Volver a empezar (en la cocina) Una buena receta (Burnt, 2015) deambula en estereotipos y lugares comunes del género que se enfoca en la cocina como posibilidad narrativa, tal como Un viaje de diez metros (The Hundred-Foot Journey, 2014) habla del esfuerzo y la pasión como motores para el cambio y la superación personal, por mencionar otro film similar. Pero acá la apuesta se redobla, al incorporar en la trama temas como las adicciones, punto determinante para que el protagonista asuma su regreso. Adam (Bradley Cooper) está de regreso. Tras haberse retirado de manera intempestiva del mundo de la alta cocina, querrá recuperar -como un desafío personal- el espacio que hace tiempo tenía con nombre de peso. Sucede que el largo tendedero de desastres que dejó tras su huida (engaños, traiciones, deudas, etc.) le hará dificultosa la tarea. El primer encontronazo lo tendrá con Tony (el siempre efectivo Daniel Brühl), un ex compañero de restaurante que ahora regentea el hotel de su padre y quien intenta persuadirlo para contratarlo como el chef del lugar. El director John Wells se introduce en la cocina del restaurante y por momentos nos permite alimentarnos de la vorágine y la dinámica que hay detrás. Mientras como comensales sólo asistimos al producto terminado en un plato, el film se esfuerza por mostrarnos el cómo se vive el antes y durante de una preparación previa a la mesa. En tiempos en los que los programas de TV enfocados en la búsqueda de creadores culinarios está en auge, Una buena receta se plantea como la antítesis de estos, narrando de manera digresiva por momentos, y privilegiando la creación psicológica de los protagonistas para luego hacer una exacta combinación de todos los “ingredientes” (puesta, ritmo, actuación, etc.) que terminan por consolidar su propuesta (atentos a su relación con la chef). Bradley Cooper se separa de papeles anteriores dotándo a Adam de una ingenuidad inusual que permite generar empatía con él y con su devenir: el de un hombre sólo que intenta demostrarse a sí mismo que aún está de pie y con las herramientas necesarias para salir adelante, a pesar de todo.
Los hermanos sean unidos Los Kray. Un clan que dominó la escena de Londres durante la década del 60. Varias veces el cine y la tv han recuperado su épica para poder construir una historia que, en la mayoría de las oportunidades, prefirió realzar el contexto más que la simbiótica relación entre Ronnie y Reggie Kray. Brian Hegeland aborda la historia adaptando el libro de John Person en "Leyenda: la profesión de la violencia" (2015), película que tiene como protagonista excluyente al ascendente Tom Hardy en un doble rol que genera un duelo interpretativo consigo mismo. La historia relata el ascenso y descenso de los Kray como líderes absolutos de la mafia, y Hegeland decide detenerse en los detalles de la tortuosa relación entre Ronnie y Reggie y también con sus vínculos particulares. De hecho el filme está narrado en primera persona con una voz en off que corresponde a Frances (Emily Browning), la mujer de Ron durante varios años, y quien desde su ingenuidad de niña (tenía 16 años cuando comenzó su intermitente relación) cuenta cómo su pareja fue ingresando en la noche y desde allí digitó sus destinos. Violentos, megalomanos, excesivos, desbordados, sin un objetivo más que seguir escalando posiciones, los Kray debieron en algunos momentos ceder ante la presión y manejar sus negocios, por momentos, desde la clandestinidad, porque el principal obstáculo que tuvieron, siempre, fueron ellos mismos. Las autoridades policiales los siguieron de cerca. Nunca fueron considerados trigo limpio. Y así, la obsesión de un detective (Christopher Eccleston) llamado Nipper, será también la sentencia de estos hermanos que nunca pudieron negar su vinculación con el juego, la noche y los asesinatos que la rodeaban. Hageland trabaja con Hardy en una diferenciación notoria