos que a último momento le quita el puesto de capitán a Owen en el Essex. Entre ambos intentarán, cada uno con sus órdenes y pensamientos, organizar las tareas del barco hasta que la tragedia los golpee en forma de inmensa ballena que, cansada, se supone, de ver como diezman a sus compañeras decide hacer justicia y hundir al Essex. Desde allí otra historia, una de supervivencia al mejor estilo "Naufrago" en la que, divididos en dos botes, uno con cada personaje principal, intentarán sobrevivir en medio de la nada y las olas que acechan. Es interesante el juego de Howard con la cámara, sobre todo al inicio del filme, ubicándola en altura o por detrás de objetos para generar ese efecto voyeur necesario para compenetrarnos con el relato. Luego hay un estilismo que potencia la travesía por las aguas, el que, sumado a los efectos especiales y tomas submarinas, todo hace que funcione la historia. Hay minutos que sobran, como también largos parlamentos que funcionan como fundamento de los argumentos de cada una de las posiciones que se tomarán ante la tragedia, pero nada hace decaer una aventura en la que la fuerza del hombre ante la naturaleza será la guía del relato.
Ángel y Demonio La primera pregunta que uno se hace al ver “Steve Jobs” (USA, 2015), la nueva biopic sobre el visionario creador dirigida por Danny Boyle, es si quizás el tiempo de esta realización y las anteriores, que tomaron puntos de la vida de Jobs para crear la ficción, algunas con más bronce que otras, no será tan cercano al fallecimiento de éste. ¿Podrían haberse creado otro tipo de películas si el fenómeno y la rapidez de las adaptaciones hubiesen demorado un poco más de tiempo? La respuesta no está ni en esta ni en las otras, claro, y mucho menos en la dirección que todas han tomado al decidir, vaya saber uno porqué, sólo realzar la figura de Jobs sin siquiera cuestionarle puntos o medidas que terminaron por ocultar la verdadera imagen de él. En un momento del fime uno de sus colaboradores más cercanos, interpretado por Seth Rogen, le pregunta al Jobs de Michael Fassbender la razón por la cual es a él a quien la gente ama y vitorea si nunca ha sido capaz de crear o inventar nada. Jobs, inmutable, sin responder avanza con sus planes de destruir la propia empresa que creó y presentar al mercado la primera versión de la Mac ante las miradas de aquellos compañeros a los que uno a uno va pisoteando. En otro momento del filme el mismo personaje interpretado por Rogen le pide que al menos lo nombre a él y otros ex empleados de Apple y ante la negativa de Jobs le reclama que sea más vehemente y no tan tiránico con ellos. Pero Jobs sigue adelante, tan sólo lo puede doblegar las decisiones de su hija Lisa y una colaboradora cercana llamada Johanna (Kate Winslet) que se desvive para que Jobs tenga todo lo que necesita a su alcance. Boyle decide narrar su versión de la vida de Steve Jobs enfocando la acción en algunos momentos clave como la presentación de la primera Mac, la presentación de la primera Next y una vez más, al regresar a Apple, la llegada de la iMac como predecesora de todos los otros artificios que creó. Nervioso, verborrágico, tenso, así va configurándose el cuento de Jobs, con una decidida participación de Aaron Sorkin, a quien el filme le debe mucho más que el guión, con un timming distinto a sus predecesoras pero que tampoco termina por cerrar del todo la historia de este ángel o demonio (según desde dónde se lo mire). Bien por Fassbender y también por Winslet, ambos destacan en esta producción que una vez más acerca la historia del mito detrás de un emporio tecnológico. PUNTAJE: 6/10
Que sí, que no, que con cada llamado que recibe Olivia (Loreto Aravena) en “No soy Lorena (Chile, 2014), ópera prima de Isidora Marras, preguntando por esa Lorena su desesperación por afirmar su propia identidad se potencia. Porque más allá que ella sabe que esas molestas comunicaciones a toda hora pidiendo por alguien con quien nunca tuvo vínculo, son tan sólo un obstáculo con el que a diario se topa, desconoce que cada contacto la marcará a fuego en su futuro. En medio de una crisis personal que la tiene medio perdida con su profesión y relaciones familiares, Olivia ve una posibilidad ante la insistencia, y mientras intenta solucionar el vínculo con su ex pareja (Lautaro Delgado) y hasta con su propia madre (Paulina García), nada la hará vislumbrar el efecto dominó que se avecina tras cada llamado preguntando por Lorena. Como una suerte de obsesión, al mejor estilo “Silvia Prieto”, Olivia decidirá en un determinado momento avanzar con uno de los llamados, seguir el juego y “actuar” de amiga de Lorena para también, de una vez por todas, desenmascarar la siniestra trama en la que se verá envuelta a partir de una deuda con una tienda comercial. Pero cuando avanza en ese punto también comenzará a evaporarse la propia Olivia, sin saber el verdadero motivo por el cual ella, perdida, sola, abandonada, necesita encontrar a Lorena para terminar de completar su presente. Marras logra con esta primera película atrapar principalmente por la sugerencia de un estado cómplice de corporaciones de las que uno no puede salir, porque cuando uno ingresa en el circuito de comunicaciones de call centers de cobranzas termina anulándose la posibilidad de escapar de la propia realidad. Olivia se pierde en la búsqueda, comienza una relación con su compañero de obra teatral, se acerca a su vecino con el que nunca había cruzado palabra, y se arriesga a adentrarse en el mundo de la prostitución para conocer más detalles de Lorena. Pero, ¿quién es Lorena?, ¿cómo llegó a tener sus datos personales excepto el nombre? hacia allí va “No soy Lorena” para poder narrar un momento específico de una joven, un instante doloroso en el que nunca imaginó que se vería. Marras trabaja la tensión cotidiana con un gran manejo de especulación sobre la incertidumbre de los hechos que se van precipitando, pero también apuesta a la identificación con cuestiones personales de la protagonista como por ejemplo el asumir la enfermedad de la madre y la necesidad de dejar de aparentar algo que ni ella ni su progenitora son. “No soy Lorena” es el debut prometedor de una directora que bucea en el Chile de hoy, enmarcando su cuento en el conflicto estudiantil y el choque del capitalismo con ideas arcaicas que aún subyacen en el entramado ideológico del país vecino. Las actuaciones de los protagonistas, además, le dan el empuje necesario para mantener en vilo al espectador hasta el inevitable encuentro entre Olivia y la Lorena a la que tanto ha negado. Efectiva.
Mejor mal acompañado que solo Navidad: Época en donde los sentimientos y la familia marcan el pulso de los días. Las reuniones se multiplican y los reencuentros obligatorios son aquellos que más nos impulsan a querer improvisar resoluciones, o a buscar alternativas para no terminar mal la temporada de festejos. Como una reflexión de la etapa, Navidad con los Cooper (Love the Coopers, 2015) intenta recuperar aquellos films con espíritu navideño que a partir de situaciones van configurando un reflejo exacto de lo que sucede en la vida real para las fiestas. En esta oportunidad, un matrimonio de 40 años de casado decide separarse, y deberán comunicar esa información a sus hijos justo para navidad, momento en el que toda la familia se reúne en su casa desde tiempos que ya ni recuerdan. Al principio Charlotte Cooper (Diane Keaton) se muestra segura de transmitirlo, pero cuando su marido Sam Cooper (John Goodman) comienza a pensar la manera, cree que lo mejor será seguir esperando para comunicar la decisión, al menos luego de Navidad. La postergación eterna de los sueños (un viaje a África que nunca hicieron) y anhelos personales provocaron la fisura de la sólida pareja. Pero la navidad hay que festejarla, y pese a cualquier problema actual, Sam y Charlotte quieren reunir a sus hijos a la mesa porque esperan que el clima festivo ayude a que todo se solucione o -al menos- se olvide. El guión de Steven Rogers le sirve a la directora Jessie Nelson (Quédate a mi lado, Corina Corina, Mi nombre es Sam) para construir un relato dinámico y entretenido, a partir de imágenes y algunos recursos cinematográficos (la pantalla dividida, ralentíes, contrapuntos, punchlines y gags). Lo que les sucede a Sam y Charlotte es tan solo el puntapié para que puedan desfilar por la pantalla personajes que intentarán a toda costa llegar al 24 de Diciembre de la mejor manera, unos aparentando algo que no son, como su hija Eleanor (Olivia Wilde) que en un desesperado manotazo de ahogado decide hacer pasar a un militar (Jake Lacy) por su novio, a quién recién conoció en un aeropuerto, o Hank (Ed Helms) el hijo mayor, que esconde a sus padres sus problemas económicos luego de quedar desocupado y tratar por sí solo de criar a sus hijos. Pero Sam y Charlotte no sólo tienen hijos, ella tiene una hermana llamada Emma (Marisa Tomei) con un leve problema de autoestima y cleptomanía, y él una tía, Fishy (June Squibb), que además de sufrir una incipiente demencia senil, es capaz de recordar los peores momentos familiares y traerlos cuando puede a través de comentarios inesperados. Navidad con los Cooper explorará los vínculos entre ellos, en la previa a la Navidad, y lo hace a partir de la sonrisa y la lágrima, apoyándose en la brillante construcción de personajes, algo que Nelson sabe realizar por su largo trabajo como directora de actores en sus producciones anteriores. La solvencia de los intérpretes, además le ofrecen la posibilidad de emancipar e independizar a cada uno de los roles, sumando al patriarca de todos, el abuelo Bucky (Alan Arkin), enamorado de una moza (Amanda Seyfried), con una salud un tanto débil pero con las ganas que la familia entera pueda pasar una navidad en paz y armonía a pesar de las diferencias. Con momentos de una lucidez única Navidad con los Cooper llega para ocupar un lugar en aquellos clásicos que uno puede ver una y otra vez en las fiestas, aportando su mirada ácida sobre las reuniones, la familia, la convivencia, y principalmente, el comprender a los vínculos como determinantes de todo lo que cada uno es.