interpretativa, que más allá de los efectos que permitieron que éste conviviera con él mismo en algunas escenas, está más relacionada al tono de la actuación. Así Ron es trabajado desde un matiz más pausado y tranquilo, mientras que Reggie es pensado como alguien mucho más explosivo, verborrágico y desbordado. Y de esa contraposición entre ambos es en donde "Leyenda...." acierta su relato, más allá que la duración excesiva y algunos lugares comunes le jueguen en contra. No así el caso de la reconstrucción de época, impecable, obsesiva, hasta el último detalle, para una película que habla de la violencia, del dolor, de la familia, y del amor fraterno sin concesiones, pero también sin el mínimo atisbo de juzgar a estos hermanos que manejaron Londres a su gusto. PUNTAJE: 6/10
Una pequeña historia que mantiene en vilo al espectador hasta el último momento, bien podría resumir el espíritu de “La habitación” (Canadá, 2015), dirigida por el irlandés Lenny Abrahamson, y que, partiendo de un hecho policial, construye un atrapante relato sobre los vínculos y los espacios, pero también sobre cómo éstos afectan a los protagonistas En la habitación del título se encuentran privados de su libertad Joy (Brie Larson) y Jack (Jacob Tremblay), madre e hijo nacido en cautiverio. Un pequeño espacio que los contiene hace más de cinco años y que, en el caso de Jack, es el único universo y contexto que conoce desde el día en que nació. En el lugar, además de recibir las esporádicas visitas de su captor, ambos pudieron construir su propio mundo, uno lleno de amor, paciencia y pequeños objetos, que son elevados a la categoría de tesoros por ambos y a los que Jack saluda diariamente al abrir sus ojos. Un pequeño tragaluz hace que el tiempo transcurra sin órdenes biológicas, pero también sirve para que tanto Joy como Jack guíen sus tiempos de descanso, o al menos, puedan tener alguna referencia del afuera y así también soñar con otro lugar en el que puedan seguir teniendo su relación. La dicotomía dentro/fuera es trabajada con Abrahamson con solvencia, y mientras la empatía con el adentro es inevitable, el afuera, aquel que en determinado momento decidió dejar encerrados a madre e hijo, se convertirá rápidamente en el escollo a superar, mediante un plan, y que permita, además, alejarlos de esa trampa en la que se encuentran sin que sepamos cómo ni por qué. Evitando entrar en detalles, cuando el afuera los recibe nuevamente todo será visto como un daño a esa pequeña simbiosis que Joy y Jack tuvieron y tienen, y pese a poder contar con algunos beneficios y comodidades, en el caso del más pequeño, comenzará a extrañar el único mundo, el de la habitación, aquel que durante cinco años lo identificó y formó y que ahora es rechazado por su madre. La habilidad del director, con un registro muy similar al de Denis Villeneuve, es poder apoyarse en las notables interpretaciones del dúo protagónico, al que se sumarán los siempre efectivos Joan Allen y William H. Macy, para completar el nuevo grupo familiar de Joy y Jack en el afuera que los cuestiona e inquiere sobre su estadía en la habitación. La narración en off del niño, potente, a pesar de su registro vocal ínfimo, quiebran la solemnidad de un relato que por momentos se acerca a viejos telefilmes de los años ochenta que tomaban casos policiales para disparar historias. La principal diferencia de éstos con “La Habitación” es por las preguntas que se desprenden de ella, y que evita responder para poder seguir avanzando en la historia de una madre afianzada en la única esperanza de supervivencia que tuvo durante el último tiempo: su hijo. Hay golpes bajos y escenas predecibles, pero también hay mucha pasión al narrar una de las historias más desgarradoras que el cine canadiense ha dado en el último tiempo (la otra es sin dudas “La sospecha”) y también una de las más enigmáticas y atractivas. Atención a Jacob Tremblay, un notable intérprete.
Subí que te llevo Alvin y las ardillas: Aventura sobre ruedas (Alvin and the Chipmunks: The Road Chip, 2016) es una comedia que bucea en los rasgos más representativos de las road movies agregándole el plus de la música y los gags a los que estos pequeños roedores nos tienen acostumbrados, construyendo un nuevo tipo de film en sí mismo. Partiendo desde la iniciativa de Alvin, Teodoro y Simón, junto con el joven Miles (Josh Green) de viajar a lo largo de Estados Unidos para impedir el pedido de mano de Dave (Jason Lee) a su prometida Samantha (Kimberly Williams-Paisley), la acción de la película transcurre sobre cómo las tres ardillas y el adolescente pueden comenzar a trabajar en equipo y convertirse en familia. Alvin y las ardillas: Aventura sobre ruedas deja de lado su costado plagado de música para introducirse en el género de carretera, ese en el que, además de los protagonistas, los escenarios comienzan a cobrar vida y entidad propia. Toma algunos puntos folclóricos de la América profunda, como el Mardi Grass, o el carnaval de Nueva Orleans, sin dejar de lado a la árida Texas, por sólo mencionar algunas postas de relevo. Por momentos los números en los que se interpretan clásicos del cancionero norteamericano, u otros temas más recientes de la cultura popular, generan cierta desconexión entre la historia y los mismos, pero rápidamente es subsanado con una edición ágil y cameos increíbles (atentos a John Waters) que reubica a los protagonistas de esta historia de escape, amistad, amor, (y la renovación de la confianza en vínculos familiares diferentes), en los que el ensamble se presenta como la posibilidad de un nueva oportunidad para transitar la vida. Las ardillas siguen cantando, con su voz característica, pero la habilidad de esta nueva entrega radica en poder sumar una historia que vaya más allá de la sucesión infinita de videoclips de las predecesoras. Como exponente del género road movie el guión posee todos los aditamentos necesarios para construir el relato, mientras que como comedia familiar, su propuesta está acorde a las circunstancias de una franquicia para los más pequeños, que suma a los grandes y sigue funcionando muy bien para sorpresa de todos.
Apocalipsis Zombie Y siguen las películas que adaptan best sellers para adolescentes. En esta oportunidad le tocó el turno a Rick Yancey, el último de los autores que ha creado un universo inspirado en clásicos de la literatura de ciencia ficción, y que imaginó para esta oportunidad un mundo devastado en el que los hombres, en este caso una joven, deberán luchar por su supervivencia frente a una invasión alienígena. La quinta ola (The 5th Wave, 2016) arranca con una vertiginosa escena en la que Cassey (Chloe Grace Moretz), en primera persona, ubica en contexto la historia tras la intempestiva llegada de una nave alienígena a la tierra, con una serie de “desastres” que castigan a la raza humana. Esos acontecimientos, conocidos como “olas” irán sumando el pánico y el terror. Cassey se mantiene en la clandestinidad luego de ver cómo su padre fue asesinado, y pese a esto, luchará por reencontrarse con su pequeño hermano Sam para así lograr, al menos, recuperar cierta fe y esperanza en el hombre. El film dirigido por J. Blakeson va configurando su narración con la exploración (a través del flashback) con la posibilidad discursiva de superar algunos escollos que la propia adaptación del libro de Rick Yancey planteaba. Si la utilización de la primera persona desaparece a los pocos minutos de iniciado el relato, es porque la misma característica cinematográfica de éste exige que su público, principalmente adolescente, sienta la adrenalina y la empatía con la joven que de un día para otro ve como su núcleo familiar, sus amigos y hasta su propio lugar, desaparecen. La película se inscribe dentro de las adaptaciones teens que potencian en su discurso una impronta relacionada al quiebre del status quo similar al de Los juegos del hambre (The Hunger Games, 2012), y ubica a su heroína como una especie de Rambo versión femenina, en su intento de sortear a como dé lugar, cada uno de los obstáculos que las circunstancias le presentan. La interpretación de Chloe Grace Moretz le otorga, como en cada película de la que participa, un plus a esta cinta, que sin ser perfecta cumple con cada una de las premisas narrativas que promete. ¿Hay lugares comunes? sí, ¿hay situaciones obvias y hasta la exageración de estereotipos que le juegan en contra?, también, pero en la reflexión que la propia protagonista hace en el comienzo “qué pensaría yo si me viera ahora” hay un corrimiento narrativo que permite, con la potenciación que generan los efectos especiales y la adrenalina de la acción, un entretenimiento honesto y simple para aquellos que quieran ver de qué se trata “la quinta ola”.
En su octavo filme, algo que como siempre él mismo se ocupa de aclarar y enumerar desde los títulos, Quentin Tarantino se mete de lleno con un híbrido que podríamos denominar "western de encierro". Porque "Los Ocho más odiados" (USA, 2015) no es otra cosa que eso, el encierro de ocho personajes en un espacio sin relación "aparente" entre sí. Y si bien en algún momento la opresión que se desprende del mismo espacio, deja lugar a increíbles planos en escenarios naturales, todo el desarrollo narrativo tendrá lugar en una cantina a la que acuden los personajes para protegerse de una fuerte tormenta de nieve que se avecina. Allí cada uno, los que llegan, más los que ya están, comenzarán a medirse entre sí, permitiendo a Tarantino, en este lugar, jugar con sus personajes y construirles un universo y sus particularidades a partir de largos y elaborados parlamentos. La primera etapa del filme, excesivamente largo, por cierto, tiene que ver con una instancia de presentación y contextualización, para luego dejar lugar a una siguiente etapa mucho más activa, en la que los protagonistas comenzarán a desandar los caminos de cada uno hasta la llegada a ahí para ver quién tuvo que ver con cada una de las muertes que van aconteciendo en el lugar y las posibles relaciones que tengan entre sí y con los asesinatos. "Los ocho más odiados" tiene mucho de la dinámica de Agatha Christie en cuando a la colocación de indicios, pistas y claves que funcionan como puntos narrativos para consolidar la propuesta, pero también tiene mucho más de otras obras del propio Tarantino, como "Perros de la calle" en tanto puesta, o la más reciente "Django sin cadenas" en cuanto a tono y creación de espacios. "Los ocho más odiados" avanza lentamente en su primera etapa, y en la digresión se va apoyando en una increíble banda sonora de Enio Morricone, afín a los climas y atmósferas que el director quiere sugerir o imponer. Los intérpretes ofrecen impresionantes actuaciones, desde aquellos que siempre colaboran con Tarantino, como Tim Roth, Samuel L. Jackson o Michael Madsen, o los que recién llegan al universo tarantiniano como Jennifer Jason Leigh, Bruce Dern, Demián Bichir y Kurt Russel, quienes se dejan manipular por la habilidad de Tarantino y su gran maestría para dirigir actores. Si en películas anteriores el director homenajeaba al cine universal y a géneros claves para el desarrollo de éste, en "Los ocho más odiados" la sensación es que todo el tiempo en vez de mirar hacia afuera termina generando un producto autoreferencial en demasía, que dialoga con sus últimas películas, cerrando el universo y el contexto del filme hacia un gran ejercicio estilístico que suena más que a capricho que a una clara intención de seguir creando películas que sorprendan y que aporten algo nuevo a su carrera El espectador menos avezado, y claro está, el que no tenga ninguna referencia sobre Tarantino (algo casi imposible a esta altura), quizás pueda ir a ver "Los ocho más odiados" con menos sesgos y expectativas, y seguramente, claro, se verá atribulado y cansado por el excesivo metraje de la película, pero podrá relajarse y disfrutar de la verborragia y diálogos únicos de un guión que tiene reservado para su último tramo más de un twist y aditamento sorpresa. Aquel que con ansiedad quiera nuevamente poder redescubrir a uno de los directores más revolucionarios y transgresores de los últimos tiempos en su nuevo filme, tendrá que esperar a la próxima, porque en esta oportunidad "Los ocho más odiados" sólo le dará una serie de lugares comunes ya vistos en la filmografía de Tarantino y una potenciación de conflictos e ítems que ya han sido trabajados con anterioridad de una mejor manera. Tarantino se mira al ombligo y ofrece uno de los ejercicios de magalomanía fílmica menos logrados de toda su carrera, a pesar que en los rubros técnicos la supremacía es inobjetable.
Familias ensambladas. Hombres y mujeres que se adaptan a la situación de su pareja e intentan a toda costa conseguir el afecto de quienes de ahora en adelante serán también sus hijos. En la superficie y desde el explícito título local "Guerra de papás" (USA; 2015) puede ser considerada una comedia menor o un producto que no llegaría a trascender más allá de los límites que su propia propuesta genera. Pero en esta oportunidad el talentoso equipo conformado por el director Sean Anders y el guionista John Morris, que vienen de trabajar en una serie de cintas políticamente incorrectas como "Quiero matar a mi jefe 2" o "¿Quién *&$%! son los Miller?" se permiten la licencia de cruzar clásicas comedias blancas familiares y llevarlas al extremo, logrando una entretenida historia que proviene de un enfrentamiento natural entre el padre biológico de unos niños y su "padrastro". "Guerra de Papás" comienza con una narración en off de Brad (Will Ferrell), el protagonista de la historia diferenciando PADRE de PAPA o PAPITO, en esa enunciación ya hay una posición tomada que buscará generar el tono de la comedia, que por momentos olvida su espíritu "familiar" y "blanco" y se mete de lleno en lo peor del vínculo primigenio y que será determinante para la identificación y vida social. Brad hace unos meses que convive con Sara (Linda Cardellini), una mujer con dos hijos pequeños con la que sueña poder armar una familia. Los niños se la complican al mantener siempre vivo el recuerdo de su verdadero padre y las diferencias sobre quién debe darles órdenes. Como muestra, la niña (Scarlett Estevez) dibuja cientos y cientos de cuadros familiares en los que Brad siempre está muerto o alejado de ella, su hermano y su madre, y pese a esto él se sigue esforzando para lograr ese vínculo tan especial que desea poder entablar con ellos. Cuando aparentemente lo logra, un inesperado llamado de Dusty (Mark Wahlberg, cada vez mejor para la comedia) hacen tambalear sus planes al encontrarse en medio de una disyuntiva: ¿deberá apoyar a los niños para que puedan compartir unos días con su padre biológioco? ó ¿deberá negarles ese momento y seguir enfocado en sus esfuerzos por agradarles? Débil, sentimental y sensible, opta por la primera opción sin saber que Dusty llegará para intentar recuperar su espacio, no sólo con sus hijos, sino que también querrá recuperar a su ex mujer a fuerza de engaños y manipulación. El guión potencia esta situación y además agrega gags, que sin ser punchlines posibilitan un dinamismo en la relación entre ambos padres que terminarán por reflejar el universo de la cotidianeidad y rutina de un hogar y una familia (atentos a "Tumor" el perro). En las antípodas el uno del otro, la historia de Brad y Dusty seguirá las peripecias por mantener uno lo suyo y el otro volver a tenerlo, acompañado de una serie de personajes secundarios como el Jefe (el siempre efectivo Thomas Haden Church) o un contratista temporal llamado Griff (Hannibal Buress), quien terminará como un miembro más de la familia. "Guerra de Papás" es una agradable sorpresa y el retorno de Ferrell a las grandes ligas de la comedia, una liga que supo el mismo construir pero que hace tiempo le da la espalda con cada propuesta que interpreta y encabeza.
El policial de “venganza” posee una larga tradición dentro del cine universal, y en particular, en nuestro país filmes como “La búsqueda” o “En retirada”, o más recientemente “Mala” han sabido construir vertiginosas historias empoderadas por una puesta austera que permitían un gran trabajo actoral que las potencia. En el caso de “8 tiros” (Argentina, 2014) de Bruno Hernández, la tradición está vigente, permitiendo el lucimiento del dúo protagónico (Daniel Aráoz, Luis Ziembrowski) en un pequeño relato sobre la hermandad en medio de una historia de venganza por un siniestro pasado. Un día, el menos esperado, Juan (Aráoz) vuelve para encontrarse con su hermano Vicente (Ziembrowski), quien maneja el negocio de las drogas y la prostitución del lugar. Pero ese regreso estará marcado por la muerte y la sangre, ya que hasta llegar a él Juan deberá recorrer un largo camino hasta el encuentro repleto de obstáculos. Para complicar aún más todo, en cada paso una amenaza lo acecha, y más cuando una agente de la DEA junto a un oficial más inexperto (María Nela Sinisterrra, Jaime De Nevares) lo seguirán de cerca para, de alguna manera, poder desenmascarar los negocios oscuros de su hermano, quien tras una fachada de padre de familia y ciudadano honesto, esconde sus verdaderas intenciones y verdades. Hernández cuenta la historia de los hermanos a partir de dos estrategias narrativas, la del presente, que bucea en las leyes del policial negro, y la del pasado, que a partir de flashbacks revelará detalles de la relación entre Juan y Vicente con su padre (Alejandro Fiore), un ser oscuro que claramente determinó quiénes son en la actualidad ambos. Mientras Juan avanza, va dejando un sendero de sangre al ir terminando con cada uno de los secuaces de Vicente, algunos más lejanos y otros más cercanos, dato que no es menor, teniendo en cuenta que la revelación del regreso del hermano que un día decidió terminar con la oscuridad en su vida configurará la esencia de un guión que por momentos, hábilmente, permite una reflexión sobre la psicología de los personajes más que regodearse solo en la sangre que cada muerte dictamina. Juan es mostrado como un ser estoico y duro, que avanza con seguridad para terminar con una misión que se relaciona con un secreto del pasado que lo marcó a fuego. Vicente, por otro lado, es dibujado con trazos gruesos, como ese corrupto e inmundo ser que maneja todos los negocios turbios del lugar sin titubear, pero que ante la llegada de su hermano, el único que puede revelar el verdadero origen de su fortuna y trabajo, termina por debilitarse y mostrarse, ante la amenaza, como un ser mucho menos sólido que lo que aparentaba. “8 tiros” además tiene un apartado especial para Juan y una antigua relación con una mujer (Leticia Brédice), quien sufrió tanto como él con su partida y quien lo ayudará, al igual que la agente de la DEA a volver para desenmascarar al verdadero Vicente, y que funcionará como “equilibrio” dentro del relato. Filme pequeño pero contundente, “8 tiros” respeta el policial de género potenciándose por las grandes interpretaciones de la pareja masculina protagónica, pero también porque en su propuesta, para nada ambiciosa, refleja aquello que se insinúa desde el inicio, sus ganas de hacer un filme de acción con una impronta local y que termina trascendiendo justamente esa premisa narrativa.
La ópera prima de la turca Deniz Gamze Ergüven "Mustang: Belleza Salvaje" (Francia, 2015) es una película coral que enfocada en un grupo de hermanas, que de un día para otro ven como su mundo cambia al ser encerradas en su casa por su controladora abuela, intenta denunciar un estado de las cosas en su país relacionada a la mujer y sus libertades. Porque en el relato, y cuando las jóvenes son obligadas a ocultarse en la vivienda y a "tapar" con feos vestidos y peinados la incipiente sexualidad que cada una destella, desde la más pequeña llamada Lale (Güneş Şensoy) hasta la más grande, la directora quiere hablar sobre cómo durante siglos se ha relegado al sexo femenino en Turquía a un segundo plano. Ergüven enfoca su mirada sobre la pequeña Lale (Sensoy) para, a partir de ella narrar todo lo que sucede dentro y fuera de la casa, porque a pesar de ser "encerradas" las jóvenes intentarán salir de allí de una u otra manera y dejarse llevar por la pulsión sexual que cada una posee. La directora narra con un tempo lento todo lo que acontece, construyendo una primera etapa del relato lenta y disgresiva, más contemplativa, para, con la mirada puesta particularmente en las mujeres de la historias, quienes son víctimas de la misoginia del lugar, aparentemente sin otro vector que una tradición extensa de opresión y maltrato, luego dejar lugar a una vertiginosa historia sobre la búsqueda de la libertad. Esta búsqueda se originará cuando Lale se entere de la prohibición de público masculino en la final del campeonato de fútbol, habilitando así a las mujeres a asistir al lugar, y sabiendo que les será imposible ir, organizará un plan por el cual llegarán al estadio, plan que sin saberlo será la última salida en conjunto con sus hermanas. Porque a partir de ese momento su abuela y su tío, quien convive con ellas, decidirán planificar las bodas de cada una de estas para así terminar con la amenaza del debut sexual que tiraría a la borda los planes que ellos poseen para las jóvenes y así también recibir las dotes por los matrimonios. No importa la edad de las mujeres, mucho menos la edad de aquellos con los que las quieren emparentar, en la ambición de su abuela y su tío existe la necesidad de negar la realidad de las jóvenes para que, privadas de su libertad, se vean imposibilitadas de decidir qué hacer con su futuro. "Mustang" bucea en la Turquía profunda, esa que en la actualidad no muestran las historias que llegan por TV tras el boom de la telenovela "Las mil y una noches", pero que también hablan de siniestros planes en los que las mujeres terminan siendo relegadas a un segundo plano sin poder afirmar su independencia ni mucho menos, siquiera pensar en la posibilidad de crecer en algún otro plano que no sea cocinando o dejándose penetrar por sus maridos por obligación. "Mustang: Belleza Salvaje" atrapa con bellas imágenes y con el desentrañamiento de costumbres ancestrales ligadas a ritos (bodas) y tradiciones (comidas, preparación de alimentos) que le aportan la cuota de "extrañamiento" necesaria para poder empatizar con este grupo de jóvenes que ve como su libertad y su frescura son robadas por una ambición mucho más grande relacionada a dinero y status social.
Cuando en 1991 la novel directora Kathryn Bigelow traía al cine su historia de "Point Break", muchos celebraron la lograda narrativa y estructura dramática del filme de acción que, contando cómo un agente del FBI se inmiscuía en una banda de ladrones afines a deportes extremos tenía muchas más ambiciones que en la superficie aparentaba. Convirtiéndose casi automáticamente en un clásico y en una película que nunca pasa de moda, era curioso que a alguien se le ocurriera una adaptación a los tiempos que corren o siquiera una remake. Pero en Hollywood todo sucede, y es como hoy finalmente nos encontramos con "Punto de quiebre" (USA, 2015) de Ericson Core, una frenética cinta que apela a la majestuosidad de la naturaleza en la que esa banda de asaltantes intenta lograr una gran hazaña (que será revelada casi al inicio del filme) y a la exploración, con el apoyo del 3D, de las aventuras en las que el protagonista, Jeff/Utah (Luke Bracey) se verá envuelto para lograr llegar a esa banda que aparentemente está detrás de todos los últimos robos que viene sufriendo el gobierno norteamericano en diferentes lugares del mundo. La acción en "Punto de quiebre" comienza en la primera escena, y Core sigue con su cámara a Jeff y un amigo en una inmensa cadena montañosa en la que, arriba de una moto, su compañero perderá la vida. Ese hecho dramático (como sucedía con "Cliffhanger") disparará la lógica y la psicología del personaje de Bracey, quien decidirá dejar de lado su vida de youtuber fanático de los deportes extremos para enrolarse en el FBI y prestar ayuda en situaciones complicadas relacionadas a bandas que operan de manera diferente. Cuando una empresa de tratamiento de diamantes es robada en altura, Jeff detecta un patrón relacionado a los últimos hechos delictivos que poseen, principalmente por la inmensa puesta en escena que termina revelando quiénes están detrás: un grupo de amantes de los deportes extremos. Decidido a descubrirlos, y con el apoyo de su jefe (Delroy Lindo), viajará a Francia, lugar en el que cree que la banda dará su nuevo golpe. Allí se encontrará con el agente Pappas (Ray Winstone), un duro miembro del FBI, que lo ayudará a llegar al medio del océano para introducirse, a través del deporte, en el grupo. Rápidamente Jeff es reconocido por éstos, principalmente por su pasado de youtuber, y con el mérito de tener varias hazañas logradas, comenzará a interactuar con el jefe, Bodhi (Edgar Ramirez), a quien luego de ganarle su confianza intentará de anular en más de una ocasión. Pero Bodhi no está solo, lo siguen muy de cerca un séquito de jóvenes que también dudan si vale la pena sumar o no otro miembro al equipo, por lo que no le harán en un primer momento todo tan fácil a Jeff para que se sume. "Punto de quiebre" narrará cómo este joven intentará no sólo sumarse, sino también luchar con sus propios principios para evitar "encariñarse" con el grupo y desviar la atención hacia otro lugar que no sea el de resolver el caso. Y en esto de evitar terminar involucrado de otra manera habrá algunos aditamentos, como su relación con Samsara (Teresa Palmer), una joven mujer que funciona como objeto de deseo evidente en el filme, más allá que la pulsión homoerótica entre todos los miembros del grupo juegue en contra para la credibilidad de esa relación dentro del filme originando uno de los filmes "masculinos" más controvertidos desde "Top Gun". La naturaleza dictaminará la narración en tanto que al avanzar en la historia, Core le otorga una función a la misma, casi tan o más importante que cada uno de los personajes que se presentarán en esta aggiornada y vertiginosa puesta al día del clásico de Bigelow, que sin funcionar del todo (principalmente por las acartonadas actuaciones protagónicas) termina por ofrecer un espectáculo visual que sorprende e impacta y que dinamiza su propuesta.